martes, 19 de septiembre de 2017

LA MUJER AGRACIADA TENDRÁ HONRA

  LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA MUJER AGRACIADA TENDRÁ HONRA
Un Comentario de Proverbios 11:16 y 17
16. “La mujer agraciada tendrá honra, y los fuertes tendrán riquezas.”

¿En qué consiste la gracia de la mujer? En Proverbios 31:30 está la respuesta.
La belleza en la mujer y la fortaleza en el hombre son aquí elogiadas y, a la vez, contrastadas. Pero ¿es ser “agraciada” sólo ser bella? ¿O es más bien estar llena de gracia? Es decir ¿Estar llena del favor de Dios, y de todas las virtudes y dones que lo acompañan?
En este proverbio se yuxtaponen belleza femenina y fortaleza masculina. Pero Derek Kidner observa que, si miramos al v. 22 (“Como zarcillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa, pero falta de razón”), el autor tiene en mente algo más que la mera belleza exterior, esto es, las virtudes interiores, el buen sentido, lo cual anuda con la versión de la segunda línea de sentido contrario que trae la Septuaginta: "Pero la mujer que odia la rectitud es motivo de deshonra" (Véase Sir 26:1-23). Es motivo de deshonra para ella misma, o para su marido, o para sus padres. ¿Cuántas veces hemos visto que la mujer de costumbres ligeras es motivo de vergüenza para los suyos?
La mujer agraciada es no sólo la bonita, sino aquella que está “llena de gracia”, es decir, aquella a quien la sabiduría, la prudencia, la discreción y la modestia embellecen. Aquella que obra siempre de una manera atinada, cuyas palabras y mirada reflejan la bondad de su corazón; la que tiene palabras de aliento para el cansado, y de consejo para los que atraviesan por situaciones difíciles. Aquella que con sus buenas y oportunas palabras, y con la bondad de sus gestos, sana las heridas, y restaura el ánimo de los desdichados. Mujeres que con su sola presencia bendicen a los que las rodean.
Así como hay mujeres que con su boca provocan conflictos, las hay también que con su boca y con su actitud calman los ánimos, trayendo paz y consuelo: “Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua.” (Pr 31:26).
El apóstol Pedro exhorta a las mujeres: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de odornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de gran estima delante de Dios.” (1P 3:3,4). Notemos que hay cualidades en la mujer que son de gran estima delante de Dios, esto es, que Él inmensamente aprecia. ¿Aprecia Dios tus virtudes, oh mujer que lees estas líneas? ¿Te esfuerzas por adquirirlas? Por algo dice Salomón que “la mujer virtuosa es corona de su marido.” (Pr 12:4). Pero contrariamente también dice: “Mejor es vivir en un rincón del terrado que con mujer rencillosa en casa espaciosa.” (21:9; cf v. 19). El carácter de la mujer decide la felicidad, o la desdicha, del hombre que se case con ella. Una mujer de mal carácter puede amargar la vida del hombre.
La sabiduría adorna con gracia y con una “corona de hermosura” a la mujer que se empeña en adquirirla, y la valora más que ninguna otra posesión (Pr 4:7-9). Ella ilumina no sólo el rostro del hombre sino también, y con creces, el de la mujer, cuyos ojos brillan con el reflejo de su belleza interna (Ecl 8:1).
Gozar de estima general es de mayor valor que el dinero ganado por métodos abusivos o violentos, como afirma un proverbio: “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro.” (Pr 22:1). La gracia es inmensamente superior a la fuerza bruta, porque con ella la mujer conquista el corazón de su marido (5:19).
En la Biblia tenemos numerosos casos de mujeres que sirven de ejemplo a otras por sus cualidades morales. Una de ellas es Rut, la moabita, que mantuvo su virtud pese a la situación apremiante que enfrentaba, pero que obtuvo un premio inesperado por su bondad y constancia (Rt 3:11; 4:13). Ella es, dicho sea de paso, una de las cuatro antepasadas de Jesús que menciona la genealogía de Mateo, a pesar de que no pertenecía al pueblo elegido (Mt 1:5). Otro es el de Débora quien, siendo mujer, gobernaba como juez a Israel, y la gente del pueblo venía a ella para que juzgara y dictara sentencia en sus disputas (Jc 4:4,5). La reina  Ester retuvo su influencia sobre su marido pagano, y salvó a su nación del exterminio que sus enemigos habían decretado (Est 9). Ana, la madre de Samuel quien, siendo estéril, suplicó a Dios que le diera un hijo, que ella se comprometió a dedicar desde niño al servicio del Señor (1Sm 1). Abigaíl, que con sus sabias palabras supo aplacar el ánimo vengativo de David, y salvó a su casa de una destrucción segura. Ella agradó tanto al futuro rey que, cuando quedó viuda, él la tomó por esposa (1Sm 25). La viuda de Sarepta, y la sunamita, que fueron bondadosas con los profetas de Dios y recibieron una recompensa que colmó sus expectativas (1R 17:10; 2R 4:8-37).
Loida y Eunice, que educaron a Timoteo en el conocimiento de las Escrituras (2Tm 1:5). Priscila, que junto con su esposo Aquila, fue una colaboradora más que eficaz de Pablo (Hch 18:2,26; Rm 16:3). Dorcas, rica en buenas obras, a quien Pedro resucitó (Hch 9:36; 39-43).
La segunda línea de este proverbio puede interpretarse en un sentido positivo, o negativo, según sea el significado que se atribuya a la palabra “fuertes” (aritzim en hebreo, esto es “poderosos”, o “violentos”, u “opresores”). Sin embargo, la Jewish Study Bible sugiere que en vez de aritzim esa palabra debería leerse como haritzim, esto es, “diligentes”, siguiendo a la traducción griega.

