martes, 27 de enero de 2009

SIMEÓN II

En el 2do capítulo del Evangelio de Lucas se dice que después de haber tomado al niño en sus brazos Simeón bendijo a Dios, diciendo:

“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; ” (vers.29), (Nota 1) que es como si dijera: “Ahora puedo morir en paz , porque has cumplido tu promesa.”

Cuando hemos alcanzado las metas y propósitos que Dios nos ha inspirado, podemos despedirnos de la vida en paz con nosotros mismos y con Dios, porque hemos llevado una vida de realización personal en la que se han cumplido nuestros sueños y deseos.

¡Pero qué triste debe ser morir sin haber logrado nuestras metas, cuando hemos fracasado! ¡Qué triste debe ser morir, como les ocurre a muchos, habiendo vistos todos sus sueños y propósitos frustrados! ¡Qué triste debe ser morir en derrota!

Hay algunos hombres y mujeres buenos a quienes eso les ocurre. Dios lo permite porque les tiene reservado un triunfo mayor en el cielo. ¿Pero quiénes son los que mueren siempre viendo sus propósitos frustrados y, lo que es peor, sin una compensación en el más allá? Los malos, porque, aunque parezca que triunfaron, al final Dios no permite que alcancen sus objetivos. Y si alguna vez parece que ya alcanzan la victoria, Dios se las arrebata al último momento y les reserva un final trágico.

O si de hecho ocurre que algunos llegan a alcanzar sus metas perversas, lo hacen atormentados por la enfermedad, o por los remordimientos, o en medio de tragedias familiares.

Los periódicos y revistas hablan con frecuencia de los éxitos de personas que viven en pecado y que se vuelven famosos. Muchos de ellos son artistas de la farándula, del cine o la TV. Ellos hacen mucho mal porque con frecuencia sus vidas desordenadas constituyen un mal ejemplo que muchos jóvenes anhelan imitar. Pero el público no sabe cómo terminan sus vidas esas personas, porque lo medios no hablan de ellos cuando se han retirado de las candilejas y ya no los alumbran los reflectores de la fama. Los medios hablan de sus triunfos, pero rara vez de sus fracasos, salvo cuando tienen muertes trágicas, porque los fracasos no se venden bien.

Cuando dejan de ser famosos ¿quién se entera de cuánto han sufrido en la oscuridad y de cómo han pagado el mal que hicieron? Y si, para desgracia suya, no se arrepintieron, lo van a seguir pagando por toda la eternidad.
Hay una recompensa para el bueno y hay un castigo para el malo, porque “Dios paga a cada cual según sus obras.” (Que cada cual busque por sí mismo las referencias) No hay frase en todas las Escrituras que se repita con más frecuencia que ésa. Así que tengamos cuidado con lo que hacemos, porque vamos a recoger el fruto, aquí en esta vida, o en la otra, de todos nuestros actos, de todas nuestras palabras, de todos nuestros pensamientos. La Escritura dice que “lo que el hombre sembrare eso también cosechará.” (Gal 6:7).

“Porque han visto mis ojos tu salvación,” (v 30). Lo que él tanto ansiaba ver antes de morir se ha cumplido, porque en ese niño que tiene en brazos él ve la salvación de su pueblo. ¿Cómo pudo verla si es apenas una criatura? Porque él vio por la fe que en ese niño se cumplirían todas las profecías y promesas que Dios había dado a su pueblo (2).

En ese niño él vio la salvación de Israel. Detengámonos un momento en ese idea: la salvación es ante todo una persona, el Salvador, no acontecimientos, porque en Él se cumpliría todo lo que Dios había predicho y preparado; todo lo que Dios se proponía hacer, no sólo con el pueblo elegido sino con el mundo entero.

Simeón no sabe cómo se cumplirían esas profecías, porque nadie puede adivinar cómo Dios hace las cosas. Pero él supo que en ese niño, una vez llegado a adulto, se cumplirían.

Una vez más, como hemos dicho antes, la fe nos permite ver cosas que nadie puede ver con los ojos naturales. Nos permite ver la realización de nuestros sueños. La fe es como un larga vista especial de rayos ultrarojos, que nos permite ver el futuro y penetrar en el mundo espiritual.

Y sigue cantando Simeón: “La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;” (v. 31).

