LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde
ANOTACIONES
AL MARGEN XLIV
v ¿De qué sirve el conocimiento sin el temor de Dios? De nada o de
poco porque será mal empleado, o al
menos no en las cosas que más importan porque son eternas. Peor aún, el
conocimiento sin temor de Dios puede ser empleado sin escrúpulos para el mal,
como hemos visto en la historia reciente tantas veces.
v El conocimiento aumenta nuestra responsabilidad.
v El que se conoce bien a sí mismo sabe que hay en él muchas más
cosas que merecen ser criticadas que elogiadas.
v Es imposible buscar el reino de Dios y su justicia si se ama al
mismo tiempo al mundo.
v El egoísmo, el personalismo, nos quitan la paz, porque no admiten
competencia, ni sufren que nadie se levante por encima de ellos.
v Si eres virtuoso, no pienses mejor de ti mismo de lo que es
razonable (Rom 12:3), no sea que Dios te deje caer para hacerte volver a la
realidad.
v Dios dosifica las tentaciones a las que somos sometidos.
v Por medio del amor sobrenatural (agápe), o gracias a él, adquirimos la verdadera sabiduría, porque
ese amor nos une a Dios, que es la sabiduría misma.
v Dar limosna al pobre sin amor, tiene poco mérito a los ojos de
Dios. Es casi como botar el dinero al desagüe.
v Mi oración diaria debería ser: “Ayúdame Padre a ser perfecto como
tú eres perfecto.” (Mt 5:48). Y también: “Que tu sangre, Jesús, me limpie de
toda mala intención.”
v Debemos aborrecer el pecado, si se pudiera, tanto como Dios lo
aborrece.
v Esta es una idea fundamental: Tratar de ser hoy tal como quisiera
que me sorprendiera algún día la muerte.
v Si no vivo todas las horas del día amando a Dios, estoy perdiendo
el tiempo.
v Si no muero al mundo y a mí mismo, no puedo vivir para Dios.
v Al que es manso y humilde de corazón como Jesús, más que la ofensa
o el daño que pueda sufrir por culpa de otro, le duele el daño que el agresor
se hace a sí mismo, y ora por sus enemigos sabiendo que no saben lo que hacen.
v El que se entromete en asuntos ajenos sin ser solicitado pierde la
paz del espíritu, porque se carga de problemas sobre los que no ejerce ningún
control.
v Si yo quiero alcanzar a Dios y hacerme uno con Él, tengo que
renunciar a todo lo que no es Él. ¿Pero cómo renunciar a las cosas de las que
mi vida depende? Pablo sugirió la solución: Comprando como si no comprara,
poseyendo como si no poseyera…(2Cor 6:10)
v Lo que te molesta en otros, trata de evitar en ti.
v Es mejor nunca hallar falta en los demás, sino en uno mismo.
v Nosotros no solemos ser conscientes del daño que hacemos a otros
por nuestras malas decisiones. Pero, en contraparte, todos sufrimos las
consecuencias de las malas decisiones que a veces toman los que detentan el
poder político, o de otro tipo.
v Cuando actuamos mal, cuando pecamos, o nos dejamos llevar por el
orgullo, o por la pasión, se oscurece la luz de nuestro entendimiento, y eso
nos lleva a cometer nuevos errores.
v Nada hay más cómodo que echarle la culpa a otros de nuestras
fallas, o de sus malas consecuencias. Pero nada hay también más improductivo,
porque de esa manera nunca aprendemos.
v Este es el secreto de la vida cristiana: Hacerse uno con el
Crucificado.
v Aunque duela y lo rechacemos, el sufrimiento nos une a Cristo.
¡Cuántos encadenados a un lecho de dolor podrían ser consolados con este pensamiento!
v
Quisiera terminar citando
estos pensamientos de dos de los más grandes padres de la Iglesia.
San Basilio el
Grande (330-379), que fue un baluarte contra la expansión de la herejía
arriana, escribió: “Un árbol es conocido por sus frutos; un hombre, por sus
obras. Una buena obra nunca se pierde; el que siembra cortesía, cosecha
amistad; el que siembra bondad, cosecha amor.”
Por su lado San
Agustín (354-430), el más grande de los teólogos cristianos, escribió: “¿A qué
se parece el amor? Tiene manos para ayudar a otros. Tiene pies para acudir
donde el pobre y necesitado. Tiene ojos para ver la miseria y la necesidad.
Tiene oídos para oír los suspiros y los lamentos de los hombres. A eso se
parece el amor.”
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz
los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no
merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
#915 (21.02.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde
M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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