viernes, 23 de septiembre de 2011

LAMENTO POR LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN II

Por José Belaunde M.

UN COMENTARIO DE LAMENTACIONES 3:34-66

Lamed 34. “Desmenuzar bajo los pies a todos los encarcelados de la tierra;”
Lamed 35. “Torcer el derecho del hombre delante de la presencia del Altísimo;”
Lamed 36. “Trastornar al hombre en su causa, el Señor no lo aprueba.”
El autor denuncia a continuación tres pecados que los hombres cometen con frecuencia abusando de su poder, de los cuales el pueblo elegido se ha hecho culpable y, a la vez, fue víctima. El primero es la opresión de los cautivos. En esos tiempos no había una convención internacional para el tratamiento de los prisioneros de guerra, como existe en nuestros días, y el vencedor se creía autorizado a vengarse sin piedad de los enemigos que tomaba prisioneros. Pero el Señor demanda que ellos sean tratados humanamente y sin odio.
El segundo pecado es tratar de pervertir la justicia cuando se acude a juicio. Eso es algo que suele intentarse con éxito con los jueces humanos mediante el soborno, pero que es imposible hacer delante del Juez Divino que ve el interior de los corazones y para quien ninguna intención permanece oculta.
El tercero es el que cometen los hombres que aprovechando las ventajas que su situación privilegiada les proporciona, abusan de los pobres y de los que carecen de los medios para defenderse cuando sufren un atropello. Ellos creen que el Señor no los ve (Ez 9:9). ¡Cuán equivocados están!
El reproche implícito es bastante claro: Si tú te has hecho culpable de haber abusado de tu prójimo de algunas de esas maneras ¿por qué te quejas y reclamas cuando otros te tratan a ti de la misma forma?

Viene ahora la que es la estrofa más importante de todo el poema, en la que se afirma la soberanía de Dios:
Mem 37. “¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?”
En otra versión: “¿El decreto de qué hombre se ha cumplido sin que el Señor lo quiera?” En otras palabras ¿quién se atreve a afirmar que algo puede suceder en el mundo sin que intervenga la voluntad de Dios? En verdad, aunque nos cueste entenderlo, todo lo que ocurre en la tierra –y en el universo- ha sido ordenado o permitido por Él.
Más aún: ningún ser humano –sea quien sea, hombre común o gobernante- puede ordenar que algo suceda si Dios no lo permite. Todos los decretos humanos deben ser refrendados por Él para que sean efectivos.
Naturalmente, la pregunta que de inmediato surge es: ¿Por qué permite entonces Dios que haya tanto mal y tanta injusticia en el mundo? ¿Por qué no lo refrena o impide? ¿Por qué “refrenda” los decretos humanos que son dañinos o perversos?
La respuesta obvia es: Porque hizo al hombre libre, esto es, no en un sentido absoluto, sino dándole un amplio margen de acción. De ello se deriva la necesidad de que el hombre experimente en carne propia las consecuencias, buenas o malas, de sus acciones a fin de que aprenda, o escarmiente.
Hay ocasiones en que Dios utiliza para sus propósitos, que son siempre buenos, el mal que el hombre se propone hacer. Un caso paradigmático es el de José, a quien sus hermanos que lo odiaban, vendieron como esclavo a unos comerciantes que iban a Egipto. Años después cuando ellos acudieron al país del Nilo para comprar el grano que les faltaba en su tierra debido a la sequía, José, que era el gobernador de ese reino, los recibe sin que ellos lo reconozcan. Cuando finalmente se revela a ellos, él les dice: “No me enviasteis vosotros acá, sino Dios, que me ha puesto por padre de Faraón…y por gobernador en toda la tierra de Egipto.” (Gn 45:8). Gracias a la previsión de José, Egipto almacenó durante los siete años de abundancia suficiente trigo como para alimentar a su pueblo durante los siete años de escasez, y hasta para vender a los pueblos vecinos que carecían del vital grano. La acción odiosa cometida por los hermanos de José formaba parte, sin que ellos lo supieran, del plan que Dios había concebido para salvar a toda la región de la hambruna. Lo que ellos tramaron para mal, Dios lo convirtió en un bien (Pr 16:9; 19:21).

A continuación el poeta añade:
Mem 38. “¿De la boca del Altísimo no sale lo bueno y lo malo?”.
Así como Dios dijo: “Sea la luz y la luz fue”, y luego separó la luz de las tinieblas (Gn 1:3,4), nada bueno o malo sucede en el mundo sin que Él lo ordene. Esto quiere decir que aún las acciones que el hombre en el ejercicio de su libertad se propone hacer, están sometidas a la voluntad de Dios. Ningún mal y ningún bien puede hacer el hombre sin el permiso de Dios.
No obstante, sin afectar la libertad humana, Dios limita, o refrena con frecuencia las consecuencias del mal que obra el hombre. Sin la intervención providencial y misericordiosa de Dios las cosas que nos parecen mal andarían mucho peor; las consecuencias de los errores y maldades humanas serían mucho mayores.
A nosotros nos puede sorprender que se diga que lo bueno y lo malo vienen de su boca, porque ¿cómo podría Dios ordenar el mal? Las catástrofes naturales, las inundaciones, ¿son ordenadas por Dios? Aunque sus causas puedan ser naturales, no ocurrirían sin que Dios las permita, porque la naturaleza está bajo su control. De otro lado, ¿de cuántas catástrofes inminentes no nos ha librado Dios? Nunca podremos saberlo. Pero si el hombre desafía a Dios ¿por qué se sorprende de que la ira divina se desate contra él? En el gobierno del mundo nosotros no sabemos de qué manera la justicia de Dios y su misericordia alternan o, como si dijéramos, compiten la una con la otra; o cómo se complementan obrando sobre las fuerzas naturales. De lo que sí estamos seguros es que su misericordia siempre triunfa.
Por boca de Isaías Dios ha dicho que Él hace la paz y crea la adversidad (Is 45:7; cf Am 3:6b). Todas las aflicciones que afligen al hombre (incluyendo las guerras) son ordenadas por Dios que determina su naturaleza, su medida y su duración, así como el bien que obtiene de ellas. Todo viene de Dios, que es la bondad en sí misma, de modo que si permite el sufrimiento y las pruebas es por un buen motivo.
Sólo el pecado no procede de su boca. Al contrario, Él lo prohíbe, pero permite que el hombre lo cometa. Tampoco tienta Él a nadie, pero deja que el diablo tiente al hombre (St 1:13). Por qué motivo permitió Dios que Satanás tentara a Adán y Eva en el huerto es algo que nunca podremos comprender plenamente, pero formaba parte de su plan.(Gn 3).

Siendo así las cosas, si lo que experimenta el hombre es básicamente consecuencia de sus propios actos,
Mem 39. “¿Por qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su pecado.”
Si toda la confusión reinante, si todas las situaciones de emergencia y peligro, si todas las aflicciones que sufre el ser humano se producen porque Dios permite que los efectos sigan a las causas, ¿por qué se queja el hombre cuando las cosas van mal? Quéjese y aflíjase más bien por su pecado que las ha causado. El pecado suyo en algunos casos, pero también, el pecado colectivo, los pecados que los hombres cometen como sociedad. Esta reflexión es especialmente pertinente si se recuerda que la catástrofe que afligió a Judá, y la conquista y destrucción de Jerusalén, habían sido anunciadas por Jeremías y otros profetas que denunciaban la idolatría en que había caído el pueblo escogido violando los mandatos divinos, y advertían que Dios dejaría de protegerlos de las fuerzas enemigas que los amenazaban.

Como consecuencia de todo lo dicho el poeta nos exhorta:
Nun 40. “Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y volvámonos a Jehová;”
Nun 41. “Levantemos nuestros corazones y manos a Dios en los cielos;”
Nun 42. “Nosotros nos hemos rebelado, y fuimos desleales; tú no perdonaste.”

