miércoles, 29 de mayo de 2013

MATRIMONIO Y FELICIDAD - Pasajes Seleccionados

Pasaje seleccionado de mi libro
“MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO”

MATRIMONIO Y FELICIDAD

La primera obligación del hombre casado es hacer feliz a su mujer. Los hombres se casan para ser felices, pero ¿puede un hombre ser feliz en el matrimonio si su mujer no es feliz? Para casarse se necesitan dos. Para ser felices en el matrimonio también se necesitan dos. No puede ser el hombre feliz él solo si es que ella no es feliz. Y viceversa, la mujer no puede ser feliz ella sola si no hace feliz a su marido.
Naturalmente es obligación de ambos hacerse felices el uno al otro… Es algo recíproco. Para eso se casan. Dios los creó para que sean uno no en la infelicidad sino en la felicidad. Pero la responsabilidad principal en esta tarea incumbe al hombre. Para eso él es el sacerdote de su casa.
(Pág 107.  Editores Verdad y Presencia, Tel. 4712178)


¿EXISTE EL INFIERNO? III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿EXISTE EL INFIERNO? III
La Eternidad Del Castigo
Habría que considerar, en primer lugar, por qué motivo todo pecado que no haya sido expiado y perdonado en vida, debe ser castigado más allá de la muerte.
La palabra de Dios dice muchas veces que Él paga a cada cual según sus obras. La misericordia divina borra las faltas de todos los que arrepentidos se acogen a ella, pero Dios no sería Dios si Él no impusiera un orden justo en su creación, esto es, si Él no añadiera a sus leyes justas una sanción adecuada, proporcional a la ofensa, que recaiga sobre los que las violen y no se arrepientan. La justicia de Dios demanda que haya retribución y castigo, así como que también haya premio.
En el mundo todo el que viola el orden social es sancionado con todo el peso de la ley. De lo contrario reinaría el caos; es decir, si los delitos quedaran impunes, peligraría el orden establecido. Similarmente, en la esfera moral, todo delito debe ser castigado de una manera adecuada, a fin de que se mantenga el orden en esa esfera.
Si Jesús no hubiera sabido qué terrible destino aguarda a los pecadores empedernidos, no les habría advertido con tanta insistencia acerca del peligro que corren. Si Él hubiera creído que al final todos se salvan, no hubiera hecho advertencias tan solemnes como las que pronuncia en la escena del Juicio de las Naciones en Mateo 25:46, donde dice textualmente: “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” De no ser el infierno el lugar de tormento sin fin que Él anuncia solemnemente, Él habría mentido en ese crucial pasaje.
Vale la pena notar que la noción del infierno eterno no es exclusiva del Antiguo Testamento ni del cristianismo. También creían en él autores paganos que no tenían el beneficio de la revelación (Por ejemplo, Platón en “Gorgias”, Píndaro en “Olimpia”, Plutarco en “De Sera Vindicta”). En cambio, según el judaísmo rabínico, el infierno dura tan solo once meses, siendo en realidad una especie de purgatorio. Es natural pues, que ellos no sientan la necesidad de un redentor que asuma las culpas humanas.
Hay que reconocer, sin embargo, que no es posible demostrar la eternidad del castigo por medio de argumentos lógicos irrefutables, porque es una verdad revelada. Hay verdades que no pueden ser probadas apodícticamente fuera de la revelación, tales como la trinidad, o la eternidad de Dios, o la encarnación de Jesús, etc. Pero sí pueden darse razones que muestren lo razonables que son.
Hay muchas razones que nos pueden mostrar, asimismo, lo razonable que es que la sanción del pecado sea eterna.
En primer lugar, el pecado no arrepentido produce en el alma un desorden moral irreparable, esto es, la separación de Dios (Is 59:2), cuya sanción debe mantenerse mientras el desorden no sea reparado. Sólo el arrepentimiento y el perdón subsanan el desorden. Si ambos no se producen antes de la muerte, la sanción no puede ser levantada. Para que sea adecuada, la sanción debe durar tanto como el desorden producido, es decir, mientras no haya arrepentimiento y perdón. Si el hombre muere sin arrepentirse, por lógica elemental, la sanción será necesariamente eterna, puesto que no hay lugar para el arrepentimiento después de la muerte.
En segundo lugar, el pecado es una ofensa contra la dignidad infinita de Dios. Es una verdad axiomática que cuanto mayor sea la dignidad de la persona ofendida, mayor es la gravedad de la falta. Dicho de otro modo, la gravedad de la ofensa aumenta con la dignidad de la persona ofendida. Por ejemplo, no es lo mismo ofender a un ciudadano común y corriente, que ofender al Presidente de la República, que encarna a la nación.
Al cometer un pecado grave el pecador prefiere un bien finito (una satisfacción personal momentánea, o poco o más duradera) al bien infinito y eterno que es Dios. Se ama sí mismo más que a Dios.
Siendo Dios infinito, la gravedad de la ofensa hecha a Dios es infinita y sólo puede, por tanto, ser reparada por un ser que sea él también infinito, esto es, por Dios mismo. No hay acto o sacrificio humano, cuyo valor es inevitablemente finito, que pueda repararla. Esa es la razón principal de la encarnación de Jesús. Sólo Dios mismo puede expiar el pecado humano y redimir su falta.
Habiendo hecho esa expiación por medio del sacrificio de su Hijo, Dios le ofrece al hombre la posibilidad de beneficiarse de ella. ¿Cómo? Creyendo en Jesús y reconociendo que Él lo salvó expiando sus pecados. El que rechaza esa oferta generosa, se condena a sí mismo al castigo eterno del que Jesús le ofrece librarlo.
Si el pecador desprecia el don de la salvación y el beneficio de la redención que Dios gratuitamente le ofrece, como vemos que ocurre con trágica frecuencia, su ofensa es irreparable y el castigo sin término.
En tercer lugar, Dios no puede ser burlado. La ofensa hecha a Dios debe tener una sanción eficaz y adecuada. Si la pena del infierno no fuera eterna, el pecador permanecería en su rebelión. En otras palabras, si el infierno no fuera eterno, no sería realmente infierno.
En cuarto lugar, por una razón de equilibrio y de justicia, si el premio del justo es eterno, el castigo del pecador que no se arrepiente debe serlo también.  Si la misericordia  de  Dios  es eterna, su justicia por necesidad lo es también. De ahí que el ángel que Daniel vio en visión le dijera: “Y muchos de los que duermen serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.” (Dn 12:2). El destino final de unos y otros es igualmente interminable.
¿Podemos imaginar a un  juez que condene a un delincuente a la pena de muerte por un lapso de diez años? Sería absurdo, porque una vez ejecutado, el sentenciado no vuelve a vivir. Su sentencia es definitiva. Igual sucede con el castigo divino, cuando su intención es retributiva y no sólo correctiva. Su sentencia es irreversible.
Sin embargo, se ha objetado que la perpetuidad del castigo es incompatible con la perfección de la justicia divina, porque el sufrimiento debe ser proporcionado a la falta. Si la satisfacción del pecado dura un momento, ¿cómo puede merecer un castigo eterno? Hay ahí, se aduce, una desproporción demasiado grande y manifiesta para ser ignorada. De otro lado, se objeta que si el castigo de todos los pecados es eterno, todos los pecados, cualquiera que fuera su gravedad o su naturaleza, recibirían un castigo igual, lo que es contrario al sentido común. Por último, se argumenta que la eternidad del castigo haría que el sufrimiento inflingido sea mucho mayor que el placer proporcionado por el pecado.
