jueves, 31 de enero de 2013

JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS I


Por José Belaunde M.
JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS I
Un Comentario de Juan 17:1-8
1.  “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti”
Cuando Jesús concluyó la conversación con sus discípulos que empezó en el Cenáculo y que continuó mientras se dirigían al huerto de Getsemaní (caps. 13 al 16), Él se dirigió a su Padre para orar. (¡Cuánto de confianza y de ternura hay en la palabra “Padre” en boca de Jesús! ¿Podría el Padre negarle algo a un Hijo tan amado?) Al hacerlo levantó sus ojos al cielo. Cuando nosotros le hablamos a alguien dirigimos nuestra mirada hacia él. Igual hizo Jesús en este momento para hablarle a su Padre, como indicando que su Padre está en el cielo. Pero ¿acaso no está Dios en todas partes, incluso en nuestro interior y no solamente en las alturas, como cantó la multitud: “Hosanna en las alturas”? (Mt 21:9) ¿Y no lo sabía eso muy bien Jesús?
Es una noción instintiva del hombre que Dios está arriba, como dominándolo todo, y nosotros abajo. Esa concepción era propia también de los antiguos paganos que imaginaban que sus dioses estaban en el mítico monte Olimpo, esto es, en el cielo. Está presente en el Antiguo Testamento, donde se nos dice en un salmo que Dios “miró desde lo alto a la tierra”, (Sal 102:19b). Jesús, siendo Dios, actúa en todo de acuerdo a su condición humana. Creo que es una experiencia común que cuando levantamos los ojos al cielo, se eleva, en efecto, al mismo tiempo nuestra alma.
Lo primero que le dice a su Padre es: “La hora ha llegado”. La hora de la decisión, para la cual he venido a la tierra, la hora terrible de la prueba. Esa hora de la más terrible humillación es también la hora de su glorificación, de su exaltación, la hora en que Él cumple la voluntad de su Padre. Al someterse a su designio, Jesús a su vez da gloria a su Padre, reconociendo que está debajo de Él como hombre, aunque es su igual como Dios. Notemos, dicho sea de paso, que la hora ha llegado no por la fuerza del destino, ni como consecuencia de la conspiración en su contra, sino porque Dios en su infinito consejo, así lo ha ordenado desde la eternidad.
Cabría preguntar: ¿Cómo glorifica Dios a su Hijo en esta hora tan terrible? Pablo explica cómo el Padre glorificó a su Hijo: “Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que está por encima de todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y sobre la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Flp 2:9-11).
Según Orígenes su pasión y muerte glorifican a Cristo porque con ellas reconcilió al hombre con Dios, abolió el pecado, derrotó al diablo y destruyó a la muerte. Según Ambrosio, aunque Jesús fue escupido, azotado y crucificado, el Padre lo glorificó haciendo que el sol se oscureciera, la tierra temblara, el velo del templo se rasgara y las tumbas se abrieran, y un pagano (el centurión) reconociera que Él era el Hijo de Dios (Mt 27:51-54). Por eso, aunque era un instrumento de deshonra, la cruz fue un instrumento de gloria para Jesús.
Según Agustín, y otros, el Padre glorificó a su Hijo haciendo que resucite, ascienda al cielo y se siente a su diestra, tal como Jesús había anunciado (Mr 14:62). Más aun, lo glorificó enviando al Espíritu Santo y haciendo que las multitudes se conviertan a Él y lo adoren como Dios (Hch 2:42; 4:4). Lo que Jesús sembró en humillación, lo cosechó en gloria.
2. “Como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste.”
Dios le ha dado potestad a su Hijo sobre toda la humanidad (Mt 28:18). Aún más, sobre toda la creación, para que Él a su vez salve a todos los que crean y confiesen su nombre, esto es, a los que están destinados a recibir la vida eterna, la vida del espíritu; aquellos a quienes Jesús llama suyos porque el Padre se los ha dado (Hch 2:47). (Nota 1)
¿Perteneces tú a Jesús? ¿Eres tú uno de aquellos a los que Él puede llamar suyos? ¿O perteneces tú al otro, al enemigo? En esta hora en que Jesús se enfrenta a su enemigo, en que se va a jugar la batalla de los siglos, la respuesta que tú des decide tu destino: Pasar la eternidad con Él, o pasarla separado de Él para siempre. Amándolo u odiándolo.
La hora ha llegado, sí. Hay un momento en que la hora llega para cada uno y para todos. No pierdas esa hora, no dejes pasar esa hora sin abrazar los pies de Jesús para que Él te levante.
3. “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.”
Jesús da una definición inesperada de la vida eterna. La vida eterna consiste en conocer al único Dios verdadero, y a Jesucristo, su enviado. O más exactamente, la vida eterna se recibe cuando se conoce al Uno y al Otro.
¿Qué quiere decir aquí “conocer”? No se trata de un conocimiento intelectual, sino de un conocimiento íntimo que sólo puede dar la fe (2); de una familiaridad, o comunión interior, que no es estática sino dinámica, esto es, susceptible de aumentar, que produce la certidumbre sobrenatural de la existencia de Dios. (3) Esto era algo que sus discípulos habían adquirido por el contacto diario con Jesús y es algo que todos los que crean en Él después, sin haberlo visto, recibirán (Jn 5:24; 6:40). Recibirán sí, porque es un don que nadie por sí mismo merece, pero que Jesús con su muerte ganó para muchos.
La razón por la cual Jesús le pide a su Padre que lo glorifique es que, al serlo, Él es conocido como el único Dios verdadero, el único que puede dar vida eterna a través de la fe en su Hijo.
4. “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.”
Jesús glorificó a su Padre haciendo su voluntad, haciendo la obra para la cual Él lo había enviado, dándolo a conocer a sus discípulos y a las multitudes que lo seguían. De hecho toda la vida pública de Jesús, con sus enseñanzas y milagros, fue un acto constante de rendir gloria a Dios. Pero cuando Jesús pronunció estas palabras aún faltaba por llevar a cabo la culminación de esa obra, esto es, su pasión y muerte. Sin embargo, Jesús la da ya por hecha, pues Él está dispuesto a afrontarla, y los acontecimientos que conducen a ella se precipitarán dentro de pocas horas, como Él bien sabía. Bien puede él pues decir en ese momento que ha acabado la obra.
