Por José Belaunde M.
Consideraciones acerca del libro de Hechos IV
No es difícil destacar la importancia que tuvo el apóstol Pablo en la primera expansión del cristianismo, la religión surgida de las enseñanzas, y de la vida, pasión y muerte de Jesús de Nazaret. Ha habido historiadores que han sostenido que de no haber sido por Pablo, el movimiento de los que se agruparon en torno de la memoria del Maestro galileo, no habría pasado de ser una secta efímera de las muchas que había en el judaísmo de ese tiempo, y que pronto habría sido olvidado.
Pero nosotros que tenemos una visión distinta de la historia, sabemos que fue Dios quien dirigió los primeros pasos, al comienzo tímidos, y poco a poco más osados de la iglesia, y que Él había no sólo preparado a Pablo para su misión, sino que lo había escogido para ella desde antes de nacer (Gal 1:15,16); y que si Pablo le hubiera fallado, o se hubiera negado a cumplirla, no habría dejado caer sus planes por tierra, sino que habría levantado a otro hombre que lo sustituyera para llevarlos a cabo.
Sin embargo, es un hecho innegable que Pablo ocupa un lugar prominente en la difusión de la nueva fe y en la formulación de su doctrina. Más de la mitad del libro de los Hechos de los Apóstoles, que narra los comienzos de la iglesia, está dedicada a sus andanzas; y la cuarta parte de los libros del Nuevo Testamento fueron escritos por él. Es un hecho también que por la formación que había recibido y por las condiciones de su carácter, él era la persona más adecuada para la misión que le tocó desempeñar.
Después de Jesús, él es la figura más importante del surgimiento del cristianismo. Sobre él se han escrito más libros que sobre ningún otro personaje de la historia cristiana, salvo Jesús naturalmente (y su madre, sobre la cual hay también una vasta literatura).
Pero ¿quién es este controvertido personaje acerca del cual se ha derramado tanta tinta y que ha suscitado tantas polémicas?
Poco se sabe de su origen. Él mismo nos da escasos datos. Había nacido en la ciudad de Tarso (Nota 1). Su nombre hebreo era Saúl (2), nombre famoso en la historia del Antiguo Testamento por ser el del primer rey de Israel. Como él declara pertenecer a la tribu de Benjamín (“circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de benjamín…” Flp 3:5; Rm 11:1), a la que pertenecía también el rey Saúl, es posible que sus padres le dieran ese nombre para subrayar su pertenencia a esa tribu.
¿En qué año nació Pablo? No hay ningún dato que permita establecerlo con seguridad, pero él debe haber nacido en los primeros años de la era cristiana, alrededor del año 10 DC, aunque algunos sitúan su nacimiento hacia el año 6, e incluso 3 o 4 años antes. La palabra neanías con que lo designa el libro de Hechos (7:58, y que RV60 traduce imperfectamente como “joven”) en el martirio de Esteban, ocurrido hacia el año 32 DC, no permite fijar su edad con precisión porque esa palabra griega designa a un varón en el rango de 24 a 40 años de edad aproximadamente.
Él se describe también a sí mismo como “hebreo, hijo de hebreos” (Flp 3:5), lo cual quiere decir que era un judío de habla aramea, no un helenista (es decir, un judío de habla griega) aunque también hablaba ese idioma, como era inevitable, habiendo nacido en un ambiente donde todo el mundo lo hablaba. Eso, unido al hecho de que él proclame: “Yo soy fariseo, hijo de fariseos” (Hch 23:6: cf 26:5; Flp 3:5) quiere decir que él no era un judío asimilado a la cultura griega, como lo eran muchos de los judíos nacidos en la diáspora, sino que su familia había conservado su identidad judía, algo de lo que él se sentía orgulloso.
El hecho de que él fuera fariseo es muy singular, porque los fariseos eran enemigos de Jesús, y por tanto, él estaba llamado también a serlo, como de hecho lo fue al principio, como bien sabemos. Sin embargo, Dios lo usó no en contra sino a favor de la causa de su Hijo. ¡Misterios de la Providencia, que convierte a los enemigos en aliados! (3)
Jerónimo cita una tradición según la cual los antepasados de Pablo procedían de Giscala en Galilea, pero llevaban posiblemente algún tiempo instalados en Tarso. No obstante, él fue enviado temprano a Jerusalén (probablemente en la adolescencia), donde fue alumno de un maestro famoso, Gamaliel (Hch 22:3). (4)
Hablaba por lo menos tres idiomas: griego, en el que escribió sus cartas, y que debe haber aprendido de niño; arameo, que era su lengua materna, que se hablaba en el territorio que hoy llamamos Palestina; y hebreo, por sus estudios. No se sabe si hablaba también latín, pero es poco probable.
