viernes, 24 de octubre de 2014

PARA LEER EL LIBRO DE PROVERBIOS I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PARA LEER EL LIBRO DE PROVERBIOS I
Me había propuesto escribir una introducción formal al libro de Proverbios, pero he descartado ese proyecto pensando que podría ser demasiado teórico para la mayoría de mis lectores. Sin embargo, he pensado que podría ser útil dar algunos alcances generales acerca de este libro que puedan ilustrar a los lectores acerca del origen e historia de la literatura sapiencial de Israel.
El libro de Proverbios se llama en hebreo “Mislé Shlomó”. (Los Proverbios de Salomón). Mislé es el plural de Masal, palabra cuyo significado básico es “comparación” y muchos de los proverbios son, en efecto, comparaciones. Por eso el término se aplica también a las parábolas. La palabra española “proverbio” viene del título Liber Proverbiorum que Jerónimo le pone a este libro en su traducción de la Biblia al latín, comúnmente llamada “Vulgata”.
El libro consta de 31 capítulos. Siendo 31 los días del mes, esa división sugiere que deba leerse un capítulo al día. Y eso es lo que yo he hecho durante años, con gran provecho.
Aunque se han propuesto diferentes divisiones del libro, la siguiente en siete secciones es la más obvia:
1)        Capítulos 1 al 9. Esta sección se distingue en que, aunque contenga algunos
           proverbios propiamente dichos, consiste principalmente en pequeños poemas.
2)        Los Proverbios de Salomón: 10:1 al 22:16.
3)        Los dichos de los sabios: 22:17 al 24:34.
4)        Más proverbios de Salomón (La colección de Ezequías): 25:1 al 29:27.
5)        Las palabras de Agur: 30:1-33.
6)        Las palabras del rey Lemuel: 31:1-9.
7)        Elogio de la mujer virtuosa: 31:10-31. (Nota)
En cuanto a su autoría, el mismo libro atribuye buena parte de su contenido al rey Salomón, de quien 1ªReyes 4:32 dice que compuso tres mil proverbios. Para comenzar, el título de “Los Proverbios de Salomón”, que antecede a los nueve primeros capítulos, indica que él fue su autor (Aunque hay quienes piensan que ésta es una sección tardía, escrita por un autor posterior). Ese mismo título se registra en el encabezamiento del capítulo 10, por lo que habría que suponer que Salomón es el autor de su contenido hasta el capítulo 29, con excepción de la corta sección 24:23-34, que el texto atribuye a los sabios, a la que habría que añadir la sección que empieza en 22:17 y que es de extensión indeterminada.
La anotación con que se inicia la 4ta sección (caps. 25 al 29) señala que su texto corresponde a una colección salomónica hecha por los consejeros del rey Ezequías.
Por último debe mencionarse dos personajes de los que no se tiene dato alguno: Agur y Lemuel, autores de las secciones 5 y 6 del libro.
Es posible que Agur fuera un jefe tribal de Arabia, y que sus palabras terminen en el vers. 14, y no en el vers. 33, como se indicó arriba, en cuyo caso los versículos numéricos que figuran entre el ver. 15 y el 33, serían de un autor israelita.
Nada se sabe del rey Lemuel, pero lo singular del corto pasaje que lleva su nombre es que se trata de consejos que le da su madre, y que enseguida venga el Elogio de la Mujer Virtuosa. Algunos piensan que Lemuel es un pseudónimo de Salomón. De ser cierta esa conjetura el famoso rey podría ser el autor de las dos últimas secciones. Pero de no serlo, esas dos secciones provendrían de autores no israelitas.
Por lo que se refiere a la fecha de composición del libro sólo tenemos dos referencias seguras: el reinado de Salomón (siglo X), y el reinado de Ezequías (siglo VII).
El libro de Proverbios se enmarca dentro del movimiento de literatura sapiencial que floreció en la antigüedad, y es innegable que sus dichos sufrieron la influencia de la sabiduría oriental, aunque la influencia debe haber sido también mutua.
Se ha señalado, por ejemplo, la semejanza que guarda el comienzo de la sección 3 (22:17 hasta 23:11) con las instrucciones del sabio egipcio Amenenope, que datarían del año 1000, si no antes. Pero no hay acuerdo sobre quién influyó en quién, aunque descubrimientos recientes podrían confirmar que la colección egipcia es anterior.
Se han encontrado dos colecciones de aforismos sumerios, que serían anteriores a los dichos de Amenenope. Citaré un ejemplo: “Construye como un señor, anda por ahí como un esclavo; construye como un esclavo, anda por ahí como un señor.”
Se ha mencionado la semejanza de algunos proverbios (en particular los prov. 24:17; 25:17; 27:10) con algunos dichos de Ahikar, el famoso consejero del rey asirio Senaquerib (siglo VII), cuyo libro se ha conservado.
Derek Kidner señala que “la Biblia alude a menudo a la sabiduría y a los sabios de los pueblos vecinos de Israel, particularmente a los de Egipto (Hch 7:22; 1R 4:30; Is 19:11,12), de Edom y Arabia (Jr 49:7; Abd 8; 1R 4:30), de Babilonia (Is 47:10; Dn 1:4,20, etc.), y de Fenicia (Ez 28:3ss; Zc 9:2).”
        Es un hecho conocido que la fama de la sabiduría del rey Salomón fue extensa y que alcanzó al reino africano de Saba, cuya soberana viajó desde su lejano país para conocer al famoso rey (1R 10:1-13). Pero ella no fue la única (1R 4:34).
Salomón mismo se rodeó de consejeros sabios (2Cro 10: 6-8), como hizo también su padre David (2Sm 16:23; 17:14). Pero como sabemos por el libro de Crónicas, el hijo y sucesor de Salomón, Roboam, en lugar de seguir el sabio consejo de los ancianos que habían estado con su padre, prefirió seguir el desacertado consejo de los jóvenes inexpertos que estaban con él, provocando de esa manera la rebelión de las diez tribus del Norte, y la división del reino (2Cro 10).
