miércoles, 26 de agosto de 2015

FIANZAS, PEREZA, MALEVOLENCIA II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
FIANZAS, PEREZA, MALEVOLENCIA II
Un Comentario de Proverbios 6:6-19
6. “Ve a la hormiga, oh perezoso,
Mira sus caminos y sé sabio;”
7. “La cual no teniendo capitán,
Ni gobernador ni señor,” (Nota 1)
8. “Prepara en el verano su comida,
Y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento.”(2)
9. “Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir?
¿Cuándo te levantarás de tu sueño?”
10. “Un poco de sueño, un poco de dormitar,
Y cruzar por un poco las manos para reposo;”
11. “Así vendrá tu necesidad como caminante,
Y tu pobreza como hombre armado.” (3)
6-11. Este pasaje es el primero de tres poemas que el libro de Proverbios dedica al perezoso. Los otros dos están en 24:30-34 y 26:13-16. (4) Se divide en dos perícopas sucesivas: 6-8 y 9-11. La primera propone como ejemplo a la hormiga, pequeño insecto del reino animal. Un animalito tan pequeño obra con una prudencia que pocos hombres tienen, pues sin que nadie se lo advierta (cf 30:27) hace lo que es necesario para tener con qué sustentarse durante el invierno. Aquí estamos frente a uno de los misterios del reino animal, en el que las diversas especies por instinto, o por una recóndita inteligencia, toman las providencias más favorables para su sustento y preservación. Y lo hacen siempre sin fallar (30:25). Los naturalistas han observado que las hormigas se ayudan unas a otras, se juntan para llevar cargas pesadas (¿cómo se comunican?), protegen sus reservas de la lluvia y las sacan al sol para que se sequen, cuando se mojan. ¿Quién se lo ha enseñado?
¡Qué vergüenza es para el hombre que se le aconseje que aprenda la diligencia y la previsión de un animalito minúsculo cuya presencia nos es desagradable y que aplastamos con el pie!
¿Cuál es el tiempo del verano de que aquí se habla? La juventud, en que el hombre puede sembrar con esperanza de cosechar en el futuro (10:5).
La segunda perícopa (9-11) como conclusión del ejemplo propuesto, increpa directamente al que pasa su tiempo en dormir (26:14), en no ocuparse en nada útil, en dejar transcurrir las horas en ocupaciones frívolas que no conducen a ningún fin útil. La pobreza y la necesidad que vendrán como resultado son descritas como un caminante, o vagabundo, que se divisa a lo lejos en el camino, y que inexorablemente se va acercando a donde uno se encuentra; o como un guerrero amenazante, o un salteador de caminos, contra el cual el hombre desarmado está inerme. De manera semejante el perezoso verá la indigencia venir sobre él sin que pueda hacer nada para evitarla.
           
La pereza y la imprevisión pueden acarrear consecuencias graves. Jesús dijo que no debíamos angustiarnos por el día de mañana (Mt 6:34), pero eso no quiere decir que no debamos ser previsores, sobre todo cuando se asumen responsabilidades familiares (2Cor 12:14; cf Gn 30:30).
            Si la ansiedad por las cosas materiales es criticable (Lc 10:41), el uso diligente de los medios provistos por Dios, lo honra (Pr 10:15a; 24:27).
            Hay un refrán que expresa una gran verdad: “La pereza es madre de la pobreza”. El libro de Proverbios pinta con acierto en otro lugar las consecuencias de la pereza en la viña descuidada al señalar que está toda cubierta de espinos, y su cerca de piedra destruida (24:30,31). Así ocurre con todas las actividades afectadas por la holgazanería: el desorden y la suciedad reinan por todas partes y están a merced de los intrusos y depredadores, porque no se toman las medidas de seguridad que la prudencia aconseja.
             Una de las características del haragán es que no termina las cosas que emprende, y por eso no cosecha en el verano, porque no aró su campo en el invierno (20:4), y deja enfriar su comida, porque le cansa llevar el bocado a la boca (26:15; 19:24). Peor aún, no aprovecha las oportunidades de progresar que se le presentan, y por eso dejarán de venirle al encuentro en el futuro. No obstante, el perezoso tiene muy buena opinión de sí mismo, pues piensa que “es más sabio que siete que sepan aconsejar.” (26:16).
            Pero hay también una pereza espiritual muy común: la del que se niega a ser despertado por el mensaje del Evangelio en el tiempo de la gracia, y desperdicia las oportunidades que la misericordia de Dios constantemente le brinda. Una miseria interminable lo afligirá algún día si no se arrepiente a tiempo (Ironside), y permanece en el camino espacioso que lleva a la perdición, en lugar de tratar de entrar por la puerta estrecha que lleva a la salvación (Mt 7:13,14).
12. “El hombre malo, el hombre depravado, (5)
Es el que anda en perversidad de boca”,
13. “Que guiña con los ojos, que habla con los pies,
Que hace señas con los dedos.”
14. “Perversidades hay en su corazón; anda pensando el mal en todo tiempo;
Siembra las discordias.”
15. “Por tanto, su calamidad vendrá de repente;
Súbitamente será quebrantado, y no habrá remedio.”
