viernes, 22 de junio de 2012

EL ALBOROTO EN ÉFESO I


Por José Belaunde M.
Un Comentario al libro de Hechos 19:21-30

21. “Pasadas estas cosas, Pablo se propuso en espíritu ir a Jerusalén, después de recorrer Macedonia y Acaya, diciendo: Después que haya estado allí, me será necesario ver también a Roma.”
Después de su enfrentamiento con los hijos de Esceva, Pablo, dice el texto, “se propuso en espíritu”. ¿Qué quiere decir esa expresión: “proponerse en el espíritu”? Tomar una decisión después de haber orado y consultado con el Espíritu Santo, de modo que se tenga la seguridad de que eso es lo que Dios quiere que uno haga.
Nuestra vida debe estar guiada por Dios. Nosotros podemos tomar nuestras decisiones de dos maneras: hacer las cosas según lo que en nuestra inteligencia consideramos que es lo que nos conviene, o hacer las cosas pidiéndole a Dios que nos guíe.
La primera manera es la que sigue la gran mayoría de la gente, incluso muchos cristianos, la cual puede llevarlos alguna vez a tener éxito, pero las más de las veces, los llevará a tener dificultades, o a fracasar.
Lo que los hombres no saben es que actuando de esa manera –sobre todo si están en pecado- muchas veces sus decisiones no son sólo resultado de una inadecuada, o equivocada, comprensión intelectual de los elementos en juego, sino que pueden ser inspiradas, o alentadas, por Satanás, que tiene propósitos definidos nada buenos respecto de nuestra persona.
La segunda manera consiste en “no confiar en nuestra propia prudencia”, sino tener presente a Dios “en todos nuestros caminos” (Pr 3:5,6). Es decir tratar de hacer la voluntad de Dios en nuestro caminar diario. La segunda manera es reconocer no sólo la soberanía de Dios que nos creó, sobre nuestra existencia, sino reconocer la realidad de la providencia de Dios, que tiene un propósito bueno para nuestras vidas.
Quien quiera que siga esta segunda vía, y siga fielmente lo que Dios le inspire, tiene el éxito garantizado. No una vida sin obstáculos ni dificultades, pero sí una en la que incluso las adversidades que podamos soportar, servirán para nuestro crecimiento espiritual.
Y es de esta segunda manera de la que Pablo nos da ejemplo. Recuérdese cómo en un capítulo anterior Pablo quiso ir a la provincia de Asia (donde ahora se encuentra), pero le fue impedido por el Espíritu, porque no era el momento de hacerlo, y en cambio, Dios quería llevarlo a Macedonia (Hch 16:6,10) donde realizó una gran labor. Obremos pues nosotros de esa manera y gozaremos de paz interior y veremos prosperar nuestros caminos.
Pablo se propuso en espíritu regresar a Macedonia y Acaya, que ya había visitado anteriormente, antes de retornar a Jerusalén, proponiéndose también ir posteriormente a Roma, donde todavía nunca había estado. Todo esto presupone la concepción de un plan bien delineado que comprendía varias etapas sucesivas. Él sentía inconscientemente que debía dirigirse a la capital del imperio, donde había una colonia cristiana, a la que él escribiría más tarde una larga epístola, la más importante de todas sus cartas, preparando su viaje a esa ciudad.

22. “Y enviando a Macedonia a dos de los que le ayudaban, Timoteo y Erasto, él se quedó por algún tiempo en Asia.”
Entretanto él envió a dos de sus principales ayudantes, a Timoteo y a Erasto, a esa región, mientras él permanecía en la provincia de Asia, para terminar de cumplir los propósitos que Dios tenía para su estancia allí. El hecho de que el texto diga que “se quedó por algún tiempo en Asia”, y no diga en Éfeso, nos hace pensar que él no permaneció durante todo ese tiempo en Éfeso, sino que visitó otras ciudades de esa provincia predicando el Evangelio, y que, incluso, él haya podido fundar iglesias en esas ciudades. Siendo Pablo de una naturaleza muy activa nos es difícil imaginarlo reposando en sus laureles, y no tratando de conquistar nuevos territorios para la difusión del mensaje de Cristo. Gracias a ese empeño incesante suyo, él algún día escucharía las palabras: “Bien, siervo bueno y fiel… entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25:21,23).
Hay un pasaje en la primera epístola a los Corintios –escrita durante esta estadía en Éfeso, aunque no sabemos en qué momento- que es muy ilustrativo de la personalidad de Pablo. En ese pasaje él informa a sus lectores acerca de sus planes de viaje, diciéndoles que después de pasar por Macedonia tiene el propósito de ir a Corinto donde se quedaría una temporada, porque no quiere verlos de paso (1Cor 16:5-7). Y enseguida añade: “Pero estaré en Éfeso hasta Pentecostés; porque se me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los adversarios.” (v. 8,9).
Las razones que él da para quedarse en Éfeso son, primero, que se le ha abierto una puerta, es decir, una oportunidad grande, para que muchos inconversos entren por ella y encuentren a Cristo; pero segundo, que hay ahí muchos adversarios. Este hecho a él no lo amilana, sino al contrario, lo estimula. Si hay adversarios es porque el enemigo sabe que él puede hacer ahí una gran obra y quiere impedirlo. Notemos: La oposición no debe hacer que nos retiremos, sino más bien debe incentivarnos a redoblar nuestra lucha.
Pablo era un soldado de Cristo. Cuanto más grande era la oposición, más grande era su determinación de vencerla para la gloria de su Señor. Para él dificultad equivalía a oportunidad, y en todo opositor veía él a un posible convertido, porque ése había sido su caso.

23. “Hubo por aquel tiempo un disturbio no pequeño acerca del Camino.”
El episodio que sigue, que es narrado con bastante detalle por Lucas, es muy ilustrativo de cómo a veces la oposición a la palabra de Dios tiene motivaciones económicas. En Éfeso había un numeroso grupo de artesanos a quienes la predicación de Pablo contra los ídolos hacía perder clientela, y por ese motivo estaban muy descontentos y reclamaban.
Pero este episodio es también un ejemplo de la hábil demagogia del diablo que sabe agitar a las masas ciegas para empujarlas en determinada dirección que puede ser su ruina.
Nosotros podemos concluir que donde quiera que haya agitación popular que degenere en violencia, están las huestes demoníacas actuando, atizando las pasiones y sentimientos que a veces no son de orden patriótico o desinteresado como aparentan, sino más bien de orgullo local, u obedecen a intereses y ambiciones particulares.
Notemos que en este versículo se designa a la fe en Cristo con el nombre de “Camino”, como ya hemos visto en ocasiones anteriores (Hch 9:2; 19:9). El Evangelio constituye una forma de caminar con Dios y hacia Dios de la mano con Jesús (Jn 14:6). Pero es también una regla de vida, una “halajá” en el sentido del judaísmo.
 
24. “Porque un platero llamado Demetrio, que hacía de plata templecillos de Diana, daba no poca ganancia a los artífices;”
La ciudad de Éfeso era el centro del culto a la diosa Artemisa (a la que nuestra versión española le da equivocadamente el nombre de Diana, que los romanos daban a otra Artemisa. Nota 1), y que estaba muy difundido por todo el Oriente.
La ciudad se jactaba de albergar un templo a esa diosa de la fecundidad, que era considerado como una de las siete maravillas del mundo.
En la ciudad había un platero que hacía reproducciones pequeñas del gran templo, con lo cual daba trabajo a los muchos artesanos que trabajaban para él. Podemos suponer que había todo un gremio de artífices que labraban el metal precioso y hacían con ello una jugosa ganancia.

