LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
GRAN
COMISIÓN Y DESPEDIDA
Un
Comentario de Mt 28:16-20
Un
autor reciente ha escrito: “El efecto de esta corta escena en la vida de la
iglesia ha sido incalculable. Ninguna parte de la Biblia ha hecho tanto para
dar a los cristianos una visión de la universalidad de la iglesia.”
16.
“Pero los once discípulos se fueron a
Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado.”
Mateo
omite relatar lo ocurrido durante los cuarenta días en que, según Hechos 1:3,
Jesús se siguió apareciendo a sus discípulos, y lo da por sabido por sus
lectores, y dice simplemente que a continuación de lo relatado (esto es, lo del
soborno de los soldados que fueron testigos de la resurrección, para que digan
que los discípulos se robaron el cuerpo de Jesús, Mt 28: 11-15), los discípulos
se fueron al monte de Galilea que Jesús les había indicado, tal como Él anteriormente
les había anunciado que haría después de resucitar (Mt 26:32; Mr 14:28). Notemos
que la promesa de que le verían en Galilea había sido reiterada por el ángel
que se apareció a las mujeres (Mt 28:7), y por Jesús mismo al aparecerse a
ellas (v. 10). Mateo resume en un brochazo lo sucedido entre la resurrección y
la ascensión, que está relatado con más detalle en Lucas y en Juan. ¿Cuándo se
fueron a Galilea? No sabemos exactamente, pero debe haber sido no menos de ocho
a diez días después de la resurrección, o más probablemente, hacia el final del
período de cuarenta días. (Nota
1)
Tampoco sabemos cuál era el monte en cuestión, pero lo más probable es que
se tratara del monte Tabor, donde ocurrió la transfiguración que, por su altura
aseguraba mejor la privacidad del encuentro. Pero podría haber sido también,
según piensan algunos, la montaña donde Jesús predicó las bienaventuranzas y el
largo sermón que siguió (Mt 5-7).
Recordemos que el último mensaje que Moisés dirigió al pueblo de Israel
fue dado también desde una montaña, el monte Nebo, a la vista de la Tierra
Prometida, a la cual él no iba a entrar (Dt 32:49; y todo el cap. 33). Jesús,
el nuevo legislador, obra como su predecesor, a la vista de la Tierra Prometida
celestial a la cual Él se va precediéndonos, y en la que nos prepara un lugar
(Jn 14:2,3).
Mateo no consigna la ocasión en que Jesús les dio esa orden precisa. Su
relato en muchos aspectos es esquemático. Sin embargo, él dice que “los once”
fueron a Galilea, que es el número de los discípulos que quedaron después de la
defección del traidor. Su despedida de la tierra y su mensaje final estaban
reservados para ellos solos. No incluía en principio al círculo más amplio de
discípulos cercanos.
No deja de ser notable el hecho de que los once, que habían visto al
Resucitado varias veces en Jerusalén, emprendieran el largo viaje a Galilea
sólo porque Jesús les había dado una cita ahí. ¿Haríamos nosotros un sacrificio
semejante?
17.
“Y cuando le vieron, le adoraron; pero
algunos dudaban.”
¿Cuál
podría ser su reacción al verlo de nuevo, sino postrarse y adorarlo? Ellos
habían caminado con Él durante tres años, le habían escuchado enseñar y visto hacer
milagros, conscientes de la presencia del Espíritu de Dios en Él. Pero ahora,
después de su resurrección, tenían la convicción de que Él no sólo era un
maestro de una doctrina ética revolucionaria, sino que era Dios mismo hecho
hombre. Nótese que ésta es la primera vez que los evangelios dicen que sus
discípulos le adoran.
No obstante, hubo algunos que, al verlo de lejos, dudaron de que fuera
realmente Jesús. Pero la suya fue una duda momentánea que se desvaneció apenas Él
se les acercó y escucharon sus palabras.
Jerónimo dice que su duda aumenta nuestra fe, porque muestra que no eran
crédulos. La fe sincera, en efecto, no excluye la duda cuando trata de
cerciorarse.
