miércoles, 26 de marzo de 2014

INFIDELIDAD DE JERUSALÉN III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
INFIDELIDAD DE JERUSALÉN III
Un Comentario de Ezequiel 16: 35-52
35-37. “Por tanto, ramera, oye palabra de Jehová. Así ha dicho Jehová el Señor: Por
cuanto han sido descubiertas tus desnudeces en tus fornicaciones, y tu confusión ha sido manifestada a tus enamorados, y a los ídolos de tus abominaciones, y en la sangre de tus hijos, los cuales les diste; por tanto, he aquí que yo reuniré a todos tus enamorados con los cuales tomaste placer, y a todos los que amaste, con todos los que aborreciste; y los reuniré alrededor de ti y les descubriré tu desnudez, y ellos verán toda tu desnudez.”
Como consecuencia de todo lo dicho antes, Dios advierte a Israel del castigo que Él va a inflingirles a causa de sus infidelidades. Como tú has exhibido tu idolatría ante los ojos de los que venían a practicar sus ritos paganos contigo –sabiendo ellos que tú tenías un Dios celoso a quien debías fidelidad y que detestaba los ídolos- toda tu corrupción y todo tu pecado será expuesto ante los ojos de tus vecinos e invitados, amados y odiados por igual; y ellos te despreciarán porque practicaste desvergonzadamente sus idolatrías con ellos, y no querrán tener la amistad contigo que tú esperabas.
Por boca del profeta Dios llama a la infiel Jerusalén ramera, es decir, prostituta, para anunciarle el castigo que viene sobre ella. Toda nación y toda iglesia apóstata es una ramera a los ojos de Dios –dice M. Henry- evocando el pasaje de Apocalipsis que proclama la sentencia que condena a la gran ramera (Ap 17:1,2).
38. “Y yo te juzgaré por las leyes de las adúlteras, y de las que derraman sangre; y traeré sobre ti sangre de ira y de celos.”
Yo te juzgaré como he juzgado a otros pueblos idólatras, y te aplicaré el mismo castigo que a ellos, y haré que toda la sangre inocente que derramaste en tus ritos horribles caiga sobre tu cabeza para condenarte.
“Las leyes de las adúlteras” que aquí se mencionan –puesto que idolatría equivale a adulterio, como ya hemos dicho- son las que en la ley de Moisés condenan a muerte a ambos culpables, al hombre y a la mujer (Lv 20:10 y Dt 22:22). La ley básica acerca del homicidio está en Gn 9:6: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada.” Es una ley que, a mi juicio, sigue vigente: El asesino debe pagar su crimen con su vida.
39. “Y te entregaré en manos de ellos; y destruirán tus lugares altos, y derribarán tus altares, y te despojarán de tus ropas, se llevarán tus hermosas alhajas, y te dejarán desnuda y descubierta.”
Ellos vendrán sobre ti, ya no como amigos y cómplices, sino como enemigos para despojarte de tus riquezas y saquear tu tierra. Ellos destruirán tus altares y tus ídolos, y se llevarán las joyas con que los engalanabas (esto es, las vasijas de oro y plata usadas en el culto idólatra), dejándote empobrecida.
“Te despojarán de tus ropas” como solía hacerse antaño con los que eran tomados prisioneros.
40,41. “Y harán subir contra ti muchedumbre de gente, y te apedrearán, y te atravesarán con sus espadas. Quemarán tus casas a fuego, y harán en ti juicios en presencia de muchas mujeres; y así haré que dejes de ser ramera, y que ceses de prodigar tus dones.”
