LA VIDA Y LA
PALABRA
Por José Belaunde M.
LA MUJER AGRACIADA TENDRÁ HONRA
Un Comentario de Proverbios 11:16 y 17
16. “La mujer agraciada tendrá honra, y los
fuertes tendrán riquezas.”
¿En qué consiste la
gracia de la mujer? En Proverbios 31:30 está la respuesta.
La
belleza en la mujer y la fortaleza en el hombre son aquí elogiadas y, a la vez,
contrastadas. Pero ¿es ser “agraciada” sólo ser bella? ¿O es más bien estar
llena de gracia? Es decir ¿Estar llena del favor de Dios, y de todas las
virtudes y dones que lo acompañan?
En este proverbio se yuxtaponen
belleza femenina y fortaleza masculina. Pero Derek Kidner observa que, si
miramos al v. 22 (“Como zarcillo de oro
en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa, pero falta de razón”), el
autor tiene en mente algo más que la mera belleza exterior, esto es, las
virtudes interiores, el buen sentido, lo cual anuda con la versión de la segunda
línea de sentido contrario que trae la Septuaginta: "Pero la mujer que odia la rectitud es motivo de deshonra"
(Véase Sir 26:1-23). Es motivo de deshonra para ella misma, o para su marido, o
para sus padres. ¿Cuántas veces hemos visto que la mujer de costumbres ligeras
es motivo de vergüenza para los suyos?
La mujer agraciada es no sólo la bonita,
sino aquella que está “llena de gracia”, es decir, aquella a quien la
sabiduría, la prudencia, la discreción y la modestia embellecen. Aquella que
obra siempre de una manera atinada, cuyas palabras y mirada reflejan la bondad
de su corazón; la que tiene palabras de aliento para el cansado, y de consejo
para los que atraviesan por situaciones difíciles. Aquella que con sus buenas y
oportunas palabras, y con la bondad de sus gestos, sana las heridas, y restaura
el ánimo de los desdichados. Mujeres que con su sola presencia bendicen a los
que las rodean.
Así como hay mujeres que con su
boca provocan conflictos, las hay también que con su boca y con su actitud
calman los ánimos, trayendo paz y consuelo: “Abre
su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua.” (Pr
31:26).
El apóstol Pedro exhorta a las
mujeres: “Vuestro atavío no sea el
externo de peinados ostentosos, de odornos de oro o de vestidos lujosos, sino
el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y
apacible, que es de gran estima delante de Dios.” (1P 3:3,4). Notemos que
hay cualidades en la mujer que son de gran estima delante de Dios, esto
es, que Él inmensamente aprecia. ¿Aprecia Dios tus virtudes, oh mujer que lees
estas líneas? ¿Te esfuerzas por adquirirlas? Por algo dice Salomón que “la mujer virtuosa es corona de su marido.”
(Pr 12:4). Pero contrariamente también dice: “Mejor es vivir en un rincón del terrado que con mujer rencillosa en
casa espaciosa.” (21:9; cf v. 19). El carácter de la mujer decide la
felicidad, o la desdicha, del hombre que se case con ella. Una mujer de mal
carácter puede amargar la vida del hombre.
La sabiduría adorna con gracia y
con una “corona de hermosura” a la
mujer que se empeña en adquirirla, y la valora más que ninguna otra posesión
(Pr 4:7-9). Ella ilumina no sólo el rostro del hombre sino también, y con
creces, el de la mujer, cuyos ojos brillan con el reflejo de su belleza interna
(Ecl 8:1).
Gozar de estima general es de
mayor valor que el dinero ganado por métodos abusivos o violentos, como afirma
un proverbio: “De más estima es el buen
nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro.” (Pr
22:1). La gracia es inmensamente superior a la fuerza bruta, porque con ella la
mujer conquista el corazón de su marido (5:19).
