jueves, 24 de abril de 2014

TE PRESENTO A MI PAREJA

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.

TE PRESENTO A MI PAREJA

Existen usos y costumbres en el habla cotidiana que se van introduciendo poco a poco y que cambian gradualmente la manera de pensar de la gente.
Nosotros no nos damos cuenta, pero las palabras que empleamos y la forma cómo hablamos, influyen poderosamente en nuestro razonamiento y en nuestra conducta. Es frecuente que las palabras cambien de significado poco a poco y que, al cabo de cierto tiempo, tomen una significación nueva designando una realidad diferente, a veces incluso opuesta a su significación original. Pero como las palabras siguen siendo las mismas y forman parte del lenguaje habitual, inconscientemente aceptamos el nuevo contenido como si fuera el mismo al que estábamos acostumbrados, y lo incorporamos a nuestra manera de pensar sin darnos cuenta de que ha sufrido un cambio.
Un caso patente de introducción gradual de un nuevo significado para un vocablo y de la generalización de la nueva acepción, es el de la palabra "pareja".
Hoy se usa la palabra "pareja" en todas partes como una especie de comodín que cubre varias realidades diferentes entre las muchas posibles en la relación entre los sexos, y a las que el vocablo "pareja" reduce a un mínimo común denominador de contenido neutro. Esto es, simplemente, la mujer o el hombre que está conmigo.(Nota).
"Te presento a mi pareja" es una frase que se oye con mucha frecuencia en toda clase de ambientes. ¿Qué cosa es la persona designada como "pareja" para el que la presenta? ¿Qué relación tienen entre los dos? La "pareja" en cuestión puede ser su enamorada, o su novia, o su amiga, o su socia, o su esposa, o la querida con la que saca la vuelta a su esposa, etc. "Pareja" designa cualquier tipo de relación. Todo vale en la sociedad moderna, nadie se escandaliza, la palabra "pareja" legitima cualquier relación.
Y para no quedarnos cortos habría que añadir que "pareja" puede ser también la persona del mismo sexo con la que su acompañante convive.
Lo que la gente no se da cuenta es que el modo de hablar no sólo refleja una forma de vida, sino que también influye en la manera de pensar de la gente y, a la postre, en su comportamiento. Si una misma palabra cubre todas las formas posibles de relación entre hombre y mujer, o entre dos personas, cualquiera que sea el sexo, entonces necesariamente -por el poder implícito de las palabras- todas las relaciones son igualmente válidas.
Antes se distinguía claramente entre amiga, enamorada, novia, esposa, y esa distinción reflejaba una realidad social claramente definida. Esto es, amigo/amiga: la persona con la cual sólo tengo una amistad común. Enamorado/enamorada: cuando ya Cupido los ha flechado y se entra en la etapa de las miradas tiernas y los suspiros. Novio/novia: cuando las relaciones se formalizan y ambos están haciendo planes para su próximo matrimonio. Esposo/esposa: cuando ya se han casado.
Para distinguir entre la mujer legítima y la otra, el lenguaje corriente usaba antes la palabra "querida", de tal manera que se establecía claramente la diferencia entre ambas. En otros ambientes se designaba, y se designa aún, como "conviviente" a la compañera permanente con la cual uno no se ha casado, ni piensa hacerlo.
Como se ha dicho antes, en el lenguaje moderno descartamos esos matices o etapas que he mencionado, como si fueran anticuados. La palabra "pareja" iguala todas esas posibilidades y las hace igualmente legítimas.
Pero nótese que la palabra "pareja" puede designar otro tipo de relaciones más efímeras o fugaces. Puede ser, por ejemplo, la chica que un joven levanta en una discoteca para divertirse esa noche; o la muchacha con que se sale provisionalmente, haciendo un puente entre dos relaciones estables, para no aburrirse entre tanto; o la acompañante que el magnate contrata para que lo acompañe en el crucero de dos semanas que quiere hacer por el Caribe; o la prostituta de lujo y distinguida que brinda sus servicios a ciertas personas para que no vayan solos a ciertas reuniones.
La aceptación de la palabra "pareja" usada como comodín para designar todo tipo de relaciones, incluyendo al cónyuge,  subvalúa a la familia, la corrompe. Atenta contra el concepto de matrimonio. Antes la progresión amiga-enamorada-novia-esposa, describía el desarrollo de un proceso que culminaba en el altar, y la constitución de una familia sellada con el juramento de fidelidad que ambos se daban. La familia constituía además el nido cálido, estable y seguro al que vendrían a acogerse más adelante los hijos que Dios mandara.
Familia, con sus componentes esposo-esposa, significa amor profundo, estabilidad, permanencia, compromiso, como condiciones necesarias para la procreación. "Relación de pareja" no requiere de más compromiso que la voluntad provisional de las partes y, es, por tanto, sinónimo de inestabilidad.
De otro lado, el vocablo "pareja" hace superflua, marginal, inconveniente, engorrosa la maternidad. En realidad, en la mayoría de los casos, la elimina implícitamente. Si yo voy a mantener una relación de pareja con alguien por un plazo de duración no definido, variable, y que puede terminar en cualquier momento a capricho de cualquiera de las partes, mejor me abstengo de engendrar un hijo que me puede complicar la existencia y crearme responsabilidades económicas.
Pero nótese que el uso indiscriminado de la palabra "pareja", o mejor dicho, el anudamiento de ese tipo variable y transitorio de relaciones hombre-mujer cubierto por el vocablo "pareja", no sería posible si la ciencia previamente no hubiera hecho posible mantener relaciones sexuales eliminando casi totalmente el riesgo del embarazo. La llamada anticoncepción química -la píldora- o  las inyecciones que bloquean la ovulación- ha revolucionado las costumbres sexuales de todo el mundo, y ha inaugurado la era permisiva, promiscua, de la sociedad en todas las latitudes.
En otras palabras, antes del uso indiscriminado de la palabra "pareja" vino la píldora. Sin la píldora no sería posible llamar "pareja" a todo tipo de relación hombre-mujer, porque la barriga inevitable la estorbaría y obligaría a precisar qué tipo de relación se quiere tener. La píldora nos ha vuelto irresponsables en el verdadero sentido de la palabra en el campo de las relaciones sentimentales, y se ha convertido en el más grande aliado de Satanás en este siglo -más útil en verdad para sus propósitos que la misma TV- porque ha revolucionado más profundamente nuestras costumbres en el sentido que él desea, nos ha permitido violar la ley moral sin las consecuencias naturales que antes retenían a las personas.