Cuando estés desprevenida, despreocupada y alegre vendrán tus enemigos sobre ti para atacarte con la multitud de sus ejércitos, y destruirán tus ciudades, incendiándolas –como hizo Nabucodonosor con Jerusalén, su templo y sus palacios (Jr 52:13)- destruyendo todo lo que tienes, y te matarán cruelmente por calles y plazas. No tendrán compasión de tus mujeres ni de tus niños. Atravesarán con sus espadas el vientre de tus mujeres embarazadas y estrellarán contra las paredes a tus pequeñuelos (2R 8:12). A todos matarán por igual con sus lanzas y espadas, o a pedradas. De esa manera haré que te arrepientas y dejes de ser idólatra.
Después de este castigo terrible los judíos, en efecto, cuando regresaron de la cautividad babilónica, no volvieron a practicar la idolatría.
42. “Y saciaré mi ira sobre ti, y se apartará de ti mi celo, y descansaré y no me enojaré mas.”
Cuando te hayas arrepentido de tus ídolos, y dejado de rendir culto a dioses ajenos, entonces se apaciguará mi ira y cesará mi castigo. Pero entretanto, mientras llegue ese día mi celo contra ti se mantendrá vigente. Descargaré sobre tu pueblo toda mi ira hasta satisfacer mi justicia. Sólo cuando lo haya hecho me daré por satisfecho y descansaré. Notemos que la ira de Dios de que se habla aquí en términos humanos (o antropomórficos), es un instrumento de su justicia.
43. “Por cuanto no te acordaste de los días de tu juventud, y me provocaste a ira en todo esto, por eso, he aquí yo también traeré tu camino sobre tu cabeza, dice Jehová el Señor; pues ni aún has pensado sobre toda tu lujuria.”
“Los días de tu juventud” son, según el lenguaje de la fábula, los años en que Israel fue fiel a su Dios y Él le hizo la gracia de darle vida cuando estaba a punto de morir (Véase el v. 6). Pero como dejó de serle fiel, para expresar su venganza Dios usa una frase proverbial que conocemos por el relato de la pasión de Jesús cuando el pueblo dijo “sea su sangre sobre nosotros, y sobre nuestros hijos” (Mt 27:25). Aquí Dios airado le dice al pueblo: “haré que tu conducta caiga sobre tu cabeza”, es decir, haré que caigan sobre ti las consecuencias de tu infame comportamiento y pagues por tu desvergüenza, pues rehúsas arrepentirte de tus desvaríos sin tener en cuenta cuánto con ellos me ofendías.
44-46. “He aquí, todo el que usa de refranes te aplicará a ti el refrán que dice: Cual la madre, tal la hija. Hija eres tú de tu madre, que desechó a su marido y a sus hijos; y hermana eres tú de tus hermanas, que desecharon a sus maridos y a sus hijos; vuestra madre fue hetea, y vuestro padre amorreo. Y tu hermana mayor es Samaria, ella y sus hijas, que habitan el norte de ti; y tu hermana menor es Sodoma con sus hijas, la cual habita al sur de ti.”
El profeta sigue acusando en nombre de Dios al pueblo judío. Trae a colación un refrán popular entonces: “Cual la madre, tal la hija”, que refleja la sabiduría popular, y que se parece a un refrán de nuestro idioma: “Al hilo por la trama y a la mujer por la mama.” La conducta de las madres (en este caso, los pobladores originales de la tierra de Canaán) suele tener, en efecto, una enorme influencia sobre la conducta de sus hijas (la congregación de Israel) para las cuales ellas son un ejemplo, quizá en mayor medida en que la conducta de los padres influye sobre la de sus hijos varones.
El pueblo de Judá dejó a Dios (su marido) y a sus profetas leales (a los que llama hijos), así como el pueblo de Samaria (su hermana mayor, porque estaba formado por diez tribus, mientras que Judá sólo por dos) hizo antes lo propio, por cuya causa fue derrotado por sus enemigos y enviado al exilio unos ciento treinta años antes de que se escribieran estas líneas.
Para humillar a Judá repite el reproche que hizo al comienzo del capítulo (Véase el vers. 3), diciéndole que su padre y su madre provenían de los pueblos paganos idólatras que habitaban la tierra de Canaán antes de que los hebreos la conquistaran.