5. “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.”
Jesús le dice a su Padre, ahora que yo te he glorificado con mis hechos, glorifícame tú a mí. ¿De qué glorificación se trata? Si Jesús glorifica a su Padre finalmente muriendo en la cruz y resucitando, la gloria que Jesús debe recibir como recompensa es su exaltación retornando al lugar en la Trinidad que Él ocupaba antes de encarnarse, la gloria que Él tenía en el cielo antes de venir a la tierra, y aún mucho antes, esto es, antes que el mundo y todo lo creado existiesen, la gloria de que el Verbo gozaba “en el principio” (Jn 1:1). Esa era la gloria de que la Trinidad gozaba en su espléndida soledad, estaríamos tentados a decir, pero sería equivocado, pues no hay soledad en Dios, ya que Él se basta a sí mismo, y no tiene necesidad de sus criaturas, ni de compañía alguna.
¿Cómo sería esa gloria? Sólo podemos especular. La gloria que el Padre daba al Hijo y al Espíritu Santo, y la que éstos daban al Padre; la gloria que las tres personas de la Trinidad se daban mutuamente.
6. “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.”
Jesús dice: “He manifestado tu nombre”, es decir, he explicado lo que tú eres, tu carácter, la esencia de tu ser (4), en la medida en que eso sea algo que pueda ser expuesto en palabras humanas. Pero podemos suponer que las explicaciones de Jesús a sus discípulos tenían una unción especial que comunicaba un conocimiento superior al que las meras palabras humanas podían transmitir. No ha habido por eso ningún Maestro de las cosas divinas que pudiera compararse con Jesús.
Jesús reveló a Dios como Padre, en primer lugar, suyo; y luego por adopción, también de todos los que, creyendo en Él como Hijo unigénito, son engendrados por la fe (1:12,13). Aunque el Antiguo Testamento menciona ocasionalmente a Dios como Padre, su mensaje muestra todavía una concepción limitada de la paternidad de Dios. Era necesario que viniera Jesús para enseñar a los suyos a dirigirse a Él como “Padre nuestro.” (Mt 6:9; cf Mt 5:48).
Lo he manifestado a los hombres que tú me diste, no a todos los hombres sino a aquellos que tú escogiste del mundo para que estuvieran conmigo. Eran tuyos porque todos los seres humanos te pertenecen, y tú escoges a los que quieres para tus especiales designios.
Estos hombres que me diste han sido fieles, han guardado, cumplido tu palabra, es decir, te han obedecido aunque eran frágiles y débiles.
Cabe preguntarse si la palabra griega “ánthropos” que nuestra versión traduce como “hombres”, incluye también a las mujeres que acompañaron a Jesús, o sólo a sus discípulos varones. Tendemos equivocadamente a pensar en lo segundo, pero esa palabra quiere decir en realidad “seres humanos”, sin distinción de sexo.
7,8.  “Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste.”
Estos dos versículos hablan de la convicción a la que llegaron los discípulos de que Jesús procedía del Padre. Jesús no se atribuye el mérito de nada de lo que Él ha dicho y hecho en los últimos años como si fuera propio. Las cosas “que me has dado”, esto es, en primer lugar, las palabras que les ha hablado en público y en privado, era el Padre quien las ponía en su boca. Por eso es que ellos las acogieron, las recibieron y las hicieron suyas sabiendo que venían de Dios.
Hay una relación estrecha entre conocer y creer. La fe es un conocimiento sobrenatural de las realidades invisibles, que son más sustanciales y permanentes que las visibles.
La primera parte de la conocida frase de Hebreos 11:1 (“La fe es la certeza de lo que se espera”) está orientada hacia el futuro, pero la segunda parte (“la convicción o seguridad de lo que no se ve”) está referida al presente: La seguridad de que aquello que no se ve es real, aunque esté más allá del alcance de nuestros sentidos.
Nuestros sentidos son limitados, sólo perciben, ven, oyen o sienten objetos cercanos, los que están en nuestro entorno. Pero no ven ni oyen lo lejano, y menos lo oculto.
El conocimiento de que Jesús ha venido de Dios, pertenece al orden de las realidades invisibles, pero era más firme para ellos que si hubiesen visto a Jesús descender del cielo.
Notas: 1. En este versículo se apoyan los partidarios de la doctrina de la elección limitada a un número escogido de personas. Pero hay otros versículos en que la oferta de salvación es abierta: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Jn 3:17). Mundo incluye a todos.
2. “Conocer” en otros contextos alude a la unión sexual (Mt 1:25; Gn 4:1). Conocer a Dios, en el sentido de este pasaje, produce entre el hombre y Dios una intimidad espiritual profunda.
3. Agustín escribe: “Si la vida eterna es el conocimiento de Dios, tanto más tendemos a vivir cuanto más adelantemos en este conocimiento.” Y agrega: “El conocimiento de Dios será perfecto cuando la muerte deje de existir”; entiéndase para nosotros.
4. La palabra “nombre” es usada en la Biblia muchas veces en ese sentido (Ex 3:13,14).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
#760 (06.01.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 18 de enero de 2013

YO HE VENCIDO AL MUNDO


Por José Belaunde M.
YO HE VENCIDO AL MUNDO
Un comentario de Juan 16:25-33
25. “Estas cosas os he hablado en alegorías; la hora viene cuando ya no os hablaré por alegorías, sino que claramente os anunciaré acerca del Padre.”
Jesús les dice a sus discípulos que Él les ha venido hablando del reino de Dios (“estas cosas” = tauta en griego) en alegorías (Nota 1), es decir, en lenguaje figurado o en parábolas, pero que en adelante les hablará en un lenguaje directo, claro.