Hay hombres, en efecto, que andan siempre cavilando qué mal pueden hacer, a veces sin que les traiga ningún provecho (Pr 16:30). Sus palabras reflejan la negrura de su corazón, pues son siempre ofensivas, groseras, vulgares e irrespetuosas. No hay nada que les merezca respeto; se burlan hasta de lo más santo, y no creen que haya nadie honesto, porque ellos no lo son. En su avidez por hacer daño andan siempre complotando, poniéndose de acuerdo con otros tan malvados como ellos; intercambiando señales con la mirada, con los dedos, y hasta con los pies (10:10; Sal 35:19). Su ingenio para el mal es inagotable, y el mal llena su mente y su cerebro de continuo (cf Pr 2:14,15). Donde quiera que estén difunden su maldad casi sin querer, y originan con sus iniciativas perversas desacuerdos entre los amigos, o en las familias, que con frecuencia terminan en hechos de sangre (16:28; Sal 140:2,3). El apóstol Pablo nos manda que nos apartemos de esa clase de gente (2Ts 3:11-14).
Pero los tales no saben que están cavando su propia tumba, y que las consecuencias de sus actos vendrán un día impensadamente a aplastarlos, al punto de que no dejarán huella alguna de su paso por la tierra (Pr 15:26a). Su muerte repentina será una manifestación del justo juicio de Dios.
            El versículo 13 muestra que ya en esa época se conocían y se usaban signos secretos que permitían a los cómplices comunicarse por señas sin que los demás presentes se dieran cuenta. Esto es lo que hacen los que traman algo, y de ahí se ve que los que tejen intrigas no tienen nada bueno en el corazón, pues ocultan sus propósitos para que sus víctimas no se aperciban.
Lo que sigue es un poema numérico, como hay varios en el capítulo 30 de Proverbios: 15,16; 18,19; 21-23; 24-28; 29-31; en Jb 5:19, así como en el Sirácida (o Eclesiástico): 25:1,2; 7-11, e incluso en la literatura profética: Am 1:3,6,9,11,13; 2:1,4,6.
16. “Seis cosas aborrece Jehová,
Y aun siete abomina su alma:”
17. “Los ojos altivos, la lengua mentirosa,
Las manos derramadoras de sangre inocente,”
18. “El corazón que maquina pensamientos inicuos,
Los pies presurosos para correr al mal,”
19. “El testigo falso que habla mentiras,
Y el que siembra discordia entre hermanos.”
Aquí se menciona algunas cosas que el Señor detesta y que, por lo tanto, nosotros también debemos rechazar y considerar como abominables, porque lo son realmente.
1) El orgullo, la soberbia arrogante y despreciadora que se manifiesta en la mirada altiva. ¿No son nuestros gestos, y en especial, nuestra mirada, expresión de nuestros sentimientos? Nuestros gestos y nuestras miradas nos delatan. El que se fija en ellos puede descubrir muchas cosas acerca de las personas con que trata, o con las que se encuentra de paso, que pueden preservarlo de peligros, o que pueden ayudarlo a guiar prudentemente su comportamiento con ellos. Recordemos que fue el orgullo, el deseo impío de ser igual a Dios, lo que motivó la caída de Lucifer (Is 14:12-14). No por nada dice la Escritura que Dios “atiende al humilde, pero al altivo lo mira de lejos” (Sal 138:6;  4:6) y que el “altivo de corazón es abominación para Jehová” (Pr 16:5). Otro proverbio dice: “La soberbia del hombre lo abate.” (29:23a). El salmo 73 ilustra cómo es su caída (v. 3,6,18,19; cf Sal 18:27b).
2) La facilidad para mentir sin sonrojarse y sin escrúpulos. ¿Con qué órgano mentimos? Con el habla personificada en la lengua. Podemos mentir con la mirada o con los gestos, es cierto, aunque no es fácil y ninguno iguala a la boca. El espíritu de mentira es digno de temer porque puede ocasionar estragos y extravía a la gente. Por eso dice un salmo: “Libra mi alma, oh Jehová, del labio mentiroso, y de la lengua fraudulenta.” (120:2). En ocasiones la mentira puede volverse contra los que la profieren, como en el caso de Ananías y Safira, que murieron por haberle mentido al Espíritu Santo (Hch 5:1-10), pues “los labios mentirosos son abominación a Jehová.” (Pr 12:22). Si Jesús es la verdad (Jn 14:6), y vino a dar testimonio de la verdad (Jn 18:37), el diablo es mentiroso y padre de la mentira (Jn 8:44). Por ese motivo “todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre,” (Ap 21:8).
3) El espíritu sanguinario que no tiene respeto de la vida ajena. Joab, general de los ejércitos de David, es un ejemplo clásico (2Sm 3:22ss). ¡Cuánto daño hacen los asesinos porque no saben que la vida proviene de Dios, y que el que siega una vida contra Dios atenta! “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios fue hecho el hombre” dice el libro del Génesis 9:6. Ésta es la más terrible de las cosas abominables que enumera esta perícopa, porque viola el mandamiento que prohíbe el homicidio (Ex 20:13). Por eso, dice Isaías 1:15, que Dios rechaza la oración de los que tienen las manos llenas de sangre; y destruirá “al hombre sanguinario,” según el Sal 6:5.
4) Pero la más peligrosa es la mente que maquina, planea y urde maldades. Así como del corazón salen las cosas que contaminan al hombre, como dijo Jesús (Mt 15:18-20), del corazón salen también las acciones que dañan, los asaltos, los fraudes, los abusos, las violaciones, etc. Todos los delitos comienzan, o se gestan, en el pensamiento. Por eso Jesús dijo: “Cualquiera que mire a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5:28). Los actos delictivos y los beneficiosos no surgen de la nada, obedecen a un proyecto concebido en la mente, en la imaginación.
