viernes, 27 de enero de 2012

LA BATALLA DE LA ORACIÓN

Por José Belaunde M.

El capítulo décimo del libro del profeta Daniel contiene enseñanzas muy profundas acerca de la oración y -esto puede quizá sorprender a algunos de mis lectores- acerca de los conflictos que la oración provoca en las esferas celestiales. Que la oración pueda suscitar conflictos en los cielos es posiblemente una noción novedosa para muchos, pero las Escrituras lo muestran claramente.


El episodio en cuestión nos narra cómo el profeta se había puesto a ayunar y a orar durante tres semanas en medio de gran angustia interior, hasta que se le apareció en visión un ángel de aspecto impresionante, que empezó a hablarle y, entre otras cosas, le dijo:


"Daniel, varón muy amado, escucha atento las palabras que te hablaré y ponte en pie, porque he sido enviado a ti ahora. Mientras hablaba conmigo, me puse en pie temblando. Entonces me dijo: Daniel, no temas, porque desde el primer día en que dispusiste tu corazón para entender y humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras, y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe de Persia se me opuso durante veintiún días. Pero Miguel, uno de los principales príncipes, vino a ayudarme..." (10:11-13).


Lo primero que nos dice este párrafo es que orar es no sólo hablar con Dios, alabarle, pedirle cosas, sino también tratar de entender sus propósitos, sus pensamientos, sus palabras. Esto es algo que concierne directamente nuestras vidas. ¡Sobre cuántas cosas necesitamos preguntar a Dios acerca de sus propósitos! ¡Cuánto tiempo perdido y energías gastadas inútilmente nos ahorraríamos si lo hiciéramos con frecuencia!


Lo segundo es que orar es humillarse delante de Dios y reconocer nuestra condición pecadora, nuestra pequeñez y nuestra dependencia del Creador, ante quien somos menos que el polvo. Y hemos de hacerlo si es que deseamos recibir aquello que imploramos "porque Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes." (1P5:5)


En tercer lugar, fijémonos en que son nuestras palabras las que provocan la respuesta de Dios, no tan sólo nuestros pensamientos, aunque ciertamente Él los conoce y escucha. Dios quiere que le hablemos. La palabra hablada comunica a la oración una urgencia que el pensamiento sólo no le da.


Por último, el pasaje nos dice que la oración, cuando es conforme a la voluntad de Dios y persigue los propósitos de Dios, provoca una batalla en los cielos entre las huestes angélicas y las demoníacas, porque Satanás tiene intereses contrarios a los que persigue esa oración y se opone a ella con todas sus fuerzas.


San Pablo se refiere a este conflicto en su epístola a los Efesios: "Porque nuestra lucha no es contra sangre ni carne (esto es, contra seres humanos) sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores mundiales de estas tinieblas, contra huestes espirituales de maldad en los lugares celestiales". (Así en el original, 6:12). El príncipe de este mundo, como lo llama Jesús, aunque ha sido arrojado de la presencia de Dios, tiene acceso con toda su corte a las esferas celestes donde se decide lo que ocurre en la tierra, y tiene autorización para oponerse, hasta cierto punto, a los designios de Dios y tratar de hacer prevalecer los suyos.


Este es un misterio que apenas nos ha sido entreabierto en las Escrituras, pero que explica muchas de las cosas que ocurren en el mundo y que de otra manera serían para nosotros inexplicables. Nos permite entender también cómo Jesús pudo decir, antes de su pasión, que la hora del príncipe de las tinieblas había llegado. Es decir, la hora en que Lucifer triunfaría transitoriamente.


Es interesante que averigüemos cuál era el motivo por el cual Daniel se puso a ayunar y a orar. No lo precisa el texto en este pasaje, pero el capítulo anterior consigna una larga oración en que Daniel, afligido por la desolación de su patria, pide a Dios perdón por los pecados de su pueblo, que había sido conquistado por Nabucodonosor y deportado a Babilonia, e intercede por ellos. Daniel le recuerda a Dios la profecía anunciada en su nombre por boca de Jeremías, de que, al cabo de 70 años, el pueblo de Israel retornaría a su tierra (Compárese Dn 9:1-19, en especial el vers. 2 con Jr 25:8-14; 29:4-14, y, en especial los vers. 25:11,12 y 29:10). Estamos autorizados a suponer que la oración de Daniel en el capítulo décimo era por la misma intención de su plegaria en el capítulo previo; esto es, que oraba por la liberación de su pueblo, en cumplimiento de la profecía de Jeremías, y por la restauración del templo derruido de Jerusalén, como era el deseo de todo judío piadoso.


Ahora bien, si Dios había prometido que el pueblo retornaría al cabo de 70 años ¿qué necesidad había de orar por el cumplimiento de esa promesa? Lo que Dios ha establecido debe cumplirse de todas maneras. ¿No es acaso Dios todopoderoso? ¿Tiene acaso Dios necesidad de la ayuda humana? ¿Dependerá el Creador de su criatura? Sin embargo, así como el Hijo de Dios se humilló a sí mismo haciéndose hombre como cualquiera de nosotros, de cierta manera Dios se humilla a sí mismo también haciendo que el cumplimiento de su voluntad en la tierra dependa de la oración del hombre. De otro modo Jesús no habría enseñado a sus discípulos a pedir por el cumplimiento de la voluntad del Padre: "...hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo." (Mt 6:10).


Por lo demás, Dios quiere también que el hombre colabore en los planes suyos que lo favorecen, de tal modo que, por decirlo de alguna manera, no tenga el hombre en todo la mesa servida. Dios, dijo un autor antiguo, quiere ser rogado para hacer aquello que se propone.


Dios, pues, necesitaba que alguien orara por el cumplimiento de esa profecía, para ponerla en obra. Necesitaba que alguien se pusiera en la brecha a interceder por el pueblo. Tan pronto como Daniel empezó a orar, se suscitó una batalla en las regiones celestes. Satanás conocía muy bien la profecía que Jeremías había proclamado por orden divina, pues era pública, y como él se opone a todo lo que Dios quiere, apenas se puso Daniel a orar por su cumplimiento, el Maligno mandó inmediatamente a sus huestes a trabajar para impedir que se cumpliera. De otro lado, podemos suponer que la oración de Daniel era también contraria a los planes y propósitos que la potestad satánica que regía los asuntos de la nación persa había concebido, y a la que la Escritura llama "el príncipe de Persia". (Dn 10:13).