¡Un momento! ¿Cuánta gente estaba ahí presente oyendo lo que Simeón decía? Un puñado de personas. ¿Cómo puede decir entonces: “en presencia de todos los pueblos”? ¿Acaso cuando Jesús nació su nacimiento fue anunciado por los periódicos con grandes titulares: “¡Ha nacido el Salvador!”? No había periódicos en ese tiempo. ¿Pero acaso fue anunciado su nacimiento por los medios que había entonces y que los reyes usaban? ¿Por heraldos que iban con una comitiva a caballo de ciudad en ciudad, precedidos por el resonar de trompetas, proclamando la gran noticia?
¿Cómo nació Jesús? Desconocido por todos. Oculto en una cueva. Sólo se enteraron del acontecimiento unos pastorcillos despreciados, que, eso sí, fueron avisados por una legión de ángeles. ¡Qué honor para esos humildes pastores!

Sin embargo, Siméon dice: “En presencia de todos los pueblos.” Esa es en realidad una profecía que tendría un glorioso cumplimiento futuro, porque la obra de Jesús ha llegado a ser conocida en todo el orbe. No hay personaje de la historia que sea más conocido que Jesús. Hasta los paganos saben de Él. Los cristianos lo aman; otros lo odian, pero todos han oído hablar de Él. No hay nadie que no haya oído el nombre de Jesús, como se dice en Hechos que el Evangelio sería predicado “hasta los confines de la tierra.” (1:8). A lo máximo habrá quizá alguna tribu perdida de la selva a la que aún el nombre de Jesús no haya llegado.

Y al final, como dice la Escritura: “Todo ojo lo verá.” (Ap 1:7), cuando vuelva en las nubes y aparezca su señal en el cielo (Mt 24), para regocijo de unos y lamento de otros.

Simeón continúa su canto: “Luz para revelación de los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.” (v. 32)

La primera frase es una profecía de Isaías que ha tenido un cumplimiento maravilloso (Is 42:6; 49:6; 60:3). La obra de Jesús como Salvador estaba dirigida no sólo a los judíos, como ellos pensaban, sino que Él vino a salvar a todos los pueblos de la tierra.

¿Qué había dicho Jesús de sí mismo? “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Jn 8:12)

El sería luz del mundo, no de un solo pueblo. Pero si bien es cierto que su luz alcanzaría a todos las naciones de la tierra y las iluminaría quitándoles el velo que cubría sus ojos, eso que no quita que Él haya dado gloria a su pueblo más que ningún otro hijo de Israel, porque no ha habido un judío más famoso y más conocido en el mundo entero que Jesús. Aun los mismos judíos que antes lo rechazaban lo reconocen. Y aunque no vean en Él al Mesías, han empezado a admirarlo. Hay en la intelectualidad judía contemporánea un movimiento para reclamar a Jesús para sí como judío. No dicen que Él fuera el Salvador que esperaban, y menos que fuera el Hijo de Dios, pero sí afirman algunos que fue un gran profeta, o un gran maestro, un gran rabí.

“Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de Él.” (v. 33).
¿Podemos imaginar lo sorprendidos que estarían sus padres al oír lo que se decía de su hijo? Claro está que ellos sabían muy bien que su Hijo era alguien de extraordinario desde el momento en que el ángel le anunció a María que daría a luz un hijo, y por forma sobrenatural, sin intervención de varón, como había sido concebido.

José recordaba muy bien cómo un ángel se le había aparecido en sueños y le había dicho: “No temas recibir a María como mujer en tu casa, porque lo que en ella es engendrado es obra del Espíritu Santo.” (Mt 1:20). Con todo, lo que Simeón decía de su Hijo no podía menos que maravillarlos y llenarlos, por un lado, de satisfacción, pero también quizá de cierto temor, por la enorme responsabilidad que descansaba sobre sus hombros.

Entonces Simeón los bendice de nuevo a ambos …pero fíjense ¡qué curioso!, se dirige a su madre para decirle algo. ¿Por qué no se dirige a José, que era su padre, como sería natural? Después de todo, el padre es responsable de su hijo. ¿Por qué se dirige a la madre? ¿Acaso las madres tienen corona?