25, 26. “a los cuales, reunidos con los obreros del mismo oficio, dijo: Varones, sabéis que de este oficio obtenemos nuestra riqueza; pero veis y oís que este Pablo, no solamente en Éfeso, sino en casi toda Asia, ha apartado a mucha gente con persuasión, diciendo que no son dioses los que se hacen con las manos.”
He aquí que su próspero negocio estaba amenazado por una disminución en la demanda causada por la predicación de Pablo, que proclamaba que los ídolos y las estatuas hechas por mano de hombre no son dioses. (2) Demetrio y los artesanos que él había reunido para hablarles veían en la doctrina de Pablo una seria amenaza para su negocio, porque él no se contentaba con enseñar en la ciudad estas cosas, sino que llevaba su prédica a toda la provincia apartando a mucha gente del culto a la diosa que el pueblo veneraba.
Las palabras del líder de los plateros son un testimonio del impacto que estaba teniendo la predicación de Pablo, abriéndole los ojos a la gente, y haciendo que dejaran de comprar los productos que los artesanos confeccionaban.

27. “Y no solamente hay peligro de que este nuestro negocio venga a desacreditarse, sino también que el templo de la gran diosa Diana sea estimado en nada, y comience a ser destruida la majestad de aquella a quien venera toda Asia, y el mundo entero.”
Demetrio astutamente apela no sólo a la preocupación económica de los de su gremio sino también a sus sentimientos religiosos, y a sus sentimientos nacionalistas, que estaban fuertemente unidos a los primeros, porque su ciudad era el centro del culto a la diosa que veneraba toda la provincia de Asia, que atraía a muchos extranjeros y daba prestigio a su ciudad.
Nótese cómo en este incidente se unen estas tres motivaciones: dinero, religión y patria, que se han coaligado con mucha frecuencia a lo largo de la historia provocando conflictos. En el fondo de las tres subyace el egoísmo: mi dinero, mi religión, mi patria. Ésa es una alianza nada santa que ha causado muchas rivalidades y guerras entre los pueblos.

28. “Cuando oyeron estas cosas, se llenaron de ira, y gritaron, diciendo: ¡Grande es Diana de los efesios!”
Las palabras de Demetrio tuvieron el efecto deseado, pues enseguida se enardeció la multitud y empezaron a vociferar reivindicando diosa y ciudad -pero no mencionando su preocupación comercial, que debe haber sido la más poderosa de las tres motivaciones, pues por allí había él comenzado. Demetrio era sin duda un hombre muy hábil y con muchas condiciones de líder. ¿No vemos nosotros cómo con frecuencia detrás del discurso demagógico que solivianta a las masas se esconde el interés personal de unos cuantos?

29. “Y la ciudad se llenó de confusión, y a una se lanzaron al teatro, arrebatando a Gayo y a Aristarco, macedonios, compañeros de Pablo.” 
La agitación se extendió como reguero de pólvora por la ciudad y pronto sus habitantes, posiblemente sin saber muchos de ellos de qué se trataba, se lanzaron corriendo al anfiteatro, llevándose consigo a dos de los colaboradores de Pablo que encontraron de paso, y a quienes seguramente conocían porque los habían visto acompañándolo cuando predicaba.
Gayo era nacido en Derbe (Hch 20:4), -ciudad que Pablo y Bernabé habían evangelizado en su primer viaje misionero juntos- y era uno de los pocos discípulos a quienes Pablo admite haber bautizado (1 Cor 1:14). Él estuvo con Pablo y lo hospedó cuando el apóstol volvió a Corinto dos años después y escribió su epístola a los romanos (Rm 16:23). Podemos suponer que Pablo lo amaba mucho.
Aristarco es mencionado junto con Gayo en el pasaje citado (Hechos 20:4) como siendo originario de Tesalónica. Estaba con Pablo cuando éste fue embarcado en Cesarea para ser llevado prisionero a Roma (Hch 27:2), y permaneció preso con él en esa ciudad (Col 4:10), si bien es posible que cuando Pablo escribió su carta a Filemón ya había sido liberado, aunque permanecía a su lado.

30. “Y queriendo Pablo salir al pueblo, los discípulos no le dejaron.”
Al ver Pablo que la masa exaltada se llevaba a sus amigos él quiso ir con ellos, pero sus discípulos que estaban con él por prudencia no lo dejaron, pensando que si él era el principal causante de la disminución del negocio de los plateros y de la devoción a la diosa Diana, al verlo los exaltados podrían matarlo.

Notas: 1. La diosa Artemisa que era venerada en Éfeso no debe confundirse con la Artemisa de la mitología griega que los romanos identificaban con Diana. Por eso es incomprensible que la mayoría de las traducciones de la Biblia a lenguas comunes pongan Diana donde el texto griego dice Artemisa.
La Artemisa efesia era la diosa madre, la diosa de la fecundidad de hombres, animales y plantas, conocida en otros lugares como Demeter, o Cibeles. Se le representaba como una mujer con el cuerpo cubierto de pechos. Su culto proveniente del Oriente fue adoptado por los colonos griegos (jónicos) que se establecieron en Éfeso mil años antes de Cristo, quienes construyeron en su honor un gran templo, el más grande templo pagano de la antigüedad que, con sus 130 metros de largo por 69 de ancho, y sus 127 columnas de 18 metros de altura, era una de las siete maravillas del mundo. En él se veneraba a una piedra que se decía había caído del cielo (posiblemente era un meteorito) en el que se podía con esfuerzo discernir el cuerpo de una mujer. En el templo ministraba toda una jerarquía de sacerdotes eunucos y tres rangos de sacerdotisas vírgenes, además de numeroso personal que incluía a acróbatas y músicos, entre otros.
A ella estaba dedicado el mes de Artemision, que empezaba en el equinoccio de primavera, durante el cual no se trabajaba pero se celebraban grandes banquetes, así como juegos atléticos en el Estadio y representaciones teatrales en el enorme anfiteatro que podía acomodar hasta 25,000 espectadores, y donde tuvo lugar posiblemente el incidente que se narra en este pasaje de Hechos.
En cambio, la Artemisa (o Diana) de la mitología grecorromana era hija de Zeus (Júpiter) y Leto (Letona), y era hermana melliza de Apolo. Ella era la diosa virgen de la caza y protectora de la virginidad de las ninfas, que ayudaba a las mujeres a dar a luz. Se le solía representar corriendo con un arco de flechas y vestida de una túnica corta.
2. Demetrio en su ceguera pagana no comprendía que los ídolos que el propio hombre fabrica con sus manos, aunque los cubra con oro y plata, no pueden ser dioses ni ejercer poder alguno porque no pueden moverse por sí solos. El profeta Jeremías en un pasaje famoso denuncia el engaño en que están sumidos los idólatras (Jr 10:1-16, especialmente los vers. 3-5). El salmo 115 lo dice aún más explícitamente (vers. 3-8). Isaías es aún más sarcástico en su condena (Is 44:9-20).

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#731 (17.06.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 15 de junio de 2012

PABLO EN ÉFESO II


Estimados lectores:
QUIERO APROVECHAR LA OPORTUNIDAD PARA ENVIAR UN SALUDO CORDIAL A TODOS LOS PADRES DE FAMILIA EN SU DÍA.

