martes, 27 de agosto de 2013

DIOS CREÓ AL HOMBRE Y A LA MUJER PARA QUE SEAN UNO

Pasaje tomado de mi libro
Matrimonios que Perduran en el Tiempo
DIOS CREÓ AL HOMBRE Y A LA MUJER PARA QUE SEAN UNO, no en infelicidad sino en felicidad. Y la esposa, la mujer es el mayor bien que el hombre puede recibir en la vida, después de la salvación. Proverbios dice al respecto:  “El que halla esposa, halla el bien, y alcanza el favor del Señor” (18:22). Tu bien, tu bien personal es la mujer que tienes al lado, es la mujer que duerme contigo, tu esposa. Atesora ese bien que el Señor te ha dado. ¡Cuídala, cuídala! porque esa responsabilidad es una parte muy importante del matrimonio. Trátala, como dice el apóstol Pedro en otra parte, “como a vaso más frágil” (1P3:7).
¿Cómo tratamos nosotros a una porcelana, a una cerámica frágil?, Con muchísimo cuidado. No se vaya a romper. Un vaso de plástico lo ponemos aquí, o allá, y si se cae no se rompe. No trates a tu mujer como si fuera un vaso de plástico, sino como un vaso de porcelana fina. Trátala con guantes de seda y ella te responderá de la misma manera, con igual gentileza. “Vuestra gentileza sea conocida por todos”, escribió el apóstol Pablo (Flp 4:5). Si eres gentil con todos pero no con tu mujer, no en tu hogar, eres un hipócrita.
Nosotros los hombres en el Perú no estamos acostumbrados a portarnos así. Somos bruscos y desconsiderados con nuestras mujeres, como si eso fuera lo varonil, lo macho, cuando es precisamente lo contrario.
(Pasaje tomado de las páginas  114 a 115. Editores Verdad y Presencia, Tel 4712178)