¿Tuvo Pablo hermanos o hermanas? Se sabe por lo menos de la existencia de una hermana, cuyo hijo se enteró del complot que cuarenta judíos tramaron para asesinar a Pablo, y que el muchacho delató al tribuno romano, el cual decidió enviar a Pablo de noche a Cesarea, salvándole de esa manera la vida (Hch 23:12-35). La Providencia cuidaba la vida de Pablo, porque él tenía todavía, en esa etapa avanzada de su vida, mucha obra que llevar a cabo para Él.
No se sabe cómo la familia de Pablo adquirió el derecho a la ciudadanía romana (Hch 22:28), pues no era automáticamente concedida a todos los nacidos en Tarso, pero es indicativo de que su familia gozaba de buena posición económica (5). Ser ciudadano romano traía consigo gozar de una serie de útiles privilegios, que incluían el derecho a un juicio público en caso de ser acusado de algún crimen; ser exceptuado de las formas más ignominiosas de castigo (como ser azotado, aunque él en la práctica sí lo fue varias veces por los judíos); y no poder ser ejecutado en forma sumaria.
Gozar de la ciudadanía romana le trajo a Pablo, en efecto, enormes beneficios. Por de pronto, le sirvió para protestar por el hecho de que hubiera sido encarcelado y azotado en Filipos sin haber sido sometido a juicio, y para que los magistrados lo liberaran al día siguiente de prisa y asustados por las posibles consecuencias de su error (Hch 16:23, 35-39). Segundo, en el alboroto ocurrido en Jerusalén, causado por algunos que lo acusaron de haber introducido a gentiles en el templo (un hecho considerado sacrílego) al alegar su ciudadanía romana obtuvo que el tribuno le permitiera dirigirse al pueblo amotinado para defenderse (Hch 21:37-40). Tercero, lo libró de ser azotado cuando estaba a punto de serlo, al revelarle al centurión que él era ciudadano romano (Hch 22:22-29). Cuarto, ser ciudadano romano le aseguró que las autoridades romanas lo trataran con consideraciones durante su encarcelamiento a partir de ese momento, y que el tribuno lo protegiera del complot ya mencionado para asesinarlo que se tramaba contra él (Hch 23:12-35). Quinto, le permitió apelar al César cuando el gobernador Festo en Cesarea, para congraciarse con los judíos, estaba dispuesto a hacerlo juzgar por éstos en Jerusalén, lo que hubiera significado su muerte segura (Hch 25:1-12). Por último, permitió que él fuera enviado prisionero a Roma sin ser encadenado y que, haciendo escala en Sidón, pudiera visitar a unos amigos (Hch 27:3); y que, asimismo, llegado a la capital del imperio, gozara de lo que hoy llamamos “arresto domiciliario”, en vez de ser enviado a la cárcel como un reo cualquiera (Hch 28:16).
Una pregunta obvia que surge de estos relatos es: ¿Tomaban las autoridades romanas la sola palabra de Pablo como evidencia de que él fuera ciudadano sin que él llevara consigo un documento que lo probara? Cuando nació él fue inscrito en los registros de Tarso, y su padre debe haber recibido, según la costumbre, un certificado de la inscripción, tal como se hace hoy día(6). Pero ¿lo llevaba Pablo consigo? Probablemente no, porque corría peligro de perderlo con tanto viaje, y porque Lucas, siempre tan exacto, no lo menciona. Quisiera anotar que en esa época la palabra de las personas tenía un valor mucho mayor del que le acordamos nosotros. De otro lado, dado que en Tarso estaba el registro de su nacimiento, de haber dudado de su palabra, las autoridades hubieran podido mandar verificar su aserto. Puesto que alegar ser ciudadano romano sin serlo era considerado una grave ofensa bajo las leyes del imperio, sus interlocutores sabían que él difícilmente se atrevería a pretender poseer esa condición si no era verdad.
Como todos los jóvenes israelitas de su tiempo, aun de fortuna, él aprendió temprano un oficio para que pudiera ganarse la vida con sus manos en caso de necesidad, según el dicho rabínico: “El que no enseña a su hijo a trabajar le enseña a robar.” Sabemos que eso le fue muy útil en más de una oportunidad, porque en varias instancias de su vida él se mantuvo a sí mismo y a sus colaboradores con su oficio de fabricante de tiendas, algo de lo que alguna vez él se jacta (Hch 20.34), porque él no quería ser una carga para las iglesias (1Ts 2:9; 1Cor 4:12a). El libro de los Hechos relata que cuando él llegó a Corinto viniendo de Atenas, se encontró con los esposos Aquila y Priscila –judíos convertidos al cristianismo- y que trabajó con ellos durante algún tiempo, porque eran del mismo oficio (Hch 18:2,3).
