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viernes, 24 de febrero de 2012

LA VIDA Y LA PALABRA

Por José Belaunde M.

PACTO DE SANGRE II

El tema del Pacto de Sangre estuvo en boga durante la época del auge carismático, pero su estudio –como el de los pactos en general- no ha perdido vigencia, porque encierra verdades muy profundas.

Antes de proseguir con este estudio quisiera hacer algunas observaciones. Cuando se habla de pactos debe distinguirse claramente entre el pacto celebrado entre iguales, y el pacto celebrado entre superior e inferior. En el pacto entre iguales cualquiera puede tener la iniciativa y los dos se comprometen libre y mutuamente (como en los pactos entre David y Jonatán y entre Abimelec y Abraham). Pero en el pacto entre superior e inferior, como sería un pacto entre Dios y el hombre, la iniciativa pertenece a Dios, no al hombre, porque el hombre no puede comprometer a Dios. Dios, naturalmente, sí se compromete por propia iniciativa, y puede exigir una contraparte al hombre, pero el hombre no puede hacer lo mismo. Por eso el texto en RV 60 dice, forzando el lenguaje: "Establezco mi pacto entre mí y ti" (es decir, Dios primero), en lugar de decir, como sería más idiomático: "Establezco mi pacto entre tu y yo." (Gn 17:7).

No hay ningún ejemplo en la Biblia de un pacto celebrado entre Dios y el hombre en que el hombre tenga la iniciativa. En el episodio de Betel, Jacob hace un voto (Gn 28:20-22), es decir, le promete a Dios hacer tres cosas (uno, que Jehová será su Dios, con exclusión de todo otro dios; dos, que la piedra que ha puesto por señal –entiéndase, el lugar donde se encontraba- será casa de Dios; y tres, darle el diezmo de todo lo que reciba) a cambio de que Dios lo guarde en el viaje que va a emprender, dándole para comer y vestir, y le permita retornar a la casa de su padre en paz. Pero Dios no habla, no se obliga a nada, aunque accede a su pedido (Nota 1).

El voto no es un pacto. Es una promesa unilateral que el hombre hace a Dios para obtener algo de Él. Dios accede si quiere, pero nada lo obliga. En el Antiguo Testamento se habla con frecuencia de "cumplir", o de "pagar" sus votos a Jehová (Dt 23:21; 2S 15:7; etc.), pero no de que Dios cumpla el voto. El único caso que recuerde en que se narra cómo Dios accedió a lo solicitado por la persona que hizo el voto, es el de Ana, la mujer de Elcana, que era estéril (1Sam 1), y a quien Dios le concedió el hijo que pedía. Otro caso es el que narra Nm 21:2,3, donde el pueblo hace el voto de destruir las ciudades de los cananeos que habitan en el Neguev si Dios los entrega en su mano. “Y Jehová escuchó la voz de Israel”, es decir, hizo lo que se le había pedido.

¿Podemos nosotros decir: "Hago un pacto con Dios", como se escucha decir con frecuencia? Aunque la intención sea buena, estrictamente hablando, no, porque, como he dicho, el pacto obliga a ambas partes, y nadie puede obligar a nada a Dios. A lo más podemos decir: "Me acojo a tu pacto" o confirmo, o renuevo, el pacto que hiciste con tu pueblo, o con nuestros mayores, como hizo el rey Josías en 2Cro 34:31,32. Lo que hacemos en esos casos involuntariamente, usando de una libertad de lenguaje que se ha vuelto habitual, es hacer en otras palabras un voto que Dios puede en su misericordia honrar en la medida de nuestra fe.

Frente a las promesas de Dios, o a las profecías, cuyo cumplimiento esperamos pero que a veces, tarda, el hombre sí puede y debe expresar su plena confianza de que Dios, que es fiel –y muchísimo más fiel que el hombre- las cumplirá en el momento apropiado, sin necesidad de exigírselo y descansar en esa confianza. También puede, por supuesto, pedirle que las cumpla.

