viernes, 23 de mayo de 2014

LA ESTIMA MUTUA

Pasaje tomado de mi libro
Matrimonios que Perduran en el Tiempo

LA ESTIMA MUTUA se manifiesta también en la forma cómo los esposos se
tratan el uno al otro frente a terceros, es decir, cuando salen, cuando están en sociedad, o con amigos. Frente a terceros los esposos nunca deben permitirse palabras hirientes o despectivas, o bromas de mal gusto. Eso es una falta de respeto grave al cónyuge. Si se respetan en la intimidad también deben respetarse en público. También es de muy mal gusto que un esposo, o que una esposa, hable mal de su cónyuge delante de otros, que lo critique, aunque tenga razones para estar descontenta, pero no tiene nada –salvo elogios- que hablar de él, o él de ella, en público frente a terceros, porque eso degrada el matrimonio. Los asuntos de la pareja son de ellos, son íntimos, personales, no deben ventilarse afuera.
(Pág. 195. Editores Verdad y Presencia, Telf. 4712178, Petit Thouars 1189, Lince)


JUAN BAUTISTA III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JUAN BAUTISTA III
Juan reprende a Herodes Antipas
Herodes el Grande había dividido su reino entre cuatro de sus hijos que recibieron el título de tetrarcas (gobernador de una cuarta parte). Judea le tocó a Arquelao (Mt 2:22), pero debido a su crueldad fue pronto destituido por los romanos y reemplazado por un procurador. Galilea y Perea le tocaron a Herodes Antipas. Iturea y Traconite le tocaron a Herodes Felipe, que era el de mejor carácter y fue un gobernante hábil. El pequeño reino de Abilinia (o Abilene) le tocó a Lisanias, de quien no se tiene mayor información (Lc 3:1).
Juan le echa en cara al rey Herodes Antipas que haya tomado por esposa a su sobrina Herodías, que había sido mujer de su hermano Herodes Felipe, algo que no era lícito. Por ese motivo Herodías, que había dejado a su esposo para casarse con uno más poderoso, quería hacerlo matar, pero no podía porque “Herodes temía a Juan sabiendo que era varón justo y santo…” y por eso le escuchaba de buena gana. Él era un hombre sensual, astuto y sin escrúpulos, aunque débil de carácter (al que Jesús llamó zorra: Lc 13:32), pero no podía menos que reconocer que el mensaje de Juan venía de Dios. No obstante, a instancias de Herodías, le había hecho meter preso (Mr 6:17-20). El historiador Josefo dice que ella era capaz de obtener que el rey haga cosas a las que él no se sentía inclinado.
Según Josefo, Herodes hizo encerrar a Juan en la fortaleza de Maqueronte –que se llamaba Maquera en su tiempo- y que estaba situada en lo alto de la cadena de montañas que domina la ribera oriental del Mar Muerto. La fortaleza había sido construida por el rey hasmoneo Alejandro Janeo (que reinó entre 103 y 76 AC), y había sido restaurada por Herodes el Grande (Nota 1). Era considerada la fortaleza más inexpugnable de Israel después de Masada y de la propia Jerusalén. Sin embargo, hay quienes consideran que no fue allí sino en su palacio de Tiberías donde Herodes Antipas celebró el banquete para festejar su cumpleaños que narra Mr 6:21, y donde Juan fue encerrado.
Estando en prisión Juan oyó acerca de los hechos de Jesús, de cómo predicaba y de los milagros que hacía. Entonces mandó a dos de sus discípulos a preguntarle: “¿Eres tú el que había de venir, o todavía tenemos que esperar a otro?” (Mt 11:3)
¡Qué cosa tan extraña! Juan en la cárcel duda de quién sea Jesús. Él, que había anunciado públicamente que Jesús era el Ungido esperado, que había mostrado a sus discípulos a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que vio descender al Espíritu sobre Jesús y oyó la voz del Padre, ¿cómo es posible que tenga dudas ahora? Porque oía hablar de los milagros que hacía Jesús, pero no veía que estuviera ejerciendo el papel de justiciero que él había anunciado, separando la paja del trigo y quemando la primera (Mt 3:12; Lc 3:17). Él, como había también ocurrido con Elías, tuvo un momento de debilidad y de depresión (1R 19:4-6). Es posible también que él, como muchos judíos de su tiempo, esperara un Mesías guerrero que empuñara las ramas y los librara del dominio romano y le sorprendiera que Jesús no asumiera ese papel.
Entonces Jesús contestó: “Id y haced saber a Juan las cosas que oís y veis (porque según el pasaje paralelo de Lucas, en ese momento Él sanó a muchos y expulsó demonios, Lc 7:21): “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen (cf Is 35:5,6), los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio (cf Is 61:1), y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí.” (Mt 11:4-6). Al mencionar esos pasajes de Isaías Jesús le estaba diciendo a Juan: Yo estoy haciendo lo que Isaías había profetizado que haría el que había de venir. No te has equivocado, yo soy el Ungido esperado, y estoy haciendo lo que Dios quiere que haga.
Juan había honrado a Jesús, ahora ha llegado el momento en que Jesús honre a Juan. Cuando los mensajeros se iban Jesús dio un valioso testimonio sobre el precursor, preguntando a la gente: “¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? (como las había en las riberas del Jordán y eran un símbolo de inconstancia. ¿Es decir, a un hombre débil de carácter e influenciable?) ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? (Sabiendo cómo vestía Juan, los que escucharon esa pregunta deben haber sonreído) He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Porque éste es de quien está escrito: He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti” (Mal 3:1). “De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, es mayor que él. Desde los días de Juan Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir. El que tiene oídos para oír, oiga.” (Mt 11:7-15)
¿Cómo entender aquello de que el menor en el reino de los cielos es mayor que Juan? Jesús amaba expresarse en paradojas para que lo que decía llamara la atención de sus oyentes. En primer lugar Juan era el mayor de los profetas porque le tocó anunciar el advenimiento del Mesías y lo había visto con sus propios ojos, pero el que ha creído en Jesús goza de la realidad de aquello que Juan anunciaba. De otro lado, como dice F.F. Bruce, el menor en el reino de los cielos es mayor que Juan no en estatura moral, o en devoción, o en servicio, sino en privilegio. Los herederos del reino son mayores que Juan no por lo que hacen, sino por lo que Dios hace en ellos. Sabemos bien que el nacimiento de Jesús divide el tiempo en dos: en un antes de Cristo y un después de Cristo. Con Él se inaugura la nueva dispensación en la que se cumplen todas las promesas de la antigua.