Uno de los aspectos más lamentables de esta situación es que la filosofía del mundo, encarnada en el uso generalizado e indiscriminado de la palabra "pareja", se ha introducido en la iglesia, en los ambientes cristianos. Hoy también se habla entre creyentes desaprensivamente de "pareja", de tal modo que uno no sabe a ciencia cierta si la persona que se presenta como tal es la esposa, o la novia, o la amiga ocasional.
Con el uso de la palabra "pareja" se ha introducido subrepticiamente en la iglesia, sin que seamos concientes, la noción de que todas las relaciones pueden ser igualmente válidas, de tal modo que esa palabra sustituye en la conversación corriente, aun entre cristianos, a las palabras tradicionales de esposa, novia o mujer, o novio, esposo o marido, según se trate. Esta nueva moda del habla mundana amenaza erosionar los valores morales tradicionales aún en la comunidad cristiana. Lo que los cristianos no parecen darse cuenta es que el uso indiscriminado de la palabra "pareja" en la práctica, es sinónimo de promiscuidad sexual.
Como consecuencia del cambio de enfoque que el uso irreflexivo de la palabra "pareja" ha introducido sutilmente en los ambientes cristianos, es frecuente ver que en algunas iglesias se admite la membresía de convivientes e, incluso, se les bautiza, a pesar de que están viviendo en pecado, sin ni siquiera advertirles que deben regularizar su situación. Pareciera que la convivencia, aunque sea temporal, vale tanto como el matrimonio. Satanás debe estarse frotando las manos porque el pecado consentido aleja al Espíritu Santo de las iglesias.
He aquí un ejemplo patente de cómo el mundo ha contaminado nuestro lenguaje y con ello nuestras costumbres. Leí no hace mucho un trabajo expositivo en el que se decía que el Cantar de los Cantares expresaba maravillosamente de manera simbólica la relación de pareja que existe entre Cristo y su Iglesia. ¡Que extraordinario descubrimiento!
La Iglesia, la Nueva Jerusalén que baja del cielo, ya no es la novia de Cristo sino su pareja. Nos hemos actualizado, modernizado. Pero ¿será su única pareja? Porque parejas pueden ser muchas, y las relaciones, temporales.
¿Qué es lo que habrá querido decir el autor? ¿Que Cristo se desposa con su pareja -que somos nosotros, los cristianos- pero no se compromete con ella para siempre? ¿Querrá decir que nos podría dejar algún día por los musulmanes, o por los budistas?
Imagínense a Pablo escribiendo a los Efesios: "las mujeres estén sometidas a sus parejas como al Señor..." (Ef 5:22).
"Porque el hombre es cabeza de su pareja como Cristo es cabeza de la Iglesia..." (Ef 5:23).
"Maridos, amad a vuestras parejas así como Cristo amó a la Iglesia..." (Ef 5:25).
"El que ama a su pareja a sí mismo se ama..." (Ef 5:28).
Si Pablo hubiera escrito eso colmaría de dicha a ciertas personas y les daría argumentos poderosos para reclamar que la Iglesia reconozca la validez de las uniones entre personas del mismo sexo.
Según ese criterio, quizá se podría traducir un conocido pasaje de la primera epístola del apóstol Pedro de la siguiente manera: "Asimismo, vosotras, mujeres, estad sometidas a vuestras parejas..."  (1P 3:1). O más adelante: "Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a vuestra pareja como a vaso más frágil..." (v, 7).
Las palabras son poderosas. Lo dice la misma palabra de Dios: "... la palabra que sale de mi boca no volverá a mí vacía sino que hará lo que yo quiero y será prosperada en aquello para lo que yo la envié" (Is 55:11).
Dios ha dado a la palabra del hombre un poder no igual al de la palabra divina, pero sí un poder semejante a escala humana. Por eso dice Proverbios: "La vida y la muerte están en el poder de la lengua..." (Pr 18:21). Las palabras cambian las mentes, las concepciones, las costumbres de la gente. Hay palabras que penetran como bocados suaves y cuando uno se da cuenta, ya han dejado su huella ponzoñosa en el alma, suscitando una manera de pensar diferente, conforme a la mentalidad del mundo.
"Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada..." (Pr 12:18). Sí, como golpes de espada que destrozan la moral, el respeto, la familia, la fidelidad.
La palabra de Dios dice. "Amados, no améis al mundo..." (1Jn 2:15), y "el que quiere ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios" (St 4:4).
No adoptemos el lenguaje del mundo que quiere hacer pasar de contrabando su mentalidad y su filosofía mortal. Atengámonos a las buenas palabras de la sana doctrina que hemos recibido, y de las buenas costumbres, dando a cada palabra su valor justo y exacto, porque cada palabra significa algo preciso en la mente de Dios, no cualquier cosa. Es el diablo, ese gran lingüista, ese gran impostor, el que quiere desdibujar y confundir los significados de las palabras y se vale de nuestra propia lengua para embaucarnos.
Los cristianos, para mantener la pureza de nuestra boca y no contaminarnos con la mentalidad del ambiente que nos rodea, deberíamos evitar el uso de la palabra "pareja", así como la expresión "relación de pareja" cuando hablamos de las relaciones entre ambos sexos, y atenernos a las palabras tradicionales: novio, esposo, cónyuge y relación conyugal. ¡Cuánto mejor es esta última expresión que "relación de pareja", que también incluye a las relaciones homosexuales! ¿No se dan cuenta los esposos que cuando hablan de su "relación de pareja" se ponen en el mismo saco que los "gays", los adúlteros y los fornicarios?
¡Oh, sí! Vigilemos nuestras palabras "porque por tus palabras -dijo Jesús- serás justificado y por tus palabras serás condenado." (Mt 12:37).
Nota. La palabra "pareja" por razón de su etimología, es un término plural que designa a un "par" de personas o cosas, es decir, a dos. Sin embargo, hoy se usa en singular, designando a una sola persona, lo cual da origen a malentendidos y confusiones. Por ejemplo, si yo digo: "vino la pareja", puedo querer decir, "vinieron dos personas". Pero otro podría entender: "vino la pareja de fulano".
NB. Hace doce años hice una impresión limitada del texto de esta charla radial, basada parcialmente, a su vez en un artículo escrito para el diario “Gestión”. Como creo que su actualidad no ha disminuido, sino todo lo contrario, ha aumentado, lo vuelvo a poner a disposición de mis lectores.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle pe dón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (VOL I) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA, TEL. 4712178.

