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miércoles, 18 de mayo de 2016

LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA REVELACION DE JESUCRISTO II
Un Comentario en dos partes de Apocalipsis 1:1-8
En el artículo anterior comentamos el texto del primer capítulo hasta el versículo 5a, donde hay un corte natural. Continuamos el comentario a partir de ese punto, en que debería comenzar el vers. 6 abarcando la doxología entera.

5b, 6. "Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre (Nota 1); a Él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén".
Este texto es una doxología en honor de Jesús, en la que vemos una vez más una estructura triple: Nos amó, nos lavó, nos hizo. Aquí hay una progresión:
1) Nos amó (2). Su amor por nosotros lo impulsó a venir a la tierra a redimirnos;
2) Ese amor lo llevó a derramar su sangre que lava todos nuestros pecados;
3) No contento con esto, una vez limpios, nos exaltó a la condición de reyes y sacerdotes para su Padre (Véase Ap 5:10). Esto equivale a decir que nos ha elevado a la posición más alta en la tierra, tanto en el campo de las dignidades humanas y de gobierno, como en el campo religioso.

Esta frase de Apocalipsis es una alusión a la promesa que Dios hizo al pueblo hebreo en el Sinaí: que, si le obedecen, todos constituirían un real sacerdocio para Él (Ex 19:6), es decir, todos ellos formarían un reino sacerdotal santo.

El Nuevo Testamento, en 1a P 2:9, transfiere esta promesa a los creyentes en Cristo, esto es, a la iglesia, la cual es heredera de todas la promesas hechas al Israel en la carne, y es, en verdad, el nuevo Israel de Dios (compárese 1Cor 10:18 con Gal 6:16). Si el Israel según la carne se sentía orgulloso de ser el pueblo elegido de Dios, ¿cuánto más debemos nosotros gloriarnos de haber sido elegidos para ser redimidos mediante la sangre derramada del Cordero? A Él pues, tres veces nombrado, sea la gloria y el imperio para siempre (3). Notemos respecto de este corto himno cómo antes de proseguir con la declaración de las cosas que le han sido reveladas, el apóstol descarga la emoción que lo embarga en palabras emocionadas de agradecimiento y alabanza por lo que Dios ha hecho por nosotros.

¿Qué quiere decir esta gloria y este imperio? La palabra "gloria" (doxa) es uno de los términos más multifacéticos del Nuevo Testamento, pues asume diversos significados según el contexto y según quiénes sean los autores. Esos significados son peculiares al mensaje cristiano. Según el diccionario "gloria" significa: opinión que otros tienen de uno, estima, honor, majestad, dignidad, reputación, renombre, brillo, luminiscencia, esplendor, felicidad, cielo, cercanía a Dios, etc.

Bastará citar algunos pocos ejemplos para tener una idea de la riqueza de contenido que tiene esta palabra en el Nuevo Testamento, como por ejemplo, la gloria luminosa de Dios enviada a los pastores de Belén (Lc 2:9); el cuerpo de gloria, semejante al de Jesús que tendremos en el cielo (Flp 3:21); la gloria inherente al Verbo como reflejo de la del Padre (Hb 1:3), etc.

7a. "He aquí que viene con las nubes y todo ojo le verá,"
Estas palabras parecen inspiradas en una visión de Daniel: "Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre..." (Dn 7:13), palabras que Jesús, antes de su pasión, citó anunciando su retorno "sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria." (Mt 24:30), y que Él repitió cuando era juzgado por el Sanedrín, provocando la reacción airada del sumo sacerdote (Mt 26:64). Este anuncio será repetido después de su ascensión por los ángeles que hablan a los apóstoles (Hch 1:9-11).

Él viene aunque nunca estuvo ausente, pues siempre ha estado con nosotros, tal como Él prometió: "He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo." (Mt 28:20b). Pero viene ahora de una manera corporal poderosa, para afirmar visiblemente su soberanía y su dominio.

El retorno de Jesús a la tierra será una especie de fenómeno cósmico, porque la señal del Hijo del Hombre será vista en el cielo en todo el orbe terráqueo a la vez, algo que sólo mediante un milagro extraordinario puede ocurrir (Mt 24:30).

Si bien la primera venida de Jesús fue en humildad, su segunda venida será en gloria y universalmente conocida. Entonces todos los seres humanos que estén vivos en ese momento lo reconocerán por lo que Él es: El Rey que viene a juzgar a los hombres.

Cuál sea la reacción de éstos dependerá de cuál fue la actitud que tuvieron respecto de Él antes de que vuelva, si creyeron en Él, le amaron y le obedecieron; o si se negaron a creer en Él, y vivieron de una forma que Él condena. En ese día a éstos últimos se les caerán las vendas de los ojos y reconocerán la realidad tal cual es, y lamentarán amargamente su ceguera, pero ya será tarde. Este será un día de terror y angustia para unos, y de alegría y de júbilo para otros. ¿En qué grupo quisiéramos nosotros estar si alcanzamos a estar vivos en ese día?