Jesús dice: “Si queréis recibirlo.” Porque, en efecto, hubo muchos que no quisieron recibir su mensaje, es decir, se negaron a arrepentirse y hacerse bautizar, como él los exhortaba. Eso ocurre en la práctica con muchos ministerios. Es inútil que el predicador alce su voz, inste y hasta suplique con lágrimas en los ojos a los pecadores que se arrepientan si los que tienen el corazón endurecido se niegan a acoger su mensaje y se burlan de él.
A esta clase de oyentes se refiere Jesús a continuación en un tono impaciente y sarcástico: “Mas ¿a qué compararé a esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas (entiéndase, a jugar), y dan voces a sus compañeros, diciendo: Os tocamos flauta (como se hace en los matrimonios), y no bailasteis; os endechamos, (como se hace en los entierros) y no os lamentasteis. Porque vino Juan que ni comía ni bebía (es decir, llevando una vida austera), y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe (es decir, que no era un asceta), y dicen: He aquí un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores.” Esto es, no aceptan ni una cosa ni la otra. “Pero la sabiduría es justificada por sus hijos.” (Es decir, por sus consecuencias) (Mt 11:16-19)
Muerte de Juan Bautista
Haber denunciado el matrimonio adulterino e incestuoso de Herodes Antipas con su sobrina Herodías tuvo un alto costo para Juan. Se hizo de poderosos enemigos. Todo el que denuncia abusos se hace de enemigos poderosos. Por eso es que muchos miran de costado. No quieren meterse en problemas.
Un día se presentó una ocasión propicia para los planes de Herodías contra Juan y para saciar sus deseos de venganza.
Herodes celebraba su cumpleaños ofreciendo una cena a los principales de su reino. En eso entró Salomé, la hija de Herodías y de Felipe, y bailó para los comensales, y les agradó tanto que Herodes le dijo a la muchacha: Pídeme lo que quieras y aunque sea la mitad de mi reino, te lo daré.
Entonces ella, desconcertada por el ofrecimiento inesperado, le preguntó a su madre: ¿Qué le pediré? Y ella le contestó: La cabeza de Juan Bautista. La muchacha fue donde el rey y le dijo. Quiero que me des ahora mismo la cabeza de Juan Bautista en un plato.
¿Qué muchacha es ésta que sin dudar pide que le regalen la cabeza de un decapitado, chorreando de sangre? ¿Qué tenía en el corazón esa muchacha que no se había horrorizado ante la sugerencia de su madre? Es que en ella había el mismo espíritu que movía a Herodías. ¡Cuán gran puede ser la influencia de la madre sobre su hija!
“El rey se entristeció mucho; pero a causa del juramento (aunque en rigor, tratándose de un asesinato, él no estaba obligado a cumplirlo), y de los que estaban con él a la mesa, no quiso desecharla. Enseguida el rey, enviando a uno de la guardia, mandó que fuese traída la cabeza de Juan. El guarda fue, le decapitó en la cárcel, y trajo su cabeza en un plato, y la dio a la muchacha, (¡Qué tal regalo! ¿No se habría horrorizado el mismo guardia al cumplir esa orden real? Es posible que en él hubiera mejores sentimientos que en Salomé) y la muchacha se la dio a su madre. Cuando oyeron esto su discípulos, vinieron y tomaron su cuerpo, y lo pusieron en un sepulcro.” (Mr 6: 26-29). Mateo añade que “fueron y dieron las nuevas a Jesús.” (Mt 14:12b)
Pero ¿cuál puede haber sido la reacción de los comensales del banquete? ¿No se levantarían horrorizados ante tanta impiedad de parte de la muchacha y de tanta debilidad de carácter de parte de Herodes?
Sin embargo, la vista de la cabeza sangrante del Bautista no se apartó de la conciencia de Herodes, y debe haberlo perseguido en sus noches de insomnio, porque cuando oyó que Jesús predicaba y hacía muchos discípulos, y que algunos decían que Juan había resucitado, él dijo: “A Juan yo lo hice decapitar; ¿quién pues es éste de quien oigo tales cosas? Y procuraba verle.” (Lc 9:7-9).
Haber denunciado un matrimonio irregular le costó la vida a Juan. ¿Cuántas personas hay que denuncian las cosas malas, o irregulares, que hay en la sociedad, la corrupción y los abusos, que no son premiadas por atreverse a hacerlo sino, al contrario, son denunciadas y castigadas por ello?
A propósito, ¿cómo sabemos el nombre de la muchacha si los evangelios no lo mencionan? Por el historiador Josefo. Muchas de las cosas que sucedieron en ese tiempo, y que los evangelios no mencionan, son conocidas porque figuran en los libros de Josefo. (2)
Aunque el ministerio público de Juan Bautista duró poco más de un año, él dejó una huella profunda en la iglesia de los primeros tiempos. Basta que veamos los siguientes pasajes del libro de los Hechos para darnos cuenta: 1:5,22; 10:37; 13:24,25.
Uno de los predicadores más influyentes del inicio de la iglesia, y por quien Pablo tenía mucho aprecio (1Cor 4:6; 16:12; Tt 3:13), fue Apolos, judío de Alejandría. Pero al comienzo, él sólo conocía el bautismo de Juan, y con ese solo conocimiento él empezó a predicar el nombre de Jesús en las sinagogas. Pero tuvo que ser instruido por Priscila y Aquila para que conociera más exactamente el camino del Señor (Hch 18:25,26).