Si le damos un sentido negativo concluiremos que los “fuertes” sólo acumulan riqueza y el prestigio dudoso que la acompaña. Pero si le damos un sentido positivo, afirmaremos con Salomón que “la mano de los diligentes enriquece.” (Pr 10:4). No obstante, hay una riqueza espiritual con la cual el varón de Dios puede ser bendecido si se mantiene fuerte frente a las tentaciones y pruebas, y constante en la búsqueda de la verdad. Ella es de mucho mayor valor que la riqueza material.
Los vers. 17 al 21 de Prov 11, sumados al 23, forman un grupo de proverbios antitéticos (exceptuando el vers.19) que tratan del fruto de nuestras obras. El v.17 muestra cómo el resultado de nuestras obras recae en nosotros mismos.
17. “A su alma hace bien el hombre misericordioso; mas el cruel se atormenta a sí mismo,” porque Dios le devolverá multiplicado el mal que cause a otros, así como retribuirá al misericordioso por el bien que hizo a su prójimo, a veces negándose a sí mismo.
            Este versículo apunta a la recompensa eterna, buena o mala, (c.f.14:21) porque algún día cosecharemos, para bien o para mal, el fruto de nuestras obras. ¡Qué tontos son, en verdad, los que ignoran, o pretenden ignorar, que hay un Juez justo que asignará a cada cual la recompensa merecida por lo que hizo, o dejó de hacer, en esta vida!
            Dicho de otra manera, hacer misericordia redunda en beneficio propio. Lo recíproco puede decirse también de lo opuesto: hacer daño a otros es hacérselo a sí mismo, en parte porque suscitará el deseo de venganza de los agraviados; como temía Jacob que le ocurriera por la crueldad mostrada por sus hijos Leví y Simeón con Hamor y Siquem al vengar el honor de su hermana Dina (Gn 34:24-31).
            El texto del versículo subraya las palabras “...a sí mismo”, porque el cruel experimentará en su propia carne los tormentos con que afligió a su prójimo.
La misericordia (hesed en hebreo), que hemos definido como “amor que se inclina hacia el desdichado”, es uno de los atributos de Dios más importantes para el hombre, porque fue su misericordia lo que lo impulsó a venir a la tierra para salvarnos. No es simplemente una cualidad natural en el hombre, sino es un fruto del Espíritu obrado por la gracia. El ser humano misericordioso, sea varón o mujer, refleja la naturaleza de Dios: “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.” (Lc 6:36). Por eso Pablo exhorta a los cristianos antes que nada, a vestirse “de entrañable misericordia”, esto es, de ese sentimiento de compasión que brota de lo más profundo de nuestro ser, y que incluye el soportarnos y perdonarnos unos a otros (Col 3:12,13).
            Del buen samaritano se dice que “fue movido a misericordia” al ver al hombre herido que, sin embargo, era un forastero para él (Lc 10:33). ¿Cuántas veces habremos sido nosotros “movidos a misericordia”, en vez de permanecer indiferentes ante la desdicha ajena, como es frecuente aun entre cristianos? Si lo hemos sido, habremos actuado como Dios espera de nosotros, esto es, si en verdad reflejamos su naturaleza y amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, tal como ordena el que es, según Jesús, el segundo gran mandamiento (Mt 22:39,40).
De otro lado, como dice Santiago: “Juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia.” (2:13). Las consecuencias pueden ser funestas para el inmisericorde. Veamos algunos ejemplos. El castigo que recibió Caín por su fratricidio fue terrible, pues fue maldito por Dios de modo que anduvo errante por la tierra como un extranjero a donde quiera que fuere, y Dios tuvo que poner una señal en él para que no lo matase el que lo hallase (Gn 4:11-15). Los hermanos de José fueron angustiados por el remordimiento muchos años después de haberlo vendido como esclavo (Gn 42:21). Aunque el cruel rey Acab se disfrazó para que no lo reconocieran los arqueros enemigos, uno de ellos disparó al azar y lo hirió de muerte sin querer. Su sangre fue después lamida por los perros (1R 22: 34,35,38). Pero peor aún fue la suerte corrida por su esposa, la impía Jezabel, pues fue arrojada al pavimento desde una alta ventana, y cuando un tiempo después quisieron darle sepultura, sólo hallaron pedazos de su cadáver, pues se lo habían comido en parte los perros, en cumplimiento de la profecía pronunciada contra ella por Elías (2R 9:30-37).
Un autor del siglo quinto escribe sobre este proverbio lo siguiente: “La oración sube más rápidamente a los oídos de Dios cuando es impulsada por la recomendación de la limosna y del ayuno. Puesto que se ha escrito que  “a su alma hace bien el misericordioso”, nada le pertenece al individuo más que lo que ha gastado en su prójimo. Parte de los recursos materiales que han sido usados en socorrer al pobre se transforman en riquezas eternas. El tesoro nacido de tal generosidad no puede ser disminuido por el uso ni dañado por el deterioro físico (Mt 6:20). Se ha dicho: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” (Mat 5:7). Aquel que constituye el mayor ejemplo de este principio, esto es, Jesús, será también la suma de su recompensa.”
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#949 (30.10.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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