miércoles, 27 de febrero de 2013

ANOTACIONES AL MARGEN XXXIV


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ANOTACIONES AL MARGEN XXXIV

* Para amar de verdad hay que ser humilde porque amar significa inclinarse hacia el otro. El que ama se entrega e inevitablemente se vuelve vulnerable. Y cuanto más ame, más lo será.
* ¿Es nuestra vida digna del amor que Dios nos ha mostrado? Nosotros pasamos todo el tiempo pensando en nuestros intereses, placeres y conveniencias, y rara vez pensamos en Dios durante el día. Pero Pablo escribió: “Orad sin cesar” (1Ts 5:17), que quiere decir pensar en Él y hablar con Él todo el tiempo. ¿Lo hacemos?
¿En qué piensa todo el tiempo el enamorado, la enamorada? En el ser amado, lo que prueba que sí es posible pensar constantemente en una persona. Pero cuando se trata de Dios, no podemos o nos cuesta mucho, porque no estamos enamorados de Él. Pero nadie nos ama tanto como Dios.
¿Tu enamorado, o enamorada, daría la vida por ti? ¿Se dejaría crucificar por ti? Seguro que no, porque no te ama tanto como para llegar a ese extremo. Sin embargo lo amas más que a Dios. ¡Que inconsecuente y qué ingrato eres!
* Cada día Jesús es ofendido por los pecados de los hombres. ¿Cómo puedo yo sumarme a esos ataques, como si yo fuera un impío y no lo conociera?
* Si me hago pequeño y humilde como un niño, Jesús se agradará de mí. Eso no impedirá que Él me levante delante de otros, siempre y cuando yo no me jacte de ello.
Dios no ama al jactancioso, al que se enorgullece de lo que Dios ha hecho en él (1P5:5b) porque Él es celoso de su gloria.
* Si Jesús se humilló a sí mismo haciéndose pequeño al hacerse hombre, y tomando forma de siervo ¿por qué no podré yo hacerme pequeño y humillarme a los ojos de otros, siguiendo su ejemplo?
* Uno de los mayores pecados del incrédulo es rechazar el amor con que Dios lo ama. ¡Cuántos hay que en su soberbia dicen: Yo no necesito de Dios! Si no se arrepienten, algún día esas palabras arderán en sus entrañas como una espada de fuego lacerante que nunca se apaga.
* La palabra de Dios dice que este mundo está reservado para ser destruido por el fuego (2P 3:7), así como el mundo antiguo lo fue por las aguas. ¿Tan mal están las cosas para que Dios tenga que intervenir de esa manera? Si vemos el avance del matrimonio gay en el mundo, no nos extrañe.
* Todos tenemos un oficio o una profesión, pero lo primero que se enseñaba a los niños es que hemos sido creados para amar a Dios sobre todas las cosas. Ése es nuestro primer oficio, nuestra ocupación prioritaria. Cuando lo es en la práctica, todo lo demás encaja en su lugar.
* ¿Habrá antesala en el cielo? ¿Tendremos que pedir cita para que Dios nos reciba y podamos hablarle? ¿Acaso la necesitamos ahora? Más bien parece lo contrario: Que Dios tiene que pedirnos cita para que le escuchemos, porque de ordinario no le hacemos caso.
* ¡Parece increíble! Que Jesús quiera venir a alojarse en un alma llena de pecado y de maldad. Pero Él está donde quiere y no hay pecado que lo espante.
* ¿A quiénes detesta Jesús? A los hipócritas y a los oportunistas, esto es, a los falsarios.
* Los que fingen una devoción que no tienen, pecan contra el Espíritu Santo.
* ¿Cómo podría agradar a Dios el que ora con una voz fingida y engolada? Él detesta a los hipócritas. Dios nos libre de caer en ese pecado.
* ¡Que sea nuestra oración diaria: “Venga a nosotros tu reino!” (Mt 6:10) El reino de Dios es “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”, escribió Pablo (Rm 14:17). ¿Pero no es también amor, por encima de todo?
Dondequiera que se haga presente el Espíritu Santo está el amor.
* Todo el que se niega a creer rechaza al mismo tiempo el amor infinito con que Dios lo ama. Es extraño, porque ¿quién no ama ser amado?
* Cuando obramos precipitadamente y con impaciencia, despreciamos la paz que Dios ha infundido en nuestros corazones y escogemos el estilo del diablo.
* Yo doy de lo que me sobra, o no me es indispensable. Pero ¿pasaría yo hambre un día para saciar el hambre de un muerto de hambre? ¿Me privaría yo de lo necesario para ayudar a otro? Hacer eso es propio de santos. ¡Pero qué lejos estoy de eso! Sin embargo, ¿qué espera Jesús de nosotros: actos de caridad mediocres o actos heroicos? Si yo fuera conciente de que lo que yo doy a otros en realidad se lo doy a Jesús (Mt 25:37-40), ¿sería yo tan mezquino? ¿Puedo escatimarle algo a quien dio su vida por mí? ¿Cuándo amaré a Jesús como Él merece ser amado? Cuando ame a mi prójimo tanto como me amo a mí mismo, amaré a Jesús que está en él.
* ¡Con cuánta frecuencia el dinero sólo sirve para mandar a la gente al infierno! El dinero ofrece a la gente ocasiones de pecar que no tendrían si carecieran de él. No sólo ocasiones de pecar por lujuria, sino también por orgullo. Por eso Jesús dijo que era más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos (Mr 10:25).
Pero el dinero ofrece también satisfacciones de otro orden que, sin ser pecaminosas, alejan a la gente de Dios.
* En cierta medida el mal es necesario en la tierra porque el dolor es necesario. El dolor es nuestra escuela. Hay quienes lo causan y hay quienes lo sufren. Mejor es pertenecer a los segundos que a los primeros, aunque los primeros sean también necesarios.
Pero el que no ha pasado por la escuela del dolor es todavía inmaduro.
* ¿Cuánto cuesta sonreír? Nuestras sonrisas amables, sin malicia, están apuntadas en el cielo, porque hacen más bien de lo que pensamos.
* Si yo amara realmente a Dios estaría todo el tiempo pensando en cómo aliviar el dolor ajeno.