La sabiduría popular de todos los países se expresa con frecuencia en refranes sencillos, pero elocuentes, como por ejemplo: “Del dicho al hecho hay mucho trecho.” O “Quien mucho abarca, poco aprieta.”
Ése es un fenómeno que se da en casi todas las culturas. Se han publicado, por ejemplo, estudios acerca de los refranes populares africanos, que contienen pequeñas joyas, como las siguientes: “El silencio prolongado tiene una voz potente.” O “Es la paciencia la que te saca de la red.” O “El que se casa con una mujer bonita, se casa con un problema.”
El investigador y sinólogo peruano Guillermo Dañino, ha publicado una colección de mil proverbios chinos, algunos de los cuales tienen afinidad con alguno del libro de Proverbios. Por ejemplo: “En compañía de los buenos se aprende la bondad; acompáñate con un tigre y aprenderás a morder”, se asemeja a “El que anda con sabios, sabio será; mas el que se junta con necios, será quebrantado.” (13:20). (La Abeja Diligente está en Internet)
Este proverbio chino: “Con dinero eres un dragón; sin él eres un gusano”, expresa la misma idea en otro contexto que el siguiente proverbio: “El pobre es odioso aun a su amigo; pero muchos son los que aman al rico.” (14:20).
       Por eso no debe extrañarnos que en el Antiguo Testamento se encuentren proverbios fuera del libro de ese nombre, como por ejemplo: “Como es el varón, tal es su fuerza (o su valentía)”·(Jc 8:21).
       En el diálogo que Sansón entabla con los 30 jóvenes de Timnat durante sus bodas con una muchacha del lugar, él los reta a resolver un enigma, que en realidad es un proverbio: “Del devorador salió comida, y del fuerte salió dulzura.” (Jc 14:14) Después de arrancarle a la novia la solución, ellos le contestan también en forma de proverbio: “¿Qué cosa más dulce que la miel, y qué cosa más fuerte que el león?” Pero Sansón ha comprendido bien cómo obtuvieron la respuesta, y les contesta también con un proverbio: “Si no araseis con mi novilla, nunca hubierais descubierto mi enigma.” (v. 18). Este diálogo nos muestra hasta qué punto el estilo proverbial se había extendido en el Oriente, también entre los paganos, y formaba parte del lenguaje coloquial.
       Hay un episodio en la vida de Samuel, en que Saúl, después de haber sido ungido por el profeta como rey de Israel, se encuentra con una compañía de profetas y empieza a profetizar como ellos: “Por esta causa se hizo proverbio: ¿También Saúl entre los profetas?” (1Sm 10:12).
       Cuando el profeta va a ungir a un hijo de Isaí como rey de Israel en reemplazo de Saúl, que ha sido desechado, Dios le habla en forma de proverbio: “El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.” (1Sm 16:7).
       Cuando David le perdona la vida a Saúl que lo persigue, para explicar su clemencia le dice: “Como dice el proverbio de los antiguos: ‘De la boca del impío saldrá la impiedad’”, pero mi mano no será contra ti. (1Sm 24:13).
       En otra ocasión el rey de Israel manda decir a su par de Siria: “No se alabe tanto el que se ciñe las armas, como el que las desciñe.” (1R 20:11), citando sin duda un proverbio popular, como diciendo: No te jactes de la victoria antes de que concluya la batalla.
       El proverbio se presta para la sátira en el uso popular, como hemos visto ya en el caso de Sansón. Cuando Jeremías profetiza acerca de la restauración futura de Israel, él declara acerca del desobediente rey Sedequías y de su séquito: “Los daré por escarnio y por mal a todos los reinos de la tierra, por ejemplo, por proverbio y por maldición…” (Jr 24:9). En el mismo sentido el salmista se queja: “Nos pusiste por proverbio entre las naciones…” (Sal 44:14, pero léase todo el contexto; cf Sal 69:11).
       En los libros proféticos es frecuente encontrar proverbios populares, como éste que citan tanto Jeremías como Ezequiel: “Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera.” (Jr 31:29; Ez 18:2).
       En Isaías leemos: “Los hijos han llegado al punto de nacer, pero la que da a luz no tiene fuerzas.” (37:3). En Jeremías también leemos: “¿Mudará el etíope su piel y el leopardo sus manchas? (13:23), que corresponde a nuestro refrán “Genio y figura hasta la sepultura.”
        En Oseas leemos: “Sembraron vientos y cosecharon tempestades.” (8:7), de donde se deriva un conocido refrán español.
       Pero es sobre todo en Eclesiastés, así como en el libro de Job y en los salmos, donde se encuentran abundantes proverbios, especialmente en el primer libro nombrado. De hecho Eclesiastés es un libro de proverbios que a veces se convierten en poemas: “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo.” (4:9, pero léase hasta el vers. 12). Son tantos los proverbios en Qohelet que sería imposible citarlos en tan corto espacio. Me limitaré a citar uno más: “Echa tu pan sobre las aguas, porque después de muchos días lo hallarás.” (11:1).
        En el libro de Job los proverbios están esparcidos a lo largo de su texto. Citaré sólo tres para no alargarme demasiado: “He aquí el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal la inteligencia.” (28:28). Zofar, uno de los tres amigos que vienen supuestamente a consolar a Job, lo insulta al decir: “El hombre vano se hará entendido cuando un pollino de asno montés nazca hombre.” (11:12). Cuando el cuarto consolador, Eliú, empieza a hablar, para justificar su intervención siendo joven, entre otras cosas dice: “Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente, le hace que entienda.” (32:8).
        En el libro de los Salmos se encuentran también con frecuencia proverbios. Por ejemplo, el salmo 127 está casi todo constituido por una serie de proverbios: “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican. Si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia.” (v. 1). Y más adelante: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre.” (v. 3,4).
