martes, 22 de marzo de 2011

SAULO SE CONVIERTE EN PABLO

Por José Belaunde M.

Consideraciones acerca del libro de Hechos VI (Nota 1)

En el artículo anterior hemos dejado a Saulo en Damasco, orando y ayunando, después de que el Señor Jesús resucitado se le apareciera en el camino a esa ciudad y se quedara ciego, hasta que vino Ananías para imponerle las manos y recobrara la vista.

El libro de Hechos dice que enseguida –eso quiere decir probablemente que apenas se repuso físicamente- Saulo empezó a dar testimonio en las sinagogas de Damasco (2) de que Jesús era el Cristo, el Mesías esperado por Israel, es decir, todo lo contrario de lo que antes creía y profesaba (Hch 9:20-22). Sobre la base de su experiencia él podía afirmar que ese Jesús, crucificado como un criminal y sepultado, estaba vivo, porque había resucitado. “Yo lo he visto y me ha hablado” podía él gritar a los cuatro vientos.

Sus oyentes judíos se quedaron atónitos al escucharlo, pues ellos probablemente sabían que Saulo había venido a Damasco para llevarse preso a los discípulos del Nazareno. ¿Cómo es que ahora predica lo contrario? (Hch 9:21) Y no sólo predica sino discute y argumenta en las sinagogas con los que lo contradicen. Eso era algo difícil de creer. Podemos pensar también que muchos de ellos, furiosos, lo condenaron a muerte en su espíritu. ¿Y podemos imaginar cómo reaccionarían el Sumo Sacerdote y los demás sacerdotes, y los miembros del Sanedrín que lo conocían, al enterarse del vuelco que había experimentado su colaborador, Saulo, en quien habían depositado tanta confianza? ¡Un discípulo de Gamaliel! ¡Un enemigo declarado de los nazarenos se une a su causa!

Pablo dice en Gálatas 1:15-17 que tan pronto fue llamado por Dios a su nueva misión -después de haber testificado y discutido en las sinagogas durante algunas semanas- él se fue a Arabia y después de un tiempo regresó a Damasco. Esta estadía intermedia en Arabia no es mencionada por Lucas en Hechos, y tampoco indica Pablo cuánto tiempo duró, ni con qué fin fue allá, pero puede haber durado uno o hasta dos años. El único dato cronológico que tenemos de él respecto de esta etapa de su vida es la anotación de que después de tres años (se entiende de su conversión) subió a Jerusalén a ver a Pedro (Gal 1:18).

La Arabia que él menciona debe ser la llamada “Arabia Pétrea”, el reino de los nabateos, cuya capital era Petra. Se supone generalmente que Saulo se retiró allá para meditar en la soledad del desierto acerca de su reciente experiencia y profundizar en su nueva fe, para sondear su alma y escuchar la voz del Espíritu, pero no hay que excluir que él se dedicara también allá a predicar a Cristo.

Al regresar a Damasco –ahora sí armado para la controversia con pruebas irrefutables basadas en las Escrituras- continuó su labor de predicación y de discusión con los judíos en las sinagogas, lo cual provocó una tal reacción de rechazo de parte de sus autoridades, que algunos de ellos –según 2Cor 11:32,33 aparentemente confabulados con el etnarca, o gobernador, de Aretas, rey de los nabateos- decidieron matarlo.

Saulo se enteró de alguna manera de ese complot, y advertido de que sus enemigos estaban apostados en las puertas de la ciudad para no dejarlo salir vivo, se hizo descolgar de noche por los discípulos en una canasta desde una ventana que daba sobre el muro (Hch 9:23-25). (3)

La escapada nocturna de Damasco nos recuerda un episodio semejante ocurrido siglos atrás cuando Josué, antes de sitiar Jericó, mandó dos espías a esa ciudad para informarse de sus defensas. Los espías, que se habían refugiado en casa de la prostituta Rahab, fueron descolgados por ésta de noche desde la ventana de su casa que estaba sobre el muro de la ciudad (Josué cap. 2, en particular el vers. 15).

¿Podemos imaginar con qué ardor predicaba Saulo ahora a Cristo, para que llamase tanto la atención y suscitara tanto odio en sus enemigos? ¿De dónde venía ese fuego? De que él había experimentado el poder de Jesús en su alma, y lo había transformado. La debilidad, la tibieza, la ausencia de poder de mucha predicación viene de que los predicadores mismos no han experimentado el poder de Dios en sus vidas, y no pueden transmitir lo que no tienen. En el caso de Saulo él había recibido una revelación de Jesús glorificado que daba a su prédica tal fuego que, si bien por un lado convertía a unos, de otro lado, provocaba el rechazo violento de aquellos cuya causa él había abandonado.

Permítaseme una pequeña disgresión. Saulo fue objeto de más de una conspiración en contra de su vida. El libro de los Hechos de los Apóstoles menciona por lo menos tres (Hch 9:23; 9:29; 23:12), todas ellas fraguadas por judíos celosos de la ley, para quienes la predicación de Saulo era una afrenta que debía ser lavada con sangre. Los judíos creyentes de entonces tomaban tan en serio su religión que estaban dispuestos a morir y a matar por ella. Los primeros cristianos, lo sabemos por la historia, estaban dispuestos a morir, pero no a matar por su fe, aunque con el correr del tiempo, triste es decirlo, los cristianos llegaron a estar más dispuestos a matar que a morir por su fe. Y esa mentalidad desafortunada prevaleció hasta el siglo XVII, con las guerras de religión que surgieron a raíz de la reforma protestante, que causaron tanto sufrimiento y devastaron Europa Central durante cientocincuenta años. Hoy día ningún cristiano mataría por su fe, pero muchos musulmanes toman tan en serio su religión que sí están dispuestos a hacerlo, así como también algunos judíos ortodoxos fanáticos, aunque en su caso patriotismo y religión están tan íntimamente mezclados, que no se sabe bien cuál de las dos motivaciones prevalece.

Habiendo escapado de Damasco, Saulo retornó a Jerusalén, lleno de su nueva fe y de entusiasmo evangelístico, para ver a Pedro, según su propia confesión (Gal 1:18), como ya se ha visto. Él trató de juntarse con los discípulos (Hch 9:26), pero éstos desconfiaban de él y lo evitaban temiendo que hubiera quizá cambiado de táctica, y que lo que buscaba fuera infiltrarse en sus filas para poder denunciarlos mejor.

Fue necesario que Bernabé, que también había regresado a Jerusalén, lo llevara personalmente donde los apóstoles y les contara la experiencia que Saulo había tenido con Jesús resucitado, y cómo, a partir de entonces, había predicado a Cristo denodadamente (Hch 9:27). Él escribe en Gálatas que fue a Jerusalén a “ver” a Pedro. Otras versiones dicen “visitar”, o “conocer”; más correcto sería decir “entrevistar”. El verbo griego que él usa es historésai (historiar), que quiere decir “interrogar para obtener información”. Su propósito era no sólo conocer personalmente al príncipe de los apóstoles, sino escuchar de sus labios todo lo que él deseaba saber acerca de la vida de Jesús, de sus enseñanzas, de los acontecimientos de la semana de la pasión, etc. Si a nosotros se nos diera la oportunidad, viajando en el tiempo, de visitar a Pedro en esos días ¿qué cosas no le preguntaríamos acerca de Jesús? ¿Qué no querríamos escuchar directamente de él? ¿Cuántas preguntas no nos propondríamos hacerle para saciar nuestra curiosidad acerca del Maestro?