* Debemos darle a Dios plena libertad para hacer en nosotros la obra que Él desea. ¿Pero acaso necesita Él de nuestro permiso? No estrictamente, porque Él siempre hace lo que desea. Pero si nosotros nos rendimos a Él de la manera dicha, cooperando con Él, Él podrá hacer en nosotros una obra más completa. Por eso nuestra oración diaria debe ser: Señor, yo te pertenezco; haz en mí lo que deseas (cf Lc 1:38).
* Si Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1:29), ¿cómo puedo yo dudar de que me haya perdonado todos los pecados que he confesado y de los que me he arrepentido sinceramente?
* Jesús se hizo igual a nosotros en todo menos en el pecado. Aunque es Dios, Él es nuestro compañero, nuestro amigo, nuestro camarada.
* Yo tengo puesta toda mi esperanza en Dios, en que Él nunca me abandonará, porque lo busco con toda mi alma.
* Debemos estar alertas no sólo frente a las tentaciones de la carne, sino también frente a los intentos del diablo de perturbar nuestra paz interior. Pero si nuestra conciencia nos acusa no podemos tener paz.
* Así como Dios puso a Adán en el huerto del Edén para que lo labrara, de igual manera Dios nos ha confiado el huerto de nuestra alma para que lo labremos. Algún día vendrá a pedirnos cuenta de cuán bien lo cultivamos y qué buenos frutos producimos para Él, así como de cuánta maleza y mala hierba lo limpiamos.
* Cuán cierto es que la castidad ennoblece nuestra naturaleza y nos hace semejantes a los ángeles que no conocen la sensualidad. ¿El matrimonio es entonces algo malo o inferior? Aunque el matrimonio fue creado por Dios y la sensualidad es un componente de ese estado, yo no dudo de que el celibato sea un estado superior. Pablo dijo que él quisiera que todos fueran como él, que era célibe, pero que no todos tienen ese don (1Cor 7:7-9), y es peligroso intentar algo a lo que Dios no nos ha llamado. Por eso también nos advirtió que era mejor casarse que estarse quemando. Pero Jesús nos dio ejemplo, siendo célibe. Se me hace imposible imaginarlo casado. Y Él es nuestro modelo.
* Así como hoy es el día de nuestra salvación, como dice una canción, hoy es también el día para servir al Señor y dar fruto, cualquiera que sea nuestra edad.
* Como la Magdalena frente al sepulcro, a veces nosotros no nos damos cuenta de que Jesús está a nuestro lado, obrando. Él hace que las cosas nos salgan bien, no el jardinero (Jn 20:14-16).
* Si nosotros nos llenamos de la palabra de Dios, como sugiere Pablo en Colosenses 3:16, caminaremos con paso seguro a la meta de nuestra salvación y agradaremos a Dios.
* ¿Por qué se deleitaría Dios en un pobre pecador? Porque ama a sus criaturas pese a todas sus miserias, aunque lo ofenden. Por eso trata por todos los medios posibles de ganarlos para su reino.
* Si confiamos en Dios no nos preocupamos del mañana, pero si no confiamos en Él, mejor es que nos preocupemos, porque el mañana es incierto y está plagado de peligros.
* ¡Cómo pudiera decirse de mí: Está en el mundo pero no es del mundo, como dijo Jesús de sus apóstoles! (Jn 17:11,14,16).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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viernes, 22 de febrero de 2013

DEJA QUE LOS MUERTOS ENTIERREN A SUS MUERTOS

Por José Belaunde M.

DEJA QUE LOS MUERTOS ENTIERREN A SUS MUERTOS

Hay un pasaje en el Evangelio de Mateo que suele llamar la atención, o peor aun, que choca literalmente a muchos lectores. Es el episodio en que un discípulo a quien Jesús le dice que lo siga, le pide al Maestro que le permita primero enterrar a su padre.
Para comprender cómo la respuesta de Jesús debe haber sorprendido fuertemente al discípulo -así como nos sorprende a nosotros- hay que tener en cuenta que, para los judíos de entonces -como lo es para todos- una de las obras de misericordia más encomiables era precisamente la de enterrar a los difuntos. Ése era un deber de amor filial que el discípulo, como buen hijo, quería cumplir con su padre fallecido.
Sin embargo, Jesús le responde: "Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ven y sígueme.” (Mt 8:21,22; Lc 9:59,60).
El discípulo debe haber entendido lo que Jesús le decía, pues no se registra que le desobedeciera. El discípulo entendió sus palabras. Pero ¿nosotros?
¿Qué cosa quiere decir Jesús con eso de que los muertos entierren a sus muertos? ¿Cómo puede un muerto enterrar a otro muerto? ¿Quiénes eran esos muertos que según Jesús debían enterrar a sus muertos?
La frase suscita una multitud de interrogantes que se aclaran en parte si pensamos que Jesús debe haber empleado la palabra "muerto" en dos sentidos diferentes en la misma frase. Los "muertos" que entierran a sus "muertos" no están muertos en el mismo sentido en que están muertos los que son enterrados. Obvio. Pero ¿en qué sentido están muertos los primeros, si son capaces de enterrar a los segundos?
El apóstol Pablo escribió a los cristianos de Éfeso: "Él -esto es, Jesús- os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados." (Ef 2:1). Están muertos en vida todos aquellos que llevan una vida de pecado, "siguiendo la corriente de este mundo" (v. 2), como agrega Pablo. Es decir, viviendo como vive la mayoría de la gente, a su manera y a espaldas de Dios.
Deja que tus parientes -que están muertos por la vida de pecado que llevan- entierren a tu padre, que cumplan ellos ese deber. Pero tú, que ya no estás muerto, sino vivo, ven y sígueme.
¿Cómo es que ese joven estaba vivo, y ya no muerto, como sus familiares? Hablando de Jesús, San Juan en el Prólogo de su Evangelio, escribe: "En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres." (Jn 1:4). El discípulo de Jesús estaba vivo porque estaba en contacto frecuente con Aquel en quien estaba la vida; no estaba muerto porque se le había contagiado -por así decirlo- esa vida que Jesús tenía.
Pues bien ¿cómo se le había contagiado? ¿Cómo había recibido esa vida?