Era natural que él hubiera aprendido ese oficio porque las tiendas de campaña, que nosotros llamaríamos carpas, en las que los israelitas vivieron durante su peregrinaje en el desierto, y que eran entonces muy usadas en el Oriente por los viajeros, -y siguen siéndolo todavía por los beduinos contemporáneos- eran fabricadas con un fieltro áspero de pelos de cabra, no tejidos sino comprimidos, por el que se hizo famosa la provincia de Cilicia, al punto que se le llamaba “cilicio”. Esta palabra nos es conocida por ambos testamentos, porque esa tela tosca y áspera era usada junto con la ceniza como manifestación de duelo, de arrepentimiento, o de intensa oración (1R21:27; Dn 9:3; Lc 10:13; Mt 11:21), y ha pasado a nuestro idioma como símbolo de penitencia.
Habiendo nacido en una ciudad cosmopolita como Tarso, que era un centro afamado de estudios de la filosofía griega, cabe preguntarse ¿cuánto de esa influencia recibió él antes de ir a Jerusalén a estudiar bajo Gamaliel? No sabemos porque ignoramos a qué edad fue enviado a Jerusalén. Él mismo dice: “Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres…” (Hch 22:3). Es posible que el ambiente judío estricto de su familia piadosa lo aislara de la influencia de la filosofía dominante en su ciudad natal, cuyos escritos principales él no parece haber leído. Como todo niño judío, él debe haber asistido a partir de los 5 ó 6 años de edad a la escuela adosada a la sinagoga para memorizar las Escrituras, y debe haber sido admitido como alumno en la escuela de Gamaliel, según la costumbre, en la adolescencia, alrededor de los 13 años. La frase “criado en esta ciudad” hace pensar que él pudo haber sido enviado a Jerusalén incluso de niño, donde su hermana pudo haber cuidado de él. También es cierto, de otro lado, que sus escritos muestran cierta familiaridad con la cultura y las costumbres griegas, pero él puede haberla adquirido simplemente por el hecho de vivir en territorios empapados de esa cultura.
En todo caso, por lo que se refiere a su celo por estudiar bajo un maestro tan ilustre como Gamaliel, él mismo declara: “En el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres.” (Gal 1:14).
Esas palabras suyas revelan uno de los rasgos de su carácter: él tendía a los extremos y se esforzaba al máximo en todo lo que hacía, casi (o sin casi) como un fanático. Ese puede haber sido uno de los rasgos de su personalidad por los cuales Dios lo escogió para llevar a cabo una misión tan excepcional y arriesgada, y que exigía tantos esfuerzos, como la que le encomendara.
No es pues extraño que él aprobara la lapidación de Esteban ("Saulo consentía en su muerte.” dice Hch 8:1), guardando la ropa que se quitaron los testigos para arrojar los pedrones (Hch 7:58).
Inmediatamente después del martirio de Esteban se desató en Jerusalén una fuerte persecución contra los “nazarenos” -como se les llamaba entonces a los seguidores de Jesús- que hizo que muchos de ellos huyeran a otras ciudades para salvar la vida (Hch 8:12).
Pablo empezó a participar en esa persecución: “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y mujeres y los entregaba en la cárcel.” (Hch 8:3). Él parece haber sido uno de los principales promotores, si no el principal, de esta persecución, lo cual hacía provisto de los necesarios poderes emitidos por las autoridades del templo: “Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret, lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron yo di mi voto. (¿Se refiere esto a la ejecución de Esteban, o incluye otras? Yo me inclino por lo primero). Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras.” (Hch 26:9-11). Este es un aspecto de su vida que él después se reprochaba amargamente, pues lo menciona avergonzado en más de una ocasión (Hch 22:20; 1Cor 15:9; Gal 1:13; Flp 3:6).