Dios se propuso destruir a la humanidad mediante el diluvio porque vio “que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era…solamente para el mal.” (Gn 6:5). Bien denuncia el profeta Miqueas: “¡Ay de los que en sus camas piensan iniquidad y maquinan el mal, y cuando llega la mañana lo ejecutan, porque tienen en sus manos el poder! (Mq 2:1). Sólo Dios puede cambiar el corazón del pecador arrepentido, y darle un “corazón limpio” y “un espíritu recto” que modifique para bien su conducta, haciendo de él un hombre nuevo y apartado del mal. (Sal 51:10).
5) La disposición para hacer el mal, retratada aquí como los pies que se apresuran a cometerlo, es una característica del corazón torcido (cf Is 59:7). Hacer el bien le cuesta, le es aburrido; pero hacer el mal le agrada, lo divierte. Es su deporte favorito. En otro lugar el libro de Proverbios denuncia a los “que se alegran haciendo el mal y se huelgan en las perversidades del vicio.” (2:14). Personas de ese tipo se encuentran en toda una gama variada de grados de maldad, desde el que se presta para hacer una broma cruel, al asesino a sueldo. Pero ellos no saben que “a su propia sangre ponen asechanzas, y a sus almas tienden lazo.” (1:18).
6) Este punto no es repetición del segundo, porque aquí se trata de un tipo especialmente insidioso de mentiras, la del que presta un falso testimonio contra el inocente, o a favor del culpable. Dios ha llamado a su pueblo a dar testimonio de la verdad (Hch 1:8). Pero el testigo falso, que viola el noveno mandamiento (Ex 20:16), pervierte la justicia y puede ocasionar tragedias imprevistas y de incalculables consecuencias. Merece ser maldito y, por supuesto, ser condenado no sólo por Dios, que aborrece el juramente falso (Zc 8:17), sino también por la justicia humana (Dt 19:16-19; Pr 19:5).
7) Por último, está la persona que se complace en enfrentar a los hermanos y a la gente, creando divisiones donde había unión, conflictos donde había paz, y odio donde había amor. Estas personas hacen mucho daño, pero no lo sufren ellos mismos hasta que llega el día del ajuste de cuentas, en que experimentan en carne propia el daño que hicieron a otros.
Notas: 1. Algunos ven en estas autoridades a los tres poderes del estado, el judicial, el legislativo y el ejecutivo.
2. La Septuaginta (LXX) añade: “O ve a la abeja y aprende cómo trabaja,  y produce rica labor, que reyes y vasallos buscan para sí, y todos apetecen, y siendo como es pequeña y flaca, es por su naturaleza tenida en mucha estima.”
3. Pr 24:33,34 es una reproducción casi exacta de los vers. 10 y 11. La Septuaginta añade: “Si, por el contrario, eres activo, tu cosecha será abundante como una fuente, y la miseria estará lejos de ti.”
4. Además de los pasajes nombrados, la pereza es el tema de los siguientes proverbios: 10:4,5b; 13:4; 15:19a; 19:15,24; 20:4; 21:25.
5. Donde nuestra versión dice “hombre malo” el original hebreo, la Vulgata latina y la Versión autorizada inglesa (KJV), dicen “hombre de Belial”, que se suele traducir como malvado, perverso, inicuo. Esta palabra es una combinación de las palabras hebreas beli (sin) y ya’al (provecho), y figura en varios lugares como, por ejemplo, en Dt 13:13 (donde se trata de hombres impíos que incitan a la idolatría); en Jc 19:22 (donde se trata de perversos que quieren violar a un hombre); en 1Sm 2:12 (donde se aplica a los hijos impíos del sacerdote Elì); en 1Sm 25:25 (donde se dice de Nabal, el esposo necio de Abigaíl); en 2Sm 16:7 (cuando David sale derrotado de Jerusalén, huyendo de las tropas de Absalón, y Simeí lo insulta llamándolo “hombre de Belial”); en 1R 21:10,13, (cuando la reina impía Jezabel, usa esa expresión para acusar falsamente a Nabot de blasfemia, y apropiarse la viña que su esposo, el rey Acab, deseaba comprar). En Pr 19:28, pero sólo en original hebreo, (en que se aplica al testigo falso). Con el tiempo ese término se convirtió en el nombre propio del demonio: “¿Y qué concordia (tiene) Cristo con Belial?” (2Cor 6:15).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#877 (19.04.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 21 de agosto de 2015

FIANZAS, PEREZA Y MALEVOLENCIA I

LA VIDA Y LA PALABRA

Por José Belaunde M.

FIANZAS, PEREZA, MALEVOLENCIA I

Un Comentario de Proverbios 6:1-5

Contrariamente al procedimiento que seguí en los artículos anteriores sobre Proverbios, esta vez no he consolidado en un texto continuo las diversas fichas escritas por mí a lo largo de los años, sino las reproduzco tal cual fueron escritas, en el orden que me parece más conveniente, sin suprimir las posibles repeticiones, pero enriquecidas con algunas anotaciones hechas después.
1 . “Hijo mío, si salieres fiador por tu amigo,
     Has empeñado tu palabra a un extraño,” (Nota 1)
2. “Te has enlazado con las palabras de tu boca,
     Y has quedado preso en los dichos de tus labios.” (2)
3. “Haz esto ahora, hijo mío, y líbrate,
     Ya que has caído en la mano de tu prójimo;
     Ve, humíllate, y asegúrate de tu amigo.”
4. “No des sueño a tus ojos,
     Ni a tus párpados adormecimiento;”
5. “Escápate como gacela de la mano del cazador,
     Y como ave de la mano del que arma lazos.”