Las Escrituras, querido lector, son como un rompecabezas compuesto de millares de piezas de tamaño y forma diferente, que encajan unas con otras, y que se encuentran dispersas a lo largo y ancho de todas sus páginas; y que, una vez, colocadas en su lugar, forman una bella serie de cuadros armoniosos. Busquemos las piezas que llenen los vacíos que quedan, para que podamos ver la imagen completa del asunto que estamos tratando.
En su primera epístola el apóstol Pedro escribió que los creyentes han "renacido no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre." (1P 1:23).
Han renacido, esto es, han vuelto a nacer, engendrados por una semilla incorruptible, que es la palabra de Dios, de la que brota una nueva vida. Estos son los que "han sido rescatados de su vana manera de vivir que recibieron de sus padres" (1P 1:18), en la que estaban muertos, aunque parecía que vivían.
Vemos pues que tanto Efesios como la primera epístola de Pedro, hablan de la misma cosa: del haber estado muertos en delitos y pecados y del haber renacido a una nueva vida, mediante una semilla, no corruptible, como la semilla humana natural de la que surge la vida física, sino de una semilla incorruptible, por la que se recibe la vida imperecedera del espíritu.
Eso nos recuerda la famosa conversación de Jesús con el fariseo Nicodemo, que vino a buscarlo de noche -para que sus colegas no se enterasen- y que empezó diciéndole: "Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer esas señales que tú haces, si Dios no está con él" (Jn 3:2).
A este hombre cuyos conceptos han sido cuestionados por las cosas que dice y hace Jesús, y que, siendo un sabio de Israel, está intrigado por la enseñanza nueva que ha escuchado de labios de Jesús, el Maestro, sin darse por aludido por el elogio, le dice sin muchos miramientos: "A menos que uno nazca de lo alto -o de nuevo, según otra lectura del texto- no puede ver el reino de Dios." (Jn 3:3).
Frente a la sorpresa del fariseo que contesta: "¿Puede acaso un hombre viejo como yo volver a entrar en el vientre de su madre para volver a nacer?" (Jn 3:4), Jesús sin responderle directamente, le reitera en términos ligeramente diferentes el mismo pensamiento: "A menos que uno nazca de agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios". (v. 5).
Es como si Jesús le preguntara: ¿Tú quieres entrar en el reino de Dios, tal como tú y tus compatriotas, como buenos judíos, ardientemente desean? Pues bien, tienes que volver a nacer, tienes que nacer de nuevo, pero esta vez no de tus padres mortales, como ya naciste, sino de agua y del espíritu.
Y Jesús le explica para que el hombre no siga perplejo: "Lo que es nacido de la carne, es carne; lo que es nacido del espíritu, es espíritu." (v. 6). A la semilla que produjo el primer nacimiento corresponde el cuerpo físico que ahora tienes y que surgió de ese nacimiento. A la semilla espiritual del segundo nacimiento, corresponde un cuerpo espiritual, que aún no tienes, pero que necesitas para poder entrar en el reino de los cielos. Ambos cuerpos son de naturaleza diferente: una, es carne y sangre; la otra, divina. "No te maravilles que te haya dicho -añade Jesús- que tienes que nacer de nuevo." (3:7). A la naturaleza de cada reino, corresponde metafóricamente un cuerpo adaptado a ese reino.
Al reino material de este mundo, corresponde el cuerpo material que ahora tienes. Al reino de Dios, que es espiritual, corresponde un cuerpo espiritual (Nota), sin el cual no puedes ver ni entrar en ese reino, esto es, la naturaleza divina de la que hemos sido hechos partícipes (2P1:4).
En el mismo evangelio Juan escribe que Jesús "vino a los suyos -es decir, a su pueblo- y los suyos no le recibieron. Pero a los que le recibieron -esto es, a los que creyeron en su nombre- les dio la potestad (o el derecho) de ser hechos hijos de Dios." (Jn 1:12). Y sigue diciendo: "los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios." (v. 13).
Obviamente aquí está hablando de un nacimiento de otro orden, que no tiene su origen en un deseo carnal humano, sino que proviene directamente de lo alto, es decir, de Dios. Es un nacimiento de carácter espiritual, que convierte al que lo experimenta en hijo de Dios, algo que no era antes.
Esta afirmación puede sorprender a quienes estén acostumbrados a pensar que todos los seres humanos son, por definición, hijos de Dios. Pues no lo son, en el sentido del Nuevo Testamento.
Hijos de Dios son aquellos que -según la epístola a los Gálatas- reciben el espíritu de adopción por el cual pueden exclamar. "¡Abba! ¡Padre!" (Gal 4:6). Abba en el griego coloquial de entonces es como si dijéramos: Papá.
En otras palabras: Nadie es hijo de Dios por nacimiento; nadie nace siendo hijo de Dios. Somos hechos hijos de Dios cuando somos adoptados como tales por Dios. Esto es, cuando creemos en el nombre de Jesús, según explica el versículo de Juan que hemos citado hace un momento. Recordemos que el nombre de Jesús (Yehóshua en hebreo) quiere decir: "Dios salva" (propiamente "Yavé –o Jehová- salva").
Este punto requiere de una explicación. En la epístola a los Efesios, poco después del verso que hemos leído al comienzo, Pablo escribe que hemos sido salvados por gracia -esto es, gratuitamente- mediante la fe. Y que esto es un don de Dios. No es de ninguna manera por obras, es decir, por ninguna cosa que haga o pueda hacer el hombre (Ef 2:8,9), pues de lo contrario tendría de qué jactarse.
¿Qué quiere decir haber sido salvados, si aún estamos vivos? La salvación de que aquí se habla no es una salvación futura –post mortem- sino una salvación presente, la regeneración, de la que escribe Pedro; el nuevo nacimiento del que habla Jesús a Nicodemo; el haber sido hecho hijo de Dios, de que habla el prólogo de Juan.
Es creyendo en Jesús, es creyendo en su obra redentora, como somos perdonados, justificados, regenerados, esto es, salvados del pecado en que vivíamos, con todas sus consecuencias, incluyendo la condenación eterna. No es por ninguna obra que hayamos hecho, ni por ningún mérito nuestro. Es algo enteramente gratuito, es obra de la misericordia de Dios.
