viernes, 21 de septiembre de 2018

GRAN COMISIÓN Y DESPEDIDA


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
GRAN COMISIÓN Y DESPEDIDA
Un Comentario de Mt 28:16-20
Un autor reciente ha escrito: “El efecto de esta corta escena en la vida de la iglesia ha sido incalculable. Ninguna parte de la Biblia ha hecho tanto para dar a los cristianos una visión de la universalidad de la iglesia.”

16. “Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado.”
Mateo omite relatar lo ocurrido durante los cuarenta días en que, según Hechos 1:3, Jesús se siguió apareciendo a sus discípulos, y lo da por sabido por sus lectores, y dice simplemente que a continuación de lo relatado (esto es, lo del soborno de los soldados que fueron testigos de la resurrección, para que digan que los discípulos se robaron el cuerpo de Jesús, Mt 28: 11-15), los discípulos se fueron al monte de Galilea que Jesús les había indicado, tal como Él anteriormente les había anunciado que haría después de resucitar (Mt 26:32; Mr 14:28). Notemos que la promesa de que le verían en Galilea había sido reiterada por el ángel que se apareció a las mujeres (Mt 28:7), y por Jesús mismo al aparecerse a ellas (v. 10). Mateo resume en un brochazo lo sucedido entre la resurrección y la ascensión, que está relatado con más detalle en Lucas y en Juan. ¿Cuándo se fueron a Galilea? No sabemos exactamente, pero debe haber sido no menos de ocho a diez días después de la resurrección, o más probablemente, hacia el final del período de cuarenta días. (Nota 1)
Tampoco sabemos cuál era el monte en cuestión, pero lo más probable es que se tratara del monte Tabor, donde ocurrió la transfiguración que, por su altura aseguraba mejor la privacidad del encuentro. Pero podría haber sido también, según piensan algunos, la montaña donde Jesús predicó las bienaventuranzas y el largo sermón que siguió (Mt 5-7).
Recordemos que el último mensaje que Moisés dirigió al pueblo de Israel fue dado también desde una montaña, el monte Nebo, a la vista de la Tierra Prometida, a la cual él no iba a entrar (Dt 32:49; y todo el cap. 33). Jesús, el nuevo legislador, obra como su predecesor, a la vista de la Tierra Prometida celestial a la cual Él se va precediéndonos, y en la que nos prepara un lugar (Jn 14:2,3).
Mateo no consigna la ocasión en que Jesús les dio esa orden precisa. Su relato en muchos aspectos es esquemático. Sin embargo, él dice que “los once” fueron a Galilea, que es el número de los discípulos que quedaron después de la defección del traidor. Su despedida de la tierra y su mensaje final estaban reservados para ellos solos. No incluía en principio al círculo más amplio de discípulos cercanos.
No deja de ser notable el hecho de que los once, que habían visto al Resucitado varias veces en Jerusalén, emprendieran el largo viaje a Galilea sólo porque Jesús les había dado una cita ahí. ¿Haríamos nosotros un sacrificio semejante?
17. “Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban.”
¿Cuál podría ser su reacción al verlo de nuevo, sino postrarse y adorarlo? Ellos habían caminado con Él durante tres años, le habían escuchado enseñar y visto hacer milagros, conscientes de la presencia del Espíritu de Dios en Él. Pero ahora, después de su resurrección, tenían la convicción de que Él no sólo era un maestro de una doctrina ética revolucionaria, sino que era Dios mismo hecho hombre. Nótese que ésta es la primera vez que los evangelios dicen que sus discípulos le adoran.
No obstante, hubo algunos que, al verlo de lejos, dudaron de que fuera realmente Jesús. Pero la suya fue una duda momentánea que se desvaneció apenas Él se les acercó y escucharon sus palabras.
Jerónimo dice que su duda aumenta nuestra fe, porque muestra que no eran crédulos. La fe sincera, en efecto, no excluye la duda cuando trata de cerciorarse.
Podemos preguntarnos cuál era el aspecto de Jesús cuando le vieron. ¿Sería en pleno fulgor de su cuerpo de gloria, tan brillante que cegó a Pablo cuando le vio camino a Damasco? (Hch 9:3-9). Más bien debemos pensar que la gloria de su cuerpo resucitado en ésta, como en otras apariciones anteriores, estaba como velada, porque sus débiles ojos no hubieran podido resistirla, ni hubiera podido dejar dudas acerca de a quién estaban viendo.
De otro lado, recordemos que, antes de ascender al cielo, Jesús, para demostrar a sus discípulos que el suyo era un cuerpo de carne y hueso, y no un espíritu, comió lo que le alcanzaron (Lc 24:41-43), y dijo a Tomás que pusiera el dedo en sus llagas (Jn 20:27-29; cf Lc 24:36-40). No obstante, y esto debe haber sido lo más sorprendente para sus discípulos, Él se presentó tres veces delante de ellos súbitamente, sin haber entrado por la puerta (Jn 20:19,26; Mr 16:14). Se dice que el cuerpo resucitado de Jesús tenía la capacidad de atravesar las paredes. Pero no necesitaba tener esa capacidad. Él simplemente estaba donde quería estar. Vivía en una dimensión celestial.