1-5. Esta corta perícopa es una seria advertencia contra el otorgamiento de fianzas. En el capítulo anterior se  advertía contra el daño que puede hacernos una mujer seductora; este capítulo nos advierte contra el daño que puede hacernos un amigo imprudente.
El que otorga una fianza, garantizando una obligación ajena, contrae una deuda sobre cuyo pago no ejerce ningún control. Si el garantizado no paga, el fiador tendrá que pagar. El libro de Proverbios en varios lugares desaconseja esta práctica como algo contrario a la sabia prudencia y explica porqué: “Con ansiedad será afligido el que sale por fiador de un extraño; mas el que aborrece las fianzas vivirá seguro.” (11:15. Véase también 17:18; 20:16; 22:26,27; 27:13).
El fiador queda atrapado por cuerdas irrompibles que consisten en sus propias palabras, queda preso por “los dichos de sus labios”. Si el deudor es siervo del acreedor, el fiador lo es también. En adelante sus ingresos no le pertenecen, sino que pertenecen al que prestó. Esto es, mes a mes va a tener que separar una suma del fruto de su trabajo y propiedades para formar un fondo de seguridad que le permita pagar su obligación en caso de que el deudor falle.
Ch. Bridges bellamente comenta que si bien Proverbios nos advierte contra el prestar fianzas, Cristo sí lo hizo por nosotros al derramar su sangre en garantía de nuestra salvación.
La fianza ya era conocida bajo la ley babilónica, y estaba normada bajo el derecho griego y el romano. No era desconocida en tiempos del Génesis, aunque en términos algo diferentes: vida por vida, tal como se compromete Rubén con su padre Jacob para que permita que su hijo Benjamín sea llevado a Egipto, como pide su hermano José: “Harás morir a mis dos hijos si yo no te lo devuelvo.” (Gn 42:37. Cf 43:9; 44:32,33; Jb 17:3). En el Nuevo Testamento figura en términos inusuales, cuando Pablo se hace cargo de las obligaciones pasadas -es decir, conocidas- del esclavo Onésimo, a quien considera su hijo, pero no de las futuras -es decir, desconocidas. (Flm 18,19).
El libro del Éxodo y el Deuteronomio permiten al acreedor tomar un bien, u objeto, en prenda para asegurarse el pago de la deuda, pero lo permite dentro de ciertos límites para que el deudor no sufra. Si ha tomado, por ejemplo, en prenda la ropa del deudor, se la devolverá al atardecer para que el deudor no tenga frío por la noche (Ex 22:26,27; Dt 24:10-13), y no podrá tomar en prenda la ropa de la viuda (Dt 24:17).
En Génesis 38 hay un curioso episodio en que Judá da en prenda su sello, su cordón y su báculo a su nuera, que se ha disfrazado de prostituta, como garantía del pago pendiente por sus servicios. En un conocido pasaje de la vida de Eliseo se habla de un acreedor que amenaza tomar en prenda como siervos a los dos hijos de una viuda, si no se le paga (2R 4:1).
Nótese, sin embargo, como ya se ha dicho, que el libro de Proverbios no prohíbe tajantemente ser fiador, sino desaconseja serlo. Por eso el texto empieza en condicional: “Hijo mío, si salieres fiador…”, es decir, si cometiste esa imprudencia, toma las precauciones que se enumeran abajo. Si bien el Sirácida advierte contra los peligros de prestar fianza, lo que ha arruinado a más de uno (29:17,18), de otro lado, alienta al hombre bueno (29:15-20) a hacerlo, pero tomando las debidas precauciones (29:14,20).
1-5. Estos versículos constituyen la advertencia más fuerte contra las fianzas que contiene el libro de Proverbios. Lo primero es declarar llanamente que si has avalado las obligaciones de un amigo, es decir, si te has obligado a  pagar en lugar de él, o junto con él, si él no cumpliera, te has atado con tus palabras, has hecho de ellas un lazo, una prisión que te puede costar muy caro. Has caído en manos no del acreedor, sino de tu amigo deudor, porque de él depende tu tranquilidad, o tu ruina; esto es, lo primero, si él cumple, o lo segundo, si incumple. Entonces, lo primero que tienes que hacer, puesto que ya no puedes desligarte de tu obligación, es asegurarte de que él vaya a pagar y no quiera recurrir a ti, y que entonces, como consecuencia, tu fianza se convierta en un préstamo hecho a él. Haz pues todo lo posible para que él responda por su deuda; no descanses ahora para que puedas descansar después. ¿Qué medios puede emplear el fiador para asegurarse que el deudor cumpla? El más efectivo sería tomar en prenda una propiedad, o un bien del deudor, que responda por su obligación. Eso es lo único que al fiador puede darle tranquilidad: Tener en la mano un bien que de ser necesario, llegado el caso, pueda ser vendido para proveer los fondos necesarios para pagar la deuda. Nótese que los compromisos incumplidos traen angustia a los familiares y afectan nuestro buen nombre.
“Te has enlazado con las palabras de tu boca, y has quedado preso en los dichos de tus labios.” Este versículo expresa, independientemente del tema específico del pasaje, una verdad aplicable a muchas circunstancias, y es que nuestras palabras, una vez pronunciadas, nos atan y limitan nuestra libertad. Se dirá que eso ocurría en esa época antigua en que las palabras tenían el valor de un contrato, pero que en nuestros días, a menos que haya un documento escrito de por medio, la palabra empeñada tiene poco, o ningún valor legal, salvo en ciertas circunstancias especiales, o ante los tribunales, si está acompañada de un juramento. Es cierto, pero si hoy la gente puede retractarse de sus compromisos verbales sin penalidad legal o económica, el prestigio de una persona está ligado a que cumpla o no con las obligaciones que ha pactado verbalmente; es decir, a que sea o no una “persona de palabra”. La confianza que despierta una persona sobre la base de su actuación pasada es un capital moral muy valioso.
