martes, 28 de agosto de 2012

EL JOVEN QUE CAYÓ DE LA VENTANA


ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1). RECOMIENDO LEERLO. (Informes Tel. 4712178)
 Por José Belaunde M.
EL JOVEN QUE CAYÓ DE LA VENTANA
Un Comentario al libro de Hechos 20:7-12
7. “El primer día de la semana, reunidos los discípulos (1) para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de salir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche.”
Podemos ver acá una cierta evolución en las costumbres de la iglesia de los primeros tiempos. Hemos visto que al principio los discípulos se reunían diariamente para partir el pan, como Jesús les había enseñado que hicieran en memoria suya la víspera de su muerte (Lc. 22:19), de lo cual hay huella al comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles (2:42,46).
Esa era la costumbre de la iglesia en Jerusalén después de Pentecostés. Pero ahora, unos veinticinco años después aproximadamente, Pablo está en el puerto de Troas viajando hacia Jerusalén, y reunido con una congregación preponderantemente gentil. La costumbre de partir el pan diariamente se había convertido en semanal, cada primer día de la semana, esto es, el día que nosotros llamamos domingo, (que viene de “dominus” que en latín quiere decir “señor”) (2) porque es el “día del Señor” (Ap1:10) en recuerdo a la resurrección de Jesús. (3) Ese día se reunían para partir el pan por la tarde, cumplida su jornada de trabajo. Que ya era costumbre en las iglesias reunirse el domingo nos lo confirma también una corta frase de 1ª Cor (“Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas.” 16:2) (4).
¿Descansaban los cristianos gentiles el día sábado? Es improbable. Eso lo podían hacer en Judea, donde es posible que los cristianos judíos siguieran guardando el sábado, porque era costumbre del país entero y las circunstancias estaban acomodadas a ella (5). Pero era muy difícil que fuera de Palestina los cristianos tanto de origen judío como gentiles lo hicieran, porque no habrían conservado su trabajo. Menos aun podían hacerlo el domingo, porque en todo el mundo pagano ese era día laboral. El mundo antiguo desconocía el día de descanso semanal; trabajaban sin interrupción todo el año, salvo en las festividades paganas que, por compensación, podían durar varios días. El hecho de que los judíos descansaran un día cada siete les valió que los romanos los tildaran de ociosos, aunque la legislación dictada por Julio César les reconocía ese privilegio. Siendo laborable el primer día de la semana, al adoptar la costumbre de reunirse ese día, es obvio que los cristianos sólo podían hacerlo al caer la tarde o de noche, (o sea, que su culto era lo que nosotros llamamos un “culto vespertino”) lo que explica que Pablo pudiera prolongar su discurso hasta la medianoche.
El hecho de que el mundo pre-cristiano desconociera el descanso semanal me lleva a hacer la siguiente reflexión: El pueblo hebreo, como único pueblo en el mundo, había adoptado esa sana costumbre porque tenían y se alimentaban de la palabra de Dios. Los pueblos que no tuvieron ese privilegio cargaban el año entero con todo el peso de la maldición: “comerás el pan con el sudor de tu frente” (Gn 3:19). ¿De cuántos beneficios no se privarán los pueblos y los individuos que desconocen la palabra de Dios, o la rechazan? ¡Y cómo no hemos de darle gracias a Dios todos aquellos a quienes Él ha hecho nacer en un país cristiano, y ha puesto la Biblia como parte de sus vidas!
Pero la reunión dominical sería también para que se leyeran las Escrituras y para la enseñanza, tal como ancestralmente hacían los judíos en la sinagoga el día sábado. Pablo era muy elocuente y lleno de sabiduría. Podemos imaginar que él tenía muchas cosas que compartir con sus oyentes esa tarde, tanto más porque tenía que partir al día siguiente para continuar su viaje a Jerusalén. De modo que al llegar la medianoche todavía seguía hablando.
¿Podemos imaginar la intensidad con que el auditorio escuchaba su enseñanza? No todos los días tenían a Pablo entre ellos y ésta había sido una estadía suya de sólo siete días (Hch 20:6). Toda su atención estaba concentrada en sus palabras.
¡Ah, cómo quisiéramos nosotros saber qué es lo que él les decía! ¡Si hubiéramos podido grabar su voz, como hacemos hoy! Pero hace dos mil años no existían grabadoras. Sin embargo, alguien pudo haber anotado para nosotros lo que enseñaba. En ese tiempo ésa era una práctica habitual. Por ese motivo han llegado a nosotros fragmentos de sus discursos. Pero si en ese momento alguien tomó notas, no se han conservado. ¡Qué lástima! No obstante, el Espíritu Santo hizo todo lo necesario para que todo lo que fuera indispensable para la iglesia conocer de lo que Pablo enseñaba esté contenido en sus epístolas, a pesar de que la mayoría de ellas fueron escritas para atender a situaciones puntuales en las iglesias que pastoreaba.
8. “Y había muchas lámparas en el aposento alto donde estaban reunidos.” (6)
¿Por qué da Lucas este insólito detalle de que había muchas lámparas en el aposento donde Pablo estaba hablando a los que se habían reunido, y que podemos pensar, era un grupo bastante grande pues era “un aposento alto”? (7).
Primero preguntémonos cómo eran esas lámparas. Nosotros podríamos pensar que se trataba de velas de cera con mecha y encerradas en un recipiente de  vidrio como tenemos en nuestros días. Pero ese tipo de lámparas no existía todavía. Las lámparas entonces eran de aceite.