Para aumentar su oprobio le dice que su hermana menor fue la infame Sodoma, la ciudad perversa que fue destruida por una lluvia de fuego siglos atrás, en tiempos de Abraham (Gn 19). En suma, lo que quiere decirles es que ellos, aunque se jacten de adorar al Dios verdadero, son tan pecadores como los habitantes de Sodoma y Gomorra, y de las ciudades vecinas de la llanura que merecieron el terrible castigo que conocemos.
47, 48. “Ni aun anduviste en sus caminos, ni hiciste según sus abominaciones; antes, como si esto fuera poco y muy poco, te corrompiste más que ellas en todos tus caminos. Vivo yo, dice Jehová el Señor, que Sodoma tu hermana y sus hijas no han hecho como hiciste tú y tus hijas.”
Pero si el reino corrupto de Samaria, y las ciudades de Sodoma y Gomorra, merecieron el terrible castigo que registra la historia (2R 18:9-12; Gn 19), tú, Jerusalén y las ciudades que te rodean, lo mereces aun mayor porque tus pecados son peores.
En este pasaje el profeta da a entender que los habitantes de Judá pudieron haber caído en el pecado de la prostitución masculina que practicaban algunos de los pueblos paganos que los rodeaban.
Nótese que la expresión “Vivo yo…” que se encuentra con frecuencia en las Escrituras, y particularmente, en Ezequiel, es una forma de juramento que sólo Dios puede pronunciar, porque Él es el único que tiene vida en sí mismo. No habiendo ninguno otro mayor que Él Dios jura por sí mismo, como se menciona en Hb 6:13. Él confirma su palabra mediante un juramento porque lo que afirma (que los pecados de Judá eran mayores que los de Sodoma y Gomorra) es algo que de no asegurarlo Él, sería increíble.
49, 50. “He aquí que ésta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso. Y se llenaron de soberbia, e hicieron abominación delante de mí, y cuando lo vi las quité.”
¿En qué consistieron los pecados de Sodoma? En que gozando de gran prosperidad gracias al favor divino, se enorgullecieron, se volvieron holgazanes, cometieron pecados abominables en su idolatría, y no pensaron en ayudar a los pobres que había entre ellos. Por eso, dice Dios, que los ha desechado.
Sabemos que la soberbia es fuente de muchos desvaríos. El soberbio se imagina que todo le está permitido, y llega a jactarse de aquello de que debería avergonzarse. La soberbia fue lo que indujo a Lucifer a rebelarse contra Dios (Ez. 28:2,12,17) y es la que hace también que los seres humanos sigan su ejemplo. Ha sido la causa de la ruina de muchos reinos, países, y gobiernos, y de multitud de seres humanos. Es un pecado que Dios odia más que ningún otro, y que, a la vez, hace que el hombre sea odiado por sus semejantes.
La abundancia de sus cosechas y su riqueza llevó a Sodoma a descuidar sus campos y a volverse ociosa, y la ociosidad la indujo a cometer pecados abominables. “El diablo tienta al hombre, pero el ocioso tienta al diablo” escribió un sabio del pasado, y abre la puerta a sus ataques. Mientras el hombre se mantiene ocupado y concentrado en su tarea poco puede hacer Satanás para inducirlo al mal, pero cuando se echa a descansar los malos pensamientos acuden a su mente. El rey David fue atraído por la mujer del fiel Urías cuando, en lugar de ir a la guerra al frente de su ejército, como solía hacer antes, se quedó en su palacio descansando, y una tarde la contempló desde su azotea al levantarse del lecho en que hacía la siesta (2S11:1-4)
51, 52. “Y Samaria no cometió ni la mitad de tus pecados; porque tú multiplicaste tus abominaciones más que ellas, y has justificado a tus hermanas con todas las abominaciones que tú hiciste. Tú también, que juzgaste a tus hermanas, lleva tu vergüenza en los pecados que tú hiciste, más abominables que los de ellas; más justas son que tú; avergüénzate, pues, tú también, y lleva tu confusión, por cuanto has justificado a tus hermanas.”