Notas:
1. Tarso, situada en la provincia romana de Cilicia, en el sudeste de Anatolia (la Turquía moderna) era un importante centro comercial y académico. Pablo se refiere a ella como “ciudad no insignificante” (Hch 21:39). La ciudad debía su riqueza a su ubicación geográfica estratégica y a la fertilidad de la llanura que la rodeaba, donde se cultivaba el lino con el que se tejía una tela muy apreciada. Por los restos arqueológicos excavados, debe haber llegado a tener en su apogeo, en el siglo tercero, como medio millón de habitantes. Gracias al prestigio de los filósofos que allí enseñaban Tarso sólo cedía en importancia cultural a Atenas y Alejandría. Cicerón residió en la ciudad los años 50-51 AC como procónsul de la provincia de Cilicia. Julio César la visitó el año 47 AC. El año 41 AC tuvo lugar en Tarso el famoso encuentro entre Marco Antonio y Cleopatra.
2. Pronunciado Shaúl; Saulos en griego, que traducimos como Saulo. Su cognomen romano era Paullus)
3. La palabra “fariseo” (que deriva probablemente del hebreo parush, es decir, separado) aparece por primera vez en “Las Antigüedades de los Judíos” del historiador Flavio Josefo, en conexión con el macabeo Jonatán. Es posible que sus antecesores fueran los “asideos” (hassidim , los leales), grupo de hombres muy celosos de la ley, surgido durante la rebelión macabea, que se dejaron matar sin defenderse un sábado, para no violar el descanso sabático (1Mac 2:42). Triunfada la rebelión, los fariseos se opusieron a que el macabeo Juan Hircano (134-104 AC), que era uno de ellos, asumiera a la vez el título de rey y el de sumo sacerdote, por lo que Hircano se pasó al bando rival de los saduceos.
El conflicto con la dinastía asmonea se agudizó cuando el hijo de Juan Hircano, Alejandro Janeo (103-76 AC), trató de exterminar a sus adversarios, haciendo crucificar a ochocientos de ellos. Sin embargo, según Josefo, en su lecho de muerte él aconsejó a su esposa Alejandra Salomé (76-67 AC) que gobernase junto con ellos. Por ese motivo los fariseos tuvieron mucha influencia durante el gobierno de esa reina, llegando a tener una posición dominante en el Sanedrín, que todavía conservaban en vida de Jesús. Al ser conquistada Palestina por los romanos el año 63 AC, ellos se retiraron de la política para asumir el papel de líderes espirituales del pueblo. No obstante, sufrieron bastante durante el largo reinado de Herodes el Grande (37-4 AC) a quien, por no ser judío sino idumeo, consideraban un usurpador.
Entre tanto, en la segunda mitad del primer siglo AC, surgieron entre los fariseos dos escuelas rivales, lideradas una por el rigorista Shammaí, que era de origen aristocrático; y la otra por Hillel, más liberal, que era de origen plebeyo. Parece que la escuela de Shammaí era la dominante en vida de Jesús, pero después de la destrucción del templo el año 70 DC, los hillelistas asumieron el liderazgo. Bajo la conducción de Johanan ben Zakai ellos desempeñaron un papel muy importante en la reconstrucción del judaísmo en la academia de Yavné, contando con la protección de los romanos.
Los fariseos creían en la inmortalidad del alma, en la resurrección de los muertos, en las recompensas y castigos futuros, y en los ángeles, cosas que los saduceos negaban. Sostenían que la ley de Moisés (la Torá) debía ser interpretada adaptándola a las cambiantes circunstancias de los tiempos. De ahí surgieron las tradiciones de interpretación oral de la ley escrita que llegaron a tener tanta validez para ellos como la misma ley de Moisés, concepción que Jesús les reprochó severamente, porque anteponía la palabra humana a la palabra de Dios (Véase Mt 15:4-6). Daban gran importancia a las normas de la pureza ritual, que según la Ley eran sólo aplicables a los sacerdotes, pero que ellos hicieron extensivas a todos -de donde la exigencia del lavamiento de las manos antes de comer, y de la vajilla, que Jesús también les recrimina (Mt 23:25). Eran también muy exigentes en cuanto al cumplimiento estricto del descanso sabático, para el cual desarrollaron un gran número de normas puntillosas difíciles de cumplir. Ponían gran énfasis en la exactitud del pago del diezmo, en particular de los productos del campo, al punto de que se negaban a comprar alimentos de vendedores no fariseos, y hasta eran renuentes a aceptar invitaciones a comer de los que no fueran fariseos, por temor de que no se hubiera pagado el diezmo debido sobre los alimentos. Se recordará que Jesús les echa en cara que pagaran el diezmo de la menta y del comino, pero que descuidaran “lo más importantes de la ley: la justicia, la misericordia y la fe.” (Mt 23:23). Pese al legalismo excesivo en que habían caído, que se prestaba a mucha hipocresía, había entre ellos algunos hombres justos, como el citado Gamaliel (Véase la Nota siguiente) y Nicodemo. Es muy posible que José de Arimatea fuera también fariseo. Buen número de ellos creyeron en Jesús después de Pentecostés (Hch 15:5).