Unos 25 años después de su muerte Pablo encontró en Éfeso a unos 12 discípulos de Juan que sólo habían recibido su bautismo. Pablo les preguntó si ellos habían recibido el bautismo en el Espíritu Santo, y contestaron que no conocían nada acerca del Espíritu Santo. Entonces, una vez enseñados por Pablo, fueron  bautizados en el nombre de Jesús, y habiéndoles Pablo impuesto las manos, recibieron el Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas (Hch 19:1-7).
Esos doce discípulos de Juan son como muchos de nosotros. No sabemos todo acerca de Jesús, pero somos salvos porque hemos creído en Él. Pero eso no basta para ser cristianos maduros. Es necesario además haber recibido el bautismo en el Espíritu Santo. Ese don, al que Jesús llama “la promesa del Padre” (Hch 1:4), Dios lo ha dado para todos, y todos lo necesitamos para hacer la obra que Él nos ha encomendado de ir y predicar el Evangelio a las naciones con poder.
Notas: 1. La dinastía de los hasmoneos, descendientes de los macabeos, gobernó Israel desde el año 143 AC hasta el año 63 AC en que los romanos conquistaron Palestina.
2. El historiador judío Flavio Josefo (38 DC- 98 DC), de familia sacerdotal y formación farisea, tomó parte en el levantamiento de los judíos como general en Galilea. Tomado prisionero por los romanos el año 69, predijo que el general Vespasiano sería coronado emperador, lo que le valió ser liberado. Tomó entonces el nombre de familia de dicho emperador (Flavio) y estuvo desde entonces al servicio de los romanos. Escribió varios libros de historia que son una fuente invalorable de los acontecimientos de la historia judía antigua y de su tiempo. Los más importantes para nosotros son “Antigüedades de los Judíos” y “Las Guerras de los Judíos”.
NB. Estos tres artículos sobre el precursor de Jesús están basados en una enseñanza dada en el ministerio de la Edad de Oro.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#810 (29.12.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


miércoles, 14 de mayo de 2014

ENTRE LOS MUCHOS DEFECTOS DEL HOMBRE...


Pasaje tomado de mi libro
Matrimonios que Perduran en el Tiempo

Entre los muchos defectos del hombre, quizá uno de los más notables y uno de los que
más pesa sobre las mujeres, es el mal genio. ¿No es así? Claro que también a veces la mujer es mal humorada pero el hombre suele serlo más fácilmente. Es irascible, se molesta por cualquier cosa. Los hombres con frecuencia atormentan a sus mujeres con su mal genio, de tal manera que la mujer nunca sabe de qué humor va a venir su marido a casa. ¿Verdad? Lo cierto es que la compañía de las personas de mal genio es realmente incómoda, odiosa. ¿A quién le gusta vivir con una  persona que esté siempre malhumorada? Hay que estarla calmando todo el tiempo. Con el mal genio manipulan a la otra persona. Hay que estarlas aplacando porque refunfuñan todo el tiempo. ¿A quién le gusta vivir con una persona que refunfuña? ¿Que critica? La Escritura dice que la mujer malhumorada es como gotera continua en tiempo de lluvia (Pr 27:15).
Ambos, hombre y mujer, tienen que corregirse. Ambos tienen que cuidar su carácter para no ser un tormento para el otro. Ambos deben llegar a tener un carácter amable, un carácter que responda bien, no un carácter que responda mal, un carácter con el que se pueda vivir, no uno para salir corriendo.
Págs 159 y 160. Editores Verdad y Presencia Av. Petit Thouars 1191, Santa Beatriz, Lima, Tel. 4712178.



JUAN BAUTISTA II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JUAN BAUTISTA II
Juan empieza su ministerio
Siendo de estirpe sacerdotal Juan hubiera podido reclamar un lugar como sacerdote en el
servicio del templo, pero al irse al desierto él renunció a esa prerrogativa. Esa renuncia era una denuncia implícita del formalismo y de la hipocresía del culto establecido.
Lucas, como historiador acucioso, se ha tomado la molestia de indicar en qué año comenzó Juan a predicar a las multitudes: el año 15 del emperador Tiberio (Lc 3:1), esto es, el año 26 o 27 DC, cuando él tendría unos treinta años. (Nota 1)
Dice además Lucas: “Vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.” (v. 2). Él no empezó su ministerio por propia iniciativa, sino fue Dios quien le ordenó hacerlo, diciéndole además lo que tenía que proclamar. Lucas subraya la semejanza del comienzo del ministerio de Juan con el de Jeremías y Ezequiel, a quienes también vino palabra del Señor (Jr 1:2; Ez 1:3).
Juan comenzó su ministerio público predicando en las regiones desérticas no muy lejanas de la desembocadura del río Jordán en el Mar Muerto, frente a Jericó y a la vista del Monte Nebo (Mt 3:1-12), precisamente el lugar por donde los israelitas siglos atrás entraron a la tierra prometida para conquistarla.
Su mensaje era sencillo pero contundente y sin concesiones: “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado. ” (v. 2). ¿Qué es lo que tiene que hacer la gente para preparar la venida del Señor en todos los tiempos? Arrepentirse. Si no hay arrepentimiento Dios no puede hacer su obra en nosotros. Los avivamientos han sido siempre tiempos de arrepentimiento individual y colectivo.
Es el mismo mensaje que predicará Jesús cuando Él, a su vez, empiece poco después su ministerio, añadiendo las palabras: “Creed en el Evangelio.”, esto es, en las buenas nuevas que yo predico. (Mr 1:14,15).
La predicación de Juan había sido anunciada por Isaías: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas.” (Lc 3:4; cf Is 40:3).
Él estaba vestido como solía vestirse Elías: con una piel de camello –que no debe haber sido muy suave- y un cinto de cuero alrededor de sus lomos (2R 1:8); y se alimentaba de langostas y de miel silvestre. (Mt 3:4) Notemos que él no se alimentaba de las langostas que se ofrecen en los restoranes de lujo actuales como un plato exquisito y caro, sino de las langostas que pululan en el desierto, alimento al que las personas carentes de recursos solían recurrir.