Tus pecados, Judá, son peores que los de Samaria, de modo que al lado tuyo –es decir comparada contigo- ella parece justa, a pesar de que tú la acusabas de ser peor que tú. Prepárate pues a llevar tu vergüenza y a sufrir un castigo peor que el de ella, puesto que la has superado con tus abominaciones.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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martes, 18 de marzo de 2014

EN NUESTRO MEDIO LA INFIDELIDAD MASCULINA

                                          Pasaje tomado de mi libro
Matrimonios que Perduran en el Tiempo
EN NUESTRO MEDIO LA INFIDELIDAD MASCULINA goza de cierta
aceptación, se la tolera; incluso hasta da prestigio al hombre. Se habla de las proezas de los seductores como si fueran hazañas, pero se castiga la infidelidad femenina. Eso es una gran hipocresía, porque ambas son iguales, ambas son igualmente condenables. Es la cultura machista perniciosa que dice, bueno, son cosas de hombres. No son cosas de hombres, son cosas del diablo. El diablo es el autor de la infidelidad. El sentimiento natural debería ser el de cultivar una sola relación, porque es imposible, absolutamente imposible, que una relación entre dos personas, una relación íntima, pueda mantenerse incólume si uno de los dos es infiel. La gente dice: “Ojos que no ven, corazón que no siente.” No saben lo que es el corazón. El corazón tiene intuiciones muy profundas. De repente la mujer no vio, nunca se enteró. Pero su corazón sí lo supo, lo sintió. De repente el hombre vuelve a casa, y la mujer está fría, hosca. ¿Qué pasó? En su interior algo le ha dicho que su unión con su marido ha sido profanada por una carne ajena. Y peor si la infidelidad es de la mujer, aunque el corazón del hombre sea menos intuitivo. Esas cosas pueden hacer muchísimo daño, aunque nadie se entere, porque violan la santidad del matrimonio. Esas cosas nunca se hacen impunemente, porque la infidelidad no solamente contamina al infiel; contamina también al fiel y contamina a los hijos, aunque no se enteren, porque ellos son el fruto del amor de sus padres.
Págs 190-192. EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA, TEL. 4712178.



INFIDELIDAD DE JERUSALÉN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
INFIDELIDAD DE JERUSALÉN II
Un Comentario de Ezequiel 16:20-34
20, 21. “Además de esto, tomaste tus hijos y tus hijas que habías dado a luz para mí, y
los sacrificaste a ellas para que fuesen consumidos. ¿Eran poca cosa tus fornicaciones, para que degollases también a mis hijos y los ofrecieras a aquellas imágenes como ofrenda que el fuego consumía?”
El más detestable de todos tus crímenes fue que tomaste a tus hijos e hijas pequeñas, el fruto de tus entrañas que debías amar, y los pasaste cruelmente por fuego delante de estatuas horrendas que te habías forjado.
Ése fue el mayor de tus crímenes, porque esas tiernas criaturas debían ser amadas como hijos e hijas que yo te había dado para que te multiplicaras, y no para que sirvieran de pasto de las llamas, ¡oh madre desnaturalizada!
Este reproche evoca el reinado de Acaz (2R 16:3) y de Manasés (2R 21:6) (éste último el más impío de los reyes de Judá) que hicieron pasar a sus hijos por el fuego, imitando las prácticas salvajes de las naciones que habitaban la tierra de Canaán antes de que fuera conquistada por Israel, una abominación que Dios les había expresamente prohibido (Dt 12:29-31; cf Jr 7:31; 19:5; 32:35; Ez 20:31; 26:37; Sal 106:37,38) (Nota 1).