LOS PROVERBIOS DE SALOMÓN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LOS PROVERBIOS DE SALOMÓN II
Notas a Proverbios 1:4-7
4,5. “Para dar sagacidad a los simples (inexpertos, ingenuos), y a los jóvenes inteligencia y cordura. Oirá el sabio y aumentará el saber, y el entendido adquirirá consejo.”
Aquí se indica quiénes son los beneficiarios de las instrucciones que contiene el libro. En un extremo están los jóvenes (najar) y los simples (petai); en el otro están los sabios (jakam) y entendidos (bin). Es como si dijera: todos los seres humanos que están contenidos entre ambos extremos. Los jóvenes aún no tienen la experiencia que les permita descubrir las trampas que se esconden bajo apariencias atrayentes y, por tanto, son muy proclives a ilusionarse y a cometer errores.
Los simples, o ingenuos, categoría que no tiene límite de edad, a la que pertenecen los ignorantes, son los que difícilmente aprenden, los que se dejan engañar con facilidad, los crédulos, los necios que desoyen los buenos consejos, y que tienen poco interés en aprender. A ellos los proverbios de este libro, si les prestan atención –y ésa es la condición difícil- les pueden enseñar la sagacidad de que carecen; a ser cautos y circunspectos, y a no dejarse engañar por las argucias del enemigo.
¿Qué es la sagacidad (ormá)? Es un aspecto, o cualidad específica de la inteligencia que permite evaluar las situaciones viendo los inconvenientes y las oportunidades que presentan, sus peligros y sus ventajas, y que permite sopesar unos contra otras para seguir el camino más adecuado y que conduzca al éxito. El sagaz no asume riesgos innecesarios, mide sus fuerzas antes de resolverse a la acción; no muestra sus cartas, pero induce a la contraparte a mostrar las suyas (c.f. 14:15; 22:3). La sagacidad está emparentada con la prudencia o discreción, y con la astucia. Jesús elogió a los que la poseen (Lc 16:8).
A los jóvenes los proverbios pueden darles la inteligencia previniente (dajaz) que les enseñará a pensar antes de actuar, y la prudente cordura (mesimá) a la que sus arrebatos y pasiones juveniles no los inclinan. Les puede enseñar además todo lo concerniente a la moral y al buen comportamiento, a pensar y a actuar correctamente, como dice un salmo: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra.”
En el otro extremo se encuentran el sabio y el entendido, palabras que son prácticamente sinónimas, aunque podríamos hacer una distinción entre uno y otro: la sabiduría del primero es el fruto de sus conocimientos decantados por la experiencia, y es una cualidad de orden moral. La inteligencia del segundo es la habilidad o agudeza de la mente que pueden tener también los malhechores. Es decir, es una cualidad natural moralmente indiferente. A los sabios escuchar los proverbios de este libro les servirá para adquirir más sabiduría, según el principio mencionado en Pr 9:9, de que el sabio está siempre deseoso de ampliar sus conocimientos y no descuida las oportunidades para hacerlo. Jesús lo dijo en otros términos: “Al que tiene se le dará y tendrá más (Mt 13:12; 25:29).
Escuchar es uno de los grandes medios de adquirir conocimientos, y lo era más en el pasado, cuando los libros eran escasos y costosos. Jesús instruyó a las multitudes que lo escuchaban (Mt 4:25, 5:1). Aquila y Priscila instruyeron a Apolos (Hch 18:26). Pablo instruyó a los que acudían a la escuela de Tiranno (Hch 19:9). Como bien dice Ch. Bridges, antes de ser maestros debemos ser buenos oyentes. Cuanto más aprendemos, más concientes somos de nuestra ignorancia y, por eso, más debemos aspirar a aumentar nuestros conocimientos de las cosas de Dios para beneficio propio y de los que nos escuchan.
F. Delitzsch parafrasea el segundo estico de este versículo así: “el hombre entendido adquirirá reglas de conducta”, teniendo en cuenta que tajbulah guarda relación con el timonel de un barco. Esto es, no sólo se adquieren en este libro conocimientos, sino también principios prácticos para conducir nuestra vida tal como un piloto experto conduce la nave en aguas tempestuosas.
Sea como fuere, este libro es de gran utilidad para todos, tanto para los que se encuentran al comienzo del aprendizaje de la vida, como para los que han ya recorrido un largo trecho. La única condición que se requiere para sacar provecho de este libro es el deseo de aprender. Eso sólo es ya un síntoma de sabiduría. El ignorante y el necio creen que todo lo saben y que no necesitan aprender nada. El sabio es conciente de su ignorancia, y por eso aspira siempre a saber más. Un dicho antiguo lo expresa claramente: “Soy ignorante de muchas cosas, pero no de mi propia ignorancia.”
Charles Bridges cita las siguientes escrituras como ejemplo de este deseo de adquirir siempre más sabiduría: 1Cor 3:18 y 8:2. Él señala también el hecho de que escuchar es el gran medio para aprender. En verdad todos los grandes maestros de la historia han enseñado hablando ante un auditorio de oyentes, como hacía también Jesús (Mt 5:2). Los otros medios son la lectura, la observación de la realidad, la investigación y la meditación.
6. “Para entender proverbios y su interpretación, dichos de sabios y sus enigmas (dichos profundos).”
Por último se señalan los beneficios pedagógicos generales que proporciona la lectura del libro: Ellos son:
1) Entender los proverbios (meshalim, plural de mashal=proverbio) y su interpretación (o declaración: militza). La palabra mashal cubre una vastedad de significados. Según D. Kidner significa básicamente “comparación” (de lo que hay varios ejemplos en el libro: 11:22; 12:24, etc.), o “alegoría” (como las de Ez 17:2-10 y Jc 9:8-15), o “parábola” (de las que hay también varios ejemplos en el Antiguo Testamento), o simplemente “máxima”, broma, sátira. (Nota 1)
Nuestros refranes populares son también proverbios y muchos de los más antiguos están inspirados en alguno del libro de Proverbios: “Quien bien te quiere, te hará llorar.” “Fieles son las heridas del que ama.” (Pr 27:6ª) “En boca cerrada no entran moscas.” “El que guarda su boca, guarda su alma…” (Pr 13:3a).
Pero no sólo se trata de entender el proverbio sino también la declaración de su sentido que los sabios solían proferir apodícticamente.
2) Entender las palabras (dabar) de los sabios (jakam), es decir, de los eruditos versados en el conocimiento de las Escrituras; las cuales incluyen enigmas, cuyo sentido es menos fácil de descifrar. La palabra jidza quiere decir acertijo, adivinanza, que la RV60 traduce como “dichos profundos”; otras versiones como “dichos misteriosos, oscuros”.
Un ejemplo clásico de enigma es la adivinanza que Sansón propuso a sus treinta compañeros en Timnat (Jc 14:12-14). 1R 10:1-5 dice que la reina de Saba vino a Salomón a probarlo con enigmas, esto es, con preguntas difíciles, que fueron todas contestadas a satisfacción por el rey sabio. No es pues de sorprender que el autor haya colocado varios enigmas en el libro. Los más característicos son los proverbios numéricos del cap. 30: 15,16; 18,19).
7. “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza.”
¿En qué sentido “principio” (reshit)? ¿En el de comienzo, o en el de fundamento? En verdad puede ser ambos, pero lo que el autor propiamente quiere decir es: la sabiduría comienza temiendo a Dios. No hay otro comienzo para el hombre inexperto en el camino de adquirir sabiduría que ése, temer a su Creador.