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martes, 8 de abril de 2014

PIEDRAS VIVAS

LA VIDA Y LA PALABRA

Por  José Belaunde M

PIEDRAS VIVAS

El apóstol Pedro escribió en su primera epístola: "Acercándonos a Él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo." (2:4,5)
La sola idea de piedra viva es una contradicción: no hay nada más muerto que una piedra. No se mueve, no respira, está fría. Pero esto no debe sorprendernos. El Evangelio está lleno de nociones que contradicen a los conceptos del mundo, pues Jesús mismo fue puesto por "señal que será contradicha" (Lc 2:34). Por ello es que la vida del cristiano está llena de lo que son contradicciones para el mundo, según dice Pablo: "como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo." (2Cor 6:8-10).
Nuestro modelo de piedra viva es Jesucristo, la piedra angular sobre la cual todo el edificio es edificado, (Is 28:16; 1P 2:6). Está vivo con la vida de Dios y es nuestra fuente de vida "porque en Él habita toda la plenitud de la divinidad". (Col 2:9).
Nosotros estamos vivos con la vida que recibimos de Él cuando nacimos de lo alto. Como la vid comunica su vida a todos los renuevos que brotan en ella, así también nosotros tenemos vida si permanecemos en Él como sarmientos en la cepa (Jn 15:4,5).
Nadie es piedra viva para sí mismo, sino para ser utilizado en la edificación de la casa espiritual que Dios está construyendo para morada suya entre los hombres (Ef 2:22). El modelo de su construcción es el que vio Moisés en el espíritu y que sirvió también para el tabernáculo del desierto (Ex 26:30) y para el templo que edificó Salomón (Hb 8:5), hecho éste de piedras muertas.
Las piedras con que se construye el nuevo templo espiritual han sido sacadas de la cantera situada en el desierto que es el mundo, morada de búhos y chacales (Is 34:14,15). Cristo nos rescató del reino de las tinieblas y nos trajo al reino de su luz admirable (1P 2:9), al valle florido donde se construye su templo.
Pero antes de ser utilizados en su edificación tenemos que ser tallados por Él. Primero a golpes potentes de mazo, luego, a medida que vamos tomando la forma que Él requiere, con cinceles cada vez más finos y golpes cada vez más precisos, hasta que por fin estamos listos para ser colocados en el sitio que Él ha previsto.
La piedra no escoge su lugar sino es colocada por el arquitecto de acuerdo a la ubicación prevista en sus planes. Si la piedra se pusiera a discutir y se negara a ser colocada en su sitio, correría el peligro de ser descartada.
Una vez que ha sido puesta en el lugar destinado, por una grúa que tiene forma de cruz, la piedra colabora en el equilibrio de las fuerzas dinámicas que rigen la construcción. La piedra soporta la presión de los bloques que están encima y, a su vez, es soportada por los que están debajo y a sus lados. Así, nosotros colaboramos con el sostenimiento del edificio "soportándonos unos a otros y perdonándonos unos a otros" (Col 3:13), y tratando de no ser un peso excesivo para las piedras que, a su vez, también nos soportan,
La piedra debe encajar perfectamente en su sitio. Si no encaja bien hace peligrar la estructura del edificio y tendría que ser desechada. Así también, nosotros, lo seremos igualmente si somos tercos y nos rebelamos contra las presiones que nos toca sobrellevar.
La piedra, una vez puesta en la pared, sufre sin quejarse ni protestar los embates del mal tiempo, del viento, la lluvia y la nieve. Está allí precisamente para eso, para guarecer el interior del templo. ¿Qué sería del edificio si las piedras del muro, asustadas por los embates de la tempestad que ruge en el mundo, quisieran retirarse a un sitio más protegido? Pero los bloques de piedra pueden resistir porque han sido "fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad". (Col 1:11)
La piedra que está en contacto con el mundo es machucada, golpeada, rayada por los transeúntes, pero, llena del amor de Dios "todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta." (1Cor 13:7)
