LA VIDA Y
LA PALABRA
Por José
Belaunde M.
MENSAJES
A LAS SIETE IGLESIAS XIII
A
LA IGLESIA DE LAODICEA II
Un Comentario de Apocalipsis 3:19-22
19. “Yo reprendo y castigo a todos los que amo;
sé, pues, celoso, y arrepiéntete.”
En el original griego la frase dice: “A los que yo (yo enfático) amo, reprendo y castigo”. Aquí hay un
orden pedagógico: amar, reprender, castigar.
Estas palabras de Jesús nos recuerdan el conocido
versículo de Proverbios: “No
menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección;
porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere.”
(3:12) que cita también Hb 12:5b, 6 (cf Jb 5:17 y Sal 94:12); y encajan bien
con el tono severo de esta carta, la más negativa de las siete epístolas. La
reprensión de Dios no es una expresión de rechazo sino, al contrario, una
manifestación del amor de Padre que corrige y disciplina a sus hijos. Jesús lo
hace con los suyos porque quiere que superen el marasmo, la debilidad y peligro
en que se encuentran. El verdadero amor no es indulgente sino, al contrario, es
severo cuando conviene. Por ello les
amonesta: sé pues celoso. Aviva el celo por las cosas de Dios que antes
mostraste, y arrepiéntete de tu actual tibieza. Arrepiéntete de haberte dejado
cazar por las redes insinuantes del mundo que quiere atraparte con sus halagos,
y reconoce de quién proceden esas trampas. Si quieres seguirme ciñe tus lomos y
reanuda tu marcha por el camino estrecho que lleva a la salvación (Mt 7:14).
El uso de las palabras griegas es muy instructivo y
elocuente: “Élegjo” es la reprensión
que produce convicción en la persona acusada, no rechazo. El verbo “paideúo” viene de “paideia” que es la instrucción del niño. Jesús pues no quiere
condenar, sino corregir a sus hijos para que enmienden sus caminos, como un
padre hace con sus hijos.
20. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si
alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él
conmigo.”
Como corolario de lo anterior y como una
manifestación de su amor indesmayable, Jesús se dirige a los que ha reprendido
severamente y les hace una invitación tierna. Yo no te pido que vengas donde mí
y renueves nuestros lazos de amistad, sino que yo estoy delante de ti y toco la
puerta de tu corazón.
Si tú estás arrepentido, ábreme la puerta y yo
entraré a abrazarte. No sólo a abrazarte, sino que he traído conmigo todas mis
riquezas para que cenemos juntos y compartamos lo que he traído.
Sentarse a la mesa con una persona era en la
antigüedad –y sigue siéndolo hoy día- una manera de tener comunión, de celebrar
y fortalecer la amistad con una persona. Eso es lo que Jesús quiere hacer con
todos aquellos que habiéndose enfriado en el camino, quieren recuperar el
fervor que antes tuvieron. Jesús no te ha desechado porque te hayas alejado de
Él; quiere seguir siendo tu amigo.
Este versículo es usado con frecuencia con fines
evangelísticos, para hacer el llamado a los que escuchan por primera vez el
Evangelio. Y en verdad el versículo se presta muy bien para ese fin, pero ése
no es su propósito en la carta a Laodicea, sino el de renovar la comunión
perdida. Una muestra más de cómo la palabra de Dios es multifacética, y se
presta para diversos fines sin que haya necesidad de forzar su sentido.
Pero examinemos con más detalle, fuera del contexto de ese uso, el sentido de las
palabras de esta frase. Jesús está “a la
puerta”. Él no teme humillarse delante de cada discípulo suyo para
presentarse como un mendigo que solicita se le atienda. Él es Rey y podría
exigir que los que quieren tener amistad con Él acudan a su puerta y sean los
que toquen para que se les abra. Pero Él hace al revés: El Rey acude donde su
siervo. Quizá Jesús recuerde en ese momento sus propias palabras para ponerlas
en práctica: “Llamad y se os abrirá” (Mt
7:7), esperando una respuesta positiva: “Y
al que llama se le abrirá.” (Mt 7:8).
¿Habrá un soberano más tierno, amoroso y condescendiente
que Él? Y nosotros cuando nos sintamos ofendidos ¿no tomaremos la iniciativa de
buscar al ofensor para reconciliarnos, en vez de exigir que sea él quien venga
a nosotros?
“Si
alguno oye mi voz”, porque Él habla con voz suave, suplicante, no imponente. “Si alguno oye mi voz”, porque es
posible que muchos estén tan distraídos en sus propios asuntos, y se hayan
enfriado tanto, que no se ponen en el caso de que Jesús venga a ellos. Sus
oídos están tapados por el ruido ensordecedor del mundo, y pueden no escuchar
el susurro de Jesús en medio de ese estruendo. “Si alguno oye mi voz”, porque habrá ovejas que no habrán olvidado
el timbre inconfundible de la voz de Jesús y la reconocerán, y que, confusos,
se apresurarán a abrirle. ¿Serás tú uno
de ellos, o te harás el desentendido?
“Abre
la puerta”. Jesús no fuerza su entrada, sino espera que se le abra. Su corazón
está lleno de paciencia. ¡Ay de aquellos que no se apuren en abrirle! Pudiera
ser que hayan perdido la última oportunidad de renovar su amistad con Él,
porque Jesús vino otras veces y se le cerró la puerta. ¡Pero felices aquellos
que le abran, y se sienten a la mesa con Él! Probarán manjares cuyo sabor nunca
imaginaron.