Su predicación tuvo una gran acogida popular, porque las multitudes de Jerusalén, de toda Judea y de las regiones alrededor del Jordán venían a él para ser bautizadas confesando sus pecados (v. 5,6). La palabra de Juan estaba tan ungida que al escucharla la gente era tocada por el Espíritu Santo, y se volvían concientes de que eran unos pecadores y de que necesitaban cambiar de vida.
El bautismo de Juan será imitado por los discípulos de Jesús (Jn 4:1-3), y prefigura el bautismo que practicará la Iglesia después de Pentecostés (Hch 2:38-41). Jesús, retando a los fariseos a que le respondan, dio a entender que el bautismo de Juan era del cielo, es decir, le había sido inspirado por Dios (Mr 11:30-32).
Juan reprendía sin miedo a los fariseos y sacerdotes que venían a escucharlo: “¡Raza de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” (Lc 3:7) ¡Qué amables eran sus palabras! Los profetas no siempre son amables al transmitir el mensaje de Dios.
También les decía: “Haced pues frutos dignos de arrepentimiento.” (v. 8a). Es decir, mostrad con vuestras obras que vuestra conversión es sincera.
Ellos creían que el hecho de ser “hijos de Abraham” (v. 8b), es decir, descendientes suyos, les aseguraba la salvación. Pero él los disuade: los vínculos de sangre y la ascendencia, por noble que sea, no significan nada delante Dios. Cada cual debe responder por sí mismo delante de su trono, y recibirá la recompensa que merece. También hoy día muchos creen que por pertenecer a una familia cristiana y asistir regularmente a la iglesia, tienen el cielo asegurado. Pero no es así.
Según Lucas, él incluye en su discurso las palabras: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles.” Y les advierte que el árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego (v. 9), (2) para mostrarles la urgencia de tomar una decisión. Ése es un mensaje que debemos repetir hoy día.
Tocados por sus palabras, la gente, como ocurrirá luego en Pentecostés (Hch 2:37), le preguntaba: ¿Qué cosa debemos hacer? “El que tiene dos túnicas dé una al que no tiene.” Y el que tiene qué comer, comparta de lo suyo. Es decir, lo que tú posees no es sólo para ti. Dios te lo ha dado no sólo para tu propio beneficio, sino también para que bendigas a otros (cf Is 58:7). A los publicanos (la clase social más despreciada por los judíos) que le hacían la misma pregunta les contestó: “No exijáis más de lo que está ordenado.” Es decir, no abuses de tu posición para enriquecerte. Y a los soldados les dijo: “No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestra paga.” (Lc 3:10-14). ¡Qué actuales son estos consejos! ¡Cómo viniera el Bautista a predicárnoslas por calles y plazas y edificios públicos para reprendernos por nuestra conducta! Los tiempos habrán cambiado, pero no las malas costumbres.
Juan anuncia enseguida la venida de uno mayor que él, de quien él no es ni siquiera digno de llevar su calzado (que era una tarea de esclavos). Notemos la humildad de Juan.
“Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mt 3:11) Pero Él hará algo más: “Limpiará su era.” (v. 12) Es decir, su heredad, su propiedad.
Él es el dueño del mundo. Separará la paja del trigo. El trigo irá a su granero (el cielo), y la paja será quemada en el lugar cuyo fuego nunca se apaga (el infierno). ¿Tú eres paja o eres trigo?
¿Qué cosa eres tú? ¿Cómo vives? ¿Como paja o como trigo? ¿Cómo tratas a tu prójimo? (1Cor 3:12-15).
¿Por qué debemos predicar el Evangelio a los perdidos? No porque seamos buena gente, no sólo porque amamos a Jesús, sino porque los pecadores están en grave peligro de condenarse para siempre, como lo estábamos nosotros antes de convertirnos.
Juan da testimonio tres veces acerca de Jesús
Juan dio un testimonio extraordinario de Jesús ante los sacerdotes y levitas que las autoridades del templo habían enviado para averiguar quién era él. (Jn 1:19-28).
Él negó ser el Cristo, negó también ser Elías (es decir, ser Elías en persona, cuya aparición al final de los tiempos estaba anunciada, Mal 4:5), y también negó ser el profeta anunciado por Moisés (cf Dt 18:15,18, que no sería otro sino Jesucristo). Le preguntaron entonces: “¿Tú quién eres?” Y contestó como sabemos: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.” (Jn 1:19,23; cf Is 40:3). ¿Qué quiere decir con esto? Cambien su manera de vivir, para que puedan recibir al Enviado de Dios como conviene.
Y añadió: “En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis... Él viene después de mí, pero es antes de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su calzado.” (Jn 1:26-28).
¿Cómo es eso de que “es antes de mí” si Juan era seis meses mayor? Es antes de él porque existía desde siempre. Las palabras de Juan son una referencia a la eternidad del Verbo (Jn 1:1), y nos recuerdan la palabras que Jesús dijo en otra ocasión: “Antes que Abraham fuese, yo soy.” (Jn 8:58).
Al día siguiente Juan vio a Jesús que venía hacia él y dijo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” (Jn 1:29). Ésta es la primera vez en los evangelios en que se menciona esta figura simbólica del cordero, que para nosotros tiene tanto significado.
Para los judíos el cordero era el animal que Abraham ofreció en holocausto en lugar de su hijo Isaac sobre el monte Moriah (Gn 22:13); era el animal que fue sacrificado la noche de la Pascua en Egipto antes de que salieran de ese país (Ex 12:1-36); y el animal que era ofrecido diariamente en el templo como expiación por la culpa (Lv 14:12-21). En boca de Juan es una referencia velada al sacrificio de Cristo en la cruz, muerto en expiación de los pecados de los hombres, como había profetizado Isaías (53:3-10).
La noción del cordero que quita el pecado del mundo tiene un antecedente en los machos cabríos que se menciona en el libro de Levítico: el macho cabrío que fue sacrificado en expiación de los pecados del pueblo (Lv 9:3,15), y el otro macho cabrío que en el Día de Expiación llevaba todas las iniquidades del pueblo y era enviado al desierto (Lv 16:20-22).