1,2. Si eres fiador, es decir si asumes como propia una obligación ajena, una obligación que está por cumplirse, tu seguridad, tu futuro, o tu dinero, dependen de algo inseguro, esto es, de que la persona afianzada por ti cumpla con el compromiso que tú has garantizado. ¿Qué pasa si no lo cumple? Tú pagarás las consecuencias, cualesquiera que sean, solidariamente con él.
La sabiduría de Dios nos previene contra asumir ese riesgo. No te comprometas en cosas que no dependen de ti. Naturalmente podría alegarse que esa norma es contraria a la caridad cristiana, porque nos impediría ayudar al que lo necesita. Pero hay muchas maneras de ayudar al prójimo que no signifiquen asumir riesgos innecesarios.
Estos versículos apuntan al hecho de que las palabras que pronunciamos ante otros nos comprometen y nos atan, es decir, nos quitan la libertad para obrar a nuestra guisa, pues alguien nos reclamará que cumplamos lo dicho. Esto era mucho más cierto en el pasado que ahora, pues vivían en una cultura que era en gran medida verbal, en que los acuerdos raras veces constaban por escrito, sino que se registraban en la memoria, tiempos en los que la palabra dada era inviolable. Las razones eran múltiples: 1) Los medios que se usaban para registrar los contratos por escrito eran muy costosos; y 2) poca gente sabía leer y escribir.
Sin embargo, no debe considerarse que estas advertencias contra el prestar fianza sean contrarias al espíritu de solidaridad que debe prevalecer entre nosotros. El Deuteronomio es en este sentido bastante claro: “Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra.” (15:11b). Si la persona que te solicita que le prestes tu fianza está pasando por una situación difícil, tu obligación es ayudarlo económicamente en la medida de tus posibilidades, sin esperar nada a cambio, si fuera necesario.
3. Con frecuencia el que otorga una fianza lo hace siguiendo un impulso irreflexivo o emocional que no ha sido debidamente evaluado, movido quizá por la amistad o la compasión, y sin tener en cuenta los posibles efectos negativos.
Por ello, para salir de tu obligación anda, humíllate si es necesario, sé insistente e importuno; pero no te des descanso hasta que hayas logrado salir de la trampa en que has caído, como haría un venado que se agita para escapar del lazo del cazador que lo tiene atrapado; o como un ave que revolotea desesperada para escapar de la red que la tiene presa. El original hebreo dice: “Échate a los pies de tu amigo…” o “Deja que te pise…”
Notas: 1. En este caso el amigo, o vecino, o prójimo, sería el deudor; y el extraño, el acreedor. Dice “extraño” posiblemente porque los prestamistas en Israel solían ser extranjeros, o paganos, o tenidos por tales, puesto que el cobro de intereses estaba prohibido (Dt 23:19).
En el original hebreo, en la Vulgata y la Versión Autorizada inglesa, la segunda línea dice: “Si has dado tu mano a un extraño”, en señal de compromiso, como era usual en ese tiempo. Véase al respecto en dichas versiones los siguientes pasajes en que se menciona ese gesto: Pr 17:18; 22:26; Jb 17:3; 2R 10:15. Nosotros también solemos sellar nuestros compromisos dando la mano. Los gestos que hacemos con las manos son muy expresivos y nos comprometen, porque la mano nos representa.
2. Este vers y los vers. 4 y 5 son ejemplos de paralelismo sinónimo.
Consideraciones Adicionales.
Los padres de la iglesia solían dar una interpretación espiritual, simbólica al libro de Proverbios. Un ejemplo de ello es el comentario siguiente de Gregorio Magno (siglo VI), que traduzco libremente. Vers. 1 y 2: Ser garante de un amigo es hacerse cargo de una persona, poniendo como garantía la propia conducta; asumiendo una responsabilidad que no se tenía antes.
Uno es enlazado con las palabras de su propia boca, porque si bien uno está obligado a decir lo que es bueno a los que están a su cargo, antes que nada él mismo debe observar las cosas que propone. Él está pues en verdad cogido por sus propias palabras porque está obligado a no dejar que su conducta se relaje de tal manera que no esté de acuerdo con lo que enseña. En otros términos, en la presencia del Juez Supremo él está obligado a cumplir en su propio comportamiento lo que él prescribe de palabra a otros.
Acerca de los versículos 3 y 4, el mismo autor escribe: “Todo el que es responsable de otros como ejemplo de vida es amonestado aquí a ejercer vigilancia, no sólo sobre sí mismo, sino también a estimular a su amigo. En verdad, no es suficiente que tenga cuidado de su propia vida, si no ayuda a vencer al pecado a la persona que le ha sido confiada, porque está escrito: “No des sueño a tus ojos, ni a tus párpados adormecimiento.”
Dar sueño a los ojos es descuidar del todo a los que están a su cargo. Los párpados se adormecen cuando nuestros pensamientos, oprimidos por la pereza, se hacen cómplices del mal que debemos reprimir. Caer en sueño profundo es no estar enterado, ni corregir las acciones de aquellos de quienes somos responsables. Adormecerse, pero no dormir, es ser consciente de lo que debe ser reprendido pero, por pereza, no corregirlo con la reprimenda apropiada y oportuna.
