LA VIDA Y LA
PALABRA
Por
José Belaunde M.
EL QUE
PROCURA EL BIEN
Un
Comentario de Proverbios 11:27-31
27. “El que
procura el bien busca favor; mas al que busca el mal, éste le vendrá.”
El
que busca el mal (para otros) lo verá caer sobre su propia cabeza, como aquel
que fue atrapado en la red que tendió a su enemigo. Pero el que procura siempre
el bien de otro, verá que lo cosechará también para sí.
En
suma, cada cual recibe lo que busca, pero el que busca el mal ajeno, lo
recibirá en cabeza propia, si no inmediatamente, en algún momento inesperado, y
probablemente no entenderá por qué le viene.
Este
proverbio podría leerse así: El que procura hacer el bien, busca favor
(es decir, recompensa) para sí, (las palabras subrayadas no figuran en
el texto, pero están implícitas) sea porque se gana la buena voluntad de otros
que ven su conducta, sea porque recibe de vuelta el bien que hizo al
prójimo. Mientras que el que procura
hacer el mal a otros, lo recibe él mismo, porque en algún momento sufrirá las
consecuencias. La idea es que cada cual cosecha lo que siembra.
La
noción que subyace el mensaje de este proverbio es que el hombre está siempre
activo; nació para hacer cosas y no puede estar ocioso. Todos tienen un
propósito que alcanzar en la vida. Todo el que busca diligentemente el bien, se
levanta temprano y se pone sin tardar a la obra, logrará el fin que se propone.
No obstante, el malvado trabaja también con ahínco para alcanzar su objetivo, y
a veces lo hace con más diligencia que el bueno, porque Satanás lo impulsa.
Pero aunque él pueda causar mucho daño a otros, a la larga, él será el más
perjudicado, si no en esta vida, en la otra.
Nosotros
debemos esforzarnos por ser útiles, a nosotros mismos, para empezar, y luego
para otros, esto es, a los nuestros y a la sociedad. Hemos recibido dones y
talentos con ese fin, para que los desarrollemos y seamos fructíferos. ¡Cuántos
hombres y mujeres han beneficiado a la humanidad con sus inventos y
descubrimientos! Hoy nos podemos comunicar con la velocidad de un rayo de un
extremo a otro de la tierra (lo que antes tomaba meses), y muchas enfermedades,
antes incurables, han encontrado un tratamiento efectivo. Estos son ejemplos
prácticos de la verdad contenida en este proverbio. Pero también ¡cuánto daño
han hecho al mundo los malvados que obtienen poder, sea económico, mediático o
político! Pero unos y otros, los que buscan el bien, y los que buscan el mal,
cosecharán las consecuencias de sus actos. Del Señor Jesús se dice que Él
anduvo haciendo siempre el bien y sanando enfermos y a los oprimidos por el
diablo (Hch 10:38). ¡Que Él sea nuestro modelo!
28. “El que confía en sus riquezas caerá; mas
los justos reverdecerán como ramas.”
En
este proverbio de paralelismo antitético está implícita la noción de que el
justo
confía en Dios.
La
juventud y la frescura en la edad avanzada son la recompensa anhelada del justo
que busca en todo servir a Dios.
Las
riquezas son buenas para muchas cosas, pero no para comprar la vida eterna. En
el vers. 4 se dice: “Las riquezas no aprovecharán
en el día de la ira”, ni nadie puede comprar años adicionales de vida con
su dinero, pero su rectitud le permite al justo alargar su vida, reverdeciendo
como lo hacen las ramas.
Cuando yo fui invitado
hace algunos años a dar un ciclo de diez conferencias sobre el matrimonio en
una iglesia evangélica en Tacna yo estaba asustado ante el reto de hablar diez
veces ante la misma congregación sobre un mismo tema en el curso de una semana.
Temía que después de la tercera o cuarta sesión ya se aburrirían de escucharme.
Como yo no confié en mí mismo, esto es, en mis conocimientos y experiencia, sino
en la ayuda de lo alto, Dios suplió abundantemente mi insuficiencia, dándome
incluso más temas y material de lo que necesité. No sólo no se aburrieron de
escucharme sino que me invitaron para regresar el año siguiente para un ciclo
de conferencias semejante. No digo esto para jactarme sino para dar testimonio
de cómo Dios viene siempre en nuestra ayuda cuando confiamos no en nosotros
mismos sino en Él.