7b. "Y los que le traspasaron; y todos las tribus de la tierra harán lamentación por Él. Sí, amén."
Habrá un grupo en particular que contemplará su regreso atribulado: el pueblo judío, cuyas autoridades lo condenaron a muerte y lo hicieron crucificar. Según la profecía de Zc 12:10 ellos llorarán amargamente arrepentidos de lo que hicieron sus antepasados, pero también lo harán sus descendientes, que a lo largo de los siglos mayoritariamente rechazaron a Jesús, y se negaron obstinadamente a reconocerlo como su Salvador. Sin embargo, como anuncia Pablo en Romanos 11, con ocasión de su regreso un gran número de ellos creerán en Él y se alegrará.

"Los que le traspasaron..." Juan es el único evangelista que registra el episodio del soldado que clavó su lanza en el costado de Jesús muerto (Jn 19:33-37), recordando la profecía de Zacarías. Pero cuando Jesús vuelva no sólo se lamentarán los que le crucificaron entonces, sino lo harán también todos los que en su vida diaria lo crucifican de nuevo con su incredulidad e indiferencia, y con sus incontables pecados.

8. "Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso."
Con este versículo culmina la introducción al libro. Este versículo es un compendio que expresa la supremacía de Dios sobre todas las cosas y su dominio sobre la creación (cf Am 4:13).

El alfa y la omega son la primera y la última letra del alfabeto griego. Lo que Jesús quiere decir al nombrarlas está implícito en la frase siguiente: el principio y el fin, no en un sentido temporal, sino en uno causal o, si se prefiere, ontológico, referido al ser. En Is 44:6 leemos: "Yo soy el primero, yo soy el postrero y fuera de mí no hay Dios." (cf 48:12)

Dios es el origen del universo, de todas las cosas; y, a la vez, el fin hacia el cual todo converge, la meta final. Nada escapa a su dominio, todo lo tiene en sus manos. Todo lo que existe le debe su existencia a Él, existe en función de Él y para Él. Pablo lo expresa de la siguiente manera: "Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas" (Rm 11:36).

Él es también el principio de nuestra existencia, pues a Él le debemos la vida; y su fin, pues a Él volveremos al término de nuestros días.

Para subrayar lo que quiere decir, el Señor reitera su eternidad (cf vers.4): el que es ahora en el presente, el que fue en el pasado, y ha de manifestar su soberanía en el futuro. Su existencia abarca el ámbito completo de la eternidad, sin comienzo ni fin.

La frase "el que ha de venir" tiene un significado especial unido al nombre de Todopoderoso. No sólo sigue existiendo ahora, sino que en el futuro ha de venir a mostrar de manera innegable que Él es el Soberano del universo, instaurando su justicia, y restaurando todo como al principio.

La palabra griega "pantokratos"  que se traduce como Omnipotente o Todopoderoso, está formada por dos palabras: "panta", que quiere decir "todo", y "kratos": fuerza, poder. Pantokratos es el nombre de Dios y de Cristo al que la liturgia y la teología oriental dan una importancia especial.

La Septuaginta usa la palabra pantokratos para traducir del hebreo dos nombres divinos, "sabaot” (Jehová sabaot = Señor de los Ejércitos) y "El shaddai” (Todopoderoso). Vale la pena notar al respecto que este versículo adorna la cúpula central de casi todas las iglesias ortodoxas en el mundo entero.

El padre de la iglesia, Agustín, refiriéndose a los apóstoles Pedro y Pablo, escribe algunas palabras que tocan a este versículo y que vale la pena citar: "Fue despreciando al mundo como ellos adquirieron renombre en el mundo. Pedro fue el primero de los apóstoles, y Pablo fue el último. El primero y el último fueron traídos a un mismo día por el martirio sufrido por el Primero y el Último, por Cristo. A fin de entender lo que acabo de decir, tornen sus mentes al Alfa y al Omega. El Señor mismo dice claramente en Apocalipsis: "Yo soy el Alfa y la Omega, el primero -antes de quien no hay nadie- y el último" –después de quien no hay nadie. Él precede a todas las cosas y pone término a todas las cosas. ¿Quieres contemplarlo como el primero? "Todas las cosas fueron hechas por Él." (Jn 1:3). ¿Quieres verlo como el último? "Porque Cristo es el fin de la ley para justicia de todo aquel que cree." (Rm 10:4). Para que tú pudieras vivir en un momento determinado del tiempo, tú lo tuviste como tu Creador. Para que tú puedas vivir para siempre como esperas, tú lo tienes como tu Redentor."