Sin embargo, al dormitar el ojo es inducido a caer en un sueño más profundo, porque generalmente el superior que no suprime el mal que ha observado, cae en el estado que su negligencia merece, esto es, ya no es ni siquiera capaz de reconocer los pecados de las personas a su cargo. Por tanto, los tales deben ser advertidos de que deben estar siempre vigilantes, teniendo un ojo atento a lo interior y a lo exterior, luchando para llegar a ser algún día criaturas dignas del cielo.”

Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#876 (12.04.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 12 de agosto de 2015

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

 LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
Un Comentario de Lucas 24:1-6a
El Evangelio de Lucas es parco en detalles acerca de la resurrección porque al final se concentra en lo que ocurre en Jerusalén y alrededores, donde también –según su segundo libro, el de los Hechos de los Apóstoles- surge la primera iglesia. No obstante, contiene el bello episodio de los peregrinos de Emaús y algunos pormenores con diálogos muy vívidos.
“El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado.”
El texto del Evangelio comienza con las palabras: "El primer día de la semana". Bajo la
antigua dispensación el día dedicado al Señor era el sétimo, el último día de una semana ocupada en trabajar. Dios había establecido que los israelitas trabajaran durante seis días (Ex 20:10; Dt 5:12-14) -tal como Él había trabajado al crear el mundo- y que el sétimo día reposaran para recuperar sus fuerzas, tal como Él había descansado el día sétimo (Gn 2:1-3; Ex 20:11). A ese día lo llamaban “sábado” (shabbat), palabra que en hebreo quiere decir “descanso”.
            Pero nosotros no dedicamos al Señor el sétimo día sino el primero, cuando la semana recién empieza. ¿Por qué le dedicamos el primer día? Porque Él es para nosotros lo primero. Él es el centro de nuestras vidas, el sol en torno del cual todo lo demás gira, nuestros afectos y pensamientos, nuestras ocupaciones y todo lo que tenemos. A Él le hemos dedicado nuestras energías y las hemos puesto a sus pies. Pero también a causa de lo que celebramos en esta fecha, su resurrección, que ocurrió precisamente un primer día de la semana, según la manera de contar judía. (Nota 1).
            Ciertamente el Señor no es sólo el primero. Es también el último, el Alfa y la Omega (Ap 1:8), el principio y el fin. El comienzo de nuestra existencia, pues a Él le debemos la vida; y el fin de ella, pues a Él volvemos al término de nuestros días. Con Él comenzamos y con Él terminamos.
            Los israelitas, por orden de Dios, dedicaban el sétimo día a honrarlo descansando. Nosotros dedicamos el día siguiente –que ahora llamamos “domingo”, que viene del latín “dominus”, esto es “señor”, y que los primeros cristianos llamaban “día del Señor”- a escuchar su palabra y a la adoración, que es la más alta de todas las ocupaciones, pero una que se hace no con el cuerpo (aunque el cuerpo pueda participar de ella) sino con el alma y el espíritu. Al adorarlo no dirigimos nuestros ojos a la tierra sino los dirigimos al cielo (2).
            Es verdad que también suspendemos nuestras labores durante ese día porque nuestros cuerpos necesitan descanso y porque es una manera excelente de honrar a Dios dejar de ocuparnos de las cosas terrenas para poder ocuparnos de Él y estar con los nuestros, gozándonos y departiendo con ellos. Es el día de la reunión familiar. Dios lo ha querido así puesto que Él es también una familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo, así como la vida de la mayoría de los seres humanos en la tierra se desarrolla también en el marco de una familia: padre, madre e hijos.
            La venida de Cristo a la tierra cambió al mundo en muchos aspectos. Uno de ellos es éste del descanso semanal.  Antes de su venida sólo el pueblo elegido conocía un día de reposo cada siete. Los otros pueblos –incluso los más civilizados, los griegos y los romanos- (3), trabajaban toda la semana, o estaban ociosos toda la semana. Pero cuando la fe en Cristo se difundió por el orbe, el día semanal de descanso se volvió norma por todo el mundo. Dios en verdad, a través de Cristo, y de la difusión del cristianismo, ha dado un día de descanso a todos los pueblos de la tierra, y ha cambiado las costumbres, aun de los que no creen en Él, ni han oído hablar de Él.
            Las mujeres que se dirigían a la cueva donde habían sepultado a Jesús, también habían descansado el sábado (Lc 23:56). Ellas y los discípulos ciertamente necesitaban descansar ese sétimo día. Ellos estaban anímicamente destrozados. El día anterior, el día de la preparación (viernes para nosotros), habían sido espectadores silenciosos, testigos impotentes y acongojados, del acontecimiento más terrible de todos los tiempos. Habían visto a su Maestro, al Mesías e Hijo de Dios, sometido a la más horrenda de las torturas, clavado a una cruz de la que lo habían bajado al final de la jornada muerto.
            Ese día había sido terrible para ellas. No habían sido torturadas ni crucificadas, pero en el espíritu lo habían sido con su Maestro y estaban exhaustas. Su alma había sufrido la mayor de las torturas viendo lo que hacían con Él sin que pudieran hacer nada para ayudarlo.
            Ellas no entendían lo que había sucedido y estaban agotadas. Pero tenían un deber que cumplir. Era costumbre inveterada en Israel, como también en muchos pueblos entonces, que los cadáveres fueran embalsamados, es decir, en este caso, lavados y ungidos con ungüentos y especias aromáticas. Era una práctica piadosa y una obligación hacerlo con todos los difuntos (4).