       En el salmo 119 se hallan también numerosos proverbios: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra.” (v. 9). “Lámpara es a mis pies es tu palabra, y lumbrera a mi camino.” (v. 105). Pero véase también los vers. 67,71,75, entre otros.
       El salmo 37 está lleno de proverbios desde los dos vers. iniciales: “No te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que hacen iniquidad; porque como la hierba serán pronto cortados, y como la hierba verde se secarán.” O el siguiente: “Encomienda a Jehová tu camino; confía en Él y Él hará.” (v. 5). ¡Qué verdad tan consoladora!
       El escrito apócrifo, o deuterocanónico, Sirácida (que en la antigüedad se llamaba Eclesiástico, por lo popular que era en la iglesia, razón por la cual los rabinos prohibieron que se le citara, después de haberlo estimado tanto) rivaliza con el libro de Proverbios en el número de dichos tanto prácticos como profundos. Pero más allá de los paralelos que existen entre textos del Sirácida y del Nuevo Testamento, es indudable que el libro era bien conocido y apreciado por Jesús y por los apóstoles.
       Citaré algunos ejemplos: “Perdona a tu prójimo la injuria, y tus pecados a tus ruegos te serán perdonados.” (Sir 28:2; cf Mt 6:12,14,15; Mr 11:25,26). “Sé pronto para oír y lento para responder.” (Sir 5:13), que puede ser comparado con St 1:19: “…todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar…”
       “No seas hablador en asamblea de ancianos, ni multipliques en la oración tus palabras.” (Sir 7:15). Jesús dirá: “Y orando no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.” (Mt 6:7).
        Por último hay que señalar que Jesús enseñaba con mucha frecuencia en estilo proverbial. Con Él ese modo de expresión llega a su más alta perfección, tanto en lo que se refiere al proverbio mismo, en sentido estricto, como en su ampliación en forma de parábolas. De hecho, algunas de sus frases están tan llenas de sabiduría, y son tan acertadas en su formulación, que han sido incorporadas al habla común, como es el caso, por ejemplo, de frases como: “andar la milla extra” (Mt 5:41), o “dar la otra mejilla” (Mt 5:39), o “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7:16).
       El Sermón del Monte está lleno de proverbios: “No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.” (Mt 7:1,2). O, “Nadie puede servir a dos señores…” (Mt 6:24). O, “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” (Mt 7:7,8).
       Pero también se encuentran muchos proverbios fuera de ese marco: “De la abundancia del corazón habla la boca.” (Mt 12:34). O, “El obrero es digno de su salario.” (Lc 10:7), que Pablo cita como Escritura (1Co 9:14), hecho histórico muy significativo.
       En los escritos de los apóstoles se encuentran también frases que tienen un carácter proverbial: “Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?” (1Cor 14:8). 0, “Todas las cosas son puras para los puros.” (Tt 1:15a).
       De hecho, las epístolas del Nuevo Testamento citan con frecuencia proverbios: Rm 3:15 cita Pr 1:16; Hb 12:5,6 cita Pr 3:11,12; St 4:6, y 1P 5:5 citan Pr 3:34; 1P 4:8 cita Pr 10:12; Rm 12:20 cita Pr 25:21,22; 2P 2:22 cita Pr 26:11.
       Los rabinos judíos continuaron con la tradición proverbial, quizá, en parte, estimulados por el ejemplo de Jesús, a quien, es cierto, odiaban, pero en secreto admiraban. El “Pirké Abot” (“Dichos de los Padres”, que forma parte de la Mishná) contiene muchos proverbios interesantes. Citaré algunos de mis preferidos: “Ten cuidado con los que gobiernan, porque no se hacen amigos de nadie, sino para satisfacer sus propios intereses; parecen ser amigos cuando les conviene, pero no permanecen a tu lado cuando estás en dificultades.” Este dicho parece inspirado en nuestra política.
       “Haz Su voluntad como si fuera la tuya, para que Él haga tu voluntad como si fuera la suya.” “No juzgues a tu camarada hasta que hayas estado en su lugar.”
       Hillel decía: “Cuanto más carne, más gusanos; cuanto más posesiones, más preocupaciones; cuanto más esposas, más brujería; cuanto más sirvientas, más inmodestia; cuanto más esclavos, más robos; cuanto más torá, más vida; cuanto más compañía de sabios, más sabiduría; cuanto más consejo, más entendimiento; cuanto más caridad, más paz.”
       Los proverbios del Talmud suelen ser concisos, y condensan su mensaje en pocas palabras. He aquí algunos ejemplos: “Los ancianos para el consejo, los jóvenes para la guerra.” “La pobreza corre detrás del pobre, y la riqueza detrás del rico.” Esto parece inspirado en la frase de Jesús: “Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.” (Mt 25:29). “El mendigo hace más por el dador, que el dador por el mendigo”, lo que también recuerda una frase de Jesús., que Pablo cita: “Es más bienaventurado dar que recibir.” (Hch 20:35).
        “Ama más al que te muestra tus faltas que al que te alaba.” En la práctica odiamos al primero, y amamos al segundo. “Una palabra vale un denario; el silencio vale dos”, que recuerda el conocido refrán español: “El silencio es oro.”
        En la literatura judeo-germánica (en Yidish), hay también algunos proverbios interesantes: “Un sendero conduce al paraíso, pero mil al infierno.” “Diez enemigos no pueden hacerle tanto daño a un hombre, como el que uno se hace a sí mismo.” “Los necios suelen tener esposas bonitas”, que nos recuerda el proverbio africano citado al comienzo. O, “Mejor arruinado diez veces, que muerto una.” Y éste, que es mi favorito: “Todos los hombres saben que han de morir, pero ninguno lo cree.”
Nota: Las tres últimas  secciones son en realidad apéndices.