Recuérdese que Daniel, escudriñando el libro de Jeremías, vio que el profeta había anunciado que después de setenta años el pueblo regresaría a Jerusalén y a su tierra. Entonces empezó a buscar el rostro de Dios “en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza,” esto es, humillándose. A continuación confesó largamente los pecados del pueblo y pidió perdón a Dios por ellos, suplicándole que cumpliera por amor de sí mismo lo profetizado (Dn 9:1-19).

VI. El pacto que Dios celebra con David no es en realidad un pacto de sangre, porque no hay ningún sacrificio ni derramamiento de sangre involucrado (2S 7:1-17; 1Cro 17). Pero es un pacto muy importante, porque es el pacto mesiánico por excelencia. Es una extensión y especialización del pacto con Abraham, en el que Dios promete que siempre habrá un descendiente de David sobre su trono. En el curso del mensaje que el profeta Natán transmite al rey Dios dice que David no le construirá a Él una casa (es decir, un templo) sino que será Él quien le construya una casa a David, es decir un linaje real que durará para siempre. (Véase 2S 7:5,6,12,13; Sal 89:35-37).

El pacto es confirmado posteriormente en más detalle a su hijo Salomón (2S 9:1-9), y tendrá su cumplimiento definitivo en el "Hijo de David" cuyo reino será eterno. Este aspecto mesiánico del pacto es incondicional, aunque las bendiciones materiales de prosperidad y paz ligadas a él en la historia de Israel estén de hecho condicionadas a la fidelidad del rey y del pueblo.

Al invalidarse el Pacto Sinaítico y suspenderse la parte relativa a la posesión de la tierra, el cumplimiento dinástico del Pacto Davídico se vio también suspendido, y no fue renovado, o actualizado, cuando el pueblo regresó del exilio, porque no volvió a haber rey sobre Judá (2). Dios había denunciado, mediante el profeta Jeremías, la infidelidad del pueblo de Israel y la consiguiente anulación del Pacto Sinaítico, al mismo tiempo que anunciaba el establecimiento de uno nuevo que lo sustituiría (Jr 31:31-34).

Al retornar del exilio el pueblo quedó a la espera del restablecimiento prometido del trono de David y de la aparición del Ungido de Dios, pero estos acontecimientos no se produjeron en el lapso de los cuatrocientos años siguientes, por lo que la expectativa del pueblo por su cumplimiento aumentó enormemente. Sin embargo, cuando aparece Jesús el pueblo no reconoce en Él al Mesías esperado, sino lo rechaza, y hace matar por mano de los romanos al rey prometido. El cartel mandado colocar por Pilatos en la cruz apunta irónicamente a ese hecho (“EL REY DE LOS JUDÍOS”, escrito en griego, latín y hebreo, Mr 15:26; Lc 23:38). Como consecuencia de ese rechazo el pacto con David tendrá un cumplimiento sólo espiritual hasta que Jesús vuelva a la tierra por segunda vez a reinar.

Vale la pena notar que David tenía un corazón conforme al corazón de Dios (1S 13:14), pese a sus innumerables pecados, sobretodo porque, como había hecho Abraham, le adoró sólo a Él. Si sus sucesores hubieran sido fieles en este punto como él, la historia de Israel habría sido muy distinta.

El Pacto Davídico, como se ha dicho, es el pacto mesiánico por excelencia, porque el descendiente suyo, cuyo trono será eterno, es precisamente el Mesías que ha de venir, a quien el pueblo creyente anticipadamente llama “Hijo de David”.

VII. El Nuevo Pacto se celebra en la cruz del Calvario, en la cual el sacerdote y la víctima propiciatoria son la misma persona: Jesús que se ofrece a sí mismo al Padre en expiación de nuestros pecados, y cuya sangre, derramada hasta la última gota, sella el pacto. El sacrificio de Cristo es definitivo y no tiene que repetirse porque, siendo Él Dios, tiene un valor infinito para expiar los pecados, pasados y futuros, de todos los hombres de todos los tiempos (Hb 9:23-26).