Notas: 1. Esta frase, según los mejores manuscritos, debería traducirse: "nos hizo un reino de sacerdotes...".
2. La mayoría de los manuscritos ponen el verbo en presente, "nos ama", (presente continuo) indicando con ello que Él nos sigue amando.
3. En una nota al final del artículo anterior del mismo título hablé de la importancia del número tres en los primeros versículos de este capítulo. Pero aun mayor importancia asume en todo el libro el número siete, que para los judíos era símbolo de totalidad, de perfección, de excelencia, de estar completo, lo cual,  interesantemente, se nota en el hecho de que aparezca cincuentaidos veces en todo el libro, una por cada semana del año. Así por ejemplo en el libro hay siete visiones, que figuran respectivamente en los capítulos 1,5,8,12,15,17 y 21; y además siete ángeles y siete trompetas, siete plagas y siete copas, siete espíritus y siete lámparas, siete cuernos, siete ojos, siete estrellas, siete montañas, siete reyes.
El número cuatro, característico de la tierra (cuatro estaciones, cuatro puntos cardinales), aparece cuatro veces: Cuatro seres vivientes (4:6-8); cuatro jinetes montados sobre caballos (6:1-8); cuatro ángeles y cuatro vientos de la tierra (7:1).
Otro número que asume importancia es el número seis, es decir, siete menos uno, símbolo de imperfección, que figura tres veces en el número 666, y representa la imperfección absoluta. Como ya se explicó en el artículo anterior, ese número, que es la cifra de la bestia (13:18), corresponde, con toda probabilidad, al emperador Nerón.
También es muy importante el número doce: doce cimientos (21:14), y doce puertas (21:21); así como son importantes los múltiplos de doce: los venticuatro ancianos (12 x 2), los 144,000 siervos de Dios (12 x 12 x 1000), 12,000 por cada tribu de Israel. La longitud, la anchura y la altura de la Nueva Jerusalén miden 12,000 estadios cada una, y el muro, 12,000 codos (21:16,17).

Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a i r a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y s in merecerlo. Yo  quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

Advertencia. Frente a la promoción masiva del uso de tarjetas de crédito actualmente en curso quisiera recordar u n principio de sentido común básico: El que quiere ser rico, ahorra; el que quiere ser pobre, se endeuda.
Salvo que se use de una manera muy controlada y con pleno conocimiento de los cargos que genera, el beneficio transitorio que proporciona el uso de tarjetas de crédito es engañoso, porque después viene el implacable verdugo de las elevadas tasas de intereses, y de cargos no previstos, que se comen los ingresos, y el pobre deudor termina siendo siervo de su acreedor (Pr 22:7). Pablo advirtió: "No debáis nada a nadie, salvo el amor mutuo." (Rm 13:8).


#894 (16.08.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel  4227218. Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

martes, 10 de mayo de 2016

LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO I
Un Comentario en dos partes de Apocalipsis 1:1-8


Introducción. El nombre del libro es una transliteración de la palabra griega apokalupsis, que viene del verbo apokalupto, que significa "quitar lo que cubre o esconde" (de la preposición apo (fuera), y de la palabra kalupto (cobertura). Traducida generalmente en español como "manifestación" la palabra apokalupsis designa en las epístolas a la segunda venida de Cristo (como, por ejemplo, en 1Cor 1:7, 2Ts 1:7, y 1P 1:7,13), aunque también en un caso se refiere a la aparición en los últimos tiempos del hombre inicuo que viene armado de poder satánico (2Ts 2:8,9).
Este libro levanta el velo que cubría verdades ocultas que de otro modo permanecerían ignoradas. La intención del libro está en sintonía con el propósito de toda la Biblia, que no es otro sino revelar a Dios, su amor, su voluntad, sus designios, que permanecerían ignorados de los hombres si Él no se hubiera revelado a sí mismo.
Como bien explica J.S. Russell en su tratado "The Parousia", el libro de Apocalipsis es la expansión alegórica de la profecía dicha por Jesús en el monte de los Olivos, según puede verse comparando el versículo Mt 24:30:
"Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; (a) y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, (b) y verán al Hijo del Hombre (c) viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria.", con Ap 1:7:
"(c) He aquí que viene con las nubes, (b) y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; (a) y todos los linajes de la tierra harán lamentación por Él."
La diferencia entre ambas profecías es que la primera fue pronunciada en pleno día y estaba  dirigida al oído; mientras que la segunda es una visión, contemplada en estado estático (Ap 1:10), y está dirigida al ojo.
Notemos, dice A.R. Fausset, que los evangelios hablan de la primera venida de Cristo; Hechos habla de su venida en el Espíritu Santo; las epístolas constituyen un comentario de lo anterior, mientras que Apocalipsis habla de su segunda venida en triunfo y de los acontecimientos que la preceden.
Sin embargo hay quienes, sostienen con argumentos válidos, que el objeto principal de la  revelación, o tema del libro, es Jesucristo mismo, no los sucesos futuros, pese a que al comienzo del libro se diga que su propósito es anunciar las cosas que han de suceder pronto (1:1). Es cierto que Jesucristo aparece constantemente como centro de atención. Véase, para comenzar, su figura exaltada en 1:12-16. En 5:5 se le presenta como el león de la tribu de Judá, y enseguida como Cordero inmolado, digno de toda alabanza (v. 6-13). Más adelante aparece como el triunfante jinete del caballo blanco (6:2), vestido con ropas teñidas de sangre, cuyo nombre es el "Verbo de Dios", y también "Rey de Reyes y Señor de Señores" (19:11- 16). Antes ha aparecido como "Hijo del Hombre" sentado sobre una nube blanca, con una corona de oro en la cabeza (14:14). Al final se le ve como la raíz y el linaje de David, y la estrella resplandeciente de la mañana (22:16). El libro termina con la Nueva Jerusalén descendiendo del cielo como una esposa engalanada para unirse a su divino Esposo (caps 21 y 22). Eso no quita la validez de lo que el propio autor enuncia al comienzo como propósito principal del libro: Anunciar lo que "debe" (dei) suceder pronto, a fin de que sus lectores estén advertidos y preparados.
En opinión de la mayoría de los eruditos el libro fue escrito en la última década del primer siglo, en los años de la persecución decretada por el emperador Domiciano. Sin embargo -como señala J.D. Robinson- Juan no habría escrito que la voz del cielo le ordenó medir con una caña el templo de Jerusalén y el altar (Ap 11:1,2), si el templo no hubiera estado en ese momento todavía en pie. Como sabemos, el templo fue destruido por las tropas de Tito el año 70. Si esa orden tiene algún sentido, el libro debe haber sido escrito antes de esa fecha, en tiempos de Nerón.
Si se adopta este punto de vista la mayoría de las visiones proféticas de juicio contenidas en los capítulos 4 al 19 pueden ser fácilmente aplicables a los acontecimientos tumultuosos ocurridos antes del año 70: La primera persecución de los cristianos en Roma, ordenada por Nerón (64-68 DC), la desastrosa guerra de los judíos (67-70 DC), la muerte de Nerón (68 DC), la guerra civil romana (68-69 DC), y la destrucción de la ciudad santa y su templo, ya mencionadas. Si se acepta  la fecha de composición posterior, las visiones dejan de ser profecía, y se convierten en historia.
A ello se añade el hecho de que la cifra de la Bestia, 666, (Ap 13:18), es aplicable al nombre de Nerón Kaiser, si se le deletrea en el alfabeto hebreo, cuyos valores numéricos son: Nun=50, Dalet=200, Zayin=6; Nun=50, Qof=100, Samek=60, Dalet=200, que suman 666. Nerón fue, en efecto, un emperador particularmente desalmado y cruel, aún más que Domiciano.