Por José Belaunde M.
Un Comentario al libro de Hechos 19:10-20

10.  “Así continuó por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús.”
La ciudad de Éfeso se convirtió en el centro de actividad de Pablo, y dada la importancia de la ciudad como centro comercial al que acudía mucha gente de las poblaciones vecinas, su ministerio empezó a irradiar en todo el territorio cercano, porque se dice que todos los habitantes de la provincia de Asia oyeron el mensaje del Señor.
La provincia romana de Asia ocupaba la zona occidental de la moderna Turquía (incluyendo los territorios de Lidia y Misia). Era la zona más rica de la región y era gobernada por un procónsul que residía en Éfeso. Cuán importante era esta provincia puede deducirse del hecho de que, con el tiempo, el nombre de “Asia” llegara a aplicarse a todo el continente que se extendía hacia el Este.
En ella se encontraban las siete iglesias a las que Juan dirige sus cartas (Ap 2 y 3), como la propia Éfeso y Laodicea, así como otras ciudades como Colosas (a la que Pablo dirigió una famosa epístola) y Hierápolis, cuyas iglesias pueden haber sido fundadas si no por el mismo Pablo, al menos por alguno de sus colaboradores durante este período.
Por la evidencia de versículos posteriores (Hch 20:33-35) podemos ver que durante el tiempo de su prolongada permanencia en esta ciudad Pablo no percibió ayuda económica de nadie, sino que él se ganó su sustento con sus propias manos en el oficio que ya conocemos. Y no sólo el suyo sino también, cuando era necesario, el de sus colaboradores más cercanos, dándoles de esa manera ejemplo de que predicar el Evangelio no debe servir de excusa para no trabajar, como él había escrito en 2Ts 3:10: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma.” Eso no quita el hecho de que en los períodos en que él se dedicaba a viajar de un sitio a otro dependiera de la ayuda de terceros porque, estando en movimiento, le hubiera sido difícil ganarse el sustento trabajando con sus manos.

11,12. “Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían.”
Tal como ocurrió durante los días iniciales de la predicación apostólica en Jerusalén, en que se hacían muchos milagros y señales por mano de Pedro y los apóstoles (Hch 5:12-16), de manera semejante una unción poderosa reposaba ahora sobre Pablo, de modo que Dios hacía muchas curaciones extraordinarias por medio de él, incluso a distancia, porque llevaban a los enfermos y endemoniados las prendas que habían estado en contacto con su cuerpo para ponerlas en el cuerpo de los afectados y eran sanados. (Nota 1)
Podemos imaginar la efervescencia que había en los círculos cristianos por causa de estas maravillas y cómo Dios usaría el asombro que ellas causaban para atraer a la gente a la fe. El texto griego dice que hacía “obras de poder” (dunámeis) (2) fuera de lo común, que deben haber llamado poderosamente la atención de la población. Jesús había anunciado a sus discípulos que cuando viniera el Espíritu Santo sobre ellos, ellos harían cosas más maravillosas que las que Él hacía (Jn 14:12), porque si bien sabemos del caso de una mujer que fue sanada del flujo de sangre con sólo haber tocado el borde de su manto (Lc 8:44), no sabemos de ningún milagro semejante a los que menciona este versículo hecho por Él. (3)
El que Dios realizara estos prodigios por medio de Pablo cobra un especial sentido si se tiene en cuenta que Éfeso era famosa por ser la capital de la magia. Con las cosas que Pablo hacía Dios demostraba ante un público ansioso de contemplar maravillas que en la palabra del Evangelio residía un poder más extraordinario que las cosas que Satanás hacía por medio de sus servidores.

13. “Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo.”
Es un rasgo común de la naturaleza humana que cuando uno ve a otro hacer algo con éxito, o que suscita admiración, trata de imitarlo o de emularlo.
Este fenómeno explica lo que narra este versículo. Unos exorcistas –exorkistés en griego, palabra que designa a los que expulsan demonios de una persona- judíos ambulantes (4), al ver el éxito de Pablo quisieron usar el mismo procedimiento que él para exorcizar (5).
¿Por qué querrían hacerlo? Posiblemente habían observado que Pablo tenía más éxito que ellos, y sacaron la conclusión fácil de que si usaban el mismo procedimiento que él, tendrían un éxito semejante.
Pero estaban totalmente equivocados. Pablo no usaba el nombre de Jesús como una fórmula mágica para exorcizar. Pablo usaba el nombre de Jesús porque él creía en Jesús y, por tanto, el poder de Dios habitaba en él, por el Espíritu Santo.
¿Recuerdan el episodio en que Jesús dice que si Él expulsa demonios por el dedo de Dios (e.d. por el poder de Dios) es porque el reino de Dios ha venido a nosotros? (Lc 11:20).
Los exorcistas judíos no podían usar el nombre de Jesús –es decir el poder de Dios- para expulsar demonios porque no creían en Jesús y, por tanto, la unción del Espíritu Santo no estaba sobre ellos. (6)
Peor aún, ellos no conocían a Jesús, porque decían: “Os conjuro por Jesús, el que Pablo predica ”, que es como admitir que sólo conocían a Jesús de oídas, porque Pablo mencionaba su nombre, pero ellos no sabían nada de él, no lo conocían personalmente.
¿Cuán importante es conocer a Jesús personalmente, no sólo de oídas? ¿Cómo se conoce a Jesús personalmente? Por la fe, creyendo en Él. Cuando uno cree en Jesús, el Espíritu Santo habita en uno y puede usar el nombre de Jesús para pedirle algo al Padre, como Jesús mismo nos exhorta a hacer (Jn 14:13; 15:16).
Aquellos que sólo conocen a Jesús de oídas, pero no personalmente, no pueden usar el nombre de Jesús para lo que fuera, ni entender su mensaje. Y menos son salvos en virtud de su nombre, porque les falta la fe.
Hebreos dice que de nada sirve escuchar el Evangelio si escucharlo no está acompañado de fe. (Hb 4:2). No les sirve, es decir, no los salva, no los regenera. Pero ¿no dice Pablo en otro lugar que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”? (Rm 10:17). Es decir, ¿qué la fe viene oyendo la predicación de la palabra de Dios? ¿Por qué el oír la palabra produce en unos fe y en otros no? Sólo Dios lo sabe. La fe es un don de Dios. Unos escuchan la palabra y creen; otros la rechazan. En algunos es porque aún no ha llegado el tiempo de ellos, en otros porque su disposición interna, la vida que llevan, los predispone a rechazarlo. ¡Son tantos los factores que, humanamente hablando, influyen en que brote la fe al oír la palabra!
Unos reciben la palabra con gozo porque el Evangelio es el mensaje que estaban con ansiedad esperando. Otros, al contrario, lo rechazan porque su mensaje los acusa y no quieren ser confrontados. A los primeros el Evangelio les abre las puertas de la salvación. A los segundos, si perseveran en su actitud, el Evangelio les abre la puerta del infierno. Lo que a unos salva, a otros condena.
¡Qué importante es la disposición con que se escucha una palabra, sea de corrección, de exhortación, o de consejo! ¡Que Dios nos dé siempre la disposición correcta para escuchar su mensaje!

14. “Había siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto.”
Entre esos exorcistas ambulantes que querían emular a Pablo había siete hermanos que eran hijos de un jefe de los sacerdotes llamado Esceva. Esta precisión plantea un problema. Cuando Lucas usa la palabra jefe ¿qué quiere  decir? ¿Esceva sería el jefe de uno de los 24 “turnos” o “clases” de sacerdotes que se turnaban quincenalmente para servir en el templo? (1 Cro 24:3; Lc 1:5) Si así fuera ¿qué hacían sus siete hijos en Éfeso oficiando de exorcistas ambulantes si el cargo de sacerdotes era hereditario? ¿No habían sido incluidos en la nómina de sacerdotes a quienes una vez al año les tocaba el servicio? ¿O quizá viajaban como exorcistas durante el tiempo en que no les tocaba servir? Esceva no es un nombre judío, por lo que se hace difícil creer que el padre de ellos fuera realmente un sumo sacerdote. Podría tratarse de un impostor que quería aprovecharse de la fama que los sumos sacerdotes judíos tenían de conocer el nombre secreto de Dios y su pronunciación, lo que tenía fama de ejercer un gran poder sobre el mundo de los espíritus.
En todo caso, Lucas no nos da suficiente información como para poder contestar a esas interrogantes y conciliar las diversas alternativas. Pero sigamos con el relato.