Por eso dice “cenaré
con él”. ¡Qué gran privilegio y honor es ser invitado a la mesa de los
grandes! Muchos que alguna vez lo fueron lo recuerdan como uno de los momentos
más felices de su vida, y se deleitan recordando los detalles de la fiesta
suntuosa en la que participaron. Mas aquí está el más grande de los grandes, el
Soberano de los reyes de la tierra, y Él no te ha invitado a su palacio, sino
que ha venido a tu humilde morada con todas sus riquezas para honrarte.
¿Querrás perder esta oportunidad que muchos ansían de renovar tu comunión con
Él? ¡Oh, no seas lerdo, sino deja tu tibieza, y acude pronto a la invitación
que Él te hace! (1)
Pero notemos que Jesús ha dicho puntualmente: “Cenaré con él y él conmigo.” Esa cena
verá su consumación en el banquete de las bodas del Cordero, al final de los
siglos: Ap 19:9; cf Mr 14:25.
21. “Al que venciere, le daré que se siente
conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su
trono.”
Por último, Jesús repite la promesa que ha hecho en
las otras cartas: “al que venciere”, aunque
cada vez lo prometido es diferente. Al que no se rinda ante los halagos, o la
oposición del mundo; al que supere los obstáculos que el enemigo se empeñará en
poner en su camino; al que venciere, en fin, como Jesús venció sin temor a la
muerte, Él, Jesús, el vencedor que subió al cielo para sentarse a la diestra de
su majestad, le dará que se siente junto con Él en su trono. Pablo, en otro
contexto, habla de los que se han sentado en lugares celestiales con Cristo
Jesús (Ef 2:6). (2)
¿Qué cosa quiere decir “sentarse” en el trono mismo
de Jesús? ¿Acaso hay en un trono, que es una silla grande, majestuosa para una
sola persona, lugar para dos, o tres, o para muchísimos más, que serían los que
vencieren, y a los que Él hace esta promesa?
Jesús dice que Él se ha sentado en el trono de su
Padre (Mt 26:64), lo que quiere decir que, según la promesa de un salmo
mesiánico, a Él se le ha dado el gobierno del mundo, porque el trono simboliza
autoridad, como lo declara el Salmo 110: “Jehová
dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por
estrado de tus pies.” (v. 1, cf 1Cor 15:25) (3)
Jesús prometió a sus apóstoles que algún día en su
reino ellos regirán a las 12 tribus de Israel (Mt 19:28), es decir, las
gobernarían, tendrían autoridad sobre ellas (4). Lo que Jesús les está prometiendo a
todos los que vencieren, es que algún día Él compartirá con ellos su autoridad
sobre el mundo creado. Ellos serán, por así decirlo, sus ministros o
mandatarios, en ese mundo futuro que nosotros no conocemos, que es de una
grandeza que apenas podríamos imaginar. Pablo da a entender algo semejante
cuando escribe: “¿O no sabéis que los santos
han de juzgar al mundo? …¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?” (1Cor
6:2,3).
Toda persona a quien se delega autoridad comparte la
autoridad de Aquel que se la ha delegado. Sus escogidos pues, los que le
sirvieron en la tierra y no desfallecieron en las pruebas, compartirán la
autoridad del Rey del Universo. De esta manera recibirán su recompensa (2Tm
2:12; Rm 8:17; Col 3:4). Ninguna acción suya, aún la más pequeña; ninguna
palabra, aún la más furtiva; ningún gesto de caridad, pasará desapercibido; hasta
la menor sonrisa, será tenida en cuenta; nada será perdido, todo será considerado
para la asignación de la recompensa generosa que a cada uno corresponda, porque
Dios es un Dios justo que paga a cada cual según sus obras. (Sal 62:12; Rm 2:6;
Ap 2:23; 22:12).
22.
“El que tiene oído, oiga lo que el
Espíritu dice a las iglesias.”
¿Tienes tus oídos para escuchar y entender la promesa
que Jesús te hace? Él no habla en vano, sino que cada palabra suya es “en Él sí, y en Él amén.” (2Cor 1:20),
es decir, firme, segura. Si Él lo ha hablado, Él lo hará.
Como ya he dicho en otra parte (Mensajes a las Siete
Iglesias IX), Él no habla aquí sólo a una iglesia en particular del pasado,
sino que habla a la iglesia universal, a todos los creyentes de todos los
tiempos, a ti y a mí.
Notas:
1. Aquí
hay una relación de koinonía frecuente
en el evangelio de Juan: “Cenaré con él y
él conmigo.” Véase Jn 6:56; 10:38;
14:20,23; 15:4,5; 17:21,26.
2. La carta a los Efesios sería, según
algunos eruditos, la carta a la iglesia de Laodicea que muchos dan por perdida.
3. Véase también las siguientes
referencias: Mt 22:44; Mr 12:36; Lc 20:42,43; Hch 2:34,35; Ef 1:20-22; Col 3:1;
Hb 1:3,13; 8:1; 10:12,13.
4. En Lucas 22:28-30 Jesús les dice que
Él les asignará un reino así como su Padre le asignó un reino a Él.
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo
si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a
gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de
ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus
pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla
oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la
cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé
que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
#909 (10.01.16). Depósito Legal #2004-5581.
Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima,
Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
No hay comentarios:
Publicar un comentario