1:1. "La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan".
Ésta es una revelación que hace Jesucristo, en tanto que Mediador, de cosas que han de suceder  pronto y que el Padre le ha comunicado para que Él las anuncie a sus siervos. Él las manifiesta por medio de un ángel a su siervo Juan para que él, a su vez, las transmita a sus consiervos en Cristo, que forman su iglesia. La palabra esémanen, que RV60 traduce aquí como "declaró", indica que la revelación le fue comunicada a Juan en parte mediante símbolos y señales, como se verá más  adelante.
De hecho la revelación de Jesucristo le viene a Juan por distintos medios: En Ap 1:11ss la  revelación la hace el mismo Jesús; en 7:13-17 es uno de los veinticuatro ancianos quien le habla a Juan; en 10:4 es una voz del cielo. Recién en 17:1ss es un ángel propiamente dicho, como también en 19:9,10.
2. "que ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas las cosas que ha visto."
Juan da testimonio de la palabra de Dios que ha recibido, es decir, de lo que Jesús le ha transmitido. El contenido de esta revelación, que él pone por escrito, comprende no sólo las palabras que Jesús le va a decir, sino también las cosas que va a ver. La palabra profética está constituida pues, en este caso, de un lado, por las palabras que él escuche, y de otro, por las visiones que tenga.
3. "Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas (Nota 1); porque el tiempo está cerca." (cf 22:10) (2)
Bienaventurado el que lea (en singular) esta profecía, y bienaventurados los que la escuchen (en plural) leer por otros; pero, sobre todo, los que no la oigan inútilmente, sino que guarden lo que la profecía manda y enseña.
Es interesante que se refiera a los que la lean en singular, y a los que la oigan en plural, lo que parece indicar que los que la oigan serían muchos más que los que la lean.
Eso apunta al hecho de que era difícil entonces obtener ejemplares de los libros sagrados -es decir, de los rollos- porque eran caros y muchos eran, por ese motivo, los que debían contentarse con sólo oír su contenido. Pero también supone que -siguiendo la costumbre de la sinagoga de leer pasajes de las Escrituras en sus reuniones (Nh 8:1-3; Lc 4:16,17; Hch 13:15; 15:21), el libro debía leerse en voz alta cuando se reunieran los cristianos en los días aciagos que precedieron a la primera persecución desatada por Nerón en los años 60, para fortalecerlos en su fe y consolarlos.
"Guardar" tiene aquí el sentido de observar, de cumplir, aunque también de recordar, de tener en cuenta lo que se anuncia, y está a punto de suceder. Hay un sentido de urgencia en esta revelación. En esta bienaventuranza hay un eco de las palabras de Jesús en Lc 10:28: “Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan."
El vers. 4 y la mitad del vers 5 contienen el saludo que Juan dirige a sus lectores, semejante al  saludo con que se iniciaban las cartas en esa época. Sólo que este libro no es una carta. El saludo termina -vers. 5b y 6- en una doxología o alabanza a Jesucristo, que veremos en el segundo artículo.
4. "Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono;"
Juan se dirige ahora a las siete iglesias situadas en la provincia proconsular de Asia (hoy día Turquía Occidental), a las que más adelante va a enviar cartas, y a las que saluda en la forma acostumbrada, deseándoles gracia y paz de parte de Jesucristo, (3) de quien se dice tres cosas. Primero, que es actualmente. Es decir que está tan vivo, o más, de lo que estaba cuando caminaba en la tierra; segundo, que era, es decir, que vivió como hombre cuando lo conocimos; y tercero, que va a venir según lo tiene anunciado (literalmente "que está viniendo"). Aquí se repite pues, una vez más, el anuncio de su segunda venida.
Desde otro punto de vista puede decirse que la expresión "el que es, y que era, y que ha de venir" describe la eterna inmutabilidad del Verbo, que era desde toda la eternidad, es actualmente, y existirá para siempre. O, según otros, que era en sus promesas antes de su encarnación; que es ahora Dios manifestado en carne; y que ha de venir como juez de vivos y muertos. (Mathew Poole).
Por último, véase que esta frase, que es susceptible de muchas y variadas interpretaciones, contiene una afirmación trinitaria: El que es (el Padre, Ex 3:14); el que era (el Hijo, Jn 1:1); y el que ha de venir (el Espíritu Santo, Hch 2 en Pentecostés).
En Apocalipsis aparece tres veces la mención de los siete espíritus que están delante del trono de Dios; que en los vers. 3:1 y 4:5 son llamados "espíritu de Dios". En el vers. 5:6 se habla de los siete ojos del cordero inmolado, que son los siete espíritus de Dios que son enviados por toda la tierra. Esto es muy intrigante porque son seres que no son mencionados en ningún otro lugar del Nuevo y Antiguo Testamento (salvo en Zc 4:10: "Estos siete son los ojos de Jehová que recorren toda la tierra.”) y no hay ninguna explicación acerca del papel que desempeñan. Se suele decir, sin embargo, que ellos simbolizan al Espíritu Santo que está presente y obra en todas partes, porque aluden a los siete dones del Espíritu según Is 11:2, de tal modo que en este versículo 4 y en el siguiente, aparece una vez, más sutilmente mencionada, la Trinidad, si se tiene en cuenta que "el que es" es el nombre de Dios Padre que Él se dio a sí mismo en Ex 3:14 ("Yo soy el que soy”).
