viernes, 2 de octubre de 2009

¿QUÉ ES EL JUDAÍSMO? III

Según la Agadá la Torá contiene 613 mitzvot, 248 positivos (uno por cada hueso del cuerpo humano, según la nomenclatura aristotélica) y 365 negativos (uno por cada día del año). Los diez mandamientos del Decálogo no ocupan ninguna posición privilegiada dentro del conjunto de los mitzvot. Dios es igualmente severo en su exigencia del cumplimiento de cada uno de los 613 mitzvot. (1) No existe acuerdo unánime sobre cuáles sean los 613 mandamientos, pues se han confeccionado varias listas diferentes, pero la que proporciona Moimónides en su Mishné Torá es la más conocida. (2)

Como los mitzvot son muy generales se requiere de mucha interpretación para saber exactamente cómo observarlos. Por ejemplo, la Torá dice que no se debe trabajar en sábado (“Seis días trabajarás y harás toda tu obra (melajá en hebreo), mas el sétimo día es reposo para Jehová tu Dios”, Ex 20:9,10. Nota 3). Pero ¿cómo saber en qué consiste exactamente trabajar en la práctica? Hay cosas que son trabajo y otras que no lo son. En muchos casos la distinción es sutil. En muchos otros, sin embargo, la distinción puede ser arbitraria.

Para facilitar el cumplimiento del mandamiento los rabinos establecieron en la Mishná -de la que hablaremos en el siguiente articulo- 39 órdenes de actividades o trabajos (melajot, plural de melajá) que caen dentro de la prohibición del descanso sabático. A su vez, para cada uno de ellos establecieron 39 reglas. En consecuencia el conjunto de reglas sobre el descanso que hay que observar es 39 x 39, es decir, 1521. Con razón los rabinos dicen que se requiere de mucho estudio para poder observar correctamente el sábado. Los 39 melajot prohibidos en sábado en su mayoría están relacionados con la construcción del tabernáculo en el desierto, que después de la creación del universo (Gn 2:2) es la obra por antonomasia: “Y vio Moisés toda la obra (melajá), y he aquí que habían hecho como Jehová había mandado; y los bendijo”. (Ex 39:43) Están prohibidas no porque en sí mismas sean malas sino por respeto al sábado en que se descansa. (4)

Buen número de los desencuentros que Jesús tuvo con los fariseos giraba, como bien sabemos, en torno de lo que se podía o no hacer en sábado. Una vez, teniendo delante un hombre que tenía la mano seca, Jesús les preguntó si era lícito hacer el bien o hacer el mal en día de reposo. Esto es, les estaba retando a que le dijeran qué norma específica había al respecto. Como no le contestaron Él sanó al hombre. En ese día los fariseos se confabularon con los herodianos para perderlo (Mr 3:1-6; Lc 6:6-11). Segun Joseph Klausner (autor de la primera biografia de Jesús escrita por un erudito judio, publicada en 1922) la indignación de los fariseos ante el hecho de que Jesús sanara al hombre se debió a que, si bien las reglas sobre el sábado podían ser violadas cuando se trataba de salvar una vida, Jesús sanaba en día de reposo cualquiera que fuera la naturaleza de la enfermedad, es decir, como en este caso, aún cuando no hubiera peligro de muerte.

En otra ocasión, cuando los fariseos le reprocharon que sus discípulos arrancaran espigas en sábado, Él les recordó el episodio en que David y sus hombres, teniendo hambre, comieron los panes de la preposición que estaban reservados para los sacerdotes del templo (1Sm 21:1-6; c.f. Lv 24:5-9), y les dijo: “El día de reposo (sábado) está hecho para el hombre, no el hombre para el día de reposo”, (5) concluyendo: “el Hijo del Hombre es aun señor del día de reposo” (Mr 2:23-28. Véase el mismo episodio en Lc 6:5).