Amado lector: Si tú nunca has recibido al Señor mediante un acto voluntario y conciente de fe, yo te invito a hacerlo en este momento, diciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#849 (28.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 21 de octubre de 2014

EL MARIDO SUSTENTA Y CUIDA A SU ESPOSA

Pasaje tomado de mi libro
Matrimonios que Perduran en el Tiempo

EL MARIDO SUSTENTA Y CUIDA A SU ESPOSA como Cristo a la iglesia (Ef 5:29). Hay maridos que descuidan la salud de su esposa, o que le exigen esfuerzos superiores a sus fuerzas. Al comportarse de esa manera demuestran que no la aman como a su propio cuerpo, sino que la tratan como si fuera un cuerpo ajeno. Pero es el suyo propio y es más frágil (1P 3:7). Si no la cuidan, después no pueden quejarse de que su salud se deteriore o se enferme. En verdad en muchos casos el microbio responsable de la enfermedad de la mujer es el marido.

El marido debe proveer el pan –insisto en ello- el vestido y la vivienda, etc., y todas las necesidades de su casa, como lo manda la palabra. De lo contrario “ha negado la fe y es peor que un incrédulo.” (1Tm 5:8). Pero es un hecho que la vida moderna, por el costo de vida, que incluye los altos precios de los servicios esenciales y del colegio, entre otros rubros, obliga con frecuencia a la mujer a trabajar para contribuir al presupuesto familiar. Pero ése no es el ideal, sino una deformación impuesta por las realidades económicas actuales. Sin embargo, cuando hay hijos pequeños la mujer debe en lo posible permanecer en el hogar y no confiar a sus hijos a una empleada doméstica, porque en ese caso, será ella quien los forme y les enseñe quizá hábitos indeseables.

Si es necesario que la mujer trabaje es mejor que lo haga en su casa. Hay muchas formas de ganar dinero hoy en día que no requieren acudir a un centro de trabajo. El Internet lo ha hecho posible.
(Vol II, por publicar, Editores Verdad & Presencia. Av. Petit Thouars 1191, Santa Beatriz, Lima, tel. 4712178.)

miércoles, 15 de octubre de 2014

LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL II
Un Comentario en dos partes del  Salmo 133
2. “Es como el buen aceite perfumado sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras.”
El salmista compara la unidad entre hermanos al aceite perfumado, o ungüento (Nota 1), con el cual se ungía a los sumos sacerdotes en Israel, en especial, al aceite con que se consagró a Aarón como primer sumo sacerdote (Ex 28:1,41; 29:7). Ese aceite, que era objeto de un procedimiento especial de elaboración, difundía en torno un olor agradable. Era precioso porque con él se ungió a Aarón para un servicio que había sido establecido por Dios  mismo y era muy estimado por Él, y, ya que, mediante los sacrificios de animales, Aarón hacía expiación por los pecados del pueblo y lo reconciliaba con Dios. Esos sacrificios eran figura del futuro sacrificio de Cristo en la cruz.
La cabeza, es decir, la mente, notemos, es la que rige no sólo el cuerpo, sino también las decisiones que toma el hombre, aunque ciertamente el corazón, es decir, los sentimientos, también influyen en ellas.
Cuando la mente está ungida por el aceite del Espíritu Santo, todo el ser del hombre, hasta el borde inferior de sus vestidos, con todas sus potencias vitales, está energizado por el poder que viene de Dios.
Detrás de la barba del sumo sacerdote colgaba el pectoral que contenía las piedras en que estaba grabado el nombre de las doce tribus de Israel (Ex 28:15-21; 39:8-14), de manera que cuando el sumo sacerdote era ungido, el aceite bañaba también esas piedras haciendo que todo el pueblo fuera santificado en su sacerdote.
Dios había dado a Moisés instrucciones específicas para preparar el aceite sagrado, utilizando cuatro especies aromáticas: mirra, canela, cálamo y casia (Ex 30:23-25). Ese aceite era una cosa santa que era usada no sólo para la unción sacerdotal, sino también para la unción de todos los objetos del culto.
El aceite de oliva en la antigüedad era un bien muy valioso, porque era usado no sólo en la alimentación (2), sino también como cosmético (3), como medicina, sea puro (Is 1:6; Mr 6:13; St 5:14), o mezclado con vino (como podemos ver en el episodio del Buen Samaritano, Lc 10:34), y para la iluminación tanto doméstica (2R 4:10), como del templo, donde una lámpara brillaba constantemente (Ex 27:20; Lv 24:1-4). Incluso era usado como medio del pago de impuestos (Os 12:1), y de otros bienes (Es 3:7). (4)
Pero también el aceite tiene en las Escrituras un sentido figurado muy rico y variado, para significar sea la prosperidad (Dt 32:13; 33:24; Ez 16:13), o la alegría (Sal 45.7), o la sabiduría (Pr 21.20); así como también era un símbolo del Espíritu Santo (Is 61:4). Cuando el profeta Samuel fue donde Isaí para ungir como rey de Israel a uno de sus hijos, él derramó aceite sobre la cabeza del menor, David, y el Espíritu de Jehová vino sobre el muchacho (1Sm 16:13).
Es necesario tener eso en cuenta para entender el significado de la mención del aceite en este salmo: “Es como el buen óleo sobre la cabeza.” Según la tradición sólo el sumo sacerdote era ungido derramando aceite sobre su cabeza, la cual, como sabemos, significa autoridad (Ex 29:7; Lv 8:12).
Pero una vez derramado sobre la cabeza, el aceite fluía sobre su rostro y por su barba, y hasta el borde, u orla, de su vestimenta sagrada. De una manera semejante el amor de los hermanos ejerce su influencia benéfica sobre todas las circunstancias de su vida. Los beneficios de ese amor son compartidos y experimentados por todos los miembros del hogar, incluso por los empleados domésticos, que viven en un clima de armonía y son bien tratados por sus patrones.