            Nuestro texto dice que vinieron “muy de mañana”, es decir, de madrugada. Todo el que desea ardientemente hacer algo lo hace temprano, cuando sus fuerzas están frescas. Su pensamiento está fijo en lo que quiere hacer, y eso lo despierta y espuela.
            Ahora bien, pensemos un momento. ¿Por qué venían ellas a cumplir ese rito acostumbrado con el cuerpo de Jesús? ¿Qué significa que vinieran trayendo las especias aromáticas que habían preparado para embalsamarlo? ¿No se lo han preguntado? Significa que ellas creían y estaban convencidas -como también todos los discípulos- de que Jesús estaba bien muerto, que su carrera en la tierra había concluido, y que se quedaría en el sepulcro hasta el día de la resurrección de los muertos.
            Ellas ciertamente no entendían lo ocurrido. Ese Jesús cuya vida estaba tan llena de promesas, de quien las profecías anunciaban tantas cosas bellas para el destino de su pueblo: que restauraría el trono de David, y se vengaría de los enemigos de su nación, ese Jesús había muerto. Todo había terminado para ellas y para ellos. Con Él su esperanza había muerto. Todo lo que ellas creían que estaba a punto de suceder, de acuerdo a las profecías -tal como ellas las entendían- en la vida de su Maestro y Mesías, y en la vida de sus discípulos con Él, había concluido (5). Ahora sólo les quedaba consolarse con su recuerdo. Y al ungir su cuerpo con las especias aromáticas, pondrían el sello definitivo a la muerte de sus esperanzas y de sus sueños.
            Ellas ciertamente habían escuchado algunas palabras extrañas de la boca de Jesús acerca de destruir el templo y reconstruirlo en tres días (Jn 2:19), y de que sería apresado por sus enemigos y moriría para resucitar (Mt 16:21;17:23; Mr 8:31;9:31; Lc 9:22), pero no las habían entendido. No calzaban con la concepción que los judíos piadosos tenían de los eventos futuros. Era frecuente que Jesús dijera cosas misteriosas y estaban acostumbradas a no entenderlas. Sus oídos estaban cerrados y, su inteligencia sin la iluminación del Espíritu Santo  que recibirían poco después, era demasiado torpe para captar su significado.
            El sol había salido esa madrugada, pero aún no había iluminado sus almas, y venían pesarosas, cansadas de llorar. ¿Habrá habido en el mundo una compañía de mujeres más triste y desconsolada que la de ellas?
            Pero he aquí que al llegar al sepulcro la piedra que cerraba la entrada, -de la que ellas, según otro relato; (Véase Mr 16:3) se preocupaban pensando quién las ayudaría a retirar- no estaba allí, había sido removida.
            Muchas veces nosotros nos preocupamos pensando qué podríamos hacer para remover las dificultades que nos acosan y los obstáculos que encontramos en el camino de nuestros proyectos. Y juntamos nuestras fuerzas para vencerlos. Pero hay alguien que puede hacerlo por nosotros. Alguien que tiene todo el poder y que lo puede hacer sin ningún esfuerzo, a quien nosotros podemos acudir para que nos ayude, y que lo hará porque se goza socorriendo a sus hijos.
            Ese alguien que puede hacerlo, ese alguien cuyo cadáver ellas habían venido a embalsamar, ese alguien que suponían muerto, no estaba ahí: la tumba estaba vacía. ¿Podemos imaginar su sorpresa?
            Tratemos de penetrar en su pensamiento. La antevíspera ellas habían visto cómo el cadáver de Jesús era depositado en esa cueva, y se había hecho rodar una enorme piedra para tapar la entrada (Mr 15:46,47; Lc 23:55). Ahora la piedra no estaba en su lugar, y en la tumba no había rastros de Jesús.
            No tenía sentido. Habían dejado el cadáver envuelto en una sábana, y he aquí que, según otro evangelio, la sábana estaba al lado doblada, pero lo que había estado envuelto en ella había desaparecido (Jn 20:4-7).
            Los muertos no caminan. Lo sabemos muy bien, ni se hacen humo. Por eso es que una de ellas, la Magdalena, según relata Juan, pensó que lo habían robado (Jn 20:13-15).
            Ellas no sólo estaban desconcertadas y perplejas, estaban también muy apenadas porque, aun muerto, querían ver a Jesús, así como los parientes se aferran al cadáver del familiar que amaron. Si no lo podían oír hablar, al menos podrían tocarlo y besarlo.
            A menos que ellas recordaran y comprendieran las palabras que alguna vez habían escuchado decir a Jesús, no podrían entender lo que veían. Necesitaban de alguien que se lo explicara. En ese momento Dios vino en su ayuda.
            De pronto "se pararon dos varones junto a ellas". (6) Sin duda pensaron que eran ángeles porque sus vestiduras resplandecían. Atemorizadas inclinaron el rostro a tierra para no ver. Nosotros tampoco osamos mirar al que nos inspira temor o respeto, sobre todo si nos sentimos indignos.
            Pero los varones las consuelan dándoles la buena noticia con una pregunta que tiene un tono de reproche: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?"  (7)
            En una ocasión Jesús le dijo a uno a quien llamaba para seguirlo: "Deja que los muertos entierren a sus muertos." (Lc 9:60). Los muertos a los que Jesús se refería en esa frase eran los que carecen de fe y no han nacido de nuevo.