Sí, en efecto, para Dios las madres tienen una corona. Es verdad. Pero Simeón no se dirige a la madre del niño por ese motivo, sino porque la madre tiene una relación íntima con el hijo que ha llevado nueve meses en el seno. Ella es la que puede entender mejor ciertas cosas. Nosotros los hombres somos un poco duros de entendimiento para ciertas cosas espirituales que las madres entienden mejor.

Por eso Simeón se dirige a ella. Pero también porque tiene algo que decirle que le concierne a ella en particular.

Lo que profetiza Simeón tiene un tinte trágico: “He aquí éste será puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha.” Cuando Él empiece su vida pública sus acciones y sus palabras harán que muchos se levanten y muchos caigan en Israel.

¿Quiénes son los que serían levantados? Los que crean en Él, los que lo reciban como Mesías, -que serían en su mayoría humildes-; los que pongan su confianza en Él. ¿Y quiénes son los que caerían? Los que no crean en Él sino que lo rechacen, -que serían en su mayoría los poderosos de la tierra.

Jesús diría más tarde: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” (Mt 5:3). Y también: “Los últimos serán los primeros y los primeros, últimos.” (Mt 10:31).

Simeón continúa diciendo: “Y para señal que será contradicha.” Es decir, que Él seria un signo de contradicción.

Sobre este punto Jesús dijo una vez. “Yo no he venido para traer paz sino espada.” (Lc 12:5). Sorprendente en alguien que había dicho: “La paz os dejo, mi paz os doy.” (Jn 14:27). Pero lo que él quiso decir en Lucas es que su predicación sería motivo de discusión y de división en el seno de las familias y en los pueblos; que unos estarían a favor suyo, y que otros estarían en contra. Unos lo tendrían como maestro, pero otros como un peligro para la sociedad judía, y éstos al final prevalecerían.

De ahí que Simeón añada: “Para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.” La contradicción que traería el ministerio público de Jesús haría que los pensamientos ocultos de muchos salgan a flote y se manifiesten, más allá de las bonitas palabras y de las sonrisas hipócritas. ¿Cómo se manifestarían? En sus palabras y en sus hechos. Porque habría quienes a pesar de las oposiciones le seguirían siendo fieles, así como habría otros que le darían la espalda, que terminarían odiándolo. Incluso habría uno que, habiéndolo seguido un tiempo como discípulo, lo traicionaría.

De ahí que Simeón le diga a María: “Y una espada atravesará tu alma,” porque ella vería cómo, pese a todo el bien que hacía su hijo, muchos se le opondrían, comenzarían a intrigar contra Él, lo apresarían, lo juzgarían, lo condenarían injustamente y lo crucificarían. Esa sería la espada que traspasaría su alma.

No hay madre que no se alegre por los triunfos y logros de sus hijos. Y ella debe haberse alegrado mucho al ver la respuesta favorable y el entusiasmo que la prédica de su Hijo suscitaba en muchos y cómo lo respaldaban. Pero ¿qué madre no se angustia y sufre cuando ve que todo lo bueno que hace su hijo es ocasión de que lo ataquen? Eso fue lo que vio ella y debe haberle dolido mucho.

Cuando el Evangelio es predicado a las naciones en nuestros días, en verdad los pensamientos ocultos de los que escuchan se manifiestan, porque la forma como responden a la predicación revela lo que tienen dentro. Unos responden con fe, otros responden con indiferencia , o ridiculizándolo, incluso algunos oponiéndose activamente. ¿De qué depende cómo reaccionen?

Del estado y de las intenciones de su corazón. Muchos, si no todos, viven en pecado, como era nuestro caso, pero algunos se sienten mal por ello, mientras que otros, endurecidos, se sienten a gusto o hasta se jactan de sus iniquidades.

Cuando la palabra humana, ungida por el Espíritu Santo, llega a los oídos de unos y otros, aquellos cuyos corazones han sido preparados como tierra fértil por el sufrimiento y las pruebas, la reciben de buena gana y la hacen suya, porque la necesitan. Otros, en cambio, la rechazan porque tienen su corazón recubierto como por una caparazón impenetrable hecha de preconceptos, o de prejuicios o de soberbia, más dura que el acero. A muchos el éxito de que gozan en el mundo les da una suprema confianza en sí mismos. Ellos no necesitan de Dios.