Lucas proporciona el detalle de las muchas lámparas para explicar el accidente que ocurrió enseguida que pudo haber sido causado por el ambiente pesado que había en la habitación debido al humo del aceite quemado que despedían las lámparas. Pero también él está señalando sutilmente que los cristianos no hacían nada en secreto, sino a plena luz, sea la del día, o la provista por la iluminación artificial de noche, para contradecir la acusación que empezó a levantarse contra ellos de que tenían reuniones secretas en las que se hacían cosas vergonzosas (2Cor 4:2).
9. “y un joven llamado Eutico, que estaba sentado en la ventana, rendido de un sueño profundo, por cuanto Pablo disertaba largamente, vencido del sueño cayó del tercer piso abajo, y fue levantado muerto.”
Pablo, como hemos visto antes, alargó su discurso hasta la medianoche. Debe haber estado hablando por lo menos unas tres o cuatro horas, si no más. Si el joven estaba cansado por el trabajo del día, o por lo que fuere, y el ambiente estaba pesado por el mucho humo ¿qué de raro tenía que fuera arrullado por las muchas palabras? Quizá no pudiendo entenderlas todas, se durmió.
Lo malo fue que estando sentado en el descanso de la ventana, al cabecear, su cuerpo se inclinó hacia atrás y cayó a la calle desde el tercer piso.
Si se golpeó la cabeza al caer sobre piedra, como es probable, bien podemos imaginar que muriera en el acto, y quienes lo levantaron del suelo constataron que su corazón no latía o que ya no respiraba. Si Lucas, que era médico, estaba allí, él pudo haber constatado que no daba señales de vida.
Hay quienes piensan que la caída del joven fue tramada por el enemigo para impedir que Pablo siguiera edificando a la congregación con su enseñanza. Pero el resultado fue lo contrario de lo buscado (si ésa era la intención), pues fue una ocasión de que se mostrara de manera patente el poder de Dios que habitaba en el apóstol.
10. “Entonces descendió Pablo y se echó sobre él, y abrazándole, dijo: No os alarméis, pues está vivo.” (8).
Pablo no podía resignarse a que alguien muriera, aunque sea indirectamente, por culpa suya, y mientras enseñaba la palabra de Dios. Por eso él corrió abajo y, dice el texto, se echó sobre el cadáver del joven y lo abrazó. Al cabo de un rato de tenerlo abrazado, el joven muerto comenzó a respirar nuevamente, y Pablo pudo comunicar a todos los que ya lloraban la muerte del joven: “No os alarméis, pues está vivo”. (cf Mt 9:24).
Hay dos incidentes semejantes en las vidas de Elías y de Eliseo, en que ambos resucitan a un muerto echándose sobre el cadáver. En el primero de ellos Elías se echa tres veces sobre el hijo de la viuda que había fallecido, y ruega al Señor que le devuelva la vida, y el Señor se lo concede (1R 17:17-24).
El segundo es más complejo porque se trataba del hijo de una “mujer importante”, dice el texto, que no tenía hijo, y a quien Eliseo le había profetizado que iba a tenerlo dentro de un año. Y, en efecto, así ocurrió. Pero una vez crecido el niño se murió un día inesperadamente en brazos de su madre. Ella entonces se fue corriendo a buscar al profeta, y éste mandó primero a su criado Giezi con el báculo en que se apoyaba al caminar, para que lo ponga sobre el cuerpo del niño. (¡Qué confiado estaba Eliseo del poder de hacer milagros que Dios le había dado!). Pero la viuda insiste en que Eliseo vaya personalmente, intuyendo que por medio del criado no ocurriría nada.
Este detalle me suscita una reflexión. ¡Cuántas veces cuando somos llamados a acudir a alguna parte por algún motivo, sea para orar, o para aconsejar, o para mediar en alguna disputa, consideramos que estamos demasiado ocupados y que podemos delegar nuestra intervención en alguno, cuando es nuestra presencia lo que se reclama!
Eliseo pudo constatar esta vez que delegar su misión a su criado no producía los resultados esperados. Llegado él a la casa se tendió sobre el niño, detalla el texto, “puso su boca sobre su boca, sus ojos sobre sus ojos, sus manos sobre sus manos” hasta que el niño entró en calor y revivió (2R 4:8-37). (9)
¿Se acordaría Pedro de esos incidentes en el otro caso de resurrección que registra el libro de los Hechos de los Apóstoles, el de la resurrección de Tabita, obrado a través suyo? Después de haber orado, a él –tal como Jesús hacía- le bastó ordenar a la mujer que se levantara para que lo hiciera (Hch 9:40).
11. “Después de haber subido, y partido el pan y comido, habló largamente hasta el alba; y así salió.”
Resucitado el joven, Pablo retornó al aposento alto donde estaban todos reunidos para escucharle y “partió el pan”. Esto es, celebró la ceremonia que Jesús instituyó la víspera de su pasión, partiendo y repartiendo el pan que tenía a la mano entre los asistentes, y dando de beber un sorbo de vino a cada uno de ellos, tal como hizo Jesús entre sus discípulos la noche del día que conmemoramos con el nombre de “jueves santo”. (Mt 26:26-29; 1Cor 11:23-26).
Hecho esto los asistentes comieron juntos los alimentos que habían traído, según se había hecho costumbre entre ellos de celebrar lo que vino a llamarse un agapae, una cena de amor (que es lo que la palabra griega agape significa) compartiendo los alimentos que tenían.