Pablo dice que, además de Pedro, vio a Santiago (Gal 1:19), el hermano que creyó en Jesús sólo después de la crucifixión, quizá sólo después de que Jesús resucitado se le apareciera (¿De quién sino del propio Santiago pudo saber Pablo de esa aparición que sólo él menciona en 1Cor 15:7?). Y si vio a Santiago, ¿no vería también a la madre de Jesús? El hecho de que él no lo diga no es señal de que no se produjera ese encuentro. Él se limita a relatar lo esencial, y a las mujeres no se les daba una atención especial en esa época.

Aceptado pues en el círculo de los ancianos y de los apóstoles, Saulo empezó nuevamente a discutir con los “griegos”, dice el texto, es decir, con los judíos helenistas de habla griega. El rechazo que suscitó entre ellos –él cuyo aliado había sido antes- hizo que algunos de ellos quisieran matarlo, por lo que los discípulos, al cabo de quince días, alarmados, creyeron prudente sacarlo de ahí y enviarlo a Tarso, su ciudad natal (Hch 9:29,30).

Fue durante esa visita a Jerusalén cuando debe habérsele aparecido el Señor, durante un éxtasis que le sobrevino mientras oraba en el templo. El Señor entonces le reiteró la orden de ir y predicar a los gentiles (Hch 22:17-21; cf Gal 1:15,16). Notemos en este episodio cómo se conjugan las acciones humanas y los propósitos del Señor: los discípulos sacan a Saulo de Jerusalén; Jesús le ordena salir pronto de la ciudad.

No sabemos cuánto tiempo permaneció Saulo en Tarso, ni tampoco si se pondría a predicar a Cristo entre los parientes y conocidos que seguramente tendría en esa ciudad. No sería extraño que él allí no hubiera encontrado un ambiente propicio, y que haya experimentado el mismo rechazo que motivó a Jesús a decir que no “hay profeta sin honra, salvo en su propia tierra y en su casa.” (Mt 13:57). Las palabras que escribe en Flp 3:8 (“por amor del cual (Cristo) lo he perdido todo…) sugieren que él -viniendo de una familia acomodada- puede haber sido desheredado por su padre. ¿Fue durante ese período cuando recibió de la sinagoga cinco veces “cuarenta azotes menos uno”? (2Cor 11:24) No podemos descartarlo.

Según sus propias palabras en Gal 1:21,22, él se fue después a las regiones de Siria y de Cilicia a predicar el evangelio como misionero por su propia cuenta. ¿Fue durante esa etapa desconocida de su vida, que duró como diez años, cuando él tuvo las visiones y revelaciones a las que él se refiere en 2Cor 12:1-4, diciendo que fue arrebatado hasta el tercer cielo y “oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar”? No lo sabemos, pero no es improbable. “Para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en la carne, un mensajero de Satanás, que me abofetee…” escribe él en 2Cor 12:7. No sabemos qué cosa pudo haber sido ese aguijón en la carne, y se ha especulado mucho al respecto. Pero lo cierto es que su función fue la de mantenerlo humilde. ¡Cuán grande es la tentación de enorgullecerse a la que están expuestos los siervos de Dios cuando obtienen grandes éxitos en su ministerio, o cuando reciben gracias particulares de Dios que pueden hacerles sentir que son seres especiales!

En ese mismo período debe situarse probablemente la experiencia de lucha contra el pecado a la qué él se refiere en Rm 7, especialmente en los vers. 14 al 25. Ese capítulo tiene un tono de confesión personal tan intenso que no puede dejar de pensarse que refleje la lucha sin cuartel que él personalmente libró contra la seducción del pecado: “Yo sé que en mí… no mora el bien, porque el querer hacer el bien está en mí, mas no el hacerlo.” (v. 18).

Sea como fuere unos ocho o diez años después (el año 45 o 46) nos lo encontramos en Antioquía del Orontes, en Siria, donde había una comunidad cristiana vibrante en pleno crecimiento, que había sido fundada por unos evangelistas de Chipre y Cirene, y que estaba compuesta por judíos y gentiles, a los que se había agregado Bernabé, enviado por la iglesia de Jerusalén (Hch 11:20-24). Es ilustrativo notar lo que Lucas dice aquí acerca de Bernabé: “Porque era varón bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe.” Fue el propio Bernabé quien fue a buscar a Saulo en Tarso para traerlo a Antioquía (Hch 11:25). Allí Bernabé y Saulo “se congregaron durante todo un año en la iglesia y enseñaron a mucha gente.” (Hch 11:26) Fue también en esta ciudad donde los “seguidores del camino” empezaron a ser llamados “cristianos” (christianoi, es decir, siervos de Cristo), inicialmente, según parece, en son de burla, porque los seguidores de Jesús empezaron a aplicar ese apelativo a sí mismos recién a partir del segundo siglo.

“En aquellos días unos profetas venidos de Jerusalén a Antioquía…dieron a entender que una gran hambre vendría sobre toda la tierra habitada en tiempos de Claudio…” (Hch 11:28). El historiador Suetonio registra, en efecto, que durante el reinado de ese emperador hubo varias sequías y malas cosechas que agotaron las reservas de grano en varios lugares del Cercano Oriente, y diversas áreas sufrieron de hambruna. Esa situación provocó que los discípulos de Antioquía enviaran un socorro económico a sus hermanos en Jerusalén por medio de Bernabé y Saulo. El hecho de que él fuera escogido muestra cómo había aumentado su prestigio e influencia en la iglesia.

Ésta debe ser la visita a la que él se refiere en Gal 2:1 diciendo que pasados 14 años (de su conversión), o sea, hacia el año 46, subió a Jerusalén con Bernabé, llevando también a Tito. En esa ocasión ellos se entrevistaron con los que eran considerados columnas de la iglesia, Santiago, Cefas (es decir, Pedro) y Juan, los cuales les dieron a él “y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo para que nosotros fuésemos a los gentiles y ellos a los de la circuncisión.” (Gal 2:9). El interés mayor que tenía Saulo en esa reunión era exponer a los tres principales apóstoles cuál era el contenido de su predicación a los gentiles, porque quería estar seguro de que contaba con su aprobación, como dice él “para no haber corrido en vano.” (Gal 2:2). En esa ocasión él debe haberles dicho, entre otras cosas, que él no exigía a los gentiles convertidos que se circuncidaran, lo cual no fue objetado por esas columnas de la iglesia, en prueba de lo cual le dieron no sólo la diestra, sino que también acordaron una división del ámbito de evangelización entre ellos: los apóstoles predicarían a los judíos (e.d. a la circuncisión), y Bernabé y Saulo a los gentiles (e.d. a los incircuncisos). Sin embargo, pese a esta delimitación de los campos de apostolado, Pablo no abandonó nunca a los de su raza, como veremos en el curso de sus viajes.

En la iglesia de Antioquía, nos dice el libro, se destacaba un grupo de profetas y maestros, entre los que se menciona a Bernabé; a Simón, llamado el Niger -lo que quiere decir probablemente que provenía del África; así como a Lucio, que era de la ciudad de Cirene, en lo que es ahora Túnez; a Manasés, cuya madre había sido nodriza de Herodes el Tetrarca; y por último, a Saulo.