Reshit forma parte de la palabra con que se inicia el libro del Génesis: “En el principio (bereshit) creó Dios…” (Gn 1:1), y que Juan concientemente asume para empezar su evangelio: “En el principio era el Verbo…” (Jn 1:1).
Que la palabra reshit sea usada en el sentido de empezar lo muestra el hecho de que aparezca en Gn 10:10 (“Y fue el comienzo de su reino…”), y en Jr 28:1 (“En el principio del reinado de Sedequías…”). Pero no hay duda de que en el versículo que comentamos tiene también el sentido de “base”, “fundamento” de la sabiduría, como piensan D. Kidner y otros autores, que llaman a este versículo el lema de todo el libro. Eso lo confirma el hecho de que la misma frase aparezca más adelante (Pr 9:10), y en Job 28:28 (“El temor de Dios es la sabiduría.”), y en el salmo 111:10 (cf Sal 112:1). Notemos también que la frase “temor de Dios” aparece catorce veces en el libro de Proverbios. (2)
¿Y en qué sentido “temer”? Se trata muchas veces de evitar el significado literal de temor, dándole el carácter de respeto reverencial, lo cual es cierto, hasta cierto punto. Pero el temor que el niño tiene de su padre cuando empieza a ser enseñado, es el temor del castigo. No que no ame a su padre, pero el amor no basta al comienzo; debe conocer por experiencia su severidad y tenerle un santo y sano temor. Ése es un instrumento muy efectivo para su educación. El hombre que es arrastrado por sus instintos y es empujado fácilmente al mal, lo evita por temor de las consecuencias. A medida que crezca su conocimiento de Dios y su amor por Él, evitará el pecado por motivos más elevados. Pero al comienzo el castigo es la mejor disciplina. (Pr.3:11,12 lo dice con bastante elocuencia y lo repite y comenta Hb.12:5-11).
Jesús y San Juan confirman este sentido de temor. Jesús dice que no temamos a los que pueden dañar el cuerpo, pero no pueden enviarnos al infierno, algo que sólo Dios puede hacer (Lc 12:5). Es decir debemos temer su ira pues puede significar la condenación eterna. Ahí temor es un miedo real.
Muchos, en verdad, llegados a la edad avanzada evitan el pecado sólo por el temor a ser enviados al infierno. Por el temor de ese castigo empiezan a actuar con la sabiduría que les faltó en su juventud.
San Juan dice en su 1ª epístola algo semejante en otros términos (1Jn 4:18): El temor implica, o supone, que hay un castigo. Es una forma todavía primitiva de acercarse a Dios. Pero cuando el amor llega a su madurez, es decir, a la perfección, se evita el mal por otro motivo, porque el que ama no quiere ofender al amado. Es un motivo superior el que nos impulsa a obedecer a Dios, independiente del temor al castigo. Jesús expresa también en otro pasaje una idea semejante: El que me ama obedece a mi palabra (Jn.14:23); no porque teme que le castigue, sino por amor.
Esa es la superación (überwinden) del temor. Pero el que no ha llegado a ese punto de perfección, mejor es que tema, que tema el castigo. Así se guardará del mal. Temiendo sus consecuencias poco a poco lo aborrecerá, como dice Proverbios más adelante: “El temor de Dios es aborrecer el mal.” (Pr 8:13ª). Lo aborrece porque aunque es dulce al comienzo, su final es amargo y cruel.
En mi experiencia como padre pude verificar que cuando castigaba a mis hijos su amor por mí se intensificaba. Dios debe haber puesto un resorte en la naturaleza humana que cuando sufre un castigo justo ama al que lo inflinge, porque intuye que lo castiga por amor. Y el amor llama al amor.
A lo largo del proceso mediante el cual Dios educa al pueblo elegido la amenaza del castigo juega un papel muy importante. Por de pronto ésa fue la experiencia de Adán y Eva. Desobedecer a Dios les valió ser expulsados del paraíso, y tener que soportar las maldiciones que Dios pronunció sobre ellos. En Dt. 28 Dios usa la misma táctica del palo y de la zanahoria con el pueblo elegido: Si me obedecen les irá bien; si me desobedecen, les irá mal. Temiendo el castigo debieron hacerse sabios. Pero no lo hicieron. Dios entonces amenazó destruirles del todo y lo cumplió con las diez tribus del Norte, que fueron dispersadas por los asirios y desaparecieron de la historia; y luego con Judá. Regresados del exilio babilónico Judá y Benjamín ya habían aprendido la lección: Nunca más cayeron en idolatría.
La segunda línea de Pr 1:7 dice que los insensatos (los necios, evyil) desprecian para su daño la sabiduría y la enseñanza que los podría guardar del camino ancho que lleva a la perdición (Mt 7:13). La desprecian justamente porque niegan a Dios y quieren obrar a su manera, satisfaciendo todos sus caprichos y sin considerar las consecuencias que su mal proceder les puede acarrear.
Cuando el salmista pregunta ¿Por qué actúan así los impíos? La respuesta es porque no tienen temor de Dios (Sal 36:1). Es decir, no temen que los castigue. El temor de Dios se parece al temor de la ley, de la sanción, de la cárcel, de las multas. Cuando las autoridades no aplican sanciones a los infractores de la ley, el pueblo les pierde el respeto y no cumple la ley (Eso sucede en el Perú). Pablo enseñará el mismo principio en Rm 13:3,4. Parafraseando a Pr 1:7 podríamos decir que el ciudadano comienza a ser responsable (es decir, sabio) cuando teme que le caiga todo el peso de la ley si no la cumple. Pero cuando la coima reemplaza a la multa nadie guarda la ley.
En el libro de Nehemías vemos la importancia que asume el temor de Dios como factor determinante de la conducta humana sabia y recta (Nh 5:9,15). Él confía en Hananías “jefe de la fortaleza de Jerusalén (porque éste era varón de verdad y temeroso de Dios). (Nh 7:2). Con el tiempo la frase “temeroso de Dios” se convierte en un indicativo de la calidad ética de una persona (Véase Hch 9:31 y 10:2).
Cabría preguntarse, ¿por qué no hay sabiduría sin Dios? ¿Acaso no hay ateos que son sumamente inteligentes y astutos? Sí los hay, por supuesto. Pero si la sabiduría es la ciencia de la vida que lleva a una conclusión feliz, es decir, a un destino final bienaventurado, entonces la sabiduría de los que niegan obstinadamente a Dios es engañosa y altamente peligrosa, porque su final es trágico: se pierden para siempre. En otras palabras, los ateos pueden mostrar gran habilidad para las partes intermedias del camino, y tener un éxito notable, que les gane el aprecio del mundo entero, pero en lo que realmente importa, su sabiduría los descamina totalmente, a menos que se arrepientan a tiempo.
Notas: 1. Fuera de este libro la palabra “proverbio” figura en los siguientes pasajes de la Biblia: Nm 21:27; 1Sm 10:12; 2P 2:22.
2. Nótese que la palabra hebrea que la versión española traduce como “sabiduría” no es aqui jokma, como se podría suponer, sino dahat, que quiere decir “conocimiento”, y así la traduce la King James Version. Nuestra versión no es arbitraria, porque ésta es una palabra que está asociada al concepto de sabiduría, como puede verse en el vers. 9:10: “El temor de Dios es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.”
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#786 (07.07.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 16 de agosto de 2013