El
que pone su confianza en las riquezas cree que no necesita de Dios. Pero
llegará el día en que constatará que su dinero no le ayuda para enfrentar
ciertas situaciones, sobre todo si se ha apartado de Dios. Por eso muchas
personas pudientes acuden a brujos y astrólogos o videntes, en la esperanza de
que los puedan ayudar. En esos casos lo más frecuentes es que sus problemas se
agudicen en vez de mejorar, porque al acudir a esa gente, le abren la puerta al
diablo, que no descuidará la oportunidad para atormentarlos. ¡Cuántos suicidios
se producen como consecuencia de circunstancias semejantes! Esas personas
ciegas sufrirán mucho mientras no descubran que la solución de sus dificultades
no está en los hombres, sino en Dios.
En
otro lugar Proverbios nos advierte contra la necedad de poner su esperanza en
las riquezas: “No te afanes por hacerte
rico; sé prudente y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo
ningunas? Porque les brotarán alas como alas de águila, y volarán al cielo.” (23:4-6)
De este texto quiero destacar las palabras que advierten contra la volatilidad,
o incertidumbre, de las riquezas. Hay muchos que se acostaron ricos, pero que
se levantaron pobres. En verdad, las riquezas tienen alas.
Nótese
que este proverbio no contrasta al impío con el recto, sino a éste con el que
confía en sus riquezas. ¿Podemos llamar impío a ese hombre por este hecho? No,
ciertamente. Más bien, lo llamaremos iluso o necio, aunque es cierto que muchas
veces las riquezas se alcanzan por medio vedados, o perjudicando a otros.
Muchos empresarios no tienen escrúpulos y, por su dinero, gozan de impunidad.
Pero,
de otro lado, ¿quién negará los beneficios que traen las riquezas al que las
posee? Por eso es que todos anhelan poseerlas y se esfuerzan por adquirirlas.
Permiten gozar de grandes satisfacciones en esta vida, pero no compran la paz
de conciencia, ni garantizan la buena salud, ni la amistad sincera de los que
los rodean, sino un amor interesado, como dice un proverbio: “Muchos son los que aman al rico.”
(14:20b).
Tampoco
compran la entrada al cielo. Más bien, pueden cerrarla (Sal 49:6-8). Jesús
posiblemente estaba pensando en este proverbio cuando dijo: “¡Cuán difícil les es entrar en el reino de
Dios a los que confían en sus riquezas! Más fácil es pasar un camello por el
ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.” (Mr 10:24,25).
Y
por eso mismo exhortó Pablo a su discípulo Timoteo a advertir a los ricos que
no pongan su “esperanza en las riquezas,
las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo.” (1Tm 6:17). Y añadió: “que sean ricos en buenas obras.” (vers.
18; cf Sal 52:6,7; 62:10c). No les vaya a ocurrir lo que al rey Uzías, que
cuando se enriqueció, se ensoberbeció, y le fue infiel a Dios. Como
consecuencia enfermó de lepra y tuvo que ser apartado del trono (2Cro
26:16-21).
O
peor aún, como ocurrió con el pueblo de Israel, que “cuando adquirió riquezas, abandonó al Dios de su salvación”, sirviendo
a dioses ajenos (Dt 32:15,6).
En
el evangelio de San Juan, Jesús nos plantea el ejemplo de dos clases de ramas
de vid, o pámpanos: el de las ramas que perseveran unidas al tronco y, por
tanto, dan mucho fruto, y el de la rama que no permanece unida a la vid, y que
no da fruto, y en consecuencia, es cortada y echada al fuego. La diferencia
entre una y otra rama es que una permanece en Cristo, y la otra no (Jn 15:4-6).
El secreto es pues permanecer en Cristo.
Puede
haber etapas de sequedad y esterilidad, como sucede durante el invierno, pero
cuando retorna la primavera la rama reverdece y se llena de fruto (Jr 17:8), “como árbol plantado junto a corrientes de
agua, que da su fruto en su tiempo, y
su hoja no cae…” (Sal 1:3), “cuyo
fruto será para comer y su hoja para medicina.” (Ez 47:12).
¿No
hemos visto nosotros casos de hombres justos que con su ejemplo y su palabra
han alimentado a otros y los han
estimulado a seguir el camino del bien? Ellos no pusieron su confianza en las
riquezas materiales o intelectuales, sino en Dios, que los enriqueció con sus
dones y talentos y los equipó para ministrar a otros (Rm 12:6-8).
El
Venerable Beda (673-735) comenta: “El que no piensa en el futuro (esto es, en
los bienes futuros) porque anhela los bienes presentes, al final carecerá de
ambos.”
29. “El que turba su casa heredará viento; y el
necio será siervo del sabio de corazón.”
Aquí hay dos preguntas
que hacerse: 1) ¿Qué relación hay entre los dos esticos del proverbio? No es
muy evidente; y 2) ¿Qué es turbar su casa?