Ellos, dice el texto, estaban ministrando al Señor. ¿Qué quiere decir esa palabra? Que estaban celebrando un culto de adoración. ¿Cómo sería éste? No tenemos una idea precisa pero podemos suponer que en buena parte se asemejaba a las reuniones de culto que se celebraban en la sinagoga judía, pues todos ellos eran judíos. Es decir que había oraciones, muy posiblemente leídas a la manera judía, e himnos de alabanza, que habrían sido tomados de la sinagoga, a los que con el tiempo se fueron agregando otros compuestos por los mismos cristianos.

Recuérdese la exhortación que Pablo dirige a los efesios: “Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones.” (Ef 5:19). Ahí se habla de dos formas de alabanza: cantar y salmodiar. A lo primero corresponden los himnos y cánticos espirituales. Tenemos un ejemplo de lo que pueden haber sido estos himnos en la corta estrofa que cita Pablo en 1ª Tim 3:16: “Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria.”

En cuanto a la salmodia, ésta era una forma de recitar cantando sobre un tono dominante el texto de los salmos, semejante a lo que conocemos hoy día como “canto gregoriano”, que deriva de esa salmodia judía antigua. (4)

Estando pues la comunidad de Antioquía reunida .-probablemente el año 47- el Espíritu Santo les habló, sin duda, por medio de uno de los profetas presentes, diciendo que debía apartarse a dos de ellos para una nueva empresa de evangelización que el Espíritu deseaba empezar. Nótese que se menciona primero a Bernabé y después a Saulo. Nosotros podemos pensar que Saulo partiría acompañado de Bernabé. Pero fue al revés: Bernabé dirigía la misión y partió acompañado de Saulo y de su primo Juan Marcos, (Hch 13:5; c.f. Col 4:10), lo cual era natural porque él tenía mucho más tiempo en la iglesia y era conocido por sus obras y su generosidad (Hch 4:36,37) (5). Saulo, en cambio, era nuevo y, además había sido un perseguidor de los seguidores de Jesús. Por eso los discípulos explicablemente al comienzo lo miraban con desconfianza. Pero su designación por el Espíritu Santo para esta misión fue, por así decirlo, el espaldarazo que Dios le daba. Notemos que la obra que los dos apóstoles empezaban no era una empresa personal de ambos, sino era un proyecto de la iglesia entera guiada por el Espíritu Santo. Ellos no eran más que instrumentos que Dios usaba.

El Espíritu Santo los dirigió en primer lugar a Chipre, la isla de donde Bernabé era originario, hacia la cual se embarcaron partiendo del puerto de Seleucia. Llegados al puerto de Salamina, que se encuentra en el lado sud-oriental de la isla, inmediatamente se pusieron a predicar el Evangelio en las sinagogas.

Nótese que Bernabé y Saulo, como seguramente también los apóstoles, en sus viajes misioneros, y como estrategia establecida, empezaban a predicar a Jesús en las sinagogas de los judíos por el simple hecho de que eran sus correligionarios, si no sus compatriotas. A ellos podían probarles por medio de las Escrituras que Jesús era el Mesías esperado por su pueblo, algo que no podían hacer con los paganos, que no conocían las Escrituras. En las sinagogas encontraban no sólo a creyentes judíos, sino también a gentiles temerosos de Dios y a prosélitos, y era sobre todo entre estos dos últimos grupos donde su prédica encontraba acogida. A pesar de que su mensaje solía encontrar resistencias entre los judíos, por medio de su prédica en las sinagogas el Evangelio empezaba a difundirse entre los gentiles que las frecuentaban. Esos dos grupos mencionados cumplían el papel de puente entre el mundo judío y el pagano.

El pequeño trío expedicionario atravesó la isla llegando a Pafos, -en la costa sur-occidental- que era la capital provincial romana, y donde residía su gobernador, el procónsul Sergio Paulo, a quien nuestro texto califica de “varón prudente”, (Hch 13:7), es decir, ponderado, reflexivo. Quizá por ese motivo el procónsul quiso escuchar lo que los dos evangelistas tenían que decir. Pero estaba con él un judío renegado, llamado “Barjesús”, esto es, “hijo de Jesús” (Recuérdese que en ese tiempo Jesús era un nombre muy común entre los judíos), que había adoptado el nombre griego de Elimas, y que practicaba las artes mágicas, algo expresamente prohibido a todo judío.

Este Elimas, posiblemente temiendo perder la influencia que con su magia ejercía sobre el procónsul, se oponía a que Bernabé y Saulo le hablaran. Entonces “Saulo que también es Pablo”, dice el texto (Hch 13:9), (6) tomando la palabra, le habló en un lenguaje muy fuerte: “¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor?” (v.10). A continuación le dijo que por oponerse al Evangelio, se quedaría ciego durante un tiempo, lo que efectivamente ocurrió enseguida, por lo que Elimas se vio obligado a recurrir a otros que lo llevaran de la mano.

El procónsul entonces, maravillado, creyó en el Señor Jesús. Este fue el primero de los muchos milagros realizados por Pablo en su carrera evangelísitica. El procónsul es también el primer funcionario romano, después del centurión de Cesarea (Hch 10), en convertirse al cristianismo, aunque era de un rango muy superior al otro. La conversión del procurador debe haber sido interpretada por Pablo como una confirmación de su misión a los gentiles.

Pablo debe haber comprendido también en este incidente la ventaja que para él significaba usar su “cognomen” romano (Paullus) en vez de su nombre arameo (Saúl, helenizado como Saulos) para abordar a los gentiles, pues le permitía dirigirse a ellos, miembros del imperio, como un miembro del mismo igual a ellos, y además, ciudadano romano (7).

A partir de ese momento también Pablo, que era el más elocuente y el más emprendedor de los tres, empezó a tomar el liderazgo del pequeño equipo (Hch 13:13) y su nombre empieza a figurar en primer lugar, antes que el de Bernabé.

Detengámonos un momento en el personaje que se quedó buscando su camino a tientas, porque se había quedado ciego, tal como Pablo había decretado. Tal como había sucedido antes en Samaria, cuando Pedro llegó a esa ciudad para bautizar e imponer las manos a los nuevos conversos, y un mago se levantó para oponerse (Hch 8:9-25), cada vez que el Evangelio empieza a difundirse en algún lugar, Satanás levanta oposición a través de alguno de sus secuaces más notorios, o de aquellos a quienes su mensaje irrita.

Ese será el signo de los trabajos de Pablo. Cada vez que empieza a tener cosecha de almas, el diablo levanta oposición para frustrar su obra. Este será también el signo de toda obra cristiana a través de los siglos: Cuanto más valiosa sea para el Reino, mayor será la oposición del enemigo que se suscite.

Notas:
1. Por un lamentable descuido el título del artículo anterior fue impreso como “La Conversión de Pablo” cuando debió haber sido “La Conversión de Saulo”, que es más coherente con el desarrollo del relato.

2. El hecho de que hubiera varias sinagogas indica que había en esa ciudad una colonia judía importante.

3. A los turistas que visitan Damasco se les muestra la sección del muro de la ciudad, e incluso la ventana, por donde habría sido descolgado Saulo. Pero esta es una identificación más que dudosa.

4. El nombre de “canto gregoriano” que se da a esta forma de cánticos no viene de que fueran compuestos por el primer Papa de ese nombre (siglo VI), sino de que fue él quien dispuso que se reunieran y ordenaran los himnos y melodías tradicionales que era usual cantar en las iglesias latinas.