Muchos intérpretes piensan que esta aparición de Jesús, que parece ser la última, es la misma que menciona Pablo cuando escribe: “Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen” (1Cor 15:6), porque sólo en Galilea habría más de quinientos seguidores suyos que se reunieran en un mismo lugar, y que los que dudaron eran parte de ese número, no de los once, pues éstos habían tenido pruebas concluyentes de que Jesús había resucitado. No es imposible que así fuera y que los quinientos se hubieran mantenido a la distancia, y que sólo lo hubieran visto, pero no hubieran escuchado sus palabras.
18. “Y se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.”
Sin tomar en cuenta la actitud dudosa de algunos, Jesús se les acercó para hablarles y decirles algunas palabras de despedida que incluían su última orden, su último encargo: Toda autoridad (exousía) sobre la creación entera, -esto es, sobre todo lo que los cielos y la tierra contienen- me ha sido dada. Es una autoridad que ningún gobernante terreno puede tener, pues no hay hombre que tenga autoridad sobre los astros del firmamento.
En verdad, Jesús podría haber dicho, me ha sido restituida, porque al hacerse hombre su poder se vio limitado por la condición humana, aunque no dejó de manifestarse cuando enseñaba (Mt 7:29), o perdonaba los pecados (9:6), o cuando ofrecía descanso a los que están fatigados (11:27,28), y les dijo: “Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre” (Véase Jn 3:35; 5:22; 13:3; 17:2). Pero ahora ese poder y autoridad le es restituido plenamente en virtud de los méritos de su pasión y muerte, al haber vencido no sólo a la muerte, sino también al pecado, al infierno y a Satanás. Pero notemos que no dice que Él ha asumido esa autoridad, sino que le ha sido dada por su Padre, quien una vez proféticamente dijo: “Pídeme y yo te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra.” (Sal 2:8).
Es una autoridad absoluta que no tiene límites. Por eso Él podía decir  acerca de la creación: Yo soy su soberano y la gobernaré de acuerdo a mi omnipotencia, mi misericordia y mi sabiduría. Este dominio eterno sobre todos los pueblos, naciones y lenguas fue anunciado en la visión que tuvo Daniel acerca del Hijo del Hombre, cuyo reino nunca será destruido (Dn 7:13,14). Le fue reiterado a María cuando el ángel le anunció que concebiría un hijo que heredaría el trono de David su padre, cuyo reino no tendría fin (Lc 1:31-33; cf Is 9:6,7). El hecho de que se mencione tantas veces en las Escrituras, nos muestra la importancia de esta verdad.
Nótese que Él como Dios, igual al Padre, tuvo desde la eternidad todo poder sobre la creación, pero ahora, en tanto que Mediador entre Dios y los hombres, y como Dios hecho hombre, este poder le es dado para llevar a cabo los propósitos divinos, y completar la obra de nuestra redención.
19,20. “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Literalmente “hasta la consumación de la era.”) (2)
Mi deseo y mi orden es que vayáis por todo el mundo a enseñar a sus habitantes sin distinción todo lo que yo os he enseñado, para que ellos también crean en mí como habéis creído vosotros, y sean salvos al ser bautizados en el nombre de mi Padre, del mío propio, y del Espíritu Santo, y proclamen sin temor la fe que han recibido y que transforma sus almas. Notemos que ésta es la primera afirmación solemne y explícita del misterio de la Trinidad que figura en el  Nuevo Testamento. Éste es un misterio que no es mencionado en el Antiguo Testamento, y que los judíos desconocían.
Por tanto, es decir, en virtud de la autoridad de la que yo soy investido, os doy autoridad para continuar la obra de salvación del mundo que yo he empezado.
Vemos en este pasaje tres cosas: discipular, bautizar, enseñar. La misión de los apóstoles será tan universal como el poder que les ha sido dado. La restricción de ir sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel, por un tiempo vigente (Mt 10:5,6), es ahora levantada. Esa restricción transitoria se explicaba porque la misión de Jesús en vida había estado también limitada sólo a esas ovejas (Véase (Mt 15:24). Nótese de paso que la frase “a todas las naciones” podría también traducirse “a todos los gentiles”, esto es, a los no judíos. Esto era lo que los judíos que odiaban a Pablo consideraban tan ofensivo: que la revelación de Dios y las Escrituras, que ellos consideraban que estaban reservadas para ellos exclusivamente como pueblo escogido, pudieran ser compartidas con otros pueblos.
La misión dada a los apóstoles es una misión profética, prefigurada por la que Dios dio a Jeremías al inicio de su carrera: “Diles todo lo que yo te mande” (1:17), después de haberle asegurado que estaría siempre con él (v. 19).
La orden es de ir a discipular, no de esperar que vengan a ellos para hacerlo. ¿Cuántos cristianos tienen eso claro? (3)