En todo edificio bien construido hay piedras de diversas formas, no son todas iguales. Así como el alfarero nunca hace dos cántaros  iguales, Dios nunca hace dos piedras iguales. Todos somos únicos ante sus ojos. Las piedras cumplen, asimismo, diversas funciones de acuerdo a sus diversas formas. Si así no fuera el edificio no sería "funcional", sino una construcción monótona, amorfa e inútil. "Si todo el cuerpo fuese ojo ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído ¿dónde estaría el olfato?” pregunta Pablo en primera a Corintios (12:17).
Hay piedras que son fundamento: los apóstoles y profetas (Ef 2:20). Hay piedras que son columnas: sostienen las estructuras  (Gal 2:9). En la base de las columnas hay piedras cuadradas, sólidas; hay piedras cilíndricas y bien pulidas en la espiga; otras son capiteles, de variadas formas, artísticamente labradas. Ellas alegran y dan vida al conjunto.
Hay piedras curvas que forman parte de los arcos, unen una columna con otra, o muro con columna. La esbeltez de los arcos parece desafiar las leyes de la mecánica. El trazo de las uniones requiere osadía y firmeza, pero sin ellas el edificio no podría adquirir altura ni amplitud (Hab 3:19). Sólo un calculista muy sabio -el divino calculista- puede calcular la curvatura y el espesor de sus elementos. Si se equivocara, se desmoronaría la estructura. Pero no puede equivocarse.
En los arcos y en las bóvedas hay piedras claves, colocadas en el medio, sin las cuales unos y otros se derrumban. Tienen que haber sido cinceladas con gran precisión y colocadas con todo cuidado para que encajen perfectamente en el centro, sin inclinarse ni a un lado ni al otro. Son como balanzas fieles. Así hay cristianos que son llamados a juzgar entre hermano y hermano y deben hacerlo sin distinción de personas (St 2:9).
En el edificio hay piedras macizas, las hay también talladas en filigrana. Hay piedras visibles, admiradas por todos; hay piedras ocultas, cuya existencia nadie conoce, pero son las más necesarias. Son los intercesores que se colocan en la brecha por otros (Ez 22:30).
Hay piedras en el coro donde resuena la alabanza: son los músicos y cantores (Sal 95:1-3; Sal 150). Hay piedras en los vitrales, por donde entra la luz que ilumina a otros: son los maestros (2Tm 2:2). Hay piedras en las puertas, por donde entran los convidados a la boda: son los evangelistas (2Tm 4:5).
Hay piedras en las bóvedas que coronan el edificio, exaltadas (Jb 36:7). Hay piedras humildes, colocadas en el piso, por donde la congregación camina y que todos pisan. En el último día serán las más apreciadas (Lc 13:30).
Pero todas juntas hacen el templo que Dios construye para morada suya: Está en construcción y, a la vez, está completo. Es local y a la vez, es visible por todo el orbe. Como sus piedras son vivas y no muertas tienen una propiedad maravillosa: no sólo han sido edificadas como casa espiritual, sino también como "sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios." (1P 2:5).
No hay edificio en el mundo cuyas piedras sean algo más que bloques mudos, inertes, pero las piedras de este edificio ofician en él. Por ello es un edificio también vivo, donde resuenan sacrificios de alabanza que las piedras profieren  con su boca, "fruto de labios que confiesan su nombre" (Hb 13:15). Incluso, en el sitio que Dios les tiene asignado, ofrecen sacrificios de ayuda mutua, de los que Dios se agrada (Hb 13:16).
Jesucristo es la piedra angular "en quien todo el edificio bien coordinado va creciendo" (Ef 2:21). Si el edificio no crece en Cristo, tiene que ser desechado. Si se pone otro fundamento, es un templo falso. Hay tantos templos falsos en el mundo que atraen a la gente, que han sido construidos sobre fundamentos engañosos. Sus piedras se creen vivas, pero están muertas.
Nosotros queremos sacarlas de su engaño, limpiarlas de sus ídolos y traerlas a nuestro templo. Tenemos el mandato de Cristo para hacerlo y podemos lograrlo, porque nuestro templo es un templo vivo, del que brotan aguas "debajo del umbral de la casa" (Ez 47:1), de la roca misma, que es Cristo (1Cor 10:4), y que fluyen hacia los campos resecos del mundo, primero como un riachuelo que poco a poco se va anchando, pero que luego va aumentando hasta convertirse en un río de agua viva, en cuyas riberas "crece toda clase de árboles frutales, cuyas hojas nunca caen, ni falta su fruto" (Ez 47:12). Y toda alma que nade en esas aguas y beba de ellas vivirá eternamente.


Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
NB Este escrito fue presentado como trabajo en el curso de Entrenamiento Ministerial en la “Comunidad Cristiana Agua Viva” el año 1990. Fue publicado el 14.01.01 en la desaparecida revista “Oiga” bajo el pseudónimo de “Joaquín Andariego” que usaba entonces. Se distribuyó en forma limitada mediante fotocopias a finales de 1999. Se volvió a imprimir el año 2006 y se vuelve a imprimir nuevamente en la fecha.


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#803 (03.11.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). DISTRIBUCIÓN GRATUITA. PROHIBIDA LA VENTA.

lunes, 7 de abril de 2014

INFIDELIDAD DE JERUSALÉN IV

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
INFIDELIDAD DE JERUSALÉN IV
Un Comentario de Ezequiel 16:53-63
53. “Yo, pues, haré volver a sus cautivos, los cautivos de Sodoma y de sus hijas, y los cautivos de Samaria y de sus hijas, y haré volver los cautivos de tus cautiverios entre ellas,”
Este versículo está estrechamente ligado al vers. 55 y debe ser leído o comentado junto con él:
55. “Y tus hermanas, Sodoma con sus hijas y Samaria con sus hijas, volverán a su primer estado; tú también y tus hijas volveréis a vuestro primer estado.”
La King James Version traduce la frase inicial del vers. 53 de la siguiente manera: “Cuando yo haga volver a sus cautivos, etc…” (O “si yo hiciera volver…”). Es decir, convierte lo que es un anuncio profético explícito en uno condicional que tiene el carácter de una amenaza temporalmente indeterminada.
De cualquiera de las dos maneras este versículo suscita un problema pues, condiciona el retorno de los exiliados de Judá al regreso previo de los deportados de Edom y Moab (representados por Sodoma y sus hijas) y del reino de Samaria.
No existe información alguna de que los edomitas y moabitas que pudieran haber sido llevados de su tierra sea por los asirios, o por los babilonios, hubieran regresado a su lugar de origen. Eso no debería sorprendernos pues los libros de Reyes sólo hablan de la historia de de los reinos de Judá y Samaria, y no mencionan para nada a los pueblos vecinos, salvo cuando los enfrentan en el curso de sus guerras.
Pero tampoco existe información de que los deportados del reino de Israel, es decir de las diez tribus que lo componían, alguna vez retornaran a su tierra, y menos que lo hicieran antes que los de Judá.
Sin embargo, no se debe excluir la posibilidad de que algunos miembros de esas tribus retornaran a su tierra individualmente por su cuenta.
Pero hay otra interpretación más probable de los vers. 53 y 55: Si yo hiciere volver a los habitantes de Edom y Moab, (o a los habitantes de Sodoma) y a los del reino de Samaria, al estado de poder y renombre que alguna vez tuvieron, entonces yo haré también retornar a los judíos de Babilonia para restaurar su grandeza pasada. Es decir, si lo primero llegara a ocurrir, lo segundo también ocurriría, pero como lo primero nunca ocurrió, lo segundo tampoco ocurrirá.
La amenaza se cumplió de hecho, porque la historia nos muestra que cuando los judíos retornaron de Babilonia, después de setenta años de cautiverio, según la profecía de Jeremías (25:11; 29:10; 32:37,38; 33:7,8; 2Cr 36:21; Es 1:1-4), lo hicieron humillados y sin gloria. Pese a todas las expectativas de restauración de la dinastía davídica que el pueblo mantenía, el reino de Judá nunca fue restaurado a su gloria pasada, y su territorio permaneció hasta tiempos de Jesús bajo el dominio extranjero, persa, griego o romano, salvo durante el corto período de independencia de que gozaron, entre los años 160 y 63 AC, gracias a la rebelión macabea que puso a uno de su familia (los hasmoneos) durante unos cien años como rey en el trono de Jerusalén.
54. “para que lleves tu confusión, y te avergüences de todo lo que has hecho, siendo tú motivo de consuelo para ellas.”
De esa manera tú llevarás tu vergüenza pues nunca recuperarás tu prestigio y riqueza pasada, y tu humillación servirá de consuelo a los otros pueblos conquistados vecinos que tampoco recuperaron su independencia. Al ver la decadencia en que has caído tus antiguos rivales se consolarán de la propia. ¡Triste condición la humana que se consuela del mal que lo aflige contemplando la desgracia ajena!