Manasés llenó además el templo de altares a dioses paganos, profanándolo (2R 21:5,7), y consultó con agoreros y adivinos, por lo cual Dios anunció por medio de sus siervos los profetas que traería sobre Jerusalén y sobre Judá “tal mal…que al que lo oyere le retiñirán ambos oídos.” (2R 21:12), y que los entregaría en manos de sus enemigos (v. 13,14).
En tiempos modernos los padres no hacen pasar por fuego a sus hijos pero, cometiendo un crimen aun mayor, los hacen abortar antes de que nazcan; o si los dejan nacer, no los cuidan como debieran, sino los abandonan, o los dejan en manos extrañas, privándolos del amor que necesitan para crecer sanos, y no los educan como debieran en el temor de Dios. De todo ello darán cuenta severa a Dios que se los ha confiado. (2)
22. “Y con todas tus abominaciones y tus fornicaciones no te has acordado de los días de tu juventud, cuando estabas desnuda y descubierta, cuando estabas envuelta en tu sangre.”
Dios le reprocha a Israel que en la desviación en que había caído no se acordara de sus comienzos, cuando era poca cosa y pobre, un pueblo débil e indefenso, que luchaba para sobrevivir en medio de su aflicción en Egipto; y que no se acordara de Aquel que lo había sacado de esa situación angustiosa.
Es una tendencia humana, cuando se alcanza cierta prosperidad, no acordarse de los tiempos malos ni de las personas que nos ayudaron a salir del estado de humillación.
23, 24. “Y sucedió que después de toda tu maldad (¡ay, ay de ti! Dice Jehová el Señor), te edificaste lugares altos, y te hiciste altar en todas las plazas.”
Según otra versión el v. 24 dice así: “Te hiciste en cada calle un lupanar, y en cada plaza un prostíbulo.”
La idolatría en Israel llegó al colmo cuando el pueblo, imitando a las naciones paganas, edificó altares en los lugares altos de todo el territorio que Dios les había dado, y a donde iba a rendir culto a sus ídolos; e incluso levantó altares en las plazas de las ciudades, de modo que la idolatría proliferó en todo su territorio.
El profeta inserta en su discurso una exclamación de lamento, previendo el castigo que espera a la ciudad infiel. ¡Oh Señor, concede que nunca seamos sordos a tu reprensión, sino que, al contrario, estemos siempre dispuestos a corregirnos al oír tu voz!
25. “En toda cabeza de camino edificaste lugar alto, e hiciste abominable tu hermosura, y te ofreciste a cuantos pasaban, y multiplicaste tus fornicaciones.”
El pueblo se ofrecía como una prostituta a todos los que pasaban por los caminos (esto puede ser una referencia a la prostitución sagrada) rindiendo culto a todas las deidades de los pueblos vecinos con los cuales tenían tratos. (Recuérdese la ecuación: rendir culto a dioses ajenos equivale a prostituirse, adulterar o fornicar). A causa de su idolatría la prosperidad de que gozó Judá se volvió abominable a los ojos de Dios.
26. “Y fornicaste con los hijos de Egipto, tus vecinos, gruesos de carnes; y aumentaste tus fornicaciones para enojarme.”
Después de muerto el piadoso rey Josías su hijo Joacaz buscó el apoyo de los egipcios contra la amenaza de los asirios, pero su inconstancia en esta alianza hizo que el poderoso faraón Necao invadiera Judá, destituyera a Joacaz y pusiera en el trono en su lugar a su hermano Eliaquim. Deseoso de congraciarse con los invasores, en su desvarío el pueblo hizo suyos los dioses que se adoraban en Egipto, país de hombres sensuales de donde Dios los había sacado (Véase el lenguaje crudo que emplea el profeta en Ez 23:20, que es más crudo aún en el original hebreo). Convirtieron la libertad que Dios les había dado en esclavitud espiritual. El profeta Isaías denunció esa conducta: “¡Ay de los que descienden a Egipto por ayuda, y confían en caballos, y su esperanza ponen en carros, porque son muchos, y en jinetes porque son valientes; y no miran al santo de Israel, ni buscan a Jehová!” (Is 31:1. Pero véase también los dos versículos siguientes).