Aquí nos enfrentamos a otro misterio que las Escrituras no revelan plenamente pero que dejan entrever. Así como al lado de cada ser humano hay un ángel de la guarda (Mt 18:10) que lo cuida y un diablo que lo tienta, así también hay sobre cada familia, sobre cada unidad social, sobre cada villa y cada ciudad, sobre cada nación y cada pueblo, autoridades angélicas y demoníacas de rango creciente que intervienen en sus destinos con designios contrarios a los de Dios y que influyen en los acontecimientos. Podemos, por ejemplo, postular, aunque no podamos probarlo, que hace unos años había una potencia satánica que azuzaba el conflicto entre nuestro país y nuestro vecino del Norte y que se oponía a la paz, así como hay potencias satánicas detrás de toda guerra en el planeta.


Pero volvamos a la historia de Daniel. Los propósitos de Satanás son siempre opuestos a los de Dios y es natural que el maligno deseara mantener al pueblo elegido en esclavitud y frustrar de esa manera el plan de salvación que Dios quería llevar a cabo a través de Israel. Así como tampoco, podemos suponer, convenía a los intereses del imperio persa -conquistador a su vez del imperio babilónico- el que una minoría industriosa y disciplinada, como lo era la comunidad judía, abandonara el país.


Pero el ángel que se aparece a Daniel lucha en las regiones celestes contra las huestes espirituales de maldad con la ayuda del arcángel Miguel, que es príncipe sobre Israel, para hacer prevalecer los designios divinos. La batalla en los cielos empezó tan pronto como Daniel comenzó a orar, y ahora el ángel viene a anunciarle la victoria, obtenida cuando su oración ha colmado la medida necesaria. Nuestra oración suscita, pues, en toda ocasión una batalla en los cielos entre las fuerzas que favorecen y las fuerzas que se oponen a nuestras metas, y el propósito de nuestra plegaria se logra cuando nuestra oración ha colmado la medida que Dios requiere.


¡Con cuánta frecuencia nuestros deseos y propósitos no se cumplen, o son obstaculizados, porque son contrarios a los propósitos de Satanás! Si no oramos, o si no oramos con la necesaria persistencia, le dejamos el campo libre a nuestro enemigo para llevar a cabo su obra destructora. Eso hacemos una y otra vez por nuestra falta de oración o por nuestra tibieza en ella. ¡Cuántas cosas nefastas nos han ocurrido a nosotros, o a nuestras familias, porque no nos hemos mantenido vigilantes en oración pidiendo a los ángeles que construyan una muralla protectora en torno a los nuestros! ¡Y cuántas bendiciones hemos dejado de recibir porque permitimos que Satanás las obstaculizara! El diablo viene a robar, matar y destruir (Jn 10:10), lo sabemos muy bien, pero si oramos continuamente, lo mantenemos a raya y frustramos sus propósitos.


Hasta qué punto el desenlace de la batalla celestial depende de la oración en la tierra, nos lo muestra el episodio de la batalla contra los amalecitas, narrado en el capítulo 17 del libro del Éxodo. Los amalecitas atacaron a los israelitas y Josué les salió al frente con el ejército de Israel, mientras Moisés subía al monte a orar, acompañado por Aarón y Hur. Cuando Moisés mantiene en alto las manos en oración las fuerzas de Israel vencen a las de Amalec; cuando las deja caer cansado, los de Amalec ganan. El resultado de la batalla en la tierra refleja el resultado de la batalla en los cielos. Los de Israel prevalecen cuando los ángeles prevalecen; los de Amalec ganan cuando las huestes de maldad llevan la mejor parte. No es que los ángeles puedan realmente ser vencidos por las fuerzas demoníacas. Pero es la oración en la tierra la que fortalece la intervención angélica o la que determina con cuánto ardor darán la pelea por nosotros. Si dejamos de orar, ellos aflojan o dejan de luchar. Quizá se digan: no les interesa tanto lograr la victoria. Su ayuda se amolda a nuestra insistencia y tenacidad, a la intensidad de nuestro deseo de triunfar.


Si pudiera escribirse la historia secreta, espiritual, de los pueblos, podríamos ver hasta qué punto los acontecimientos grandes y pequeños de su devenir han sido determinados por la oración y por la batalla que ella desata en los cielos; podríamos ver hasta qué punto –aunque no en un sentido absoluto sino sólo relativo- Dios ha puesto el cumplimiento de sus planes en nuestras manos.


Lo dicho se aplica a lo que está sucediendo en el Perú en estos tiempos. Nuestro país se encuentra en una encrucijada expectante pero difícil y necesita salir del atraso económico que aun aflige con pobreza a una parte de la población. Al mismo tiempo, necesita mantener un clima político y social ordenado que permita poner en marcha las reformas necesarias y avanzar hacia el futuro. Contra ello conspiran la agitación generada por las demandas y expectativas insatisfechas de la población, los esfuerzos del terrorismo por volver a levantar la cabeza, y la escasa coherencia de algunos actores políticos. Cuál sea el resultado de esta contienda dependerá en buena medida de la fe y de la perseverancia de las oraciones de la iglesia. El triunfo de las fuerzas del bien sobre las del mal en nuestra patria dependerá de que mantengamos los brazos en alto, como hizo Moisés en el episodio que hemos mencionado arriba, y de que haya quienes, como hicieron Aarón y Hur en esa ocasión, sostengan los brazos de los intercesores.


NB. Este artículo fue transmitido por radio el 8.4.00. Fue revisado e impreso por primera vez el 7.12.03.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


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miércoles, 18 de enero de 2012

DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS

Por José Belaunde M.

En el Credo de los apóstoles, o Símbolo Apostólico, (Nota 1) aparece, después de las palabras “fue muerto y sepultado”, la frase “descendió a los infiernos”, que ha sido objeto de mucha controversia.

La palabra “Hades” (“Seol” en hebreo) designa el lugar, situado en las profundidades de la tierra, a donde, según la concepción hebrea prevaleciente en tiempos de Jesús, iban los hombres al morir. Comprendía dos secciones:

-El seno de Abraham, a donde iban los justos en espera de la resurrección de Cristo. (Lc 16:22ss). Allí los justos no gozaban de la presencia de Dios, pero eran felices, tal como se describe en Lucas. (Sería interesante saber si el Talmud dice algo al respecto).

-Un lugar de tormentos a donde iban los condenados. Es de notar que entre ambos lugares había una sima que hacía imposible pasar de uno a otro (Lc 16:26). Según el Apocalipsis, el día del juicio final, esta región del Hades será echada en el lago de fuego, que es el infierno definitivo (Ap 20:13,14). El texto añade que esta es la segunda muerte. El Hades, como tal, desaparecerá porque su existencia está ligada a la tierra física.