El conflicto con la dinastía asmonea se agudizó cuando el hijo de Juan Hircano, Alejandro Janeo (103-76 AC), trató de exterminar a sus adversarios, haciendo crucificar a ochocientos de ellos. Sin embargo, según Josefo, en su lecho de muerte él aconsejó a su esposa Alejandra Salomé (76-67 AC) que gobernase junto con ellos. Por ese motivo los fariseos tuvieron mucha influencia durante el gobierno de esa reina, llegando a tener una posición dominante en el Sanedrín, que todavía conservaban en vida de Jesús. Al ser conquistada Palestina por los romanos el año 63 AC, ellos se retiraron de la política para asumir el papel de líderes espirituales del pueblo. No obstante, sufrieron bastante durante el largo reinado de Herodes el Grande (37-4 AC) a quien, por no ser judío sino idumeo, consideraban un usurpador.
Entre tanto, en la segunda mitad del primer siglo AC, surgieron entre los fariseos dos escuelas rivales, lideradas una por el rigorista Shammaí, que era de origen aristocrático; y la otra por Hillel, más liberal, que era de origen plebeyo. Parece que la escuela de Shammaí era la dominante en vida de Jesús, pero después de la destrucción del templo el año 70 DC, los hillelistas asumieron el liderazgo. Bajo la conducción de Johanan ben Zakai ellos desempeñaron un papel muy importante en la reconstrucción del judaísmo en la academia de Yavné, contando con la protección de los romanos.
Los fariseos creían en la inmortalidad del alma, en la resurrección de los muertos, en las recompensas y castigos futuros, y en los ángeles, cosas que los saduceos negaban. Sostenían que la ley de Moisés (la Torá) debía ser interpretada adaptándola a las cambiantes circunstancias de los tiempos. De ahí surgieron las tradiciones de interpretación oral de la ley escrita que llegaron a tener tanta validez para ellos como la misma ley de Moisés, concepción que Jesús les reprochó severamente, porque anteponía la palabra humana a la palabra de Dios (Véase Mt 15:4-6). Daban gran importancia a las normas de la pureza ritual, que según la Ley eran sólo aplicables a los sacerdotes, pero que ellos hicieron extensivas a todos -de donde la exigencia del lavamiento de las manos antes de comer, y de la vajilla, que Jesús también les recrimina (Mt 23:25). Eran también muy exigentes en cuanto al cumplimiento estricto del descanso sabático, para el cual desarrollaron un gran número de normas puntillosas difíciles de cumplir. Ponían gran énfasis en la exactitud del pago del diezmo, en particular de los productos del campo, al punto de que se negaban a comprar alimentos de vendedores no fariseos, y hasta eran renuentes a aceptar invitaciones a comer de los que no fueran fariseos, por temor de que no se hubiera pagado el diezmo debido sobre los alimentos. Se recordará que Jesús les echa en cara que pagaran el diezmo de la menta y del comino, pero que descuidaran “lo más importantes de la ley: la justicia, la misericordia y la fe.” (Mt 23:23). Pese al legalismo excesivo en que habían caído, que se prestaba a mucha hipocresía, había entre ellos algunos hombres justos, como el citado Gamaliel (Véase la Nota siguiente) y Nicodemo. Es muy posible que José de Arimatea fuera también fariseo. Buen número de ellos creyeron en Jesús después de Pentecostés (Hch 15:5).
4. Gamaliel, llamado “el Anciano”, nieto de Hillel según la tradición, gozaba de tanto prestigio que recibió el título de Rambbán (nuestro maestro), en vez de Rabí (mi maestro). Él fue quien intercedió a favor de Pedro y los demás apóstoles cuando fueron llevados ante el Sanedrín (Hch 5:34-39). Mostró una actitud compasiva en el establecimiento de muchas reglas que él propició (para proteger a la mujer en el caso de divorcio, o sobre el trato caritativo que debía dispensarse a los no judíos, por ejemplo). Fundó una dinastía de rabinos que presidió el Sanedrín hasta comienzos del siglo II.
5. Según algunos autores el año 171 AC, con el fin de estimular el comercio en Tarso, se ofreció la ciudadanía romana a los judíos que se establecieran en esa ciudad, y uno de los antepasados de Pablo habría estado en el grupo de los que aceptaron esa oferta.
6. La Escritura no menciona este hecho, pero se deduce de la legislación vigente entonces.
#664 (06.02.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
#664 (06.02.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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