Anticipándose a su sacrificio Jesús había dicho: “De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.” (Jn 6:53-55). Sus interlocutores se escandalizaron al escuchar esas palabras, olvidando que en los pactos antiguos era costumbre que los celebrantes bebieran cada uno la sangre del otro.

Jesús es sacerdote, aunque no es descendiente de Aarón, sino que es sacerdote según el orden de Melquisedec, como dice Hebreos 7:15-19, y declaró con su muerte abolidos el Antiguo Pacto y el sacerdocio aarónico, haciendo inútiles en adelante todos los sacrificios de animales (Hb 8:13; 9:11-14).

El Nuevo Pacto es celebrado con la casa de Israel y de Judá, a la cual se incorporan todos los que son linaje de Abraham por la fe.

En Jeremías 31 –citado por Hb 8:8-12 y 10:16,17- Dios promete:

a) Poner la ley divina en sus mentes y en sus corazones. Es decir, ya no habrá ley escrita exterior que cumplir con actos puntuales. Se trata de una ley espiritual, escrita en el corazón, que nos libra de prescripciones y ordenanzas.

b) Como consecuencia, nadie tendrá necesidad de enseñarla a nadie, porque todos la conocerán.

c) Él será su Dios y ellos serán su pueblo.

d) Perdonará todos sus pecados y no se acordará de ellos.

El Nuevo Pacto tendrá su pleno cumplimiento en la segunda venida de Cristo, y entonces todos harán la voluntad de Dios como se hace en el cielo, y todos le conocerán. Actualmente no todos conocen a Dios, y por eso hay necesidad de predicar el Evangelio; y no todos, tampoco, incluso los cristianos, cumplen plenamente su voluntad.

Respecto del Nuevo Pacto creo que conviene reiterar que nosotros nos incorporamos a él cuando creemos que Jesús es el Hijo de Dios, cuyo sacrificio nos salva, y le reconocemos como Señor de nuestras vidas. La parte de Dios es salvar a todos los que estén cubiertos por la sangre de Cristo. Nuestra parte es obedecer a su palabra. Por tanto, estrictamente hablando, es un pacto condicional, aunque haya quienes sostienen que "una vez salvo siempre salvo".

VIII. En relación con la Última Cena, que consagra el Nuevo Pacto, conviene destacar que su repetición es:

- un memorial del sacrificio de Jesús, así como la fiesta de la pascua era un memorial de la salida de Egipto, y de la primera pascua que la precedió, y en la que los israelitas comieron un cordero sin tacha, cuya sangre protegió a sus primogénitos del ángel destructor.

- un anuncio de la segunda venida de Jesús: "Todas las veces que comáis este pan y que bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga." (1Cor 11:26).

- una afirmación de la unión de los creyentes en un solo cuerpo en Cristo (1Cor 10:16,17). No por el hecho de que sea invisible, esa unión es menos real. Participamos de esa realidad en la medida en que los ojos de nuestra fe sean iluminados. (3).

Así como el Pacto Sinaítico tuvo como mediador a Moisés, el Nuevo Pacto tiene como mediador a Jesucristo (Hb 9:15; 12:24). El Nuevo Pacto es un mejor pacto porque:

- contiene mejores promesas (Hb 8:6);

- está basado en un mejor sacrificio (9:23);

- el cual es ofrecido por un mejor sumo sacerdote y en un mejor santuario (9:24), y no necesita ser repetido (9:25-28);

- garantiza una mejor esperanza: la compañía de Dios en una mejor patria, la celestial.

IX. Por lo que se refiere a las promesas de Dios relacionadas con el Nuevo Pacto, conviene diferenciar aquellas que le son propias y que son una novedad, de aquellas que pertenecen a los pactos anteriores y que se mantienen vigentes.

Hay una riqueza extraordinaria de nuevas promesas en el Nuevo Testamento que son realmente mejores que las del antiguo. La comparación nos puede hacer ver hasta qué punto el Nuevo Pacto es superior. Sería imposible enumerarlas todas en este corto espacio, pero basta ahora señalar cuáles son las principales:

Salvación: Jn 6:47; Hch 16:31; Mr 16:16.