En lugar de quejarnos de Dios, examinemos nuestra vida y veamos de qué manera nosotros nos hemos apartado de la conducta que Él nos había prescrito y hemos actuado contra su voluntad. Nosotros hemos merecido el trato duro y el infortunio que nos ha sobrevenido. Reconozcamos nuestras faltas y busquemos arrepentidos a Dios, porque Él es lento para la ira y rico en misericordia, a fin de que nos perdone.
Levantemos nuestros pensamientos hacia Él junto con manos limpias, y adorémosle en lo más profundo de nuestro corazón. Rindámosle nuestro ser.
Pareciera, sin embargo, que aunque nos hemos arrepentido, Dios siguiera enojado con nosotros, porque no ha levantado el peso que nos oprime. Es como si una barrera espesa impidiera que nuestras oraciones suban hasta su trono, porque seguimos siendo objeto de la opresión de nuestros enemigos. Ellos se burlan de nosotros y nos escarnecen.

Samec 43. “Desplegaste la ira y nos perseguiste; mataste y no perdonaste;
Samec 44. “Te cubriste de nube para que no pasase la oración nuestra;”
Samec 45. “Nos volviste en oprobio y abominación en medio de los pueblos.”

“Desplegaste”, o mejor, te cubriste con ira mostrando tu enojo, nos perseguiste en el ardor de tu cólera. “Mataste”, esto es, dejaste que nos mataran nuestros enemigos, porque aún no nos has perdonado -piensa el autor- aunque Dios siempre perdona al que se arrepiente.
Este tríptico continúa en la misma vena del versículo anterior, mostrando la severidad del juicio de Dios frente a la iniquidad del pueblo escogido. Sin duda el autor está pensando en el gran número de habitantes que murieron durante el sitio de la ciudad.
Así como el sol oculta su luz cuando las nubes lo cubren, de manera semejante Dios, cuando está disgustado con nosotros, se oculta como detrás de una nube para que nuestras oraciones no suban hasta su trono. Isaías lo expresa en estos términos: “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar su rostro para no oír.” (Is 59:1,2)
Como consecuencia del abandono de Dios, los pueblos vecinos nos miran con desprecio. El Dios en quien confiaban –se mofan- los ha desechado y no tienen quién los defienda.

Ayin 46. “Todos nuestros enemigos abrieron contra nosotros su boca;”
Ayin 47. “Temor y lazo fueron para nosotros, asolamiento y quebranto;”
Ayin 48. “Ríos de aguas echan mis ojos por el quebrantamiento de la hija de mi pueblo.”
Ellos se burlan de nosotros y nos insultan descaradamente al ver nuestro abatimiento; han dejado de temernos porque nuestro Dios nos ha abandonado; nos amenazan y se convierten en un peligro para nosotros porque estamos huérfanos de apoyo e inermes. ¿Cómo no he de llorar al ver el abandono en que se encuentra nuestra ciudad?
Es instructivo comparar esta estrofa con la descripción del estado en que se encuentra Jerusalén que le hacen a Nehemías (que estaba en Persia) unos varones venidos de Judá, y la forma conmovida como él reacciona a su relato (Nh 1:1-4).

Pe 49. “Mis ojos destilan y no cesan, porque no hay alivio
Pe 50. hasta que Jehová mire y vea desde los cielos;”
Pe 51. “Mis ojos contristaron mi alma por todas las hijas de mi ciudad.”
El tono del poema se vuelve más personal y el autor habla ahora en nombre propio. Yo no dejaré de clamar –dice- con lágrimas en los ojos hasta que el Señor no se vuelva a nosotros con compasión. Yo sé bien que Él quiere mostrarnos cuán enojado está con nuestra infidelidad y que nuestra culpa es grande. Desea que nosotros seamos plenamente concientes de ello para que nuestra conversión no sea superficial sino profunda. Por eso permanece sordo a nuestra queja hasta que nos dolamos y realmente escarmentemos. (Vale la pena mencionar al respecto que cuando los cautivos en Babilonia retornaron del exilio, Judá había aprendido la lección. Nunca más volverían a caer en la idolatría). No obstante, Él ha prometido muchas veces que si nos arrepentimos Él nos perdonará. Oh sí, yo sé que Él quiere probar la sinceridad de nuestro arrepentimiento.

Sade 52. “Mis enemigos me dieron caza como a ave, sin haber por qué;”
Sade 53. “Ataron mi vida en cisterna, pusieron piedra sobre mí;”
Sade 54. “Aguas cubrieron mi cabeza; yo dije: Muerto soy.”
Qof 55. “Invoqué tu nombre, oh Jehová, desde la cárcel profunda;”
Qof 56. “Oíste mi voz; no escondas tu oído al clamor de mis suspiros.”
Qof 57. “Te acercaste el día que te invoqué; dijiste: No temas.”
Estas dos estrofas alfabéticas evocan un episodio de la vida de Jeremías -que podría ser su autor- cuando sus enemigos lo arrojaron a una cisterna llena de agua y fango para que se ahogase, o muriera de hambre (Jr 38:1-13). Él se daba ya por muerto. La frase “aguas cubrieron mi cabeza” que figura en varios lugares del AT (Sal 18:16;42:7;69:2;88:16,17) expresa muy bien la desesperación que lo embargaba. El poeta añade: Pero mi clamor no fue en vano porque tú escuchaste mi voz y me dijiste: No temas. Cuando yo escuché esas dos palabras benditas fue como si de pronto una luz alumbrara mi oscuridad y supe que tú estabas conmigo, que te habías compadecido de mi infortunio y vendrías en mi ayuda.

Res 58. “Abogaste, Señor, la causa de mi alma; redimiste mi vida.”
Res 59. “Tú has visto, oh Jehová, mi agravio; defiende mi causa.”
Res 60. “Has visto toda su venganza, todos sus pensamientos contra mí.”
Frente a las acusaciones de sus enemigos Dios asume el papel de abogado defensor, dispuesto a contestar a los agravios que contra el autor se dirigen: Él no ignora la injusticia de sus acusaciones y conoce bien la justicia de mi causa. Sacará la cara por mí.
El autor es conciente de que las palabras que contra él se dirigen, están dirigidas en realidad contra Dios, en nombre de quien él les habla, y a quien esos impíos desprecian, creyéndose más sabios que Dios.

Sin 61. “Has oído el oprobio de ellos, oh Jehová, todas sus maquinaciones contra mí;”
Sin 62. “Los dichos de los que contra mí se levantaron, y su designio contra mí todo el día.”
Sin 63. “Su sentarse y su levantarse mira; yo soy su canción.”
Aunque esta estrofa expresa la queja de un hombre por el maltrato que recibe de otros , en cierto sentido alude también a la trágica suerte corrida por el pueblo judío no sólo cuando se escribieron las lamentaciones, sino que parece anticiparse al destino cruel que habría de sufrir ese pueblo en nuestra era, desde la destrucción de Jerusalén el año 70, hasta el holocausto, siempre perseguido, devastado, aislado en guetos, y maldecido. El destino de Israel (el pueblo elegido del Antiguo Testamento) que ha sobrevivido sin patria a todas las persecuciones, es uno de los misterios de la historia. Su resurrección como nación en nuestro tiempo, de otro lado, en la tierra de sus antepasados de la que había sido expulsado, es una muestra patente de la fidelidad de las promesas de Dios, que había anunciado que algún día regresarían a su tierra. Es también una prueba extraordinaria de la intervención de Dios en la historia y, por tanto, de la realidad de su existencia.