Recuérdese también el episodio en que Jesús sana al paralítico de Bethesda en día sábado, y le ordena que se lleve el lecho en que había estado acostado. Los judíos, dice Juan, (es decir, los escribas y fariseos) le reprochan al hombre que cargue su lecho en día de reposo en que –según la tradición- está prohibido cargar objeto alguno. Pero él se defiende diciendo que el que lo sanó le dijo que cargara el lecho (Jn 5:5-13). Cuando Jesús más adelante discute con ellos, Él les dice: “Si vosotros permitís que se circuncide en día de reposo (en que, en principio, no debe hacerse obra alguna) para no violar la ley de Moisés (que manda circuncidar a todo varoncito al octavo día del nacimiento), ¿Por qué os enojáis conmigo si sano completamente a un hombre en día de reposo?” (Jn 7:23). Es decir, si se puede violar el sábado por lo menor (circuncidar no es un asunto de vida o muerte), ¿por qué no se puede violarlo por lo mayor (la salud de un hombre que ha estado 38 años paralítico)?

No obstante, es un hecho que Jesús reconocía, en términos prácticos, la existencia, si no la validez, de las normas de la tradición oral sobre el descanso sabático. Eso lo muestra el hecho de que en el discurso del Monte de los Olivos, al hablar de la huida de Jerusalén en el día de la Gran Tribulación, Él les diga: “Orad porque vuestra huida no tenga lugar en día de reposo”, (Mt 24:20) porque debido a la limitación de distancia que se podía caminar en sábado fuera de la ciudad, no podrían ir muy lejos. Al pronunciar esa frase Él no estaba aprobando tácitamente esa regulación, sino simplemente reconociendo la realidad de su existencia, porque los creyentes judíos que eran celosos observantes de la ley, al huir se sentirían constreñidos por ella (Véase Hch 21:20).

Nótese al respecto que el libro del Éxodo dice sobre el sábado: "Quédese cada uno en su lugar y que nadie salga de su lugar el séptimo dia." (16:29). En el desierto era fácil cumplir con esa norma, pues se entendía que nadie debía salir de su tienda. Pero una vez establecidos en la Tierra Prometida, y habitando en ciudades, había que adaptar esa norma a las nuevas circunstancias. ¿Qué significaba salir de su lugar? ¿Salir de la propia vivienda? ¿Salir del poblado, o de la ciudad? De ahí provienen las sumamente complejas normas acerca de los desplazamientos permitidos en día sábado y las distinciones entre el dominio privado y el dominio publico.

En el libro de los Hechos podemos también detectar la huella de esas tradiciones orales sobre el sábado. En el primer capítulo leemos que después de contemplar la ascensión del Señor a los cielos, los discípulos regresaron del monte del Olivar, que está cerca de Jerusalén "camino de un día de reposo" (Hch 1:12), distancia que según la especificación legal desarrollada por los rabinos (“eruv tejumin”), no debía superar los dos mil codos, o sea, 900 metros (6). Esa alusión nos muestra que los apóstoles, como buenos judíos que eran, guardaban las normas concretas provenientes de las tradiciones de los mayores sobre el trecho que era lícito caminar en día sábado. (7)

Para tener una idea de hasta qué punto los judíos piadosos consideraban sagradas las regulaciones relativas al descanso sabático, puede mencionarse el episodio que figura en el primer libro de los Macabeos, donde un grupo de patriotas con sus familias y ganados, guiados por Matatías, se refugiaron en las cuevas del desierto, al otro lado del Jordán, para no verse obligados a sacrificar a los ídolos. Alcanzados por las tropas de Antíoco Epífanes en día sábado, se abstuvieron de defenderse para no violar el día de reposo, y fueron todos muertos. (1Mac 2: 29-38). Ese episodio dio lugar a que posteriormente se estableciera una regla permitiendo no atacar pero sí defenderse para salvar la vida en día de reposo, porque “la Torá ha sido dada para que vivan por ella, no para que mueran por ella”, según un famoso rabino. Esa regla es el primer ejemplo que registra la historia de una norma interpretativa de la Torá escrita.

El hecho es que el sábado vino a ocupar en el judaísmo un lugar central, como reza una oración sabatina: “Los que guardan el sábado y lo llaman un deleite, se regocijarán en tu reino.” El sábado es la más importante de todas las fiestas, salvo el Día de Expiación, el Yom Kippur. Sus regulaciones deben ser observadas con alegría, no como una carga. Gozarse en el descanso y en la adoración sabatina constituye una obligación que los judíos llaman oneg shabat. Para preservar la santidad del descanso sabático, que comienza al atardecer del día viernes, es esencial preparar la víspera los alimentos que se van a consumir el sábado (Ex 16:23), al que se da la bienvenida alumbrando en la casa varias velas antes del atardecer, para celebrar, caída la noche, una cena festiva en la que la mesa es arreglada con el mantel y los cubiertos más costosos que posea la familia.