15. “Pero respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?” 
A la invocación del nombre de Jesús el demonio que habían querido exorcizar respondió diciendo a los exorcistas que él no reconocía que tuvieran autoridad para usar ese nombre. El espíritu les contestó: “Conozco a Jesús”. El espíritu malo sabe de la existencia de Jesús que venció al que tenía dominio sobre la muerte (Hb 2:14), y que, por tanto, él debe obedecerle. Conoce también a Pablo porque usa el nombre de Jesús con autoridad para imponerse sobre los espíritus como él. “Pero ustedes, ¿quiénes son?” Si no creéis en Jesús no tenéis autoridad para usar su nombre, porque Él solo la concede a los suyos, (Lc 9:1) y vosotros no le pertenecéis. Los demonios conocen las realidades espirituales porque viven en la esfera espiritual aunque puedan operar en la realidad material. Nosotros los seres humanos vivimos en la realidad material, pero operamos muy limitadamente en la realidad espiritual porque no la vemos, ni la percibimos. Sólo nos movemos en ella por fe.

16. “Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos.”
Sabemos que los espíritus comunican a las personas que poseen una fuerza extraordinaria sobrehumana (Mr 5:3,4; Lc 8:29). Como el espíritu que poseía a ese hombre no reconocía la autoridad de los hijos de Esceva para reprenderlo usando el nombre de Jesús, se lanzó sobre ellos de una forma incontenible, de manera que ellos no pudieron sujetarlo. Y no sólo eso sino que los golpeó y los dejó maltrechos y sin ropa.
¿Tenemos nosotros autoridad para usar el nombre de Jesús para reprender demonios y para elevar nuestras peticiones al Padre? Sí, porque Él nos la ha dado. (Lc 10:19; Jn 15:7). Pero sólo estamos investidos de esa autoridad si estamos en buen pie con Jesús. Si estamos en pecado, o vivimos de una manera indigna de un cristiano, los espíritus malos se reirán de nosotros. Mejor sería en ese caso que no lo usemos porque podríamos sufrir daño.

17. “Y esto fue notorio a todos los que habitaban en Efeso, así judíos como griegos; y tuvieron temor todos ellos, y era magnificado el nombre del Señor Jesús.”
Este hecho se divulgó por toda la ciudad, tanto entre los judíos como entre los gentiles, de modo que sirvió para que todos los que no habían oído acerca de Jesús lo hicieran, y lo honraran admirándose de que tuviera tal poder. Y no sólo le honraran sino que también temieran a Dios con el temor que inspira lo sobrenatural, como deben hacerlo todos aquellos a quienes su conciencia acusa. (7)

18. “Y muchos de los que habían creído venían, confesando y dando cuenta de sus hechos.”
Cuando la fe transforma el corazón de una persona, la primera reacción es el arrepentimiento –el cambio de mente, -metanoia- mediante el cual la persona comprende que todo lo que hacía antes, y de lo que a veces se jactaba, estaba muy mal, y no era cuestión de jactarse sino de avergonzarse.
En los primeros tiempos del cristianismo la primera consecuencia de este “cambio de mente” era el impulso de ir y confesar públicamente sus pecados, sin pretender justificarse sino, al contrario, humillándose.
Esta confesión pública tenía un valor testimonial muy grande, pues –como ha ocurrido en todos los tiempos- induce al arrepentimiento a otros. La gracia de Dios se derrama cuando se confiesa abiertamente los pecados. En muchas ocasiones eso lleva a un avivamiento. (8).
El ministerio de Juan Bautista, unos veinte años antes, debe haber provocado un fenómeno semejante. Por eso dice la Escritura que él preparó el camino para la venida de Jesús (Mal 3:1).

19. “Asimismo muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos; y hecha la cuenta de su precio, hallaron que era cincuenta mil piezas de plata.” 
Siendo como era Éfeso capital de la magia y centro de muchos cultos paganos que ahí proliferaban, es comprensible que muchos de los que oían la palabra y se convertían, hubieran practicado anteriormente la magia. Cuando comprendieron lo malo que era eso, y que al practicar la magia se habían concertado con el demonio, que es quien inspira la magia y provoca los fenómenos con que engaña a la gente, se desprendieron de los libros (9) de magia que antes atesoraban y que tenían mucho valor, y los traían y los quemaban delante de la congregación. (10)
Para apreciar plenamente el enorme monto de 50,000 dracmas de plata que menciona el texto (una millonada en nuestros días), debe tenerse en cuenta que antes de la invención de la imprenta, unos 1400 años después de los acontecimientos narrados, la publicación de libros se hacía por el lento método de copiado manual. Por ese motivo los libros tenían mucho valor porque eran escasos. En contraste con nuestra época en que hay imprentas que imprimen miles de ejemplares en poco tiempo, en esa época había equipos de copistas profesionales que sacaban un número limitado de copias.

20. “Así crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor.”
Ver que la gente sacrifica sin dolor cosas que tienen mucho valor económico, tiene un valor testimonial muy grande. El resultado de todo ello fue que se produjo un gran avivamiento en toda la ciudad, posiblemente semejante al que se produjo en Jerusalén al comienzo de la predicación del Evangelio después de Pentecostés (Hch 2:41; 6:7). Bien dijo Pablo que se le abría una puerta grande en esta ciudad (1Cor 16:8,9).

Notas: 1. Aunque el libro de los Hechos no registre milagros hechos por Pablo en Corinto, por sus epístolas a esa ciudad sabemos que sí los hizo (“Con todo las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia por señales, prodigios y milagros.” (2Cor 12:12) Aparte del cojo sanado en Listra (Hch 14:8-10), y de la curación de la muchacha que tenía un espíritu de adivinación en Filipos (Hch 16:16-18), Lucas no dice que Pablo hiciera más milagros durante sus viajes misioneros anteriores, pero eso no excluye que hiciera otros. O quizá Dios no consideró necesario obrar de esa manera en esas etapas.
2. Ver 1Cor 12:10 donde entre los dones del Espíritu se menciona el de “hacer milagros”, en griego: energémata dunámeon = “operaciones de poder”.
3. A nosotros puede llamarnos la atención la gran importancia que se daba entonces al poder milagroso de sanar enfermedades. No debería sorprendernos si se tiene en cuenta que en esos tiempos la situación de los enfermos era desesperada, porque las posibilidades y recursos de la medicina eran muy limitados (como siguieron siéndolo hasta finales del siglo XIX).
4. ¿De dónde venían? ¿De Judea o Galilea? ¿Quién les había encomendado esa tarea? Sabemos por el Evangelio que los fariseos también expulsaban demonios (Mt 12:27). Puede haberse tratado de algunos pertenecientes a ese grupo.
5. El historiador Josefo en su libro “Antigüedades de los Judíos” dice que las fórmulas mágicas, o conjuros, que los exorcistas judíos usaban para expulsar demonios usando el nombre del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, así como otros nombres divinos como Sabaot, o Adonai, procedían de Salomón. No sabemos cuánto de verdad pueda haber en esto, pero por el hecho de que en la misma sección (8.2.5.45) hable de encantamientos para sanar enfermedades, su relato es sospechoso.
6. Recordemos el episodio, que Lc 9:49,50 y Mr 9:38-40 reportan, de uno que expulsaba demonios usando el nombre de Jesús, pero que no estaba con ellos, y al que Juan le prohibió hacerlo. Pero Jesús le reprendió por ello. Quizá ese hombre era un discípulo de Juan Bautista.
7. El enorme prestigio que adquirió el nombre de Jesús para efectuar curaciones en ese tiempo puede verse en el hecho de que se haya conservado un papiro de magia que dice: “Yo te conjuro por el nombre de Jesús, el Dios de los hebreos”. De otro lado, en los escritos rabínicos se denuncia la tendencia de algunos judíos de invocar el nombre de Jesús para sanar enfermedades.
8. El sentido de la frase “dando cuenta de sus hechos” (En griego: “Anangélontes tas praxías auton”) es probablemente, según F.F. Bruce, “divulgando sus conjuros”, con lo que eran privados de su poder mágico.
9. Esto es, los rollos de papiro.
10. Esta es la tercera vez que Pablo se enfrenta triunfante al poder de la magia. La primera fue en Chipre (Hch 13:6-12); la segunda, fue en Filipos (Hch 16:16-18). Esta vez, como veremos más adelante, su audacia lo llevó a ser amenazado de muerte.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a hacer la siguiente oración:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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miércoles, 13 de junio de 2012

