viernes, 20 de mayo de 2011

UNA MADRE EJEMPLAR II

Por José Belaunde M.


En el artículo anterior hemos visto cómo Jocabed, en una acción desesperada, con el fin de salvar la vida de su hijo, lo puso en una canasta de mimbre previamente calafateada, y lo depositó en un carrizal a orillas del Nilo, dejando a su hermana para que viera qué pasaba con el niño.

Dios no defraudó la confianza de Jocabed (que debe haber estado orando fervientemente por su hijo), porque al poco rato la hija del faraón vino a bañarse en el río junto con sus doncellas. Ella “vio la arquilla en el carrizal y envió a una criada suya a que la tomase”. (Ex 2:5). Dios hizo que la hija del faraón, al ver al niño que lloraba, fuera movida a compasión y decidiera salvarle la vida, tomándolo a su cargo (v. 6).

Para ella no debe haber sido fácil tomar esa súbita decisión porque ella se dio bien cuenta de que se trataba de un niño hebreo, que no debía estar vivo, según la orden que había dado su padre. ¿Cómo se dio ella cuenta de que era un niño de los hebreos? ¿Tendría una marca en la frente, o una estrella de David en la muñeca? No. ¿Cómo se dio cuenta entonces? ¿Qué fue lo que Dios le mandó a Abraham que hicieran sus descendientes con los hijos varones que tuvieran? Que los circuncidaran al octavo día de nacer. Cuando ella vio al niño desnudo y vio que estaba circuncidado, supo que era una criatura hebrea, porque sabía que ésa era una práctica de los israelitas. Los egipcios, como otros pueblos de la antigüedad, también circuncidaban a los hombrecitos, pero no tan temprano sino en la adolescencia.

Ella tuvo, sin embargo, compasión del niño. Su compasión fue más fuerte que el temor de desafiar la orden de su padre. ¡Cuántas cosas no puede hacer la compasión!

Ella era pagana, no conocía al Dios verdadero, pero tuvo un sentimiento que proviene del corazón de Dios. Con frecuencia nos olvidamos de que también los paganos tienen sentimientos buenos, porque ellos también fueron creados a imagen y semejanza de Dios. No nos apresuremos pues a condenarlos, porque Dios puede no sólo salvarlos, sino también usarlos para sus fines.

¿Cuántos paganos ha habido que se convirtieron y que luego fueron grandes cristianos, apóstoles o teólogos o misioneros? Agustín de Hipona, uno de los más grandes teólogos de la iglesia, es un buen ejemplo. Él era un filósofo pagano, hijo de un ciudadano romano y de una mujer cristiana que oraba sin cesar por la conversión de su hijo.

Sería bueno que nos preguntemos: ¿Hasta qué punto somos nosotros compasivos con los que sufren y nos salen al paso? ¿Cuántos de los que están aquí, hombres y mujeres, recogerían por compasión de la calle a una criatura abandonada, y se harían cargo de ella? Yo me temo que yo no lo haría por no complicarme la vida.
Pero conozco el caso de una madre muy pobre, abandonada por su marido y con varios hijos, que recogió a una criatura de padres desconocidos, abandonada y enferma, y que la crió como si fuera propia. No ha salido de la pobreza por ese acto de caridad, pero ¡cómo la recompensará Dios algún día!

Enseguida Dios inspiró a la hermana que vio lo que pasaba, la idea de sugerirle a la hija del faraón que contratara como nodriza del niño a una mujer de los hebreos. Con su asentimiento fue a buscar a Jocabed y la hija del faraón le encargó a ella el niño para que lo críe ¡sin saber que era su madre! Y encima le dijo que le pagaría por hacerlo. Así Jocabed resultó ser nodriza por encargo de su propio hijo (Ex 2:7-9). ¡Cuán admirables y maravillosos son los caminos de Dios que utilizó a la hija del faraón para devolver sano y salvo a Jocabed el hijo que ella le había confiado! Utilizó para salvarlo de morir nada menos que a la hija del soberano que lo había condenado a muerte antes de que naciera.

Encima de eso le devuelve a Jocabed su hijo con un premio: Ya que la princesa lo adopta como propio, el niño pertenecerá a la familia real. Ella fue la que le dio el nombre de Moisés (esto es, "sacado de las aguas") por el cual hoy lo conocemos (v. 10). ¿Cuál sería el nombre que le pusieron sus padres? No lo sabemos. Sólo conocemos el nombre que le puso esa princesa. ¿No es esto extraordinario? El niño condenado a muerte se convierte en hijo, esto es, en nieto, que es casi como si fuera hijo del hombre que lo había condenado a morir. Y encima su madre fue recompensada económicamente por criar a su propio hijo (v. 9).

Si el faraón se hubiera enterado del asunto se habría jalado los pelos. ¡Yo lo he condenado a muerte y ahora resulta siendo mi nieto!