Pero el castigo debe ser proporcionado no al placer fugaz proporcionado por el pecado, sino a la gravedad de la ofensa hecha a Dios. El asesinato, por ejemplo, dura un instante, pero es castigado con la pena de muerte, o con la prisión perpetua, porque el castigo debe ser proporcionado a la gravedad del delito cometido, no a su duración. ¿Debería durar el castigo del asesino sólo los segundos que demoró en matar? No, porque el acto de matar suele ser precedido de muchas acciones separadas que conducen a él y, con frecuencia, es resultado de una larga planificación.
Pero aun si ése no fuere el caso, hay faltas cuya gravedad no se mide en términos del tiempo que dura cometerlas, sino en función de la gravedad del hecho en sí.
A la objeción mencionada poco más arriba de que la eternidad del castigo hace que todos los pecados sufran igual pena, cualquiera que sea su gravedad, se contesta diciendo que aunque la eternidad del castigo sea para todos los pecados igual, eso no significa que la severidad del castigo sea en todos los casos igual, porque puede variar y ser graduada de acuerdo a la gravedad de la falta. Es decir, no todos los condenados al infierno eternamente sufren  por  igual.  La  intensidad  de  su sufrimiento está condicionada por la gravedad de los pecados cometidos.
La intensidad del castigo debe ser proporcional no al placer o al beneficio proporcionado por el pecado, sino a la gravedad de la ofensa hecha a Dios que además, en parte, depende del grado de conciencia que tenga el ofensor al pecar. A mayor conciencia, mayor culpa.
Contra la eternidad del castigo se han alzado varias posiciones doctrinales que la cuestionan. Mencionaremos tres de las más importantes: el aniquilacionismo, la inmortalidad condicional, y la “apokatastasis” o restauración final.
Los promotores de la primera sostienen que la justicia divina demanda la aniquilación del ofensor, cancelando el beneficio de la existencia. El ser humano fue creado inmortal y con derecho a gozar de vida eterna, pero el pecado cancela ese derecho. “La paga del pecado es muerte.” (Rm 6:23) en sentido literal. Según esa teoría, al morir el pecador, Dios ordenaría su extinción. Pero si todos los pecados fueran castigados con la aniquilación del ofensor, todos los pecados recibirían igual castigo, no un castigo proporcionado a la gravedad de la falta. La perfección de la justicia divina exige que se imponga en todos los casos un castigo proporcional a la gravedad de la falta.
Decía un teólogo del pasado: El pecador obstinado desea su aniquilación porque ella lo libra de Dios, el juez justo. Sin embargo, si accediera a ese deseo Dios se vería obligado a deshacer algo que Él ha creado con la intención de que dure para siempre, esto es, la vida humana. El universo no fue creado para que perezca. ¿Debería el alma humana extinguirse solamente porque no desea reconocer la existencia y soberanía de Dios? No, el alma y el espíritu humanos, la creación más preciosa de Dios, vivirán para siempre, a imagen de su Creador. Es posible manchar el alma, pero no es posible destruirla. Dios, cuya justicia ha sido desafiada por el pecador, convierte aún a las almas perdidas en imágenes de su ley eterna, en heraldos de su justicia.
Según la teoría de la inmortalidad condicional el hombre es un ser mortal. La muerte pone punto final a su existencia, pero a los que creen Dios les concede como premio el privilegio de la inmortalidad, de modo que vuelvan a la vida y resuciten.
Pero las dos teorías antedichas chocan con el repetido testimonio de las Escrituras que afirman que el castigo de los impíos es interminable. Isaías 66:24 dice: “Y saldrán, y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí; porque su gusano nunca morirá ni su fuego se apagará, y serán abominables a todo hombre.” La frase subrayada es citada por Jesús en Mr 9:43-48, pasaje en el cual Jesús afirma cuatro veces que el fuego del infierno no puede ser apagado.
Son muchos los lugares del Antiguo y del Nuevo Testamento que afirman sin ambages la eternidad del castigo. Para muestra mencionemos Isaías 33:14: “¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas?” (cf Jr 17:4).
Mt 18:8: “Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno.” (cf Jd 6 y 7, donde el autor habla de prisiones eternasy del “castigo del fuego eterno.”)
2Ts 1:9: “los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder.” Ese versículo, dicho sea de paso, define en qué consiste la pena mayor del infierno: ser excluido para siempre de la presencia de Dios, que el hombre, liberado del velo de la carne, anhela con todas sus fuerzas.
Ap 14:11a: “Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos…” Ap 20:10: “Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche, por los siglos de los siglos.”
La doctrina de la “apokatastasis”, o restauración final, sostiene que al final de los tiempos todas las cosas serán restauradas en Cristo, los condenados al infierno serán liberados de su prisión, y hasta Satanás mismo se arrepentirá y será perdonado. Esta teoría, que tendría cierto apoyo bíblico en Col 1:18-20, pero que choca abiertamente con Ap 20:10, citado arriba, tiene su origen en las ideas del padre de la iglesia, Orígenes (185-254), acerca de la preexistencia de las almas y de la libertad humana, e influyó en parte en el pensamiento de algunos maestros de la Escuela de Antioquía (siglos 3ro al 5to). Sin embargo, fue combatida por la mayoría de los teólogos de ese tiempo, especialmente por Jerónimo y Agustín, y fue condenada severamente como herética en el 2do. Concilio Ecuménico de Constantinopla, el año 553.
Nótese que las teorías que niegan la eternidad del castigo chocan con la realidad del sacrificio sustitutorio de Cristo en la cruz. Si el castigo después de la muerte es sólo correctivo y, por tanto, transitorio, y no retributivo e interminable, ¿qué necesidad había de que el Verbo de Dios se hiciera hombre y viniera a expiar nuestros pecados en lugar nuestro? Como bien dice W. Shedd, “Si el pecador mismo no está obligado por la justicia a sufrir para satisfacer la ley que ha violado, entonces ciertamente nadie necesita sufrir por él con ese propósito.” En otras palabras, si el infierno no es eterno, no hay necesidad del Calvario. Jesús vino a morir a la tierra precisamente a causa de la eternidad del infierno.
Hay algunas conclusiones implícitas en la doctrina del destino final que debemos señalar. En primer lugar, las decisiones que tomamos en esta vida determinan nuestra condición futura por toda la eternidad. ¡Tengamos cuidado!
Segundo, las condiciones de esta vida son transitorias. Por muy penosas que puedan ser, son poca cosa comparadas con la eternidad.
Tercero, nuestro estado futuro será de una intensidad vivencial desconocida en la tierra. La felicidad del cielo será algo inimaginable para nosotros ahora. Asimismo, la intensidad del sufrimiento eterno es inimaginable en términos humanos, mucho más allá de lo que el hombre está acostumbrado a soportar en la tierra. Pero ese sufrimiento es consecuencia natural de haber rechazado a Dios.
Muchos son, oh Jesús, los que pretenden negar la eternidad del castigo del que tú viniste a librarnos. Yo reconozco que con tu muerte en la cruz tú me salvaste de las llamas del infierno que merecían mis faltas. Me arrepiento sinceramente de todas ellas. Perdóname, Señor y lávame con tu sangre. Entra en mi corazón y toma control de mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.