En su primera epístola a los Corintios Pablo denuncia los abusos que los cristianos de esa ciudad cometían cuando se reunían para comer y beber, porque no compartían entre todos los alimentos que tenían, sino que cada uno comía lo que había traído personalmente, y unos pasaban hambre y otros se emborrachaban (1 Cor 11:20-22). Él les aconseja que coman todos al mismo tiempo y que lo hagan ordenadamente y compartiendo fraternalmente lo que traían (v. 33,34) de manera que ninguno pase vergüenza, pues unos tenían más recursos que otros.
Los cristianos en nuestros días ya no tenemos la costumbre de almorzar o cenar juntos regularmente como hacían en los primeros tiempos. Es una lástima que no se haya conservado esa costumbre, porque esas eran ocasiones para compartir el afecto y la amistad que sentían unos por otros. Eso es algo, sin embargo, que puede hacerse hoy en un restorán adecuado, donde no haya mucho ruido para que puedan conversar (porque si no pueden conversar ¿para qué se reúnen?), o en el domicilio de alguno que abra su casa y todos lleven algo para comerlo juntos. Esas reuniones que la gente del mundo celebra –y curiosamente llaman “ágape” desconociendo el origen de esta palabra y de esta práctica- tienen la virtud de estrechar los vínculos de amistad, y son muy buenos cuando no degeneran en borracheras. Yo no puedo hacer sino recomendar a mis lectores revivir, en la medida de sus posibilidades, una costumbre que es de raigambre profundamente cristiana.
Vale la pena remarcar el hecho de que Pablo, después de que todos se hubieran saciado, siguió hablando hasta que salió el sol, lo que en esa estación del año (la primavera) debe haber sido temprano en la madrugada. Él era incansable, y su discurso debe haber estado lleno de una unción tan extraordinaria que no cansaba a sus oyentes.
12. “Y llevaron al joven vivo, y fueron grandemente consolados.”
La redacción lacónica de este versículo de cierre nos hace pensar que el joven Eutico, pese a la gran altura de que había caído, no sufrió la rotura de ningún hueso, o que, si la había sufrido, fue sanado de ella al mismo tiempo que resucitaba. El texto parece indicar, sin embargo que, después de haber resucitado, el joven permaneció algún tiempo descansando y que no estuvo presente cuando Pablo partió. En todo caso, la congregación quedó sumamente edificada con esta demostración patente del poder de Dios que actuaba a través de su siervo amado.
Notas: 1. “cuando nos habíamos reunido”, según los mejores textos.
2. Recuérdese que el sábado es el sétimo día de la semana.
3. En ese día también Jesús resucitado había honrado a sus discípulos con su presencia: Jn 20:19-23.
4. Hch 20:7 y 1Cor 16:2 contienen la primera mención en el Nuevo Testamento de que los creyentes se reunían regularmente para dar culto a Dios un día determinado de la semana.
5. Es cierto que Pablo reprocha a los gálatas, instruidos por maestros judaizantes, que guarden los “los días, los meses, los tiempos y los años, (Gal 4:10), prescritos por la ley de Moisés. Ahí la palabra “día” está en lugar de “sábado”. Antes del Concilio de Jerusalén la cuestión acerca de cuánto de la ley y de las costumbres antiguas debían guardar los cristianos gentiles era un punto no resuelto. Que en los primeros tiempos había diversidad de prácticas lo muestra la frase de Pablo: “Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días.” (Rm 14:5. Pero léanse los vers. siguientes). Es obvio que para él, el mandamiento del descanso semanal no estaba vigente. Sin embargo, la práctica continuó. Tres siglos después Constantino hizo obligatorio el descanso dominical en todo el imperio.
6. “donde nos habíamos reunido”, según los mejores textos. Lucas, el narrador, formando parte del grupo, sigue hablando en primera persona plural.
7. En las casas grandes de las ciudades del Oriente, pertenecientes a personas acomodadas, solía haber en el último piso –generalmente el tercero- una habitación grande donde solía acomodarse a los huéspedes y se celebraban reuniones, como aquella en la que Jesús celebró su última cena con sus discípulos (Mr 14:14,15; Lc 22:11).
8. Literalmente “porque su alma (o su vida) está en él”.
9. Jesús no tuvo necesidad de echarse sobre el cadáver de nadie para resucitarlo. Simplemente ordenó que se levantara, como en el caso de la hija de Jairo (Mr 5:22), el hijo de la viuda de Naim (Lc 7:11) y de Lázaro (Jn 11:43,44). Los que no tenían un poder semejante al suyo se echaban sobre el cadáver para comunicarles la vida que palpitaba en su propio cuerpo.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a pedir a Dios perdón por tus pecados, haciendo la siguiente oración.
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#740 (19.08.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

lunes, 20 de agosto de 2012

VIAJE DE PABLO A MACEDONIA Y GRECIA


Por José Belaunde M.
VIAJE DE PABLO A MACEDONIA Y GRECIA
Un comentario al libro de Hechos 20:1-6


Retomamos el hilo de la narración del libro de Hechos, que interrumpimos después de describir el alboroto suscitado en Éfeso por los artesanos que confeccionaban estatuillas de la diosa Artemisa, en protesta de la prédica de Pablo.
1. “Después que cesó el alboroto, llamó Pablo a los discípulos, y habiéndolos exhortado y abrazado, se despidió para salir a Macedonia.”
Los ánimos de la ciudad, que estuvieron bastante caldeados, se calmaron pronto después de la inteligente exhortación del escribano, o secretario, de la ciudad. Entonces Pablo, más tranquilo, se preparó para llevar a cabo los planes que había anunciado en su primera carta a los Corintios, de ir a verlos pasando primero por Macedonia (1Cor 16:8; cf Hch 19:21).