Pero yo noto que la mayor parte de este discurso, desde el capítulo 14, está dicho en un lenguaje bastante claro y explícito, que deja pocas dudas sobre el sentido de lo que Jesús quiere decirles --exceptuando la parábola de la vid verdadera (15:1-8), y cuando emplea la frase “todavía un poco” (16:16), y algunos pasajes cortos más, como la figura de la mujer que da a luz (16:21). Por eso yo creo que cuando dice “la hora viene” se está refiriendo –aunque sus apóstoles en ese momento ignoran a qué se refiere- sea a la etapa de cuarenta días entre su resurrección y su ascensión, en que les enseñaría muchas cosas más acerca del reino de Dios (Hch 1:3); sea al período después de Pentecostés, cuando poco a poco el Espíritu Santo les fue aclarando muchos conceptos que hasta ese momento no les eran claros y que forman parte de los fundamentos de la vida cristiana, como los relativos, entre otros, a la Trinidad y a la doble naturaleza divina y humana de Jesús.
26,27. “En aquel día pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios.” (2)
Cuando llegue ese día (Véase v. 23) se cumplirá la promesa de que todo lo que pidan al Padre en su nombre (14:13,14; 15:7; 16:23,24) les será concedido, sin necesidad de que Él interceda por ellos, ya que el Padre tiene un gran amor por ellos, pues ellos lo han acompañado desde el inicio de su ministerio público, amándolo y creyendo en sus palabras, especialmente aquellas en que Él afirmaba ser el Hijo de Dios que se hizo hombre para salvar a los pecadores (Mt 20:28). Su fe y su fidelidad les han granjeado un amor especial del Padre que asegura que Él les concederá todo lo que le pidan. Todo el que cree fielmente en Jesús y le ama es amado de una manera especial por Dios.
Entonces Jesús les declara una gran verdad acerca de sí mismo:
28. “Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre.”
Esto es, yo he salido del seno del Padre, donde estaba antes de hacerme hombre. Esta es la solemne verdad que enuncia la frase inicial del prólogo de este evangelio: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.” (1:1), que se completa más adelante: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, pero el mundo no lo conoció…” (v. 9,10). “Y aquel Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros…” (v. 14ª).
Pero ahora, dice Jesús, me toca regresar al Padre dejando este mundo, y no estaré más entre vosotros.
Ya Él les había anunciado su partida (16:16), y ese anuncio les había causado gran tristeza (v.20,22), pero Él los consuela diciéndoles que luego los volvería a ver. En este momento no les reitera esa promesa pero ellos deben haberla recordado porque…
29,30. “Le dijeron sus discípulos: He aquí ahora hablas claramente, y ninguna alegoría dices. Ahora entendemos que sabes todas las cosas, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido de Dios.”
En su mente entorpecida por la pesadumbre se hace la luz y comprenden claramente lo que Jesús les está diciendo; comprenden que su conocimiento excede todo lo que el hombre natural puede saber, porque es un conocimiento divino, omnisciente: “Sabes todas las cosas”. Él sabe lo que hay en el corazón del hombre (6:64; Lc 5:22), sus preocupaciones, sus inquietudes, sin que nadie se lo diga o le pregunte. Su mirada penetra hasta lo más profundo del corazón humano (Hb 4:12). La comprensión súbita que tienen de cuán vasto es el conocimiento que posee Jesús los convence, si bien todavía imperfectamente, de su divinidad.
31. “Jesús les respondió: ¿Ahora creéis?”
La pregunta de Jesús tiene un matiz irónico y de reto: “¿Ahora creéis que yo soy lo que siempre he afirmado  ser? ¿Y vais a actuar de acuerdo a esa convicción y os vais a adherir a mí, permaneciendo al lado mío cuando vengan tiempos difíciles? Jesús los reta a ser concientes de cuán superficial es aún su fe en Él, y cómo todavía ha de ser probada.
No solamente Jesús no tiene necesidad de preguntar para saber qué es lo que les inquieta, sino que también Él puede evaluar la firmeza y estabilidad de su fe.
32a. “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo;”
Vosotros aseguráis creer en mí, y que permaneceréis conmigo frente al mundo, pero viene el momento en que cada uno de vosotros se irá por su lado, queriendo salvar el pellejo, y me abandonarán en manos de mis enemigos (Mt 26:56b).
Él les anuncia que ha llegado para Él la hora de su gran soledad, en que será abandonado por todos, y en la que Él no podrá contar con ninguno de los que hasta ahora consideraba sus amigos, porque valorarán más su propia vida que la amistad y el amor que le profesaban. Ninguno de ellos, en efecto, estuvo cerca de Él para consolarlo o darle ánimo, o para testificar a favor suyo ante el tribunal --salvo Pedro que lo seguía de lejos (Mt 26:58) y luego lo negó tres veces (Mt 26:69-75).
32b. “Mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo.”
Si bien desde el punto de vista humano Él se va a quedar solo, no lo va a estar realmente, porque su Padre estará con Él, y su compañía vale más que toda compañía humana (Jn 8:29).
Esas palabras acerca de la compañía de su Padre pueden aplicarse también a nosotros, los creyentes, pues hay ocasiones en que nos quedamos huérfanos de amistad y de todo apoyo humano. Pero aún en esos momentos difíciles en que nos sentimos abandonados, Dios permanece al lado nuestro. Y si podemos contar con Él, ¿qué importa que los hombres nos abandonen?
Hay una escritura que bien expresa esa seguridad: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá.” (Sal 27:10) Esas palabras son para nosotros un gran consuelo.
Sin embargo, hubo un momento en su pasión en que Jesús sintió que su Padre lo abandonaba a su propia suerte, cuando estaba clavado agonizando en el madero, y en el que la angustia de la soledad le hizo proferir una de las exclamaciones más desgarradoras del Evangelio: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27:46).
Esa sensación de abandono formaba parte de la copa de amargura que Él tenía que beber hasta la última gota para que al término de su pasión Él pudiera decir: “Todo está consumado” (Jn 19:30). Pero aunque Él pudiera sentirse abandonado por su Padre, nunca lo estuvo realmente. Él pasó por esa situación porque era necesario que Él experimentara en carne propia el abandono y la soledad que los seres humanos a veces experimentamos, la soledad del hombre que, abandonado por todos, enfrenta su destino.