Pero si Dios se compadece de ellos –y no sabemos porqué se compadece de algunos y de otros no- les envía pruebas y tribulaciones que quebranten la dureza de esa coraza y abran un resquicio por donde la luz puede penetrar.

Es una realidad de la vida, como lo ilustra la parábola del Hijo Pródigo, que el sufrimiento nos hace sabios. Mientras nos va bien no necesitamos de Dios. Lo rechazamos, como dice un salmo: “antes que fuera yo humillado, descarriado andaba, mas ahora guardo tu palabra.” (Sal 119:67).

¿No ha sido ése nuestro caso? Démosle pues gracias a Dios por lo que padecimos, porque fue el sufrimiento lo que nos hizo abrir los ojos y reconocer la realidad de nuestra miseria y comprender por fin cuánto necesitábamos de Él.

Notas: 1. Las palabras de Simeón del v. 29 al 32 constituyen un cántico, conocido en la liturgia tradicional como “Nunc dimitis” y que ha sido puesto en música por algunos compositores famosos.
2. El deseo de ver la salvación que Dios ha prometido es una constante de los salmos (50:14; 84:8; 119:81,123,166,174), y de Isaías, lo que muestra que la piedad de Simeón tenía sus raíces en la mejor tradición de su pueblo.

NB. Este artículo y el precedente están basados en una charla dada en una reunión de la “Edad de Oro”, de la CC “Agua Viva”, el 14 de enero pasado.

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martes, 20 de enero de 2009

SIMEÓN I

SIMEÓN I

Hoy vamos a hablar de un personaje muy simpático que figura en un conmovedor episodio del 2do. capítulo del Evangelio de San Lucas, y que se llama Simeón.


Simeón es un nombre de alcurnia, si se quiere, en el Antiguo Testamento, para comenzar, porque uno de los hijos de Jacob se llamaba así, y porque varios personajes ilustres de la historia del pueblo hebreo llevaron ese nombre. Ése era el nombre de pila, como bien sabemos del apóstol Pedro, porque Simón es la forma griega de Simeón.


Simeón quiere decir en hebreo: “el que ha sido escuchado”. Y realmente como veremos enseguida, nuestro personaje de hoy fue escuchado por Dios y de una manera maravillosa.


Pero leamos antes que nada lo que nos dice el Evangelio. El episodio que narra Lucas ocurre justo cuando José y María, en obediencia a la ley de Moisés, van a presentar a su hijo primogénito en el templo y a hacer la ofrenda prescrita por la ley.


“Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor (Nota 1). Y movido por el Espíritu, vino al templo al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios” (Lc 2:25-28)


Lo primero que se dice ahí es que Simeón era un hombre justo y piadoso. ¿Qué quiere decir que era justo? (2).


En el NT al varón de Dios se le llama “creyente” (cuyo contrario es “incrédulo”), porque lo que lo caracteriza es la fe. En el AT, se le llama “justo” (cuyo contrario es “injusto”) porque lo que lo caracteriza es la forma como vive, su conducta, sus obras. Eso no quiere decir que, en el caso del creyente, las obras no cuenten, ni que, en el caso del justo, la fe no sea importante, sino que en uno u otro las obras o la fe no son lo primordial.


Justo es pues el hombre (o la mujer) que trata de conformar su vida en todo a lo que prescribe la ley de Dios, el que trata de vivir en obediencia a su palabra. Pero no se trata de una justicia exterior, consistente sólo en actos visibles –como en el caso del fariseo- sino una que brota de la rectitud del corazón. Como dice el Salmo 32: “Bienvaventurado el hombre…en cuyo espíritu no hay engaño.” (v. 1). Esto es, se trata de una virtud interior que se manifiesta exteriormente en la vida diaria.


Dice además que era “piadoso”. Así se llama a toda persona que busca a Dios de todo corazón. Dios ha prometido en su palabra que el que lo busque de esa manera lo hallará, como dice el profeta Jeremías: “Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo corazón.” (Jr 29:13). Jesús dijo también: “Buscad y hallaréis…porque todo el que busca halla.” (Mt 7:8).


Dicho de otra manera, piadoso es el hombre cuyo corazón está dirigido ante todo hacia su Creador, y cuya vida y pensamientos están dominados por su amor a Él.