Es característico del temperamento emotivo de Pablo que se diga que antes de partir él exhortó y abrazó a los discípulos de Éfeso. Su despedida debe haber dado lugar a una emocionada expresión de sentimientos, en la que debe haber habido abundante efusión de lágrimas.
Pero no indica Lucas cómo hizo Pablo el viaje de Éfeso a Filipos, u otra ciudad de Macedonia, aunque suponemos que debe haber sido por mar. Por 2Cor 2:12,13 sabemos que él se detuvo algún tiempo en Troas –donde ya había estado durante su segundo viaje misionero (Hch 16:8-10)- con el propósito de predicar el Evangelio, pero como no encontró ahí a Tito, a quien había enviado a Corinto para que le informara acerca de la situación de la iglesia en esa ciudad que le preocupaba mucho, no tuvo tranquilidad de espíritu para predicar, a pesar de que se le había abierto una puerta grande para ello, por lo que prosiguió su viaje por mar a Macedonia, desembarcando posiblemente en Neápolis, puerto de Filipos, como ya había hecho en otra ocasión (Hch 16:11,12). Es de notar, sin embargo, que pese a lo que escribe en el pasaje de 2da a Corintios citado arriba, su segunda estadía en Troas no fue del todo infecunda, pues dejó una iglesia establecida allí, según puede verse en el vers. 7 más adelante.
En Filipos, o algún otro lugar de Macedonia, encontró a Tito, y fue grandemente consolado por las buenas noticias que su colaborador le trajo de Corinto (2Cor 7:5-7).
2. “Y después de recorrer aquellas regiones, y de exhortarlos con abundancia de palabras, llegó a Grecia.”
No se sabe cuánto tiempo permaneció Pablo en Macedonia, ni qué ciudades visitó concretamente, aparte de las ya conocidas Tesalónica, Berea y Filipos. Pero es posible que él haya ido más adentro visitando las iglesias que entretanto habían sido establecidas por los creyentes de Tesalónica, pues sabemos por los elogios que les dedica Pablo, que ellos eran activos evangelistas (1Ts 1:7,8). Es posible también que haya sido durante este período cuando su recorrido misionero lo llevó hasta la frontera de la provincia romana de Illiricum, como menciona en Rm 15:19 (Iliria en griego, la moderna Dalmacia), una región donde el Evangelio no había sido aún predicado, según su propósito de predicar donde Cristo no hubiese sido ya anunciado, pues él no deseaba edificar sobre fundamento ajeno (Rm 15:20). Es probable –según F.F. Bruce- que el lapso de tiempo cubierto por este versículo haya sobrepasado de un año, desde el verano del 55 DC hasta fines del año 56 DC.
Pero Lucas nuevamente insiste en que Pablo dedicaba buena parte de sus energías, fervor y tiempo a exhortar a la perseverancia a los creyentes de esas regiones, pensando posiblemente en las persecuciones que no tardarían en desatarse.
3. “Después de haber estado ahí tres meses, y siéndole puestas acechanzas por los judíos para cuando se embarcase para Siria, tomó la decisión de volver por Macedonia.”
Lucas nos informa que finalmente Pablo llegó a Grecia –nombre histórico y familiar de la provincia romana de Acaya- donde permaneció tres meses, la mayor parte del tiempo en Corinto, gozando de la hospitalidad de su amigo Gayo (Rm 16:23; cf 1Cor 1:14. Véase “El Alboroto en Éfeso I”; Hch 19:29).
Fue durante esta estadía en Corinto cuando Pablo escribió su epístola a los Romanos, la más importante de todas sus epístolas desde el punto de vista doctrinal, y en la cual él habla de su proyecto de ir a España pasando por Roma, porque ya no tenía más campo en Grecia y Macedonia (Rm 15:23,24).
Pero, teniendo el propósito de embarcarse para Siria (posiblemente en el puerto de Cencrea), de paso a Jerusalén, donde quería llegar para Pentecostés, tuvo conocimiento de un complot de sus incansables enemigos judíos para asesinarlo, probablemente al embarcarse o durante la travesía, por lo que decidió hacer el viaje por tierra, recorriendo nuevamente Macedonia. Aquí podemos ver, una vez más, cómo la Providencia protegía a Pablo, advirtiéndolo del peligro y frustrando los planes malvados de sus adversarios.
Fue durante su estadía en Corinto (invierno del año 56 a 57 DC) cuando Pablo pudo llevar a cabo su proyecto largo tiempo acariciado de llevar una ayuda económica de parte de las iglesias gentiles a la iglesia madre de Jerusalén. Él escribe al respecto en Romanos: “Si los gentiles han sido hechos partícipes de sus bienes espirituales, deben también ellos ministrarles de sus bienes materiales.” (Rm 15:27). De esa manera se podía manifestar de una forma concreta la preocupación de las iglesias gentiles por sus hermanos de Jerusalén que, como consecuencia de su práctica inicial de vender todo lo que tenían y traerlo a los pies de los apóstoles (Hch 4:32-37), se habían empobrecido. Era también una forma muy preciosa de expresar la unidad de la iglesia. Para este fin él se había preparado ordenando a las iglesias que dependían de él, como las de Galacia y Macedonia y la de Corinto, que “cada primer día de la semana (es decir, el domingo) cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan ofrendas.” (1Cor 16:2). Posteriormente cada iglesia designaría a las personas que llevarían su ofrenda a Jerusalén, “si fuere propio” acompañados por él mismo (v. 2-3) (Nota 1). Los designados con ese fin son los que se menciona en el versículo siguiente:
4. “Y le acompañaron hasta Asia, Sópater de Berea, Aristarco y Segundo de Tesalónica, Gayo de Derbe, y Timoteo; y de Asia, Tíquico y Trófimo.”