Hay otra oración litúrgica que dice: “Tú no diste el sábado a las naciones de la tierra, ni lo diste como herencia a los idólatras, ni en su descanso hallarán un lugar los injustos. Pero a Israel tu pueblo lo diste en amor, a la simiente de Jacob que habías escogido, al pueblo que santifica el día sábado…”. El escritor judio Asher Ginsburg del siglo pasado expresa muy bien el lugar central que ocupa el sétimo día en la religión y en la vida judía, al decir: “Más que haber guardado el sábado, el sábado ha guardado a Israel.”

Desde otro punto de vista el día sábado representa el mundo venidero (Olam Ha Ba) en el que no se trabaja y se goza de paz, mientras que los seis días previos, en que sí se trabaja, representan la vida dura y llena de penuria del mundo presente (Olam ha zé). Alternativamente el sábado recuerda la creación del mundo, al terminar la cual Dios descansó (Gn 2:2; Ex 20:11).

Aunque los romanos tildaban a los judíos de ociosos porque se abstenían de trabajar un día a la semana, no cabe duda de que guardar un día de descanso semanal para dedicarlo al Señor, es un principio eterno, y es uno de los grandes aportes del judaísmo a la humanidad. Aunque Pablo reproche a los Gálatas que guarden “los días, los meses, los tiempos y los años,” criticando que se sujetaran a las leyes rituales ya caducas que no los obligaban (Gal 4:10), la iglesia no desechó la noción del sábado sino que trasladó muy pronto el descanso semanal al “día del Señor”, esto es, al domingo, del sétimo día de la semana al primero, en recuerdo de la resurrección de Jesús, e hizo del reposo en ese día una obligación. Es un hecho que la vitalidad cristiana de una localidad, o de una nación, se manifiesta en la seriedad con que la población guarda ese día de reposo, absteniéndose de trabajar y asistiendo al templo.