5. José era su verdadero nombre. Bernabé era su sobrenombre, el cual quiere decir “hijo de consolación.”

6. A partir de este episodio el texto griego de Hechos deja de llamar Saulos al apóstol, y empieza a llamarlo Paulos, que pronunciamos en español “Saulo” y “Pablo” respectivamente.

7. Todo ciudadano romano tenía tres nombres: praenomen (lo que nosotros llamamos “nombre de pila”); nomen Gentile (nombre de la familia o apellido); y cognomen (que no tiene equivalente entre nosotros). Si conociéramos el segundo podríamos tener alguna idea de cómo llegó la familia de Pablo a adquirir la ciudadanía romana.

#666 (20.02.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

miércoles, 16 de marzo de 2011

LA CONVERSIÓN DE SAULO

Por José Belaunde M.

Consideraciones acerca del libro de Hechos V

En el artículo anterior hemos dejado a Saulo, después de haber participado en el martirio del diácono Esteban, convertido en un perseguidor implacable de los seguidores de Jesús.

Antes de continuar hay una pregunta que conviene hacerse y que naturalmente muchos se han hecho: ¿Conoció Saulo personalmente a Jesús, o lo vio u oyó alguna vez predicar? Es poco probable que él –viviendo en Jerusalén durante el ministerio público de Jesús- no lo hubiera visto ni que él no hubiera estado enterado de su muerte, si es que él no fue testigo de la misma. (La crucifixión tuvo lugar en un sitio especialmente escogido por los romanos para las ejecuciones, con la mira de que fuera visible por todos los que entraban y salían de la ciudad, y que de esa manera sirviera de escarmiento). El único lugar en sus epístolas en las que él contesta a esa pregunta es 2 Cor 5:16 donde escribe: “Si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así”, lo que nos daría una respuesta afirmativa a la pregunta.

Sin embargo la primera parte de esa frase puede entenderse gramaticalmente también así: “Y aún si hubiéramos conocido a Cristo en la carne”, lo que constituye un condicional hipotético, no afirmativo. Esto es, la frase no nos da una respuesta inequívoca. Lo que Pablo quiere decir es que haber conocido a Cristo en la carne –esto es, haberlo visto alguna vez con los ojos del cuerpo mientras vivía- no es determinante, porque lo que importa realmente es conocerlo en su posición exaltada en los cielos y por su obra redentora (Nota 1). De modo que no se puede contestar con seguridad a la pregunta de si lo conoció o no en vida. El hecho es que para él haberlo conocido o no en vida es algo secundario pues, como él mismo afirma en el mismo párrafo, él a nadie (es decir a ningún cristiano) conoce según la carne, sino según lo que Cristo ha hecho en él, al transformarlo en una nueva criatura, como apunta a continuación en el conocido versículo: “Si alguno está en Cristo es una nueva criatura; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2Cor 5:17). En otras palabras: tu pasado no cuenta para mí; lo que cuenta es lo que tú eres ahora en Cristo.

Pero de lo que Saulo sí estaba seguro al inicio de su carrera como perseguidor de la iglesia, era del peligro que las enseñanzas de Jesús significaban para todo lo que él creía y veneraba, para las tradiciones de los padres y para el templo. Cuán celoso había sido él de “las tradiciones de mis padres” (Gal 1:14, palabras que aluden a la “Torá oral”) lo indica en Fil 3:6, cuando dice que “en cuanto a la justicia que es en la ley (yo era) irreprensible”.

Él había escuchado sin duda las acusaciones calumniosas dirigidas contra Esteban, según las cuales él sostenía que el Nazareno resucitado destruiría el templo y cambiaría las costumbres ancestrales de los judíos (Hch 6:13,14), y debe haber oído al mismo Esteban proclamar antes de morir, que veía al Hijo del Hombre en los cielos a la diestra de Dios (Hch 7:55,56). Él era conciente de que si Jesús era realmente el hijo de David esperado, los días del Mesías habían venido y los días de la ley habían llegado a su fin.

Según todo lo que Saulo había sido enseñado eso era absurdo porque Jesús había muerto colgado en un madero y era por tanto maldito según la ley (Dt 21:23; c.f. Gal 3:13). Un ser maldito no podía ser el Mesías de Israel. Lo que los discípulos de Jesús afirmaban no sólo era falso; era además blasfemo. Pero aun, era peligroso para la identidad nacional y el patriotismo judío.

Esa convicción convirtió a Saulo -celoso de la Torá como él era- en un perseguidor implacable de los nazarenos. La muerte de Esteban dio lugar (como dice Hechos 8:1-3), a que se empezara a perseguir a los miembros de la iglesia, persecución en la que Saulo participó yendo de casa en casa para sacar a los discípulos y llevarlos a la cárcel, por lo que muchos de ellos se dispersaron refugiándose en las ciudades vecinas, como Samaria y Damasco. Pero lo que más enfurecía a Saulo era posiblemente la rapidez con que la nueva doctrina ganaba adeptos. (2).

Saulo, “respirando aun amenazas y muerte” dice Hch 9:1, es decir, lleno de un furor fanático (resoplando como un toro furioso) creyó necesario ir a Damasco para traer de vuelta a Jerusalén a esos “herejes” que habían huido, a fin de que fueran juzgados por el Sanedrín. Para ello obtuvo que el sumo sacerdote le diera cartas dirigidas a las sinagogas de esa ciudad para apresar a los seguidores del Camino que hubiera allí y traerlos a Jerusalén (Hch 9:2). El hecho de que él obtuviera esas cartas muestra que él era muy estimado por las autoridades del templo. Hay quienes sostienen, incluso, que él era miembro del Sanedrín. Pero eso es poco probable. De haberlo sido no lo hubiera ocultado. Al contrario, lo hubiera mencionado como parte de sus méritos en el judaísmo.

Fue entonces cuando, de pronto, llegando ya a esa ciudad hacia el mediodía, lo envolvió una luz cegadora –“que sobrepasaba el resplandor del sol”, Hch 26:13-, en medio de la cual se le apareció el Nazareno y, cayendo al suelo, “escuchó una voz que le decía: ¡Saulo, Saulo! (3) ¿por qué me persigues?”, a lo que él contestó: “¿Quién eres Señor?”. Y se le dijo: “Yo soy Jesús a quien tú persigues. Duro te es dar coces contra el aguijón.” (Hch 9:4,5) (4).

Imaginemos cuál puede haber sido la sorpresa, no, el pasmo de Saulo al ver que Jesús se le presentaba en su gloria de resucitado. Se le apareció de una manera tan patente que él no dudó un instante de quién era el que se le aparecía y le hablaba, porque temblando y temeroso dijo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (9:6) La respuesta de Jesús fue: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.”

“Duro te es…” es una frase proverbial que se refiere a la pica con que se arriaba al ganado y contra la que los bueyes pateaban no sólo inútilmente, sino haciéndose más daño a sí mismos.

Es de notar que los que le acompañaban cayeron también al suelo, y oyeron una voz, y vieran el resplandor, pero no vieron a nadie ni entendieron lo que se decía. Jesús se apareció y habló sólo a Saulo. Podemos imaginar cuál sería el asombro de esos acompañantes al ser testigos de un fenómeno tan inusitado. (5)

Cuando Saulo se levantó y abrió los ojos no veía nada, se había quedado ciego. Por eso tuvo que ser conducido de la mano hasta la casa en la ciudad donde lo recibieron los que le esperaban. Es aleccionador notar que Saulo había ido a Damasco a meter presos a los discípulos, pero él quedó preso de su ceguera. Había ido impetuoso y con ánimo implacable, pero tuvo que ser conducido de la mano como un mendigo. (6).