En la Biblia tenemos numerosos
casos de mujeres que sirven de ejemplo a otras por sus cualidades morales. Una
de ellas es Rut, la moabita, que mantuvo su virtud pese a la situación
apremiante que enfrentaba, pero que obtuvo un premio inesperado por su bondad y
constancia (Rt 3:11; 4:13). Ella es, dicho sea de paso, una de las cuatro
antepasadas de Jesús que menciona la genealogía de Mateo, a pesar de que no
pertenecía al pueblo elegido (Mt 1:5). Otro es el de Débora quien, siendo
mujer, gobernaba como juez a Israel, y la gente del pueblo venía a ella para
que juzgara y dictara sentencia en sus disputas (Jc 4:4,5). La reina Ester retuvo su influencia sobre su marido
pagano, y salvó a su nación del exterminio que sus enemigos habían decretado
(Est 9). Ana, la madre de Samuel quien, siendo estéril, suplicó a Dios que le
diera un hijo, que ella se comprometió a dedicar desde niño al servicio del
Señor (1Sm 1). Abigaíl, que con sus sabias palabras supo aplacar el ánimo
vengativo de David, y salvó a su casa de una destrucción segura. Ella agradó
tanto al futuro rey que, cuando quedó viuda, él la tomó por esposa (1Sm 25). La
viuda de Sarepta, y la sunamita, que fueron bondadosas con los profetas de Dios
y recibieron una recompensa que colmó sus expectativas (1R 17:10; 2R 4:8-37).
Loida y Eunice, que educaron a
Timoteo en el conocimiento de las Escrituras (2Tm 1:5). Priscila, que junto con
su esposo Aquila, fue una colaboradora más que eficaz de Pablo (Hch 18:2,26; Rm
16:3). Dorcas, rica en buenas obras, a quien Pedro resucitó (Hch 9:36; 39-43).
La segunda línea de este
proverbio puede interpretarse en un sentido positivo, o negativo, según sea el
significado que se atribuya a la palabra “fuertes” (aritzim en hebreo, esto es “poderosos”, o “violentos”, u “opresores”).
Sin embargo, la Jewish Study Bible sugiere que en vez de aritzim esa palabra debería leerse como haritzim, esto es, “diligentes”, siguiendo a la traducción griega.
Si le damos un sentido negativo
concluiremos que los “fuertes” sólo acumulan riqueza y el prestigio dudoso que
la acompaña. Pero si le damos un sentido positivo, afirmaremos con Salomón que “la mano de los diligentes enriquece.” (Pr
10:4). No obstante, hay una riqueza espiritual con la cual el varón de Dios
puede ser bendecido si se mantiene fuerte frente a las tentaciones y pruebas, y
constante en la búsqueda de la verdad. Ella es de mucho mayor valor que la
riqueza material.
Los vers. 17 al 21 de
Prov 11, sumados al 23, forman un grupo de proverbios antitéticos (exceptuando
el vers.19) que tratan del fruto de nuestras obras. El v.17 muestra cómo el
resultado de nuestras obras recae en nosotros mismos.
17. “A su alma hace bien el hombre
misericordioso; mas el cruel se atormenta a sí mismo,” porque Dios le
devolverá multiplicado el mal que cause a otros, así como retribuirá al
misericordioso por el bien que hizo a su prójimo, a veces negándose a sí mismo.
Este versículo apunta a la recompensa
eterna, buena o mala, (c.f.14:21) porque algún día cosecharemos, para bien o
para mal, el fruto de nuestras obras. ¡Qué tontos son, en verdad, los que
ignoran, o pretenden ignorar, que hay un Juez justo que asignará a cada cual la
recompensa merecida por lo que hizo, o dejó de hacer, en esta vida!
Dicho de otra manera, hacer
misericordia redunda en beneficio propio. Lo recíproco puede decirse también de
lo opuesto: hacer daño a otros es hacérselo a sí mismo, en parte porque
suscitará el deseo de venganza de los agraviados; como temía Jacob que le
ocurriera por la crueldad mostrada por sus hijos Leví y Simeón con Hamor y
Siquem al vengar el honor de su hermana Dina (Gn 34:24-31).
El texto del versículo subraya las
palabras “...a sí mismo”, porque el
cruel experimentará en su propia carne los tormentos con que afligió a su
prójimo.