Todos nosotros necesitamos buscar a Dios si queremos que Él nos dé una nueva revelación para nuestra vida, una nueva revelación de su Ser, aquella revelación que necesitamos para fortalecer nuestro ser interior.


Dios quiere que nosotros lo busquemos asiduamente, como dice el Salmo 27: “Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Señor; no escondas tu rostro de mí.” (ver. 8,9).


Dice Lucas además que Simeón esperaba la consolación de Israel. ¿Qué quiere decir eso? Que él esperaba la aparición del Mesías de su pueblo. El la esperaba ardientemente. Todas las energías de su ser estaban concentradas en la expectativa de la venida del Mesías que vendría a consolar a su pueblo de todas las amarguras por las que había pasado y aún pasaba, y para darle una nueva vida como nación (3).


Esperaba la venida del Mesías porque Dios lo había prometido en su palabra. Para él lo que Dios había dicho era algo concreto, real, tangible.


El que ama a Dios confía en sus promesas, porque sabe que Dios es fiel. Para Simeón esa no era una esperanza vaga. El sabía que el Mesías iba a venir y no dudaba en lo más mínimo de ello.


Y porque él lo esperaba de esa manera, el Espíritu le había revelado que él no moriría sin haber visto al Ungido de Dios. Que Dios le hiciera una promesa semejante era una gracia extraordinaria, que muestra hasta qué punto Dios amaba a ese hombre que tanto lo amaba.


¿Saben ustedes que Dios responde a nuestras oraciones en la medida de nuestro amor por Él? Jesús dijo que el Padre le concedía todo lo que él le pedía. ¿Por qué estaba seguro? Porque Dios había dicho: “Este es mi hijo amado en quien tengo mi complacencia” Si tú vives y buscas a Dios de tal manera que Él se complazca en ti, puedes estar seguro de que Él te concederá todo lo que le pidas. Como dice un salmo: “Le has concedido el deseo de su corazón y no le negaste la petición de sus labios.” (Sal 21:2).


Y yo pregunto ¿cuántos de los que están aquí esperan ver con sus propios ojos al Señor Jesús en su segunda venida, como está prometido? Si esperas su venida ardientemente como esperaba Simeón, es posible que el Señor te conceda verlo, que prolongue tu vida todo el tiempo que sea necesario para que llegues a ver a Jesús aparecer en el cielo.


Yo, al menos, espero ver con mis propios ojos al Señor venir en las nubes, tal como los ángeles dijeron que vendría, a los apóstoles que lo habían visto ascender al cielo. (Hch 1:11).


Lucas dice que el Espíritu Santo estaba sobre Simeón. Cuando el ES está sobre una persona el Espíritu actúa en ella y a través de ella; el ES la cuida, la guía, la consuela, la unge, le revela cosas.


Cuando el ES está sobre una persona el Espíritu le habla: “Haz esto”, o “no lo hagas”. “Anda a tal parte”. “Dile esto a esta persona”. O sentimos el impulso de orar por alguien justo en el momento en que esa persona está pasando por una situación difícil y necesita que se ore por ella. ¿Quién podría ser el que nos inspire eso?

¿Pero cómo va a hablarnos el Espíritu si no vivimos en comunión con Él? Si no vivimos en esa comunión Él quizá pueda hablarnos, pero no escucharemos nada porque tendremos los oídos espirituales tapados como con cera.


O porque las cosas del mundo que absorben nuestra atención interfieren con la voz de Dios como la estática en una comunicación radial.


Recordemos que Jesús comenzó su predicación en la sinagoga de Nazaret citando el pasaje de Isaías que empieza así: “El espíritu del Señor está sobre mí por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres.” (Lc 4 : Is 61).


Aunque Él era Dios Él no hizo nada antes que el Espíritu Santo viniera sobre Él cuando fue bautizado por Juan en el Jordán.


Dice el texto que Simeón fue movido por el ES para ir al templo, ¡qué curioso! justo cuando José y María se encontraban allí para presentar a su Hijo. ¡Con cuánta razón se dice que Dios es el Señor de las coincidencias! Claro está que ésa es una manera de hablar. No es que se trate de coincidencias, sino que Dios tiene todas las cosas bajo su control, y Él ha previsto el tiempo preciso para cada acontecimiento.