Pero nótese que este nombre triple, que en cierta manera significa "el Eterno" (presente, pasado y futuro), no es aplicable únicamente a Dios Padre, porque en el vers. 8 esas palabras están en boca de Jesús ("dice el Señor") unidas a la frase "Yo soy el Alfa y la Omega", que comúnmente se refiere a Jesucristo, como también ocurre en 22:13 ("Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último"). Podemos pues decir que esta coincidencia nos habla de la unidad que existe entre el Padre y el Hijo. Lo que se dice de uno puede afirmarse del otro.
Sin embargo, parece obvio que en este caso las palabras "el que es, el que era y el que ha de venir", aunque sean también aplicables al Verbo, designan primariamente al Padre pues, como se ve enseguida, el saludo viene de Él y de Jesucristo, así como del Espíritu Santo, si es que efectivamente los siete espíritus que están delante del trono de Dios lo representan (Véase 3:1; 4:5; 5:6). (4)
Pero si así fuera ¿qué quiere decir que el Padre ha de venir? ¿En qué sentido viene Él al final de los tiempos? En el sentido de que Él preside y guía todos los acontecimientos de la historia y, con mayor motivo, lo que ocurrirá al final de los tiempos. De otro lado, Jesús mismo dijo: "Veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo." (Mt
26:64; cf I Ts 3:13; Jd 14)
Las siete cartas que contiene están dirigidas cada una a determinada iglesia, pero dado que se publican juntas, están en realidad destinadas a toda la Iglesia en su conjunto, es decir, al cuerpo de Cristo de ayer, hoy y siempre pues, como bien sabemos, siete es el número perfecto que simboliza plenitud. Son cartas intemporales. Visto de otro modo las siete iglesias representan a las iglesias locales de todos los tiempos. ¿Por qué ha escogido Juan a esas siete iglesias cuando había otras iglesias en la provincia romana de Asia que él sin duda conocía, y que figuran en el libro de los
Hechos, como Colosas, Hierápolis, o Troas? No sabemos, pero posiblemente es porque él estaba familiarizado con ellas (quizá él las había fundado), y esas iglesias demostraban tener las virtudes y fallas que él quería abordar.
5a. "y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra." (5)
Esta frase por sí sola nos da una idea de por qué este libro comienza con las palabras "la revelación de Jesucristo". Él es en realidad el personaje central de todo el libro. A Él se le dan aquí tres títulos:
1) "El testigo fiel", (es decir, el que da un fiel testimonio) de lo que su Padre le ha revelado para que lo transmita a los suyos. Él es testigo fiel ante los hombres de las verdades eternas. Nótese que de la palabra martur (que significa "testigo") viene nuestra palabra "mártir", que ha venido a significar "aquel que da su vida para dar testimonio de Jesucristo" (o eventualmente, por  extensión, por alguna causa noble). Pero Él es el primero que pagó con su vida el testimonio que dio de su Padre.
2) "El primogénito de entre los muertos", (cf Col 1:18) esto es, el primer hombre que haya resucitado para nunca más morir, y ser revestido de un cuerpo incorruptible de gloria en el cual también, como sabemos, se apareció a sus discípulos. Nótese que si bien Jesús resucitó a más de una persona, e igual hicieron sus discípulos, y antes que ellos, los profetas Elias y Elíseo, todos esos hombres que resucitaron (como Lázaro, por ejemplo) lo hicieron en sus cuerpos mortales, en el que más tarde volvieron a morir. Es decir, su resurrección no los hizo inmortales, sino  simplemente alargó el tiempo de su vida en la tierra. Jesús, en cambio, resucitó en un cuerpo glorioso inmortal, y en una dimensión diferente en la que la muerte no existe.
3) El título de "Soberano" apunta a su realeza divina. Jesús es el Rey que está por encima de todos los reyes, el "Rey de reyes y Señor de señores." (Ap 19:16; cf 1 Tm6:15).
Notas: 1. Hay siete bienaventuranzas en el libro de Apocalipsis: 1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7,14.
2. Son siete los lugares del Apocalipsis en que se afirma que lo que se anuncia va a suceder pronto: 1:3; 3:11;22:6,7,10,12,20. Esta afirmación está corroborada por las palabras dichas por Jesús al anunciar su segunda venida de que no pasaría esta generación antes de que todo lo predicho acontezca (Mt 24:34).
3. Como lo hace con frecuencia Pablo (Rm 1:7 1Cor 1:3; Flp 1:2, etc.), y también Pedro (2P 1:2).
4. En los otros lugares donde este nombre triple aparece, él se refiere inequívocamente a Dios Padre: 4:8; 11:17; 16:5. En esta última instancia sólo figuran los dos primeros componentes: "el que eres y que eras", omitiéndose el tercero.
5. Es interesante observar la presencia constante del número tres en los versículos introductorios del libro:
Vers. 2. Juan ha dado testimonio: 1) de la palabra de Dios; 2) del testimonio de Jesucristo; y 3) de las cosas que ha visto.
Vers. 3. Bienaventurado: 1) el que lee; 2) los que oyen; y 3) los que guardan.
Vers. 4. El nombre de Dios: 1) el que es; 2) el que era; 3) el que ha de venir.
Vers. 5a. Tres atributos de Jesucristo: 1) testigo fiel; 2) primogénito de entre los muertos; 3) soberano de los reyes de la tierra.
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
  “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#893 (09.08.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 25 de marzo de 2015