EL HOMBRE Y LA MUJER CUANDO SE CASAN...

Pasaje tomado de mi libro
“Matrimonios que Perduran en el Tiempo”
EL HOMBRE Y LA MUJER CUANDO SE CASAN, se casan para amarse. Ésa es la voluntad de Dios. Si
están enamorados y se aman, tanto mejor. El amor enamorado es útil. Es un amor que Dios ha creado como una manera de endulzar las asperezas y las espinas inevitables en las relaciones mutuas, y cumple una función muy importante ciertamente, pero no es el verdadero amor conyugal. El amor conyugal, el amor profundo, es una función del compromiso, surge cuando hay un compromiso total de ambos; cuando ambos asumen su matrimonio concientes de lo que significa, y de que se unen bajo la voluntad de Dios, bajo el signo de Dios.
¿Qué cosa es el matrimonio? El matrimonio es un pacto entre un hombre y una mujer que deciden unirse hasta que la muerte los separe; en el cual Dios, que es el autor del matrimonio, interviene como garante. Es una unión en la cual el hombre y la mujer se dan mutuamente por entero, sin reservas. El matrimonio sólido está construido sobre la base de un compromiso que involucra a toda la persona, su cuerpo, su alma, su espíritu; es un compromiso irrevocable. Ése es el compromiso que Dios bendice. Lo bendice con descendencia, lo bendice con amor mutuo, lo bendice con un amor profundo que no depende de lo exterior ni de lo pasajero; y lo bendice también con su provisión para que tengan lo necesario para llevar una vida digna, ellos y sus hijos.
Cuando hay esa clase de amor, yo estoy seguro, y su palabra lo dice, no faltará el pan en su mesa (Sal 37:25), y no sólo el pan, porque al hombre justo Dios le promete abundancia y prosperidad (Sal 112:3). Eso es lo que Dios quiere para la familia. Es Dios el que confiere el título de esposo al varón, y el de esposa a la mujer, no el registro civil. Es un título recíproco que ellos deben respetar porque proviene de Dios. No es la sociedad solamente la que se los da, no es solamente un papel oficial firmado y sellado, es la bendición de Dios la que lo confiere. Y es bueno que sea un ministro de Dios el que la pronuncie; porque lo hace en nombre de Dios.
(Tomado de las páginas  201 a 203. Editores Verdad y Presencia, Tel 4712178)


LOS PROVERBIOS DE SALOMÓN I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LOS PROVERBIOS DE SALOMÓN I

Notas a Proverbios 1:1-3
Hace buen número de años alguien me hizo caer en la cuenta de que el hecho de que el libro de Proverbios esté dividido en 31 capítulos es una invitación a leer un capítulo por día de una manera habitual. Eso fue lo que empecé a hacer a partir de entonces todas las noches, al mismo tiempo que anotaba en fichas de cartulina las observaciones que su lectura mi inspiraba. Me he propuesto terminar de ordenar los centenares de fichas que he acumulado con el tiempo y empezar a publicarlas poco a poco. No me atrevería a llamar “comentario” a esas notas porque no fueron escritas de una forma sistemática, pero sí creo que pueden ser útiles a los que buscan penetrar en el significado de las máximas de este libro. (Nota 1)