            Pero los muertos a los que los ángeles se referían con esa pregunta no eran los muertos espirituales, sino los fallecidos, puesto que venían a la tumba donde Jesús había sido enterrado..
            ¿Por qué buscáis entre los mortales como vosotras, entre los que se creen vivos pero no lo están, al Único que realmente está vivo? (8)
            Nosotros que amamos tanto nuestros cuerpos, que amamos tanto esta vida pasajera, nosotros, aunque hayamos recibido la vida del Espíritu, no gozamos de la verdadera vida, si la comparamos con la que algún día tendremos en el cielo. Comparada con esa vida abundante, esta vida terrenal tan limitada es muerte (Jn 10:10).
            Jesús no está en este lugar, les dicen. No está su cadáver y en vano lo buscáis porque ya no es. Ha sido transformado en un cuerpo glorioso, que tiene manos y pies y boca como el vuestro, pero es diferente. Su cuerpo está vivo de una vida que no conocéis. Es un cuerpo que parece atravesar las paredes, pero que no las atraviesa, porque las paredes no existen para él; un cuerpo que come, pero que no necesita comer, porque no se desgasta ni debilita (Lc 24:41-43); un cuerpo que es tocado (Lc 24:39; Jn 20:27), pero que no puede ser tocado (Jn 20:17); un cuerpo que es visto cuando quiere, pero cuando no quiere, es invisible (Lc 24:31).
            Él está vivo y muy pronto lo veréis. Ha resucitado a una vida gloriosa y ya no muere más. Está aquí  y no está aquí porque vive en otra esfera.
            Pero lo más maravilloso es que porque Él ha resucitado nosotros también resucitaremos (Rm 8:11; 1Cor 15:51,52). Él lo ha prometido y algún día estaremos para siempre con Él (Jn 14:2,3).
            ¡Oh! ¿Por qué nos aferramos tanto a esta vida que es muerte comparada con la vida eterna? ¿Por qué buscamos entre los muertos, esto es, entre cadáveres que caminan, a las personas y las cosas que llenen nuestras aspiraciones y nuestros sueños? Aspiremos más bien a esa vida sin dolor, cansancio y muerte, tan diferente de la que conocemos y que nunca termina. Suspiremos más bien por el cielo al cual estamos destinados, y que será nuestra morada eterna. Entretanto consolémonos con esta verdad: Jesús ha resucitado y nosotros resucitaremos con Él.
Notas 1. Claro está que en nuestro tiempo la numeración de los días de la semana laboral se ha adaptado al nuevo uso y corrientemente consideramos al lunes como primer día de la semana.
(2) Vale la pena recordar que los primeros cristianos honraban al Señor el primer día de la semana, según la manera de contar judía, reuniéndose para partir el pan además de escuchar la palabra (Hch 20:7; 1Cor 16:2; cf Ap 1:10).
(3) Los romanos se burlaban de los judíos, tildándolos de ociosos, porque descansaban un día a la semana.
(4) Los judíos tenían una forma tradicional peculiar de limpiar y embalsamar a sus cadáveres (codificada en la Mishná y con más detalle en legislación posterior), que tenía que hacer con su respeto por la sangre en la que estaba la vida (Lv 17:10-12).Según esas prescripciones la sangre no coagulada en el cuerpo del que sufre una muerte violenta, la sangre que fluye al morir, no puede ser lavada, sino debe ser recogida en paños si se vertiera y ser enterrada con el cadáver. Esa regla otorga cierta verosimilitud al episodio que menciona Catalina de Emmerich (siglo XIX) en sus visiones de la pasión (incluido, para sorpresa de muchos, en la película “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson), donde su madre y la Magdalena recogen la sangre de Jesús aún fresca que estaba sobre el enlosado donde había sido flagelado. Es imposible que esa monja iletrada y enferma, sirviente de oficio, hubiera tenido acceso a la literatura rabínica.
(5) Lo que Jesús anunció en Mt 19:28, por ejemplo, era para sus discípulos un acontecimiento inminente. Véase también Hch 1:6,7.
(6) Notemos que dice: “se pararon”, no que vinieran. No necesitaban venir tal como los cuerpos gloriosos tampoco lo necesitan. Ellos están donde quieren. Su vehículo es su pensamiento. Nosotros podemos con el pensamiento, esto es, con la imaginación o la memoria, transportarnos a cualquier lugar en el espacio y en el tiempo, y estamos ahí figuradamente en un instante, pero nuestros pesados cuerpos carnales no se mueven, permanecen donde están. Los cuerpos espirituales de los ángeles están instantáneamente en el lugar que desean.
(7) A partir de entonces la Buena Noticia por antonomasia será: "El Señor ha resucitado". Eso fue el meollo de la predicación de los apóstoles y es la esencia de nuestra fe; la razón de nuestro gozo (Las referencias son numerosísimas. Véase entre otras Hch 2:32;3:15;4:10; 1Cor 15:4, etc.). Entre los cristianos ortodoxos es costumbre saludarse en las fiestas diciendo: "El Señor ha resucitado", a lo que se responde: "Verdaderamente ha resucitado".
(8) William Barclay observa acertadamente que todavía hay muchos que buscan a Jesús entre los muertos. Son los que lo consideran como un gran maestro de sabiduría del pasado, cuya vida y enseñanzas admirables merecen ser estudiadas y tomadas como ejemplo a seguir, pero que no creen en un Cristo vivo. Por mucho que lo admiren, ese Cristo no los salva.
NB. Este artículo fue publicado el 11.04.04. Se vuelve a imprimir ligeramente revisado y ampliado.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#875 (05.04.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).