Antes de la muerte y resurrección de Jesús (es decir, antes de la redención del género humano) el camino al cielo, esto es, a la presencia de Dios, estaba cerrado, porque el género humano y Dios aún no habían sido reconciliados (Rm 5:10,11).

La frase del Credo “descendió a los infiernos” tiene amplio apoyo en las Escrituras, y quiere decir, en primer lugar, que Jesús murió realmente, tal como se dice en Hb 2:9: “… para que por la gracia de Dios experimentase la muerte en provecho de todos.”

Su alma y espíritu se separaron de su cuerpo y bajaron a la región donde van todos los muertos. Experimentó la muerte como cualquier ser humano. Las Escrituras están llenas de referencias que apuntan a este hecho.

En primer lugar, la profecía de David citada por Pedro en su primer sermón el día de Pentecostés (“Porque no dejarás mi alma en el Seol (Hades), ni permitirás que tu santo vea corrupción.” Hch 2:27; cf Sal 16:10) para mostrar cómo David había anunciado que Jesús resucitaría antes de que su cuerpo se corrompiera, proceso natural que se habría iniciado el cuarto día después de la muerte, si Él no hubiera resucitado al tercer día.

Poco antes Pedro había dicho que Dios había resucitado a Jesús “librándolo de los dolores de la muerte” (Hch 2:24), y lo reitera en el v.31, recalcando nuevamente “que su alma no fue dejada en el Hades ni su carne vio corrupción.” ¿En qué sentido debe entenderse la frase “dolores de la muerte”? Si se tratara de los dolores de la agonía que Jesús ciertamente experimentó terriblemente, ellos terminaron al morir. ¿O es la muerte en sí, para los que no han ido directamente a la presencia de Dios, un estado doloroso aunque no sean atormentados?

En Efesios 4:8,9 leemos: “Por lo cual dice: Subiendo a lo alto llevó cautivos a la cautividad, y dio dones a los hombres (cita libre del Salmo 68:18). Y eso de que subió, ¿qué es sino que primero había descendido a las partes más bajas de la tierra”, (es decir al Hades)?

Algunos interpretan el descenso a “las partes más bajas de la tierra” como una alusión a la encarnación, pero dado que el pasaje continúa hablando del ascenso y exaltación del resucitado que “subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo” (v. 10), por coherencia lógica la primera parte debe referirse a su muerte y descenso al hades.

Jesús mismo habló de ese descenso suyo cuando dijo: “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches.” (Mt 12:40). Ese “corazón de la tierra” es una alusión típica al hades, según la concepción de la época, y no puede referirse al sepulcro en que estuvo su cuerpo, pues su tumba estaba cavada en la roca de la superficie de la tierra. (2)

En Romanos Pablo hace una referencia elíptica al descenso de Jesús a las profundidades de la tierra cuando escribe: “O ¿quién descenderá al abismo (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos)?” (Rm 10:7). (3)

¿PARA QUÉ DESCENDIÓ JESÚS A LOS INFIERNOS?

(Nótese que el Credo dice: “a los infiernos” y no “al infierno”, confirmando que el hades tiene divisiones).

1. Para triunfar completamente sobre el diablo en su propio terreno. A este hecho se refiere Pablo cuando dice: “…para que en el nombre de Jesús toda rodilla se doble, de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra.” (es decir, en el hades, Flp 2:10). (4) Entre los que están debajo de la tierra se incluye naturalmente a todos los muertos, salvos y condenados, además de los demonios.

Y también en Col 2:15 “…y despojando a los principados y potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” Pablo usa aquí una imagen gráfica evocando los cortejos triunfales con que los generales vencedores entraban en la ciudad, llevando tras sí a los enemigos capturados, cargados de cadenas, y a los prisioneros de su propio bando que habían liberado. (5) Exhibió públicamente a los principados y potestades demoníacas ante los ojos de los que estaban en el hades y de los ángeles en el cielo.

Jesús arrebató a Satanás las llaves del infierno y de la muerte, y en adelante las tiene en sus manos. (Ap 1:18). Hb 2:14 dice al respecto: “… Él (Jesús) participó igualmente de lo mismo (la condición humana) para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.”

2. Para venir en ayuda de todos los justos que esperaban en el seno de Abraham su liberación y llevarlos consigo al cielo. Este hecho forma parte del despojo aludido en Col 2:15, y es también aludido en Ef. 4:8. (6)

En la versión latina (Vulgata) del Eclesiástico o Sirácida, se lee este verso que tiene un carácter profético: “Yo penetraré a las partes más profundas de la tierra y visitaré a los que duermen, e iluminaré a los que esperan en el Señor.” (24:45). Aunque es posible que esta frase (o glosa) haya sido añadida por un copista cristiano, como era común hacer entonces.

El tiempo verbal empleado sugiere que el siguiente pasaje de Hebreos alude a la liberación en cuestión: “…y librar a los que por el temor de la muerte, habían estado durante toda la vida sujetos a servidumbre.” (2:15).

La liberación de estos cautivos había sido anunciada por los profetas:

“Los redimiré de la mano del Seol; los libraré de la muerte. ¡Oh muerte, yo seré tu muerte! ¡Oh Seol, yo seré tu destrucción!” Este es un pasaje de Os 13:14 que Pablo cita (en 1Cor 15:55) al hablar de la resurrección de los muertos al final de los tiempos. Con frecuencia este versículo se interpreta en el sentido de que Dios nos libra del peligro de morir en que estábamos. Pero puede aplicarse también a los muertos, sea con referencia a la resurrección final, o antes a los justos del Antiguo Testamento que esperaban ser llevados por Jesús al cielo.

“Y tú también, por la sangre de tu pacto serás salva; yo he sacado tus presos de la cisterna donde no hay agua.”. (Zac 9:11). La cisterna donde no hay agua es una referencia a la sed que padecen los condenados, o al hecho de que no hay nada que apague las llamas del infierno. La sangre del pacto es la que derramó Jesús en la cruz, prefigurada por la sangre de los novillos que eran sacrificados en el templo, y por la sangre del cordero con que los israelitas en Egipto untaron los postes y dinteles de sus puertas.

3. Mucho se ha especulado acerca de las misteriosas frases que contiene 1P 3:19,20: “…en el cual (espíritu) también fue y predicó a los espíritus encarcelados, que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua.”