1. “Los Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel.”
El primer versículo es el título de la obra, aunque en verdad el libro debería llamarse “Los Poemas y Proverbios de Salomón y otros autores”, porque contiene no solamente proverbios, como veremos más adelante, y porque no todo el libro tiene a Salomón por autor. Hay discrepancias entre los eruditos acerca de qué partes de la obra se deban al ingenio del sabio rey (1R 4:32 dice que él compuso 3000 proverbios) y qué partes a otros autores. (2)
Con seguridad pertenecen a Salomón, primero, la sección 10:1 a 22:16, que tiene al inicio nuevamente la inscripción “Los Proverbios de Salomón”; y segundo, la sección que va del cap. 25 al cap. 29, y cuyo primer versículo reza: “También estos son proverbios de Salomón, los cuales copiaron los varones de Ezequías, rey de Judá.” (3)
La sección inicial, que hace las veces de Prólogo, y que comentamos en estos dos primeros artículos, fue probablemente añadida posteriormente por un compilador anónimo. No existe acuerdo acerca de si la sección 1:8-9:18 debe atribuirse a Salomón, o a otro autor posterior, pues su estilo es diferente a las dos secciones mencionadas arriba y contiene más poemas que proverbios propiamente dichos. Pero no puede descartarse que él sea el autor de la sección 22:17-24:22, aunque suele pensarse que ésta y la sección 24:23-34, se deban a la pluma de sabios anónimos, ya que la segunda empieza con la frase:”También éstos son dichos de los sabios.”
El capítulo 30 tiene por autor a “Agur, hijo de Jaqué”, y el cap. 31, al rey Lemuel, personajes ambos de los que no se tiene noticia alguna. No es seguro que el bello poema acróstico 31:10-31, conocido como “Elogio de la Mujer Virtuosa”, se deba a la pluma de éste último. Algunos piensan, sin embargo, que Lemuel es un pseudónimo de Salomón.
Un comentarista ha sugerido que el Cantar de los Cantares fue escrito por Salomón cuando era joven y estaba enamorado; Proverbios, en su edad madura, cuando estaba en la plenitud de sus facultades intelectuales; y Eclesiastés, en su ancianidad, ya desilusionado de sí mismo y de su propia carnalidad, pero seguramente arrepentido. (Citado por Irving Jensen).
Salomón quiere decir “pacífico” (4), y él fue, en efecto, un hombre de paz, en contraste con su padre, David, que fue un hombre de guerra. La paz de que gozó en su reinado (1R 4:24) le dio el tiempo y la tranquilidad necesaria para dedicarse al estudio de la naturaleza (1R 4:33) y de la sabiduría divina, lo que le dio gran fama (1R 10:24). Él fue el primer rey en ser llamado “hijo de David” (lo era literalmente), apelación que se convirtió en un título mesiánico. Él es, en efecto, y pese a sus fallas humanas, un tipo de Cristo, que enseñó también por medio de parábolas y de proverbios. (Pronto espero publicar un artículo sobre los proverbios de Jesús).
2,3. “Para conocer sabiduría y doctrina, para entender discursos inteligentes, para recibir el consejo de prudencia, justicia (rectitud), juicio y equidad.” (5)
En estos dos versículos se enuncia el propósito por el cual fue confeccionado este libro o, dicho de una manera más simple, para qué sirve. A este interrogante responde el autor (o el compilador) con tres verbos, precedidos por la preposición: “para...” (lo que subraya el propósito práctico de la obra), y siete sustantivos. Los verbos son: “conocer”, “discernir” o “entender”, y “recibir” (No hay unanimidad entre los eruditos y las versiones acerca de cuál sea la traducción más exacta para esos verbos del original hebreo. He escogido la que me pareció más adecuada, lo que en algunos casos puede diferir de la versión RV 60. La razón es que las palabras del hebreo antiguo tienen sentidos cambiantes, que evolucionaron con el tiempo. Por eso las definiciones de los diccionarios de este idioma suelen ser tan extensas y con frecuencia contradictorias).
1) Conocer (yada, puede significar también ver, percibir, entender, recibir, adquirir conocimiento, ser conciente de) es el acto por el cual la inteligencia aprehende determinado objeto que se presente a su observación, y se forma un concepto, o una imagen mental del mismo, de su exterior y de su contenido, e.d., de su esencia. El objeto puede ser material o inmaterial, como en el presente caso. ¿Y qué es lo que se conoce? En primer lugar “sabiduría” (jocmah), que es el tema del libro y es uno de los principales atributos de Dios; y en segundo, “disciplina” o “instrucción”, (musar que puede significar también “corrección”, “doctrina” o “consejo”.
Jocmah es la palabra más importante que tiene el vocabulario hebreo para designar la virtud de la sabiduría y abarca una serie de aspectos afines que son justamente los sinónimos que se mencionan en este prólogo.
En sí misma la sabiduría es un atributo divino, y como tal, es inasible para el hombre. La Biblia dice que con sabiduría Dios fundó la tierra (Pr 3:19) e hizo el mundo (Jr 10:12), y que es Dios quien comunica la sabiduría al hombre (Pr 2:6; Jb 38:36). El hombre, por su lado, la alcanza mediante la meditación de su Palabra (Sal 119:97,98).
Pero hay también una sabiduría humana que podemos definir, de un lado, como la capacidad de tomar decisiones adecuadas en el momento oportuno; y de otro, como la habilidad para realizar las tareas que se tiene al frente de una manera exitosa. Adquirir sabiduría trae por ello muchas ventajas al hombre (Pr 2:10-12) ya que cubre un amplísimo espectro de actividades. Para citar algunos ejemplos, por orden de Dios los artesanos durante el Éxodo en el desierto hicieron con sabiduría las vestiduras de Aarón (Ex 28:3); Bezaleel trabajó con sabiduría metales y piedras preciosas para el tabernáculo (Ex 31:2-5); una vez muerto Moisés, Josué tuvo sabiduría para gobernar al pueblo (Dt 34:9); siglos después el rey de Asiria condujo sus campañas militares con sabiduría (Is 10:13); el rey de Tiro se enriqueció gracias a su sabiduría (Ez 28:4,5), etc., etc.
Nótese que en la Biblia el acto de conocer no es algo meramente intelectual, sino que involucra a todo el ser en sentido de experiencia. Se conoce en primer lugar “viendo” y “viviendo”. Los conocimientos que se adquieren mediante la experiencia son los más seguros y útiles. Conocer un atributo divino, como es la sabiduría, supone tener un trato íntimo con su Autor, al que se llega mediante el estudio devoto de su palabra, entre otros medios. Eso es lo que distingue a la sabiduría sobrenatural de la puramente humana (St 3:17).
2) “Entender” o “discernir” (bin puede significar también percibir, conocer, observar, atender, comprender). Lleva implícito el sentido de distinguir entre el bien y el mal y, por tanto, la capacidad de decidir entre uno y otro, o entre las ventajas e inconvenientes de dos o más alternativas, y está, por tanto, ligado al discernimiento, esa cualidad superior de la inteligencia que ve las cosas desde una perspectiva ética y espiritual y, a la vez, práctica; y que permite leer entre líneas y percibir las relaciones y conexiones que existen entre las cosas.
¿Y qué es lo que se discierne? Se discierne “palabras” (emer, puede significar también lenguaje o declaración) o razones sabias, prudentes, inteligentes (binah, sustantivo derivado del verbo bin); aquellas frases que oímos decir a alguien, o que leemos y que capturan nuestra atención y nos hacen recapacitar porque reconocemos que atañen a nuestras experiencias pasadas o a nuestras dudas presentes, o a nuestras aspiraciones. Se podría traducir el segundo estico del vers. 2 también así: “entender palabras de discernimiento”.
Las palabras sabias suelen estar expresadas en dichos cuyo sentido no siempre es obvio a primera lectura sino que con frecuencia es enigmático.
Nótese que cuanto más sabemos mejor captamos las conexiones que hay entre las cosas y comprendemos mejor cómo el mundo es un todo coherente en el que todas las cosas están interrelacionadas. El aumento y profundización de nuestro conocimiento nos libera del adocenamiento que nos quiere imponer el mundo. Libera nuestro entendimiento de las presiones para conformarse a patrones fijos y estériles. Jesús dirá: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” (Jn 8:32). El entendimiento y la comprensión más alta la da el Espíritu Santo, pero para ello usa los conocimientos que hemos adquirido. Cuanto más se somete la mente al Espíritu, más comprende. Al mismo tiempo, cuanto más inquiere el hombre en la naturaleza de las cosas y en los secretos de la naturaleza humana, y más escudriña el sentido de la Palabra, mejor discierne las intenciones del corazón y mejor entiende el mundo que lo rodea.
3) El verbo “recibir”, o “aceptar” (lakaj), señala que lo que el lector puede esperar obtener de la lectura de este libro es “instrucción” de diversas formas. Notemos que hemos traducido, tal como lo hace RV 60, musar como “consejo”. Este es un concepto capital del libro. La sabiduría que contiene no se expresa por lo general en normas o mandatos que deban cumplirse obligatoriamente, aunque a veces sus frases adoptan el tono de mandato. Lo que el libro transmite básicamente son consejos que instruyen u orientan.
¿Qué es un consejo? Una recomendación, una reflexión, o un principio de sabiduría aplicado a una situación concreta, que se comunica a otro sea por razones de afecto, o por amistad, y que es generalmente solicitado, y que no tiene ningún carácter perentorio, sino que su poder está basado en la verdad que contiene. El consejo no trata de obligar sino de persuadir. El que aconseja le dice implícitamente al aconsejado: la decisión es tuya y tú cargarás con los resultados, cualesquiera que sean, buenos o malos, según sea tu decisión.
Aquí hay otro concepto clave: El consejo aceptado y aplicado, si es sabio y oportuno, rinde frutos abundantes en nuestra vida. Contrariamente, el no aceptar o rechazar el consejo sabio trae consecuencias. Esto es algo que todos hemos experimentado alguna vez. Cuando fuimos dóciles al consejo sabio fuimos beneficiados; cuando no lo seguimos, fuimos perjudicados. La instrucción, o consejo impartido comunica además de prudencia o discreción (sajal), también las virtudes de justicia (zedek, que puede traducirse también como rectitud), juicio (mishpat, que significa también sentencia) y equidad (meishar). La palabra “juicio” quería decir cuando se escribió el libro, la capacidad de dictar sentencia justa en casos difíciles aplicando la ley de Moisés. (Continuará)
Notas: 1. El texto de la Biblia no está dividido en capítulos. En los primeros siglos de nuestra era los rabinos dividieron en secciones, con fines litúrgicos, el texto de la Ley, es decir del Pentateuco (Parashá) y de los profetas (Haftará), que son aún vigentes para ellos. La división actual en capítulos de ambos testamentos fue hecha, según la mayoría de estudiosos, a inicios del siglo XIII por el cardenal inglés Stephen Langton.
2. El título de la obra en hebreo es Mishlei, una forma del plural de la palabra Mashal, (proverbio), cuyo variado significado será elucidado en la segunda parte de este artículo.
3. Salomón reinó entre 971 y 931 AC; Ezequias, entre 715 y 686 AC aproximado.
4. Su nombre en hebreo es Shlomo, que viene de la palabra shalom, cuyo significado básico es paz.
5. El propósito del libro coincide con lo expresado por Pablo cuando escribe que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia…” (2Tm 3:16). Sus instrucciones, dice John Gill, son útiles para reyes, magistrados y súbditos; para esposos y esposas, padres e hijos, patrones y sirvientes. Contienen el compendio más alto de ética de todo el Antiguo Testamento.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#785 (30.06.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