La relación es, sin
embargo, si se observa bien, bastante transparente: (1) el que perturba su casa
y el necio son la misma persona. El sabio no turba su casa. (2) Heredar viento
es lo mismo que empobrecer, lo que lleva al necio a ser siervo del sabio, que
entra en posesión de los bienes del necio. Los papeles se invierten. Sabiduría
y necedad producen a la larga frutos opuestos. Podemos reformular el proverbio
de esta manera: El que turba su casa empobrece, y termina sirviendo al sabio
que se enriquece con lo que él pierde.
Turbar su casa puede
tener varios significados emparentados. Turba, o desordena, su casa el que hace
constante gala de mal carácter, o está siempre amargado; el que crea
rivalidades entre sus miembros; el que conspira contra la estabilidad y unión
de su familia mediante la infidelidad; el que administra mal el patrimonio
familiar; el hijo que contrista a su padre, etc.
El hecho de que hable de
“heredar” hace pensar que el vers. se aplica más a los hijos que a los padres,
pero “heredar” tiene con frecuencia el sentido simple de “recibir” (Pr.14:18;
Mt.25:34; Mr.10:17; 1Cor.15:50; Ap.21:7). Es decir, el que turba su casa recibe
él mismo los frutos de su inconducta. Un buen ejemplo de hijos que perturbaron
su casa son Amnón y Absalón, hijos de David. Ambos murieron prematuramente y de
manera trágica (2 Samuel 13 y 18). (Nota)
El segundo estico
expresa una verdad que se cumple diariamente: el que actúa neciamente, de
manera poco sabia, terminará sirviendo, o estando en una posición subordinada,
respecto del que obra con prudencia y pondera bien las consecuencias de sus
actos.
Como nos muestra el
salmo 133 una familia unida por la gracia de Dios florece por las bendiciones
que Dios derrama sobre ella, mientras que “toda
casa dividida contra sí misma no permanecerá.” (Mt 12:25) Con frecuencia la
impiedad o la avaricia, o la mala conducta del jefe de familia son una amenaza
para el bienestar de su casa y puede de hecho causar mucho sufrimiento a los
suyos (1Sm 25:17), que pueden terminar odiándolo.
En verdad, nadie puede
descuidar el bien de su alma sin perjuicio de los suyos. Ciertamente priva a su
casa de las bendiciones que trae la oración ungida y el buen ejemplo, pero
cuánto bien hacen a los suyos los padres que les dan buen ejemplo de rectitud y
de piedad. En cambio perturba neciamente a los suyos el que neciamente hace lo
que su impiedad le inspira, y él mismo hereda el viento, como dice Oseas: “El que siembra el viento, cosecha
tempestades.” (8:7a). Eso ocurrió cuando Koré y sus seguidores se
levantaron en el desierto desafiando el liderazgo de Moisés: la tierra los
tragó y descendieron vivos al Seol (Nm 16:31-33). Un destino trágicamente
semejante corrió Acán que, por codicia, tomó un manto lujoso, y oro y plata, y
lo escondió, violando la orden de destruir todo lo que se hallara en la
conquista de Jericó, y que Dios había condenado al anatema. Cuando fue obligado
a confesar su pecado, la congregación lo apedreó a él y a su familia, y quemó
sus despojos (Js 7:1, 20-25).
Los hijos del anciano
sacerdote Elí desoyeron la débil reprimenda de su padre que les reprochaba que
profanaran la casa de Dios abusando de las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión en
Silo, para escándalo de todo el pueblo, pero él no los disciplinó como debía,
por lo que Dios le anunció que retiraría a su linaje del sacerdocio y lo daría
a otro que le fuera fiel (1 Sm 2:22-25; 27-36). Entre las palabras notables que
figuran en este trágico episodio están éstas que pronunció Elí: “Si el hombre pecare contra el hombre, los
jueces lo juzgarán; más si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él? (v.
25).
También turbó gravemente
su casa Jeroboam, que hizo pecar a las diez tribus de Israel fundiendo dos
becerros de oro para que los adorara el pueblo, en vez de ir a servir al Señor
en Jerusalén, por lo que Dios hizo morir a toda su descendencia por mano de
Baasa (1R 15:29,30).
30. “El fruto del justo es árbol de vida; y el
que gana almas es sabio.”
Con
sus palabras el justo gana a otros para el cielo. Por eso se dice que es árbol
de vida.
El
fruto del justo es, de un lado, su conducta; pero también las palabras con que
enseña, aconseja y lleva almas a Cristo. Por eso es sabio para otros, en primer
lugar, y también para sí (9:12a), porque no dejará de cosechar su recompensa.
(Véase Sal.1:1-3).
El
segundo estico podría ser el "motto" o lema de todas las
organizaciones que hacen obra evangelística.