Todos ellos eran compañeros fieles de Pablo. Los tres primeros representaban a las iglesias de Macedonia, los dos siguientes a las de Galacia, y los dos últimos obviamente a las de Asia (2). F.F. Bruce anota que no se menciona a ningún representante de Corinto, pero que se puede deducir de 2Cor 8:6 que la contribución de la iglesia de esa ciudad fue confiada a Tito. Queda entonces abierta la pregunta de porqué el nombre de un colaborador tan cercano de Pablo como él, no es mencionado ni una sola vez en el libro de Hechos. La respuesta más convincente que se ha sugerido es que Tito era hermano de Lucas.
De otro lado, es muy singular que Lucas no mencione para nada la colecta que Pablo estaba promoviendo y que ocupaba un lugar tan importante en sus preocupaciones, a pesar de que ésa era la finalidad principal de su viaje a Jerusalén, y el motivo por el cual viajó con tantos acompañantes. Si como algunos suponen (Véase el libro “Paul on Trial” de John W. Mauck), el libro de Hechos fue concebido principalmente como un documento de defensa legal para el juicio que más adelante esperaba a Pablo delante del tribunal del César (Hch 25:10-12), la omisión tendría sentido pues mencionarla no contribuía a ese propósito.
5,6. “Éstos habiéndose adelantado, nos esperaron en Troas. Y nosotros, pasados los días de los panes sin levadura, navegamos de Filipos, y en cinco días nos reunimos con ellos en Troas, donde nos quedamos siete días.”
En el vers. 5 el relato pasa nuevamente de la tercera persona plural a la primera persona plural, lo que significa que a partir de ese momento Lucas, el narrador, se ha unido a la comitiva que acompaña a Pablo, seguramente en Filipos donde él había permanecido (Véase Hch 16:40).
El hecho de que él se haya unido al grupo se manifiesta también en la mayor riqueza de detalles que en adelante denota el relato, pues él ya no se separará de Pablo hasta la conclusión del libro. Es probable también que él fuera portador de la colecta de Filipos, y que sea él la persona a quién se apliquen las palabras elogiosas que Pablo escribe en 2Cor 8:18,19, (particularmente el v. 18): “Y enviamos juntamente con él al hermano cuya alabanza en el evangelio se oye por todas las iglesias.”
Mientras los acompañantes mencionados en el vers. 4 navegaban hacia Troas para esperar a Pablo ahí, y preparar su visita, Pablo permaneció en Filipos junto con Lucas para celebrar en esa ciudad la Pascua, a la que el texto se refiere con el nombre que se había hecho popular entre los judíos: los días de los “ázimos”, o panes sin levadura. (3).
Es interesante constatar que Pablo, el apóstol a los gentiles, seguía celebrando como buen judío, las fiestas del calendario litúrgico de su nación, pues vemos más adelante (Hch 20:16) que él quería llegar a Jerusalén antes de la Fiesta de las Semanas (llamada Shavuot en hebreo y “Pentecostés” en griego) (4), a pesar de que en otro lugar él llama “débiles en la fe” a los cristianos que seguían guardando las normas alimenticias de la ley mosaica, y a los que hacen diferencia entre día y día (Rm 14:1-6).
De hecho, la iglesia continuará celebrando ambas fiestas, incorporándolas a su calendario litúrgico, pero insufladas de un nuevo espíritu y del nuevo significado al que se alude en las notas dedicadas a ambas.
Notas:
1. En este proyecto generoso, ejecutado con tanto celo por Pablo, debe verse el origen remoto de la práctica de recoger ofrendas o colectas durante el culto, no en la práctica del diezmo judío –aunque se haya convertido en costumbre llamarlo así- porque el diezmo tenía por finalidad el sostenimiento del templo de Jerusalén, al cual los cristianos de la gentilidad no contribuían, -aunque es probable que los miembros de la iglesia de Jerusalén sí lo hicieran durante un tiempo.
Pero Pablo no sólo promovía la ayuda económica a la comunidad de Jerusalén. También, como buen judío, promovía la generosidad con los individuos necesitados, especialmente las viudas (1Tm 5:4-10). Esta es una sana costumbre que está siendo descuidada entre nosotros, pese a las bendiciones que según la palabra de Dios la acompañan: “El que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado.” (Pr 14:21b. Véase 19:17; 31:20 y Sal 112:9), y pese también a la recomendación expresa que hace Jesús en la escena del juicio de las naciones (Mt 25:35,36).