jueves, 1 de agosto de 2013

EL MATRIMONIO ES MÁS GRANDE QUE EL AMOR

Pasaje tomado de mi libro
“Matrimonios que Perduran en el Tiempo”
EL MATRIMONIO ES MÁS GRANDE QUE EL AMOR, más importante que los sentimientos, porque el matrimonio es obra divina; es algo instituido por Dios. Para los esposos su matrimonio, su unión, es más importante que los sentimientos que puedan tener el uno por el otro. Si ellos tienen esa actitud Dios los premiará ciertamente dándoles los sentimientos necesarios para que su unión sea feliz. Pero en la sociedad actual es al revés, el amor es más grande, más importante que el matrimonio. Suele alegarse que si el sentimiento desaparece, también puede desaparecer el matrimonio. Por eso es que el matrimonio y la familia están como están, están en la crisis por la cual atraviesan. Pero en verdad el amor debe obedecer y subordinarse al matrimonio, que pasa primero, y no al revés, el matrimonio subordinarse al amor.
            Ahora bien, el amor del que estoy hablando aquí es el amor romántico, el amor de los sentimientos, el amor de los enamorados, ese amor que nos hace pasar rápidamente del cielo del éxtasis, al infierno de la angustia, el amor de los amantes, en suma, ese amor es base pobre para el matrimonio, porque es un amor inestable que depende de las emociones y de los sentidos; depende de las cosas que ven los ojos, de lo exterior. Como he dicho más de una vez, según el mundo, el hombre y la mujer se casan porque se aman, cuando debería ser al revés, el hombre y la mujer se casan para amarse.
(Páginas 199 a 201. Editores Verdad y Presencia, Tel 4712178)


SIMPLICIDAD

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.