#777 (05.05.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 22 de mayo de 2013

LOS PADRES Y SUS HIJOS


Pasaje seleccionado de mi libro
“MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO”

LOS PADRES Y SUS HIJOS
La fuerza del hombre se manifiesta en el cariño, en la ternura con que trata a sus hijos, pero suele ser al revés, o pretende ser al revés. Yo creo que no hay mayor debilidad en un hombre que tratar con dureza a sus hijos cuando no es necesario, o sea, cuando no es cuestión de disciplina.
Es importante que los niños sean tratados con respeto… porque su seguridad futura en sí mismos va a depender del respeto que les muestran sus padres. Si sus padres los tratan sin respeto, sin consideración, como es común entre nosotros, el niño se siente inferior, y cuando salga más tarde a luchar por la vida se va a sentir en inferioridad de condiciones frente a los que son seguros de sí mismos. Muchos complejos vienen de ahí. Trata a tu hijo con respeto para que no se sienta inferior, no para que se sienta superior tampoco, sino que sienta que él es capaz de muchas cosas y tenga seguridad ante los demás.
(Págs. 168 y 169 Editores Verdad y Presencia, Telf 471-2178)

ANOTACIONES AL MARGEN XXXV


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ANOTACIONES AL MARGEN XXXV
Para interiorizar el sentido de cada idea sugiero no leer este artículo de corrido sino hacerlo meditando cada párrafo.