Podemos preguntarnos cuál era el aspecto de Jesús cuando le vieron. ¿Sería
en pleno fulgor de su cuerpo de gloria, tan brillante que cegó a Pablo cuando
le vio camino a Damasco? (Hch 9:3-9). Más bien debemos pensar que la gloria de
su cuerpo resucitado en ésta, como en otras apariciones anteriores, estaba como
velada, porque sus débiles ojos no hubieran podido resistirla, ni hubiera
podido dejar dudas acerca de a quién estaban viendo.
De otro lado, recordemos que, antes de ascender al cielo, Jesús, para
demostrar a sus discípulos que el suyo era un cuerpo de carne y hueso, y no un
espíritu, comió lo que le alcanzaron (Lc 24:41-43), y dijo a Tomás que pusiera
el dedo en sus llagas (Jn 20:27-29; cf Lc 24:36-40). No obstante, y esto debe
haber sido lo más sorprendente para sus discípulos, Él se presentó tres veces
delante de ellos súbitamente, sin haber entrado por la puerta (Jn 20:19,26; Mr
16:14). Se dice que el cuerpo resucitado de Jesús tenía la capacidad de
atravesar las paredes. Pero no necesitaba tener esa capacidad. Él simplemente
estaba donde quería estar. Vivía en una dimensión celestial.
Muchos intérpretes piensan que esta aparición de Jesús, que parece ser
la última, es la misma que menciona Pablo cuando escribe: “Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales
muchos viven aún, y otros ya duermen” (1Cor 15:6), porque sólo en Galilea
habría más de quinientos seguidores suyos que se reunieran en un mismo lugar, y
que los que dudaron eran parte de ese número, no de los once, pues éstos habían
tenido pruebas concluyentes de que Jesús había resucitado. No es imposible que
así fuera y que los quinientos se hubieran mantenido a la distancia, y que sólo
lo hubieran visto, pero no hubieran escuchado sus palabras.
18.
“Y se acercó y les habló diciendo: Toda
potestad me es dada en el cielo y en la tierra.”
Sin
tomar en cuenta la actitud dudosa de algunos, Jesús se les acercó para
hablarles y decirles algunas palabras de despedida que incluían su última
orden, su último encargo: Toda autoridad (exousía)
sobre la creación entera, -esto es, sobre todo lo que los cielos y la tierra
contienen- me ha sido dada. Es una autoridad que ningún gobernante terreno
puede tener, pues no hay hombre que tenga autoridad sobre los astros del
firmamento.
En verdad, Jesús podría haber dicho, me ha sido restituida, porque al
hacerse hombre su poder se vio limitado por la condición humana, aunque no dejó
de manifestarse cuando enseñaba (Mt 7:29), o perdonaba los pecados (9:6), o
cuando ofrecía descanso a los que están fatigados (11:27,28), y les dijo: “Todas las cosas me han sido entregadas por
mi Padre” (Véase Jn 3:35; 5:22; 13:3; 17:2). Pero ahora ese poder y
autoridad le es restituido plenamente en virtud de los méritos de su pasión y
muerte, al haber vencido no sólo a la muerte, sino también al pecado, al
infierno y a Satanás. Pero notemos que no dice que Él ha asumido esa autoridad,
sino que le ha sido dada por su Padre, quien una vez proféticamente dijo: “Pídeme y yo te daré por herencia las
naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra.” (Sal 2:8).
Es una autoridad absoluta que no tiene límites. Por eso Él podía
decir acerca de la creación: Yo soy su
soberano y la gobernaré de acuerdo a mi omnipotencia, mi misericordia y mi
sabiduría. Este dominio eterno sobre todos los pueblos, naciones y lenguas fue
anunciado en la visión que tuvo Daniel acerca del Hijo del Hombre, cuyo reino
nunca será destruido (Dn 7:13,14). Le fue reiterado a María cuando el ángel le
anunció que concebiría un hijo que heredaría el trono de David su padre, cuyo
reino no tendría fin (Lc 1:31-33; cf Is 9:6,7). El hecho de que se mencione
tantas veces en las Escrituras, nos muestra la importancia de esta verdad.
