LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESUS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE
JERUSALÉN I
Un Comentario de Lucas 21:5-11
Después de su entrada
triunfal en Jerusalén el día domingo, Jesús está enseñando en el atrio del
templo y discutiendo con los escribas y saduceos. El capítulo 21 de este
evangelio se inicia con el episodio de la ofrenda de la viuda, y continúa con
unas palabras solemnes de advertencia:
5,6. “Y a unos que hablaban de que el templo estaba adornado
de hermosas piedras y ofrendas votivas, dijo: En cuanto a estas cosas que veis,
días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida.”
Ya en aquel
tiempo era costumbre adornar los templos con diversos objetos preciosos, como
se hace en las iglesias, sobretodo, pero no únicamente, católicas. Se decoraban
y embellecían todos los templos, comenzando por los paganos, lo cual nos hace
ver que es un instinto natural del hombre embellecer los ambientes en que vive
y en los que rinde culto a Dios. (Nota 1)
De hecho, sabemos
por las descripciones acerca del tabernáculo en el desierto y del templo de
Salomón, que leemos en la Biblia, que sus ambientes estaban sumamente
decorados. ¿Añade eso a la piedad? Más se podría pensar que distraen. Sin
embargo, a mucha gente la decoración del templo, junto con el incienso y los
ritos, le ayuda a concentrarse en un ambiente de recogimiento y adoración.
Pues bien, todo el fastuoso lujo arquitectónico del que los
judíos estaban orgullosos (2), -aunque fuera obra de un rey odiado, como lo fue Herodes
el Grande- será enteramente reducido a ruinas y escombros, y no quedará piedra
sobre piedra (3). Ese anuncio inesperado hecho por Jesús a sus discípulos
debe haberlos impresionado inmensamente.
Jesús dice que toda esa belleza acumulada en las piedras
cuidadosamente talladas del templo desaparecerá, y que no quedará una sobre
otra, subrayando el grado absoluto de destrucción que se abatiría sobre ese
lugar, como efectivamente ocurrió 40 años después cuando las legiones romanas,
al mando de Tito, después de un largo sitio, ocuparon la ciudad. (4)
Sin embargo ¿qué cosa hay en la tierra, qué monumento
humano, que no sea algún día destruido por el paso del tiempo? Las cosas en las
cuales el hombre pone su confianza y que considera más firmes, son meras
sombras y apariencia que desaparecen, no son duraderas. Claro está que, en el
caso del templo de Jerusalén, la destrucción no ocurriría como consecuencia del
paso normal del tiempo, sino por una intervención providencial ordenada por
Dios a través de manos humanas.
7. “Y le preguntaron,
diciendo: Maestro, ¿cuándo será esto? ¿y qué señal habrá cuando estas cosas
estén para suceder?”
Al escuchar el anuncio
lo primero que viene en mente a los apóstoles es preguntar cuándo ocurriría esa
catástrofe. No preguntan cómo ni por qué sucedería, algo que a nosotros nos
parece que debería interesarles en primer lugar saber. Dan por sentado que lo
que anuncia Jesús se cumplirá de todas maneras. Sólo les interesa saber cuándo
ocurrirá. Si nos llama la atención su poca curiosidad sobre esos dos aspectos
conviene recordar que la población judía vivía entonces en un ambiente mental
de expectativa escatológica, por la convicción de que vivían en los últimos
tiempos predichos por los profetas antiguos, en los que Dios intervendría
poderosamente; como ya lo había hecho en el pasado (Véase al respecto 2 Reyes,
cap. 25 y 2 Crónicas, cap. 36).
Si los apóstoles preguntan por una señal que indique que el
día anunciado se acerca, es porque los judíos estaban acostumbrados a que los
grandes acontecimientos desatados por el juicio de Dios estuvieran precedidos
por señales que anunciaban su proximidad. Jesús mismo les habló en varias
oportunidades en esos términos. “Cuando veáis todas estas cosas…” (Mt 24:33)
“Estas señales seguirán …” (Mr 16:17).
8. “Él entonces
dijo: Mirad que no seáis engañados; porque vendrán muchos en mi nombre,
diciendo: Yo soy el Cristo, y: el tiempo está cerca. Mas no vayáis en pos de
ellos.”
Jesús no contesta a
ambas preguntas sobre el cuándo; las soslaya como si no fuera necesario ni
importante para ellos saber el momento. En efecto, lo que sí importa para
ellos, y para todos, es estar preparados para cuando venga ese día. (Véase la
Parábola de las Vírgenes Sabias y las Vírgenes Necias, Mt 25:1-13).
Una de las estrategias que con más efectividad usa el
diablo para engañar a la gente, es imitar lo que Dios dice o hace,
induciéndoles a creer que lo que ven u oyen viene de Dios. De esa manera logra
que lo sigan. Por eso Jesús les advierte: “No
os dejéis engañar ni vayáis tras ellos”. Pero no les dice cómo diferenciar
de manera segura los anuncios falsos de los verdaderos; cómo distinguir entre
el modelo y la imitación.