¡Cuán admirables son los caminos de Dios que convierte en un bien lo que el enemigo tramó para el mal! ¡Con cuánta razón escribió Pablo que todas las cosas colaboran para el bien de los que aman a Dios! (Rm 8:28). Que no sólo le aman. sino que también confían en Él.

Pablo escribió en Efesios: "Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros….” (3:20).

Dios hizo mucho más de lo que Jocabed había soñado. ¡Cómo iba ella a imaginar que ese niño que había depositado en las aguas del Nilo, donde podría haberse ahogado o muerto de hambre, le sería devuelto para que se ocupe de él y lo críe, recibiendo un pago por hacerlo, y que encima ese hijo suyo iba a ser un príncipe de la casa real de Egipto!

Las cosas que Dios hace superan en mucho los sueños del hombre. Así que no tengas temor de soñar cosas maravillosas, porque Dios puede darte mucho más de lo que le pides.

El instinto maternal de Jocabed puso su confianza totalmente en Dios, y Dios no la defraudó sino que la recompensó ampliamente, más allá de lo que ella hubiera podido ni siquiera imaginar, porque ese hijo llegaría a ser el instrumento usado por Dios para salvar de la esclavitud a su pueblo.

¡Quiera Dios que Jocabed tenga muchas imitadoras entre las madres cristianas, y ¿por qué no también?, entre las abuelas!

¿Cuántas abuelas hay aquí? Dios puede usarlas para que enseñen a sus hijos y a sus nietos a tener una fe en Dios tan firme como la que tuvo Jocabed. Dios premió la fe de esa mujer, y puede premiar también la fe de todas las madres y abuelas que pongan su confianza en Él, si cumplen con la misión de enseñar a sus hijos y a sus nietos a tener una confianza semejante en Dios, que nunca defrauda a los que en Él confían.

Cuando el niño creció, Jocabed se lo entregó a la hija del faraón para que se cumpliera su destino. En todo esto vemos la acción providencial de Dios, poniendo en obra el proyecto que había concebido desde la eternidad para salvar a su pueblo de la esclavitud y llevarlo a la tierra prometida por medio de este niño, cuyo bautismo simbólico había sido el ser salvado de las aguas del Nilo en una frágil canastilla.

Dios no sólo rectificó el decreto malvado del faraón salvando de la muerte al futuro profeta y caudillo que Él había escogido, sino que además creó las circunstancias necesarias para que el muchacho (a quien ciertamente sus padres habían instruido acerca de las promesas que Dios hizo a Abraham, y enseñado a creer en el único Dios verdadero) fuera instruido también en toda la sabiduría y las costumbres de los egipcios.

Podemos pensar asimismo que Dios permitió que Moisés se familiarizara con las ceremonias y la etiqueta de la casa real, para que, cuando décadas más tarde, regresara para cumplir su misión, él pudiera moverse con desenvoltura y autoridad en medio de los egipcios, y pudiera entrar a palacio, según dice el refrán, "como Pedro en su casa", y hablarle al soberano de tú por tú, como a un familiar, seguramente porque lo conocía desde su juventud. No podían cerrarle la puerta porque él era un príncipe de la casa real.

Pero tomemos nota de cómo todo el plan de Dios comienza con unos esposos fieles que tienen fe en Él, y con una madre valiente que arriesga todo por su hijo, confiando en que Dios es poderoso para salvar aun en las circunstancias más difíciles. Ella dio un primer paso de fe cuando conservó a su hijo con vida, pese al decreto del faraón; y un segundo paso cuando puso a su hijo en una canasta entre los juncos del Nilo. Ella lo hizo sin saber que al hacerlo estaba salvando la vida del hombre que más tarde salvaría a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Ella no lo sabía en ese momento, y quizá no lo supo nunca, pues debe haber muerto antes de que Moisés empezara a cumplir su misión, ya que no se le menciona. Dios no le dijo: Este niño va a ser un gran líder y profeta. No le dijo eso. Ella actuó en fe, sabiendo que Dios cumpliría su propósito, cualquiera que éste fuera.

Cuando nosotros damos un paso de fe no sabemos qué es lo que Dios va a hacer con ese acto de confianza en Él, con el que quizá arriesgamos nuestra comodidad, o hasta nuestra vida. No sabemos qué es lo que va a hacer Dios. Por eso es que hay que obedecerle siempre, aunque nos cueste, porque Dios usará nuestra fe y nuestra obediencia para sus propósitos. Si por miedo, o por timidez, dejamos de hacer lo que Dios espera de nosotros, frustramos sus planes para nuestras vidas, ¿y quién sabe?, también para las vidas de otros a quienes nosotros hubiéramos podido bendecir.

Es bueno que veamos brevemente lo que la tipología nos revela en este episodio, esto es, cómo los personajes y acontecimientos del Antiguo Testamento prefiguran y anuncian a los personajes y acontecimientos del Nuevo. Moisés es un "tipo" de Jesús, porque salvó al pueblo de Dios de la esclavitud de Egipto, así como Jesús lo salvará más tarde de la esclavitud del pecado.