Nótese que Él como Dios, igual al Padre, tuvo desde la eternidad todo
poder sobre la creación, pero ahora, en tanto que Mediador entre Dios y los
hombres, y como Dios hecho hombre, este poder le es dado para llevar a cabo los
propósitos divinos, y completar la obra de nuestra redención.
19,20.
“Por tanto, id y haced discípulos a todas
las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí,
yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Literalmente “hasta la consumación de la era.”) (2)
Mi
deseo y mi orden es que vayáis por todo el mundo a enseñar a sus habitantes sin
distinción todo lo que yo os he enseñado, para que ellos también crean en mí
como habéis creído vosotros, y sean salvos al ser bautizados en el nombre de mi
Padre, del mío propio, y del Espíritu Santo, y proclamen sin temor la fe que
han recibido y que transforma sus almas. Notemos que ésta es la primera
afirmación solemne y explícita del misterio de la Trinidad que figura en
el Nuevo Testamento. Éste es un misterio
que no es mencionado en el Antiguo Testamento, y que los judíos desconocían.
Por tanto, es decir, en virtud de la autoridad de la que yo soy
investido, os doy autoridad para continuar la obra de salvación del mundo que
yo he empezado.
Vemos en este pasaje tres cosas: discipular, bautizar, enseñar. La misión
de los apóstoles será tan universal como el poder que les ha sido dado. La
restricción de ir sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel, por un
tiempo vigente (Mt 10:5,6), es ahora levantada. Esa restricción transitoria se
explicaba porque la misión de Jesús en vida había estado también limitada sólo
a esas ovejas (Véase (Mt 15:24). Nótese de paso que la frase “a todas las naciones” podría también
traducirse “a todos los gentiles”, esto es, a los no judíos. Esto era lo que
los judíos que odiaban a Pablo consideraban tan ofensivo: que la revelación de
Dios y las Escrituras, que ellos consideraban que estaban reservadas para ellos
exclusivamente como pueblo escogido, pudieran ser compartidas con otros
pueblos.
La misión dada a los apóstoles es una misión profética, prefigurada por la
que Dios dio a Jeremías al inicio de su carrera: “Diles todo lo que yo te mande” (1:17), después de haberle asegurado
que estaría siempre con él (v. 19).
La orden es de ir a discipular, no de esperar que vengan a
ellos para hacerlo. ¿Cuántos cristianos tienen eso claro? (3)
“Haced
discípulos…” Discípulo
es no sólo el que escucha las enseñanzas de un maestro y las sigue, sino es
alguien que, además, trata de conformar su vida en todo a la de su maestro,
constituyéndolo en modelo no sólo de su conducta, sino también de su
pensamiento, para ser en todo como él, de manera que se convierta en un fiel reflejo
suyo. Yo te pregunto, amigo lector, como yo me pregunto también a mí mismo:
¿Eres tú un discípulo de Jesús? ¿Piensas tú como Él?
Pablo lo expresó una vez: “Sed
imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo.” (1Cor 11:1). Cristiano en
sentido pleno es pues no sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios que
murió para salvarlo de la condenación eterna, sino el que trata de ser como Él.
Notemos que la orden de ir fue dada no sólo a los apóstoles que
estuvieron presentes en ese momento, y a sus sucesores en el gobierno de la
iglesia, sino a todos los cristianos de todos los tiempos, es decir, también a
nosotros.
No hay obra más sublime y valiosa que la de traer a los pecadores a los
pies de Cristo, y enseñarles el camino de la salvación; y no hay virtud más
valiosa para Dios que el celo por las almas, porque eso fue lo que hizo venir a
Jesús a la tierra.