Poco antes había dicho: “Voy al Padre.” (16:28). Ahora dice. “El Padre está conmigo.” Cabe preguntar con Agustín: ¿Qué necesidad hay de ir a Aquel que uno tiene consigo? La respuesta es: Al venir al mundo Él salió del Padre, pero sin dejar de estar íntimamente unido a Él, de modo que nunca lo dejó; así como ahora, muriendo, Él deja el mundo para volver al Padre, pero no abandona al mundo, porque permanece en él por su Espíritu que mora en nosotros y en la Iglesia.
33. “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad (3), yo he vencido al mundo.”
Todas las cosas que Jesús les ha venido diciendo se las ha dicho para que en Él puedan tener paz en medio de las aflicciones que ellos van a padecer en el mundo. Ellos van a vivir como si dijéramos en dos dimensiones simultáneamente. Van a vivir en Él gracias a la unión obrada por la presencia del Espíritu Santo en sus almas y cuerpos y, a la vez, van a vivir en medio de las contradicciones y oposición de este mundo. El conflicto es inevitable.
Aunque ya lo hemos visto anteriormente (Véase el artículo “El Mundo os Aborrecerá I”) conviene revisar qué quiere significar Jesús cuando emplea la palabra “mundo”. Kosmos en griego es el universo entero, pero en el lenguaje del evangelio y de las epístolas de Juan “el mundo” representa a las fuerzas espirituales que se oponen a Dios; representa esa sección mayoritaria de la humanidad que no sólo desconoce a Dios sino que se le opone y lo niega. Representa la influencia en el ámbito humano del reino de las tinieblas gobernado por Satanás, a quien Jesús llama precisamente por ese motivo “el príncipe de este mundo” (Jn 12:31; 14:30; 16:11).
El mundo es también la mentalidad que prevalece entre los incrédulos que no reconocen la soberanía de Dios y que pretenden vivir independientes de Él –como si su aliento no viniera de Él. (4)
El reino de las tinieblas y el reino de la luz están en oposición permanente. Pero Jesús les asegura que Él ha vencido al mundo (5); y que aunque ellos experimenten en el mundo una lucha permanente deben descansar en la confianza de la victoria que Él ha obtenido para ellos.
En medio de las tribulaciones y las persecuciones que les esperan, ellos podrán experimentar la paz que viene de Él (Jn 14:27) y que sólo Él puede dar, una paz que sobrepasa todo entendimiento y que gobernará sus corazones (Flp 4:7). Jesús hizo esa promesa no sólo a sus apóstoles; la hizo también a todos nosotros.
Sin embargo, cabe preguntarse: ¿Cómo puede Jesús decir que ha vencido al mundo cuando está a punto de ser condenado como un malhechor a una muerte infame? La respuesta se halla en Hebreos donde se dice que Él participó de las limitaciones de la naturaleza humana (“carne y sangre”) “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,” al príncipe de este mundo (Hb 2:14). Vencido el príncipe, su principado ha terminado.
Así como yo lo he vencido, vosotros también lo venceréis, siguiendo mi ejemplo, por mi Espíritu que vive en vosotros, tal como escribe Juan: “Porque todo lo que es nacido de Dios, vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.” (1Jn 5:4) Yo lo he vencido para que vosotros también lo venzáis, pese a todas las tribulaciones que os puedan sobrevenir. Pablo, a su vez, lo asegura: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó.” (Rm 8:37).
Los mártires de los siglos posteriores fueron sostenidos en la lucha por estas palabras de Jesús en este versículo que comentamos, seguros de que cuando la tentación es grande, más grande es Aquel que está en nosotros “que el que está en el mundo.” (1Jn 4:4). Como dice Agustín: “Él no hubiera vencido al mundo, si el mundo pudiera conquistar a los suyos.” La victoria de Jesús es garantía de la nuestra.
Notas: 1. La palabra  paroimía, que figura tres veces en Juan (10:6; 16:25,29) y una en 2P2:22, designa un corto dicho oscuro, o proverbio enigmático, en el que lo ficticio sirve para representar lo real. Es casi un sinónimo de parabolé, con la diferencia de que ésta suele ser una historia más elaborada.
2. Aquí dice que el Padre los ama porque ellos han amado a Jesús. Sin embargo, en su 1ra. Epístola Juan dice: “Nosotros le amamos a Él porque Él nos amó primero.” (1Jn 4:19). No hay contradicción. Son dos situaciones y momentos diferentes. Los hombres ciertamente amamos a Dios como consecuencia de su amor por nosotros, pero hay un amor especial de Dios que es fruto de nuestro amor y de nuestra entrega a Él.
3. O quizá mejor: “tened ánimo”.
4. Concretamente, en ese momento histórico el mundo representa también a ese sector de la sociedad judía que rechazó a Jesús y lo hizo condenar.
5. El tiempo verbal perfecto usado por Jesús indica un resultado permanente.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.

#759 (30.12.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 11 de enero de 2013

VUESTRA TRISTEZA SE CONVERTIRÁ EN GOZO


Por José Belaunde M.
VUESTRA TRISTEZA SE CONVERTIRÁ EN GOZO
Un Comentario de Juan 16:16-24
16,17. “Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre. Entonces se dijeron algunos de sus discípulos unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Todavía un poco y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; y, porque yo voy al Padre?”
A nosotros el sentido de esta frase es clarísimo, porque conocemos los acontecimientos que anuncia, pero aunque su significado literal fuera claro para sus discípulos las implicancias de ese lenguaje eran intrigantes y no las entendían.
“Todavía un poco y no me veréis”, es decir, dentro de un poco de tiempo no me veréis porque voy a morir, y desapareceré de vuestra vista porque seré sepultado.
“Y de nuevo un poco y me veréis”, es decir, nuevamente después de un poco de tiempo me veréis porque (aunque Jesús no lo dice aquí) al tercer día resucitaré y seré nuevamente visible para vosotros, [pero no para el resto de la gente porque, aparte de la Magdalena (Jn 20:11-18) y de “la otra María” (Mt 28:1,9, que según Mr 16:1 era la madre de Santiago y Salomé), y de los once, nadie lo vio resucitado, salvo los 500 de que habla Pablo, y su hermano Santiago (1Cor 15:6,7). A Pablo se le apareció de una manera excepcional después de su ascensión.] (Nota 1)
“Porque voy al Padre” es una frase intrigante aun para nosotros, porque pensamos que Jesús fue al Padre en su ascensión, cuarenta días después de su resurrección (Y así lo interpretan muchos). Pero Jesús estuvo con el Padre en espíritu apenas muerto –aunque pasara por el Hades- pues le aseguró al ladrón: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23:43), es decir, en la presencia del Padre.