PABLO EN ÉFESO I


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PABLO EN ÉFESO I
Un Comentario al libro de Hechos 19:1-9

1,2. “Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a Éfeso, y hallando a ciertos discípulos, les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo.”
Después de su prolongada estancia en Corinto, y de visitar en el curso de su tercer viaje misionero las ciudades de Galacia del Sur y de Frigia donde posiblemente había estado antes (Hch 18:23), Pablo vino a detenerse (en la primavera del año 52) un buen tiempo en Éfeso, ciudad que era un importante centro comercial e industrial del imperio que albergaba, además, el culto de varias divinidades paganas, y en donde había estado antes por un corto lapso de tiempo (Hch 18:19-21).
La Providencia dispuso que esta gran ciudad no se quedara sin un proclamador y maestro de la palabra, pues Pablo vino para llenar el vacío que había dejado la partida de Apolos, que había ido a regar lo que Pablo había sembrado en Corinto (Hch 18:27,28; 1Cor 3:6).
Al llegar a la ciudad encontró a “ciertos discípulos”. Cuando Lucas emplea la palabra “discípulos” él se refiere siempre a personas que han creído en Jesús. ¿De dónde venían éstos? No se dice. ¿Cómo y cuándo habían llegado a creer en Jesús? Tampoco se explica (Nota 1). Pablo debe haber sentido intuitivamente que su conocimiento del “camino” era incompleto, pues enseguida les pregunta por aquello que para él era una de las gracias principales que acompañaban a la fe: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?” Una traducción más exacta sería: “¿Recibisteis el Espíritu Santo después de que hubisteis creído?” (cf Ef 1:13).
(Esa es una pregunta que cada uno de nosotros debería hacerse: ¿He recibido yo el Espíritu Santo? ¿Soy guiado por el Espíritu Santo? ¿Vivo yo en el Espíritu y camino en él?)
Recuérdese que cuando Pedro predicó en casa de Cornelio, el Espíritu Santo se derramó sobre los que escuchaban su sermón y (aunque el texto no lo diga explícitamente, está implícito) creyeron en lo que él les exponía. Eso quiere decir que en los primeros tiempos la recepción del Espíritu Santo solía acompañar al acto de creer (Hch 10:43,44), aunque no ocurriera siempre necesariamente. Veámoslo:
Si examinamos los casos de fe y conversión que menciona Hechos, podemos ver, para comenzar, que el día de Pentecostés, después del sermón de Pedro, unos tres mil hombres creyeron y fueron bautizados (Hch 2:41) ¿Recibieron el Espíritu Santo en ese momento? No se afirma explícitamente, pero está implícito en Hch 2:38 (cf 1:4) (2).
En Hch 4:1-31 cuando Pedro y Juan, que habían sido llevados ante el Concilio acusados de predicar a Jesús, fueron soltados después de ser amenazados si persistían, ellos fueron donde los suyos, y después de contarles lo que había sucedido, los que estaban congregados empezaron a orar y todos fueron llenos del Espíritu Santo. A este evento se le ha llamado “el segundo Pentecostés”, porque los asistentes, que eran sin duda parte de los 120 de Hch 1:15 que estuvieron en el Aposento Alto (Hch 2:1-4) recibieron una segunda llenura del Espíritu. (Hch 4:31).
Tal como leemos al comienzo del sexto capítulo de Hechos, cuando empezó a crecer el número de los discípulos, fue necesario nombrar a personas que atendieran en la distribución de alimentos a las viudas de los creyentes griegos. Al designar a los siete diáconos, o servidores, a quienes se encargaría ese trabajo se puso como condición que los elegidos estuvieran “llenos del Espíritu Santo”, lo que haría suponer que no todos los discípulos lo estaban o que, por lo menos, no todos demostraban estarlo en la misma medida, sino que había algunos que estaban más ungidos que otros (Hch 6:1-3).
Al comienzo del capítulo 8, cuando el evangelista Felipe predica el Evangelio por primera vez en Samaria, el texto dice explícitamente que los que habían creído en su predicación solamente habían sido bautizados, pero no habían recibido el Espíritu Santo (Hch 8:14-16), lo cual ocurrió apenas los apóstoles les impusieron las manos (v.17), con lo cual se da a entender que eran los apóstoles en particular los que tenían el poder de impartir el Espíritu Santo.
Eso es confirmado por el episodio del eunuco egipcio que retornaba de Jerusalén, leyendo al profeta Isaías, y de quien se dice que cuando Felipe le anunció el Evangelio, el hombre fue bautizado porque creyó que Jesucristo es el Hijo de Dios, pero no se afirma que recibiera a la vez de manos de Felipe el Espíritu Santo (Hch 8:37-39).
Sin embargo, cuando Pablo, después de su encuentro inesperado con Jesús, se encontraba ciego y orando en Damasco, el discípulo Ananías vino donde él por encargo del Señor, y le impuso las manos para que recobre la vista y reciba el Espíritu Santo; y enseguida fue bautizado en agua (Hch 9:17,18).
En estas situaciones vemos cómo Dios no actúa según reglas establecidas, como solemos hacer los seres humanos, porque unas veces se recibe el Espíritu Santo después de haber sido bautizado en agua, y en otras, antes de serlo. Y suelen ser los apóstoles los que lo imparten, pero no siempre sólo ellos.
Adelantándome un poco al comentario del texto que tenemos a la mano, quiero referirme a la última ocasión en que se menciona en éste al Bautismo del Espíritu Santo. Eso está en el v. 6, cuando después de haber bautizado a los discípulos que había encontrado, Pablo les impone las manos y vino sobre ellos el Espíritu Santo”. Me gusta mucho esta expresión en particular: el Espíritu Santo vino sobre ellos, les cayó encima, como algo inesperado, tal como ocurrió en Pentecostés con los 120 (Hch 2:1-4), y con los gentiles que estaban en casa de Cornelio, donde el Espíritu Santo cayó sobre los que oían el discurso.” (Hch 10:44; 11:15). Recuérdese que eso ocurrió antes de que ellos fueran bautizados (Hch 10:47,48; 11:16,17; cf 1:5).
Pero la pregunta que hace Pablo a esos discípulos implica también que él era conciente de que había casos en que, por algún motivo, la conversión no era siempre seguida inmediatamente por la recepción del Espíritu Santo. La respuesta de los discípulos debe haber sido también para él una sorpresa mayor, porque ellos admitieron que no tenían idea de la existencia del Espíritu Santo.
Esta respuesta plantea un problema porque en los tres evangelios sinópticos (esto es Mateo, Marcos y Lucas) y en el de Juan, que narran el bautismo de Jesús por mano de Juan Bautista, se menciona la venida del Espíritu Santo sobre Jesús en una apariencia corporal como de paloma. Según Mateo esto fue algo que sólo Jesús habría visto; según Juan también fue visto por el Bautista, pero habría estado oculto a los ojos de los espectadores. No obstante Juan Bautista dio testimonio de lo que había visto y de que Jesús era el Hijo de Dios. Pero adicionalmente, según el evangelista Juan, el Bautista recibió una revelación especial acerca de la futura recepción del Espíritu Santo por los creyentes que sería impartida por Jesús (Jn 1:32,33).
El Bautista había recibido pues revelación acerca del Espíritu Santo, aunque sólo fuera limitada, pero habría que suponer que guardó parte para sí y no la divulgó toda. Por ese motivo estos discípulos que encontró Pablo, no sabían nada acerca de la existencia del Espíritu Santo. Esta suposición es confirmada por la explicación que el propio Pablo dará en Hch 19:.4 acerca del bautismo que practicaba Juan. (3)