¡Qué distinto es cuando no hay amor en la casa! Todos se sienten a disgusto en ella y huyen si les es posible de ella. Los hijos se van porque no quieren ser testigos de las peleas de sus padres. ¡Y qué importante es que los empleados domésticos y otros empleados, si los hay, sean bien tratados por sus patrones! Si no lo hacen, algún día tendrán que dar cuenta a Dios.
La unción con aceite era también una manifestación de hospitalidad (Sal 23:6), junto con el beso de acogida y el lavar con agua los pies del huésped. Jesús le reprocha al fariseo Simón, que lo había invitado a su casa, el que no hubiera ungido su cabeza con óleo (Lc 7:46).
Todos conocen el episodio en que estando Jesús sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, en Betania, poco antes de su pasión, vino una mujer y derramó sobre su cabeza un perfume muy costoso que estaba en un vaso de alabastro. Aunque no se diga ahí explícitamente, ese perfume era un aceite perfumado, preparado seguramente con especies aromáticas muy costosas (Mt 26:6-13; Jn 12:1-8). Cuando los circunstantes empezaron a criticar a la mujer diciendo que ese perfume tan valioso hubiera podido ser vendido para dar dinero a los pobres, Jesús salió en su defensa diciendo que dondequiera que se predicara el Evangelio se hablaría de ella, porque lo que ella había hecho era preparar su cuerpo para la sepultura. Eso lo dijo porque en su tiempo los cadáveres eran ungidos con aceite para embalsamarlos antes de enterrarlos (Gn 50:2,3,26; Mr 16:1).
Ese aceite perfumado que se derrama sobre la cabeza en la unción es también un símbolo de la gracia de Dios que se difunde por todo el cuerpo y confiere santidad a toda la persona. Podemos decir que el aceite de la gracia de Dios se difunde por todo el cuerpo de Cristo, que es la iglesia, como dice Pablo (Ef 1:22,23; 4:15,16), hasta sus miembros más humildes y olvidados, aquellos en los que menos pensamos, pero en los que Dios sí piensa. Porque nada ni nadie puede poner límites a la acción de la gracia. El amor de Cristo no conoce los límites que solemos poner los hombres en la práctica, que tenemos la tendencia de hacer separaciones, sea de parroquia, o de denominación, de congregación o de iglesia.
El amor de Cristo fluye desde la cabeza, es decir, de la autoridad hasta los pies, hasta los miembros más despreciados, que están en el borde inferior de las vestiduras. Pero algún día veremos cómo se cumple en ellos las palabras de Jesús, de que los últimos serán los primeros (Mt 20:16). Así que cuando veas a una persona humilde, inclínate delante de ella, porque quién sabe si algún día no estará delante de ti en el cielo.
Es muy significativo que diga que el aceite desciende sobre la barba, y que repita esa palabra, como para recalcar la idea, ya que la barba entre los judíos y entre los pueblos orientales era un símbolo de hombría, así como también de consagración a Dios. Se recordará que los sacerdotes no podían recortar su barba (Lv 21:5), ni podían los nazareos hacerlo durante el tiempo de su consagración a Dios (Nm 6:5).
Los romanos, aunque eran poderosos, eran llamados gentiles por el pueblo elegido y, por tanto, se consideraba que estaban alejados de la gracia de Dios. Ellos no usaban barba, sino se la afeitaban, y llamaban “bárbaros” a los pueblos incultos, venidos en hordas desde las estepas, que asediaban sus fronteras, y que no se afeitaban la barba (De ahí viene en efecto la palabra “bárbaro”, esto es, barbudo). Para el judío, que se le obligara a afeitarse la barba, era una ofensa humillante, así como también lo era jalarle la barba a un hombre. Eso fue lo que le hicieron a Jesús sus torturadores romanos, según anunció proféticamente Isaías 50:6.
La ley de Moisés prohibía recortar los extremos de la barba (Lv 19:27), porque ésa era una práctica idolátrica de los pueblos paganos. Pero eso fue justamente lo que el amonita Hanún hizo con los siervos de David que había tomado prisioneros, para humillarlos: les rapó la mitad de la barba y les cortó la mitad de su vestido hasta las nalgas (2Sm 10: 4), afrenta que dio lugar a que David se vengara cruelmente de ellos.
Hay un pasaje terrible en que Dios ordena al profeta Ezequiel raparse el cabello y la barba, y quemar una parte, esparciendo otra parte al viento como señal de la destrucción futura que vendría sobre Israel en castigo de su idolatría (Ez 5:1ss), vaticinio que se cumplió cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén (2R 24:10-16).
Entre los semitas era costumbre raparse el cabello y afeitarse la barba en señal de duelo y de angustia (Is 15:2). Después del asesinato del gobernador Gedalías, que era un hombre justo, un grupo de afligidos samaritanos vinieron a Israel con su barba afeitada y sus vestidos rasgados (Jr 41:3-5).
3. “Como el rocío del Hermón que desciende sobre los montes de Sión; porque ahí ha ordenado Jehová bendición y vida eterna.”
La humedad de la montaña más alta, cubierta de nieve, es derramada sobre la montaña más baja. La montaña mayor ministra a la montaña menor. De manera semejante el amor desciende de lo alto a lo bajo, de lo encumbrado a lo humilde.
¿Qué nos está diciendo este versículo? La unidad santa de los hermanos es como el rocío mañanero que refresca el ambiente y humedece el pasto estimulando su crecimiento.
Cabría preguntarse ¿cómo es posible que el rocío del Hermón pueda caer sobre el monte de Sión pese a la gran distancia de más de cien kilómetros que los separa? Franz Delitzsch cita a un viajero de mediados del siglo XIX, que estuvo al pie del Hermón, y que entendió cómo de las laderas cubiertas de bosques, y de los despeñaderos cubiertos de nieve surgen gotas de agua que, después de haber humedecido la atmósfera, descienden al anochecer como rocío sobre las montañas más bajas que lo rodean. Y él pensó que las fuertes corrientes de aire de la región podían llevar esa humedad hasta Sión. El hecho es que en ninguna parte del territorio de esa zona puede observarse un rocío tan abundante como en la cercanía del Hermón.