Jesús no hubiera podido resucitar si apenas muerto no se hubiera reunido con su Padre en la gloria. Cabe preguntarse ¿cuándo descendió entonces a los infiernos, esto es al Hades, o Seol, como dice Pedro? (1P3:18-20) La respuesta es sencilla: Jesús descendió al Hades de paso para rescatar a los espíritus encarcelados que esperaban la redención, y llevarse consigo a los que estaban ahí cautivos, antes de volar donde su Padre al cielo (Ef 3:8-10). (2)
18. “Decían pues: ¿Qué quiere decir con: Todavía un poco? No entendemos lo que habla.”
Es obvio que su perplejidad sobre las palabras de Jesús: “Todavía un poco”, no es acerca de su sentido literal, que es claro, sino por lo que ese anuncio implicaba. La noción, o la idea, de que Jesús pudiera morir y serles arrebatado estaba muy alejada de su mente, aunque eran concientes del odio que le tenían los fariseos y los sacerdotes, y eso les era intolerable. Ellos expresan abiertamente su desconcierto, pero los acontecimientos no tardarían en hacérselo ver claro.
Pero que el sentido de las palabras de Jesús en este pasaje puede entenderse de muchas maneras lo muestran las diferentes interpretaciones que han dado de él distintos intérpretes y comentaristas.
Varias razones se han dado para que los discípulos no comprendieran las palabras de Jesús. Aparte del hecho de que son intrigantes, y de que ellos estaban abrumados por la pena, y eso les nublaba el entendimiento, creo que es importante resaltar: primero, que aunque Jesús había anunciado varias veces que Él iba a morir, para ellos eso era algo difícil de aceptar; y segundo, que la resurrección gloriosa era para ellos una cosa misteriosa.
Nótese que los casos de resurrección obrados por Jesús, como los de la hija de Jairo, o del hijo de la viuda de Naím -en que los fallecidos revivieron después de haber estado pocas horas muertos- o el de Lázaro –que estuvo cuatro días en el sepulcro- fueron muy diferentes de lo que sería la resurrección de Jesús, porque se trató de cadáveres que recobraron la vida. Pero el caso suyo sería totalmente distinto, porque no consistió en que su cadáver recobrara la vida que antes tenía, sino que su cuerpo al revivir adquirió características que nunca antes había tenido, pues aparecía y desaparecía a voluntad, y podía atravesar las paredes, pero no era un espíritu, pues podía ser tocado y podía comer (Jn 20:19-29; Lc 24:36-43).
19,20. “Jesús conoció que querían preguntarle, y les dijo: ¿Preguntáis entre vosotros acerca de esto que dije: Todavía un poco y no me veréis, y de nuevo un poco y me veréis? De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo.”
Jesús se dio cuenta por lo que conversaban, de que sus palabras les intrigaban, y de que querían que se las aclarara. Pero al hacerlo, según su costumbre, Él va más allá de lo que sería una respuesta directa, y se dirige a sus inquietudes, anunciándoles lo que va a ocurrir entre esos dos períodos de un poco de tiempo que ha mencionado. Jesús se va, como si dijéramos, por las ramas, para explicarles en profundidad, y con franqueza, cuál será su experiencia:
Cuando no lo vean, es decir, cuando les sea quitado, ellos se quedarán muy tristes y desconcertados, mientras sus enemigos exultarán de gozo porque creerán que lo han vencido, que han eliminado al hombre que les reprochaba su hipocresía, y que con sus milagros se ganaba el favor del pueblo.
Esa tristeza de los discípulos ante la muerte de Jesús tuvo una expresión muy sentida, dicho sea de paso, en las palabras de los dos peregrinos que iban de camino a la aldea de Emaús cuando Jesús les vino al encuentro, y se pusieron a hablar con Él sin reconocerlo (Lc 24:13-24).
Pero esa tristeza suya no durará mucho tiempo sino se convertirá en un gozo extraordinario, indecible, cuando lo vuelvan a ver, cuando reaparezca, pues comprenderán cuán grande es su victoria, y cómo ella proclamará ante el mundo no sólo que Él es el Mesías, cuya venida sus enemigos habían negado, sino que, por encima de eso, confirmará que Él es Dios, tal como Él en palabras misteriosas había dado a entender (P. ejm. Jn 8:58).
Entonces se hará patente de un modo pleno cómo el mundo será redargüido de justicia cuando Él retorne a su Padre, pues ese retorno será el sello de su divinidad.
21,22. “La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.”
Enseguida evoca un cuadro tomado de la vida diaria con el que todos están familiarizados: el nacimiento de una criatura que se produce en medio de los dolores de parto de su madre. Así como su dolor se convierte en gozo, y ella olvida todo lo que sufrió cuando nace su hijo, de manera semejante, la tristeza que ellos tendrán cuando les sea quitado se convertirá en alegría cuando, después de ese nuevo “un poco”, ellos lo vuelvan a ver. Él les asegura que ese gozo ya no les podrá ser arrebatado pues será consecuencia de una realidad que excederá todo lo que ellos podían haber esperado, algo que superará todas sus expectativas; en verdad, algo que antes nunca había ocurrido en la historia. Jesús no les adelanta qué es lo que va a suceder, pero nosotros sabemos muy bien que se refiere a su próxima resurrección. Su resurrección será el acontecimiento más grande de los siglos, la culminación de su obra redentora, que cambiará su aparente derrota ignominiosa en la cruz, en una victoria gloriosa. ¡Cómo no tendrán ellos entonces motivo de alegrarse! ¡Ellos que tendrán la dicha de verlo y conversar con Él resucitado!
23. “En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará.”