3. “Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan.”
Esta nueva pregunta de Pablo alude a la costumbre de sumergirse en agua como un rito de purificación que era común en Israel y era practicada por muchos grupos. Los fariseos bautizaban a sus prosélitos, y los sectarios de Qumram también lo hacían.
La pregunta de Pablo equivale a decir: ¿Con qué grupo, o por quién fuisteis bautizados? (4) La respuesta fue directa: Fuimos bautizados en el bautismo de Juan por alguno de sus discípulos (como lo había sido Apolos: Hch 18:25), es decir, probablemente por uno que tenía un conocimiento deficiente. Entonces Pablo les dio una explicación clara de lo que ese bautismo significaba y hacia quién apuntaba:

4. “Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo.”
Juan exhortaba a los pecadores a confesar sus pecados y a arrepentirse de ellos, y enseguida los sumergía en agua como señal de que su arrepentimiento era sincero y de que, por tanto, sus pecados les eran perdonados (Mr 1:4). Cuando él veía que se acercaban a él hipócritas que carecían de arrepentimiento –personas que, en realidad, venían a espiar lo que él hacía- les echaba en cara su falsedad y los rechazaba (Mt 3:7-9).
Pablo les recuerda además que Juan señalaba que después de él vendría otro, que sería el Mesías, (palabra que quiere decir “ungido”, al igual que la palabra griega “Cristo”) en quien todos debían creer, y del cual él era sólo el precursor (Jn 1:26,27).

5. “Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.”
Apenas lo oyeron esos doce discípulos comprendieron que faltaba algo a su fe y se hicieron bautizar en el nombre de Jesús. Notemos que este es el único caso en el Nuevo Testamento de personas que hayan sido rebautizadas. Los apóstoles, por ejemplo, que habían sido bautizados por Juan (si no todos, ciertamente por lo menos dos de ellos: Andrés y su hermano Simón Pedro (Jn 1:40,41) no fueron nuevamente bautizados por Jesús. Al contrario, Jesús mismo no bautizaba, sino dejaba que sus discípulos lo hicieran por Él (Jn 4:1-3). Nótese que antes de la exaltación de Jesús el bautismo de Juan y el de Jesús eran esencialmente el mismo bautismo.
Vale la pena notar que Juan no bautizaba “en el nombre” de alguien. Él, como los fariseos y los esenios, bautizaba simplemente. Pero desde el inicio (Hch 2:38) los cristianos empezaron a bautizar “en el nombre de Jesús”. Este bautismo, una vez muerto y resucitado Jesús, era más que un bautismo de arrepentimiento y de perdón de pecados. Era una confesión pública de fe en Aquel en cuyo nombre eran bautizados, y era por ende un bautismo de regeneración que llevaba a una nueva vida (Rm 6:4).

6,7. “Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban. Eran por todos unos doce hombres.”
Pablo entonces hace un gesto, que era común en el judaísmo de su tiempo para significar diversas cosas:
Ordenación (Hch 6:6; 1Tm 4:13,14); encargo de una tarea (Hch 13:2,3); sanidad (Mr 5:23; 16:18; Lc 13:13; Hch 28:8); pero también, para los seguidores de Jesús, impartir el Bautismo en el Espíritu Santo (Hch 8:17; 9:17; Hb 6:2, y el presente pasaje). El Espíritu Santo tomó entonces posesión entera de los doce, de modo que empezaron a hablar en lenguas –tal como ocurrió en Pentecostés- y a profetizar. Aunque en el Antiguo Testamento no se conocía el Bautismo en el Espíritu Santo, y apenas se habla del Espíritu de Dios, sí hay instancias de personas que, sin ser profetas, movidas por el Espíritu, se ponen a profetizar (Saúl, por ejemplo: 1Sm 10:6,10), e incluso un profeta pagano a pesar suyo (Balaam: Nm 23:5-10;17-26; 24:1-9;13-25).

8,9. “Y entrando Pablo en la sinagoga, habló con denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios. Pero endureciéndose algunos y no creyendo, maldiciendo el Camino delante de la multitud, se apartó Pablo de ellos y separó a los discípulos, discutiendo cada día en la escuela de uno llamado Tiranno.”
Enseguida Pablo, como era su costumbre, entró en la sinagoga de los judíos y empezó a hablarles con valor y abiertamente, y con la elocuencia que le daba el Espíritu Santo. Recuérdese que Pablo ya había visitado antes la sinagoga de Éfeso a su paso para Jerusalén (Hch 18:19-21). En esa ocasión había encontrado una acogida más favorable pues sus oyentes le rogaron que se quedara con ellos. Como eso no le fue posible en ese momento, él les prometió volver. De modo que este retorno suyo a la sinagoga de Éfeso fue en parte en cumplimiento de su promesa.
¿Cuál era el tema de sus discursos persuasivos? El texto dice “el reino de Dios”. Podemos pensar que eso incluía toda la doctrina acerca del sacrificio y muerte de Cristo, de su resurrección y de su próximo retorno, tal como él lo expone en sus cartas. Podemos imaginar también que él encontró mucha oposición –o al menos escepticismo- entre sus oyentes, pues dice el texto que discutía con los asistentes. Sin embargo, es de notar que antes que él Apolos ya había discutido con los judíos en la sinagoga, de modo que los asistentes ya habían escuchado, aunque incompleto, el evangelio del reino (Hch 18:26). ¿Quién sabe si la exposición de Apolos no habría alertado a los principales de la sinagoga acerca de este “camino” que se venía difundiendo, y si ellos no habrían solicitado información acerca de él a sus congéneres de Jerusalén? Eso podría explicar que en esta segunda visita él hubiera encontrado una audiencia menos dispuesta.
De hecho Pablo se encontró con algunos recalcitrantes que no sólo cuestionaban su mensaje, y se negaban a creer en lo que él les exponía, sino que adoptaron una actitud tan agresiva que lo persuadió de que era inútil que siguiera discutiendo con ellos, por lo que él abandonó la sinagoga llevándose consigo a los que habían creído en su mensaje. Notemos que así como el calor ablanda algunas cosas y endurece otras (como el huevo), la predicación del Evangelio ablanda algunos corazones pero endurece otros.
Las sesiones de indoctrinamiento prosiguieron, dice el texto, en la escuela de un hombre que se llamaba Tiranno. No sabemos nada acerca de él, aunque es probable que él fuera un maestro de retórica griego que, por algún motivo, asistía a la sinagoga, o que, habiendo entrado una vez, se había sentido atraído por el mensaje de Pablo.
La fe tiene caminos misteriosos y Dios había provisto por medio de este hombre un local donde Pablo pudiera seguir predicando y enseñando (5), al cual acudían muchos hombres que de otro modo no habrían escuchado su mensaje.