Ese es el rocío refrescante que el poeta asemeja al amor fraterno. Cuando los hermanos de las tribus del norte se juntan con los de las tribus del sur, olvidando sus antiguas rivalidades, en la ciudad que es la madre de todos (Jerusalén) para celebrar las grandes fiestas, es como si el rocío del monte Hermón, de casi tres mil metros de altura, y que parece que toca las nubes, descendiera sobre los montes áridos que rodean a la ciudad de David, que lo desean ardientemente para apagar la sed de sus campos secos y áridos.
Porque ahí, dice el Salmo, el Señor ha decretado bendición y vida eterna. Ahí en la montaña de Sión, que antes se llamaba Moriah donde Isaac estuvo a punto de ser sacrificado (Gn 22:1-19), y donde se produjo la crucifixión de Cristo que trajo bendición y vida eterna a todos los que creen en Él. Sión es la montaña en donde se levanta la ciudad de Jerusalén, en la que, según Apocalipsis, residirán en unidad los hermanos por toda la eternidad (Ap 21:1-4). Si hemos de estar unidos entonces, es conveniente que empecemos a estarlo desde ahora,
Recordemos que el sacerdocio de Aarón era un ministerio preparatorio para el sacerdocio definitivo y permanente de Cristo, el cual vive para siempre intercediendo por nosotros como único mediador entre Dios y los hombres (Hb 7:24,25).
Notemos asimismo que tanto el aceite perfumado como el rocío descienden continuamente, en un caso, desde la cabeza de Aarón, en el otro, desde la cumbre del Hermón, para humedecer con la gracia de Dios todo lo que está debajo de ella. De esa manera la gracia fluye en muchos contextos desde la cabeza (que representa a la autoridad) a los fieles. Es un descender constante del cielo a la tierra que nos habla de la misericordia y de la fidelidad de Dios.
“Donde reina el amor, reina Dios”, dice Spurgeon, y continúa diciendo: “Donde el amor desea una bendición, Dios ordena una bendición”. Basta que Dios ordene para que sea hecho: “Porque Él dijo y fue hecho; mandó y existió.” (Sal 33:9).
Este salmo expresa el gozo de Dios al ver que sus hijos viven juntos en la unidad y armonía del amor mutuo. Viviendo de esa manera nosotros, sus hijos, empezamos a gozar en la tierra de la felicidad que algún día será nuestra en el cielo. Y esa felicidad, como le dijo Jesús a Marta acerca de su hermana María, que había escogido la mejor parte, no nos será quitada (Lc 10:42).
Hay un amor que viene y pasa, y un amor que permanece: el amor que inspira el Espíritu Santo, el amor que viene de Dios. De manera semejante el amor que se tienen los padres desciende sobre sus hijos y los hace felices.
Dios ordena su bendición ahí donde se cultiva la paz y reina la armonía entre los hombres, como dice Pablo: “Por lo demás hermanos…sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” (2Cor 13:11).
Notas: 1. La Septuaginta lo llama bálsamo.
2. El aceite solía ser mezclado con harina para preparar una especie de pan cocido (1R 17:12). Las ofrendas que los fieles presentaban en el templo consistían de flor de harina amasada con aceite y cocida en un horno o cazuela (Lv 2:4-7).
3. Se untaba aceite sobre la piel para evitar que se resecara bajo el sol candente. El cuerpo era untado también con aceite después del baño (Rt 3:3; 2Sm 12:20; Sal 104:15), y se ponía sobre el cabello (Ecl 9:8). Pero ¿a quién le gustaría hoy día que le echen aceite sobre la cabeza? Eso era costumbre entonces.
4. El aceite de oliva tenía en la antigüedad un alto valor comercial, junto con el trigo y el vino, y era atesorado por los reyes y hombres importantes (2Cro 32:28; Nh 5:11; Os 2:8).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te invito a pedirle perdón a Dios por todos tus pecados haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#848 (21.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 14 de octubre de 2014

LA FAMILIA ES LA CÉLULA BÁSICA DE LA SOCIEDAD

Pasaje tomado de mi libro
Matrimonios que Perduran en el Tiempo

LA FAMILIA ES LA CÉLULA BÁSICA DE LA SOCIEDAD
Cuando la familia está mal, la sociedad entera sufre. Eso es algo que vemos patentemente en el Perú, donde gran número de hogares tienen como cabeza a una mujer abandonada por su marido o conviviente, y que lucha por sobrevivir, mientras la delincuencia crece día a día alentada por la pobreza de esos hogares sin padre.
De ahí que podamos afirmar con toda seguridad que la infidelidad conyugal es un atentado, no sólo contra la santidad del matrimonio, sino también contra la felicidad que el hombre puede gozar en la tierra; contra la infancia, contra la sociedad en general y contra la nación.
La infidelidad trastorna y daña seriamente las vidas de los  hijos, aun cuando no lleve a la separación de sus padres. Pero mucho más si tiene como consecuencia el divorcio. La fidelidad, en cambio, asegura la estabilidad de la familia, que es el marco donde los hijos pueden crecer espiritual y moralmente sanos. Bien sabemos que las familias estables, aunque no sean perfectas, hacen sociedades estables; las familias estables hacen naciones fuertes.
(Vol II, por publicar Editores Verdad & Presencia. Av. Petit Thouars 1191, Santa Beatriz, Lima, tel. 4712178.)