2. Sópater es posiblemente el Sosípater que menciona Rm 16:21 como siendo pariente de Pablo. Aristarco fue uno de los dos varones que fueron arrastrados por la plebe en el alboroto en Éfeso (Hch 19:29). Luego acompañará, junto con Lucas, a Pablo, cuando éste es embarcado en Cesarea por el gobernador romano para comparecer ante el tribunal del César (Hch 27:2). En Col 4:10 Pablo se refiere a él llamándolo “mi compañero de prisiones,” probablemente porque estuvo preso con él en Roma. De Segundo no hay noticias. Gayo es posiblemente el hospedador de Pablo que he mencionado en mi comentario al vers. 3, más arriba, y que pasó por el mismo trance que Aristarco en Éfeso. A Timoteo lo conocemos muy bien. Tíquico (cuyo nombre quiere decir “fortuito”) a quien Pablo llama “amado hermano, fiel ministro y consiervo”, aparece en los saludos finales de Efesios 6:21 y Col 4:7, como el portador de ambas cartas, con el encargo además de contar a los destinatarios cómo le va a Pablo y traerle noticias de ambas iglesias para que sea consolado. Por encargo de Pablo se reunió con Tito en Creta (Tt 3:12). En 2Tm 4:12 el apóstol informa a Timoteo que ha enviado a Tíquico a Éfeso. Se ve que contaba con la confianza plena de Pablo. Trófimo (el que alimenta) era un cristiano gentil de Éfeso. Su presencia en Jerusalén junto con Pablo dio ocasión a que éste fuera acusado por unos judíos de Asia de introducir a griegos en el templo (más allá del atrio de los gentiles), lo que motivó que fuera tomado preso y finalmente enviado a Roma (Hch 21:27-30). En 2Tm 4:20 Pablo informa a su discípulo que ha dejado a Trófimo enfermo en Mileto.
3. La Pascua era la fiesta ordenada por Moisés para conmemorar la salida apurada del pueblo de Egipto, después de haber comido el cordero sacrificado la noche en que todos los primogénitos de Egipto fueron muertos por el ángel exterminador, excepto los primogénitos de los israelitas que hubieran untado los postes y dinteles de sus puertas con la sangre del cordero sacrificado. El significado de la palabra hebrea que la designa, pesaj, es “pasar”, y alude al hecho de que el ángel pasó por encima de los hogares marcados por la sangre del cordero (Ex 12).
La Fiesta de los “Panes sin Levadura” (mazot) empalmaba a continuación y duraba siete días, por lo que ambas fiestas llegaron a ser consideradas una sola fiesta. Durante esa semana el pueblo comía pan sin levadura, símbolo de corrupción y de pecado (1Cor 5:6-8). Con el tiempo ambas fiestas unidas se convirtieron en la fiesta más importante de Israel (2Cro 35:1-19), y para celebrarla todos los que podían iban en peregrinación a Jerusalén (Lc 2:41,42).
Según los evangelios sinópticos la cena que celebró Jesús la víspera de su muerte fue una cena pascual (Mr 14:12-16; Lc 22:7-16). Así como la sangre del cordero que sacrificaron y comieron los israelitas en la primera pascua libró a sus primogénitos de la muerte, de manera semejante la sangre de nuestro cordero pascual, Cristo, nos libra de la muerte eterna. Dado que la muerte y resurrección de Jesús coincidieron con la Pascua judía, con el tiempo ese término pasó a aplicarse a la fiesta en que se recuerda la resurrección de Jesús.
4. La Fiesta de las Semanas, o Pentecostés (que en griego quiere decir cincuenta), se celebraba el domingo, siete semanas, o sábados, después de la Pascua, festejando el final de la cosecha de cereales. Era el segundo de los tres grandes festivales agrícolas de Israel, en los que no se podía hacer ningún trabajo servil. (Los otros dos eran la Pascua y la Fiesta de los Tabernáculos, Dt 16:16; 2Cro 8:13).
Esta festividad se convertiría en una fiesta muy importante para la iglesia, pues en ella se produjo el derramamiento del Espíritu Santo sobre los ciento veinte congregados en el Aposento Alto, que transformó a los discípulos de hombres temerosos en predicadores intrépidos y los lanzó a la conquista del mundo (Hch 2:1-4).


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#739 (12.08.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 14 de agosto de 2012

ANOTACIONES AL MARGEN XXXIII


Por José Belaunde M.
ANOTACIONES AL MARGEN XXXIII
v  Jesús tiene más prisa en llevarnos a su reino eterno que nosotros en ir a él. Nosotros nos aferramos a esta vida, a pesar de que es un valle de lágrimas (Ecl 2:22,23) y de que con Dios estaremos muchísimo mejor (Flp 1:23) ¿Qué es lo que nos ata a esta existencia?
v Si yo no amo a los pobres a quienes ayudo y más bien los trato con cierta dureza es porque mi amor a Dios se ha enfriado y ya no veo en ellos a Jesús. Por eso a veces me son una carga (1Jn 4:11).
v  Si yo viera a Jesús en las personas cargosas y desagradables con las que a veces me encuentro, su trato me sería menos pesado y sería con ellas más amable. Asumiendo esa apariencia ingrata Él nos prueba y no nos damos cuenta (1Jn 2:9,10).
v  La vida que llevamos, nuestra conducta y fidelidad a Dios da poder a nuestras oraciones (St 5:17,18). Es como un sello que las respalda. En cambio, nuestra indiferencia con el prójimo, nuestro egoísmo, nuestra falta de consideración, les resta fuerza y las vuelve inefectivas. En ese caso no podemos quejarnos de que Dios no nos oiga (Is 59:1-3).
v  Al ser desconsiderados con el prójimo imitamos al diablo, ¡y después queremos que Dios nos escuche! Al escuchar nuestra oración cuando nos comportamos de esa manera con el prójimo quizá Dios nos diga: Dirige tu oración al diablo, puesto que le sirves. Quizá te atienda.
v  El que sufre puede maldecir a Dios (Jb 2:9;3:1), o adorarlo en sus sufrimientos (Jb 1:20-22), y llenarse de Él. En lugar de renegar puede –como un nuevo Job- reconocer que el sufrimiento lo limpia, lo purifica y lo fortalece (1P 1:7), y puede aceptarlo como un medio de acercarse a Cristo, varón de dolores, que nos dio ejemplo de resignación (Is 53:3; Rm 8:17; Flp 3:10).
v  Dios está donde están los que le adoran en silencio.
v  Dios, que es amor, vive de amor, como la planta vive del aire que respira. Por eso nos necesita, para que aceptemos su amor y a nuestra vez, le amemos (1Jn 4:19).