Nueva vida: 2Cor 5:17; Jn 10:10.

Seguridad de salvación: Jn 10:28; 5:24.

Resurección: Jn 11:25.

Poder del Espíritu para testificar: Hch 1:5,8; Mr 16:17,18.

Ayuda del Espíritu Santo: Jn 14:16,17; 16:13.

Provisión: Mt 6:33: Flp 4:19.

Amor de Dios: Rm 8:38,39.

Poder de la oración: Mr 11:23,24; Jn 15:7; 16:23,24.

X. Para terminar conviene señalar que el matrimonio es un pacto de sangre entre un hombre y una mujer que es sellado con la sangre que es derramada cuando se rompe el himen de la novia.

Nótese bien que el matrimonio en sí mismo no es la ceremonia en que se bendice la unión de los cónyuges, sino que es el acto conyugal posterior mediante el cual ambos se unen por primera vez. Por ese motivo la ley civil admite que el matrimonio no consumado no es válido.

Eso nos hace ver cuán ciega y grave es la unión libre, tan frecuente en nuestros días, en que hombre y mujer se unen sin asumir compromiso alguno. Esas uniones son pactos frustrados y rotos repetidas veces, que endurecen la conciencia, y que pueden incapacitarla para comprometerse en un pacto definitivo. Eso nos hace ver también cuán importante es que la mujer guarde su virginidad como condición para contraer incólume el pacto matrimonial, y cuán ciegos son los hombres que suelen pedir a la muchacha lo que llaman “una prueba” de su amor. Si algo prueba esa exigencia, es que no aman a la muchacha, porque si la amaran la respetarían y esperarían.

Notas: 1. El diezmo, como puede verse también por el episodio de Abraham con Melquisedec (Gn 14:17ss), era una costumbre religiosa muy antigua, anterior al Pacto Sinaítico y a la ley de Moisés.

2. Los reyes asmoneos del segundo siglo AC eran espúreos, y así los consideró el pueblo, porque no eran del linaje davídico.

3. Hace algún tiempo yo tuve durante el culto, al celebrarse la Santa Cena, una experiencia muy bella en este sentido.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#714 (19.02.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI

viernes, 17 de febrero de 2012

PACTO DE SANGRE I

Por José Belaunde M.
I. La vida social entre los antiguos estaba en gran parte regulada por la celebración de pactos o convenios solemnes. Éstos podían celebrarse entre señor y súbdito, superior e inferior, o entre iguales. Como los antiguos moldeaban su relación con la divinidad según el modelo de las relaciones humanas, no es extraño que el Dios de Israel se relacionara con sus escogidos mediante la concertación de pactos. Era un lenguaje que el hombre podía muy bien entender. En otras palabras Dios utilizaba modelos y patrones humanos de conducta y costumbres para hablarle al hombre.
Los pactos entre Dios y el hombre, y entre superior e inferior, podían asumir una de las dos formas básicas siguientes (que admiten variantes):
a) cesión real, (como el pacto entre Dios y Abram) que suele ser incondicional --aunque es difícil encasillar a Dios en las categorías humanas.
b) pacto de vasallaje (como el pacto que Dios establece con su pueblo al pie del Sinaí, o el pacto de Israel con los gabaonitas, Jos 9) que suele ser condicional. Esta forma de pacto sobrevivió en el Occidente hasta la Edad Media (feudalismo), y en cierta manera sobrevive en las relaciones internacionales contemporáneas, en los tratados de defensa mutua en los que con frecuencia hay una potencia mayor que garantiza la seguridad de una potencia menor.
Entre iguales se celebraban pactos por razones de afecto, de protección mutua o de interés económico. Ejemplos de esos tres motivos en la Biblia son, respectivamante, el pacto entre David y Jonatán (1S20), el pacto entre Abram y Abimelec (Gn 21:22ss), y el pacto entre Jacob y Labán (Gn 31:43ss), entre otros. También había, como las hay ahora, alianzas familiares, aunque no hay ejemplos de ello en la Biblia. Estas alianzas buscaban acumular poder, por eso difícilmente se encontraría que Dios propiciara algo semejante, aunque se daban frecuentemente entre los reyes de Judá e Israel (que a menudo eran `primos), como las ha habido en la historia europea entre las familias reales de diversos países.
La palabra básica hebrea que se traduce como "pacto" en el Antiguo Testamento es "berit". En el Nuevo Testamento es "diatheke", que incluye además la noción de testamento.
La palabra "berit" suele usarse en conexión con el verbo "karat", que quiere decir "cortar", porque el pacto solía celebrarse cortando un animal para sacrificarlo (sacrificio=ofrenda con muerte de lo ofrendado). De ahí que la expresión hebrea que suele traducirse como “celebrar un pacto” sea “cortar un pacto”.