La explicación más razonable que conozco (aun reconociendo que es puramente especulativa) es aquella que sostiene que los espíritus encarcelados eran aquellos hombres que se burlaron de Noé cuando construía el arca pero que, al ver el diluvio descender sobre ellos, se arrepintieron de su incredulidad. Ellos no lograron salvar sus vidas, pero tampoco fueron condenados merced a su arrepentimiento. Esperaban en algún lugar del hades que Jesús viniera y les anunciara el Evangelio. De ahí que Pedro diga más adelante; “Por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos….” (1P 4:6).

De acuerdo a esta interpretación los espíritus encarcelados a los que Jesús predicó no fueron los justos que esperaban en el seno de Abraham, porque ellos no lo necesitaban puesto que ya eran salvos y habían sido regenerados por la misma fe por la que Abraham fue justificado. Sólo esperaban que las puertas del cielo les fueran abiertas por Jesús.

¿QUÉ NOS ENSEÑA EL DESCENSO DE JESÚS A LOS INFIERNOS?

1. A esperar en Dios sin desmayar. Los justos del Antiguo Testamento contemplaron en fe, “como saludándola de lejos”, (Hb 11:13), la salvación que había de venir, y esperaron pacientemente su liberación.

Nuestra fe tiene en el sacrificio de Jesús el más sólido sustento. Si Él fue capaz de pagar un precio tan grande por nuestra salvación ¿cómo podría Él negarnos aquellas cosas que nosotros le pidamos y sean conformes a su voluntad?

2. Nadie se salva contra su propia voluntad. Pero habiendo hecho Jesús todo lo que era necesario para nuestra salvación, sólo se condenan los que escogen ese camino.

3. A ir en ayuda de los cautivos (en sentido espiritual y material) aun a costa de grandes sacrificios y de la propia vida. Jesús nos ha dado un ejemplo a seguir y nos pedirá cuentas si no lo imitamos en este punto: “Libra a los que son llevados a la muerte; salva a los que están en peligro de muerte. Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿acaso no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, Él lo conocerá, y dará al hombre según sus obras.” (Pr 24:11,12).

Notas: 1. De acuerdo a la leyenda el Credo de los Apóstoles fue compuesto después de Pentecostés por los doce apóstoles, antes de separarse, contribuyendo cada uno de ellos con una de sus doce cláusulas. Pero según la historia su texto se origina en las confesiones, sencillas al comienzo, que eran usadas en las iglesias y que los catecúmenos debían recitar al ser bautizados, a las cuales en el curso del tiempo fueron añadidas otras cláusulas. Un texto embrionario figura ya en Ireneo (c. 130-c. 200 DC) así como en Tertuliano (c. 160-c. 225 DC).

Su texto figura por primera vez en un escrito de Rufino (390 DC), pero no contiene la cláusula “descendió a los infiernos”, que fue añadida después tomándola del Credo de Aquilea.

Su texto completo desde el siglo VIII es el siguiente:

1. Creo en Dios Padre todopoderoso, creador de cielos y tierra;
2. Y en Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor;
3. Que fue concebido por obra del Espíritu Santo; nació de Santa María virgen;
4. Padeció bajo Poncio Pilatos; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos;
5. Al tercer día resucitó de entre los muertos;
6. Subió a los cielos, y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso;
7. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y los muertos.
8. Creo en el Espíritu Santo;
9. En la Santa Iglesia Católica; en la comunión de los santos;
10. El perdón de los pecados;
11. La resurrección de la carne;
12. Y la vida perdurable. Amén.


Su estructura es claramente trinitaria. La primera cláusula se refiere al Padre; las cláusulas 2 al 7, al Hijo, y la 8va al Espíritu Santo. Las cuatro últimas contienen verdades generales. Su carácter polémico es también evidente al afirmar la realidad de la humanidad de Jesús contra Moción, de un lado, y docetas; de otro, al mismo tiempo que afirma su deidad contra los que la negaban.
El historiador reformado del siglo XIX Ph. Schaff, dice que si el Padre Nuestro es la oración de las oraciones, el Decálogo, la ley de las leyes, el Credo de los Apóstoles es el Credo de los credos. Dice asimismo que no es palabra de Dios a los hombres, sino palabra de los hombres a Dios en respuesta a la revelación. Es el mejor sumario popular de la fe cristiana que exista en un espacio tan breve. Supera a todas las confesiones escritas después para fines catequéticos y litúrgicos. No es una declaración lógica de doctrinas abstractas sino una profesión de hechos vivos y de verdades salvadoras. Es un poema litúrgico y un acto de adoración. Es inteligible y edificante para el niño, y fresco y rico para el erudito más profundo…Tiene la fragancia de la antigüedad y el inestimable peso del consenso universal…Es el vínculo de unidad de todas edades y de todos los sectores del cristianismo.” Por ese motivo fue adoptado por los reformadores Lutero y Calvino (quien lo utilizó como base de su gran obra teológica “Instituciones Cristianas”), y por todas las iglesias protestantes, y es recitado en los oficios diarios no sólo de la Iglesia Católica sino también de muchas iglesias evangélicas, como la Luterana, la Anglicana, y la Iglesia del pastor Yongui Cho de Seúl, Corea del Sur.
Algunos podrían objetar que diga: “Creo en la Iglesia Católica”, pero debe recordarse que esa palabra, sobre todo cuando fue añadida al texto, quiere decir “universal” o “general”. La palabra “católica” en relación con la iglesia fue usada por primera vez por Ignacio, obispo de Antioquia (c. 35-c.107 DC) en una de sus cartas, para subrayar el hecho de que la iglesia era una sola, aunque estaba diseminada por todas partes.
2. El lapso de tres días y tres noches lo usa Jesús por analogía con la experiencia de Jonás, pero Él permaneció en el sepulcro menos de tres días.
3. El “abismo” es un término que designa un lugar extremadamente profundo de la tierra (Lc 8:31 y numerosas referencias en Apocalipsis).
4. Calvino sostiene (y yo lo creí un tiempo) que al decir Pedro: “sueltos los dolores de la muerte” (Hch 2:24) estaba aludiendo a los sufrimientos del infierno de los condenados que Jesús habría sufrido por un tiempo. Esto es, él sostiene que Jesús no sólo bajó al seno de Abraham sino también al lugar donde estaban confinados los réprobos, para padecer como uno de ellos. Esto es poco probable. En realidad no podemos afirmar o negar con toda certidumbre si Él estuvo en el infierno propiamente dicho, porque la Escritura no lo especifica, pero si estuvo ahí no fue para sufrir sino para afirmar su autoridad sobre los demonios y vencer a Satanás.
El sufrimiento principal de los condenados consiste en estar separados de Dios para siempre. Siendo Jesús Dios es imposible que Él pudiera estar separado de sí mismo. La frase que Él clamó en la cruz: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” (Mt 27:46) expresa la sensación de abandono que experimentó en un momento de su pasión, no que estuviera separado de Dios.
5. Orígenes comenta: “Cristo, vencidos los demonios adversarios, llevó como botín de su victoria a quienes estaban retenidos bajo su dominio, presentando así el triunfo de la salvación, como está escrito: “Subiendo a lo alto, llevó cautiva a la cautividad.” (Ef 4:8).
6. Ireneo comenta: “El Señor descendió a los lugares inferiores de la tierra para anunciar el perdón de los pecados a cuantos creen en Él. Ahora bien, creyeron en Él cuantos ya esperaban en Él, es decir, quienes habían preanunciado su venida y cooperado a sus designios salvíficos: los justos, los profetas, los patriarcas.”