El día en que lo vuelvan a ver ya no tendrán necesidad de hacerle ninguna pregunta, como las que le habían hecho hace un momento, porque todas sus preguntas habrán recibido una respuesta contundente por la evidencia de los hechos.
Pero si no tendrán nada que preguntarle sí podrán tener mucho que pedirle. Jesús les asegura que todo lo que ellos le pidan al Padre en nombre suyo, les será concedido. Esa es una promesa tremenda.
¿Es la oración como una lámpara de Aladino que concede todos los deseos del que la posee? (3) ¿Podemos pedirle al Padre lo que sea en la seguridad de que nos lo dará? Sí, todo lo que se le pida en nombre de su Hijo Jesús, nos lo dará como si el mismo Jesús se lo pidiera. ¿Y qué puedo yo pedirle al Padre en nombre de Jesús? ¿Puedo pedirle cualquier cosa usando el nombre bendito de su Hijo Jesús? Sí. Puedo pedirle cualquier cosa siempre que sea algo que el mismo Jesús le pediría. Pero no algo que Jesús no le pediría. Tengo que amoldar mis peticiones al carácter y a los deseos de Jesús para que el Padre me otorgue lo que le pida.
En suma, tengo que hacerme como Jesús, pensar como Él, desear como Él, y amar como Él en la medida en que sea posible. Si yo uno mi voluntad a la suya, todo lo que yo le pida al Padre en nombre de su Hijo me será concedido. Pensándolo bien ¿puede el creyente pedirle algo a Dios que Jesús no estaría dispuesto a pedirle?
Ya anteriormente Jesús les había hecho una promesa semejante cuando les dijo: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré” (Jn 14:13). Entonces les dijo que sería Él quien les concedería lo que le pidan. Pero ahora dice que es el Padre quien lo hará. No hay contradicción, porque el Padre y Él son uno (Jn 10:30).
También les había dicho poco antes: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros…”. (Jn 15:7). Esto es, si vuestra voluntad permanece unida a la mía (porque mis palabras expresan mi voluntad) todo lo que pidáis os será concedido. Son maneras diferentes de expresar la misma idea, la misma promesa.
Jesús se da a nosotros en la medida en que nosotros nos demos a Él. Santiago lo expresó en otros términos: “Acercaos a Dios y Él se acercará a vosotros.” (Stg 4:8).
24. “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.”
Jesús les había enseñado a orar a sus discípulos algún tiempo atrás, dándoles como modelo la oración que llamamos “Padre Nuestro” (Mt. 6:913). Es una oración dirigida al Padre pidiendo ante todo que su reino venga a nosotros, y que su voluntad sea hecha en la tierra; pero no es una oración hecha en el nombre de Jesús. No podía serlo mientras Él estuviera vivo, en su cuerpo mortal, en medio de ellos, pero una vez muerto y resucitado en su cuerpo glorioso, cuando esté a la vez con ellos y en la gloria con su Padre, ya podemos pedirle al Padre con la autoridad que ahora les otorga de pedir en nombre suyo, para que todo lo que le pidan les sea concedido. Lo será en consideración de los méritos de Jesús. Cuando eso ocurra, cuando ellos experimenten la realidad de la nueva autoridad que Jesús les concede, su gozo, su alegría será plena, pues será el fruto de su unión con Cristo.
Notas: 1. ¿Vio la madre de Jesús a su hijo resucitado? Es muy probable que Jesús se le apareciera en algún momento, pero los evangelios guardan silencio al respecto.
2. Véase al respecto los artículos “Una Buena Conciencia IV” #501 del 16.12.07, y “Hades, Sheol, Paraíso y Resurrección” #362 del 27.03.05.
3. A algunos puede parecerle un poco osada la comparación del poder de la oración con el poder del genio que según el cuento árabe habitaba en la lámpara de Aladino. Pero esa comparación puede sernos útil para entender la diferencia entre un poder mágico sometido al hombre y que obliga a Dios (como algunos equivocadamente consideran a la oración), y un poder que se ofrece al hombre que somete su voluntad a la de Dios; entre un poder que exalta al hombre y uno que exalta a Dios.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#758 (23.12.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO
Un Comentario de Juan 16:4b-15
4b. “Esto no os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros.”
Jesús les dice que Él no les habló antes de estas cosas, es decir, de la persecución que sufrirían y de la venida del Espíritu Santo, porque no era oportuno que lo hiciera, pues Él estaba con ellos. Pero como ya está a punto de abandonarlos, ya es oportuno y conveniente que lo haga para que estén advertidos de lo que vendrá.
5. “Pero ahora voy al que me envió; y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas?”
Jesús se asombra de que habiéndoles anunciado su partida, ninguno de ellos le pregunte “¿A dónde vas?” Si no lo hacen es quizá porque todavía no han asimilado del todo esa mala noticia, o no quieren admitirla. Están tan acostumbrados a la compañía constante de Jesús, y se sienten tan felices gozando de ella, que se les hace difícil imaginarse que puedan ser privados de ella.
O quizá no le preguntan a dónde va porque para ellos es obvio que si se va es para retornar al lugar de donde vino, es decir, al cielo.
Ya en una ocasión anterior (Jn 8:21,22), en un diálogo con escribas y fariseos, Jesús les había dicho que Él se iría a un lugar donde ellos no podían ir, y ellos no entendieron lo que les quería decir. Los discípulos quizá recordaban ese intercambio y la sorpresa de los interlocutores de Jesús. Ese recuerdo posiblemente se agolpaba en su mente, y contribuía a su desazón.
Fue justamente al recordar ese diálogo durante la Última Cena cuando Pedro le hizo la pregunta: “Señor, ¿a dónde vas?”, y Jesús le contestó que a dónde iba él no lo podía seguir, lo cual dio lugar al anuncio de la negación de Pedro (13:36-38). Tomás también había antes protestado: “No sabemos a dónde vas, ¿cómo pues sabremos cuál es el camino?” (14:5), a lo que Jesús había dado como respuesta una de las frases más audaces y profundas de todo el Evangelio: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.” (14:6).
6. “Antes, porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón.”