Los versos finales expresan los sentimientos de venganza que surgen en el pecho del autor como respuesta al maltrato sufrido por su pueblo.
Tau 64. “Dales el pago, oh Jehová, según la obra de sus manos.” (Nota)
Es decir, el pago que su crueldad merece; no les perdones sus maldades, puesto que ellos no han tenido compasión de nosotros.
Tau 65ª. “Entrégalos al endurecimiento de su corazón.”
Esta petición es sorprendente porque lo que se pide es que no se les dé oportunidad ni la gracia de arrepentirse, que es lo mismo que destinarlos sin más a la condenación eterna.
¿Cómo explicarse esos sentimientos en la palabra de Dios? Caben dos explicaciones:
1) Esas palabras expresan los sentimientos humanos del autor del poema y del pueblo que ha sufrido la destrucción y pillaje de su ciudad, sin que eso signifique que Dios haga suyos esos sentimientos.
2) Esas palabras expresan en lenguaje humano el desagrado de Dios frente a quienes, siendo instrumentos de su castigo, se encarnizaron con sus víctimas mostrando una crueldad excesiva. Recordemos, sin embargo, que cuando el hombre se empecina en su mal camino, Dios lo abandona al destino que él ha escogido.
65b. “Tu maldición caiga sobre ellos.”
Si Dios maldice ¿quién puede ser salvo? A nadie debemos desearle eso, pero hay quienes de “motu propio” atraen sobre sí la maldición de Dios y neciamente se ríen de ella.
Tau 66. “Persíguelos en tu furor, y quebrántalos de debajo de los cielos, oh Jehová.”
El autor desea para sus verdugos que Dios no se apiade de ellos sino que les sucedan las peores calamidades posibles, hasta que desaparezcan de la faz de la tierra.
Ese es el destino que Dios tiene reservado, en efecto, para los que obstinadamente lo desafían, como hay muchos en desgracia en nuestro mundo contemporáneo, que obran voluntariamente contra sus conciencias, o que han apagado completamente su voz a fuerza de ignorarla.
Cuando se predica el amor de Dios no se debe ignorar que la misericordia divina tiene su contrapartida en su justicia, y que si bien los brazos de la primera reciben a todos los que se acogen arrepentidos a ella, un juicio terrible espera a los que se niegan a escuchar los llamados de Dios, y se han entregado voluntariamente en los brazos de Satanás a quien sirven.
Si hemos de hacer justicia a todo el consejo de Dios, no podemos ignorar esta parte severa de su mensaje, aunque sea desagradable transmitirlo, porque hay quienes necesitan oírlo. ¿Quién sabe si alguno oyéndolo se convierta? Es un hecho que la prédica acerca del castigo eterno ha salvado a muchos impenitentes que se burlaban del llamado del amor de Dios. Si nosotros no transmitimos ese mensaje a quienes puede serles el último recurso de la medicina divina, Dios ha dicho a través de Ezequiel que Él demandará su sangre de nuestra mano. (Ez 3:18-20). Pero si lo hacemos dejando el resultado a Dios, habremos al menos librado nuestra alma de la responsabilidad de la condenación de un hombre (Ez 3:19,21).

Nota: Vale la pena recordar que muchos biblistas interpretan estos tres versículos finales no como siendo imprecativos, sino como declarativos y proféticos: “Tú les darás el pago…”; “Tú los entregarás…”; “Tú los perseguirás…”, y así los traducen en efecto la Septuaginta y la Vulgata.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#693 (18.09.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

jueves, 15 de septiembre de 2011

LAMENTO POR LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN I

Por José Belaunde M.

UN COMENTARIO DE LAMENTACIONES 3:1-33

El libro de Lamentaciones consiste en cinco poemas que, como su nombre indica, lamentan un acontecimiento terrible para el pueblo judío: la destrucción de Jerusalén por los babilonios el año 586 AC, que Dios había anunciado que ocurriría en castigo de la idolatría en que habían caído sus habitantes. Esa catástrofe divide la historia judía antigua en dos períodos: en un antes y un después del exilio que siguió a la derrota.
Durante mucho tiempo se pensó que el autor de las Lamentaciones fue el profeta Jeremías, y por ese motivo los poemas suelen estar colocados a continuación del libro de ese profeta. Pero estudios recientes han puesto en duda su autoría por razones de estilo, y atribuyen los cinco poemas a diferentes autores cuyos nombres no han llegado a nosotros, a quienes Dios, sin embargo, inspiró para expresar los sentimientos de los judíos piadosos frente a la catástrofe.
Cuatro de las cinco lamentaciones son poemas acrósticos o alfabéticos, esto es, cada verso empieza con una letra diferente del alfabeto hebreo. La tercera lamentación, sin embargo, se distingue de las otras en que a cada letra corresponden tres versos del poema, como se verá enseguida, y en que los versos son más cortos que en las demás lamentaciones. Mientras que las otras tres tienen 22 versículos cada una (tantas como consonantes tiene el alfabeto hebreo), la tercera tiene 66 versículos, tres por cada letra del alfabeto hebreo. (Nota 1)
Esta lamentación se distingue de las demás también porque ha sido escrita por un testigo presencial de la destrucción de la ciudad, lo que acrecienta su tono conmovedor. Sin embargo por momentos pareciera que es la propia ciudad destruida la que habla por su boca.

Alef 1. “Yo soy el hombre que ha visto aflicción bajo el látigo de su enojo.”
El autor se presenta a sí mismo como testigo de la aflicción que causa la ira de Dios. Él habla no de lo que le han contado, sino de lo que sus propios ojos han visto, y de lo que él mismo ha sufrido porque, según parece, él se hallaba en la ciudad cuando fue conquistada. Él habla pues en nombre propio y, a la vez, en nombre de la ciudad misma. Babilonia fue el instrumento de la ira de Dios para castigar al reino de Judá, así como Asiria lo había sido un siglo y medio antes para el reino del Norte (2R 17).
Alef 2. “Me guió y me llevó en tinieblas, y no en luz”
Las tinieblas son símbolo de aflicción (cf Jb 19:8); la luz, de salvación y esperanza. Los acontecimientos lamentables que el autor comenta fueron causados por la mano de Dios en respuesta a la infidelidad de su pueblo. Él lo condujo a través de ellos, se los hizo experimentar. Por eso puede afirmar:
Alef 3. “Ciertamente contra mí volvió y revolvió su mano todo el día.”
No hubiera experimentado esos hechos si no hubieran sido causados por Dios mismo, y si Él no hubiera querido que los sufriera. La mano de Dios, que normalmente estaba a favor suyo para protegerlo, se ha vuelto contra él para afligirlo. Implícitamente el poeta reconoce, en nombre de la ciudad, que él se merece lo que le ha ocurrido. Esta afirmación, como representante del pueblo infiel, cobra sentido si se recuerda las muchas advertencias que Jeremías y otros profetas, dirigieron al pueblo judío reprochándole la idolatría a la que se habían entregado, y anunciándoles el castigo inminente (Jr caps. 5 y 6; 9:12-22; cap. 21).

Bet 4. “Hizo envejecer mi carne y mi piel; quebrantó mis huesos.”
En esta estrofa, y en las cuatro estrofas siguientes, que recuerdan al libro de Job, el autor emplea imágenes vívidas como símbolos para describir la situación atribulada en que se encuentra. Siendo él una persona en la plenitud de su fuerza, Dios hizo que su carne y su piel, antes rozagantes, se volvieran como las de los ancianos, flácidas y secas, y que sus huesos se quebraran, reduciéndolo a la impotencia (cf Jb 19:19,20).
Bet 5. “Edificó baluartes contra mí, y me rodeó de amargura y de trabajo.”
En las guerras de la antigüedad se edificaban torres de madera, que se adosaban a las murallas de las ciudades que se quería atacar (Is 29:3). Él siente que todas las circunstancias conspiran contra él, como una ciudad asediada por enemigos implacables y sin número. La amargura que le produce su situación llena su alma de angustia y no le permite descansar.
Bet 6. “Me dejó en oscuridad, como los ya muertos de mucho tiempo.”
Siente como si hubiera descendido al Seol, a la morada de los muertos donde todo es oscuridad y de donde nadie regresa. (cf Jb 10:21,22; Sal 88:4,5; 143:3).