¿Y cómo viene esa fe que nos permite recibir esa gracia de la salvación? ¿Acaso por investigar, o por pensar mucho? ¿O por repetirme, como dice la canción: “Yo tengo fe, yo tengo fe”?
No. Dios ha previsto una manera más sencilla, accesible a todas las personas, aun a las más ignorantes: Por oír simplemente. Eso es todo. ¿Nada más que por oír? Así es.
"La fe es por el oír y el oír, por la palabra de Dios." (Rm 10:17) dice una famosa frase del apóstol Pablo, que seguramente alguna vez habrás leído o escuchado.
Esto es, la fe viene cuando escuchamos hablar acerca de Jesús y algo sucede en nuestro interior, que recibe, que acepta aquello de que se habla, y que nos hace creer en lo que escuchamos. Esa palabra escuchada y creída se convierte en la semilla incorruptible que nos hace renacer, y que, analógicamente, hace las veces de la simiente que hace brotar una nueva vida de orden espiritual en nosotros.
Lo que es nacido de la carne -este cuerpo- es carne; y lo que es nacido del espíritu -mi nueva vida- es espíritu. Ya lo hemos leído (Jn 3:6).
En una ocasión Jesús dijo: "En verdad, en verdad os digo: El que oye mis palabras y cree en el que me envió, tiene vida eterna; y no viene a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida" (Jn 5:24).
Fíjense que dice: "tiene vida eterna", la tiene ya en tiempo presente. No se trata de algo futuro. Es ahora.
¿Tienes tú vida eterna? ¿Has creído en Jesús? ¿Has pasado de muerte a vida, como el discípulo del que hemos hablado al comienzo? ¿Estás seguro de ello? ¿Tienes la seguridad de que Cristo habita en ti? Si no la tienes, necesitas tenerla para ser salvo y escapar del infierno. Sí, del infierno, algo tan terrible que no se lo deseo ni al peor de los criminales.
Esa es la cuestión más crucial de toda la existencia, porque, como dijo Jesús, ¿de qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma? (Mt 16:26).
Repite conmigo esta oración: ¡Oh Jesús! Yo creo en ti. Yo deseo que tú vivas en mí y me llenes de tu gracia. Perdóname todos mis pecados y límpiame con tu sangre de todas mis faltas. Renuévame por dentro y haz de mí una nueva criatura. Toma el control de mi vida y guíame en todos mis caminos. En adelante quiero vivir para ti y servirte. Gracias, Jesús.
Nota: Naturalmente no se trata de un cuerpo propiamente dicho sino de una realidad espiritual. Pero su fruto futuro sí será un cuerpo: el cuerpo glorioso que todos los salvos recibiremos en la resurrección, al final de los tiempos (1Cor 15:51-54).
NB. Esta charla radial fue publicada hace diez años en una edición limitada. La vuelvo a publicar ligeramente revisada.
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
#763 (27.01.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 20 de febrero de 2013

JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS III


Por José Belaunde M.
JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS III
Un Comentario de Juan 17:18-26
18. “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.”
¿Cómo envió el Padre a Jesús al mundo? Como una víctima inocente y sin mancha, para cumplir un santo y recto propósito, una santa misión como mediador: la de reconciliar al mundo con Dios. Ahora que yo me voy, le dice Jesús a su Padre, yo los envío a ellos al mundo con el fin de continuar la obra que tú me confiaste, llevando tu mensaje hasta los confines de la tierra para que todos los que crean en él sean reconciliados contigo.
Los envío como tú me enviaste a mí, como corderos inocentes, incapaces de quebrar cañas cascadas y dispuestos a ser perseguidos por mi causa (Mt 5:11,12).
Ellos no son perfectos porque son humanos, y son falibles pero, auxiliados por tu Espíritu, se mantendrán fieles a la misión que les encomiendo, conscientes de los riesgos, de los peligros y de los sacrificios que su misión conlleva.
No los abandones ¡oh Padre! a los peligros que los asechan, sino guárdalos como yo hasta ahora los he guardado, y como tú a mí me has guardado hasta la hora del sacrificio supremo. (Nota 1)
Como yo he afrontado oposición, así también ellos la afrontarán. Como yo he confiado en ti, ellos también confiarán en tu protección, ¡oh Dios! que nunca defraudas al que en ti confía (Sal 22:5b).
Como tú me enviaste para que sea fiel a tu propósito y lo cumpla hasta el fin, así también yo los envío a ellos para que sean fieles a tu propósito y lo cumplan hasta el fin que tú reservas para cada uno de ellos.
Así como yo te he glorificado en todos mis actos y palabras, que ellos también te den gloria en todos sus actos y palabras.
19.  “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.”
Jesús acaba de pedirle a su Padre (v.17) que santifique a sus discípulos en la verdad, porque “tu palabra es verdad”. Ahora reitera ese pensamiento diciendo que Él se santifica a sí mismo para que ellos también lo sean en la verdad.
Pero ¿qué necesidad tiene Jesús de santificarse, esto es, de apartarse para Dios, si eso es lo que ha hecho su vida entera, y si Él es la verdad que santifica? Así como Él voluntariamente se sometió al bautismo de arrepentimiento de Juan sin necesitarlo, pero lo hizo para darnos ejemplo, de manera semejante Él, sin necesitarlo tampoco, pues no había huella de pecado en Él, se santifica a sí mismo en la verdad para ser ejemplo para sus discípulos que, siendo falibles, iban a necesitarlo después de su partida.
El proceso de santificación es un proceso continuo que sólo termina en el cielo. Siguiendo el ejemplo de Jesús y de sus discípulos, santifiquémonos pues nosotros, consagrémonos a Dios cada día para que Él pueda usarnos.
Pero hay otro sentido de santificar que debemos considerar. El verbo griego hagiazó significa también “apartar” con un fin determinado. Así pues, en este
sentido, Él se aparta a sí mismo como víctima sacrificial para expiar los pecados del mundo (Hb 9:11-14).
20,21. “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.”
Jesús extiende su oración más allá de sus discípulos presentes a aquellos que han de creer en Él después de su muerte y resurrección por la palabra que stos que están con Él les prediquen. ¿Cómo se difunde la fe en Cristo que salva? Por medio de la predicación. “La fe es por el oír y el oír por la palabra de Dios.” (Rm 10:17). No hay otro medio, aunque el testimonio de vida silencioso también puede tocar los corazones de la gente.