II. Los pactos solían ser sellados con la sangre de los animales sacrificados, o de los concurrentes al pacto.
¿Por qué la sangre? Porque se consideraba que la sangre era lo más sagrado de un individuo, ya que en ella reside "nefesh", esto es, el alma o la vida del hombre (Lv 17:11). La ciencia moderna ha revindicado esta concepción bíblica: La sangre es el vehículo que transporta el oxígeno y los nutrientes que son indispensables para la vida de las células. La vida humana termina cuando el corazón cesa de latir, porque ya no sigue bombeando sangre al cuerpo. Así mismo, aunque el corazón siga latiendo, si la sangre no llega a determinados miembros, esas partes se gangrenan, es decir, mueren, y deben ser amputadas si el individuo ha de permanecer en vida.
La sangre era pues con justo motivo sagrada para los antiguos y para Dios. Dios por ello prohíbe comer sangre (Lv 17:12). Nm 35:33 dice que la sangre inocente derramada contamina la tierra, la cual debe ser purificada con la sangre del asesino.
Además, Dios:
- oye la sangre que clama (Gn 4:10)
- huele la sangre (Gn 8:20,21)
- ve la sangre (Ex 12:23).

Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados, dice Hb 9:22. Derramar sangre equivale a pagar el crimen, o la ofensa, con la muerte del ofensor, o de la víctima expiatoria que muere en su lugar.
Asimismo la purificación de casi todos los objetos del culto se hacía rociándolos con la sangre del animal sacrificado (numerosos pasajes en Éxodo, Levítico y Números). Así como la congregación de Israel fue purificada al pie del Sinaí con la sangre de los holocaustos que Moisés roció sobre ella, nosotros también como dice Pedro, hemos sido rociados, esto es, purificados, con la sangre de Cristo que murió por nosotros (1P 1:2).
En el Antiguo Testamento, así como sucedía en la antigüedad pagana, los pactos se materializaban o expresaban en una señal, o memorial, esto es, en algo cuya vista hacía recordar la vigencia del pacto y el acontecimiento que lo originó. La señal podía ser un objeto grande, como cuando Dios renovó en sueños a Jacob el pacto que había hecho con Abraham e Isaac, y Jacob levantó la piedra que le había servido de almohada como señal de la promesa que había recibido de Dios (Gn 28:18-22. Véase también Gn 35:9-15; y en Gn 31:44-53, el pacto que Labán celebra con Jacob levantando un montículo de piedras como señal).
La señal podía ser asimismo un fenómeno en el cielo, como cuando Dios puso el arco iris como señal del pacto que celebró con Noé, la humanidad y todos los animales a perpetuidad, de no volverlos a destruir con un diluvio (Gn 9:8:17). O podía ser la realización de un sacrificio cruento, o una marca en el cuerpo, o un día de la semana.


III. Podemos estudiar el pacto de Dios con Abraham distinguiendo sus cuatro etapas:
1. Promesa: En Gn 12:1-3 Dios le hace a Abram cuatro promesas:
- Hará de él una nación grande;
- Lo bendecirá y engrandecerá su nombre;
- Bendecirá a los que le bendigan y maldecirá a los que le maldigan;
- En él serán benditas todas las naciones de la tierra.