NB. Este artículo fue escrito el 24.09.96. Se publica por primera vez, revisado y ampliado con notas.

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jueves, 12 de enero de 2012

ANOTACIONES AL MARGEN XXX

Por José Belaunde M.

* En el Perú la corrupción y la coima son vistas por muchas personas de bajos recursos y marginados sociales como la única oportunidad disponible para ellos de mejorar en algo su situación económica, o de ascender en la escala social. Eso la legitima a sus ojos. Por eso es tan difícil de erradicar.

* He aquí el secreto equilibrio: No lucir la piedad (es decir, no exhibirla) pero tampoco ocultarla. En sociedad no hacer gala de cristiano, pero tampoco negar serlo, como si uno se avergonzara de ello. Que nuestras simples palabras y nuestro comportamiento den testimonio de lo que somos.

* Si quieres ser fiel cumplidor de tus promesas no te precipites a prometer sin estar seguro de que puedes honrar tu palabra. Pero nunca prometas a tus hijos lo que no vas a cumplir, porque dejarán de confiar en ti.

* Es mejor ser amado por los humildes que por los poderosos.

* La serenidad del exterior es reflejo de la paz interior, o del dominio propio.

* La cólera es como el fuego que en un momento de furia puede ocasionar estragos involuntarios e irreversibles.

* Mejor sufrir que hacer sufrir; llorar que hacer llorar; mejor llevar uno la carga que ser una carga para otros.

* ¿Cómo podría yo enseñar a otros el camino de la verdad si no cumplo yo fielmente mis deberes y obligaciones?

* El que no honra a su padre y a su madre no merece ser honrado por nadie.

* El justo recuerda más el bien que ha recibido que el bien que ha hecho a otros.

* Cuando ayudamos o otros, o damos limosna, debemos hacerlo sin humillar al que recibe, sino más bien como si fuéramos sus deudores.

* El justo da sin que le pidan cuando adivina una necesidad. Da como quien considera un honor que acepten su dádiva.

* Nunca te jactes de los beneficios que Dios te ha hecho. No vaya a ser que te los retire; y menos te jactes del bien que has hecho a otros, porque ese aplauso será toda la recompensa que recibas (Mt 6:2,5).

* Mejor es admirar que envidiar, aun a tu rival; mejor es elogiar que criticar; y si no puedes hablar bien de tu vecino, calla.

* No seas pedante ni pendenciero, para que te escuchen con agrado. No hables mal del ausente, para que no murmuren de ti a tus espaldas (Ecl 7:21,22). Sé generoso con el elogio, si es sincero, porque a todos agrada que reconozcan sus méritos.

* La calidad de una religión (tomada esta palabra en su sentido positivo de “religio”, esto es, de relación con Dios) se mide por la calidad de los sentimientos que inspira, de la rectitud de conducta (es decir, de la probidad) que alienta, y del desprendimiento y espíritu de sacrificio que estimula.

* ¿Puede el hombre ser feliz solo? Sí, si goza de la presencia de Dios. Ella le basta. Sin embargo, en el plano natural el ser humano puede ser feliz sólo compartiendo su felicidad con otros. La felicidad ajena que ha procurado redunda en la propia, y Dios complacido la aumenta.
Esa es la base de la filantropía: un impulso generoso que Dios fomenta en quienes han sido bendecidos por su abundancia.

* Un pueblo generoso es un pueblo próspero, porque cumple la ley que formuló Jesús: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosante darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que midáis os será medido” (Lc 6:38). Un pueblo tacaño es con dificultad próspero, o tendrá que trabajar más para serlo. ¿Cuán generosos somos nosotros los peruanos?

* No son nuestras palabras lo que realmente edifica a la gente sino nuestra conducta. Si nos parecemos a Jesús, la gente se acordará de Él.

* Dar a otros la inspiración que hemos recibido, ésa es nuestra obligación. Cuanto más demos, más recibiremos.

* Ser santos como Dios es santo es un mandato del Antiguo Testamento (Lv 11:44; 19:2; 20:26). Jesús lo repitió en términos ligeramente diferentes: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” (Mt 5:48). ¿Cuál es la diferencia entre uno y otro mandato? En el Antiguo Testamento el énfasis está puesto en parte en la necesidad de evitar la impureza ritual. La perfección que Jesús demanda es más exigente y difícil que la santidad del Levítico, porque es interna. Pero en ambos casos de lo que se trata es de evitar todo lo que empañe la imagen de Dios en nosotros y nuestra semejanza con Jesús.

* Jesús caminó por la tierra haciendo el bien, dijo Pedro (Hch 10:38), siendo, no obstante, incomprendido y criticado. Pero no sabía ni podía hacer otra cosa. Imitémoslo.

* Es mejor hablar con Dios que con los hombres, y si se habla con éstos, es mejor hablar de las cosas de Dios que de asuntos humanos, porque los primeros nos traen paz, mientras que los segundos nos agitan.

* Cuanto más llenos estemos de Dios y menos de nosotros mismos, mejor será nuestra influencia.

* Llenémonos de Jesucristo para dar fruto como el pámpano. (Jn 15:5).

* ¿Cuánto de Cristo brilla en mí, en mis palabras, en mis actitudes? Sólo reflejándolo podré yo ser luz del mundo (Mt 5:14-16).