* A Dios le gusta hacerse rogar y dejarse vencer por el que ora. ¡Qué bella idea y qué cierta! Me recuerda la parábola de la viuda y del juez injusto (Lc 18:1-8).
* El tiempo pasado futilmente es tiempo robado a Dios.
* ¿Qué pensaríamos de alguien que no quisiera dar a los demás lo mejor de sí, en su profesión, en su trabajo, o en su ocupación, cualquiera que fuere, sino que pensara que basta que dé lo menos bueno de sí, es decir, que no quiera hacer mayor esfuerzo para desempeñar su oficio? Lamentablemente eso es lo que ocurre con mucha gente que ocupa cargos públicos, o que se desempeña como médico, como abogado, magistrado, funcionario, etc. ¡Cuánto daño hacen y cuánto sufrimiento causan!
* “El primer enemigo al que hay que vencer es el yo”. Es decir, yo soy mi propio enemigo. Por eso tengo que vencerme a mí mismo, para convertirme en mi mejor aliado.
* “Lo que tú les das, me lo das a mí.” Éste es un pensamiento que está grabado con letras de fuego en los Evangelios: Todo lo que hacemos al hombre se lo hacemos a Dios. Todo el bien, todo el mal. ¡Cuánta responsabilidad asumimos! ¡Y cuántas lágrimas derramaremos algún día por haber tratado a Dios de la manera como lo hicimos, como al más miserable de los seres humanos!
* Nosotros tenemos por costumbre imponer nuestra manera de ser, nuestros hábitos, nuestros gustos, nuestros intereses, a los demás como si fuera lo más natural del mundo, pero nos rehusamos a hacer lo recíproco.
* La justicia retributiva de Dios se manifiesta en las guerras que asolan a los pueblos, incluso a los que son inocentes. Pero una guerra en el Medio Oriente no afectaría mucho a los pueblos europeos. En cambio la crisis del Euro sí está haciendo sufrir a muchos de ellos. Los economistas y las autoridades ignoran que las causas de esa crisis son espirituales.
* El que busca la riqueza material por lo general la encuentra, pero como no busca la riqueza espiritual, carecerá de ella. A la larga ¿cuál es mejor? Pero muchos no le dan importancia a la segunda y se ríen de ella. No saben cuán grande es su pérdida.
* La gente se enamora de los “gadgets” que inventa la tecnología y que pronto quedan obsoletos o pasan de moda, pero que los distraen de las cosas que tienen verdadero valor.
* Las cruces que abrazamos nos acercan a Dios.
* El lujo en que vivimos es un augurio de la pobreza de nuestra morada eterna, o quizá peor, del ardor del fuego eterno.
* La felicidad que no se encuentra en Dios es pasajera y engañosa.
* Todo acto malvado tiene su origen en falta de amor. El criminal que mata para robar no siente nada por su víctima, salvo quizá odio, porque tiene lo que él codicia. Pero quién sabe si el instinto del amor fue ahogado en su infancia por el maltrato que sufrió, o por la indiferencia con que fue tratado por quienes debieron amarlo. Así pues, la falta de amor tiene consecuencias de largo alcance. Así se encadenan las causas que provocan el sufrimiento humano. El menosprecio conduce al resentimiento, y éste, al deseo de venganza. ¿Quién sale ganando? El enemigo que se goza en el sufrimiento humano.
* Cuanto más te acoges a Dios, más estrechamente te cierra Él contra su pecho.
* Dar de comer al hambriento es una obra que trae gran recompensa. Pero pocos la practican. Creen que hay otras cosas más importantes. Pero fue la primera cosa que mencionó Jesús en el famoso pasaje del juicio de las naciones en Mateo 25:35, y que tiene muchos antecedentes en el Antiguo Testamento (Sal 146:7; Ez 18:7,16). En suma, satisfacer las necesidades de nuestros semejantes es lo que Dios espera de nosotros porque es lo que ordena el segundo mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22:39). Si no lo ayudas no lo amas. Si no lo socorres es porque ha muerto un lado de tu alma. Pero no es lo mismo dar para que otros den por ti, que dar uno mismo. Esto tiene más valor, porque nos pone en contacto con el pobre al que se debe amar por muy desagradable que sea.
* El pecado produce oscuridad en el alma, pero el arrepentimiento hace que de nuevo brille el sol en ella y disipe las tinieblas.
* El premio que recibiremos en el cielo será mayor que el que hayamos merecido porque Jesús suple a nuestras deficiencias.
* Apocalipsis dice que sus obras siguen a los salvos (Ap 14:13) y determinan cómo se porte Jesús con ellos.
* Jesús habita en todos los creyentes, pero nos hace sentir su presencia en mayor o menor medida según sea la intensidad de nuestro amor por Él.
* Dios es nuestra esperanza, nuestra única esperanza.
* Jesús recibe los golpes que el mundo asesta a sus discípulos, y los recibe antes que ellos, porque Él conoce el futuro.
* La sociedad moderna quiere expulsar del mundo a Dios que lo ha creado. Ellos lo ignoran, no lo reconocen como su Creador; quieren ser autónomos. No se dan cuenta de que sin Él son nada, menos que marionetas, porque Dios es el sustento de su existencia. ¿Qué pensaríamos de unas marionetas que se rebelaran contra el titiritero que mueve los hilos que a su vez los mueven a ellos? Diríamos que están locos. Permanecerían inútiles, tirados en el piso, sin vida. Eso sucede a todos los que se rebelan contra Dios.
* “El amor que me brindas viene de mí”. En efecto, si nosotros amamos a Dios es porque su amor ha sido derramado en nuestros corazones (Rm 5:5).
* Si yo deseo intensamente estar unido a Cristo, lo estaré; pero si lo deseo sólo tibiamente no haré muchos progresos.
* ¿Cómo abandonarnos totalmente a la voluntad de Dios cuando nos aferramos a nuestros deseos y preferencias?
* Si reconozco que soy incapaz, Dios me capacita. Pero si me creo capaz, Él me abandona a  mis propias fuerzas.
* Que mucha gente nazca, crezca y muera sin conocer a Dios es una tremenda tragedia, pero al menos tienen la luz de su conciencia que puede salvarlos (Rm 2:14-16); aunque no todos, porque algunos, a fuerza de violarla, la han apagado.
* ¿Por qué buscan los hombres ser reconocidos y aclamados? Nada puede evitar que seamos reconocidos por Dios y eso es lo único que importa.
* Jesús dijo: “Entrad por la puerta estrecha” (Mt 7:13). Nadie puede entrar por la puerta estrecha sin ser humilde. Los piadosos orgullosos se quedan afuera.
* El rico debe cultivar un desprendimiento absoluto de sus riquezas.