Era inevitable que al anunciarles Jesús su partida, y las pruebas que tendrían que afrontar sin su compañía, ellos se angustiaran y entristecieran. El anuncio de la venida de Aquel a quien Jesús llama “El Consolador” no los consolaba, porque no entendían bien de qué, o de quién, se trataba y, por tanto, no sabían en ese momento qué beneficios les reportaría su venida. Ellos no tenían sino nociones vagas acerca del Espíritu Santo, porque eso era algo que aún no les había sido plenamente revelado. Desde su perspectiva humana nada podía compensar la ausencia de Jesús. Eso es muy comprensible, no sólo porque lo amaban, sino porque el trato constante con Él los llenaba de una alegría y una paz que no podían definir.
A nosotros nos ocurre algo semejante. Aunque nunca hemos gozado de la compañía física de Jesús, sí hemos gozado muchas veces de su cercanía espiritual y hemos tenido comunión íntima con Él. Nosotros atesoramos esas experiencias como los momentos más altos de nuestra vida.
Tanto más sufrimos cuando por algún motivo pero, sobretodo por nuestra culpa, nos vemos privados de esa comunión con Él. Su presencia, su cercanía espiritual, nos es indispensable, y la anhelamos como el sediento anhela el agua que no ha podido beber durante mucho tiempo (“Como el ciervo anhela las corrientes de las aguas, así te anhela el alma mía.” (Sal 42:1).
7. “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.”
Para consolarlos Jesús les dice enfáticamente que a ellos les conviene que Él se vaya. Implícitamente les está diciendo que no sólo a ellos, sus discípulos presentes, sino a todos sus seguidores, y a toda la iglesia, les conviene que Él se vaya, porque mientras Él no se haya ido no podrá venir Aquel a quien Él llama el Consolador, el Paráclito, a quien antes ha llamado el Espíritu de Verdad. (Jn 15:26).
La pregunta que aflora en nuestros labios es: ¿Porqué no puede venir el Espíritu Santo mientras Él no se haya ido? Porque Él, Jesús, era la presencia de Dios en la tierra, una presencia no sólo espiritual sino física, y no podía haber una doble presencia divina entre los seres humanos. Una de dos, o estaba Él hablando y caminando con ellos, o venía el Espíritu Santo a estar con ellos.
Reconozco que esto no es algo fácil de entender. Sin embargo, me parece que es una cuestión de sentido común.
De otro lado, cabe preguntarse ¿por qué les convenía a ellos, y a toda la Iglesia, que Él se vaya y que venga el Espíritu Santo en su lugar?
La respuesta parece obvia: Porque siendo la presencia de Jesús una presencia física, corporal, estaba limitada a un solo lugar. Pero el Consolador, siendo espíritu, no está sujeto a esa limitación y puede estar en todas partes a la vez.
El apóstol Pablo podía decir a los filipenses (parafraseando): “A mí me convendría partir para estar con Cristo, pero a vosotros os conviene que permanezca en la tierra.” (Flp 1:23), porque al irse él a la presencia del Padre no tenía poder para enviar a nadie que lo reemplace.
Pero en el caso de Jesús y del Espíritu Santo la cosa es diferente porque, al irse, Él y el Padre juntos les enviarían al Espíritu Santo, y no lo podían hacer mientras Él no hubiera sido glorificado.
Les convenía además que Él se fuera y enviara al Espíritu Santo porque el Espíritu Santo los llenaría a todos ellos con un poder para testificar desconocido por ellos, y con toda la abundancia de sus dones, que permitirían que el Evangelio se difundiera por toda la tierra atrayendo a todos los hombres a Cristo. Y eso, por lo demás, no podía realizarse mientras su sacrificio expiatorio no se hubiera realizado, mientras la redención no hubiera sido consumada y Él no hubiera sido glorificado, como lo fue al ascender a la presencia de Dios una vez resucitado (Hch 1:8,9).
Recordemos que Juan había escrito acerca del “Espíritu que habían de recibir todos los que creyesen en Él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Jn 7:39). Había pues un proceso necesario: Jesús tenía que subir al cielo una vez consumada su obra redentora en la tierra, para ser recibido en la gloria por su Padre, y enseguida descendería el Espíritu Santo con poder sobre la iglesia. (Hch 2:2,3). Por lo demás, aunque Jesús no estuviera presente físicamente, Él no dejaría de estar con ellos porque, como había prometido, dondequiera que estuvieran dos o tres reunidos en su Nombre, Él estaría en medio de ellos (Mt 18:20). Antes de ascender al cielo y darles sus últimas instrucciones Él les confirmaría su promesa de que estaría con ellos “todos los días hasta el fin del mundo.” (Mt 28:20).
8-11. “Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.”
Este es un pasaje que la mayoría de intérpretes ha reconocido es bastante oscuro y de interpretación difícil. Trataremos de aclararlo.
¿Qué quiere decir que convencerá al mundo? Que el Espíritu aportará las pruebas de lo que Jesús había enseñado acerca de sí mismo, y como esas pruebas serán irrefutables, provocarán una convicción interna profunda en los habitantes de la tierra a donde llegue su mensaje, comenzando por aquellos en medio de los cuales Él vivió.
¿Y en qué sentido convencerá al mundo de pecado? Porque la mayoría de los judíos y galileos, en medio de los cuales vivió, enseñó e hizo milagros Jesús, no creyó en Él; y más allá de ellos, en los siglos siguientes, no creerían los que se negarían a reconocer su obra. No obstante, a partir de Pentecostés, mediante la predicación y los milagros que hacían los apóstoles, el Espíritu Santo haría ver a muchos el estado de su alma y los llevaría al arrepentimiento, como ocurrió en respuesta al primer sermón de Pedro: “Al oír esto se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hch 2:37).
El Espíritu Santo convencerá al mundo de justicia porque al retornar en gloria al Padre que lo envió, y sentarse a su diestra, Jesús revindicará, en primer lugar, su propia justicia –la de un hombre inocente, libre de todo pecado- contra las acusaciones falsas de sus enemigos; y, en segundo lugar, revindicará la justicia de su obra redentora. Él, siendo absolutamente justo, llevó sobre su cuerpo los pecados de todos los que, estando separados de Dios y de su gracia, tienen por Él acceso al Padre y a la salvación. Como escribe Pablo: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él.” (2Cor 5:21).