* ¿De qué Cristo somos nosotros testigos ante el mundo? ¿De un Jesús lleno de amor y de celo por su Padre y por los hombres, o de un Jesús indiferente al dolor y a la miseria ajenas? ¿De un Jesús altivo, o de un Jesús compasivo?

* Jesús siendo dueño de todo vivió siendo dueño de nada, no teniendo un lugar donde reclinar su cabeza, viviendo a expensas de unas mujeres que proveían a su alimentación, alojándose en casas ajenas, teniendo como discípulos a unos humildes pescadores. En verdad, como dice Pablo, siendo rico Jesús se hizo pobre para enriquecernos (2Cor 8:9). ¿Lo hizo para que lo admiráramos o para que lo imitemos? Nuestra grandeza –no la que admiran los hombres, sino la que Dios reconoce- depende de la respuesta que demos a esa pregunta.

* El amor empieza por casa. Si yo no amo a los míos, ¿cómo podré amar a los de afuera?

* Para rendirse enteramente a los movimientos del amor de Cristo en nuestro corazón es necesario estar realmente lleno de su amor y seguir los impulsos y las mociones de ese amor cuando las sintamos en nuestro interior, algo que no siempre es fácil pues nos saca de nosotros mismos, y provoca una resistencia interna ante lo que puede ser inesperado o inusual, o exigir de nosotros un gran sacrificio.

* Unirse a Cristo es unirse a los dolores de su pasión. ¿Cómo podríamos desearlo? Sólo recordando que si no nos compenetramos de ese dolor suyo no entenderemos plenamente lo que Él vino a hacer a la tierra.

* El gozo en verdad es señal de que Dios está en nosotros y de que vivimos en comunión con Él.

* Aun el pecador más endurecido responde a la preocupación sincera del que se interesa por sus problemas y tribulaciones. Esa es una de las formas más efectivas de evangelismo, porque la gratitud abre los corazones. Es un evangelismo de actitudes más que de palabras.

* “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, (Flp 4:13) a pesar de mis debilidades y defectos, porque no lo hago yo sino Él, que suple a mis falencias. Sin Él nada puedo hacer en la viña del Señor, pese a mis aptitudes y cualidades, cualesquiera que ellas sean. Con Cristo el más pobre es rico; sin Él el más rico es pobre.

* ¿Cómo puede uno durante el fárrago del día aislarse para estar a solas con Jesús un rato? Hubo una época en que para estar a solas un rato en mi trabajo me iba al baño para orar. Ese era mi desierto, mi montaña, donde solo rara vez era interrumpido.

* Que todo nuestro ser tan débil e imperfecto sea atraído para experimentar la influencia de Jesús; que su Espíritu moldee nuestro corazón, nuestros pensamientos y nuestros actos, y nos infunda el deseo de amar a Dios cada día más; que el fuego de su amor queme en nosotros toda tendencia al pecado y nos purifique. ¿Qué deseo más santo puede haber que ése?

* Nosotros estamos ausentes del Señor, como exiliados, mientras permanecemos en el cuerpo, tal como escribe Pablo (2Cor 5:6). ¿Cómo pueden algunos cristianos poner toda su esperanza en el cumplimiento en esta tierra de todas las promesas de Dios, en la que sólo estamos de paso y no en el cielo que es nuestra patria definitiva?

* La persona humilde habla poco de sí misma; la orgullosa, en cambio, suele hablar mucho de sí, pues considera importante todo lo que le atañe.

* Aceptar ser puesto de lado, ignorado y rechazado sin protestar, no por debilidad sino en nombre de Cristo, requiere de una humildad más que heroica. No buscar ser amado y admirado ¿quién lo haría sino Cristo y los que quieren ser como Él?

* Devolver bien por mal incluye contestar amablemente al que nos insulta. Eso es poner la otra mejilla al que nos abofetea (Mt 5:39). ¿Quién sería capaz de hacerlo sino alguien a quien Cristo ha transformado enteramente? Los que solemos actuar de manera contraria a lo descrito, ¡cuánto necesitamos todavía trabajar en nuestro interior! ¡Descartar al hombre viejo y revestirnos del nuevo! ¡Seguir a Cristo muriendo a nosotros mismos!

* ¿Qué quiere decir ser “manso y humilde de corazón”? (Mt 11:29). De Moisés se dice que él era el hombre más manso de la tierra (Nm 12:3). Sin embargo, él hablaba con Dios como quien habla cara a cara, aunque sin verlo (Ex 33:11. ¿No sería por eso que se había vuelto tan manso?). Jesús, siendo el Creador del universo, fue llevado al cadalso por sus criaturas como se lleva a una oveja al matadero (Is 53:7).
¿Qué podríamos nosotros hacer para imitarlos? Vaciarnos de toda pretensión y asumir sin reparos el último lugar.

* Hay los que no saben orar, los que no se atreven a orar y los que no quieren orar. ¿Quiénes son los que no saben orar? Los apóstoles se acercaron un día a Jesús y le pidieron: “Enséñanos a orar” (Lc 11:1). Si ellos, que estaban todo el tiempo con Él, gozando de su compañía, reconocieron que no sabían orar, a pesar de que como judíos lo hacían rutinariamente, ¿cuánto más nosotros tenemos necesidad de aprender a orar? Ellos comprendieron que había algo especial en la forma cómo Jesús oraba, de la que ellos carecían y que necesitaban aprender.
Los que no se atreven a orar son, de un lado, los que se consideran tan indignos que piensan que Dios no escucha sus oraciones; y, de otro, los que creen que Dios no está ahí para resolver sus problemas (pequeños, según creen, en la perspectiva de Dios, porque ignoran cuánto Él los ama) y que deben arreglárselas solos. Ambas nociones son, por supuesto, grandes mentiras del diablo. Dios está ansioso de que nos dirijamos a Él y desea ayudarnos en todas nuestras dificultades, grandes o pequeñas.
Los que no quieren orar son los que se han alejado, o se están alejando de Dios; los orgullosos que creen que no lo necesitan; y los perezosos que piensan que el tiempo pasado en el culto es suficiente como oración.

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miércoles, 4 de enero de 2012

ALZARÉ MIS OJOS A LOS MONTES

Un Comentario del Salmo 121


Por José Belaunde M.