* Hay quienes disfrazan su amor descontrolado de sí mismos en amor por una persona en particular. La aman por el bien que obtienen de ella.
* Dios puede hacer que muchos imposibles se vuelvan posibles. De hecho eso es lo que ha ocurrido con los avances tecnológicos de los últimos tiempos. Lo imposible, lo inimaginable, se ha vuelto posible. No es el hombre, es Dios quien lo ha hecho.
* He aquí la gran tragedia de muchos de los que se condenan: No quieren ser salvados, sea porque niegan que exista el infierno, sea porque no reconocen que viven en pecado, o que están obrando mal. Justifican sus actos de mil maneras a pesar de que no ignoran la ley de Dios. Dios puede tocar los corazones de muchos y cambiarlos, pero hay algunos cuyo endurecimiento es definitivo.
* Cuanto más suframos por seguir a Cristo mayor será nuestra recompensa. Eso es una idea que muchas almas tibias rechazan, pero que inspiró y dio constancia a los mártires de los primeros siglos.
* ¡Qué cierto es que el amor encendido que unos tienen por Cristo inspira a otros a imitarlos y a contagiarse del mismo amor!
* ¡Cuán grande es el pecado de rebelión en la iglesia y cuánto daño hace! Los más dañados son los rebeldes mismos.
* Si los que han recibido el encargo de alimentar la devoción al Señor en otros, son ellos mismos tibios ¿qué cosa pueden inspirar en otros sino tibieza?
* Sólo el que es santo en toda su manera de vivir (1P 1:15) puede guiar a otros a la santidad.
* Cuando el pecado corrompe el corazón del creyente, su fe se enfría y el amor muere.
* ¿Cómo podemos nosotros, estando en el mundo, ocuparnos de dar gloria al Nombre de Dios? Haciéndolo de una manera franca y directa, siempre que se presente la ocasión, aunque el mundo nos rechace y ridiculice. Pero hay que hacerlo también con tino.
* Las cosas tienen para uno el valor que uno les da. Sin embargo, aparte de eso, tienen un valor objetivo, intrínseco, que no depende del que uno les otorga, y es el que más cuenta.
* ¡Ay de aquellos que son piedra de tropiezo para otros! ¡Ay de aquellos que hacen caer a otros en pecado! Jesús dijo: Mejor sería que les atasen una piedra de molino al cuello y que los echasen al mar (Lc 17:1,2). Ese sufrimiento sería menor que el que les espera en el infierno. Si los responsables de los medios de comunicación, de las radios, y de los canales de TV, y de los diarios y revistas; si los dueños de las discotecas que promueven una vida de pecado presentándolo como una cosa atractiva y hacen caer a tantos, supieran el daño que hacen y el suplicio que les espera, renegarían de lo que están haciendo y se arrepentirían. Pero carecen de fe. Si la tuvieron alguna vez, la han perdido. El amor al dinero se la ha robado. No creen en el castigo eterno. ¡Qué necesidad hay de advertir a esa gente acerca de la condenación al fuego inextinguible que les espera!
* Jesús dijo: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mt 7:1). Podría también haber dicho en nuestro idioma: No acuséis para que no seáis acusados. Aunque a veces, debido a nuestra posición, podemos vernos en la obligación de juzgar, o de acusar a otros, siempre es mejor que nos acusemos a nosotros mismos, pues tenemos delante de Dios muchos motivos para hacerlo.
* Desgraciadamente no todo lo que yo hago le da gloria de Dios, y eso es un lastre muy pesado en mi vida espiritual.
* Las campanas de las iglesias deberían doblar a duelo por cada persona que muere sin reconciliarse con Dios.
* Dios es débil con sus criaturas en el sentido de que se apiada de ellas y no se anima a castigarlas cuando lo merecen.
* Mi miseria, mi debilidad, conmueven a Dios.
* ¿Puede Jesús sufrir en el cielo a causa de la infidelidad e ingratitud de los hombres?
* Muchos creyentes cuando hacen algo para Dios, cuando predican y la gente se convierte, tienden a creer que son algo, olvidando que no son ellos sino el Espíritu Santo que actúa a través de ellos quien hace la obra, y que ellos siguen siendo nada más que siervos inútiles (Lc 17:10).
* Cuanto más sencillamente vivamos, aún gozando de comodidades, o aún siendo ricos, más cerca de Dios estaremos.
* Cuando estábamos lejos de Dios ya Él pensaba en nosotros esperando el momento de atraparnos en sus redes de amor.
* Estar atentos al sufrimiento de otros y estar siempre dispuestos a ayudarlos es algo que todos deberíamos aprender para asemejarnos a Jesús, pues Él lo practicaba.
* ¿Por qué hiere la maledicencia tanto al maldiciente como a su víctima? Porque tarde o temprano se vuelve contra el primero y sufrirá inevitablemente las consecuencias.
* Aunque nos cueste admitirlo, Jesús, siendo Dios, está presente aun en los antros más asquerosos del pecado. Está sufriendo e intentando salvar a los que ahí se arrastran.
* Un pecador que se arrepiente ha dejado de serlo.
* La humildad es mucho más poderosa que la soberbia aunque parezca lo contrario, porque a la larga triunfa.
* Hay grandes pecadores que se convierten, y otros que no. ¿De dónde viene la diferencia? Sólo Dios lo sabe, pero me atrevería a especular que el elemento crucial es la presencia del orgullo en los segundos.
* Los que rechazan convertirse no saben lo que les espera. Si lo supieran retrocederían aterrorizados.
* Los cristianos nunca deben hablar mal de otros cristianos, de los que pertenecen a otras iglesias, a otras denominaciones, porque sus palabras son latigazos que Cristo recibe. Si discrepamos debemos hacerlo en amor.
* En el cielo no hay lugar para los soberbios, así hayan salvado a miles (Mt 7:21-23)
* Todo el que se jacta de lo que Dios le da, lo pierde.
* Los avances de la tecnología de las comunicaciones, en particular el Internet y los celulares, que atrapan la atención de la gente en sus redes fascinantes, conspiran para alejar a los cristianos de la lectura de la palabra de Dios, que es su alimento. Al alejarse de la palabra los creyentes empiezan a padecer de desnutrición. De esa manera pueden ser fácilmente victimas del león rugiente que merodea buscando a quién devorar (1P 5:8).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, es muy importante que adquieras esa  seguridad. Con ese fin yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#776 (28.04.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 14 de mayo de 2013