¿Acaso Dios que es todo, necesita de nosotros? En rigor, no, pero al acercarse a nosotros Él se humilla como si nos necesitara (Flp 2:7,8).
v  Dios tiene razones para demorar su misericordia (2P 3:9), o su ira (Sal 103:8; Ez 34:6).
v La gracia de Dios no interviene para salvar a muchos pecadores porque no hay quien interceda por ellos (Ez 22:30). ¡Qué misterio es que Dios necesite a veces de nuestras oraciones para actuar!
v      No sólo la fe limpia nuestros pecados. También lo hace el amor (1Jn 4:7b).
v Dios habla todo el tiempo a justos y pecadores. Pero si los primeros no le hacen caso, ¿cómo lo harán los segundos? (1Sm 15:22)
v El mundano se siente libre de todas las ataduras morales que podrían limitar su búsqueda del placer, pero termina siendo aun más limitado haciéndose esclavo de sus pecados y pasiones (Jn 8:34; Rm 6:16,17).
v El hombre espiritual es intensamente fiel en lo grande y lo pequeño. Es fiel porque Dios es fiel (1Cor 1:9; 1Ts 5:24) y él está lleno de Dios. Por eso la infidelidad le repugna.
v Todo lo que nosotros le damos a Dios, no sólo en términos de dinero, sino en términos de amor, de tiempo, de esfuerzo, de paciencia, de sacrificios, de adoración, Él nos lo devuelve centuplicado (Mt 19:29). ¿Podemos creerlo? ¿Hay verdad más maravillosa que ésa? ¿O será Dios deudor de nadie?
            Al mismo tiempo, todo lo que Dios nos retribuye es inmerecido, porque Él nos recompensa de pura generosidad suya, ya que si hicimos algo, fue Él quien lo hizo en nosotros (1Cor 15:10).
v ¿Cuántas de las cosas más profundas puede la ciencia penetrar? ¿De las cosas que no se expresan en números, fórmulas, o símbolos, y que no tienen dimensión material? Sus instrumentos perfeccionadísimos han develado los secretos de la naturaleza, pero no les permiten observar las realidades espirituales y por eso niegan que existan (2Cor 4:18; Hb 11:3).
v ¡Qué terrible es que no podamos ocultarle nada a Dios! ¡Y cómo quisiéramos esconder de su mirada algunos pensamientos que nos avergüenzan! (Hb 4:12) Él lo sabe todo, pero con frecuencia no somos concientes de ello, o no lo recordamos.
¡Cómo fuera si tuviéramos que pasar revista todas las mañanas delante de Él, como lo hacen los soldados en el cuartel, donde el jefe revisa cómo están vestidos hasta los más mínimos detalles, y cuán bien tendida está su cama y están en orden todas sus cosas! ¡Si Dios revisara todos los días cuán limpios y en orden están nuestra mente y nuestra alma! Pero ¿no lo hace acaso constantemente?
v “Nuestras vidas son un río que va hacia la mar” escribió el poeta Manrique. Ríos que fluyen rápidamente hacia su meta. Pero mientras no le llegue la hora o no se enferme, el  hombre se cree inmortal o, al menos, obra como si lo fuera. Pero cuando las luces del puerto asoman inesperadamente en el horizonte el pecador aterrado se desespera y acude a Dios para que lo salve del peligro de morir. En sus años felices no tuvo tiempo de pensar en ese trance al que se acerca ahora a toda velocidad. “Señor, sálvame” clama angustiado, si es que recibió alguna educación religiosa de niño (Rm 10:13) . Si no, sólo la misericordia de Dios lo puede salvar del infierno. En ese momento se le da a escoger entre dos posibilidades: Arrojarse al mar de la misericordia divina, o arrojarse al lago de fuego y azufre (Ap 20:10). En realidad sólo se condenan los que escogen este último destino, ¡pero cuántos son los que lo hacen! ¡Si los hombres supieran lo que ahí les espera!
v Las gracias más profundas de Dios son interiores y sin palabras, y nuestras oraciones más intensas también, como las “Canciones sin Palabras” de Mendelssohn.
v Dios está en todas partes, pero no se hace presente en todas. Lo primero viene de que Dios lo llena todo; lo segundo es una gracia (Gn 28:16,17).
v Dios nunca abandona al que en Él confía (Sal 37:5; 55:22ª; 125:1) Sólo abandona a su suerte al que obstinadamente lo rechaza (Pr 1:24-31; 29:1; Is 65:13,14; Hb 10:26,27).
v Muchos odian a Dios porque les pone vallas a la satisfacción de sus deseos y de sus instintos. Dios les incomoda y por eso terminan por negar su existencia. Esa es la clase de ateos que le dicen a Dios: No te metas en mi vida.
v ¿Cómo estar alegres en medio del sufrimiento? Uniendo nuestros sufrimientos a los de Jesús en la cruz. (Col 1:24)
v El amor de Dios es como el sol que irradia su luz y su calor aun sobre el estiércol sin contaminarse.