LA CONFESIÓN DE PEDRO

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA CONFESIÓN DE PEDRO I
Un Comentario de Mateo 16:13-17
13. “Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”
Después de haber advertido a sus discípulos acerca de las doctrinas falsas de los fariseos y saduceos, Jesús se fue con ellos a la zona cercana a Cesarea de Filipo, llamada así para distinguirla de la otra Cesarea, que está a orillas del Mediterráneo, ciudad puerto donde estuvo Pablo dos años preso (Hch 23:23ss hasta 27:1), y a donde Pedro había ido a predicar en casa de Cornelio (Hch 10). Las ciudades que llevan ese nombre lo recibieron porque sus fundadores quisieron honrar al César, esto es, al emperador romano. El puerto de Cesarea fue construido y embellecido con enorme gasto por Herodes el Grande. La otra Cesarea recibió ese nombre cuando su hijo, Felipe, Tetrarca de Iturea (Nota 1), no queriendo ser menos que su padre, agrandó y cambió de nombre a una ciudad ya existente, que se llamaba Paneas, del nombre del dios Pan, que era venerado en una gruta cercana, célebre en el mundo griego.
Esta Cesarea menor se hallaba a unos 40 Km de la ribera norte del mar de Galilea, en la falda meridional del monte Hermón, lo cual nos hace darnos cuenta de que Jesús hizo una larga caminata de más de un día para llegar a esa región (2). En ese territorio de población mayormente pagana, Jesús no tenía nada que temer de los agentes de Antipas, ni de los fariseos.
Estando allí Jesús (después de haber orado, según Lc 9:18) les hizo a sus discípulos una pregunta crucial: ¿Quién dice la gente que soy yo? Es decir, ¿por quién me tienen? En última instancia, ¿qué piensan de mí? Jesús no les pregunta eso porque le interesara saberlo. De hecho Él lo sabía muy bien, sino para que, al declarar cuál era la opinión común, ellos tuvieran ocasión de confesar lo que ellos creían.
Cabría preguntarse ¿qué valor podía tener la opinión de gente no regenerada acerca de Jesús entonces? Ninguno, pues estaban alejados de la verdad. Similarmente en nuestro tiempo, la opinión que tenga la gente del mundo acerca de Jesús tiene poco valor, porque su intelecto no ha sido iluminado por la fe.
Cabría también además preguntarse ¿por qué les hace esa pregunta a sus discípulos estando en territorio de gentiles y no en Judea? Porque serían los gentiles, antes que los judíos (salvo unos pocos), los que confesarían por la fe, que Él es el Hijo de Dios.
Notemos que al hacerles esa pregunta Jesús se refiere a sí mismo usando la expresión “el Hijo del Hombre”, que emplea en otros lugares, cuando por ejemplo, afirma su poder para perdonar pecados (Mr 2:5-11), o dice que Él es señor del sábado (Lc 6:5). Este título aparece más de cincuenta veces en los Evangelios, y siempre, con una excepción (Jn 12:34), en boca de Jesús mismo. En sus labios tiene siempre el sentido mesiánico que le dio Daniel 7:13,14: “Miraba yo la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo, venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de Él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.”
Llamándose así en esta ocasión, y no Cristo, o rey de Israel, o hijo de David, Él quiere recalcar su condición humana, a cuyas limitaciones está sujeto, pese a ser Dios. Al fin se verá que el Hijo del Hombre no es otro sino el Hijo de Dios.
14. “Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.”
Cogidos por sorpresa, pero sabiendo lo que la gente dice acerca de Jesús, ellos le contestaron: Unos creen que tú eres Juan el Bautista, que ha resucitado –como de hecho temía el que, para complacer a su sobrina Salomé, lo mandó matar, Herodes Antipas (Mt 14:1-12). Otros creen que tú podrías ser Elías, quien, según la tradición judía basada en Malaquías 4:5,6, debe venir al final de los tiempos. Otros creen que podrías ser Jeremías, aunque nunca se dijo que él había de volver; otros, en fin, que algún otro profeta. (3)
Estas nociones estaban basadas en la creencia generalizada de que algunos grandes personajes del pasado podían resucitar y aparecer en momentos de gran trascendencia histórica. Todas tienen como elemento común la creencia de que Jesús es un personaje sobrenatural. Pero es sorprendente que alguna gente pensara que Jesús podía ser Juan Bautista resucitado, cuando muchos los habían visto juntos en el Jordán al ser Jesús bautizado (Mt 3:13-17), y Juan había dado testimonio público de Él.