No le exige nada a cambio. No hay todavía pacto propiamente dicho, pero las cuatro promesas siguen hoy vigentes. La cuarta promesa apunta al Mesías futuro (Gal 3:8).


2. Establecimiento del pacto en sentido propio (Gn 15). En primer lugar, pese a que su mujer Saraí es estéril, Dios le promete a Abram que tendrá un hijo, y le reitera la promesa de darle una descendencia innumerable. En el cap. 12 le había prometido hacer de él una nación grande; ahora le muestra la inmensidad de las estrellas en el cielo como una imagen de lo que será su descendencia.
Conviene subrayar la frase –fundamental en el cristianismo- que dice que Abram le creyó a Dios y que su fe le fue contada por justicia (Gn 15:6), que Pablo cita en Rm 4:3 y Gal 3:6, señalando cómo, con un acto de fe semejante, se inicia la relación personal del hombre con Dios, y el creyente se incorpora al pacto de Abram como descendiente suyo. Así como a Abram su fe le es contada por justicia, a todo el que cree en la palabra de Dios (esto es, en el Verbo) su fe le es contada por justicia, no sus obras (Ef 2:8,9).
Abram, sin embargo, le pide a Dios una señal que solemnice el pacto establecido (Gn 15:8). Dios le ordena entonces realizar un sacrificio de animales, que implica un derramamiento de sangre. Este episodio (v. 9 al 21) contiene además una visión misteriosa en que Dios le anuncia a Abram el futuro próximo de su descendencia: la emigración a Egipto, su permanencia como esclavos allá durante cuatrocientos años, y su salida de ese país (v. 13 al 18). En el vers. 18 le añade la promesa, que asume la solemnidad de un pacto, de darle a él y a su descendencia la tierra de Canaán en posesión perpetua.
En el curso de la visión Dios mismo, en la forma de un horno humeante y de una antorcha de fuego, pasa en medio de los animales sacrificados. Esta acción simbólica se convertirá para los israelitas en una forma de celebrar pactos solemnes (Jr 34:18).
Nótese que hasta ahora Dios no le ha pedido a Abram hacer nada a cambio de los beneficios que le otorga.
Notemos que siendo Dios infinitamente superior al hombre (Sal 8:3,4), no tiene necesidad de celebrar pacto alguno con el hombre, que por su lado no tiene nada que darle a cambio que tenga valor para Él. Sin embargo, Dios establece un pacto con el hombre porque lo ama. Y así como entre dos seres que se aman el menor gesto de uno de ellos tiene un inmenso valor para el otro, las respuestas del hombre a las iniciativas del pacto tienen un inmenso valor para Dios, porque ama infinitamente a su criatura y desea su bien.


3. Dios confirma su pacto, indicándole que el pacto se extenderá a su descendencia (Gn 17). La promesa reiterada de Dios incluye hacerlo padre de muchedumbres, de numerosas naciones y de reyes, además de la posesión de la tierra de Canaán. Con ese motivo Dios le cambia el nombre de Abram (padre enaltecido), por el de Abraham (padre de multitudes, v. 5), y a su mujer Saraí, que en adelante se llamará Sara (princesa, v. 15). Esta parte del pacto es incondicional y perpetua (v.7). No obstante, Dios suspenderá en dos ocasiones la parte relativa a la posesión de la tierra, debido a la infidelidad del pueblo. La primera, por 70 años, cuando los babilonios conquistan el reino de Judá y deportan a gran número de sus habitantes; la segunda, por 19 siglos, el año 70 DC, cuando los romanos, cumpliendo lo anunciado por Jesús (Lc 21:6; 20-24) aplastan el alzamiento de los judíos y destruyen Jerusalén, desterrando a sus habitantes. No obstante haber sido suspendida, esta parte del pacto se mantuvo vigente y ha sido restablecida en el siglo XX con la fundación del estado de Israel en 1948.
En ese momento Dios establece la circuncisión como una condición a la que deberán someterse al octavo día de su nacimiento, todos los descendientes de Abraham para ser incorporados al pacto perpetuo que Dios ha hecho con él, y para que sea al mismo tiempo un señal corporal del mismo (Gn 17:10-14). La incorporación al pacto de cada individuo es sellada con la sangre, no de un animal sino de la propia persona, que es derramada cuando se le circuncida. En el Nuevo Pacto la circuncisión será reemplazada por el bautismo.
Dios le da a Abraham la orden de ser perfecto, esto es, de adorarle sólo a Él. Esta orden se cristalizará posteriormente en el primer mandamiento del Decálogo (“No tendrás dioses ajenos delante de mí.” Ex 20:3) y sigue vigente para todo cristiano. Fue precisamente el incumplimiento de esta orden lo que motivó que Dios suspendiera la parte del pacto relativa a la posesión de la tierra y que el pueblo israelita fuera derrotado por sus adversarios y desterrado de su tierra.