SIMPLICIDAD

"Porque nuestra gloria es ésta: el testimonio de nuestra conciencia, que con simplicidad (Nota 1) y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo y mucho más con vosotros." (2Cor 1:12)
            Una de las virtudes más celebradas de la espiritualidad antigua es la simplicidad. ¿En qué consiste la simplicidad cristiana? En no tener otro propósito en la vida sino agradar a Dios y que ésa sea la finalidad de todos nuestros actos.
            La historia de Marta y de María es ejemplar en este sentido. El propósito de Marta, tal como aparece en la narración de Lucas, era digno de encomio: Ella, como buena ama de casa, quería atender a Jesús como huésped de la manera más apropiada. Pero Jesús la reconvino suavemente: "¡Marta, Marta! Estás preocupada de muchas cosas..." (Lc 10:41).
            ¿Cuáles serían? Que los cubiertos y el mantel estén bien limpios, que la mesa esté bien servida, que los diferentes platos de comida estén a punto y deliciosos..., como se preocupa cualquier  buena ama de casa cuando tiene invitados (Nota 2). Pero todas estas preocupaciones la desviaban de lo principal: escuchar a Jesús, poner sus ojos en Él. "Una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada." (v. 42).
            ¿Qué había escogido María? Ella no trataba de quedar bien con Jesús. No trataba de agradar a los demás huéspedes. Ella sólo tenía un objetivo: Beber las palabras de Jesús; beber su rostro con la mirada.
            Eso era lo más importante y no le sería quitado.
            ¿Cuántas de nuestras ocupaciones preferidas, o de las actividades con que nos ganamos la vida, nos serán algún día quitadas,  sea porque nos cambian de puesto en el trabajo o porque nos despiden?
            ¿O si se trata de alguna obra cristiana, o de un ministerio, porque en la iglesia hay un cambio de orientación, o de liderazgo, o de colaboradores? ¿O simplemente porque me mudo de casa y me voy a vivir a otro barrio, lejos de mis amistades y relaciones? Pero a María Jesús le dice: Esto no te será quitado.
            Cualquiera que sean los cambios radicales que pueda experimentar mi vida, una cosa puede permanecer siempre, porque no depende de las circunstancias exteriores: Poner mis ojos en Jesús. Es un asunto de la voluntad y de la atención.
            La simplicidad es pues una forma de amor sobrenatural que hace que la meta de todos nuestros actos y de todos nuestros pensamientos sea agradar a Jesús.
            El autor de Hebreos lo expresa bellamente: "Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe." (Hb 12:1,2).
            Tú puedes estar involucrado en muchos trabajos, en muchas labores espirituales, en muchos ministerios, y puedes estar corriendo para alcanzar tus metas. Pero todo eso puede ser una pérdida de tiempo, una desviación del camino, si no lo haces para agradar a Dios.
            Si tú te empeñas en quedar bien con tu líder -algo en sí bueno- o en cumplir concienzudamente tus metas, ¿por qué lo haces? ¿Para agradar a tu líder, para sentirte satisfecho contigo mismo, o para agradar a Dios? Si lo haces principalmente para agradar a tu líder, o a tu pastor, aunque te feliciten y te promuevan, tu éxito y el buen resultado que obtengas valen poco.
            "¿Busco yo agradar a los hombres?" pregunta Pablo (Gal 1:10).
            Pero si tu Norte es sólo agradar a Dios, sin cuidarte de lo que los hombres piensen de ti, irás derecho y rápido a la meta, porque tendrás su ayuda en grado sumo. También tendrás pruebas. Pero eso es ya otro asunto.
            ¿Qué estás buscando en el ministerio cristiano? ¿Destacar y ser uno de los preferidos, de los más conocidos y admirados en tu iglesia, o en tu ciudad?  Si ése es el caso estás persiguiendo una meta irrisoria y vana, estás sirviendo a un líder de poca importancia. Tu objetivo es demasiado pequeño para la eternidad. El fuego lo quemará un día y se revelará que fue sólo paja (1Cor 3:12-15).
            Jesús dijo: Una sola cosa es necesaria. No dijo una sola cosa es conveniente. Todo lo demás puede ser conveniente: que te feliciten, que te aprecien, que estén contentos contigo. Es conveniente, pero no es necesario.
            Cuando viajamos ¿llevamos lo conveniente, o lo necesario en la maleta? Lo conveniente puede ser que nos estorbe. Esta vida es un viaje a la eternidad. Todo el equipaje que llevemos de más, sobra y estorba. Una sola cosa es necesaria, agradar a Dios. Eso da valor eterno a todo lo que hacemos, aun a lo que carece de importancia, aun a las cosas más nimias.
            Podemos estar llevando una vida convencional, trivial, rutinaria, que no se distingue en nada especial, y estar ocupados en un oficio de lo más ordinario y banal. Pero si todas nuestras acciones en esa actividad las hacemos tratando de agradar a Dios y teniendo en mente ese propósito, el más pequeño de nuestros actos puede tener a los ojos de Dios un valor mucho mayor que una hazaña que acapare los titulares de los diarios. No ganaremos nunca un premio Nobel, pero recibiremos una corona gloriosa en los cielos, mucho mayor que la de muchos hombres que se cubrieron de gloria en la tierra y cuyos nombres estaban en boca de todos. La frase de Jesús: "Los últimos serán primeros" (Lc 13:30) tiene también aplicación en este caso.
            Notemos que el texto que citamos al comenzar dice: "con simplicidad y sinceridad de Dios". Dios, siendo infinito, es simple porque es perfecto. No hay complicaciones en Él. Los seres humanos somos complicados y las mujeres lo son aún más (dicen los hombres).
            Nuestra complejidad es resultado del pecado. Nuestra complejidad está tejida de egoísmo.
            Jesús dijo: "Sed cautos como serpientes y simples como palomas." (Mt 10:16). La paloma es un emblema de la simplicidad. También lo es del Espíritu Santo.
            El Espíritu Santo es simple. Por eso se contrista fácilmente (Ef 4:30).
            Cuando somos complicados en nuestro lenguaje no llegamos con facilidad a nuestros oyentes y a la gente.
            ¿Habrá habido un predicador más simple que Jesús? Tratemos de imitarlo.
            Los niños son simples y su mirada es directa. No tienen segundas intenciones. Por eso su mirada se roba nuestros corazones. Se roban también el corazón de Dios. Por algo Jesús dijo que de los niños y de los que son como niños es el reino de los cielos (Mr 10:14,15). No dijo de los sabios, no de los laureados, no de los más inteligentes ni de los más virtuosos, sino de los que son como niños. ¿Qué habrá en eso de ser como niño que agrada tanto a Dios? La simplicidad de corazón.
            Pero también agrada a los hombres. La mirada directa, simple de un adulto, hombre o mujer, nos atrae instintivamente. Pero las miradas de los adultos por lo general son opacas, turbias, no transparentes, ocultan lo que está detrás de los ojos, en la mente. Como la gente que lleva puestos anteojos oscuros que no dejan ver su mirada. Se los ponen, creo yo, porque no quieren que adivinemos lo que piensan. Instintivamente desconfiamos de ellos.