¿Cómo quita el Cordero de Dios el pecado del mundo? Llevándolo en su cuerpo sobre el madero, como dice Pedro (1P 2:24), pero también perdonando los pecados de todos los que se arrepienten sinceramente de ellos y creen en Él.
Juan añade que él no lo conocía, aunque lo conocía ciertamente pues era su pariente, pero no conocía hasta ese momento el papel que Jesús iba a desempeñar en los planes de Dios. Y sigue diciendo Juan que “el que lo envió a bautizar con agua…me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu Santo, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Yo le vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios.” (Jn 1:33,34). Él va a administrar un tipo diferente de bautismo, el bautismo anunciado por Ezequiel, que confiere el propio Espíritu de Dios al que lo recibe (Ez 36:25-27).
Nuevamente al siguiente día Juan estaba con dos de sus discípulos, y al ver a Jesús que pasaba por ahí, dijo de nuevo: “He aquí el Cordero de Dios.” (Jn 1:35,36). Entonces los dos discípulos siguieron a Jesús. Posiblemente intrigados por la frase de Juan querían averiguar más acerca de Él. Esos dos discípulos de Juan, que después lo fueron de Jesús, eran Andrés, hermano de Pedro, y Juan, el evangelista (v. 37-40).
Bautismo de Jesús (Mt 3:13-17)
(Es muy probable que este episodio ocurriera durante los días en que Juan Bautista dio testimonio acerca de Jesús)
Jesús le pide a Juan que lo bautice, pero Juan se niega diciendo que más bien debería ser al revés, que Jesús lo bautice a él. Pero Jesús insiste diciendo que “conviene que cumplamos toda justicia.” (v. 15). ¿Qué quería decir con eso?
Jesús no tenía pecados que confesar ni necesidad alguna de que le fueran perdonados. ¿Por qué se hizo bautizar por Juan diciendo: “cumplamos toda justicia”? Jesús había venido a salvar a los pecadores. Al hacerse bautizar como si fuera uno de ellos, Él se identifica con los pecadores a los que Él había venido a salvar. Él se humilla haciéndose como uno de ellos.
Entonces Juan accede a ese pedido que le parece extraño, lo sumerge en el río, y cuando Jesús sale del agua ve que los cielos se abren y el Espíritu Santo desciende en forma de paloma para posarse sobre Jesús, al mismo tiempo que se oye una voz del cielo que proclama: “Este es mi hijo amado en quien tengo complacencia.” (v. 16,17).
Aquí en este episodio vemos una manifestación única de la Trinidad: el Padre que hace escuchar su voz, el Hijo que es bautizado, y el Espíritu Santo que desciende como paloma sobre la cabeza de Jesús.
La voz de Dios en ese momento está diciendo: Este es un acto muy importante.
Esas mismas palabras, que son una cita de Isaías 42:1, se volvieron a oír cuando Jesús fue transfigurado en el monte Tabor delante de los tres apóstoles que lo acompañaban. (Mt 17:5).
De esa manera se empezó a cumplir la profecía de Isaías acerca del Siervo de Jehová en la que figura esa frase, y en la que se dice entre otras cosas: “Él traerá justicia a las naciones. No gritará ni alzará su voz…no quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo humeante…” (Is 42:1ss).
En otra ocasión, cuando Juan para seguir bautizando, se había ido a Enón, cerca de Salim, porque allí había muchas aguas, le dijeron que Aquel a quien él había bautizado también bautizaba y todos iban a Él, que es como si le dijeran: Mira, te ha salido competencia. Juan les contestó diciendo entre otras cosas: “Es necesario que Él crezca y que yo mengüe.” (Jn 3:22-30) Esta frase, que muestra la grandeza de alma de Juan, se puede aplicar a todos nosotros: Es necesario que mi ego mengüe para que Cristo crezca en mí, para que sus virtudes y su manera de ser se hagan patentes en mí. En suma, que yo muera a mí mismo y me haga como es Él, dispuesto a sacrificar mi comodidad para servir a mi prójimo. En la práctica sabemos que muchas veces hacemos lo contrario, queremos engrandecernos nosotros a costa de que Cristo mengüe.
Notas: 1. En la antigüedad era costumbre contar el tiempo a partir del inicio del reinado del soberano. Por ejemplo: “En el año 18 del rey Jeroboam…” (1R 15:1). En el caso concreto de la fecha indicada por Lucas existe la duda de si el primer año del emperador fue el año de la muerte de su predecesor Cesar Augusto (el año 14 DC), o el año en que Tiberio fue asociado como coregente al gobierno de su tío (el año 11 o 12 DC). Esta última posibilidad es la más probable, por lo que el inicio de su predicación se situaría entre los años 26 y 27 DC. Pero hay quienes sostienen que los años del reinado de Tiberio deben contarse a partir del año en que él gobernó solo, lo que colocaría los acontecimientos descritos aquí entre los años 28 y 29 DC.
2. Las imágenes que usa Juan, y usará luego Jesús, están en gran parte tomadas de Isaías: El derramamiento del Espíritu de lo alto (Is 32:15); raza de víboras (59:5); árboles cortados (10:33,34), etc.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#809 (22.12.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

lunes, 5 de mayo de 2014

JUAN BAUTISTA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JUAN BAUTISTA I
Jesús hizo un elogio encendido de su pariente Juan, diciendo entre otras cosas que no había nacido de mujer ningún hombre mayor que él (Mt 11:11). Dijo además que él era una antorcha que ardía y alumbraba, y que muchos se regocijaron durante un tiempo en su luz (Jn 5:35); dijo también que con él se cierra el Antiguo Testamento y se inaugura el Nuevo, al empezar la predicación del reino de Dios (Mt 11:13; Lc 16:16). Y añadió que él era aquel Elías que había de venir (Mt 11:14).