4. Dios reafirma su pacto después de la prueba del sacrificio de Isaac (Gn 22:1-18). A esta reiteración Dios le da la mayor solemnidad posible jurando por sí mismo (v.15,16). A las promesas anteriores le añade una nueva: “Tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos.” (v. 17), esto es, triunfará sobre ellos.
El sacrificio del carnero que sustituye a Isaac como víctima sella nuevamente con sangre el pacto. Todo el suceso tiene un profundo contenido simbólico que apunta al sacrificio de Cristo: El monte Moriah representa al Calvario; Isaac, hijo único de Abraham, representa al Hijo unigénito de Dios; es Isaac quien carga la madera para el holocausto, así como Jesús cargó la cruz.
El pacto de Dios con Abraham ha tenido un cumplimiento glorioso:
a) con la venida del Mesías, en quien son benditas todas las naciones;
b) con la muchedumbre de pueblos que ha descendido de él: el israelita, el árabe (Gn 17:20-21), y el cristiano (Gal 3:7,29).

Notemos también cómo lo anunciado a Abraham sobre el futuro de su descendencia se cumplió con el traslado del clan de Jacob a Egipto, su multiplicación en esa tierra, su opresión bajo los faraones y, finalmente, su liberación milagrosa bajo la conducción de Moisés, y la conquista de la tierra prometida bajo el liderazgo de Josué.
El pacto con Abraham, como ya se ha dicho, sigue vigente, siendo el Nuevo Pacto su continuación. El Nuevo Pacto es nuevo respecto del Pacto Sinaítico, que fue invalidado por el propio Israel con su idolatría. Pero a pesar de las muchas infidelidades de su pueblo, Dios no invalidó el Pacto Abrahámico, aunque sí suspendió algunas de sus partes y eliminó de sus beneficios a diez de las tribus de Israel que fueron deportadas por los asirios, y que no retornaron a Israel, y desaparecieron de la historia; y luego lo transfirió a los creyentes gentiles, excluyendo a los hebreos que no creyeron en Jesús, aunque su exclusión es sólo provisional "...porque las promesas de Dios son irrevocables." (Rm 11.29).
Cristo está presente de diversas maneras en el Pacto Abrahámico. Entre otras, primero, en la promesa de que en él serán benditas todas las familias de la tierra, lo cual se cumple a través del Mesías que descenderá de él; y segundo, en el carnero que Abraham encuentra para sacrificar en sustitución de su hijo Isaac (Gn 22:13).


IV. La institución de la Pascua y el sacrificio del cordero que hace cada familia untando con la sangre del animal el umbral de su puerta no son propiamente un pacto (Ex 12), sino un rito previo a la salida de Egipto, con un alto contenido simbólico, que prefigura el sacrificio de Cristo y el poder de la sangre para salvar. Todos los pactos que establece Dios con un individuo, o con el pueblo, son explícitos, es decir, contienen la palabra "pacto" o alguna palabra equivalente en su formulación. Naturalmente es pertinente estudiar la Pascua aquí en conexión con los pactos, porque precede inmediatamente al Pacto Sinaítico y porque guarda una relación estrecha con el Nuevo Pacto y la Última Cena.
No es necesario pensar mucho para comprender cómo la muerte de Jesús está prefigurada en el sacrificio del cordero sin defecto (Ex 12:5) cuya sangre protege a todos los que se encuentran bajo su cubierta. Cuando nosotros decimos: “La sangre de Cristo tiene poder,” estamos aludiendo al poder que la sangre de Cristo tiene para salvarnos y protegernos de peligros y de enfermedades.