UN MODELO DE AMOR CONYUGAL


Pasaje seleccionado de mi libro
“MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO”

UN MODELO DEL AMOR CONYUGAL.
En las Sagradas Escrituras encontramos más de una referencia que nos
muestra que el amor de Dios por su pueblo, el amor de Dios por el alma humana, es el modelo del amor conyugal, del amor del esposo por su esposa que Dios nos propone.
La más saltante está en Efesios, y dice así: "Maridos, amad a vuestras mujeres así como Cristo amó a su iglesia, y se entregó a sí mismo por ella" (5:25). ¿Cómo amó Cristo a su iglesia? Dando su vida por ella. Este amor debe ser el modelo del amor que el marido tenga por su mujer. Debe amarla hasta dar la vida por ella. Esto quiere decir que le entrega todo su ser, sin reserva y que está dispuesto a morir por ella si fuera necesario.
¿Y cómo debe amar la mujer a su marido? Con la fidelidad y la misma entrega sin reservas que Cristo espera de nosotros, los miembros de su cuerpo. Ni más ni menos. Toda forma de amor, todo grado de amor que no alcance a este ideal mostrado en las Escrituras, está por debajo de lo que Dios espera del matrimonio de cada uno de ustedes, queridos lectores si están casados o están por casarse.
(Estos párrafos están tomados de la pag  25 de mi libro MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO, impreso por Editores Verdad y Presencia. Tel 4712178)

viernes, 10 de mayo de 2013

NO AMÉIS AL MUNDO II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.