Simeón sintió que el Espíritu Santo lo impulsaba a ir al templo y él obedeció a ese impulso inmediatamente. ¿Pero qué hubiera pasado si él se hubiera dicho: “No, hoy estoy muy cansado. Mañana iré. Total, el templo no se va a mover de su sitio”? ¿O si tan sólo se hubiera demorado una hora y no hubiera ido inmediatamente?

Hubiera perdido la oportunidad que Dios le concedía de ver al Mesías como él deseaba tanto. El deseo más ardiente de toda su vida se habría visto frustrado. ¡Qué importante es no sólo obedecer a Dios, sino obedecerlo en el momento en que Él nos habla! ¡Cuántas bendiciones nos habremos perdido porque no obedecimos al momento! ¡Porque nos demoramos o fuimos lentos!


Si él no hubiera obedecido inmediatamente esta página del evangelio de Lucas no habría sido escrita. No sólo eso, sino que por más santo y bueno que él hubiera sido, su nombre no figuraría en el Evangelio, y yo no estaría en este momento hablándoles acerca de él. ¡Miren lo que se hubieran perdido! ¡Gracias Simeón por tu obediencia fiel!


Cuando él vio a los padres de Jesús reconoció que ese bebé recién nacido que su madre llevaba en sus brazos era el futuro Salvador de Israel.


No vio a un adulto con aspecto de guerrero poderoso. Tampoco vio a un profeta de verbo fogoso. No vio a un adolescente que llevara la marca del llamado de Dios. ¡No! ¡Vio a un bebe que no podía hablar, y que tenía que ser cargado!


Y supo ¡Ése es!


¿Quién puede ver en un bebé recién nacido a un héroe? Porque era un héroe lo que los judíos piadosos esperaban. Un líder político y militar que condujera los ejércitos de Israel a la victoria y venciera a las legiones romanas y restableciera el trono de David. Esa era la concepción que ellos tenían del Mesías, olvidando lo que Isaías había profetizado acerca de Él: “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo que humeare.” (Is 42:3). Y por eso fue que muchos no quisieron reconocer en Jesús al Salvador de Israel. No se ajustaba a sus preconcepciones.


Como dice el Evangelio de Juan. “Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron.” (1:11)

Pero Simeón sí reconoció en esa pequeña criatura al Mesías esperado. Él vio en ese bebé la semilla del futuro. El vio en el grano de mostaza el arbusto frondoso en cuyas ramas algún día se posarían las aves del campo. El lo vio con los ojos de la fe.


La fe nos permite ver lo que aún no existe. Nos permite ver el edificio soñado cuando aún no se tienen los planos ni se ha comprado el terreno. La fe nos permite ver lo que deseamos cuando parece imposible, y las dificultades arrecian.


Nos permite ver la victoria cuando hemos sido derrotados; el triunfo final después de la batalla perdida.


La fe nos permite ver lo que los ojos de la carne no pueden ver.


Entonces, dice el texto, Simeón tomó al niño en sus brazos. ¿Permiten los padres que un extraño tome en sus brazos a su hijo recién nacido? De ninguna manera. Lo cuidan como un tesoro y no permiten que nadie lo toque.

Pero ellos le permitieron hacerlo porque reconocieron que Simeón era un varón de Dios. Había algo en él que permitía adivinar que él era un hombre justo y piadoso, y que les inspiraba confianza, como para dejar que por un momento cargara a su hijo.


¿De qué depende que la gente vea en uno ese algo indefinible que inspire confianza? De la vida que uno ha llevado en el pasado, porque todo lo que hemos hecho de una manera consistente y habitual deja su marca en nuestro aspecto y, sobre todo, en nuestro rostro.


Nuestro carácter está reflejado en nuestra cara y en nuestros ojos. Por algo se dice que los ojos son las ventanas del alma. Dejan ver lo que está dentro.


¡Aprendamos a “leer” el rostro y la mirada de la gente, y nos libraremos de muchas sorpresas desagradables!


Cuando él lo tomó en sus brazos, ¡Oh, qué dicha maravillosa! ¡Tener en sus brazos al Mesías! ¿Qué fue lo que hizo él? Dio gracias a Dios, lo bendijo. Eso es lo que el hombre piadoso hace cuando le sucede algo bueno. Se alegra, claro está, pero primero le agradece a Dios.