Lo que cambió radical y definitivamente la actitud de Saulo, y su visión de las cosas, fue el hecho de que se le apareciera Jesús resucitado, Aquel a quien él con vehemencia perseguía en sus seguidores. Si Jesús había realmente resucitado y estaba vivo, lo que los nazarenos proclamaban era verdad y no mentira. Al revés de lo que hasta entonces pensaba, lo antiguo tenía que desaparecer, y ser reemplazado por lo nuevo.

El Libro de Hechos nos dice que Saulo al llegar a Damasco permaneció tres días sin comer ni beber, pero no nos dice qué pasaba en su espíritu durante esos días. Podemos imaginar que él estaba pensando en lo que había experimentado, en las palabras que había oído, en su actual ceguera inesperada, y estaría revisando su vida pasada y sus conceptos. Podemos pensar también que estaba orando pidiéndole al Señor que le devolviera la vista, y que llegara pronto esa persona que le iba a decir lo que debía hacer. Pero sobre todo, Saulo debe haberse sentido profundamente arrepentido de lo que había estado haciendo antes de su inesperado encuentro con el Señor resucitado. El arrepentimiento profundo y sincero es una preparación para recibir mayor gracia. Cabría preguntarse: ¿Le siguió hablando Jesús durante esos tres días? Nada se dice al respecto pero me da la impresión de que Pablo, al narrar su conversión por tercera vez, coloca retrospectivamente en el momento de la aparición las palabras que Jesús puede haberle dicho mientras estaba ciego y oraba (Hch 26:16-18).

¿Qué pasó con los hombres que llevaron a Saulo a Damasco? ¿Se quedaron con él en esa ciudad, o regresaron a Jerusalén a contar lo ocurrido? No sabemos. Quizá se quedaron con Saulo, impresionados por lo que habían presenciado. Nadie que sea testigo de un hecho semejante puede permanecer indiferente. ¿Se convertirían viendo el cambio que se había operado en el que había sido hasta entonces un perseguidor implacable de los seguidores de Jesús? No lo sabemos.

Mientras tanto el Señor le habló a un discípulo judío que vivía en Damasco y que era un varón piadoso según la ley (Hch 22:12). A ese discípulo llamado Ananías el Señor le dijo en sueños que se levantara y fuera a la casa de un tal Judas, situada en la calle llamada “Derecha”, para que le imponga las manos a Saulo de Tarso que está orando, a fin de que reciba la vista (Hch 9:10-16). (7).

Ananías, que había oído acerca de Saulo y de su animosidad contra los creyentes, se asustó pensando en el riesgo que corría si cumplía el encargo: “Yo he oído muchas cosas acerca de los males que ha hecho este hombre a los santos de Jerusalén.” Pero el Señor lo tranquilizó explicándole la misión que Él le iba a encomendar a su ex perseguidor. ¿Entendería Ananías lo que el Señor se proponía hacer con este Saulo que era su enemigo? Debe haberse quedado perplejo, pero no dudó en obedecer.

Hay una frase que a mí me impresiona entre las palabras que le dijo Jesús: “Yo le mostraré a este hombre cuánto ha de padecer por mi nombre.” (Hch 9:16). No le dijo que Saulo iba a cumplir una misión extraordinaria entre los gentiles; no le dijo que lo había escogido para que sea reconocido como apóstol, al igual que los doce; ni para escribir tratados teológicos. Le dijo que iba a tener que sufrir.

El sufrimiento es la marca de toda misión importante que el Señor encomiende a una persona. Es un ingrediente inevitable. El sufrimiento es la cruz que debe tomar todo el que quiera seguirle, la cual será tanto más pesada cuanto más fecunda sea la labor que realice. ¿Son concientes las personas que le piden al Señor: “Úsame, yo quiero servirte”, del peso que van a tener que cargar y de cuántas lágrimas van a tener que derramar?

Ananías era un hombre de fe. Él creyó en lo que el Señor le había dicho acerca de Saulo. Notemos cómo en el camino a la calle Derecha, él dejó de mirar a Saulo como un enemigo peligroso (“este hombre”, Hch 9:13) y empezó a mirarlo como un hermano al que se dirige diciéndole: “Hermano Saulo…·” (9:17).

Ananías hizo pues tal como el Señor le había mandado. Saulo recibió al Espíritu Santo y recobró la vista. Enseguida se bautizó, comió, recuperó sus fuerzas y se quedó unos días con los discípulos de Damasco (Hch 9:18,19). Una vez convertido y bautizado era conveniente que Saulo fuera admitido en la congregación de los santos para que tuviera comunión con ellos y se compenetrara de su espíritu. En esos días ¿de cuántos cosas no habrá sido él informado acerca de la vida de Jesús que él ignoraba? Al mismo tiempo ¿qué pensarían esos creyentes acerca de Saulo al verlo convertido en uno de ellos después de haberlos perseguido tenazmente? Se maravillarían de las cosas que el Señor hace y lo alabarían por ello. ¿Seguiría él predicando el judaísmo? Por supuesto que no. A partir de su conversión él sólo predicaría a Cristo con un poder extraordinario.

El teólogo luterano sueco Krister Stendahl escribió hace unos cincuenta años un ensayo en el que sostenía que lo que Pablo experimentó más que una “conversión” fue propiamente un “llamado”. Él se apoya en la similitud de las palabras con que Pablo alude a su nacimiento (“Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia…” Gal 1:15) con las que dicen Isaías y Jeremías aludiendo a lo mismo (“Jehová me llamó desde el vientre; desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria.” Is 49:1. “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué y te di por profeta a las naciones.” Jr 1:5). Esos profetas recibieron efectivamente un llamado especial de Dios. Dios, dice ese autor, llamó a Saulo a una misión nueva, semejante al llamado profético de Isaías y Jeremías. Pero ese autor olvida que Saulo recibió ese llamado después de haberse convertido a Jesucristo. Esos dos profetas, en cambio, no necesitaron convertirse en ningún sentido para obedecer el llamado de Dios.

A partir de su encuentro con Jesús Saulo rompe con su pasado y empieza a predicar lo que antes perseguía. Pero lo más importante que le ocurrió como consecuencia de ese encuentro es que nació de nuevo. A partir de ese momento Saulo dejó de practicar el judaísmo: Ya no guardaba el sábado, ya no se atenía a las normas alimenticias judías, ni enseñaba a sus convertidos gentiles a guardarlas, razón por la cual él fue severamente criticado por sus antiguos correligionarios. Si bien es cierto que él, años más tarde –siguiendo el bien intencionado pero fatal consejo de Santiago- sufragó el rito de purificación de cuatro nazir (nazareos) que habían hecho un voto (Hch 21:23,24,26; c.f. Nm 6); y en otra ocasión circuncidó a Timoteo (Hch 16:3), en ambos casos se trató de medidas de conveniencia que él tomó para adaptarse a las circunstancias del momento.