56,57. “No era tu hermana Sodoma digna de mención en tu boca en el tiempo de tus soberbias, antes que tu maldad fuese descubierta, como también ahora llevas tú la afrenta de las hijas de Siria y de todas las hijas de los filisteos, las cuales por todos lados te desprecian.”
Cuando tu poder era grande, en los tiempos de tu grandeza, no te dignabas pronunciar el nombre de las ciudades de Moab y de Edom sino con desprecio. Ahora que has sido humillada y ha caído tu poder en justo castigo por tus pecados, las ciudades de tus antiguos rivales, Siria y Filistea, se burlan de ti y te desprecian. Tal como tú trataste a otros, así eres tú tratada.
Esta es una ley de la vida: No hagas a los demás lo que no quisieras que hagan contigo. No lo hagas por tu propio bien, porque algún día tú experimentarás en tu propia carne lo que hiciste sufrir a otros. Más bien, haz lo contrario, como dijo Jesús: “Trata a los demás como tú quisieras ser tratado” (Mt 7:12), es decir, con la misma consideración y el respeto que tú deseas para ti, a fin de que otros te traten de la misma manera, y tú coseches lo que sembraste.
58. “Sufre tú el castigo de tu lujuria y de tus abominaciones, dice Jehová.”
Este versículo cierra todas las consideraciones de los versículos que precedieron. Puesto que tú te apartaste de Dios yendo detrás de ídolos y corrompiste tus costumbres de manera abominable, es justo que ahora sufras el castigo que por todo ello te mereces, “dice Jehová”. Es Dios mismo quien pronuncia esa sentencia en tu contra.
59. “Pues así dice el Señor Jehová: Yo haré contigo como tú hiciste, que menospreciaste el juramento al invalidar el pacto.”
Es natural que el pueblo de Judá sufra las consecuencias de su infidelidad y que Dios les repague su traición con la misma moneda, pues ellos renegaron del pacto con el Altísimo que juraron en el Sinaí (Ex 19:3-8); y renovaron en Moab, antes de entrar a la tierra prometida (Dt 29:10-15).
Pero las palabras de este vers. pueden interpretarse diferentemente, y así lo hacen algunos, como si fueran una pregunta que se hace Dios: ¿Me comportaré yo contigo de la manera como tú lo has hecho conmigo, despreciando el pacto de fidelidad que me juraste, haciéndolo inválido? Esa pregunta equivale a una declaración negativa: No lo haré, aunque tendría sobradas razones para hacerlo puesto que tú despreciaste mi pacto contigo. Efectivamente, por lo que sigue, esa parece ser la interpretación correcta.
60. “No obstante, yo tendré memoria de mi pacto que concerté contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo un pacto sempiterno.”
Yo no me portaré contigo como lo has hecho tú conmigo, porque yo soy Dios. Si tú invalidaste tu pacto con tu mala conducta e infidelidad (Jos 24:14-28; Jr 11:10), yo mantendré el pacto que hace tiempo juré a tus padres (Gn 15:18-21; 17:1-9), y que hice contigo en los días de tu juventud (vers. 43) cuando te saqué de Egipto (Ex 34:1-10); y lo renovaré porque yo soy fiel a mi palabra, ahora y para siempre. Por eso el pacto que ahora renuevo contigo, pese a tu infidelidad, será un pacto eterno. (Jr 32:37-40).
En el momento más triste del descalabro sufrido por el pueblo escogido por su propia culpa, Dios le recuerda que sus promesas son irrevocables (Rm 11:29).
“Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta”. (Nm 23:19). Dios es alguien en quien podemos confiar. Si nos volvemos a Él arrepentidos, Él siempre nos acogerá. Si nosotros somos infieles, Él es siempre fiel (2Tm 2:13).
61,62. “Entonces te acordarás de tus caminos y te avergonzarás, cuando recibas a tus hermanas, las mayores que tú y las menores que tú, las cuales yo te daré por hijas, mas no por tu pacto. Yo estableceré mi pacto contigo; y sabrás que yo soy Jehová”
Estos dos versículos y el siguiente pueden entenderse de dos maneras: Una como una profecía referida a los tiempos cercanos al profeta, y a los acontecimientos descritos en los versículos anteriores; y otra, como refiriéndose a tiempos futuros, ya no al Israel en la carne sino al Israel en el espíritu, esto es, a la iglesia, que es la interpretación preferida por la mayoría de intérpretes.