v La presencia del amor de Dios en una persona se manifiesta en su amabilidad y su gentileza, en su paciencia y generosidad. “Por sus frutos los conoceréis.” (Mt 7:15-20)
v      Con la razón se avanza paso a paso; con el amor se avanza a saltos.
v Todo lo que Dios hace despierta la oposición del diablo y del mundo. Es inevitable. Y aquellos a quienes Dios usa sufren las consecuencias. Sin embargo, hay veces en que las obras de Dios caminan como sobre rieles, porque Él las rodea con un muro inexpugnable hasta que se consoliden. Una vez logrado eso, el diablo puede empezar a atacarlas.
v Si surgen obstáculos es señal de que la obra es de Dios.
v      El ideal en la acción es combinar la lógica razonadora con el espíritu fervoroso.
v      No hay nada más grande en el mundo que el amor de Dios. Es el dinamo que lo mueve todo.
v Cada acto de caridad hecho a un pobre es en realidad hecho a Jesús y, por tanto, es un bien que nos hacemos a nosotros mismos (Mt 25:45).
v      Haz a otros el bien que tú quisieras que otros te hagan a ti. (Mt 7:12).
v El corazón de los que rechazan a Jesús es como un témpano de hielo. El amor verdadero no tiene cabida en ellos, porque sólo se aman a sí mismos. (2Tm 3:2,3) ¡Pero lo hacen con todo el alma!
v El sol de nuestra alma es Jesús, pero está cubierto por la nube espesa de nuestros pecados y defectos que lo oculta a nuestros ojos. Por eso aún en los salvos no brilla tan poderosamente como pudiera, y naturalmente, menos brilla en los que viven en pecado consuetudinario, es decir, sin arrepentirse.
v ¡Qué terrible es la muerte de los que pusieron toda su esperanza en los bienes y deleites de esta vida (1Tm 6:17), y sienten que se les termina antes de haber podido gozar todo lo que querían! ¡Y más aun si negaron que hubiera un más allá y un Dios que los juzgaría! (Sal 14:1) El que ha vivido obstinadamente sin Dios, morirá también sin Él. Sin embargo, Dios ofrece su perdón a todos los que quieran recibirlo. Por eso bien puede decirse que sólo se condenan los que quieren.
v Son muchos los que se condenan porque no quieren acogerse al salvavidas que Dios les ofrece: Creer en Él (Rm 10:9). Han escogido concientemente el camino de Satanás y su señorío.
Lo van a tener para siempre. ¡Si supieran qué horrendo es! Si pudiéramos contemplar por una fracción de segundo el infierno nunca volveríamos a pecar ni con el pensamiento. (Mt 8:12; 13:42; 24:51)
v Todos los bienes y deleites terrenos que perseguimos los perderemos algún día. Hay quienes dicen: Nadie me quita lo bailado. Pero la muerte sí lo quita y, lo que es peor, lo bailado puede ser un lastre que empuje al abismo (Mt 7:13; Lc 12:19,20).
v Cuanto más amamos a una persona, más estamos dispuestos a escucharla y a seguir sus consejos (Ex 18:19,24). En cambio, la indiferencia y el odio nos cierran los oídos (1R 12:6-8).
v “Los últimos serán los primeros.” (Lc 13:30) Si los que ambicionan posiciones de poder en el mundo recordaran esta frase de Jesús, no se empeñarían tanto en ocupar los primeros puestos.
v Cuando nació Jesús ¿en qué pensaría? ¿Era un bebé como cualquier otro, o ya era conciente de su misión y de quién era? (Lc 2:7) ¿Cómo se conjugarían en ese momento lo humano y lo divino?
v La sangre que salva a algunos, condena a otros (Ef 1:7).
v Nosotros tenemos que compartir con otros las luces que hemos recibido de Dios para que produzcan frutos también en otros.
v El fruto que produzca nuestra acción depende de lo que tenemos dentro, de lo que la alimenta. Si no es el amor, será un fruto raquítico. (1Cor 13:1-3)
v Jesús está en el hombre y en la mujer pobres que tocan a mi puerta. Viene disfrazado de mendigo. ¡Cuántas veces lo habré tratado mal sin darme cuenta! (Mt 25:42-45)
v Los hombres creen que las cosas que tienen les pertenecen, cuando les han sido confiadas por un tiempo para que las administren (Mt 25:14-30). Si supieran que son de Dios y, por tanto, en principio, de todos, estarían más dispuestos a compartirlas.
v ¿Cómo puede nadie ser santo si cree ser algo en el Reino? ¿Si estima que tiene un ministerio importante, o si cree (se imagina) que Dios lo ha llamado a grandes cosas? Claro que Dios llama a muchos a grandes cosas, pero no a quienes creen que es por sus grandes méritos (2Sm 7:18), y que en sus propias fuerzas lo pueden lograr.
v Cuanto menos nos creamos –sinceramente- más recibiremos de Dios. Él abomina la presunción (1P 5:5b).
v ¡De cuántas maneras podemos traducir el amor que hemos recibido de Dios en obras, palabras y gestos que bendigan a nuestros semejantes! Ya una sonrisa es bastante, pero no basta, si se me permite la paradoja.
v ¡De cuántas cosas inútiles estamos llenos! Pero no sólo de lo inútil, también de lo innecesario debemos despojarnos. ¡Y cuántas de nuestras palabras son vanas! De todas ellas daremos algún día cuenta (Mt 12:36,37). “En las muchas palabras no falta pecado” dice Proverbios 10:19.
v      Si la santidad es contagiosa, la impiedad también lo es. (1Cor 5:6: Gal 5:9).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#738 (05.08.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).