NO AMÉIS AL MUNDO II

He escrito dos artículos con este título: Un comentario puntual de 1Juan 2:15-17, impreso el 2006, y el presente, que fue publicado primero, en diciembre del 2000, en una edición limitada, a pesar de lo cual le he asignado el número II. Ésta es su tercera impresión.
Cuando el hombre, o la mujer, recién convertidos empiezan su nueva vida en Cristo, se enfrentan a un gran reto: ¿Cómo vivir de acuerdo a la fe que ha renovado sus vidas y, al mismo tiempo, permanecer en el ambiente que los rodea y que rechaza el cambio que se ha efectuado en ellos? ¿Cómo ser fiel a Dios y vivir en paz en un mundo que rechaza a Dios?
Jesús advirtió premonitoriamente a sus discípulos antes de despedirse de ellos:  "Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo. Pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, el mundo os aborrece" (Jn 15:19).
La oposición del mundo es inevitable. Pero Dios no nos ha sacado del mundo al escogernos. Al contrario, nos manda permanecer en él. Entonces la pregunta es: ¿Cómo no ser del mundo y a la vez estar en el mundo? ¿Cómo conciliar ambos contrarios?
En la oración que Jesús elevó al Padre mientras caminaba con sus discípulos hacia Getsemaní, Él dijo: "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal" (Jn 17:15). Esto es lo importante: ser guardado del mal. Y añadió: "No son del mundo como tampoco yo soy del mundo" (17:16). Él no era del mundo, pero actuó en el mundo, predicó a las masas, enseñó e hizo milagros entre la gente. Él quiere que nosotros actuemos en el mundo, lo cual implica sufrir la misma oposición del mundo que sufrió Él. Enseguida Jesús pidió: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad" (17:17). Porque, si no se santifican ¿cómo podrían ser guardados del mal?
Así pues, debemos permanecer en el mundo sin participar del mundo, y debemos ser santificados por la palabra y la comunión con Dios para ser guardados del mal que hay en el mundo. La pregunta ahora es: ¿Qué es el mundo?
El mundo, en el sentido que Jesús da aquí a esa palabra, no es el universo, la tierra, ni siquiera la humanidad, sino aquella esfera de la sociedad, que no conoce a Cristo y que está sujeta al "príncipe o dios de este mundo" que la gobierna. En buena cuenta, lo que llamamos "el mundo" está formado por la gran mayoría de los seres humanos que caminan sobre la tierra y que viven alejados de Dios y que son, en los hechos, enemigos de Dios aunque no sean concientes de ello.
En esa esfera reina una mentalidad mundana, frívola, superficial, amable en apariencia pero cruel en realidad; una manera de ser y comportarse característica de las mayorías incrédulas, en la que nosotros antes nos complacíamos, y que nos cuesta tanto abandonar, porque nos halagaba. ¿En qué consiste esa mentalidad?
En primer lugar, en tener los ojos puestos en las cosas de la tierra, en las cosas que se ven, ignorando las cosas del cielo, las cosas que no se ven, negando incluso que existan o burlándose de ellas. Ése es el gran contraste al que alude Pablo: Él dice que los que son de Dios no miran "las cosas que se ven sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas." (2Cor 4:18). En esto consiste en buena parte la diferencia y el reto: ¿En función de qué vives? ¿De lo que se ve o de lo que no se ve? Es una diferencia decisiva. La gran mayoría vive de lo primero.
En segundo lugar, el mundo se caracteriza por la exaltación del ego, por la búsqueda del éxito mundano, por la ambición y el amor al dinero. Por el contrario, el camino trazado por Jesús para sus discípulos consiste en la negación de sí mismo (Mt 16:24), en la renuncia a muchas satisfacciones (Lc 18:29), y en el desprecio del dinero (Mt 5:4; 1Tm 6:7,8).
Esto último nos coloca ya en un conflicto con la gente que nos rodea, que no comprende cómo nosotros vemos las cosas, y a la que no podemos explicárselo, porque no lo entienden, como dijo también Pablo: "Pero el hombre natural no percibe las cosas del Espíritu, porque para él son locura, y no las puede entender porque se han de discernir espiritualmente." (1Cor 2:14). Tratar de explicar ciertas cosas a la gente es como echar perlas a los cerdos, según las palabras de Jesús (Mt 7:6).
En tercer lugar, hay una sabiduría del mundo, terrenal y diabólica, pero sumamente práctica y eficaz en su propio campo. Una sabiduría que nos propone métodos y medios que el cristiano no puede usar porque se oponen a la sabiduría divina y al amor al prójimo: "Porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino es terrenal, animal, diabólica..." (St 3:15). La inteligencia astuta y egoísta del mundo enseña a triunfar sobre los demás, si es necesario pasando sobre sus cadáveres. Es la sabiduría que impera, por ejemplo, en el mundo de la política y de los grandes negocios.
El cristiano que vive en el mundo, y cuyas necesidades y responsabilidades temporales no han cambiado al convertirse, pero que renuncia a la sabiduría y tácticas del mundo, se encuentra muchas veces en inferioridad de condiciones, enfrascado en una lucha por la vida que no puede evitar. Está en la condición de un boxeador al que le hubieran quitado los guantes de boxeo que dan "pegada" a sus "ganchos" y que le protegen los nudillos. Si sólo se apoya en sus propias fuerzas está en peligro de ser derrotado.
Pero no necesita ni debe mantenerse en esa condición de inferioridad. A él le es dado, por la gracia, transformar su mente, sus deseos y su manera de obrar, como dice Pablo: "No os conforméis a este mundo, sino transformaos por la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios: buena, agradable, perfecta." (Rm 12:2)
Si él renueva su mente ya no luchará en inferioridad de condiciones, no luchará en el terreno que le plantea el enemigo, sino en el que él escoja, y contará con el apoyo de un gran aliado: "Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?”  (Rm 8:31).
Él aprenderá a "no ser vencido por el mal, sino a vencer con el bien el mal" (Rm 12:21).
El apóstol Juan nos muestra cuáles son los campos en los que se debe llevar a cabo esa transformación necesaria de nuestra mente y las trampas que nos pondrá el enemigo para impedir ese cambio: "No améis al mundo ni a las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre sino del mundo" (1Jn 2:15,16).