En efecto, lo que solemos llamar “La Gran Comisión” es la obra más
grande emprendida por el ser humano en la historia, una empresa en verdad
revolucionaria, imposible de alcanzar en términos humanos: Hacer que la
humanidad entera, acostumbrada a rendir culto a muchos dioses, adore al único Dios
verdadero. Pero como el que ordenaba llevarla a cabo es Dios mismo, y tiene
todo el poder, su éxito estaba asegurado de antemano.
Es curioso, sin embargo, que a pesar de que la orden dada a los
apóstoles era de ir por todo el mundo (o más concretamente, según Hch 1:8, de
ser testigos de Cristo en Judea, en Samaria, y hasta los confines de la tierra)
fue necesario que se desatara una persecución contra la iglesia en Jerusalén
con ocasión del martirio de Esteban, para que los discípulos salieran a
predicar el Evangelio a todas partes (Hch 8:1,4).
Pero mirad, les dice Jesús, aunque yo regreso ahora a mi Padre, yo
permaneceré con vosotros mediante mi Espíritu de una manera constante, sin
fallas, y estaré en todo momento a vuestra disposición, hasta el día en que
regrese de nuevo corporalmente, con mi ángeles y mis santos, para juzgar a
todas naciones de la tierra (Mt 25:31-46), y dar consumación a todas las
promesas que os hemos hecho desde el principio.
La promesa final de Jesús ahora es: “Yo
estoy con vosotros todos los días”, un vosotros que nos incluye a nosotros
que hemos creído en Él, para ayudarnos, fortalecernos, consolarnos y guiarnos
en la tarea que nos ha encomendado, de manera que lo imposible se vuelva
posible, y lo difícil, fácil.
Notas:
1. Según
el recuento que hace J. Broadus, en total Jesús se apareció diez veces después
de resucitar, cinco en el mismo día de su resurrección, y cinco, sin contar la
ascensión, en los días posteriores. Al primer grupo pertenecen la aparición a
las mujeres, en Mt 28:5-8; a María Magdalena, en Jn 20:11-18; a Pedro, en Lc
24:34; a los dos discípulos que iban a Emaús, en Lc 24:13-35; y a los apóstoles,
estando Tomás ausente, en Jn 20:19-24. Al segundo grupo pertenecen la aparición
a los apóstoles ocho días después, estando Tomás presente, en Jn 20:26-29; a
siete discípulos que pescaban en el mar de Galilea, en Jn 21:1-14; la aparición
a los once, que comentamos en este artículo, que pudo haber coincidido con la
aparición a los quinientos, que menciona Pablo en 1Cor 15:6; a Santiago, en
1Cor 15:7; y a los apóstoles, poco antes de ascender al cielo, en Lc 24:36-49,
Mr 16:14-18, y Hch 1:4-8.
2. Aunque a veces se les considera palabras
sinónimas, hay una notable diferencia entre aion
(olam en hebreo) y kosmos. Mientras que la primera se
refiere a “era”, o a “tiempo”, y tiene a veces un contenido ético, la segunda
se refiere a “gente”, o a “espacio”, y designa al universo material y a toda la
gente que vive en él. Las palabras de la traducción “hasta el fin del mundo” han hecho creer equivocadamente a muchos
que el mundo material va a desaparecer cuando Jesús retorne. Pero en verdad, lo
que Jesús anuncia es que cuando Él vuelva se va a iniciar una nueva era, o
etapa, del mundo cuya grandiosidad y belleza es para nosotros inimaginable.
3. Esta orden coincide con los términos de la
Gran Comisión que consigna Marcos: “Id
por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura.” Ahí Jesús, sin
embargo, añade una advertencia muy clara: “El
que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será
condenado.” (Mr 16:15,16; cf Jn 3:18). Tu salvación depende de que creas o
no, esto es, de tu fe.
NB.
Este artículo está basado en una enseñanza dada recientemente en el ministerio
de la Edad de Oro.
Amado lector: Si tú
no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios,
yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle perdón a Dios por
ellos diciendo: Jesús, yo te ruego que laves mis pecados con tu sangre. Entra
en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.
#966 (12.03.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde
M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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