            La verdadera sabiduría es simple. Los filósofos paganos de la antigüedad escribieron elocuentemente acerca de las virtudes, pero no las practicaban. Las conocían porque sabían muy bien qué era lo que les faltaba. Posiblemente los que menos las practicaban eran los que más las elogiaban. Eso aplacaba sus conciencias.
            Pero ni la humildad ni la simplicidad figuraban en el elenco de sus virtudes. Al contrario, para ellos la humildad era un defecto, una bajeza indigna del ciudadano. Era algo reservado para los esclavos. Sólo Cristo reveló a la humildad como una virtud. Y aun peor -en el criterio pagano- la elogió aunada a la mansedumbre: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11:29).
            Los dioses paganos eran arrogantes. Se peleaban y competían entre sí. Pero Jesús se humilló a sí mismo tomando forma de siervo porque, aunque era Dios, se hizo obediente hasta la muerte. A eso lo llama Pablo, la locura de la cruz, un escándalo para los judíos y una locura para los gentiles o paganos. (1Cor 1:23).
            ¿A quién obedeció Jesús en el Calvario? A sus jueces y a sus verdugos. Unos más impíos que otros.
            "Como cordero fue llevado al matadero..." (Is 53:7). Esto es el colmo de la mansedumbre.
            Él obedeció a los que eran muchísimo menos que Él, porque en la simplicidad de su corazón sólo buscaba agradar a Dios, su Padre, y hacer su voluntad (Jn 4:34;5:30;6:38).
            En la simplicidad de nuestro corazón ése debe ser nuestro principal objetivo.
            La simplicidad destierra toda preocupación sobre los medios para agradar a Dios, toda preocupación acerca de las estrategias para alcanzar nuestras metas.
            No quiero yo decir que no haya métodos y estrategias que emplear para ganar almas y consolidarlas en el reino. Eso tiene ciertamente su lugar. Pero es secundario respecto de lo principal.
            Si no es el puro y simple amor a Dios lo que nos impulsa a ganar almas, todas nuestras palabras y todos nuestros esfuerzos tendrán poco éxito, porque los medios y motivos humanos en este campo son inútiles.
            No hay técnica más eficaz para llegar al corazón de los perdidos que el amor "no fingido" (1P 1:22). El amor fingido, el amor que se esfuerza por parecer lo que no es, no penetra la coraza de la desconfianza humana. Pasado el primer efecto que puede producir la elocuencia, la emoción se desvanece. Sólo el amor puede traspasar la barrera que las desilusiones, o los vicios, han levantado alrededor del corazón de los perdidos.
            Si somos simples de corazón iremos de frente al corazón del pecador, como ocurría con las palabras y la mirada de Jesús.
            Si somos simples de corazón tampoco nos preocuparemos de lo que la gente piense acerca de nosotros, sea bien o sea mal. Al contrario, si somos despreciados estaremos contentos, porque Jesús lo fue antes que nosotros. Y si lo somos compartimos su suerte. Si somos perseguidos por su causa nos consolamos con el galardón celestial que se nos ha prometido (Mt 5:10-12).
            ¿Qué fue lo que escribió Pablo? Que si padecemos con Él, seremos glorificados con Él... a su tiempo. (Rm 8:17).
            La simplicidad nos permite ser indiferentes a la alabanza y a la crítica. La primera la agradecemos con toda simplicidad, sin falsa modestia. La segunda aun más, porque nos enseña a ser humildes.
            Pero ¿a cuántos las críticas les molestan, los impacientan, los ofenden? Los inquietan porque, en el fondo, detrás de la fachada de arrogancia, son inseguros. Les molestan porque necesitan ser constantemente alabados. Su yo inseguro requiere del bálsamo de la adulación para sentirse bien. Los ofenden porque tienen una muy tenue buena imagen de sí mismos y todo lo que perturba esa frágil imagen lo toman como agresión.
            Pero si nos contentamos con agradar a Dios, no nos molestan nuestras deficiencias y nuestros defectos. Nos basta tener nuestra suficiencia en Dios que todo lo puede... a pesar de nuestros defectos, porque sabemos que a despecho de nuestras deficiencias, Él obra a través nuestro.
            Si uno sabe que ha hecho lo que tenía que hacer, y que la finalidad de todos sus actos es servir a Dios, no le importa lo que la gente piense de él, porque la única opinión que realmente cuenta es la de Dios. Y aunque uno nunca puede satisfacer las demandas de Dios, sabemos que si actuamos con rectitud de conciencia Él suplirá lo que nos falta.
            La virtud de la simplicidad evita ofender a las personas en la conversación, porque es conciente de que aún con nuestras palabras debemos amarlas.
            Sin embargo, si alguna vez, por excesiva franqueza, uno se expresara de una manera que pudiera hacerlo quedar mal ante los demás, que pudiera desmerecerlo, no se inquieta por ello, sabiendo que todo está en manos de Dios, incluso la opinión que otros tienen de uno.
            La simplicidad nos permite alabar a Dios y darle gracias en todas las circunstancias, y por todo lo que nos suceda, aunque sea doloroso, o desagradable, o contrario a nuestros intereses, pensando que nada ocurre sin que Dios lo permita. Y si Él lo permite por alguna buena razón será... que ahora no vemos.
            La simplicidad ve a todas las personas, malas o buenas, creyentes o incrédulas, amigas u hostiles, reposando en el regazo de Dios que las creó, y que las ama tal cual son, así como nos amaba a nosotros antes de que nos volviéramos a Él, a pesar de todos nuestros defectos y errores. Si vemos a la gente en sus brazos no nos ocuparemos en juzgarlos o en criticarlos. (Sin embargo ¡Cuántas veces lo hago yo!) Si Dios me amó y fue misericordioso conmigo a pesar de todo ¿como no lo seré yo también con mi prójimo? (23.04.03)
Notas: 1. Reina-Valera 60 trae acá "sencillez"; otros ponen "santidad", "pureza", etc. La palabra griega aplótes es traducida de diversas maneras, pero "simplicidad" expresa aquí mejor el sentido de unidad. Así la traduce también la King James Version. Es posible que RV evite usar "simplicidad" por su parentesco con el sentido que tiene "simple" (necio, ignorante) en el Antiguo Testamento.
2. En términos modernos, porque en tiempo de Jesús no había cubiertos ni manteles; los comensales no se sentaban a la mesa, sino se recostaban en divanes.
NB. Este artículo fue publicado por primera vez hace diez años en una edición limitada. En esa ocasión hice hincapié en reconocer mi deuda con un pequeño libro anónimo titulado "El Alma Santificada", que reúne pensamientos de autores antiguos sobre diversos temas, y que me ha proporcionado las ideas matrices de este texto.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#784 (23.06.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).