He aquí pues tres aspectos principales del mundo: los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida. Examinémoslos.
Los deseos de la carne son aquellos impulsos que nos inclinan a satisfacer los apetitos de los sentidos: buena comida hasta el exceso (gula); bebidas espiritosas que nos hacen perder el dominio de nosotros mismos (embriaguez); el amor del ocio y de los entretenimientos que nos llevan a "matar el tiempo" en distracciones vanas y peligrosas, que no demandan esfuerzo; la sensualidad que no sólo es sexo, sino también bailar, flirtear, seducir, deleitarse contemplando lo que no se debe. Cosas éstas que el mundo promueve y vende con mucho éxito.
Pablo plantea la ley de los opuestos en este combate: "Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, y ambos se oponen entre sí para que no hagáis lo que quisiereis" (Gal 5:17).
Jalado simultáneamente  por fuerzas opuestas el cristiano se encuentra muchas veces paralizado por las tendencias que luchan sin tregua ni cuartel en su interior. El conflicto se da dentro de sí mismo. Si cede a la carne arrincona sus aspiraciones espirituales, su fe se entibia y corre peligro de extinguirse. Si sigue al llamado del espíritu, su carne se aflige, llora y reclama sus derechos.
¿Qué puede hacer el cristiano en este dilema para no dejar que la carne lo venza? Alimentar su espíritu y dejar morir de hambre a sus tendencias carnales. Se alimenta el espíritu con la lectura de la palabra de Dios y la oración, frecuentando la compañía de otros cristianos y alejándose de las compañías mundanas, "no dejando de congregarse como algunos tienen por costumbre..." (Hb 10:25).
Bien dice el refrán: "Dime con quién andas y yo te diré quién eres". Es sabio buscar la compañía de los que son mejores que uno, no la de los que son peores.
Se priva de alimento a la carne cerrando la puerta de los ojos y de los oídos a todo lo que la estimula: lecturas, espectáculos, imágenes, conversaciones que excitan los sentidos. Nadie es inmune a los estímulos que despiertan las glándulas endocrinas que secretan ciertas hormonas. Es un fenómeno natural. Cada cuál sabe qué es lo que lo afecta, y hará bien en evitarlo.
Los deseos de los ojos se dirigen a las cosas que nos atraen cuando las vemos y que despiertan en nosotros el afán por poseerlas, cosas en las que ciframos ilusamente nuestra felicidad. No se trata sólo de las miradas lascivas a las que se refirió Jesús cuando dijo: "Cualquiera que mire a una mujer para codiciarla,
 ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5:28). Sino se trata también del inmenso atractivo que tienen sobre nosotros lo que llamamos  "bienes de consumo", tan estimados hoy por el mundo: vestidos elegantes, ropa fina, relojes de última moda, lapiceros costosos, celulares sofisticados, aparatos de radio, equipos de música, computadoras, automóviles... La lista es interminable. Todos esos pequeños ídolos que nos ofrece la propaganda de los que quieren quedarse con nuestro dinero. ¿Cuánta gente se endeuda por comprarlas y después se desespera cuando se les vencen las cuotas?
Hay gente que calma su angustia saliendo de compras y que llenan sus roperos y los ambientes de sus casas de cosas que nunca van a poder usar. Tienen los ojos más grandes que sus bolsillos. Es una verdadera adicción. En verdad, cuanto más cosas poseen, menos tienen, porque cada vez encuentran menos satisfacción en lo que atesoran. Como dijo un hombre sabio: Rico es el hombre que menos necesita.
La vanagloria de la vida son los espejismos que hoy motivan y atraen a la mayoría de hombres y mujeres, y que alimentan sus sueños secretos: la figuración, la fama, estar en el candelero, como se dice; que la gente hable de uno; esto es, el éxito, la posición social, codearse con los privilegiados de la fortuna. En fin, todo aquello que nos hace sentir importantes y que trae indudables ventajas materiales. ¿Quién es el sabio que pueda decir que nada de eso lo atrae? En verdad, ésa es la meta a la que muchos sacrifican salud y familia, sin pensar que un día han de dejar las cosas por las que tanto lucharon.
El afán por la notoriedad es tan grande que hay delincuentes que se jactan de que los periódicos hablen de sus fechorías y que están dispuestos incluso a arriesgar que los capturen con tal de que los titulares de las páginas policiales hablen de ellos. Si son
tildados de grandes criminales, ya son alguien. Para ellos es mejor ser insultado que ser ignorado. ¡A qué locura llega el afán de gloria del ser humano!
No habría tantos “promotores de imagen” ofreciendo sus servicios, si no fuera por el afán de gloria efímera que consume a mucha gente. Esos profesionales son expertos en la vanagloria de la vida. Todo lo antedicho constituye el mundo en el sentido que le da el Evangelio.
Pero, como termina el pasaje de la primera epístola de Juan citado antes: "Y el mundo pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre." (1Jn 2:17).
Y tú, amigo que lees estas líneas, quizá reconozcas que he estado hablando de ti, y que tú andas corriendo detrás de un espejismo que se desvanece cuando crees alcanzarlo. Las cosas que permanecen son las que sólo se ven con los ojos de la fe. El hechizo del mundo se desvanecerá como humo cuando llegues al final de tu vida. Pero la palabra de Dios permanece para siempre y es un ancla segura, así como permanece también el que se aferra a ella.
Jesús es el único que puede darte seguridad. Confiar en las satisfacciones del mundo es como depositar su dinero en un banco en quiebra. Pero el banco del cielo nunca quiebra.
Guarda tus ahorros en ese banco, deposita ahí tu buen tesoro de buenas obras, porque ahí te pagan el ciento por uno. Pero antes tienes que confiar en el dueño del banco y firmarle un poder absoluto sobre tu vida. El dueño del banco es Jesús, que nunca defrauda a los que en Él confían. Pon tu confianza en Él y en ningún otro. Es decir, cree en Él y, como Él dijo una vez: Tendrás vida eterna (Jn 6:47). "Busca el reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas que deseas te serán dadas por añadidura"·(Mt 6:33).
#775 (21.04.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).