La misericordia (hesed en hebreo), que hemos definido
como “amor que se inclina hacia el desdichado”, es uno de los atributos de Dios
más importantes para el hombre, porque fue su misericordia lo que lo impulsó a
venir a la tierra para salvarnos. No es simplemente una cualidad natural en el
hombre, sino es un fruto del Espíritu obrado por la gracia. El ser humano
misericordioso, sea varón o mujer, refleja la naturaleza de Dios: “Sed, pues, misericordiosos, como también
vuestro Padre es misericordioso.” (Lc 6:36). Por eso Pablo exhorta a los
cristianos antes que nada, a vestirse “de
entrañable misericordia”, esto es, de ese sentimiento de compasión que
brota de lo más profundo de nuestro ser, y que incluye el soportarnos y
perdonarnos unos a otros (Col 3:12,13).
Del
buen samaritano se dice que “fue movido a
misericordia” al ver al hombre herido que, sin embargo, era un forastero
para él (Lc 10:33). ¿Cuántas veces habremos sido nosotros “movidos a
misericordia”, en vez de permanecer indiferentes ante la desdicha ajena, como
es frecuente aun entre cristianos? Si lo hemos sido, habremos actuado como Dios
espera de nosotros, esto es, si en verdad reflejamos su naturaleza y amamos a
nuestro prójimo como a nosotros mismos, tal como ordena el que es, según Jesús,
el segundo gran mandamiento (Mt 22:39,40).
De otro lado, como dice Santiago:
“Juicio sin misericordia se hará con
aquel que no hiciere misericordia.” (2:13). Las consecuencias pueden ser funestas
para el inmisericorde. Veamos algunos ejemplos. El castigo que recibió Caín por
su fratricidio fue terrible, pues fue maldito por Dios de modo que anduvo
errante por la tierra como un extranjero a donde quiera que fuere, y Dios tuvo
que poner una señal en él para que no lo matase el que lo hallase (Gn 4:11-15).
Los hermanos de José fueron angustiados por el remordimiento muchos años
después de haberlo vendido como esclavo (Gn 42:21). Aunque el cruel rey Acab se
disfrazó para que no lo reconocieran los arqueros enemigos, uno de ellos
disparó al azar y lo hirió de muerte sin querer. Su sangre fue después lamida
por los perros (1R 22: 34,35,38). Pero peor aún fue la suerte corrida por su
esposa, la impía Jezabel, pues fue arrojada al pavimento desde una alta
ventana, y cuando un tiempo después quisieron darle sepultura, sólo hallaron
pedazos de su cadáver, pues se lo habían comido en parte los perros, en
cumplimiento de la profecía pronunciada contra ella por Elías (2R 9:30-37).
Un autor del siglo
quinto escribe sobre este proverbio lo siguiente: “La oración sube más
rápidamente a los oídos de Dios cuando es impulsada por la recomendación de la
limosna y del ayuno. Puesto que se ha escrito que “a su
alma hace bien el misericordioso”, nada le pertenece al individuo más que
lo que ha gastado en su prójimo. Parte de los recursos materiales que han sido
usados en socorrer al pobre se transforman en riquezas eternas. El tesoro
nacido de tal generosidad no puede ser disminuido por el uso ni dañado por el
deterioro físico (Mt 6:20). Se ha dicho: “Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” (Mat 5:7).
Aquel que constituye el mayor ejemplo de este principio, esto es, Jesús, será
también la suma de su recompensa.”
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt
16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la
presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle
perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los
pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no
merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente
muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#949 (30.10.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.
Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
He leido todo me parece iinteresante.
ResponderEliminarHay vida, aun a las puertas de la muerte. Gracias a la ersona de Jesus.
ResponderEliminarAmén 😇
ResponderEliminarAmén
ResponderEliminarAmen
ResponderEliminarMuy edificante enseñanza,Dios me le bendiga.
ResponderEliminarAmen 🙏🏼
ResponderEliminarGracias por el estudio 🙏🏻
ResponderEliminar💚
ResponderEliminarHermoso
¿Cain camina errante por el mundo?
ResponderEliminarAmén 😇
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