Guimel 7. “Me cercó por todos lados, y no puedo salir; ha hecho más pesadas mis cadenas.”
Se ve rodeado por enemigos que no le dan tregua y no le dejan escapar. Las penurias de su situación son como cadenas cada vez más pesadas que le oprimen y no le dejan moverse (Jb 3:23; 19:8; Os 2:6).
Guimel 8. “Aun cuando clamé y di voces, cerró los oídos a mi oración”
Es inútil que clame al Señor y dé voces de auxilio porque no es escuchado. Dios se ha vuelto sordo a su queja. (cf Jb 19:7; 30:20; Sal 88:14) ¡Cuántas veces no ocurre que sentimos que el Señor no nos escucha! Como exclama el salmista: “Dios mío, clamo de día y no respondes.” (Sal 22:2ª) Sin embargo, en esas ocasiones es cuando más cerca está Dios de nosotros, atento a la medida de aflicción que nos conviene como medicina, para que no sea excesiva y nos aplaste. Él sabe por qué lo permite.
Guimel 9. “Cercó mis caminos con piedra labrada, torció mis senderos.”
Las circunstancias difíciles por las que atraviesa son como barreras sólidas de piedra que no le permiten huir, y bloquean todas las puertas de escape. Se siente como en una cárcel.

Dalet 10. “Fue para mí como oso que acecha, como león en escondrijos;”
¿Cómo se siente un hombre enfrentado a una fiera que lo acecha, pronta para caerle encima y despedazarlo? (Os 13:8).
Dalet 11. “Torció mis caminos, y me despedazó; me dejó desolado.”
No encuentra solución a su situación angustiante porque toda las salidas están bloqueadas por obstáculos.
Dalet 12. “Entesó su arco, y me puso como blanco para la saeta.” (cf Lm 2:4)
Dios se porta con él como un guerrero que toma su arco y le apunta con una flecha lista para disparar. Estas imágenes pueden ser interpretadas como símbolo del asedio enemigo que sufrió la ciudad santa. Las siguientes frases de la 4ta. Lamentación describen muy apropiadamente cómo Dios castigó a Jerusalén: “Cumplió Jehová su enojo; derramó el ardor de su ira; y encendió en Sión fuego que quemó hasta sus cimientos. Nunca los reyes de la tierra, ni todos los que habitan en el mundo, creyeron que el enemigo y el adversario entrara por las puertas de Jerusalén. Es por causa de los pecados de sus profetas, y las maldades de sus sacerdotes, quienes derramaron en medio de ella la sangre de los justos.” (Lm 4:11-13; cf Sal 38:2)

He 13. “Hizo entrar en mis entrañas las saetas de su aljaba.”
Ha descargado sobre él todas las flechas de su ira, y sus juicios han penetrado en sus entrañas como agujas envenenadas llenándolo de amargura (Jb 6:4).
He 14. “Fui escarnio a todo mi pueblo, burla de ellos todos los días.”
Cuando el profeta advertía al pueblo del castigo que se avecinaba, él era objeto de la burla de toda la gente que debió más bien haber prestado atención a sus palabras. (Jr 20:7,8).
He 15. “Me llenó de amarguras, me embriagó de ajenjos.”
Me ha embriagado con las bebidas amargas que me ha forzado a beber y estoy fuera de mí (Jr 9:15). La amargura y la tristeza actúan en el alma como licor que embriaga y atonta, e impide pensar con claridad. Siente que tambalea y que va a caer.

Wau 16. “Mis dientes quebró con cascajo, me cubrió de ceniza.”
¿Puede haber cosa más horrible que le rompan a uno los dientes forzándolo a mascar cascajo? Eso es lo que el poeta describe, usando un lenguaje simbólico que expresa la amargura que llena su espíritu.
Un midrash judío sobre las lamentaciones cuenta que en su camino al exilio, los israelitas para alimentarse amasaban en el suelo la harina que llevaban consigo, porque no les quedaba otro recurso; lo que tenía por consecuencia que la arena se mezclara con la masa, y esta mezcla, una vez cocida, era lo que se llevaban a la boca.
En el Israel antiguo, las personas que estaban de duelo, o que hacían penitencia por sus pecados, se cubrían de ceniza para expresar su dolor o su arrepentimiento (2Sm 13:19; Est 4:1).
Wau 17. “Y mi alma se alejó de la paz, me olvidé del bien.”
Mi alma se alejó de la paz, o quizá mejor, la paz se alejó de mí, porque estoy sumido en angustia y tristeza. El infortunio y la paz del alma son irreconciliables, salvo que, por una gracia especial, uno pueda gozar de paz en medio de las tribulaciones. Por eso añade que ha olvidado completamente lo que es la felicidad, tan lejos está su estado de ánimo de ella.
Wau 18. “Y dije: Perecieron mis fuerzas, y mi esperanza en Jehová.”
Según una versión judía: “Mis fuerzas, y mi esperanza perecieron delante del Señor”. Cualquiera de los dos formas expresa bien el abatimiento en que se halla sumido el poeta. Perder toda esperanza en Dios es un extremo al que el creyente difícilmente llega, por terribles que sean las circunstancias en que se encuentre porque, aunque la ayuda de Dios no llegara a librarlo de morir, él sabe bien que con la muerte no perece su esperanza, sino que, al contrario, detrás de ese umbral le espera su recompensa y la dicha de su presencia.

Zain 19. “Acuérdate de mi aflicción y de mi abatimiento, del ajenjo y de la hiel;”
Zain 20. “Lo tendré aún en memoria, porque mi alma está abatida dentro de mí;”
Zain 21. “Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré.”
Aunque el texto aquí no es muy claro, a partir de este punto el lamento se torna en oración. En nombre del pueblo afligido el poeta le pide a Dios que se acuerde de su aflicción, de su depresión y de su amargura, y se compadezca (Jr 9:15). Al mismo tiempo sus palabras expresan la esperanza de que Dios mirará con misericordia a los afligidos.
En consonancia con esa esperanza lo que sigue es un canto a la misericordia de Dios que nunca falta aún en medio de la tormenta.

Jet 22. “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias.”
Jet 23. “Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.”
Jet 24. “Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré.”