Notas: 1. Algunos estudiosos creen que ellos podrían haber recibido su conocimiento incompleto de la misma fuente que Apolos, e incluso, que podrían haberlo recibido de él antes de ser instruido por Aquila y Priscila.
2. En la versión impresa había escrito que era sólo muy probable.
3. Yo he dedicado hace seis años un artículo a tratar del escaso conocimiento que acerca del Espíritu Santo se tenía en tiempos del Antiguo Testamento (dentro del cual, según dijo Jesús en Lc 16:16, se enmarca el Bautista): “El Espíritu Santo Desconocido y Conocido”. # 411 del 05.03.06).
4. La sorpresa de Pablo se explica en gran parte si se tiene en cuenta que esos discípulos habían recibido el bautismo después de que Jesús hubiera muerto y resucitado. Si ellos ignoraban ese hecho fundamental ¿en qué consistía su fe?
5. Según el texto occidental Pablo enseñaba de la hora quinta a la hora décima (es decir, de las 11 am a las 4 pm) las horas más calurosas del día (¡las horas de la siesta!). Posiblemente dedicaba la mañana y la noche a su oficio de fabricante de tiendas para proveer a sus necesidades y a la de sus acompañantes (cf Hch 20:34). Es curioso que Lucas no mencione para nada en este episodio a los esposos Aquila y Priscila, fieles colaboradores suyos, que, sin embargo, se habían quedado en Éfeso (Hch 18:19). Pero nótese que en los saludos finales de la primera epístola a los Corintios, escrita en Éfeso, Pablo dice: “Aquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa, os saludan mucho en el Señor.” (16:19), lo que quiere decir que en casa de ambos (que tiene que haber sido para ello suficientemente espaciosa) se reunía una parte de la iglesia de Éfeso. Según F.F. Bruce, es probable que fuera en Éfeso donde ellos arriesgaron su vida por Pablo (Rm 16:3,4), episodio que el libro de Hechos no consigna. A tenor del versículo siguiente de Romanos, cuando Pablo escribió esa epístola (estando en Corinto, año 56 o 57), ya ellos habían regresado a Roma, y en su casa se reunía también una parte de la iglesia de esa ciudad. El emperador Claudio, que había expulsado a los judíos de la capital del imperio el año 50, o poco después, había muerto el año 54.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a hacer la siguiente oración:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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viernes, 1 de junio de 2012