De otro lado, como el mismo Stendahl señala, hay una oposición marcada entre la noción que Pablo, ya cristiano, tiene de la ley, de la Torá, y la que tiene el judaísmo rabínico. Para los rabinos la Torá es eterna en su origen; es incluso anterior a la creación del mundo y permanecerá vigente por toda la eternidad. Para Pablo la ley fue dada a Moisés 430 años después de la promesa hecha a Abraham y a su simiente (Gal 3:16,17), y fue dada “a causa de las transgresiones” hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa (es decir, Cristo, Gal 3:19), lo que significa que tuvo una función sólo transitoria, temporal: sirvió de ayo hasta que viniese la fe en Cristo (Gal 3:24,25); llegada ésta ya no siguió siendo válida. Negar la vigencia eterna de la ley era una de las acusaciones más graves que los judíos esgrimían contra Pablo, por las cuales ellos lo consideraban –y lo siguen considerando hoy- un apóstata. Pero no lo fue. Al contrario, él se convirtió en lo que ellos, a su vez, debieron haberse convertido: en seguidores del Nazareno.

Notas: 1. Podría pensarse que con esa frase Pablo estuviera contestando indirectamente a los que cuestionaban que él se llame a sí mismo y se considere “apóstol”, sin haber pertenecido al grupo de los doce, por lo que en otro lugar él se ve en la necesidad de defender su apostolado. (1Cor 9:1,2).
2. Los que persiguen a la iglesia lo hacen porque odian a la Verdad que se opone a ellos, y a todo lo que ellos veneran: a sus creencias, a sus concepciones, a su ideología, o a la vida libertina que llevan. Odian todo lo que los acuse o contradiga. Es un odio gratuito porque la Verdad no les hace daño, ni podría. Al contrario, Cristo, que es la Verdad, y está encarnado en la iglesia, los ama y quisiera salvarlos de su ceguera.
3. A Marta también Jesús le dice: “Marta, Marta.” (Lc 10:41) La repetición es una manera de hacer más incisiva la apelación.
4. Él podía haber objetado (si hubiera tenido el ánimo de hacerlo): ¿Acaso yo te persigo a ti? Al perseguir a sus discípulos, Saulo perseguía a Jesús mismo. Todo lo que se haga a un seguidor de Cristo, para bien o para mal, se hace a Él mismo.
5. A veces sucede que Dios nos dice algo cuyo sentido comprendemos intuitivamente y que nos toca profundamente, pero que no podemos explicárselo a otros, aunque queramos. Para ellos no tendría ningún sentido porque es algo personal.
6. Pocas millas al sur de Damasco, en la ruta que lleva a Jerusalén, hay una pequeña aldea llamada Deraya, palabra que en árabe quiere decir “visión”. Según la tradición cristiana la aldea marca el lugar donde el Señor se le apareció a Saulo.
7. La calle Derecha de Damasco existe todavía con ese nombre en árabe, y marca el eje Este-Oeste de la ciudad romana en cuyo extremo hay un triple arco.

NB. Al publicar este artículo tengo que reconocer mi deuda con un bello sermón sobre este tema del gran evangelista británico del siglo XVIII, George Whitefield (1714-1770), que fue uno de los principales animadores del gran avivamiento ocurrido en Nueva Inglaterra a mediados de ese siglo.

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miércoles, 2 de marzo de 2011

LA JUVENTUD DE SAULO, LLAMADO TAMBIÉN PABLO

Por José Belaunde M.