V. El pacto solemne que Dios establece con el pueblo escogido al pie del monte Sinaí es el "pacto de sangre" por excelencia, y es precisamente el viejo pacto cuya abrogación hizo necesario el establecimiento de un nuevo y mejor pacto.
En Ex 19:5-8 Dios hace una propuesta extraordinaria al pueblo de Israel. Les ofrece que ellos serán no sólo su pueblo (confirmando el pacto hecho anteriormente con Abraham) sino que, más allá de eso, serán su “especial tesoro” y “un reino de sacerdotes y gente santa”, a condición de que guarden el pacto que va a establecer con ellos. Las condiciones que el pueblo debe cumplir están pormenorizadas en el Decálogo y en las demás leyes que Él dicta a Moisés en Ex 20-23. El pueblo acepta cumplir todo lo que Dios le mande. Este pacto es pues estrictamente condicional. Es un pacto de vasallaje, en que el inferior está sometido al superior, en oposición al Nuevo Pacto que será un pacto de filiación (Gal 3:23.28; 4:1-7).
El Pacto Sinaítico es sellado con la sangre de los animales sacrificados en holocausto (Ex 24:1-8). Aquí hay que destacar las palabras de Moisés en el v. 8: "Esta es la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros...", a las que Jesús se refiere en la última cena cuando dice: "Esta es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada para perdón de los pecados." (Mt 26:28).

Para comprender el paralelismo entre ambas alianzas basta comparar las palabras de Moisés y de Jesús:


Éxodo 24:8
Entonces Moisés tomó la sangre
y roció al pueblo
y dijo
He aquí la sangredel pacto

Marcos 14:23,24
Y tomando la copa
y habiendo dado las gracias les dio
y les dijo
Esta es mi sangre del Nuevo Pacto

(El paralelismo es mayor si se compara Marcos con el texto de Exodo según la Septuaginta, que fue la Biblia que usaban los apóstoles y de la cual están tomadas la mayor parte de las citas del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento).
También es importante destacar cómo las prácticas cultuales y los sacrificios de animales prescritos en el Pacto Sinaítico contienen la idea de expiación vicaria por los pecados del pueblo y del individuo, que será luego central en el establecimiento del Nuevo Pacto mediante la muerte de Cristo. Él está presente de manera figurada, o como tipo, en los animales que las ordenanzas mosaicas mandan sacrificar diariamente, así como en el chivo expiatorio (Lv 16:15-28).
El sábado, o día de reposo, será señal de la relación de Dios con su pueblo establecida en este pacto, “porque en seis días Dios hizo los cielos y la tierra y en el séptimo día reposó.” (Ex 31:12-17; cf 20:8-11).
Como bien sabemos, al final de los 40 días y 40 noches que pasó Moisés en la cima del Sinaí, Dios le entregó a Moisés dos tablas de piedra en que estaban escritas la ley y los mandamientos que le había dictado (Ex 24:12; 31:18).
Pero el pacto fue roto por el pueblo apenas sellado cuando adoraron al becerro de oro aprovechando la ausencia de Moisés (Ex 32). Por eso Dios, cuando se aplacó su ira, tuvo que renovarlo, dándole a Moisés nuevas tablas de la ley, que fueron escritas esta vez no por Dios sino por Moisés mismo (Ex 34:1,27). ¡Que cosa tremenda es que apenas hecho un pacto tan solemne con Dios, y acompañado de tantos prodigios, el pueblo lo violara! La violación tan pronta del compromiso asumido con juramento es una muestra de la fragilidad e inconstancia de la naturaleza humana.

NB. Este estudio fue escrito hace unos veinte años. Ha sido revisado y considerablemente ampliado para su primera publicación.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a hacer la siguiente oración:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#713 (12.02.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).