Nacimiento e Infancia
Su nacimiento fue anunciado por un ángel a Zacarías (“Dios ha recordado”), su padre, cuando desempeñaba su función como sacerdote. Él y su mujer Elisabet (“Adoradora de Dios” –Isabel en español común) pertenecían a un linaje sacerdotal (Lc 1:5. (Nota 1). Ambos eran justos delante de Dios, y lo eran también ante los ojos de los hombres, siendo irreprensibles en el cumplimiento de los mandamientos y ordenanzas del Señor (v. 6). (2)
Pero no tenían hijos porque Isabel era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada (v. 7). Con frecuencia en la Biblia mujeres estériles dan a luz a grandes hombres de Dios: Isaac, Jacob, José, Sansón, Samuel. Dios permite que eso ocurra precisamente para mostrar que el nacimiento de ese hombre obedece a un propósito especial suyo.
La fecundidad, dice Ambrosio en su comentario de Lucas, es un don de Dios, de manera que los padres deben dar gracias a Dios por haber engendrado; los hijos, por haber sido engendrados –esto es, por gozar del don de la vida- y las madres, por la gracia de haber concebido. Sin embargo, en el mundo moderno la fecundidad es un don odiado que muchos buscan evitar a toda costa, porque limita su libertad para gozar del placer que la sexualidad proporciona. (3)
Dado que el número de sacerdotes descendientes de Aarón dedicados al servicio del templo era muy grande, el rey David, apoyado por el sacerdote Sadoc, dividió su número en 24 clases o turnos, que servían cada uno durante una semana, dos veces al año (1Cro 24). Zacarías, nos informa Lucas, pertenecía a la clase de Abías, que era la octava clase. Las funciones en cada servicio eran asignadas por sorteo. (4)
Cada mañana y cada tarde se sacrificaba un cordero sin mancha (Ex 29:38,39), y se hacía una ofrenda de harina, aceite y vino. Antes del sacrificio matutino y después del vespertino se quemaba incienso en el Lugar Santo. El incienso, como bien sabemos, es un símbolo de la oración: “Suba mi oración delante de ti como el incienso.” (Sal 141:2).
             Un día glorioso para Zacarías “le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor” (Lc 1: 9), mientras la multitud estaba afuera en el Atrio de los Israelitas. Era sumamente improbable que a ningún sacerdote le tocara más de una vez en la vida ese extraordinario privilegio.
Podemos imaginar la emoción con que Zacarías entró en el Lugar Santo. (5)
Mientras ejercía su oficio (no sabemos si en la mañana o en la tarde) “se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso. Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor. Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas, porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan.” (v. 11-13).
Zacarías había pedido constantemente al Señor algo que era ya imposible desde el punto de vista humano dada la edad de ambos. Pero él fue persistente en la oración y Dios lo premió por ello, concediéndole su deseo.
El ángel le anuncia además que su hijo:
-    Será grande delante de Dios, no por su fuerza o aspecto corporal, sino por la grandeza de su alma. Él no se distinguiría por ninguna hazaña militar, ni conquistaría ningún territorio para su país, pero arrancaría, en cambio, muchas almas al diablo, como si dijéramos, le quitaría una parte importante de su territorio.
-    Será nazareo, esto es consagrado a Dios y, por tanto no beberá vino ni sidra (6).
-    Será lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre, es decir, desde antes de nacer (v. 15). ¿Cómo puede una criatura que está aún en el seno de su madre estar llena del Espíritu Santo? Este hecho inusual nos hace ver que el suyo fue un llamamiento extraordinario, y explica el que Jesús dijera de él que entre los nacidos de mujer no se había levantado ninguno mayor que Juan (Mt 11:11).
“Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos.” (Lc 1:16) La grandeza de Juan consistirá en que, mediante su predicación, conduciría a muchos a arrepentirse de sus pecados y a reconciliarse con Dios.
El ángel le dijo además que él caminará en el espíritu y el poder de Elías “para hacer volver los corazones de los padres a los hijos”, tal como había anunciado el profeta Malaquías (Mal 4:5,6), y para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto (Lc 1:17).
Bien dispuesto ¿con qué fin? Para recibir al Mesías largamente esperado por Israel. Ese papel para el hijo deseado era una gracia mucho mayor de lo que Zacarías -que conocía ciertamente bien las profecías acerca del precursor del Mesías- había nunca esperado.
Por eso quizá es en parte explicable que Zacarías dude: Yo ya soy viejo y mi mujer también (v. 18). Pese a que es un ángel quien le habla, y nada menos que Gabriel, el que hizo en el pasado grandes anuncios a Daniel (Dn 9:21-27), Zacarías se fija más en las circunstancias naturales que en el poder de Dios.
Zacarías no dudaba de que Dios hubiera concedido a Abraham y a Sara tener un hijo a edad avanzada, pero duda de que pueda hacer el mismo milagro con él y su mujer. Solemos creer en los milagros del pasado, pero nos cuesta creer que puedan ocurrir en el presente. Sin embargo, Dios es el mismo  ayer, hoy y siempre.
El ángel en tono serio le responde: “Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y he venido a hablarte, y darte estas buenas nuevas.” (Lc 1:19). Esto es, si yo he venido de parte de Dios a anunciarte estas cosas es porque se van a cumplir indefectiblemente, y no hay poder humano que pueda impedirlo. ¿Cómo te atreves a dudarlo?
Porque no creíste quedarás mudo hasta que se cumpla lo anunciado (v. 20).
¿Qué quiere decir que él irá delante del Señor en el espíritu y el poder de Elías? Malaquías, el último de los profetas –que vivió en el siglo IV AC- había anunciado que Dios enviaría un mensajero para preparar un camino delante de Él (Mal 3:1). Dijo además que enviaría al profeta Elías “antes que venga el día de Jehová, grande y terrible…” y que él haría “volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres…” (Mal 4:5,6a). Esto es, provocaría una reconciliación entre las generaciones. Estas dos profecías relacionadas se cumplen en Juan Bautista.