Jesús ora aquí por todos los que en los siglos venideros van a conformar su iglesia en todo lugar y nación (y eso nos incluye a ti y a mí); ora para que se mantengan unidos, porque sabe que la desunión cunde fácilmente entre los creyentes, como lo ha demostrado la historia, no sólo por opiniones discrepantes en temas de doctrina que pueden convertirse en diferencias irreconciliables, sino también a causa de rivalidades personales o de grupo.
Él pide que sus discípulos de todos los tiempos se mantengan unidos como Él y su Padre son uno, con el mismo grado de unidad indisoluble que hay entre ambos, que es fruto del amor; una unidad que sea más fuerte que todas las posibles discrepancias doctrinales que puedan surgir entre ellos, y que todas las diferencias de temperamento y de carácter.
La razón por la cual Jesús pide que haya unidad entre sus discípulos es porque la unidad es una condición necesaria para que el mundo crea en Él. (2) Porque ¿cómo ha de creer la gente en Él si sus discípulos están divididos y se pelean entre sí? Las divisiones en la iglesia son un escándalo ante el mundo y el más grande obstáculo para que la gente crea.
¿Y de dónde vienen esas divisiones? En la mayoría de los casos de la vanidad y del orgullo de los hombres que el diablo estimula sabiendo a qué conduce.
Por eso la primera obligación de los creyentes es mantener la paz y la unidad de pensamiento, como escribió Pablo: “Os suplico hermanos …que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y un mismo parecer.” (1Cor 1:10). “La unión hace la fuerza” es una verdad demasiado conocida para ser ignorada. En cambio, como dijo Jesús en otro lugar: “Una ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá.” (Mt 12:25).
Si toda la gente creyera que Jesús ha sido enviado por el Padre a la tierra, ¿no creerían todos en su mensaje y se salvarían? El secreto del éxito de la evangelización es que se crea que Jesús fue enviado por Dios.
Jesús dice que Él ora por los que han de creer. ¿No ora Él también por los que no creen? También ora por ellos para que se conviertan y crean. Los únicos por los que no ora son los condenados, porque es inútil hacerlo ya que su destino es inmutable.
22. “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.”
En este capítulo 17 Jesús menciona varias cosas que el Padre le ha dado. Ellas son las siguientes: En el v. 2 dice que le ha dado “potestad sobre toda carne”. En el v. 4, una obra por hacer. En el v. 6, discípulos, y lo repite en los v. 9, 11, 12 y 24. En el v. 8, palabras. En el v. 22, gloria, y lo repite en el v. 24. Son cinco cosas que tienen significados diferentes. ¿Qué cosa es la gloria que el Padre le ha dado a Jesús, y que Él ha dado a sus discípulos?
En el v. 4 Jesús le dice a su Padre que Él lo ha glorificado en la tierra haciendo su voluntad, cumpliendo la obra que le había encomendado. Pero enseguida (v. 5) Jesús le pide que lo glorifique al lado suyo con la gloria que tuvo desde el inicio.
En este vers. 22 “gloria” es el resultado, o el premio debido por cumplir la obra encomendada y, a la vez, el poder para llevarla a cabo haciendo sanidades, milagros y prodigios (Hch 4:30; 5:12,15,16; 8:13). En este versículo el tiempo pasado (“me diste”) tiene un significado, o proyección futura: Es la gloria que Jesús va a recibir al resucitar y ascender al cielo. Pero al mismo tiempo se refiere al poder que Jesús les dará, mediante el Espíritu Santo, para llevar a cabo la Gran Comisión (Mt 28:19,20), la tarea de llevar las Buenas Nuevas a todas partes y de hacer discípulos, en una unidad perfecta entre ellos, semejante a la que existe entre el Padre y el Hijo –una unidad cuyo vínculo es el amor. “Gloria” es también, por último, el premio prometido que algún día han de recibir por su fidelidad en la tarea.
Cuando después de Pentecostés los apóstoles empiecen a predicar el nombre de Jesús, un poder especial, un nimbo singular, los va a acompañar donde quiera que vayan, que derribará obstáculos y que atraerá a la gente hacia ellos. Eso que atraerá a la gente no es solamente el poder de la palabra que ellos tendrán en su boca, sino también el amor visible que existe entre ellos, un amor mutuo que el mundo no está acostumbrado a ver y que llamará mucho la atención de la gente, y que constituirá un argumento poderoso para convencerlos de la verdad de su mensaje.
23. “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.”
Este versículo puede dividirse en tres partes:
1. “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad”. Jesús está en sus
discípulos (de hecho, en todos los creyentes) así como el Padre está en Jesús (“mi Padre y yo somos uno”, Jn 10:30) de modo que el Padre está también en ellos. La presencia de Dios en ellos hace que formen un solo cuerpo perfecto en unidad, semejante, guardando las distancias, a la que existe entre Jesús y el Padre (Gal 3:28).
2. “para que el mundo conozca que tú me enviaste”. La unidad que existe entre sus discípulos será un argumento poderoso de que Jesús no vino de sí mismo, no apareció y se puso a predicar, movido por iniciativa personal, sino que fue el Padre mismo quien lo envió al mundo. Una vez más la unidad entre los cristianos comunica a su mensaje la fuerza de la verdad, así como la desunión lo socava, lo debilita y hace que sea cuestionado. La unidad entre los cristianos de todas las latitudes es pues una obligación suprema, un mandato aún no cumplido que el enemigo se esfuerza en frustrar con todos los medios que tiene a su alcance, alimentando las ambiciones, las rencillas y las pasiones humanas que separan.
Notemos cuál es el resultado de la unidad entre los cristianos: Que el mundo reconozca que el mensaje de Cristo que ellos proclaman no es humano sino que procede de Dios. Y si reconocen su procedencia divina, ¿cómo no van a creer en él? Que el mundo crea o rechace el mensaje del Evangelio depende de nosotros, de que guardemos nuestra unidad. ¡Qué tremenda responsabilidad!