Cuando más bajo parece que hemos caído, cuando mayor es nuestra desolación, más cerca está Dios de nosotros, sosteniéndonos.
Las frases de esta estrofa recuerdan las de varios conocidos salmos que cantan, unos a las misericordias siempre renovadas del Señor, y otros a su fidelidad eterna (Sal 117:2). En ambas puede confiar siempre el hombre.
La última línea recuerda también otro salmo en que David dice que la porción que le ha tocado en la vida es Dios mismo (Sal 16:5; cf 73:26; 119:57) (Nota 2). Y si eso es así ¿cómo no ha de tener motivos el hombre para esperar confiado?
Pero para que a uno le toque Dios como su porción en la vida es necesario, para comenzar, que uno lo haya escogido a Él como meta de todas sus aspiraciones. Dios nos pertenece en la práctica en la medida en que nosotros le pertenecemos a Él. Él es mío porque yo soy de Él. Yo puedo confiar en Él en la medida en que me he entregado a Él. Es cierto que Él nunca abandona a los suyos, pero yo debo ser enteramente suyo para tener esa seguridad. El apóstol Santiago escribió: “Acercaos a Dios y Él se acercará a vosotros.” (St 4:8)

Tet 25. “Bueno es Jehová a los que en Él esperan, al alma que le busca.”
Tet 26. “Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová.”
Tet 27. “Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud.”
Las ideas del tríptico anterior se repiten renovadas en éste, repitiendo tres veces la palabra “bueno” al comenzar cada línea. Jesús dijo que el único “bueno” es Dios (Mt 19:17), y, en verdad, su bondad para los que esperan en Él es infinita. Al lado de la bondad de Dios, la bondad del mejor de los hombres es maldad.
Por ese motivo es “bueno”, es decir, conveniente para el hombre esperar en Dios en silencio, aguardando su salvación que ha de venir sin falta, aunque tarde para probar nuestra fe en Él (Sal 27:14; 37:7; Pr 20:22). Si bien Dios es bueno para con todos, Él es particularmente bueno con sus verdaderos adoradores, con los que le permanecen fieles a través de las pruebas y tribulaciones.
“Bueno” le es también al hombre llevar el “yugo” de la ley de Dios desde edad temprana, pues ella lo encamina en la vida para que no tropiece: “Instruye al niño en su camino, y aún cuando fuere viejo no se apartará de él.” (Pr22:6).
Jesús dijo que su yugo es suave y su carga ligera (Mt 11:30). ¿Qué cosa es un yugo? Es una pieza sólida de madera que se pone sobre la cabeza de la yunta de bueyes para que siga con mansedumbre al labrador que los lleva a arar la tierra. El yugo en sentido figurado es pues a la vez un instrumento de sometimiento y corrección para la cerviz endurecida del hombre, y un instrumento de la providencia que lo guía: “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos.” (Sal 119:71).

Por eso dice a continuación que es Dios quien impone el yugo al piadoso:
Yod 28. “Que se siente solo y calle, porque es Dios quien se lo impuso;”
Yod 29. “Ponga su boca en el polvo, por si aún hay esperanza;”
Yod 30. “Dé la mejilla al que le hiere, y sea colmado de afrentas.”

Si es Dios quien le impuso el yugo debe aceptarlo sin rebelarse y ver en él una señal de la misericordia de Dios que lo disciplina. Humíllese delante suyo confiando en que aún hay salvación para él, y no resista a las ofensas de sus enemigos, sino presente su mejilla mansamente al que quiera abofetearlo. Algún día Dios lo vengará. Jesús debe haber tenido en mente este pasaje cuando pronunció esas palabras que han causado estupor: “No resistáis al malo; antes a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.” (Mt 5:39) Pero Él mismo nos dio ejemplo de ese precepto: “…quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba.” (1P 2:23)
¿Quiere eso decir que hemos de dejar que el impío se salga siempre con la suya? ¿Hemos de admitir su triunfo sin ofrecerle resistencia?
Todo lo que nos sucede en última instancia procede de Dios, aun la derrota frente al enemigo injusto. Por eso el Señor nos ofrece un consuelo en lo que el poeta a continuación escribe:

Kof 31. “Porque el Señor no desecha para siempre;”
Kof 32. “Antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias;”
Kof 33. “Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres.”
El sentido de esas frases es tan claro que casi no necesitan de comentario. La disciplina del Señor no es definitiva. Aunque castigue al justo que lo merece –“Al que mucho le es dado, mucho se le demanda”, dijo Jesús-, no lo desecha para siempre (Sal 94:14). En su trato con los hombres Él alterna la justicia con la misericordia, según sea requerido. Pero si Él cree necesario tratar con severidad al hombre, no lo hace de buena gana ni se complace en ello. Antes, al contrario, Él se compadece mientras reprende, como el padre que usa la vara con su hijo, aún doliéndole cada golpe que le propina. (Continuará)

Notas: 1. El alfabeto hebreo sólo tiene consonantes. Las vocales, representadas por líneas y puntos debajo de las consonantes, fueron añadidas por los masoretas a inicios de nuestra era para fijar la pronunciación. En el Salterio hay varios salmos acrósticos. El más elaborado de ellos es el salmo 119, que tiene 22 estrofas de ocho líneas dobles, cada una de las cuales comienza con la letra correspondiente a la estrofa. También es acróstico el “Elogio de la Mujer Virtuosa” de Proverbios 31:10-31.
2. Véase el art. #657 del 19.12.10. “UNA HERENCIA ESCOGIDA I”

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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viernes, 9 de septiembre de 2011

LLAMADOS A SERVIR

Por José Belaunde M.

Hay cristianos que le dicen a Dios: "¡Señor! ¡Yo quiero servirte! ¡Úsame! ¡Quiero que mi vida te dé gloria!

¿Sabes lo que eso quiere decir? ¿Que tu vida le dé gloria a Dios? ¿Puede nuestra vida darle gloria a Dios? O, antes que nada ¿necesita Dios que le demos gloria? No, en rigor no necesita, pero sí desea que lo hagamos y eso es lo que dice la Escritura: "Dad pues gloria a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios." (1Cor 6:20) Desea que lo hagamos porque ése es el mejor empleo que podemos dar a nuestro tiempo y porque Él nos ha creado con ese fin, para que le amemos y le demos gloria.

Ahora bien, si ése es el fin para el cual Dios nos ha creado, ¿por qué es que la gran mayoría de la gente no lo lleva a cabo? Porque no lo saben, no se han enterado. Y tú, amigo lector, ¿Reconoces tú ese hecho y le has dicho alguna vez a Dios que deseas servirle y darle gloria en tu vida?

Estoy seguro de que más de uno rechazaría de plano la idea, o le parecería hasta peligrosa, porque piensa que ese proyecto equivale a seguir una vocación religiosa, o a abandonarlo todo para servir a Dios. Nada más alejado de tus metas, pensarías, si es que tienes alguna.

El que nosotros pongamos nuestra vida al servicio de Dios no quiere decir que dejemos de lado todas nuestras ocupaciones, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestras aficiones y amistades. No, no las dejamos, no renunciamos a nada de lo que solemos hacer y que sea lícito. Simplemente empezamos a hacerlo todo por una motivación diferente, por amor a Él, y para su gloria. Eso es todo. Nada en sí necesita cambiar.

Es decir, lo que hago a diario: levantarme, lavarme, arreglarme, vestirme; ir a mi trabajo, si lo tengo; o lo que sea en que ocupo mi tiempo, en lugar de hacerlo porque sí (como hace la mayoría), o porque tengo que hacerlo para comer, o porque es mi obligación, o porque me gusta, lo hago en adelante para darle gusto a Dios, para serle útil.

Entonces todo lo que haga, lo que llena mi día, cambia de sentido. Puede no cambiar la manera como me gano la vida, o me preparo para ganarla, si soy estudiante; o cómo me ocupo de mi hogar, si soy madre de familia; o lo que fuere. Todo puede seguir siendo igual, pero aunque no cambie, adquiere un nuevo sentido, pues se convierte en la forma cómo sirvo a Dios y le muestro que le amo. Asumir esa actitud puede cambiar además todas las maneras como suelo enfrentar las circunstancias de la vida.