Y de juicio porque el enemigo, el príncipe de este mundo, que desde la caída de Adán ha regido casi sin cuestionamientos a la humanidad, será derrotado en la cruz, y la malignidad de su astucia será expuesta a la vista de todos. En adelante ya no ejercerá sobre los hombres el dominio incuestionable que él ejercía. La rápida difusión del Evangelio por el mundo conocido entonces, y la derrota del paganismo reinante, así como la transformación de la mentalidad de la gente que abrazó el cristianismo, constituyen, en efecto, una manifestación elocuente de esa derrota. (Nota 1)
12. “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.”
¡Cuántas verdades no quisiera Jesús poder revelar a sus discípulos para iluminar sus mentes! ¡Verdades acerca de Dios y de sí mismo que ellos ignoran! Pero Él es consciente de que los abrumaría, y de que no las podrían entender, porque aún no están en condiciones de hacerlo.
¡Cuántas veces ocurre en la enseñanza que se revela a los inmaduros y a los niños, cosas que aún no están en condiciones de comprender y que los confunden! El maestro sabio es el que administra prudentemente los conocimientos que imparte para que puedan ser comprendidos y asimilados gradualmente por sus oyentes a medida que progresan.
13. “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.”
Días vendrán, cuando el Espíritu Santo haya descendido sobre ellos y sobre todos los creyentes, en que Aquel a quien Jesús llama el Espíritu de verdad, les irá revelando paulatinamente toda la verdad que necesitan conocer.
Así ocurrió en efecto. Desde Pentecostés, en que la mente cerrada de los discípulos fue abierta, el Espíritu Santo ha ido revelando a la Iglesia todo lo que necesita conocer para caminar en rectitud, santidad y verdad, y para guiar a su vez al rebaño, esto es, a los hombres y mujeres a quienes Dios ha puesto a su cargo.
Ha sido una tarea trabajosa porque el Espíritu se ha enfrentado con frecuencia a las resistencias que la soberbia y las divisiones entre los fieles opone a su obra iluminadora.
El Espíritu Santo, estando esencialmente unido al Padre y al Hijo, en una unidad que la inteligencia humana es incapaz de comprender, irá revelando en el curso del tiempo todas aquellas cosas que el consejo de Dios considerará oportuno hacer saber a los hombres, individual o colectivamente, para su mejor gobierno.
Cuando Jesús dice que el Espíritu Santo “no hablará por su cuenta” (es decir, por su propia iniciativa), está diciendo que el Espíritu Santo obrará tal como Él mismo obraba: “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, Él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.” (Jn 12:49; cf 8:28; 5:19,30). Esto es, dirá aquellas cosas que el Padre le encargue decir. (2)
En particular, el Espíritu revelará a los hombres, muchas veces, es cierto, en términos misteriosos -como vemos en Apocalipsis- los acontecimientos que les depara el futuro, para que no los cojan enteramente por sorpresa cuando ocurran, sino los encuentre prevenidos.
14. “Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.”
Todo lo que el Espíritu Santo revele redundará en un mayor conocimiento y en una mayor gloria de Cristo, que tomó sobre sí la tarea de acercarse a sus criaturas y, estando infinitamente por encima de ellas, asumió su naturaleza al encarnarse, tomando, como dice Pablo, “forma de siervo” (Flp 2:7), porque eso es lo que el hombre, sujeto a todas limitaciones de su carne, en realidad es. Así como Jesús glorificó al Padre en la tierra con lo que dijo (sus enseñanzas) e hizo (sus milagros) (Jn 7:18; 17:4), ahora el Espíritu Santo glorificará a Jesús revelando el significado de su obra redentora, la cual aparecerá más adelante cada vez más claramente a la Iglesia, en particular pero no únicamente, a través de los escritos inspirados de Pablo.
15. “Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.”
Lo que el Espíritu Santo revele serán cosas relativas a Jesús que los apóstoles en ese momento ignoran, y que sus sucesores inmediatos tampoco percibirían claramente, pero que fueron comprendiendo poco a poco, a medida que el Espíritu se las revelaba.
Este versículo afirma una vez más la unidad esencial del Padre y del Hijo, pues todo el conocimiento que pertenece al primero pertenece también por derecho propio al segundo. Lo que el Espíritu Santo revele saldrá de ese pozo infinito común de conocimientos que pertenece al Padre y al Hijo y, naturalmente, también al Espíritu Santo, puesto que es uno con ambos.
Notas: 1. El edicto de Milán (313 DC), que dio término a las persecuciones, permitió la difusión pacífica de la fe cristiana a lo largo y ancho del imperio, pero sobre todo en las ciudades. Significó también el inicio de una época en que cristianismo y paganismo convivieron juntos y en que prevaleció la libertad de conciencia. La fe en Cristo fue ganando terreno frente a las diversas formas de culto a los dioses que subsistían sobre todo en el campo (“pagano” quiere decir campesino). Los esfuerzos que Julián, llamado el Apóstata, realizó cincuenta años más tarde para restaurar el paganismo en el imperio, resultaron vanos, y él murió el año 363 diciendo, según la leyenda: “Venciste Galileo”. El año 381 el emperador Teodosio, proclamó al cristianismo como religión del estado en todos sus dominios, y se inició la lucha oficial contra el paganismo. Los templos paganos fueron transformados en iglesias y sus sacerdotes desterrados. En los siglos subsiguientes la fe en Cristo, que predominaba ya en las regiones ribereñas del Mediterráneo, se propagó por toda Europa y el Medio Oriente.
2. Creo que es pertinente citar en este lugar las palabras del erudito evangélico F.F. Bruce, cuya obra es para mí un ejemplo y un estímulo: “Así como se esperaba que el Mesías expusiera claramente las implicancias plenas de la revelación que había precedido su venida, así el Paráclito expondrá claramente las implicancias plenas de la revelación encarnada en el Mesías, y las aplicará de manera relevante a todas las generaciones sucesivas.”
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#757 (16.12.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).