“Haced discípulos…” Discípulo es no sólo el que escucha las enseñanzas de un maestro y las sigue, sino es alguien que, además, trata de conformar su vida en todo a la de su maestro, constituyéndolo en modelo no sólo de su conducta, sino también de su pensamiento, para ser en todo como él, de manera que se convierta en un fiel reflejo suyo. Yo te pregunto, amigo lector, como yo me pregunto también a mí mismo: ¿Eres tú un discípulo de Jesús? ¿Piensas tú como Él?
Pablo lo expresó una vez: “Sed imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo.” (1Cor 11:1). Cristiano en sentido pleno es pues no sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios que murió para salvarlo de la condenación eterna, sino el que trata de ser como Él.
Notemos que la orden de ir fue dada no sólo a los apóstoles que estuvieron presentes en ese momento, y a sus sucesores en el gobierno de la iglesia, sino a todos los cristianos de todos los tiempos, es decir, también a nosotros.
No hay obra más sublime y valiosa que la de traer a los pecadores a los pies de Cristo, y enseñarles el camino de la salvación; y no hay virtud más valiosa para Dios que el celo por las almas, porque eso fue lo que hizo venir a Jesús a la tierra.
En efecto, lo que solemos llamar “La Gran Comisión” es la obra más grande emprendida por el ser humano en la historia, una empresa en verdad revolucionaria, imposible de alcanzar en términos humanos: Hacer que la humanidad entera, acostumbrada a rendir culto a muchos dioses, adore al único Dios verdadero. Pero como el que ordenaba llevarla a cabo es Dios mismo, y tiene todo el poder, su éxito estaba asegurado de antemano.
Es curioso, sin embargo, que a pesar de que la orden dada a los apóstoles era de ir por todo el mundo (o más concretamente, según Hch 1:8, de ser testigos de Cristo en Judea, en Samaria, y hasta los confines de la tierra) fue necesario que se desatara una persecución contra la iglesia en Jerusalén con ocasión del martirio de Esteban, para que los discípulos salieran a predicar el Evangelio a todas partes (Hch 8:1,4).
Pero mirad, les dice Jesús, aunque yo regreso ahora a mi Padre, yo permaneceré con vosotros mediante mi Espíritu de una manera constante, sin fallas, y estaré en todo momento a vuestra disposición, hasta el día en que regrese de nuevo corporalmente, con mi ángeles y mis santos, para juzgar a todas naciones de la tierra (Mt 25:31-46), y dar consumación a todas las promesas que os hemos hecho desde el principio.
La promesa final de Jesús ahora es: “Yo estoy con vosotros todos los días”, un vosotros que nos incluye a nosotros que hemos creído en Él, para ayudarnos, fortalecernos, consolarnos y guiarnos en la tarea que nos ha encomendado, de manera que lo imposible se vuelva posible, y lo difícil, fácil.
Notas: 1. Según el recuento que hace J. Broadus, en total Jesús se apareció diez veces después de resucitar, cinco en el mismo día de su resurrección, y cinco, sin contar la ascensión, en los días posteriores. Al primer grupo pertenecen la aparición a las mujeres, en Mt 28:5-8; a María Magdalena, en Jn 20:11-18; a Pedro, en Lc 24:34; a los dos discípulos que iban a Emaús, en Lc 24:13-35; y a los apóstoles, estando Tomás ausente, en Jn 20:19-24. Al segundo grupo pertenecen la aparición a los apóstoles ocho días después, estando Tomás presente, en Jn 20:26-29; a siete discípulos que pescaban en el mar de Galilea, en Jn 21:1-14; la aparición a los once, que comentamos en este artículo, que pudo haber coincidido con la aparición a los quinientos, que menciona Pablo en 1Cor 15:6; a Santiago, en 1Cor 15:7; y a los apóstoles, poco antes de ascender al cielo, en Lc 24:36-49, Mr 16:14-18, y Hch 1:4-8.
2. Aunque a veces se les considera palabras sinónimas, hay una notable diferencia entre aion (olam en hebreo) y kosmos. Mientras que la primera se refiere a “era”, o a “tiempo”, y tiene a veces un contenido ético, la segunda se refiere a “gente”, o a “espacio”, y designa al universo material y a toda la gente que vive en él. Las palabras de la traducción “hasta el fin del mundo” han hecho creer equivocadamente a muchos que el mundo material va a desaparecer cuando Jesús retorne. Pero en verdad, lo que Jesús anuncia es que cuando Él vuelva se va a iniciar una nueva era, o etapa, del mundo cuya grandiosidad y belleza es para nosotros inimaginable.
3. Esta orden coincide con los términos de la Gran Comisión que consigna Marcos: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura.” Ahí Jesús, sin embargo, añade una advertencia muy clara: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.” (Mr 16:15,16; cf Jn 3:18). Tu salvación depende de que creas o no, esto es, de tu fe.
NB. Este artículo está basado en una enseñanza dada recientemente en el ministerio de la Edad de Oro.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos diciendo: Jesús, yo te ruego que laves mis pecados con tu sangre. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.
#966 (12.03.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

1 comentario:

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