viernes, 3 de octubre de 2014

LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL I
Un Comentario en dos partes del Salmo 133
Introducción: Según una tradición antigua este salmo habría sido compuesto por David para celebrar el fin de la guerra fratricida entre su casa y la casa de Saúl. Habiendo sentido los efectos negativos de la discordia, el pueblo unido estaba más sensible que nunca a las bendiciones de la reconciliación y de la paz. Pero este salmo forma parte de la serie de cánticos graduales (del 120 al 134) que el pueblo solía entonar mientras subía en peregrinación a Jerusalén con ocasión de alguna de las tres fiestas principales, en las que, según la ley de Moisés, todos los israelitas debían subir a Jerusalén. Pero por razones lingüísticas, se piensa que esos salmos fueron compuestos después del exilio, unos quinientos años después del rey poeta, y celebran el espíritu de unidad que reinaba entre los peregrinos. De modo que no hay seguridad acerca de la fecha de su composición. Pero es muy interesante que Dios ordenara que las doce tribus, que estaban diseminadas por todo el territorio de la Tierra Santa, se reunieran tres veces al año para ofrecer sacrificios en el templo de Jerusalén, donde estaba la presencia de Dios.
1. “Mirad cuán bueno y cuán deleitoso es habitar los hermanos juntos en unidad.” (Nota 1)
¡Mirad, qué cosa maravillosa y digna de admiración! Es algo pocas veces visto. No
dejen de verlo y examinarlo. Dios lo aprueba y a todos nos encanta.
El salmista emplea dos veces el adverbio “cuán” para expresar su asombro. No se conforma con describir lo maravilloso del espectáculo, sino que nos invita a admirarlo nosotros mismos. Es algo que no nos podemos perder.
No se contenta con llamarlo bueno, sino añade además que es deleitoso, como la conjunción de dos estrellas de gran magnitud.
Pero sabemos que muchas veces lo deleitoso no es bueno sino malo, peligroso. En este caso, sin embargo, es tan bueno como es delicioso.
Sabemos por experiencia cuántas veces las relaciones familiares son ocasión de tristeza por causa de las divisiones y rivalidades entre los hermanos, al punto que puede ser mejor que se separen, que no estén juntos para no pelearse. Eso lo vemos incluso en la Biblia.
No era bueno que los rebaños de Abraham y de Lot, aunque ellos se querían mucho, estuvieran juntos, porque los pastores de ambos tenían disputas por los pozos de agua y los pastizales, y por eso decidieron separarse (Gn 13:5-12).
No era bueno que Ismael e Isaac estuvieran juntos, porque el mayor hostilizaba al menor, y por eso Dios ordenó a Abraham que los separara despidiendo a Agar (Gn 21:9-14). Pero Dios no se olvidó de ella, cuando ella creía que moriría en el desierto de sed y hambre junto con su hijo, sino que envió un ángel para socorrerlos (Gn 21:9-21)
Uno pensaría que los hermanos, siendo de la misma sangre, deberían vivir en armonía pero, en la práctica, no siempre ocurre, porque intervienen otros factores que causan división entre ellos, sobre todo cuando se trata del reparto de bienes y de la herencia.
Pero el factor decisivo en la relación armoniosa de los hermanos es el amor que
los padres se tienen. Cuando ellos son unidos y se aman con un amor profundo y sincero, lo transmiten necesariamente a sus hijos, de modo que el amor que éstos se tienen es un reflejo del amor de sus progenitores. Pero si los padres no se aman, difícilmente los hijos se amarán. Al contrario, si los padres se pelean, los hijos tenderán a pelearse. De modo que es una obligación de los esposos amarse, para que sus hijos se amen.
Pero el segundo factor necesario es que los padres no muestren preferencia por ninguno de sus hijos, sino que los traten a todos por igual. Sabemos cómo la preferencia que Jacob tenía por su hijo José hizo que sus hermanos lo odiaran y buscaran su daño, vendiéndolo a unos comerciantes amalecitas que iban a Egipto (Gn 37). ¡Vender a su hermano como esclavo! ¿Quién haría eso? De ahí que la unidad y la armonía entre los hermanos sea una cosa admirable, porque no es frecuente.
Lo mismo debería ocurrir entre los parientes, y entre los que son hermanos en espíritu, como lo son los creyentes. Pero vemos que también entre ellos hay divisiones y rivalidades, como las ha habido en la historia, por motivos a veces doctrinales, o de jerarquía, o de autoridad y de estatus, pero, sobre todo, cuando hay bienes materiales de por medio. Satanás se gloría de las divisiones de la iglesia y las fomenta.
¡Qué triste es cuando los intereses materiales son causa de división en las iglesias! ¿De qué depende entonces en esos casos la unidad entre los hermanos? De la actitud de los pastores, de que ellos fomenten el trabajo conjunto y sean imparciales entre sus colaboradores, y que sean verdaderos padres para ellos, como ocurre en la iglesia a la que yo asisto.
La unidad y la armonía entre los creyentes es buena para ellos porque gozan de paz, y se alientan unos a otros en el progreso de la virtud; es buena para los recién convertidos, porque son edificados al ver la unidad que reina en la iglesia; y es buena para el mundo en general, porque cuando reina, dan un buen testimonio. En cambio, lo contrario, la falta de unidad, es perniciosa para todos, y da un mal testimonio ante el mundo.
Por eso es que Jesús pidió al Padre que sus discípulos de todos los tiempos fueran uno: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Jn 17:20,21). Si Dios es uno, es bueno que los que le sirven lo sean también. Cuando no hay unidad entre los cristianos su testimonio se debilita.
También Pablo, por su lado, pidió que los hermanos fuesen de una misma mente y opinión (1Cor 1:10).
Pero los primeros cristianos eran también uno en el afecto: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y de un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.” (Hch 4:32). Incluso vendían sus propiedades, y traían el producto de la venta y se lo entregaban a los apóstoles.
La unidad es importante en todos los campos de la actividad humana, también en los países, como dijo Jesús: “Todo reino dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.” (Lc 11:17).