3. “y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” Puesto que el Padre ama al Verbo con un amor infinito, cuando el Padre vea a su Hijo en sus discípulos, Él los amará con el mismo amor infinito con que ama a su Hijo unigénito.
24. “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.”
Este es un versículo complejo en el que se presentan varios pensamientos encadenados que debemos examinar. Veamos:
En esta ocasión Jesús no le pide ni ruega a su Padre, sino expresa con la confianza del Hijo, cuál es su voluntad respecto de aquellos que Él le ha dado. Estos son, en primer lugar, sus discípulos inmediatos, los once quitando a Judas. Pero también incluye, -puesto que los ha mencionado en el v. 20– a todos los que han de creer en Él más adelante.
Por ellos pide que donde Él esté, -entiéndase en sentido de futuro: donde yo estaré, en tu compañía en el cielo- ellos también estén. En suma, que todos los que hayan creído en mí estén algún día para siempre conmigo. (3)
¿Con qué fin? Podría pensarse que el propósito es que gocen con Él de la compañía de Dios Padre. Pero aunque esto se da por supuesto, la finalidad concreta en este caso es otra: que vean la gloria que el Padre le ha dado desde toda la eternidad, que es lo que la frase “desde antes de la fundación del mundo” –que como sabemos, no es eterno- quiere decir. Esto es, desde antes que empezara el tiempo, que comenzó con la creación. Jesús quiere que éstos que han creído en Él vean la gloria de que Él gozaba con el Padre antes de tomar carne humana; que vean no sólo la gloria de su humanidad exaltada al lado del trono de su Padre (Mt 26:64), sino que comprendan quién es realmente Aquel en quien han creído, la segunda persona de la Trinidad, el Verbo por medio del fueron hechas todas las cosas (Jn 1:3).
En este versículo se subraya que la unidad que existe entre el Padre y el Hijo desde siempre, es una unidad en el amor. El amor ha sido, y es, el lazo que los unía, y une, a ambos en uno solo, porque la vida de Dios, en efecto, no es otra cosa sino amor. De ahí que el apóstol Juan pueda decir en una frase cuyo sentido es más profundo de lo que, en primera instancia, podríamos pensar: “Dios es amor” (1Jn 4:8,16).
25. “Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste.”
Jesús reitera una vez más el hecho de que el mundo (en este caso, el mundo oficial judío, el de los sacerdotes, escribas y fariseos) no ha conocido al Padre sino que, al contrario, lo ha rechazado. ¿”Conocido” en qué sentido? En el sentido que se explicó al comentar el vers. 3. No es un conocimiento intelectual de Dios –porque aquellos que constituían el mundo, los judíos que rechazaron a Jesús- tenían ese conocimiento y conocían bien las Escrituras, sino se trata de un conocimiento íntimo que sólo puede dar la fe; un conocimiento que proporciona una relación de intimidad y certidumbre, y que, en la práctica, es casi un sinónimo de “creer”.
Si ellos lo hubieran “conocido” no habrían rechazado su mensaje, sino al contrario, lo habrían acogido y se habrían adherido a Él.
Jesús reitera que Él tiene ese conocimiento del Padre y que los discípulos que lo rodean –aquellos que el Padre le ha dado- han creído que ha sido el Padre mismo quien lo ha enviado a Él al mundo con una misión.
A lo largo de esta oración Jesús se ha dirigido a Dios diciéndole Padre. Una vez ha agregado el adjetivo “santo” (ver. 11). En este versículo lo llama “Padre justo”. ¿Tiene algún significado este calificativo? Creo que significa que el conocer o no conocer a Dios, el creer o rechazar a Dios, en el caso de cada individuo, pues es Dios quien lo da, procede de la justicia eterna y perfecta de Dios. Todo lo que Dios hace es resultado de esa justicia sin mancha. Nadie podrá alegar que la sentencia o recompensa que algún día reciba es injusta o inmerecida.
26. “Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.”
Jesús termina su oración diciendo que Él les ha hecho conocer a Dios a sus discípulos, lo que Él es en su intimidad, y que seguirá haciéndoles conocer más aun en las horas de vida que le quedan –y más allá de su resurrección mediante el Espíritu Santo- a fin de que el amor que lo une al Padre, y el amor eterno con que el Padre lo ha amado a Él, lo reciban también ellos, a fin de que su unión con ellos sea perfecta, y que, en consecuencia, Él viva en ellos. Ése es un deseo que Jesús hace extensivo -pues lo dijo en el vers. 20- a todos los que algún día creerán en Él por el testimonio de la iglesia.
Notas: 1. Así como es propio que los gobernantes protejan a sus embajadores, lo es también que Dios proteja y guarde a sus apóstoles.
2. “Mundo” quiere decir aquí, en primer lugar, el mundo judío en medio del cual vivió y predicó Jesús, y en medio del cual vivirán y predicarán inicialmente los apóstoles. Es un hecho notorio, sin embargo, que esta oración de Jesús fue contestada gloriosamente en los primeros tiempos de la iglesia, pues en Hch 4:32 se dice que “la multitud de los que habían creído eran de un corazón y de un alma”.
3. Ya Él había expresado anteriormente este pensamiento en Jn 14:3.
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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#762 (20.01.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 8 de febrero de 2013

JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS II

Por José Belaunde M.
JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS II
Un Comentario de Juan 17:9-17
9. “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son”
Jesús le dice al Padre que Él ora por los doce que le ha dado. No sólo ora sino, más que eso, ruega, es decir, suplica por ellos. El verbo que Jesús usa (erotáo en griego) expresa la intensidad de su oración. Él comprende los peligros que los van a acechar cuando Él no esté. Él ora para que el Padre los preserve y los haga crecer en el conocimiento y el amor de ambos.
Él recalca que en ese momento no ora por el mundo, sino por aquellos que lo han acompañado durante los últimos tres años y de los que ahora se despide, que no le pertenecen a Él sino a su Padre, porque fue su Padre quien se los dio, es decir, quien hizo que los encontrara y los escogiera.
No ora por el mundo, es decir, por los que pertenecen al mundo, –como dice F.F. Bruce- no porque no le preocupe su salvación, sino porque la salvación del mundo dependerá en adelante del testimonio de aquellos que el Padre le ha dado, y son ellos los que necesitan de su intercesión en esta coyuntura.