Retrocediendo en el tiempo la arquilla nos hace pensar en el arca que Noé construyó por orden de Dios, y en la que hizo entrar a los suyos cuando comenzó el diluvio (Gn 6:14). Ambas, el arca y la arquilla, fueron calafateadas por dentro y por fuera, para hacerlas impermeables al agua. En una se salvaron Noé y su familia, es decir, un pequeño remanente de la humanidad que sobrevivió al diluvio, y que salvó al género humano de la extinción; en la otra se salvó del agua un niño que había de salvar a su pueblo. Esa arca y esa arquilla son símbolo de la iglesia en la que se salvan todos los entran en ella, es decir, los escogidos.

A su vez, la madre de Moisés, que no tuvo miedo del decreto del faraón, pese a que su osadía pudo haberle costado la vida, es figura de María, la madre de Jesús, que aceptó tener un hijo no estando casada, no teniendo miedo de la deshonra que caería sobre ella por esa causa, ni del desprecio de su novio, ni de las piedras que lapidaban a las desposadas acusadas de adulterio.

Así como Dios confió a Jocabed al futuro salvador de Israel en la carne, así Dios confió a María al futuro Salvador del Israel de Dios (Gal 6:16). Así como Jocabed y Amram salvaron a Moisés del faraón que quería matarlo, así también María y José salvaron a Jesús del rey Herodes que quería acabar con su vida.

Un pequeño detalle en la historia del pueblo hebreo que narra el 2do libro de Reyes, nos hace ver la importancia que puede tener una madre. Cada vez que ese libro menciona el nombre de uno de los reyes buenos que tuvo el reino de Judá, menciona también el nombre de su madre. En cambio cuando habla de los reyes idólatras que hubo en el reino de Samaria no menciona el nombre de la madre. ¿Qué nos está diciendo eso? La gran influencia espiritual que la madre tiene sobre sus hijos, para que más tarde sean fieles a Dios, o para que vuelvan a Él algún día, si acaso por un tiempo se desviaron.

La madre tiene en sus manos el destino de los hijos que lleva en el seno, porque lo que la madre encinta piense, contribuye a formar el corazón de la criatura que está en su vientre. Lo que la madre siente, piensa y ora –o deja de orar- tiene una enorme influencia en la futura personalidad y en el carácter del niño. Si ella se la pasa viendo cosas frívolas en la televisión, está formando el corazón de su criatura con esas cosas vanas. En cambio, ella puede formar a la criatura ya nacida enseñándole a amar a Dios y a orar; enseñándole a juntar sus manitas para dirigirse a Papá Dios. ¿Saben ustedes que las oraciones de los niños son muy poderosas? Lo son en la medida en que sean inocentes. ¡Oh, cuidemos la inocencia de los niños!

Suele decirse que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Esa puede ser su esposa, claro está. Pero también puede haber sido su madre.
Muchos de los grandes héroes de la fe de la historia del cristianismo tuvieron una madre creyente que les enseñó a amar a Dios y a orar desde pequeños. Esa es una de las benditas funciones de las madres: Enseñar a sus hijos desde pequeños a amar a Dios y a orar (Véase 2Tm 1:5).

¡Cómo no hemos de alabar a Dios y a glorificarlo por tales madres que cumplen fielmente el propósito de Dios para con sus hijos! ¡Sean benditas con todas las bendiciones del cielo las madres que así lo hagan!

Yo quiero pronunciar bendición sobre las madres y las abuelas que están acá, para que no tengan temor de cumplir el propósito por el cual fueron llamadas por Dios, y que sean concientes de que Dios bendijo sus vientres cuando concibieron un hijo o una hija, y que bendecirá la vida de ese fruto de sus entrañas si se ponen de rodillas con frecuencia para orar por esa criatura.

Algún día Él va a hacer maravillas en esa vida que quizá alguna vez se descarrió, pero que, en su momento, como el hijo pródigo, retornará a la casa del Padre que lo espera.

¿Están dispuestas a creerlo?

Gracias te damos, Señor, por todas las madres que acogen a los hijos que tú les mandas sin tratar de impedir que nazcan; que los reciben como un don tuyo, Señor; que están dispuestas a tenerlos, y luego a criarlos, y a darles de mamar, y a alimentarlos con su propia sustancia, pese al sacrificio que para ellas eso representa; que están dispuestas a criarlos en el temor de ti, a fin de que un día sean varones y varonas que te obedezcan y te sirvan, de modo que este país, Señor, pueda ser bendecido abundantemente por tu gracia.

NB. Este artículo y el precedente están basados en la transcripción de una charla dada en el Ministerio de la Edad de Oro de la CCAV, anticipándose a la celebración del Día de la Madre, la cual estuvo a su vez basada en un artículo sobre Jocabed, publicado el 2001, y vuelto a publicar en mayo del 2009.

#677 (15.05.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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