La señal que indica Juan en su primera epístola para reconocer
al espíritu que viene de Dios –esto es, si confiesa que Jesús vino en carne,
e.d. que hubo verdadera encarnación (1 Jn.4:1,2), como algunos herejes de los
primeros siglos negaban- es poco aplicable a nuestros días, porque ya no se dan
las controversias teológicas acerca de la naturaleza de Cristo que agitaron a
la iglesia de los primeros siglos.
La verdad es que no hay un método que sea a la vez fácil y
seguro. No obstante, Juan nos da en el pasaje citado una indicación muy
pertinente: No debemos creer a todo espíritu que se manifieste, o que pretenda
hablar por boca humana en nombre de Dios. Debemos probarlos a todos (5).
Hay un don específico para este fin entre los que enumera
Pablo: el discernimiento de espíritus (1 Co.12:10). Sin embargo el pasaje de la
1ª Epístola de Juan nos da una pauta muy actual y vigente sobre cómo reconocer
al espíritu que anima determinadas declaraciones: Si el que habla confiesa que
Jesús es Dios. Porque hay muchos hoy día -como los había entonces y los ha
habido en todos los tiempos- que se dicen cristianos, y que incluso ocupan
cátedras de teología, pero que ponen en duda, o niegan, la divinidad de Cristo,
o su nacimiento virginal, o que efectivamente resucitara de los muertos.
Indaguemos qué creen, o qué predican acerca de esos puntos esenciales de
nuestra fe, antes de prestar crédito a lo que dicen.
Por supuesto podría decirse que Jesús les da a sus
discípulos efectivamente la señal que ellos piden: Habrá muchos que vendrán
queriendo pasar por mí. No les hagáis caso. Mi venida será con tal fuerza que
no habrá la menor duda de que Yo Soy.
9,10. “Y cuando
oigáis de guerras y de sediciones, no os alarméis; porque es necesario que
estas cosas acontezcan primero; pero el fin no será inmediatamente. Entonces
les dijo: Se levantará nación contra nación, y reino contra reino;”
Tampoco será señal de la
proximidad del fin el que haya terribles guerras entre las naciones, como las
hay hoy día. Sin embargo, eso es algo que tendrá que ocurrir previamente,
aunque será sólo una señal distante, o como dijo en otra ocasión, “principio de dolores” (Mt 24:8),
sufrimientos que, como dolores de parto, precederán al nacimiento de la era
gloriosa del reino mesiánico.
Es interesante -por su referencia al presente- que Jesús
hablara de “etnós” (que Reina Valera
traduce por “nación”, palabra que para nosotros tiene la connotación de
“estado”, pero que en el contexto bíblico quiere decir más propiamente
“pueblo”). En nuestros días, incluso al interior de las naciones, los pueblos
dispares que las conforman se hacen internamente la guerra. Los ejemplos son
numerosísimos (los vascos separatistas contra el resto de España; o la ex
Yugoslavia donde se produjo un festival sangriento de todos contra todos; en
Nigeria y otros países africanos, como Ruanda y Burundi, donde grupos tribales
enemigos se agredieron hasta exterminarse; los terribles atentados perpetrados
por el Estado Islámico, no sólo en las ciudades europeas, sino también en
territorios musulmanes, etc. etc.). Al mismo tiempo vemos cómo surgen también
súbitamente conflictos entre países que solían vivir en paz, o que se
toleraban.
Pero ¿por qué es necesario, como dice Jesús, que se
produzcan guerras, y en qué sentido lo es? ¿Como signo del fin, o hay una razón
intrínseca para que ello ocurra?
11. “y habrá
grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá
terror y grandes señales del cielo.”
Hacia el año 70 se
produjeron frecuentes terremotos y erupciones volcánicas, como la que destruyó
la ciudad de Pompeya en Italia. Pero los sucesos que Jesús anuncia se están
produciendo también en el presente en muchas partes. Los terremotos y las
inundaciones son muy frecuentes (6). Hay hambruna en muchos lugares, mientras que en otros
sobran los alimentos; pese a los grandes adelantos de la medicina, las
epidemias, como el Sida y la gripe aviar, el dengue y el zika, están a la orden
del día, y están arrasando con muchas poblaciones, o las han diezmado
recientemente. (7)
Lo que no se puede decir que ocurre ahora de forma
constante son las grandes señales del cielo que provoquen terror, a menos que se considere como tales a
los huracanes -que ciertamente provocan pánico en las poblaciones- o los
pretendidos avistamientos de naves espaciales. Pero lo que la gente entendía
entonces por “señales del cielo” era
más bien la aparición de cometas, u otros cuerpos celestes, o fenómenos como
los eclipses, o el oscurecimiento del sol.