Consideraciones acerca del libro de Hechos IV

No es difícil destacar la importancia que tuvo el apóstol Pablo en la primera expansión del cristianismo, la religión surgida de las enseñanzas, y de la vida, pasión y muerte de Jesús de Nazaret. Ha habido historiadores que han sostenido que de no haber sido por Pablo, el movimiento de los que se agruparon en torno de la memoria del Maestro galileo, no habría pasado de ser una secta efímera de las muchas que había en el judaísmo de ese tiempo, y que pronto habría sido olvidado.
Pero nosotros que tenemos una visión distinta de la historia, sabemos que fue Dios quien dirigió los primeros pasos, al comienzo tímidos, y poco a poco más osados de la iglesia, y que Él había no sólo preparado a Pablo para su misión, sino que lo había escogido para ella desde antes de nacer (Gal 1:15,16); y que si Pablo le hubiera fallado, o se hubiera negado a cumplirla, no habría dejado caer sus planes por tierra, sino que habría levantado a otro hombre que lo sustituyera para llevarlos a cabo.
Sin embargo, es un hecho innegable que Pablo ocupa un lugar prominente en la difusión de la nueva fe y en la formulación de su doctrina. Más de la mitad del libro de los Hechos de los Apóstoles, que narra los comienzos de la iglesia, está dedicada a sus andanzas; y la cuarta parte de los libros del Nuevo Testamento fueron escritos por él. Es un hecho también que por la formación que había recibido y por las condiciones de su carácter, él era la persona más adecuada para la misión que le tocó desempeñar.
Después de Jesús, él es la figura más importante del surgimiento del cristianismo. Sobre él se han escrito más libros que sobre ningún otro personaje de la historia cristiana, salvo Jesús naturalmente (y su madre, sobre la cual hay también una vasta literatura).
Pero ¿quién es este controvertido personaje acerca del cual se ha derramado tanta tinta y que ha suscitado tantas polémicas?
Poco se sabe de su origen. Él mismo nos da escasos datos. Había nacido en la ciudad de Tarso (Nota 1). Su nombre hebreo era Saúl (2), nombre famoso en la historia del Antiguo Testamento por ser el del primer rey de Israel. Como él declara pertenecer a la tribu de Benjamín (“circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de benjamín…” Flp 3:5; Rm 11:1), a la que pertenecía también el rey Saúl, es posible que sus padres le dieran ese nombre para subrayar su pertenencia a esa tribu.
¿En qué año nació Pablo? No hay ningún dato que permita establecerlo con seguridad, pero él debe haber nacido en los primeros años de la era cristiana, alrededor del año 10 DC, aunque algunos sitúan su nacimiento hacia el año 6, e incluso 3 o 4 años antes. La palabra neanías con que lo designa el libro de Hechos (7:58, y que RV60 traduce imperfectamente como “joven”) en el martirio de Esteban, ocurrido hacia el año 32 DC, no permite fijar su edad con precisión porque esa palabra griega designa a un varón en el rango de 24 a 40 años de edad aproximadamente.
Él se describe también a sí mismo como “hebreo, hijo de hebreos” (Flp 3:5), lo cual quiere decir que era un judío de habla aramea, no un helenista (es decir, un judío de habla griega) aunque también hablaba ese idioma, como era inevitable, habiendo nacido en un ambiente donde todo el mundo lo hablaba. Eso, unido al hecho de que él proclame: “Yo soy fariseo, hijo de fariseos” (Hch 23:6: cf 26:5; Flp 3:5) quiere decir que él no era un judío asimilado a la cultura griega, como lo eran muchos de los judíos nacidos en la diáspora, sino que su familia había conservado su identidad judía, algo de lo que él se sentía orgulloso.
El hecho de que él fuera fariseo es muy singular, porque los fariseos eran enemigos de Jesús, y por tanto, él estaba llamado también a serlo, como de hecho lo fue al principio, como bien sabemos. Sin embargo, Dios lo usó no en contra sino a favor de la causa de su Hijo. ¡Misterios de la Providencia, que convierte a los enemigos en aliados! (3)
Jerónimo cita una tradición según la cual los antepasados de Pablo procedían de Giscala en Galilea, pero llevaban posiblemente algún tiempo instalados en Tarso. No obstante, él fue enviado temprano a Jerusalén (probablemente en la adolescencia), donde fue alumno de un maestro famoso, Gamaliel (Hch 22:3). (4)
Hablaba por lo menos tres idiomas: griego, en el que escribió sus cartas, y que debe haber aprendido de niño; arameo, que era su lengua materna, que se hablaba en el territorio que hoy llamamos Palestina; y hebreo, por sus estudios. No se sabe si hablaba también latín, pero es poco probable.
¿Tuvo Pablo hermanos o hermanas? Se sabe por lo menos de la existencia de una hermana, cuyo hijo se enteró del complot que cuarenta judíos tramaron para asesinar a Pablo, y que el muchacho delató al tribuno romano, el cual decidió enviar a Pablo de noche a Cesarea, salvándole de esa manera la vida (Hch 23:12-35). La Providencia cuidaba la vida de Pablo, porque él tenía todavía, en esa etapa avanzada de su vida, mucha obra que llevar a cabo para Él.
No se sabe cómo la familia de Pablo adquirió el derecho a la ciudadanía romana (Hch 22:28), pues no era automáticamente concedida a todos los nacidos en Tarso, pero es indicativo de que su familia gozaba de buena posición económica (5). Ser ciudadano romano traía consigo gozar de una serie de útiles privilegios, que incluían el derecho a un juicio público en caso de ser acusado de algún crimen; ser exceptuado de las formas más ignominiosas de castigo (como ser azotado, aunque él en la práctica sí lo fue varias veces por los judíos); y no poder ser ejecutado en forma sumaria.
Gozar de la ciudadanía romana le trajo a Pablo, en efecto, enormes beneficios. Por de pronto, le sirvió para protestar por el hecho de que hubiera sido encarcelado y azotado en Filipos sin haber sido sometido a juicio, y para que los magistrados lo liberaran al día siguiente de prisa y asustados por las posibles consecuencias de su error (Hch 16:23, 35-39). Segundo, en el alboroto ocurrido en Jerusalén, causado por algunos que lo acusaron de haber introducido a gentiles en el templo (un hecho considerado sacrílego) al alegar su ciudadanía romana obtuvo que el tribuno le permitiera dirigirse al pueblo amotinado para defenderse (Hch 21:37-40). Tercero, lo libró de ser azotado cuando estaba a punto de serlo, al revelarle al centurión que él era ciudadano romano (Hch 22:22-29). Cuarto, ser ciudadano romano le aseguró que las autoridades romanas lo trataran con consideraciones durante su encarcelamiento a partir de ese momento, y que el tribuno lo protegiera del complot ya mencionado para asesinarlo que se tramaba contra él (Hch 23:12-35). Quinto, le permitió apelar al César cuando el gobernador Festo en Cesarea, para congraciarse con los judíos, estaba dispuesto a hacerlo juzgar por éstos en Jerusalén, lo que hubiera significado su muerte segura (Hch 25:1-12). Por último, permitió que él fuera enviado prisionero a Roma sin ser encadenado y que, haciendo escala en Sidón, pudiera visitar a unos amigos (Hch 27:3); y que, asimismo, llegado a la capital del imperio, gozara de lo que hoy llamamos “arresto domiciliario”, en vez de ser enviado a la cárcel como un reo cualquiera (Hch 28:16).
Una pregunta obvia que surge de estos relatos es: ¿Tomaban las autoridades romanas la sola palabra de Pablo como evidencia de que él fuera ciudadano sin que él llevara consigo un documento que lo probara? Cuando nació él fue inscrito en los registros de Tarso, y su padre debe haber recibido, según la costumbre, un certificado de la inscripción, tal como se hace hoy día(6). Pero ¿lo llevaba Pablo consigo? Probablemente no, porque corría peligro de perderlo con tanto viaje, y porque Lucas, siempre tan exacto, no lo menciona. Quisiera anotar que en esa época la palabra de las personas tenía un valor mucho mayor del que le acordamos nosotros. De otro lado, dado que en Tarso estaba el registro de su nacimiento, de haber dudado de su palabra, las autoridades hubieran podido mandar verificar su aserto. Puesto que alegar ser ciudadano romano sin serlo era considerado una grave ofensa bajo las leyes del imperio, sus interlocutores sabían que él difícilmente se atrevería a pretender poseer esa condición si no era verdad.
Como todos los jóvenes israelitas de su tiempo, aun de fortuna, él aprendió temprano un oficio para que pudiera ganarse la vida con sus manos en caso de necesidad, según el dicho rabínico: “El que no enseña a su hijo a trabajar le enseña a robar.” Sabemos que eso le fue muy útil en más de una oportunidad, porque en varias instancias de su vida él se mantuvo a sí mismo y a sus colaboradores con su oficio de fabricante de tiendas, algo de lo que alguna vez él se jacta (Hch 20.34), porque él no quería ser una carga para las iglesias (1Ts 2:9; 1Cor 4:12a). El libro de los Hechos relata que cuando él llegó a Corinto viniendo de Atenas, se encontró con los esposos Aquila y Priscila –judíos convertidos al cristianismo- y que trabajó con ellos durante algún tiempo, porque eran del mismo oficio (Hch 18:2,3).