Toda
la vida del justo, sus oraciones, su enseñanza, el ejemplo que da a los demás,
la influencia que ejerce, todo ello es árbol de vida para su entorno, dice
acertadamente Ch. Bridges. Los que lo rodean, familiares y amigos, se alimentan
de ese fruto que él produce en abundancia. ¡Pero cuán distinta es la influencia
del que vive de manera contraria! Es un veneno que corrompe la sangre y
arrastra hacia al mal a muchos que lo admiran por sus logros mundanos. Pero
¿cómo será su final?
El
justo es no sólo árbol de vida, sino que su boca es manantial de vida de la que
fluyen palabras que conducen a la vida eterna (Pr 10:11). Por eso bien se
afirma que el que gana almas es sabio. No hay mayor sabiduría que ésa, porque
sus consecuencias son eternas. Es una sabiduría que beneficia a otros, pero
también al que la posee, pues recibirá su premio en su momento. Es una
sabiduría que no requiere de estudios, sino abrirse al Espíritu Santo.
Pero
a nadie se puede aplicar mejor estas palabras que a Jesús, que con su muerte
dio vida eterna a los que creen en Él y le obedecen. Todo el que quiera ser
árbol de vida para muchos seguirá sus pasos, muriendo a sí mismo. Deberá tener
una sed de almas como la que llevó a Jesús al pozo de Sicar, donde vino a
buscar agua la samaritana, que no tenía idea del agua que iba a encontrar y que
iba a beber de la boca de Jesús (Jn 4:1-42).
Como
bien dice Pablo, “ninguno de nosotros
vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos;
y si morimos, para el Señor morimos.” (Rm 14:7,8). Así también la esposa
que gana para Dios a su marido incrédulo con su conducta casta y respetuosa (1P
3:1,2). Hay en la historia un caso notable de mujer que con su sabiduría y
paciencia ganó a su esposo, el indomable rey franco Clodoveo, orgulloso vencedor
de muchas batallas, pero que, gracias a ella, se rindió a los pies de Cristo.
31.
“Ciertamente el justo será recompensado
en la tierra; ¡Cuánto más el impío y el pecador!”
Este
proverbio habla del sembrar y cosechar en esta vida. Según sea la semilla, será
la cosecha. “El buen árbol –dijo
Jesús- no puede producir un mal fruto.” (Mt
7:18), y viceversa. Hay una recompensa que se alcanza en esta vida, y una mejor
que se recibe en la otra. Igual sucede con el impío, que segará en esta vida el
fruto pernicioso de sus obras venenosas, y en la otra, si no se arrepiente a
tiempo, el castigo perpetuo.
¡A
cuántos ha librado la vara de corrección oportuna de una condenación cierta,
haciendo que el descarriado enmiende sus caminos! Como dice Salomón: “La vara y la corrección dan sabiduría.” (Pr
29:15a) El justo no puede escapar del castigo temporal merecido si alguna vez
le falla a Dios, como ocurrió con Moisés y Aarón, que no honraron a Dios en las
aguas de Meribá. Por ello Dios les anunció que no introducirían a la
congregación de Israel en la Tierra Prometida, sino que otro lo haría en su
lugar (Nm 20:12)
Algo
semejante sucedió con David, a quien Dios
amonestó por su adulterio por boca del profeta Natán (2Sm 12:9-12). Y con
Salomón, por haberse apartado del Dios verdadero cuando era viejo, y haber
adorado a los falsos dioses de sus muchas mujeres y concubinas extranjeras, por
lo cual Dios le dijo que le quitaría el reino, pero no en sus días, por amor de
David, sino en el reinado de su hijo Roboam, al cual le dejaría una tribu. (1R
11:4-13).
La misericordia de Dios
permite que el justo sea castigado por sus faltas en la tierra (Ecl 7:30), y no
en el infierno, como merecería. Pablo escribe: “mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos
condenados con el mundo.” (1Cor 11:32).
Si el hijo es
disciplinado (“Porque el Señor al que
ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.” Hb 12:6), ¡con
cuánta mayor razón lo será el pecador contumaz! Como escribe el apóstol Pedro,
citando este proverbio según la versión de la Septuaginta: “Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el
pecador?” (1P 4:18). “He aquí el día
del Señor viene ardiente como un horno, y todos los que hacen maldad serán como
estopa.” (Mal 4:1, según la Septuaginta).
Nota: El verbo heredar quiere decir no sólo recibir un bien como
legado de los padres o de algún pariente, sino experimentar las consecuencias
de los propios actos.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa
seguridad, y te invito a arrepentirte de todos tus pecados, pidiéndole
humildemente perdón a Dios por ellos.
#954 (04.12.16).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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