En el primer sentido el pueblo elegido se avergonzará y arrepentirá de sus pecados pasados cuando los cautivos de Babilonia retornen a su tierra, no porque ellos hubieran cumplido su pacto conmigo, dice Dios, sino porque yo, que nunca fallo, cumplo el pacto que he celebrado contigo. Dentro de esta interpretación es difícil determinar quiénes serían “tus hermanas mayores… y menores que tú” que Dios le dará por hijas. Pudieran ser los grupos de población judía que fueron regresando a Israel a partir de la autorización dada por Ciro, rey de Persia el año 539 AC (2Cro 36:22,23; cf Is 44:28), unos más grandes que otros, que se establecieron en Israel y que serían acogidos como hijas, esto es, amorosamente.
En la otra interpretación de cumplimiento lejano, las hijas mayores y menores son las diversas naciones paganas de diverso tamaño que, en mayor o menor número, se convertirán a Cristo a partir de la predicación del Evangelio iniciada por los apóstoles fuera de Palestina, y que serán acogidas por la iglesia como verdaderas hijas.
Esto ocurrirá no en virtud del antiguo pacto (al que Dios llama “tu pacto”) que fue invalidado por el incumplimiento del pueblo escogido, sino en virtud del nuevo pacto celebrado en la sangre de Cristo (al que Dios llama “mi pacto”). Todos los que se acojan a ese nuevo pacto tendrán la ley escrita en sus corazones, como anunció Jeremías (Jer 31:33), y todos conocerán al Señor “desde el más pequeño hasta el más grande” (Jr 31:34). Es obvio que esta profecía encaja mejor en la era cristiana en la que el evangelio se difundió por todo el mundo civilizado, que en tiempos del Antiguo Testamento.
Entonces el Israel de Dios (formado por todos los que se conviertan a Cristo) sabrán que yo soy Jehová, esto es, me reconocerán como el único Dios vivo y verdadero, que ejerce dominio y gobierno sobre todo lo creado porque todo salió de mis manos.
63. “Para que te acuerdes y te avergüences, y nunca más abras la boca, a causa de tu vergüenza; cuando yo te haya perdonado todo lo que hiciste, dice el Señor Jehová.”
Dios dice, reiterando lo que ya dijo en el v. 61, que lo profetizado sucederá para que cuando ocurra el pueblo que se alejó de Él se acuerde y se avergüence de sus pecados pasados, de su infidelidad e idolatría, y nunca más pretenda justificarse ante Él, porque su vergüenza lo abrumará cuando Dios perdone todo lo que hizo.
Cabe preguntarse, ¿cuándo perdonó Dios a Israel sus infidelidades? Obviamente cuando  retornaron del exilio babilónico, e iniciaron una nueva vida en su tierra bajo la conducción de Esdras y Nehemías (Jr 33:8). Es un hecho que entonces el pueblo de Israel estaba enteramente avergonzado de su idolatría pasada y había escarmentado, porque nunca más volvió a caer en ella.
Sin embargo, cuando cinco siglos después apareció el Mesías esperado, el pueblo no sólo no lo reconoció, sino que lo condenó a muerte y lo entregó a los romanos para que fuera crucificado. Cuarenta años después de ese terrible evento se cumplió el castigo que Jesús había anunciado (Mt 24:1,2): el templo de Jerusalén fue destruido por los romanos, la ciudad fue arrasada y el pueblo diezmado. Sesenta años después, ante la nueva rebelión de los judíos liderados por Bar Kojba, los romanos la destruyeron nuevamente, sin que quedara huella de ella, y desterraron a los judíos de su tierra, prohibiéndoles bajo pena de muerte, retornar. Eso no impidió que los judíos, bajo el liderazgo de los sucesores de los fariseos, reunidos después de la catástrofe en la localidad costera de Yavné, iniciaran una nueva vida y buscaran sinceramente a Dios.
Pero nunca más –salvo contadas excepciones- volvieron a su tierra hasta tiempos recientes en que la fuerte emigración judía a Palestina, iniciada a fines del siglo XIX, culminó con el establecimiento del estado de Israel en 1948. Durante los dieciocho siglos intermedios los judíos vivieron esparcidos por el mundo como huéspedes en tierra ajena, no siempre bien recibidos y, con frecuencia, siendo perseguidos o expulsados.
El desarrollo de la religión que emergió como resultado de esa búsqueda ha sido objeto de una serie de ocho artículos míos titulados “¿Qué es el judaísmo?”, publicados entre noviembre 2009 y octubre 2010.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#807 (08.12.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 4 de abril de 2014