Notemos, de otro lado, que Jesucristo, en tanto que Dios, es Aquel a quien se ora y se intercede por otros; pero en tanto que hombre en la tierra, Él ruega al Padre por otros. Su oración es un diálogo de Hijo con su Padre, de lo cual hay varios ejemplos en los evangelios (Mr 1:35). Pero aún ahora, estando sentado a la diestra de su Padre en la gloria (Hb 10:12), sigue intercediendo por los que por medio de Él se acercan a Dios (Hb 7:25).
10. “y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos.”
Jesús afirma en este punto su unidad trascendental con su Padre, porque dice: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío”. Hay una unidad en la pertenencia como la hay en el ser, en la esencia. Si somos en verdad uno no hay nada tuyo que no sea mío, y nada mío que no sea tuyo.
Ésta es una afirmación extraordinaria. No hay atributo del Padre, no hay omnipotencia, omnisciencia, eternidad, etc. que no sea a la vez propio de Jesús; ni hay atributo de Jesús, su humildad, su mansedumbre y su paciencia, y para culminarlo todo, su infinito amor, que no sea también propio de Dios Padre.
Pero las palabras “lo tuyo” y “lo mío” se refieren más concretamente a sus discípulos, de quienes Él reitera que eran suyos porque eran del Padre, y afirma aquí que Él ha sido glorificado en ellos, porque han creído en Él, lo han amado y lo han seguido. Todo el que cree en Jesús, en lo que Él es (“Dios verdadero de Dios verdadero”, como dice el Credo) le da gloria, así como también todo el que se niega a creer en Él, lo denigra, lo rebaja y rehúsa rendirle la gloria que le corresponde y pertenece; y por eso “la ira de Dios está sobre él”. (Jn 3:36)
¿Cómo puede Jesús decir –objeta Bruce- que Él ha sido glorificado en ellos cuando Él les había advertido que se dispersarían y lo dejarían solo (16:32), y que uno de ellos le negaría tres veces antes de que cante el gallo (13:38); y sus preguntas poco inteligentes y sus interrupciones inoportunas mostraban cuán poco habían entendido ellos los propósitos de su Maestro y la gravedad de la hora? Pero Él contemplaba su futuro con la perspectiva de la fe y viendo su potencial, y cómo ellos, mediante la gracia de Dios y la llenura del Espíritu, iban a cumplir la misión que se les encomendaría, y de esa manera le darían gloria.
11. “Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros.”
Aunque Él está todavía en el mundo, pues está vivo en su cuerpo, Él dice de sí mismo que ya no está en el mundo porque vive esas últimas horas de su vida terrena como si ya no lo estuviera. Su espíritu y su mente están concentrados en su próximo regreso al Padre. Cabe preguntarse: ¿En qué forma puede estar Jesús separado del Padre, con el que es uno, para que pueda decir que va a Él?
Él y el Padre están unidos en una sola esencia o sustancia (hypóstasis es el término teológico). Sin embargo, al haberse Él encarnado en un cuerpo físico, se creó entre Él y el Padre una separación circunstancial en los hechos. Él no vive en dos esferas a la vez, la terrena y la celestial, como lo hará durante cuarenta días, entre su resurrección y su ascensión, sino que su ser espiritual habita como cualquier ser humano en un cuerpo, no en apariencia, como algunos herejes del pasado sostenían, sino en realidad (Nota 1). Por eso puede Él decir en un sentido pleno que va al Padre, esto es, que pasará, mediante su muerte, del plano terreno al plano celestial.
Pero sus discípulos permanecen en este mundo, y Él se preocupa por ellos, pues el mundo les es hostil y Él los siente débiles. “Por eso, por lo más excelso que puedo yo invocar, esto es, en tu nombre, Padre, yo te pido que los guardes, para que ellos se mantengan unidos en un solo espíritu, sin divisiones ni contiendas, como tú y yo somos uno, unidos en una unidad que sea reflejo de la nuestra.”
Parece como si Jesús hubiera previsto  las divisiones y luchas doctrinales internas que afligirían a la iglesia dentro de poco tiempo y que desgarrarían el cuerpo que siempre debió mantenerse unido.
12.  “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición (2), para que la Escritura se cumpliese.”
Para reforzar en cierta manera su ruego Jesús le recuerda a su Padre que mientras Él estuvo actuando en el mundo y rodeado por sus discípulos, Él los guardaba “en tu nombre”, es decir, en tu poder, y para los fines que tú tenías previstos para ellos (3). Tú me los habías confiado y yo he sido fiel a la confianza que depositaste en mí, pues a todos ellos los he guardado, pese a que eran débiles y expuestos a muchas tentaciones y peligros; los guardé a todos ellos, salvo a uno que estaba destinado, según lo habías previsto, a la condenación, tal como la Escritura lo había anunciado: “Aún el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar.” (Sal 41:9).
Nada ocurre en el mundo que no sea previsto por Dios (querido o permitido por Él). Sin embargo, el traidor no se perdió sin que su propia voluntad perversa estuviera involucrada, y sin que la misericordia de Dios le diera más de una oportunidad de arrepentirse y de repudiar sus impíos planes. Estaba predestinado a la perdición pero se perdió porque quiso. El hecho de que Dios –que vive en un eterno presente en el que no hay pasado ni futuro- supiera desde siempre que Judas era un traidor, no quita que él por codicia escogiera voluntariamente serlo.
13. “Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos.”
Para Jesús, terminar de cumplir su misión y regresar al Padre era un motivo de gozo supremo, esto es, retornar al lugar que le era propio despojándose de la envoltura terrena que lo separaba, resucitando y ascendiendo al cielo. Estando todavía en ella, en este mundo, Él les dice estas cosas a sus discípulos para comunicarles el gozo que Él experimenta.
¿Cómo podrían ellos experimentar este gozo si no comprendían sino a medias lo que Jesús les decía? Podrían porque las palabras de Jesús tenían el poder de transmitir irresistiblemente ese gozo como quien vierte el agua de un recipiente en un vaso.