Ambrosio de Milán, en su comentario ya citado, resume bien las coincidencias entre ambos personajes: Elías estuvo en el desierto (1 R 19:1-8); Juan estuvo también en el desierto (Mt 3:1; Mr 1:4). Elías fue alimentado por un cuervo (1R 17:6); Juan se alimentaría de langostas y de miel silvestre (Mt 3:4b; Mr 1:6b). Ambos menospreciaron los halagos del lujo y los atractivos del poder. Elías no buscó el favor del rey Acab sino, al contrario, se le enfrentó (1 R 18; 1 R 20:17-24); Juan sin temor alguno denunció el pecado del rey Herodes (Mt 14:3-5;Mr 6:17,18). Elías separó las aguas del Jordán (2 R 2:7,8); Juan hizo de las aguas del Jordán un baño salvífico (Mt 3:5,6; Mr 1:4,5). Elías apareció glorificado junto con Moisés al lado de Jesús en el monte Tabor (Mt 17:1-4; Mr 9:2-4; Lc 9:28-31); a Juan le fue revelado sobrenaturalmente quién era Jesús (Mr 1:10,11; Jn 1:32-34). Juan precedió la primera venida del Señor (Mr 1:1-3); Elías, según la mayoría de los intérpretes, será uno de los testigos que precederá la segunda venida (Ap 11:3-11). Pero se distinguen en que Elías hizo algunos milagros notables (1 R 17:8-16; 17-24; 18:30-39; 41-45; 2 R 1:9-12); Juan, en cambio, no hizo ninguno (Jn 10:41).
Por todo ello es comprensible, y a la vez intrigante, que Jesús, una vez que se hubieran retirado los mensajeros de Juan Bautista que le preguntaron de su parte si Él era aquel que debía venir o si debían esperar a otro, dijera que Juan era aquel Elías que debía venir, añadiendo estas palabras misteriosas: “El que tiene oídos para oír, oiga.” (Mt 11:14,15).
En otra ocasión, después de la transfiguración en el Tabor en que Moisés y Elías aparecieron al lado de Jesús radiante, Él, respondiendo a una pregunta de los tres discípulos que le acompañaron en la visión, les dijo que Elías ya había venido pero que “no lo conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron”, es decir, lo mataron, y entonces ellos “comprendieron que les hablaba de Juan Bautista.” (Mt 17:10-13).
No obstante, no debemos olvidar que ante la pregunta explícita que le hicieron los sacerdotes y levitas enviados por las autoridades de Jerusalén, Juan les contestó que él no era Elías, aunque estuviera imbuido de su espíritu (Jn 1:21).
Mientras Gabriel hablaba con Zacarías el pueblo estaba afuera esperando que el sacerdote saliera del recinto sagrado. Extrañados de que se demorara tanto comprendieron que había tenido una visión, tanto más que cuando salió sólo podía hablarles por señas porque se había quedado mudo (Lc 1:21,22).
Cumplido su ministerio en Jerusalén, poco después de que regresara a su casa en las montañas, su mujer concibió un hijo, pero no se lo quiso comunicar a nadie, y se encerró durante 5 meses para que nadie se diera cuenta (v. 24,25). ¿Le habría contado Zacarías a su mujer lo que le dijo el ángel Gabriel? No podemos dudarlo.
A los seis meses de estos acontecimientos el mismo ángel Gabriel se aparece a María, y le anuncia que a pesar de que ella es virgen, y de que no conoce varón, ella va a tener un hijo que será el Mesías esperado de Israel.
En vista de su sorpresa Gabriel le explica que el Espíritu Santo vendrá sobre ella y el poder del Altísimo la cubrirá con su sombra (v. 26-35).
Para confirmarle que no hay nada que Dios no pueda hacer aunque parezca imposible, le anuncia que su pariente Isabel, que era estéril, ya tiene seis meses de embarazo (v. 36,37).
Entonces ella asiente diciendo: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo según tu palabra.” (v. 38). (7)
Enseguida ella se apresura a ir a visitar a su pariente Isabel (v. 39). El camino es largo si pensamos que ella vivía en el norte, en Nazaret de Galilea, y que Isabel vivía al sur, en las montañas de Judea. A pie, como solía viajar la gente común entonces, no tardaría menos de cuatro días. (8)
Cuando María entró en la casa, e Isabel oyó su saludo, la criatura en su seno saltó en su vientre, e Isabel fue llena del Espíritu Santo (v. 40,41). La criatura intuye quién es el ser que está en el vientre de María.
Preguntémonos: ¿Qué fue lo que hizo que Isabel se llenara del Espíritu Santo cuando oyó la voz de María? Eso ocurrió antes de que la viera, con sólo escuchar su voz cuando entraba. No sólo se llenó ella del Espíritu Santo, sino también el hijo que llevaba en el seno. El mismo Espíritu que reposaba sobre María llenó a Isabel para que ella, a su vez, profetizara. Ella llamó a María “bendita” porque, sin que nadie se lo diga, adivina que está en cinta. Por eso proclama bendita no sólo a María, sino también al Hijo que lleva en su seno (v. 42).
Ella intuye espiritualmente que a María le ha sido anunciado algo extraordinario que se cumplirá. No se lo ha informado nadie pero “sabe” que María creyó al anuncio que le fue hecho, contrariamente a su marido, Zacarías, que dudó de que su mujer tendría un hijo.
Cumplido el tiempo del embarazo Isabel dio a luz un hijo varón, y al octavo día, cuando tocaba circuncidarlo, según lo ordenado por Dios a Abraham (Gn 17:12), y prescrito por la ley de Moisés (Lv 12:3), -en cuya ocasión era costumbre antigua que se diera un nombre a la criatura- los vecinos y parientes pensaron que lo llamarían Zacarías como su padre, pero ella dijo: No, se llamará Juan (Lc 1:57-60). (9)
Sorprendidos porque ellos no tenían ningún pariente que tuviera ese nombre le preguntaron por señas a Zacarías cómo quería llamarlo, y él escribió en una tablilla: Juan es su nombre (v. 61-63). Y al instante él recuperó el habla (v. 64).