Quizá no lo hayas pensado, pero en el mundo hay infinidad de ocupaciones, sin las cuales la sociedad no marcharía. Pensemos en el recojo de basura. ¿Cómo sería la ciudad si no se recogiera la basura, si no hubiera baja policía? ¡Insoportable! Tendríamos que caminar tapándonos las narices y empezarían a cundir las enfermedades. Es un servicio indispensable. Pero ya el solo nombre que le damos, baja policía, expresa el poco aprecio que sentimos por los que hacen ese servicio. Nadie lo haría si encontrara una ocupación mejor. ¿Estarías dispuesto a hacerlo? Quizá te digas, ni muerto de hambre. Sin embargo, no podríamos vivir en esta ciudad si no hubiera quienes lo hicieran por ti. ¿Has pensado alguna vez en que lo hacen por ti? Lo hacen por un sueldo, dirás, y es cierto. Pero también lo hacen por ti porque, si no lo hicieran, tú tendrías que llevar personalmente la basura de tu casa fuera de la ciudad al basurero. De manera que dale gracias al que lo hace. Te hace un inmenso servicio. Pero tú quizá lo desprecias, no le estrecharías la mano, ni lo invitarías a pasar a tu casa, ni lo llamarías tu amigo, aunque lo es y valiosísimo.

O pensemos en los obreros que trabajan en las centrales hidroeléctricas, allá en las montañas, en las represas donde se genera la electricidad, o en las centrales cercanas, donde se distribuye. No creo que sea un trabajo muy apreciado. Tú seguramente nunca has pensado un instante en esos hombres. Tampoco debe ser uno de los trabajos más entretenidos, o mejor remunerados. No hace falta haber tenido que estudiar mucho para desempeñarlo. Un poco de mecánica, un poco de electricidad. Pero sí brazos fuertes.

Cuando prendes la luz en tu casa nunca has pensado que hay algunos hombres cuyo trabajo permite que la electricidad llegue hasta el interruptor y hasta el foco de luz. ¿Qué pasaría si se declaran todos en huelga? Se paraliza la ciudad, se paralizan las fábricas, la comida en las refrigeradoras empezaría a pudrirse. ¿Se acuerdan de cuando había cortes de luz con frecuencia? No era muy agradable.

Pues bien, estas dos ocupaciones que he tomado como ejemplo, entre las muchísimas que se realizan a diario, si bien no apreciamos a los que las llevan a cabo, ni conocemos sus nombres, son indispensables en la vida de las ciudades modernas, y son parte del trabajo de Dios en la tierra. Sí, son su trabajo. Dios ama a su creación, ama a sus criaturas, ama a los seres humanos, y es Él quien se ocupa de éstas y de una infinidad de actividades que se realizan a diario en la tierra para que los seres humanos puedan vivir.

Él es quien las ha inventado y diseñado, quien ha dado a algunos hombres la idea de desarrollarlas, y ha dado a otros el encargo de realizarlas, aunque ellos no sepan quién les ha dado la idea de hacerlas, ni sepan por cuenta de quién las hacen.

Piensa en todas las actividades que se realizan en todas partes y que permiten que el mundo siga caminando. Los que laboran en el campo, los que transportan las cosechas y las venden, los que reparten el correo, etc., etc. Todo eso forma parte del trabajo de Dios. Y los que las realizan lo hacen por cuenta de Él, aunque no lo sepan.

El trabajo que tú desempeñas, forma parte también de ese trabajo inmenso de Dios. Él lo hace a través tuyo. Nunca lo habías pensado, pero es a Dios a quien sirves sin darte cuenta. En última instancia, sirves no a tu empleador, sino a Dios y él también le sirve, aunque no lo sepa.

Bueno es que empieces a darte cuenta de esta realidad, y que empieces a desempeñar tu trabajo sabiendo que es el trabajo de Dios lo que tú haces, y que Él lo hace a través de tí. Tú eres su empleado. Él es tu patrón. Según como lo hagas le darás gloria, o harás que se avergüence. ¿Comprendes ahora lo que decía al comienzo, que Él nos ha creado para que le glorifiquemos?

Pero tú quizá objetes: Hay ciertas actividades en el mundo que Dios no ha ordenado y que no le dan gloria, sino todo lo contrario. Ciertamente. El trabajo que se realiza en los prostíbulos, por ejemplo, o en los casinos, que ahora abundan en nuestra ciudad. O la actividad febril de los asaltantes, o de los narcotraficantes, o de los contrabandistas, etc. El repertorio es muy amplio. De repente llena buena parte de las páginas amarillas de los diarios.

Eso lo hacen por cuenta del diablo, y es él quien les ha dado la idea, quien los impulsa y los dirige, y quien, al final de cuentas, los remunera, si no se arrepienten, con la muerte eterna -aunque no es el diablo sino Dios el que los condena al infierno. ¡Maravillosa recompensa! Pero no voy a hablar de eso ahora. Quizá otro día.

Pero vale la pena que pensemos un instante en cuántos empleados tiene el diablo y lo bien pagados que están algunos. Manejan un Mercedes, un superauto. ¿Quieres tú hacer su trabajo? Puedes emplearte en un bar, o abrir un expendio de licores, o invertir tus ahorros en un hostal para parejas. De repente te haces elegir al Congreso para promover tus intereses, o logras que te den un puesto importante en el gobierno. El diablo te apoyará. Pero yo conozco un mejor empleador.

Quisiera relatar una experiencia personal que me enseñó lo que sé sobre este punto de que he venido hablando. Hace poco más de 30 años, por razones que no son del caso contar, entré a trabajar en el departamento de traducciones de un gran banco neoyorquino. Era una sala inmensa en la que había unos 60 traductores en sus respectivos escritorios blancos, cada uno con su máquina de escribir (todavía no se usaban computadoras). Yo nunca había hecho labores de oficina, ni marcado tarjeta, ni había realizado un trabajo que fuera rutinario. No sabía cuánto tiempo podría aguantar allí sin que me diera claustrofobia.

Nuestro trabajo consistía en traducir al inglés los millares de comunicaciones y órdenes bancarias que llegaban de todo el mundo en diversos idiomas. La mayoría eran simples órdenes de pago y transferencias o cartas de crédito, confeccionadas de acuerdo a patrones convencionales en los que lo único que variaba eran las cantidades, los nombres y direcciones de las personas intervinientes que había que escribir en los espacios en blanco en formularios “standard” impresos de antemano: "Sírvanse pagar a la firma tal, la cantidad de tanto, por cuenta de...", etc. más otras referencias.

Pura agobiante rutina, pero sin esa rutina las operaciones bancarias que permiten que se realice el comercio exterior y que mueven al mundo de los negocios, no podrían llevarse a cabo. La mayoría de los que trabajaban allí eran extranjeros como yo, refugiados o asilados políticos, que habían desempeñado en sus países cargos de importancia: diplomáticos, profesores universitarios, abogados, etc., y por consiguiente, detestaban ese trabajo que consideraban muy por debajo de sus capacidades y títulos.

Yo también hubiera podido odiarlo, pero en algún lugar había leído poco antes (o Dios hizo que leyera) algo acerca de esto que he venido explicando: De cómo todo el trabajo que se realiza en el mundo es trabajo de Dios y cómo se hace a través nuestro.

Entonces me propuse ser conciente de este hecho a lo largo del día y decirme cada vez que ponía una nueva hoja de papel en mi máquina de escribir -y eran como 60 al día-: "Dios trabaja a través mío." Por supuesto, si Dios trabaja a través mío, lo que hago es un trabajo que vale la pena realizar y debo amarlo y hacerlo lo mejor posible.

De manera que como nunca había escrito bien a máquina, me propuse tipear lo más limpia y ordenadamente posible y mejorar la calidad de mi redacción en inglés. El resultado fue que, al poco tiempo, el cansancio y el aburrimiento que había sentido al principio fue sustituido por una alegría, un estado de exaltación y un entusiasmo que iban en aumento a medida que pasaban las horas. Ya no terminaba el día cansado como al inicio sino fresco. Cuando el supervisor preguntaba quiénes querían quedarse para hacer cuatro horas de sobre tiempo, yo era el primero en levantar la mano. No tanto por el dinero, sino por el entusiasmo y la alegría que sentía haciendo lo que todos mis colegas detestaban.