Es como lo que ocurre en una orquesta, cuando hay unidad entre los diversos instrumentos, sean de cuerda o de viento, y aunque cada cual tenga para tocar una particella diferente con notas diferentes, pero sacadas de una misma partitura: el resultado es una dulce armonía que contenta el alma. ¡Pero qué desagradable es cuando no hay concierto entre ellos! El resultado es una desagradable disonancia que crispa los nervios.
Bien recalcan por eso las Escrituras que Dios no es autor de confusión sino de paz (1Cor 14:33). La paz es llamada con razón “la paz de Dios.” (Flp 4:7). Hay un salmo que pide que oremos por la paz de Jerusalén (Sal 122:6); pero yo entiendo que de pedirse no sólo por la paz en la ciudad misma, sino también por la paz en la Jerusalén espiritual, que es la iglesia,
Cuanto más estrecha sea la unidad, mejor será el fruto de ella. La unidad de los hermanos es algo bueno en sí mismo y es buena en sus efectos. Y es, además, deleitosa o agradable, en primer lugar para Dios. Siendo la Trinidad misma un modelo de unidad, ¡cuánto debe agradarle ver esa unidad reflejada en sus criaturas! ¿No se gozan acaso los padres en la armonía que reina en sus hijos, cuando se divierten y juegan juntos sin pelearse?
Es agradable, en segundo lugar, para nosotros, que nos beneficiamos de ella, pues los asuntos familiares caminan más próspera y fácilmente cuando reina la armonía entre los parientes. Y más bien ¡cuántas malas consecuencias trae lo contrario, incluyendo pérdidas económicas, cuando prevalece la contienda entre las familias! ¿Quiénes ganan con eso? Los abogados.
En tercer lugar, es buena para los que la contemplan y la admiran, pues no es una cosa común: “El que de esta forma sirve a Cristo es acepto por Dios y aprobado por los hombres” escribe Pablo (Rm 14:18).
La palabra hebrea naiyim, que es traducida como “deleitosa” o “agradable”, es usada tanto respecto de la armonía de la música, como de un campo de trigo pronto a ser cosechado, o como de la miel, cuya dulzura es opuesta a lo amargo de la hiel.
Si volvemos nuestra atención a la frase “habitar juntos”, observaremos que en países como los EEUU, donde existe una gran movilidad, cuando crecen los hijos las familias se separan pronto, porque ellos con frecuencia se van a vivir en ciudades o estados muy distantes unos de otros, sea por razones de estudio o de oportunidades de trabajo y, por ese motivo, los lazos familiares, o de amistad, no son muy fuertes, ya que la amistad se fortalece con la cercanía.
Pero antes de que la facilidad del transporte y la aparición del automóvil, que propició la aparición de los suburbios en torno de las ciudades (fenómeno que ocurrió también en nuestro país), la gente, los parientes cercanos y los amigos, solían habitar cerca unos de otros. Eso fue la regla durante siglos. La cercanía física fomentaba los lazos familiares y de amistad. En la Lima antigua, los parientes y los amigos vivían a pocas cuadras unos de otros, y eso fortalecía los lazos entre ellos. (2)
Pero sabemos también que puede ocurrir lo contrario, que la cercanía produzca roces, discusiones, peleas y rivalidad. ¿De qué depende uno u otro resultado? De lo que las personas tienen dentro de sí; de su carácter o personalidad; en fin, de quién reine en su corazón, Dios o el diablo.
Pero no nos hagamos la ilusión de que todos los cristianos sean santos. Algunos son contenciosos, porque el hombre viejo no ha muerto enteramente en muchos de ellos (Ef 4:22). El egoísmo, las ambiciones, el deseo de dominar a otros, producen desencuentros y conflictos aun entre los santos. Por eso podemos exclamar con toda razón: ¡Cuán bello, agradable y deleitoso es que los hermanos, los parientes y los amigos habiten en unidad y armonía! ¡Cuánto nos agrada a nosotros y cuánto más agrada a Dios!
Los lugares y ambientes donde reinan la unidad y la armonía que son fruto del amor entre hermanos, son bendecidos por la gracia de Dios. Él se complace en ellos porque se cumple el mandamiento nuevo que dio Jesús a sus discípulos: “Amaos unos a otros como yo os he amado”(Jn 13:34). Esa unidad supera las diferencias y rivalidades.
Conviene que nos detengamos un momento en la palabra “hermanos” (en hebreo aj). Esa palabra designa, en primer lugar, a los hijos de un mismo padre y madre, o a los que tienen un progenitor común. Pero en la antigüedad designaba también a los parientes cercanos, a los que estaban unidos por lazos de sangre y, por extensión, a los miembros de una misma tribu, que al principio no era otra cosa sino la ampliación del clan familiar.
Pero entre los cristianos designa a los que tienen por Padre al mismo y único Dios, y a Jesucristo como hermano mayor, y por eso nos llamamos unos a otros “hermanos”.
La palabra “hermano” puede tener un efecto casi mágico. En el episodio que hemos mencionado arriba de la disputa entre los pastores de Abraham y de Lot, que estaba a punto de agravarse, bastó que Abraham le dijera a su sobrino: “No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos(Gn 13:8), para que Lot cediera y estuviera dispuesto a aceptar la solución equitativa de separación que le propuso su tío.
Notas: 1. La palabra yajad significa juntos o unidos, pero es traducida por algunas versiones como “armonía”. La diferencia de sentido no es grande.
2. Esa comunión puede darse también en nuestro tiempo pese a las mayores distancias, aunque sea más difícil, si usamos los medios que la tecnología pone a nuestra disposición, el teléfono y el Internet.
NB. Al escribir este artículo me he apoyado sobre todo en el comentario de Ch. Spurgeon y los de otros autores que él cita en su libro “El Tesoro de David”. Pero también me ha sido útil el libro de P. Reardon “Cristo en los Salmos”, así como los comentarios clásicos de M. Poole y M. Henry.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te invito a pedirle perdón a Dios por todos tus pecados haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#847 (14.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).