LA ESTIMA MUTUA DEMOSTRADA ANTE TERCEROS

Pasaje Tomado de mi libro
Matrimonios que Perduran en el Tiempo
LA ESTIMA MUTUA DEMOSTRADA ANTE TERCEROS.
Es muy importante también… mantener y demostrar la estima que se tienen los esposos ante terceras personas. Desgraciadamente no siempre ocurre que los esposos se comporten de esa manera. Los parientes, los padres, los suegros, los amigos, ellos deben sentir que la unión de ambos es indestructible. Deben sentirlo a través de la actitud que marido y mujer guardan cuando están con otras personas. Esas personas deben sentir la santidad del matrimonio y el amor mutuo que ambos esposos se tienen. Los amigos que visiten la casa deben sentir la estima que los esposos se tienen el uno por el otro, de tal manera que nadie, nadie, se atreva a hablarle a uno de ellos, al esposo o a la esposa, mal del otro.
Sabemos, sin embargo, que incluso en ambientes cristianos ocurre que una persona puede venir a hablarle a la esposa mal de su marido. Es menos frecuente que le hablen al marido mal de su mujer; los hombres son menos habladores. Pero es un espíritu destructivo, de celos, de envidia, el que empuja a ciertas mujeres a hablarle a la esposa mal de su marido. No obstante, si la actitud de ambos, o la actitud de ella en especial, fuera tan respetuosa, tan considerada con su marido, ninguna mujer se atrevería a hablarle mal de su marido. Y si lo hiciera, la mujer en esos casos debe inmediatamente callarla, taparle la boca a la mala amiga y decirle: No me sigas hablando mal de mi marido, no quiero oír eso. Esto es, aun en ese aspecto debe la esposa serle fiel a su marido, y el marido, fiel a su mujer. Guardar la estima hacia fuera, es decir, frente a terceros, es una señal de la unidad de la pareja, unidad que nadie se debe atrever a empañar.
Este pasaje está tomado de mi libro “Matrimonios que perduran en el tiempo”, págs 192 y 193. EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA, TEL. 4712178.