15. “Él les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy?”
Esta pregunta, que los confronta en lo más profundo de sus convicciones, por así decirlo, los cuadra. Vosotros habéis estado conmigo desde hace ya buen tiempo, hemos compartido casa y comida, y habéis escuchado mis enseñanzas. ¿Quién creéis pues que soy yo? Que es como si les preguntara: ¿Por qué habéis dejado todo para seguirme? En realidad esa pregunta nos confronta a todos los cristianos, e incluso a los que no lo son: ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Quién es Jesús para ti, amigo lector? ¿Te importa realmente Jesús? Es decir, ¿cuánto peso tiene en tu vida, lo que Él enseñó e hizo? ¿Podrías negarlo como Pedro, si estuvieras en un aprieto? ¿O la historia de su vida te deja indiferente? ¿O dudas quizá de que realmente existiera, como algunos sostienen?
Notemos que Jesús no pregunta a sus discípulos ¿quién creen ustedes que soy yo? sino ¿quién dicen ustedes que soy yo? Porque, como apunta acertadamente J. Gill, no basta con creer quién es Jesús. Es necesario confesarlo. En verdad, ambas cosas son necesarias, creer y confesar, para ser salvos, como afirma Pablo (Rm 10:9,10), y para dar testimonio de Él.
Notemos finalmente, que Él hace a sus discípulos esa pregunta no al comienzo de su predicación, sino después de haber hecho muchos milagros, y de haberles dado muchas pruebas de su deidad y de su unión con el Padre, cuando ya su fe había madurado.
16. “Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”
Pedro, como respondiendo a una inspiración súbdita, le dice: “Tú eres el Cristo.”, es decir, el Mesías anunciado por los profetas, y que todo Israel espera que ha de venir, el Salvador que su pueblo ha esperado ansiosamente durante siglos. Pero le dice aún más: “Tú eres el Hijo del Dios viviente.”
¿Por qué le dice: “del Dios viviente”? Porque los dioses de los paganos eran ídolos sin vida, a diferencia del Dios de Israel, que no estaba representado por ninguna imagen o escultura sin vida, sino que, siendo invisible, actuaba y respondía a las oraciones de su pueblo, e intervino, como bien sabemos, muchas veces en su historia. Pero no solamente por eso, sino también porque Dios tiene vida en sí mismo, como la tiene también Jesús (Jn 5:26; cf Jn 1:4), y es la fuente y el origen de toda vida.
La frase: “el Hijo del Dios viviente” o vivo, es una afirmación de la divinidad de Jesús. Es una expresión que se encuentra en algunos lugares del Nuevo Testamento, como por ejemplo, en boca de Caifás, cuando conjura a Jesús que diga si Él es el Cristo (Mt 26:63), o en boca de Pedro, cuando hace una confesión semejante a la que estamos estudiando (Jn 6:69); o en las epístolas de Pablo (Rm 9:26, citando a Os 1:10; 2Cor 6:16; etc.). En el Antiguo Testamento se encuentra, por citar algunos ejemplos, en Dt 5:26; en Jos 3:10; en boca de David, desafiando a Goliat, 1Sm 17:26,36; en Jr 10:10; y en el Salmo 42:2: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.”
Que el Mesías fuera el Hijo del Dios vivo era mucho más de lo que Israel esperaba, esto es, que Dios mismo hecho hombre los visitara, viviera y caminara con ellos, excedía en mucho sus esperanzas, pues ellos sólo esperaban a un hombre. Y he aquí que viene a ellos Uno que no sólo es más que Salomón (Lc 11:31), sino que existía antes que Abraham fuese (Jn 8:58); y que dijo de sí mismo: “Yo y el  Padre uno somos.” (Jn 10:30). Por todo ello la confesión que hace Pedro, es una confesión que todo cristiano verdadero debe hacer.
17. “Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.”
Es obvio que una revelación de una verdad de esa naturaleza tan trascendente no podía venirle a Pedro de su mente, de sus conocimientos humanos, que eran limitados, sino que tenía que haberle sido inspirada de lo alto. Por eso Jesús le dice: “Bienaventurado eres”. A ninguna otra persona específica lo llamó Jesús “bienaventurado”. Ese honor estaba reservado para Pedro. (4)