Ya en una ocasión anterior (Jn 15:11), Él les había hablado del gozo que Él tenía y que Él quería que ellos también tuvieran. Todo el que tiene un tesoro quiere que los que ama participen de él. Jesús, que nos ama a cada uno de nosotros con un amor semejante al que Él sentía por sus discípulos, quiere también que nosotros participemos de ese gozo suyo. Está a nuestra disposición si hacemos su voluntad, si nos hacemos verdaderos discípulos suyos.
Un autor del pasado escribe acerca de este gozo: “Verdaderamente este es el verdadero y único gozo, que viene no de la criatura sino del Creador, y que nadie puede quitar al que lo posee. Comparado con él toda otra alegría es pena, todo otro placer es dolor, toda dulzura es amargura, toda belleza es fealdad, y cualquiera otra cosa que pudiera ser deleitosa, es una carga.”
14. “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.”
Jesús repite lo que ya había dicho unos versículos antes (v. 8), que Él había dado (es decir comunicado, transmitido) a sus discípulos las palabras (4) que el Padre le había dado a Él para ellos. No se trata sólo, en efecto, de las palabras que Jesús enseñó públicamente, sino de las palabras dirigidas especialmente a ellos y que les dio en privado. Implícito está que ellos creyeron en ellas. La palabra que Jesús dirige a una persona en particular tiene un poder de convicción irresistible. Por eso el mundo los aborreció desde el momento en que ellos se adhirieron a Él. (5)
Hay una contradicción irresoluble entre Jesús y los suyos, de un lado, y el mundo de otro. Nadie puede pertenecer a las dos esferas a la vez: a la de Dios y de Cristo, y a la del mundo, que está gobernada por Satanás. Si Jesús no pertenece al mundo en sentido espiritual, aunque lo esté en sentido físico, material, sus discípulos tampoco pueden pertenecer a él. Si el mundo lo aborreció a Él, también los aborrecerá a ellos (cf 15:18,19).
Ellos, por haber creído en las palabras de Jesús fueron rescatados del reino de las tinieblas y llevados al mundo de la luz admirable de Dios (1P 2:9), como lo hemos sido todos los que hemos creído en el mensaje de Cristo y hemos sido transformados por Él. Nosotros tampoco somos del mundo, aunque vivamos en él, y por eso el mundo también en cierto sentido nos aborrece, nos mira como extraños, como seres diferentes, que no participamos como antes en las cosas vanas que a ellos los alegran y en cuya inmundicia se deleitan, como lo hacíamos nosotros también antes de ser rescatados.
¿Y cuál es el fruto de su extravío? Inquietud, tormento en el alma, enfermedad del cuerpo y ruina. ¿Cómo no hemos de agradecer a Dios que nos haya rescatado del mundo? ¡Pero ay de aquellos ciegos que aún permanecen en él!
15. “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.”
¿En qué sentido podrían sus discípulos ser quitados del mundo? Sea muriendo, sea retirándose del mundo para vivir aislados en el desierto, como muchos después en siglos posteriores harían –pero si lo hicieran no podrían cumplir la tarea para la cual Él los había formado.
Pero Jesús no ruega que sean quitados del mundo, pues su misión es permanecer en él, sino que sean guardados del mal que puede sobrevenirles. Eso incluye en primer lugar las asechanzas numerosas del diablo que anda buscando a quién devorar (1P 5:8,9) y que tratará de apartarlos de su fidelidad en su caminar en santidad con Cristo y de la Gran Comisión; pero también incluye las persecuciones del mundo que los aborrecerá como lo aborreció a Él. ¡Guárdalos del mal! Ese es el pedido que Jesús nos enseñó a todos a hacerle diariamente a Dios, o quizá más exactamente: ¡Guárdalos del maligno y de sus tentaciones!. (6).
16.  “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.”
Ellos como yo –repite Jesús- no son del mundo, aunque vivan en el mundo, que está gobernado por quien ya sabemos (1Jn 5:19; Jn 12:31; 14:30). Ellos tienen puesta su mirada en las cosas de arriba no en las cosas de abajo; aspiran al cielo que es su verdadera patria mientras peregrinan en esta tierra (1P 2:11).
¡Oh, que el mundo con sus halagos no contamine a los siervos de Cristo! Hemos sido sacados, arrancados espiritualmente del mundo, para vivir exclusivamente para Dios, consagrados a Él, y cargando la cruz que Él le asigna a cada uno para que, crucificado en ella, muera a sí mismo (Lc 9:23).
No los quites del mundo, no, pero guárdalos del mundo y de las trampas del demonio que tratará de hacerlos tropezar.
17. “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.”
Santifícalos, purifícalos con tu palabra, que es la verdad, con la palabra que tú me diste para ellos y que yo les he dado; con la palabra que tú has hablado para todos y que consta en las Escrituras.
Jesús dijo una vez: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” (Jn 8:32). Sólo Jesús, que es la palabra de Dios, es la verdad que puede hacernos libres del pecado y de las ataduras del mal. Poco antes les había dicho: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.” (15:3).
Que sean santificados es una condición indispensable para la obra que les será encomendada, porque una vida santa es un testimonio irrebatible contra la cual no hay argumentos. Eso nos hace ver cuán necesario es que nosotros también llevemos una vida santa y sin reproche, porque sólo así podremos dar un testimonio digno de Jesús.
Notas: 1. Entre las varias corrientes teológicas heréticas que surgieron en los primeros siglos de la iglesia como parte del movimiento gnóstico, se encuentra la de los docetas (del griego dokésis=apariencia) que sostenían que como Dios no puede sufrir, los sufrimientos de Cristo fueron sólo aparentes y que su cuerpo físico no era real.
2. Cf Mt 23:15; 2Ts 2:3.
3. Con frecuencia en la Biblia el nombre de Dios es sinónimo de su poder: Dt 28:58; Sal 20:1b; 33:21; 54:1; Pr 18:10.
4. “Tu palabra” en singular representa aquí todas las palabras que Él les habló a ellos de parte del Padre.
5. Agustín dice al respecto que Jesús aquí usa el tiempo pasado para anunciar el futuro. Esto es, no es tanto que el mundo los haya aborrecido ya, como que serán aborrecidos cuando después de su muerte empiecen las persecuciones.
6. La palabra “ponerós” puede ser entendida en neutro como el mal en sí, o en masculino como “el Maligno” (cf Mt 6:13).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
#761 (13.01.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).