Introducción: Los llamados “cánticos graduales” (o de “ascenso gradual·” o de “las subidas”) forman un grupo de quince salmos (del salmo 120 al 134) que se distinguen por la inscripción “mahalaj” que figura en el encabezamiento. Según el diccionario Strong el significado literal de esta palabra es “subir a un lugar alto”. Algunos la traducen como “subida” (así la Biblia de Jerusalén y varias versiones inglesas); pero puede significar también “paso” o “escalón” (Ver Ez 40:26,31), y estar relacionada con los quince escalones o pasos del templo ideal profetizado por Ezequiel (Nota 1).

En realidad no se sabe cuál fue el propósito por el cual se reunió esa colección de salmos que son todos –con excepción del número 132- bastante cortos (de tres a nueve vers.). Fueron escritos, se estima, durante un período bastante largo de tiempo pero, por su estilo, muestran ser posteriores al exilio. No obstante, como la palabra “mahalaj” figura también en el relato del retorno de los judíos deportados a Jerusalén (Es 7:9) se ha pensado que esos salmos eran cantados por los exiliados cuando se acercaban a la ciudad santa. En todo caso esos salmos describen muy bien los sentimientos de los que retornaron con Zorobabel y el sacerdote Josías (Es 2:2), y después con Esdras (Es 8) desde Babilonia, Susa y otras regiones en el siglo V antes de Cristo.

La interpretación más común es que esos salmos eran cantados por los peregrinos que, después del exilio, y restaurado el culto en el templo, “subían” trianualmente a Jerusalén para las tres fiestas principales, obedeciendo a lo ordenado por Moisés (Ex 34:24). (2) Jesús puede también haberlos cantado cuando subía a Jerusalén por las fiestas (Jn 2:13; 5:1; 7:10). Es indudable que en todos los salmos de esta colección se respira un espíritu de devoción expectante propio de un peregrinaje.

El filósofo alegorista judío Filón de Alejandría veía en estos salmos una expresión del ascenso del alma a Dios. Según un comentarista del Renacimiento los quince salmos se dividen en tres grupos de cinco salmos cada uno y están asociados a la “vía purgativa” (los principiantes), a la “vía iluminativa” (los adelantados), y a la “vía unitiva” (los perfectos).

Es notable la presencia en este salmo del verbo “guardar” y del sustantivo “guardador”, ambos traducción de la palabra hebrea shamar. En una u otra forma aparecen tres veces en los versículos 3, 4 y 5; y nuevamente tres veces en los vers. 7 y 8. Este salmo destaca así una cualidad de Dios que es vital para nosotros, pues garantiza nuestra seguridad. Por eso podemos decir que este es un cántico dedicado a exaltar al Dios que nos guarda fielmente.

El hebraísta alemán del siglo XIX, Gesenius, observó que la palabra shamar tiene que ver más con la estructura literaria interna de estos salmos, que con su uso litúrgico. En este sentido, observa Edersheim, que estos “grados” o "pasos” consisten en la aparición de una palabra en un verso, que en el verso siguiente es usada como un “paso” o “grado”, para ascender a una verdad más alta. Así, por ejemplo, la palabra “socorro” en el primer verso es repetida en el segundo. Esos dos versos se convierten en un paso por el cual en el tercer verso se alcanza una verdad superior: “el que me guarda”. La misma idea ligeramente modificada aparece en el verso 4, y un nuevo paso es alcanzado en el verso 5, donde figura la palabra “guardador”. El último paso es alcanzado en el verso 7, donde la verdad implicada en el nombre divino Jehová, de guardar fielmente a sus fieles, es reiterada ampliándola en el verso 8.

1. “Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro?”
El poeta se encuentra en una situación difícil. No sabemos concretamente en qué consistía, pero pareciera que se encuentra rodeado de enemigos, o de dificultades, que lo asedian en el lugar donde se encuentra. En su angustia alza su mirada hacia los montes que lo rodean como avizorando una señal favorable, mientras su mirada recorre el entorno, y se pregunta ¿de dónde puede venir mi socorro? (3).

Y él mismo se responde afirmando su fe en el Dios que nunca falla:

2. “Mi socorro viene de Jehová que hizo los cielos y la tierra,” de Aquel cuyo brazo es todopoderoso, y que en otras circunstancias difíciles nunca ha dejado de venir en mi ayuda; de Aquel que ha mostrado su poder creando todo lo que existe.

Bellarmino, siguiendo a S. Agustín, anota que los viajeros dirigen su mirada al destino final de su peregrinaje, del cual reciben fuerzas para proseguir su viaje. Puesto que la Jerusalén terrenal está en las montañas, y la celestial sobre las montañas, el viajero dice: He alzado mis ojos a los montes, donde está situada la ciudad santa, de la cual ha de venir el socorro de la consolación. Pero no es de allá de donde viene su consuelo, sino de Aquel que preside sobre la ciudad que está en los montes, de Aquel que habita en los cielos.

Nuestro auxilio viene de Dios, no sólo cuando atravesamos por dificultades, sino también cuando todo va sobre ruedas, porque es en esas situaciones holgadas cuando estamos en mayor peligro, pues podríamos caer en un exceso de confianza, o de presunción (Edersheim).

3. “No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda.”
Dios no permitirá que mis pies resbalen hacia un precipicio, o que yo sufra una fuerte caída, porque Él siempre está despierto y vigilante, cuidándome.

En la vida estamos rodeados de precipicios de todo tipo, en los cuales podemos caer si nos descuidamos. Algunos son visibles, y nosotros los podemos evitar si estamos atentos. Otros son ocultos, y son los más peligrosos y difíciles de evitar, precisamente porque no se ven. De ahí que sea tan importante para nosotros que haya alguien que todo lo ve, que nos cuida y guarda sin cesar nuestros pies de pisar en falso, porque no es como los hombres cuya atención declina cuando se adormecen.

Resbalar en Israel solía ser un símbolo apropiado de desgracia (siendo el pie figura del cuerpo, y el cuerpo, del estado o situación de una persona), como puede verse en el salmo 38:16, donde se dice: “Cuando mi pie resbale, no se engrandezcan (mis enemigos) sobre mí.” (cf Sal 66:9). La promesa contenida en el versículo 3 del salmo que comentamos es semejante a la que figura en el salmo 91: “Porque Él enviará a sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos, y ellos te llevarán en sus manos, para que tu pie no tropiece en piedra." (v. 11,12).