27. “Por tanto, he aquí que yo extendí contra ti mi mano, y disminuí tu provisión ordinaria, y te entregué a la voluntad de las hijas de los filisteos, que te aborrecen, las cuales se avergüenzan de tu camino deshonesto.”
Como consecuencia de esos desvaríos Dios empezó a castigar a Israel disminuyendo su provisión de alimentos (esto puede referirse al bajo rendimiento de las cosechas de sus campos) de modo que tuvo que depender de las cosechas de sus vecinos, las cinco ciudades de los filisteos, con quienes tenían una vieja enemistad. (3)
Depender de ellos era para los israelitas ciertamente humillante, tanto más que para los filisteos, aun siendo paganos, la inmoralidad de la idolatría hebrea les era algo chocante y vergonzoso. Pero el pueblo impenitente no tomó en serio la advertencia que Dios les hacía (Am 4:6-9).
Es importante tener en cuenta que en esa difícil coyuntura histórica el reino de Judá estaba colocado entre dos grandes potencias (Egipto y Asiria) que rivalizaban entre sí, lo que hacía que en lugar de confiar en Dios, y desoyendo a sus profetas, buscaran alternadamente la protección de una potencia contra la otra.
28. “Fornicaste también con los asirios, por no haberte saciado; y fornicaste con ellos y tampoco te saciaste.”
No contentos con haber adoptado las divinidades egipcias, los israelitas rindieron culto a las divinidades de los asirios (Os 8:9), con los cuales se habían aliado durante el reinado de Menahem en Israel (2R 15:17-22; cf Os 7:11), y más estrechamente aun durante el reinado de Acaz en Judá (2R 16:7-16; cf Jr 2:18,36). Pero aun con eso no les parecía tener dioses suficientes, y deseaban tener un mayor número todavía; y adoptaron por eso los dioses de los sirios. (4)
29. “Multiplicaste asimismo tu fornicación en la tierra de Canaán y de los caldeos, y tampoco con esto te saciaste.”
La Biblia de Estudio Judía traduce la primera parte de este versículo así: “Multiplicaste tus prostituciones en Caldea, esa tierra de comerciantes…”, y explica que la palabra “Canaán” con frecuencia significa comerciante, o mercader (Sof 1:11; Zac 14:21; cf Ez 17:4. Véase el Diccionario Strong) Eso quiere decir que los hebreos no se dieron por satisfechos con adorar a los dioses asirios y sirios, sino que quisieron rendir culto además a los dioses de los caldeos.
30-32. “¡Cuán inconstante es tu corazón, dice Jehová el Señor, habiendo hecho todas estas cosas, obras de una ramera desvergonzada, edificando tus lugares altos en toda cabeza de camino, y haciendo tus altares en todas las plazas! Y no fuiste semejante a ramera, en que menospreciaste la paga, sino como mujer adúltera, que en lugar de su marido recibe a ajenos.”
Bien puede Dios reprochar a Israel por boca del profeta, la inconstancia de su corazón y su infidelidad, porque en vez de adorarlo sólo a Él, y en un solo lugar, el templo de Jerusalén, como les estaba mandado, edificaban altares en los lugares altos (Véase v. 24; cf Pr 9:14; Os 8:11), a lo largo de los caminos (Véase v. 25), y en medio de las plazas de sus ciudades. (5)
Y no se comportó Israel en esto como una ramera ordinaria que recibe una paga de los que solicitan sus favores, sino que actuó como una mujer adúltera que va a buscar amantes sin ser solicitada, abandonando a su marido, y que en lugar de recibir una paga, ella se la daba a sus amantes atrayéndolos mediante regalos costosos para multiplicar su número (cf Pr7:6-23).