LA LIBERACIÓN DE PEDRO


Por José Belaunde M.
El libro de los Hechos nos narra en su capítulo 12 (del vers. 1 al 19) cómo Pedro fue liberado de la cárcel por medio de la intervención de un ángel. Más allá de su interés histórico ese episodio encierra un significado espiritual muy instructivo que vamos a examinar en las próximas líneas.
Ese capítulo cuenta cómo el rey Herodes --no el Herodes que quiso matar al niño Jesús y ordenó la matanza de los niños de Belén; ni su hijo, Arquelao, que gobernaba cuando nació Jesús; ni tampoco su otro hijo, Herodes Antipas, que reinaba cuando Jesús fue crucificado; sino Herodes Agripa, nieto del primero y sobrino de los segundos, que tuvo un final terrible, narrado a continuación del episodio que nos ocupa (Hch 12:20-23). Este Herodes pues, cuarto en la línea de los reyes de Judea que llevan ese nombre, para congraciarse las simpatías de las autoridades judías, ordenó matar a Santiago, o Jacobo, no el hermano del Señor sino hermano del apóstol Juan, llamado Boanerges (Mr 3:17), uno de los hijos del trueno (Nota 1).
Dado el buen resultado que obtuvo con ese martirio a los ojos de parte del pueblo, Herodes quiso hacer lo mismo con el apóstol Pedro. Para ello ordenó meterlo en prisión y tenerlo fuertemente custodiado, para que no se escape (2). Entretanto la Iglesia de Jerusalén, afligida, oraba por él.
El texto sagrado dice así: "Aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, y los guardias delante de la puerta custodiaban la cárcel. Y he aquí que se presentó un ángel del Señor y una luz resplandeció en la celda; y tocando a Pedro en el costado, le despertó diciendo: 'Levántate pronto'. Y las cadenas se le cayeron de las manos." (Hch 12:6,7).
Si miramos más allá del significado literal, histórico, del relato a lo que los hechos y personajes representan  simbólicamente, podemos ver que Pedro es aquí figura del hombre que vive alejado de Dios, prisionero de la carne y de los atractivos del mundo, que está ciego espiritualmente, teniendo el entendimiento entenebrecido por el velo del error. Y he aquí que, atravesando las paredes de esa cárcel espiritual, se le acerca un ángel compasivo. "Ángel" quiere decir "mensajero", alguna persona con carga por los perdidos que le trae las buenas nuevas del Evangelio, de la palabra de Dios, al pecador.
Al acercarse esa persona al extraviado y hablarle, brilla una luz en medio de la oscuridad en que se halla encerrado el hombre: la luz de Cristo que "resplandece en medio de las tinieblas" (Jn 1:5). De ese Jesús que dijo de sí mismo: "Yo soy la luz del mundo; el que me siga de ninguna manera andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida." (Jn 8:12).
El ángel, dice la Escritura, le toca el costado, donde está el corazón, que, simbólicamente es el centro de la vida emocional y mental del individuo, el asiento de sus pensamientos y sentimientos. El corazón del hombre alejado de Dios está tan ajeno a las realidades espirituales y tan dormido espiritualmente como lo estaba Pedro físicamente, cansado por las privaciones y el hambre. Y el ángel le dice: "¡Despierta! ¡Levántate! ¡Resurge a la vida!"
Tan pronto como el pecador oye la voz del que lo llama y se despierta, obedece y se levanta, se le caen de las manos las cadenas que le ataban. Las cadenas del pecado, de los vicios, del orgullo y de la ignorancia espiritual. Así como Pedro estuvo libre en ese momento, el pecador está libre a partir de ese instante para caminar y moverse. Jesús dijo: "Si el Hijo os libertare seréis verdaderamente libres" (Jn 8:36).
Continúa la Escritura: "Le dijo el ángel: 'Cíñete y cálzate las sandalias. Y lo hizo así. Y le dijo: 'Envuélvete en tu manto y sígueme'" (v. 8).
El ángel le da a Pedro una orden cuádruple: 1) Cíñete; 2) Cálzate; 3) Envuélvete en tu manto; y 4) Sígueme.
Pienso que toda persona familiarizada con el significado de las Escrituras entenderá el sentido espiritual de estas instrucciones. Cuando le dice: "Cíñete", está hablando de ajustarse la cintura con el cinturón de la verdad (Ef 6:14a), que nos hace libres, como se ajustaban los antiguos la ropa ancha con un cinto para  poder moverse con libertad. Por eso "ceñirse los lomos" en las Escrituras es sinónimo de estar listo, dispuesto.
Cuando le dice: "cálzate", se está refiriendo a las sandalias "del evangelio de la paz" (Ef 6:15), que le ayudan a caminar apoyando los pies firmemente en el suelo y no caerse. El calzado, a la vez fuerte y ligero, que llevaban puestos los soldados era una parte importante de su apresto (o uniforme, como diríamos hoy) porque le permitía pararse y correr con seguridad, sin peligro de ser herido por las piedras y objetos filudos del camino.
Es interesante que Dios le diga a Moisés en el  desierto que se quite el calzado (Ex 3:5), y que a Pedro le diga lo contrario: "cálzate". Para entrar en la presencia del Señor debemos quitarnos el calzado que está contaminado con la suciedad del mundo, es decir, purificarnos. Para salir al mundo nos calzamos con el Evangelio de la paz para poder pisar seguro y fuerte.
El manto con que Pedro debe envolverse puede interpretarse de dos maneras diferentes, aunque afines. En primer lugar, el manto es la sangre de Cristo que nos cubre y nos limpia todas nuestras manchas. En segundo lugar, el manto es el hombre nuevo con que el cristiano debe vestirse una vez que ha arrojado de sí las cadenas del antiguo, que lo ataban al pecado (Ef 4:22-24). El hombre nuevo, sabemos, es la naturaleza regenerada, nacida de lo alto por obra de la Palabra de Dios y que ha de ir desarrollándose y creciendo.
Por último el ángel le dice: "Sígueme". Esa palabra es la que Jesús les dice a todos aquellos que han escuchado su voz con oídos abiertos y han creído en Él. "Sígueme" es el llamado del Buen Pastor a sus ovejas que se hallan extraviadas, pero que reconocen su voz. "Sígueme" es la voz del Galileo que continúa resonando todavía en nuestros oídos: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame." (Mt 16:24).
Prosigue la Escritura: "(Pedro) saliendo le seguía, pero no sabía si era verdad lo que hacía el ángel, o si estaba viendo una visión." (v.9).
Al comienzo el hombre recién regenerado no atina a entender bien qué es lo que le ocurre. Duda si es verdad o un engaño de su fantasía, o autosugestión, esa paz, esa alegría que le embarga; esa nueva esperanza que brilla en su alma. Le parece que lo que experimenta es demasiado bello para ser verdad.
Y sigue el relato: "Cuando pasaron la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad, la cual se abrió sola y salieron; avanzaron por una calle y, de pronto, el ángel desapareció." (v.10).
El hombre recién renacido debe superar diversos obstáculos que se oponen al goce pleno de su nueva libertad, y que corresponden a la primera y segunda guardia. Ellos son  el espejismo de su mente engañada por razones sutiles, que lo tuvo sugestionado tanto tiempo y del que todavía no acaba de librarse; y la atracción del mundo que ahora deja, pero que aún a ratos seductoramente le reclama: "Ven a mis brazos, querido, y gocémonos como antes."
Cada persona tiene barreras internas diferentes, de acuerdo a su personalidad y al camino que ha recorrido en la vida. Para unos pueden ser conocimientos pretendidamente ocultos que lo tenían fascinado, o la suficiencia que otorga el dinero, o viejos resentimientos con sus padres o hermanos, etc. Hay tanta variedad de ataduras.
Pero más allá de esos obstáculos comunes que los asedian, todos suelen tener una barrera personal más difícil de superar que las otras, una verdadera puerta de hierro que les cierra la salida de la prisión en que se hallan y que amenaza frustrar su libertad recién ganada. Para unos puede ser un vicio degradante, o un mal hábito muy pernicioso. Para otros puede ser el amor desordenado al dinero, o la atracción del sexo, o el alcohol o las drogas; o el ansia excesiva de figuración social o de poder. Cada cual tiene su talón de Aquiles al cual el diablo puede apuntar una flecha certera. Pero, siguiendo fielmente a la voz del que los llama, todos pueden atravesar esas barreras, aun las más férreas, y alcanzar la libertad plena.
Cuando el hombre nacido de nuevo ha pasado por la última puerta y gana la calle, es  decir, cuando ha madurado, ya no tiene necesidad de la ayuda cercana y constante que lo ha acompañado hasta ahora, como a Pedro el ángel, que lo ha guiado y protegido como a un bebito que empieza a caminar. Ahora él está librado a sí mismo. Ya ha crecido como cristiano y tiene que caminar con sus propios pies, aunque no esté realmente solo, pues el Espíritu no deja de acompañarlo y guiarlo.
Finalmente la Escritura dice: "Entonces Pedro, volviendo en sí, dijo: 'Ahora sé verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel y me ha arrebatado de la mano de Herodes y de todo lo que el pueblo de los judíos esperaba." (v.11)
Una vez afianzado en la fe y más seguro de sí, el pecador convertido comprende que lo que le ha ocurrido no es un sueño irreal sino la más maravillosa realidad. El ha pasado de muerte a vida (Jn 5:24); del reino de las tinieblas al reino de la luz (1P 2:9). Ha sido librado de las cadenas del mundo que lo retenían con sus atractivos.
Herodes representa al mundo y al poder engañoso de las cosas visibles que lo tenían capturado con sus halagos en una prisión dorada pero inflexible. Pedro escapó a la sentencia del rey impío que quería cortarle la cabeza. El pecador escapa de la condenación eterna que le esperaba al final de su vida.
Este corto relato describe simbólicamente el itinerario espiritual que han seguido en principio todos los convertidos, cuando escucharon la  palabra de Dios y no fueron rebeldes a ella, sino que obedecieron a su llamado. Hay, sin embargo, quienes escuchan la voz del que los llama, pero prefieren permanecer en la cárcel de su situación presente, de su error y de su engaño, de los vicios y del pecado, sea porque no creen posible alcanzar la libertad, sea porque esa cárcel tiene para ellos atractivos inconfesados que no quieren dejar. Prefieren la prisión a la libertad, la comodidad del momento al riesgo futuro, como los israelitas que querían retornar a Egipto (Ex 14:12; Nm 14:3,4). Son ciegos u ociosos engreídos que caminan por la ruta ancha y cómoda del pecado, cuyo fin es la muerte eterna.
Demos gracias a Dios si por su gracia nosotros no nos contamos entre ellos, si hemos escapado de la perdición que nos amenazaba. Pero si fuéramos del número de los primeros que aún resisten al llamado, démonos vuelta inmediatamente y dirijamos nuestra mirada a Jesús en la cruz, que tiene sus brazos extendidos para librarnos. El está cerrando el camino que lleva al abismo. No te escapes de sus brazos que quieren atraerte a su pecho. No deseches esa salvación que se te ofrece gratuitamente, y que puede ser tuya con sólo decir: la acepto. "Sí Jesús, yo vengo a tí a pedirte que me perdones y me salves. No me rechaces. Escóndeme en tu seno"

Notas: (1) El texto dice "agradar a los judíos". Cuando la palabra "judíos" aparece en el Nuevo Testamento a partir del Evangelio de Juan, no suele significar todo el pueblo judío de Judea y Galilea, sino específicamente, los dirigentes judíos que se opusieron a Jesús y que perseguían a la naciente iglesia. Pablo (Saulo) era al comienzo uno de ellos.
(2) A Herodes le interesaba mantenerse en buenas relaciones con las autoridades del templo y de la sinagoga, y hacerse popular, porque los judíos, en principio, no reconocían su autoridad como legítima y la toleraban sólo porque les había sido impuesta por los romanos.

NB. Este artículo fue publicado hace ocho años en una edición limitada después de haber sido transmitido como charla en una radio local. Lo vuelvo a publicar nuevamente sin cambios.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#728 (27.05.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).