¿Existe alguna relación entre las guerras y las catástrofes
naturales? Las guerras se originan en el campo emocional (rivalidades entre
pueblos, ambiciones territoriales); las catástrofes naturales, en el plano
físico. Ambos son reflejo de un estado de cosas perturbado. Si pensamos que
todo lo que ocurre en el mundo está bajo el control de Dios y que nada es
casual, tenemos razón para pensar que esos dos tipos de fenómenos están
relacionados.
Ahora podemos contestar a la pregunta que hicimos al
comentar el versículo anterior: Es inevitable (esto es, necesario) que los
enfrentamientos, los odios entre las personas y las rivalidades entre los
pueblos se manifiesten en conflictos armados, porque esos sentimientos fomentan
la agresividad. Pero así como la paz suele ser un premio que Dios otorga a las
naciones por su fidelidad y buena conducta, las guerras son de hecho también
con mucha frecuencia, consecuencia de la ira de Dios frente a la impiedad y la
inmoralidad que reina en la sociedad.
La primera guerra mundial (1914-1918), que causó millones
de bajas entre las tropas rivales y la población civil, fue consecuencia de la
gran inmoralidad que prevaleció en las naciones europeas al final del siglo
XIX. Pero los sufrimientos causados por esa guerra no provocaron como reacción
una mejora de las costumbres, sino lo contrario, por lo que a esa guerra siguió
una segunda conflagración mundial (1939-1945) que causó una destrucción masiva
mucho mayor, porque los ejércitos disponían de armas aún más mortíferas, como
las bombas atómicas. Recién entonces las grandes potencias y las naciones del
mundo reaccionaron creando la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que
estableció mecanismos para evitar los grandes enfrentamientos armados entre los
pueblos. Si bien el estallido de una tercera guerra mundial ha podido ser
evitado, los enfrentamientos armados locales entre los pueblos no se han
detenido, y siguen provocando mucho sufrimiento, muertes y desplazamiento de
poblaciones.
Notas: 1. Naturalmente se suscita la cuestión: ¿Es el culto pagano
legítimo y aceptable a Dios? El instinto religioso es innato en el hombre.
Aunque pueda estar mezclado con errores y supersticiones, todos los seres
humanos (salvo el hombre racionalista occidental de los dos últimos siglos)
intuye y reconoce la existencia de un Ser Supremo, origen de todas las cosas y
de quién depende. Véase al respecto el comienzo del discurso de Pablo en el
Areópago de Atenas (Hch 17:22,23). En la epístola a los Romanos Pablo explica
cómo la intuición primitiva de la divinidad degeneró en idolatría (Rm 1:20-23)
con todas sus consecuencias (1:24-32). Eso no impide que haya habido siempre, y
haya actualmente, hombres que, sin tener el conocimiento del Dios verdadero,
vivan de acuerdo al testimonio de su conciencia, que es también innato en el
ser humano. (Rm 2:14-16).
(2) El historiador Josefo nos da una idea de lo que era el
esplendor del templo: su fachada estaba cubierta por grandes placas de oro
macizo que reflejaban el brillo del sol al amanecer con tanta intensidad que no
se le podía mirar de frente. El exterior del templo mismo tenía la apariencia
de una montaña cubierta de nieve, pues sus muros estaban vestidos de mármol
blanco. En sus atrios y pórticos había columnas de mármol de más de 10 metros
de altura.
(3) Esa destrucción masiva la llevaron a cabo las tropas
romanas el año 70 por consigna, a fin de humillar a los judíos.
(4) Los romanos saquearon los tesoros del templo. Uno de los
frisos que adornan el arco del triunfo de Tito, que todavía puede verse en
Roma, muestra en bajo relieve a sus soldados llevando en cortejo triunfal el
famoso candelabro de oro de siete brazos que estaba en el lugar santísimo.
(5) Notemos que algunas veces detrás de ciertas prédicas se
esconde un espíritu de avaricia o de codicia. Desconfiemos de ellas. No buscan
nuestra edificación sino nuestra billetera.
(6) De hecho las
estadísticas que mantienen las compañías de seguros acerca de las catástrofes
naturales, que ellas muy pertinentemente llaman “acts of God” (“acciones de
Dios”), -y que es un tema que les interesa mucho porque ellas asumen el riesgo
de cubrir el costo de sus consecuencias materiales- muestran que la frecuencia
de los huracanes, inundaciones y movimientos sísmicos, se ha incrementado
considerablemente en las dos últimas décadas.
(7) El porcentaje de adultos infectados por el Sida en algunos
países africanos supera el 50% de la población. Es interesante observar que
esas altas proporciones se alcanzan en países que tienen un pequeño porcentaje
de población cristiana, mientras que en los países donde los cristianos
conforman una proporción muy considerable, como en Uganda, por ejemplo, el
porcentaje de infectados de Sida es bajo. Eso nos muestra elocuentemente que el
factor principal de contagio es el comportamiento de la gente.
NB. En octubre de 2005 se
publicaron dos artículos con el mismo título del epígrafe. Su contenido ha sido
revisado y ampliado para ser nuevamente publicado en tres partes.
#937 (07.08.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José
Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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