Con esto el profeta alude posiblemente al hecho de que en lugar de que fueran los devotos extranjeros de las divinidades paganas los que construyeran en Israel altares y templetes a sus dioses, Israel (como ya se ha mencionado en la Nota 4) asumió la tarea y la carga de hacerlo por propia iniciativa, y a sus expensas. De esa manera los israelitas buscaban atraer a los adoradores vecinos a venir a su tierra a rendir culto a sus dioses y encima les hacían regalos por hacerlo.
Nótese que los que quieren más de Dios ponen sus ojos sólo en Él y no desean otra cosa sino Él. Pero los que abandonan las fuentes de agua viva y las cambian por cisternas rotas (Jr 2:13) nunca verán su sed saciada y nunca terminarán de buscar nuevas cisternas.
Todos los reproches que Ezequiel hace a Israel podrían aplicarse también a los pueblos que antes fueron cristianos, y se siguen proclamando tales, pero que han abandonado la fe en el Dios verdadero, y rinden culto a los ídolos humanos que el mundo les presenta, llevando además una vida inmoral.
33,34. “A todas las rameras les dan dones; mas tú diste tus dones a todos tus enamorados; y les diste presentes, para que de todas partes se llegasen a ti en tus fornicaciones. Y ha sucedido contigo, en tus fornicaciones, lo contrario de las demás mujeres: porque ninguno te ha solicitado para fornicar, y tú das la paga, en lugar de recibirla; por esto has sido diferente.”
El profeta repite la acusación precedente en términos ligeramente diferentes, pero más severos: En lugar de ser buscada por amantes que te paguen por tus servicios, tú los ibas a buscar y les pagabas para que fornicaran contigo. Esto es, en vez de que los idólatras vinieran a tu tierra a adorar a sus dioses trayéndote regalos, tú los invitabas para que vinieran a tu tierra y les hacías regalos con ese fin. Mientras las rameras suelen recibir amantes por la paga, tú los buscabas por el placer de prostituirte, y cuanto más te inclinabas al mal, más ansiabas cometerlo. ¿Cuántos que se dicen cristianos se comportan así?
Notas: 1. En este pecado abominable incurrieron también, dicho sea de paso, y aun en mucho mayor medida, los reyes de Israel, lo cual fue una de las causas por las que el reino del Norte fue destruido (2R 17:17-23).
2. La criatura que es concebida en una relación fortuita, o pasajera, es un ser humano que Dios ha confiado a su madre y a su padre, aunque no quieran reconocerlo, evadiendo su responsabilidad. Desde el momento de la concepción, ambos son responsables ante Dios de esa nueva vida.
3. Los filisteos habían sido derrotados por el rey David y fueron golpeados por algunos de sus sucesores. No obstante, después de la caída del reino de Samaria, recobraron algo de su antiguo poder, y durante el reinado del impío rey Acaz se apoderaron de varias ciudades del sur de Judá (2Cr 28:18,19).
4. Acaz mandó construir en el templo de Jerusalén un altar a imitación del que había visto en Damasco, y ofreció ahí sacrificios a los dioses sirios (2R 16:10-16; 2Cr 28:22,23).
5. Los “lugares altos” (bema en hebreo) eran, como su nombre indica, lugares situados en la cima de las montañas, o sobre plataformas artificiales, en los cuales los pueblos antiguos, incluyendo a los israelitas, rendían culto a Dios, y donde solían construir santuarios con ese fin (1Sm 9:12-14). Moisés había ordenado destruir todos los lugares de culto de los habitantes de Canaán, y una vez que se hubiera edificado el templo en el lugar que Dios escogiere, se prohibiera el culto en los lugares altos (Dt 12:1-14), porque se prestaba a prácticas idolátricas (1R 11:7; 2R 18:4; 23:8,13,15; Jr 19:5).
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#804 (10.11.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).