Todos se sorprendieron y se llenaron de temor de Dios ante el prodigio de que Zacarías recobrara el habla al confirmar el nombre que su mujer daba a la criatura. Divulgadas estas cosas, la gente se preguntaba: ¿Quién irá a ser este niño cuyo nacimiento ha estado acompañado de estas señales? (v. 65,66).
Cuando el nacimiento de una criatura está acompañado de hechos o circunstancias inusitadas tenemos motivos para pensar que se trata de un ser que va a tener un destino fuera de lo común.
Entonces Zacarías fue lleno del Espíritu Santo y profetizó acerca del próximo nacimiento del Mesías al que su pueblo esperaba ansiosamente (v. 67-75).
También profetizó acerca de su hijo diciendo que sería llamado profeta del Altísimo, y que iría “delante de la presencia del Señor para preparar sus caminos…” (v. 76-79), como había profetizado Isaías (Is 40:3-5).
Lucas escribe: “Y el niño crecía y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.” (Lc 1:80). A partir de cierta edad, pero todavía joven, Juan debe haberse apartado de su familia para ir a morar en el desierto. Vivía como un anacoreta, fortaleciéndose en espíritu, y podemos pensar también, teniendo comunión con el Señor, que lo estaba preparando para la gran misión que le iba a encomendar.
            Lucas no nos informa acerca de cuál puede haber sido la educación que recibió Juan, pero podemos pensar que él, como Timoteo, conocía muy bien las Escrituras desde niño, y que como era usual entonces, hubiera memorizado largos pasajes, si no las Escrituras enteras. Habría sido llevado también por sus padres a Jerusalén a participar en las tres fiestas solemnes anuales y estaría familiarizado con el ceremonial del templo. ¿Le habría hablado su padre que él estaba destinado a preparar el camino del Señor y que sería llamado “profeta del Altísimo”?
            Notas: 1. La mujer de Zacarías tenía el mismo nombre que la mujer de Aarón (Ex 6:23).
2. Hay muchos que son justos a los ojos humanos pero no lo son ante Dios, porque los hombres ven las apariencias, pero Dios ve el corazón (1Sm 16:7). Cada hombre es lo que es delante de Dios y nada más, dijo un gran santo.
3. ¿Cuántas mujeres habrá hoy día que se alegran del número de hijos que han traído al mundo? Quizá las haya en el mundo musulmán o en algunas culturas africanas o asiáticas, pero pocas en el mundo occidental. Es cierto que el creciente costo de vida y, en particular, el de la educación, desalienta tener muchos hijos. Pero, de otro lado, existen corrientes antinatalistas mundiales, dedicadas a reprimir la natalidad mediante métodos coercitivos, como ocurrió en el Perú durante la década del 90 con las esterilizaciones forzadas; o en la China, prohibiendo a las parejas tener más de un hijo.
4. Antes de que viniera el Espíritu Santo muchas cosas en el pueblo de Dios eran decididas por sorteo. Así, por ejemplo, se cree que el Urim y el Tumim, que el Sumo Sacerdote llevaba en su pectoral (Ex 28:30; Nm 27:21; Dt 33:8; Es 2:63) eran un sistema de decidir por suerte. El chivo expiatorio en el Día de Expiación era escogido echando suertes (Lv 16:7-10,21,22). La división de la tierra palestina entre las doce tribus después de la conquista fue decidida por suertes (Js 14:2; 18:6). Incluso la culpa en el caso de crímenes, cuando no era evidente, se establecía por suertes (Js 7:14; 1Sm 14:42). También el orden que se asignó a cada familia sacerdotal para el servicio del templo fue hecho mediante sorteo (1Cro 24:5,6). El principio detrás de esta práctica está expresado en el libro de Proverbios: “La suerte se echa en el regazo, mas de Jehová es la decisión de ella.” (Pr 16:33). El último ejemplo de toda la Biblia, y el único del Nuevo Testamento, es cuando los apóstoles echaron suertes para decidir quién debía tomar el lugar de Judas entre los doce, y escogieron a Matías (Hch 1:21-26).
5. El edificio principal del templo, esto es, el templo propiamente dicho, era una nave de 20 codos de ancho por 60 de largo (un codo mide 45 cm aproximadamente), a la cual se accedía por una corta escalinata de doce pasos. Constaba de dos ambientes: el Lugar Santo, en donde estaban, al centro, el altar del incienso; a la derecha, la mesa de los panes de proposición; y a la izquierda, el candelabro de oro. Detrás del velo que separaba ambos ambientes (el velo que se rasgó de arriba abajo cuando murió Jesús, Mt 27:51) estaba el Lugar Santísimo, donde antiguamente se guardaba el Arca del Pacto –perdida cuando Nabucodonosor conquistó la ciudad, el año 589- pero que estaba entonces vacío.
6. El ángel no dice expresamente que su hijo será nazareo, pero eso se deduce de la observación de que se abstendría de bebidas alcohólicas (cf Nm 6:3).
7. Diversos autores han hecho notar, y Joseph Fitzmyer en particular, el notable paralelismo que existe entre las narraciones en Lucas del anuncio del nacimiento de Juan (Lc 1:5-25) y del nacimiento de Jesús (1:26-38). El mismo autor hace notar también el paralelismo existente entre el pacto davídico, en que Dios le promete al rey David que su trono y su reino durarán para siempre (2Sm 7: 9,13,14,16), y el anuncio hecho a María (Lc 1:32,33). Esos paralelos indican que Lucas ve en el nacimiento de Juan el cumplimiento de la esperanza de que pronto surgiría un descendiente de David, en quien se cumpliría la profecía de Isaías acerca del nacimiento del Mesías (Is 9:6,7).
8. No se sabe en qué ciudad de Judea vivían Zacarías e Isabel. Es posible que fuera Karem, la moderna Ain-Karim, situada a ocho kilómetros al oeste de Jerusalén.
9. El nombre hebreo Johanán quiere decir “Jehová ha favorecido”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (VOL I) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA, TEL. 4712178.

#808 (15.12.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).