Cuando regresé al Perú y desempeñé un trabajo, si se quiere, más interesante, más estimable y mejor remunerado, yo extrañaba mi trabajo rutinario de Nueva York que, por su carácter repetitivo, me facilitaba el vivir en la presencia de Dios continuamente y gozar de su compañía. Comprendí entonces, gracias a esa experiencia, que cualquiera que sea el trabajo que uno realice, si uno lo efectúa para Dios y se esfuerza en hacerlo lo mejor posible, será para uno una fuente de satisfacción interna y se sentirá realizado y exaltado. Porque no depende tanto de lo que uno hace, sino de cómo, y por qué, y para quién lo hace.

Comprendí también cuánto Dios ama a los que realizan trabajos humildes, si los hacen a conciencia. Si tú eres uno de esos que hacen labores humildes, que nadie haría si no fuera porque no consiguen nada mejor, dale gracias a Dios por tu trabajo y hazlo lo mejor que puedas. Él desde arriba te estará mirando con agrado y te preparará un sobre de pago tan lleno como nunca te habrán dado.

ADDENDUM.
¿Puede el hombre serle útil a Dios? ¿Al Dios omnipotente, al Dios que todo lo puede? Sí, claro que puede. Dios actúa en el mundo de diversas maneras, sea directamente mediante intervenciones soberanas de su poder, sea a través de los ángeles, a quienes la Escritura llama "ministros suyos, que hacéis su voluntad" (Sal 103:21); sea también mediante seres humanos, y ése suele ser el modo preferido por Dios para actuar entre los hombres. De manera que todos nosotros, tú y yo, podemos serle útiles a Dios y Él desea que lo seamos.

¿Y cómo puede el hombre serle útil a Dios? Entre otras formas, siendo útil a otras personas, y hay muchas maneras cómo podemos serlo. De hecho vemos en el mundo muchas actividades, muchas instituciones, sean gubernamentales o privadas, que se dedican a servir a los demás, o, como suele decirse, a prestar servicios a la comunidad. Y lo hacen por diversas motivaciones, incluso a veces por lucro, o por alguna segunda intención, como podría ser la de hacerse de un buen nombre.

Individualmente podemos ser útiles a otros haciendo bien nuestro trabajo. La gran mayoría de las profesiones, ocupaciones y oficios que se practican en el mundo consisten en prestar un servicio a otra personas, Los médicos, los abogados, los ingenieros, los mecánicos, los cocineros, ganan su sustento prestando un servicio a otros.

Pero hay una gran diferencia entre servir a los demás por filantropía, por solidaridad humana, por interés, o hacerlo por amor a Dios. Esa es una motivación más pura, más noble, más desinteresada, porque no se busca nada a cambio. Pero hay algo más, y es que cuando uno hace las cosas por amor a Dios, para servirle, para darle gloria, entonces Dios se encarga de nuestras vidas. ¡Sí! Se encarga de nuestro trabajo, de nuestra familia, de nuestra economía. Y por encima de eso, se produce un cambio en nuestras actitudes, en nuestro ser interno. Una paz interior desconocida empieza a llenarnos. Nuestra relación con Dios se vuelve más profunda.

Ahora bien, nosotros sabemos que las personas que ocupan una posición de responsabilidad en el mundo tienen un número grande de colaboradores, entre los cuales hay algunos en los que el hombre importante tiene una gran confianza. Son aquellos a los que él encarga los asuntos de mayor trascendencia.

Estas personas, en virtud del servicio que prestan a su jefe, adquieren inevitablemente cierto ascendiente, cierta influencia sobre él. Por eso es que cuando uno necesita obtener algún favor de un gran personaje, nos dirigimos a uno de esos colaboradores cercanos suyos que conozcamos, para que nos recomiende, porque sabemos que el personaje los escucha.

Pues bien, algo semejante ocurre con el Gran Personaje de todos los grandes personajes, con el Jefe Supremo, con Dios. Las personas que le sirven penetran en su intimidad, en su círculo privilegiado de amigos, adquieren ascendiente sobre Él, y tanto más cuanto más grandes sean los servicios que le prestan. Los que sirven a Dios son sus favoritos, sus confidentes.

El libro del Génesis dice que Dios trataba a Abraham como a un confidente, por lo cual Santiago lo llama "amigo de Dios" (St 2:23). Por eso cuando Dios se propuso destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra, Él se preguntó a sí mismo: ¿Esconderé de Abraham lo que voy a hacer siendo como él es un fiel siervo mío? Dios incluso dejó que Abraham intercediera por las dos ciudades condenadas a destrucción, y hubiera estado dispuesto a salvarlas a su pedido si se hubieran cumplido las condiciones que le señalaba el propio Abraham (Gn 18:16ss).

NB. Este texto fue escrito para ser transmitido por radio el 28.01.98 y fue revisado para ser publicado por primera vez el 10.10.04, bajo el #338. El Addendum fue agregado en esa ocasión.

Amado lector:
Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#691 (04.09.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 2 de septiembre de 2011

ANOTACIONES AL MARGEN XIX

Por José Belaunde M.

* Los más pobres espiritualmente hablando son con frecuencia los más ricos en términos materiales. Pero son los que menos fácilmente pueden llegar a ser concientes de su pobreza esencial. Cuando la pobreza espiritual y la más abyecta pobreza material coinciden es más fácil que la persona reaccione contra la primera, como un acto de desesperación, porque la pobreza espiritual es más fácil de superar que la material.

* Hay ocasiones en que hacer poco es hacer mucho. Depende del espíritu con que se obre.

* La batalla por nuestra salvación fue ganada en el huerto de Getsemaní, porque ahí Jesús aceptó todo lo que Él sabía que le había de venir y sufrió ahí quizá tanto o más que en la cruz.

* Hacer un trabajo humilde es asemejarse a Cristo que trabajó con sus manos antes de empezar su carrera pública.

* El camino de la obediencia es el que más rápido lleva a Dios. ¿Obediencia a quién? Al superior que tiene autoridad sobre uno. Eso lo saben muy bien los militares, y más aun los miembros de las órdenes religiosas que hacen un voto de obediencia a sus superiores que tienen plena autoridad sobre sus vidas. Pero no lo entienden tan bien los cristianos en general que tienen de la obediencia nociones no siempre claras. Porque no basta con la obediencia en los actos externos si en el interior hay resistencia, o rebeldía, contra el superior. Los problemas en las iglesias surgen cuando el que ejerce autoridad no está preparado para ejercerla, o la ejerce de una manera abusiva. Pero aún en esos casos hay que someterse, salvo cuando lo que se ordena es contrario a la palabra de Dios.

* ¿Quién aceptaría ser un juguete en las manos de Dios? ¡Pero qué privilegio que Dios juegue con uno!

* Jesús vivió en unión con su Padre, de quien Él dependía totalmente. A nosotros nos toca vivir en unión con Jesús y depender totalmente de Él, porque nadie viene al Padre sino a través suyo.

* ¿Cómo estar siempre seguros de lo que Dios nos demanda si uno carece de dirección espiritual?

* ¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar por Dios? Nuestra disposición a hacerlo es la medida de nuestro amor por Él. Pero también, ¿qué estamos dispuestos a sacrificar? ¿Dinero, tiempo, comodidad material, éxito, fama, la salud, y hasta la vida? Hay sacrificios que cuestan más que otros.

* El que vive para Dios puede llevar una vida áspera e ingrata en lo visible, pero llena de gozo en lo invisible.

* Cuando nos insultan, o nos tratan mal, rara vez pensamos que a Jesús lo trataron peor, y que Él nos da esa oportunidad para compartir lo que Él sufrió, como los apóstoles Pedro y Juan, que cuando los azotaron se alegraron de haber sufrido afrenta por causa de Cristo (Hch 5:40,41).