4. “He aquí no se adormecerá ni se dormirá el que guarda a Israel.” (4).
El Dios de Israel que guarda a su pueblo, siendo espíritu, no está sujeto a las limitaciones de la carne, al cansancio o a la fatiga, y no tiene necesidad de dormir para reponerse y recuperar fuerzas, porque no tiene un cuerpo que se canse como el nuestro. Él está siempre despierto con un grado de atención que es imposible para el hombre concebir (Véase al respecto Is 27:3). ¡Qué difícil es, en verdad, en la práctica encontrar a un vigía que no se duerma ni cabecee durante sus horas de guardia vencido por el sueño, si aun una madre que cuida a su hijo pequeño puede dormirse a su lado! Pero nosotros no necesitamos preocuparnos por encontrarlo porque ya tenemos uno que nunca duerme. Es de suma importancia que el que guarda a Israel nunca duerma ni se adormezca, ya que el que acosa y persigue a Israel y a nosotros –escribe S. Bernardo- tampoco duerme ni se adormece, y anda siempre “alrededor buscando a quien devorar.” (1P 5:8); y aún si lo hemos rechazado alguna vez, no tardará en volver para ver si encuentra un flanco de nuestra defensa desguarnecido. Por eso es tan consolador saber que el que guarda a Israel es no sólo Pastor del rebaño, sino que es Pastor de cada una de las ovejas que lo componen. De ahí que Jesús, el Buen Pastor, pudiera decir a su Padre: “a los que me diste yo los guardé, salvo al hijo de perdición…” , es decir, al que estaba destinado a ella (Jn 17:12).

5. “Jehová es tu guardador; Jehová es tu sombra a tu mano derecha.” (5)
En este versículo el Dios de Israel promete permanecer al lado nuestro como es inseparable la sombra de nuestro cuerpo, tan cerca está Él de nuestro lado. Porque así como nuestra sombra nos sigue a dondequiera que vayamos, y es imposible desprendernos de ella, de manera semejante Él puede proporcionarnos una sombra que nos guarde constantemente de las circunstancias adversas y del mal tiempo en sentido figurado.

Por eso es que el salmista agrega esta promesa de parte de Dios:

6. “El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche.”
Él será el escudo que te guarde de los rayos del sol durante el día, y de los de la luna en las noches en que no haya nubes que opaquen su brillo. El día y la noche cubren las veinticuatro horas del día. Este salmo contiene pues la promesa de que Dios nunca apartará su mirada amorosa y vigilante de tus pasos.

Para entender bien cómo los rayos del sol pueden fatigar debe pensarse que cuando se camina en un desierto –como es común en el Medio Oriente- el peligro de sufrir una insolación es muy grande cuando el sol está en su apogeo, si no se tiene la cabeza y el cuerpo cubiertos, porque el calor de ese astro puede ser abrumador (Is 49:10; Jon 4:8).

A nosotros puede parecernos extraño que el estar expuesto a los rayos de la luna en las noches de cielo límpido pueda producir una especie de insolación, pero es un hecho que eso ocurre. De ahí viene el que quienes en la antigüedad tenían la costumbre de dormir al aire libre en esas regiones, cubrieran su cabeza para no sufrir un “golpe de luna” que pudiera afectar sus mejillas y sus ojos.

7. “Jehová te guardará de todo mal; Él guardará tu alma.”
Los dos últimos versículos refrendan, resumiéndolas, las promesas de los versos anteriores. Pero ¿se cumple verdaderamente la promesa de que Dios nos guarda de todo mal? ¿No somos nosotros acaso con frecuencia afligidos de toda clase de males? ¿Cómo se concilian ambas realidades?

Vivir cerca del Señor siéndole fiel no garantiza que nunca tengamos dificultades, ni que nunca tengamos que pasar por pruebas y tribulaciones, sino que, si las sufrimos, saldremos bien librados de ellas.

Sin perjuicio de las dificultades, podemos tener confianza de que el Señor nos guardará de todo mal mayor, sean enfermedades graves, o asaltos de delincuentes, o accidentes de todo tipo, o intrigas en el trabajo, etc., etc., etc. De todas las cosas negativas que podamos imaginar que puedan sucedernos, grandes o pequeñas, temporales o duraderas, Dios promete guardar nuestra alma, es decir, nuestra vida, incluyendo percances mortales. Esta es una promesa absoluta. Nosotros honramos a Dios creyéndola.

8. “Jehová guardará tu salida y tu entrada, desde ahora y para siempre.”
La frase “tu salida y tu entrada” es una expresión convencional que significa tus actividades, tus ocupaciones y todo lo que tú hagas. La promesa divina de cuidarnos se extiende desde el comienzo hasta el final del día; y desde el inicio hasta el final de nuestra vida.

Las palabras “desde ahora y para siempre” son una expresión que significa: eternamente y sin falla. El cuidado con que Dios protege a los suyos es una manifestación de su amor, del que gozamos en la medida en que confiamos y nos acogemos a su protección. Nosotros gozamos de tanto favor de Dios como queremos, en el supuesto de que nuestra primera prioridad sea agradarlo en todo y servirle, y de que le obedezcamos en todo lo que nos mande.

¿Quién no desearía gozar de esa protección total, de ese “seguro” seguro contra toda clase de males, como no nos lo puede ofrecer ninguna empresa o institución humana? Pues si deseamos gozar de los beneficios de ese contrato y firmarlo, sólo tenemos que decirle a Dios: Señor, lo quiero.

Notas: 1. El intérprete judío del Medioevo, David Kimchi, dice que estos salmos eran cantados sobre los quince escalones del templo, de los cuales, sin embargo, no se encuentra traza en la historia.

2. Los israelitas “subían” a Jerusalén porque la ciudad se encuentra sobre una montaña (Véase por ej. 1R 12:27).

3. Los montes a los que el autor se refiere pueden ser las montañas sobre las cuales estaba asentada la ciudad santa, hacia la cual el autor peregrinaba; o, en sentido figurado, el cielo que está por encima de los montes, y en el cual habita Dios. Se ha observado que los israelitas fueron la única nación civilizada de la antigüedad que vivía en una zona montañosa, viviendo todas las demás en valles y llanuras.

4. La frase “el que guarda a Israel” –según el comentarista judío del Medioevo, Aben Ezra- es una alusión al episodio en que Jacob, huyendo de su hermano Esaú, se quedó dormido en el descampado, con una piedra como almohada, y tuvo una visión en la que Dios le reiteró las promesas hechas a Abraham y a Isaac, diciéndole: “He aquí yo estoy contigo y te guardaré por dondequiera que vayas.” (Gn 28:15).

5. En el Antiguo Testamento “sombra” tiene con frecuencia el sentido de “defensa” o “protección”. (Is 30:2; Jr 48:45).

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#706 (18.12.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).