Era natural que él hubiera aprendido ese oficio porque las tiendas de campaña, que nosotros llamaríamos carpas, en las que los israelitas vivieron durante su peregrinaje en el desierto, y que eran entonces muy usadas en el Oriente por los viajeros, -y siguen siéndolo todavía por los beduinos contemporáneos- eran fabricadas con un fieltro áspero de pelos de cabra, no tejidos sino comprimidos, por el que se hizo famosa la provincia de Cilicia, al punto que se le llamaba “cilicio”. Esta palabra nos es conocida por ambos testamentos, porque esa tela tosca y áspera era usada junto con la ceniza como manifestación de duelo, de arrepentimiento, o de intensa oración (1R21:27; Dn 9:3; Lc 10:13; Mt 11:21), y ha pasado a nuestro idioma como símbolo de penitencia.
Habiendo nacido en una ciudad cosmopolita como Tarso, que era un centro afamado de estudios de la filosofía griega, cabe preguntarse ¿cuánto de esa influencia recibió él antes de ir a Jerusalén a estudiar bajo Gamaliel? No sabemos porque ignoramos a qué edad fue enviado a Jerusalén. Él mismo dice: “Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres…” (Hch 22:3). Es posible que el ambiente judío estricto de su familia piadosa lo aislara de la influencia de la filosofía dominante en su ciudad natal, cuyos escritos principales él no parece haber leído. Como todo niño judío, él debe haber asistido a partir de los 5 ó 6 años de edad a la escuela adosada a la sinagoga para memorizar las Escrituras, y debe haber sido admitido como alumno en la escuela de Gamaliel, según la costumbre, en la adolescencia, alrededor de los 13 años. La frase “criado en esta ciudad” hace pensar que él pudo haber sido enviado a Jerusalén incluso de niño, donde su hermana pudo haber cuidado de él. También es cierto, de otro lado, que sus escritos muestran cierta familiaridad con la cultura y las costumbres griegas, pero él puede haberla adquirido simplemente por el hecho de vivir en territorios empapados de esa cultura.
En todo caso, por lo que se refiere a su celo por estudiar bajo un maestro tan ilustre como Gamaliel, él mismo declara: “En el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres.” (Gal 1:14).
Esas palabras suyas revelan uno de los rasgos de su carácter: él tendía a los extremos y se esforzaba al máximo en todo lo que hacía, casi (o sin casi) como un fanático. Ese puede haber sido uno de los rasgos de su personalidad por los cuales Dios lo escogió para llevar a cabo una misión tan excepcional y arriesgada, y que exigía tantos esfuerzos, como la que le encomendara.
No es pues extraño que él aprobara la lapidación de Esteban ("Saulo consentía en su muerte.” dice Hch 8:1), guardando la ropa que se quitaron los testigos para arrojar los pedrones (Hch 7:58).
Inmediatamente después del martirio de Esteban se desató en Jerusalén una fuerte persecución contra los “nazarenos” -como se les llamaba entonces a los seguidores de Jesús- que hizo que muchos de ellos huyeran a otras ciudades para salvar la vida (Hch 8:12).
Pablo empezó a participar en esa persecución: “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y mujeres y los entregaba en la cárcel.” (Hch 8:3). Él parece haber sido uno de los principales promotores, si no el principal, de esta persecución, lo cual hacía provisto de los necesarios poderes emitidos por las autoridades del templo: “Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret, lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron yo di mi voto. (¿Se refiere esto a la ejecución de Esteban, o incluye otras? Yo me inclino por lo primero). Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras.” (Hch 26:9-11). Este es un aspecto de su vida que él después se reprochaba amargamente, pues lo menciona avergonzado en más de una ocasión (Hch 22:20; 1Cor 15:9; Gal 1:13; Flp 3:6).
Notas:
1. Tarso, situada en la provincia romana de Cilicia, en el sudeste de Anatolia (la Turquía moderna) era un importante centro comercial y académico. Pablo se refiere a ella como “ciudad no insignificante” (Hch 21:39). La ciudad debía su riqueza a su ubicación geográfica estratégica y a la fertilidad de la llanura que la rodeaba, donde se cultivaba el lino con el que se tejía una tela muy apreciada. Por los restos arqueológicos excavados, debe haber llegado a tener en su apogeo, en el siglo tercero, como medio millón de habitantes. Gracias al prestigio de los filósofos que allí enseñaban Tarso sólo cedía en importancia cultural a Atenas y Alejandría. Cicerón residió en la ciudad los años 50-51 AC como procónsul de la provincia de Cilicia. Julio César la visitó el año 47 AC. El año 41 AC tuvo lugar en Tarso el famoso encuentro entre Marco Antonio y Cleopatra.
2. Pronunciado Shaúl; Saulos en griego, que traducimos como Saulo. Su cognomen romano era Paullus)
3. La palabra “fariseo” (que deriva probablemente del hebreo parush, es decir, separado) aparece por primera vez en “Las Antigüedades de los Judíos” del historiador Flavio Josefo, en conexión con el macabeo Jonatán. Es posible que sus antecesores fueran los “asideos” (hassidim , los leales), grupo de hombres muy celosos de la ley, surgido durante la rebelión macabea, que se dejaron matar sin defenderse un sábado, para no violar el descanso sabático (1Mac 2:42). Triunfada la rebelión, los fariseos se opusieron a que el macabeo Juan Hircano (134-104 AC), que era uno de ellos, asumiera a la vez el título de rey y el de sumo sacerdote, por lo que Hircano se pasó al bando rival de los saduceos.
El conflicto con la dinastía asmonea se agudizó cuando el hijo de Juan Hircano, Alejandro Janeo (103-76 AC), trató de exterminar a sus adversarios, haciendo crucificar a ochocientos de ellos. Sin embargo, según Josefo, en su lecho de muerte él aconsejó a su esposa Alejandra Salomé (76-67 AC) que gobernase junto con ellos. Por ese motivo los fariseos tuvieron mucha influencia durante el gobierno de esa reina, llegando a tener una posición dominante en el Sanedrín, que todavía conservaban en vida de Jesús. Al ser conquistada Palestina por los romanos el año 63 AC, ellos se retiraron de la política para asumir el papel de líderes espirituales del pueblo. No obstante, sufrieron bastante durante el largo reinado de Herodes el Grande (37-4 AC) a quien, por no ser judío sino idumeo, consideraban un usurpador.
Entre tanto, en la segunda mitad del primer siglo AC, surgieron entre los fariseos dos escuelas rivales, lideradas una por el rigorista Shammaí, que era de origen aristocrático; y la otra por Hillel, más liberal, que era de origen plebeyo. Parece que la escuela de Shammaí era la dominante en vida de Jesús, pero después de la destrucción del templo el año 70 DC, los hillelistas asumieron el liderazgo. Bajo la conducción de Johanan ben Zakai ellos desempeñaron un papel muy importante en la reconstrucción del judaísmo en la academia de Yavné, contando con la protección de los romanos.
Los fariseos creían en la inmortalidad del alma, en la resurrección de los muertos, en las recompensas y castigos futuros, y en los ángeles, cosas que los saduceos negaban. Sostenían que la ley de Moisés (la Torá) debía ser interpretada adaptándola a las cambiantes circunstancias de los tiempos. De ahí surgieron las tradiciones de interpretación oral de la ley escrita que llegaron a tener tanta validez para ellos como la misma ley de Moisés, concepción que Jesús les reprochó severamente, porque anteponía la palabra humana a la palabra de Dios (Véase Mt 15:4-6). Daban gran importancia a las normas de la pureza ritual, que según la Ley eran sólo aplicables a los sacerdotes, pero que ellos hicieron extensivas a todos -de donde la exigencia del lavamiento de las manos antes de comer, y de la vajilla, que Jesús también les recrimina (Mt 23:25). Eran también muy exigentes en cuanto al cumplimiento estricto del descanso sabático, para el cual desarrollaron un gran número de normas puntillosas difíciles de cumplir. Ponían gran énfasis en la exactitud del pago del diezmo, en particular de los productos del campo, al punto de que se negaban a comprar alimentos de vendedores no fariseos, y hasta eran renuentes a aceptar invitaciones a comer de los que no fueran fariseos, por temor de que no se hubiera pagado el diezmo debido sobre los alimentos. Se recordará que Jesús les echa en cara que pagaran el diezmo de la menta y del comino, pero que descuidaran “lo más importantes de la ley: la justicia, la misericordia y la fe.” (Mt 23:23). Pese al legalismo excesivo en que habían caído, que se prestaba a mucha hipocresía, había entre ellos algunos hombres justos, como el citado Gamaliel (Véase la Nota siguiente) y Nicodemo. Es muy posible que José de Arimatea fuera también fariseo. Buen número de ellos creyeron en Jesús después de Pentecostés (Hch 15:5).
4. Gamaliel, llamado “el Anciano”, nieto de Hillel según la tradición, gozaba de tanto prestigio que recibió el título de Rambbán (nuestro maestro), en vez de Rabí (mi maestro). Él fue quien intercedió a favor de Pedro y los demás apóstoles cuando fueron llevados ante el Sanedrín (Hch 5:34-39). Mostró una actitud compasiva en el establecimiento de muchas reglas que él propició (para proteger a la mujer en el caso de divorcio, o sobre el trato caritativo que debía dispensarse a los no judíos, por ejemplo). Fundó una dinastía de rabinos que presidió el Sanedrín hasta comienzos del siglo II.
5. Según algunos autores el año 171 AC, con el fin de estimular el comercio en Tarso, se ofreció la ciudadanía romana a los judíos que se establecieran en esa ciudad, y uno de los antepasados de Pablo habría estado en el grupo de los que aceptaron esa oferta.
6. La Escritura no menciona este hecho, pero se deduce de la legislación vigente entonces.

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