* Cuando no puedo orar, puedo decir: Jesús ora en mi y conmigo.

* Cuanto más ores, mejor orarás.

* La fe mueve montañas, pero la voluntad las mueve en nuestro interior.

* El amor que no cuesta es agua azucarada.

* Al contemplar en el espíritu y revivir la pasión de Cristo nos unimos más a Él. Al contemplar su pasión aprendemos además a perdonar como Él perdonó a sus torturadores.

* Jesús, que mora en nuestro corazón, percibe todos los pensamientos de celos, rivalidades, envidia, etc., que pasan por nuestra mente, y peor aún, los pensamientos sensuales que mantenemos. ¡Cómo debe disgustarle estar en ese ambiente contaminado y hediondo! Cultivemos sentimientos nobles para que Él se sienta a gusto en nuestro corazón.

* Cuando el Señor nos poda somos unos miserables. No tenemos ramas ni hojas. Estamos tan desnudos que damos pena. Pero después nos llenamos de racimos.

* La noción de que tenemos que sufrir para unirnos a Jesús repugna a nuestra sensibilidad. Es parte del camino angosto que lleva al cielo, la parte más ardua y escarpada, por la que sólo transitan los que tienen alma de héroe.
Pero si Él sufrió terriblemente por salvarnos, ¿cómo podemos nosotros negarnos a participar en su sufrimiento? Para quienes lo aceptan, la recompensa es una dicha y una paz internas inmensas, que los que vamos a pie por un camino menos arduo no conocemos.

* El Padre no respondió a la oración de Jesús en Getsemaní quitándole la copa amarga que tenía que beber, sino le envió un ángel para consolarlo. Si el Padre hubiera cedido al ruego angustiado de su Hijo, su venida a la tierra habría sido un fracaso. De manera semejante: no hay obra valiosa en Cristo que se realice sin sufrimiento.

* La resurrección compensa por la pasión.

* Jesús vino a traer gozo a la humanidad. Se gozaron los pastores cuando nació; se gozaron sus discípulos cuando resucitó. Un cristianismo sin gozo es un cristianismo raquítico. Por eso Pablo pudo escribir: “Regocijaos en el Señor siempre.” (Flp 4:4) El gozo es la marca del cristiano.

* Si yo me comporto como hijo que soy, Dios no me va a tratar como a un extraño. Pero si le ofendo, ¿con qué cara voy a pedirle su ayuda?

* Estamos más acostumbrados a desconfiar de nuestras capacidades que a confiar en su ayuda.

* Si yo invierto todos mis dones en servir a Dios y lo hago con alegría, ¿no me amará Dios y me ayudará en todo para salir adelante?

* Cuando surgen problemas tendemos a confiar más en nuestros limitados recursos que en los ilimitados de Dios. ¡Qué necios somos!

* Si yo contrato a un guía para que me conduzca en un trayecto para mí desconocido, ¿confiaré más en mí mismo que en su conocimiento del terreno?

* Luchar contra el amor a la comodidad es vencerse a sí mismo, algo que Jesús hizo continuamente durante su vida terrena. Pero ¿a quién le gusta la incomodidad? Siempre estamos buscando sentirnos cómodos. Lo contrario a la comodidad es la mortificación de los sentidos que uno se impone por amor a Cristo. Si no fuera por el ayuno ¡qué lejos estaríamos de practicarla!

* ¿Debe entenderse “Vende todo lo que tienes” en sentido literal? ¿O en sentido figurado, abandonarlo todo por seguir a Jesús? Los apóstoles no vendieron lo que tenían, pero lo dejaron todo para seguirlo.

* “Venga a nosotros tu reino”. Es decir, venga a nosotros tu presencia y tu dominio. Eso ocurrirá en sentido pleno sólo al final de los tiempos, cuando Él vuelva por segunda vez. Mientras tanto su reino está limitadamente donde Él ejerce su señorío sobre las almas, en algunas más, en algunas menos.

* Si Jesús fue hombre en el sentido pleno de la palabra, entonces Él estuvo sometido a todas las debilidades propias de los primeros años de la vida humana: fue amamantado, fue limpiado, le cambiaron con frecuencia de pañales, como se hace con todos los bebés. Tuvo que aprender a caminar, a lavarse, a hablar partiendo de sus primeros balbuceos, y, naturalmente, a orar. ¿Quién le enseñó a hacer todo eso? María, su madre. Y lo haría seguramente de la manera más amorosa y perfecta posible. Porque ¿escogería Dios para su Hijo a una mujer que no fuera la más perfecta de todas las madres? Pensemos: Ella fue sierva de Dios cuando aceptó ser madre del Verbo, y sierva de su Hijo cuando Él era pequeño.

* A Juan Batista se le llama el Precursor, porque predicó el arrepentimiento anunciando la próxima venida del Mesías. Pero fue precursor también porque fue el primero que reconoció, desde el vientre de su madre, Isabel, que Jesús era el Salvador esperado.

* En nuestro tiempo ya no hay esclavos ni siervos, pero cuando los había, ellos estaban enteramente a disposición de sus amos, que podían hacer con ellos lo que quisieran, salvo matarlos. María era una mujer libre, pero se llama a sí misma sierva. Se había despojado de toda voluntad propia para hacer la voluntad de Dios. Eso debemos hacer nosotros los que esperamos ser llamados “siervos de Dios”.

* Cuanto más cerca estemos de Dios –es decir, cuando más alto volemos- más seremos por necesidad humildes. La persona humilde se ha vaciado de sí misma para llenarse de Dios.

* “Hágase en mí según tu palabra.” Esas palabras de María son más que palabras de aceptación sumisa. Están dichas en tiempo imperativo. Son casi una orden: Que se haga en mí lo que tú anuncias. Es decir, según tu deseo, que conciba yo, siendo virgen, y sin intervención de varón, al Hijo del Altísimo.

* La mejor defensa es a veces el silencio, como fue la de Jesús ante el Sanedrín. Porque cuando las acusaciones son inventadas, ¿qué sentido tiene que uno se defienda?

* Dios nos va preparando poco a poco para unirnos a su Hijo. Para ello empieza por despojarnos del orgullo, a fin de que nos volvamos humildes, porque sin humildad nadie verá a Dios. Pero cuando hemos llegado a cierto grado de unión con Jesús, nos asalta de parte del Maligno, una tentación de orgullo que pone en peligro nuestros logros.

* Con mucha frecuencia escuchamos en círculos evangélicos a las personas decir: “Yo congrego en ….”, con lo que quieren señalar a qué iglesia asisten regularmente. ¿Pero es ése un uso correcto del idioma?
El uso de ese verbo en ese contexto viene de la exhortación: “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre…” (Hb 10:25. RV60).
La Nueva Versión Internacional en español dice: “No dejando de reunirnos…” Para todos los efectos prácticos “congregar” y “reunir” son sinónimos.

Si no estuviéramos acostumbrados al lenguaje de la versión Reina Valera 60, esos cristianos dirían: “Yo reúno en…”, a lo cual se podría obviamente contestar: “¿A quiénes reúnes en esa iglesia?” “¿Yo? A nadie. Yo sólo me reúno ahí”.

En su forma transitiva el verbo “congregar” significa juntar, reunir, llamar, convocar a un grupo de personas. En su forma reflexiva significa reunirse, juntarse con otras personas, que es lo que los cristianos solemos hacer todos los domingos, cada cual en su iglesia.

De manera que si yo no soy pastor, yo no puedo decir: “Yo congrego en tal iglesia”, sino: “Yo me congrego en tal iglesia”, porque, de lo contrario, estaría dando a entender involuntariamente que yo soy el pastor de esa iglesia.

Recuerden: El pastor congrega. Los fieles se congregan.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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