Jesús menciona el nombre del padre de Simón para darle a la declaración que viene en seguida (vers. 18) un carácter más solemne y, a la vez individualizada. En cierta manera le está también diciendo: Tú no eres bienaventurado en virtud de tu nacimiento de un padre humano, sino de un Padre divino, quien, mediante su Espíritu te ha otorgado un segundo nacimiento espiritual.
La frase “carne y sangre” era una expresión hebrea de origen rabínico (Sir 14:18) corriente entonces, que significaba la naturaleza humana terrena, y que encontramos también, por ejemplo, en Pablo (Gal 1:16; 1Cor 15:50; Ef 6:12). Esa frase quiere decir, en esta instancia, que no fue ninguna persona de su entorno, o de afuera, quien le dijo a Pedro quién era Jesús.
¿Captarían los demás discípulos la trascendencia de esa revelación? Ellos lo habían seguido hasta ahora como seguía mucha gente en Israel a los maestros que tenían alguna enseñanza que transmitir; lo seguían, además, porque lo amaban; porque le habían visto hacer milagros asombrosos, que les hacían entrever que su Maestro era un ser muy especial, muy diferente del resto de los mortales. Pero ¿contestarían ellos “amén” en su espíritu a la revelación inesperada de Pedro? ¿Pensarían cada uno de ellos en ese momento “yo también lo creo”? Es obvio por la frase que Jesús dice más abajo (vers. 20), que sí lo creyeron.
Éste fue un momento muy importante en la tarea de formación de sus discípulos que había emprendido Jesús. A partir de este momento ya no cabían dudas. Lo seguían porque creían que Él era el Hijo de Dios mismo, aunque no comprendieran claramente cómo era posible que lo fuera, pues si era Hijo de Dios tenía que ser Dios Él mismo.
Aún no se había desarrollado la teología que lo explica –lo que ocurrió durante un largo proceso de tres siglos de mucha controversia y disputas contra las herejías que negaban esa verdad (5). Pero ellos lo captaron y lo creyeron. A partir de este momento ya no podía haber dudas en su espíritu de por qué seguían a Jesús.
Notas: 1. Este Felipe, hermano de Antipas, no fue el primer marido de su sobrina Herodías (que lo fue otro hermano, Herodes Felipe), pero se convirtió en su yerno al casarse con Salomé.
2. En esta ciudad Herodes el Grande había construido un templo en honor de César Augusto, en el cual el general romano y futuro emperador, Tito, celebró su aplastante victoria sobre los judíos en Jerusalén el año 70. Según el historiador Josefo, en esa ocasión Tito arrojó a las fieras a algunos de sus cautivos judíos.
Un viajero del siglo XIX describe esa zona florida en estos términos: “Llégase a ella por el valle superior del Jordán, subiendo una serie de pequeñas mesetas superpuestas… Allí las aguas saltan por todos lados. A medida que uno se acerca a las fuentes del Jordán la verdura se presenta frondosísima, aumenta su lozanía y los árboles parecen más espesos. Se olvidan los parajes áridos de Palestina, y se camina alegremente hacia los grandes montes de donde bajan los ríos… Después de atravesar numerosas corrientes que corren entre las piedras se acaba por divisar los macizos de higueras, terebintos, sauces, álamos, adelfos y almendros…”
3. La mención de Jeremías podía deberse a que 2Mac 2:1-8 consigna una tradición según la cual ese profeta, antes de la llegada de Nabucodonosor, y por orden divina, escondió el arca de la alianza en una cueva del monte Nebo que sólo él conocía, diciendo que ahí debía permanecer hasta que el pueblo elegido deportado, fuera de nuevo reunido. O quizá podría deberse al hecho de que ellos sabían que Jesús desde niño había mostrado estar lleno de sabiduría (Lc 2: 46,47, 52), así como también Jeremías había sido escogido desde niño para ser profeta de Uno que sería un Profeta más grande que él (Jr 1:4-7); de un Profeta además en quien se cumplirían plenamente las palabras que sólo se cumplieron parcialmente en Jeremías: “Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar.” (Jr 1:10).
4. En el curso de sus enseñanzas, y aparte de las Bienaventuranzas, Jesús llamó “bienaventurado” en singular, a alguno que cumplía ciertas condiciones, pero a ningún otro lo llamó “bienaventurado” por su nombre, sino a Pedro.
5. La más grave de esas herejías fue el arrianismo que negaba la divinidad de Jesús.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#862 (04.01.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).