Notas: 1. De ahí viene posiblemente la noción prevaleciente en algunos círculos protestantes de que todos los pecados son igualmente graves.
2. En la página web
www.jewfaq.org/613.htm puede encontrarse una lista completa ordenada de los mandamientos por materias. Además de los mitzvot provenientes de la Torá (mitzvot d’oraita) el judaísmo reconoce la existencia de otros mandamientos promulgados por los rabinos (mitzvot de rabbanan) que son tan obligatorios como los contenidos en la Torá, aunque si hubiera un conflicto entre dos preceptos de una y otra clase, los primeros tienen precedencia. Los mitzvot de rabbanan se dividen en tres categorías: gezeriah, takkanah y minhag. La primera comprende lo que generalmente es referido como “la valla alrededor de la Torá”, de la que se hablará más adelante: leyes dadas para prevenir que por accidente se pueda violar una mitvá. La segunda incluye reglas dadas para el bienestar público, y que varían según las regiones. La tercera comprende las costumbres que por la práctica continuada se han vuelto obligatorias.
3. La palabra malajá aparece por primera vez en el relato de la creación: “Y acabó Dios en el sétimo día la obra (melajá) que hizo…” (Gn 2:2). Melajá puede traducirse como servicio, empleo (pero no servil), obra, labor, oficio, negocio, etc. Se refiere al trabajo experto que requiere de una habilidad específica, y a las bendiciones o frutos que se derivan de él, en contraste con el trabajo pesado, penoso, que se designa con las palabras amal o sagá.
4. La adaptación de las normas sobre los melajot prohibidos a la vida moderna es compleja. Por ejemplo, está prohibido prender un fuego (Ex 35:3. C.f. Ex 16:23). En consecuencia está prohibido manejar un auto porque usa un motor de combustión interna. Por el mismo motivo está prohibido prender una bombilla o una cocina eléctrica. Se comprende que el judaísmo liberal moderno sostenga que el judío debe cumplir sólo aquellas normas a las que su conciencia lo obligue.
5. El Talmud atribuye una frase similar a un discípulo de Akiva, Simeón ben Menassia, que vivió un siglo después de Jesús: “El sábado fue dado en tu mano, pero tú no fuiste dado en su mano.” Esa frase puede ser un eco de las palabras de Jesús.
6. La distancia de 2000 codos parece tener su origen en la orden dada por Josué cuando llegó el momento en que el pueblo de Israel debía atravesar el Jordán para entrar en la Tierra Prometida. Josué ordenó que el pueblo siguiera al arca que cargaban los sacerdotes a una “distancia como de dos mil codos” (Js 3:4).
7. Los rabinos desarrollaron un procedimiento legal, llamado eruv, para facilitar la observancia del sábado, atemperando las restricciones a los desplazamientos que prohíben cargar un objeto cualquiera, incluso minúsculo, en un “dominio público”. Existen varias clases de eruvim (de dominios, de platos cocinados, de fronteras) y no puede negarse que algunas de sus disposiciones son artificiosas. Por ejemplo, es posible formar un “dominio privado” común constituido por varias viviendas, construyendo en derredor de ellas una valla simbólica formada por postes de por los menos 40 cm, unidos por una soga o alambre. De esa manera se vuelve lícito caminar o cargar objetos en día sábado dentro del espacio resultante. ¿Cuál es el origen de la prohibición de llevar alguna carga en día sábado? El Decálogo en Éxodo y Deuteronomio sólo prohíbe trabajar, aunque podría relacionarse el hecho de cargar objetos con la actividad comercial, que sí constituye trabajo. Pero el llevar cargas y meterlas por las puertas de Jerusalén forma parte de las actividades denunciadas por Jeremías en relación con el sábado (Jr 17:21,22,24,27). Se trata de una interpretación especial de la prohibición mosaica que debe haberse producido en algún momento, que adquirió mayor relevancia después del retorno del exilio. En el último capítulo de su libro Nehemías toma severas medidas contra los que introducen cargas sobre acémilas por las puertas de Jerusalén para vender su mercadería en día de reposo, sean judíos o extranjeros (Nh 13:15-21).

El Caso Dreyfus y el Estado de Israel. En su libro “The Proud Tower” la escritora judía norteamericana Bárbara Tuchman hace una vívida descripción del conflicto suscitado por el “affaire Dreyfus” a fines del siglo XIX, en el que un sector de la sociedad francesa se enfrentó apasionadamente contra otro, al punto de que se temió que pudiera producirse un golpe de estado. El capitán Alfredo Dreyfus, alsaciano de origen judío, fue acusado y condenado injustamente en 1894 --sobre la base de pruebas fraguadas y en un juicio realizado a puertas cerradas- de haber vendido información militar secreta al Estado Mayor alemán.

Teodoro Herzl, un joven y frívolo escritor judío austriaco, asimilado a la sociedad burguesa europea e indiferente a sus raíces, fue enviado a Paris por un diario vienés para cubrir el juicio y se quedó anonadado ante la ola de violento antisemitismo que agitaba Francia.

El impacto del odio que percibió le hizo tomar conciencia de su identidad judía y le hizo comprender que su pueblo no se encontraría seguro en ninguna parte del mundo mientras no contara con un país soberano que pudiera llamar propio. En 1896 publicó sus ideas en un libro titulado “Der Judenstaat” (“El Estado Judío”) que sacudió la conciencia de muchos judíos. El año siguiente se celebró en Basilea el primer Congreso Sionista, en el que se inició el movimiento que culminaría en 1948 con el establecimiento del Estado de Israel.

El sacrificio de Dreyfus fue el detonante que se necesitaba para iniciar el movimiento masivo que llevaría de nuevo al pueblo de Israel a su tierra. Como en muchos casos semejantes, él fue la víctima necesaria escogida por la Providencia para llevar a cabo sus propósitos. Puede decirse sin exagerar que sin Dreyfus no habría quizá hoy un estado judío independiente.

Es una marca irónica del destino del pueblo elegido que a pesar de haberse establecido como país soberano, democrático y moderno, en la tierra prometida a sus antepasados, los judíos sigan estando amenazados, esta vez por los pueblos musulmanes vecinos, que han jurado expulsarlos al mar.

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