Eso debemos hacer todos, cualesquiera que sean las circunstancias y las cosas que nos sucedan. Por algo escribió Pablo: “Dad gracias a Dios en todo”. (1 Tes 5:18). No sólo en lo bueno. También en lo malo.


Dar gracias a Dios también en lo malo es reconocer que todo está bajo su control y que nada sucede sin que Él lo permita, y si lo permite, por algo bueno será: “A los que aman a Dios todas las cosas colaboran para bien.” (Rm 8:28).


Darle gracias a Dios aun en lo malo no es muestra de masoquismo, sino es una manifestación de nuestra fe en que detrás de lo que es momentánea o aparentemente malo, Dios nos prepara algo bueno. Dios premia la fe de los que contra viento y marea confían en Él para bien, y no para mal y no se desalientan por las contrariedades momentáneas. (Continuará).


Notas: 1. Bengel, comentarista del siglo XVIII, destaca el contraste que existe entre los dos usos del verbo “ver “ en este versículo: “ver” la muerte y “ver” al Mesías.

2. Díkaios en griego; Tsadiq en hebreo.

3. Véase al respecto Is 40:1; 51:3; 66:13.


Estimado lector: Si tú nunca has recibido al Señor mediante un acto voluntario y conciente de fe, te animo a hacerlo en este momento, diciendo con toda sinceridad una sencilla oración como la que sigue:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


NB. Este artículo y su continuación están basados en una charla dada en una reunión de la “Edad de Oro”, de la CC “Agua Viva”, el 14 de enero pasado.


Respondiendo al pedido de varias personas he puesto en mi blog (JOSEBELAUNDEM. BLOGSPOT.COM) un escrito en que expongo mi opinión acerca de lo que está sucediendo en la franja de Gaza.


Corrección: En el artículo “El Sentido de la Navidad” #555, Nota 1, punto 6) escribí: “Donde no había sinagoga, como en Atenas…”. Eso es un error que debo rectificar porque el texto dice que en Atenas había una sinagoga donde Pablo discutió con los judíos.


#558 (18.01.09) Depósito Legal #2004-5581.

sábado, 17 de enero de 2009

¿QUE PENSAR DE LO QUE ESTÁ SUCEDIENDO EN GAZA

Varias personas me han preguntado qué pienso acerca de lo que está ocurriendo en franja de Gaza, sin que tenga por ahora visos de acabar.

Quisiera para comenzar reproducir un artículo del periodista Gideon Levy aparecido pocos días después de iniciado el ataque, en el diario Haaretz de Jerusalén, pues expresa muy bien lo que la gente sensata de ese país piensa.



02-01-2009

FUERZA AÉREA ISRAELÍ, MATONES DE LOS CIELOS AZULES

Gideon Levy
Haaretz

En estos momentos nuestros mejores jóvenes están atacando Gaza. Buenos muchachos procedentes de buenas familias están haciendo cosas malas. La mayoría de ellos son elocuentes, impresionantes, rebosan confianza en sí mismos, a menudo se jactan incluso de albergar principios elevados, y el Sábado Negro docenas de ellos salieron a bombardear algunos de los objetivos de nuestro "campo de tiro" de la Franja de Gaza.
Salieron a bombardear la ceremonia de graduación de los jóvenes agentes de policía que habían conseguido hacerse con ese escasísimo bien en Gaza, un puesto de trabajo, y los masacraron por docenas. Bombardearon una mezquita, matando a cinco hermanas de la familia Balousha, la más joven de las cuales tenía cuatro años. Bombardearon un cuartel de policía hiriendo a una doctora que pasaba por allí. La doctora se encuentra ahora en estado vegetativo en el hospital de Shifa, que regurgita muertos y heridos. Bombardearon una universidad que en Israel llamamos la Rafael palestina, es decir, el equivalente del fabricante de armas israelí, y destruyeron los dormitorios de los estudiantes. Lanzaron centenares de bombas desde el cielo azul sin encontrar la más mínima resistencia.
En cuatro días mataron a 375 personas. Ni distinguieron ni tenían posibilidad de distinguir entre un oficial de Hamas y sus hijos, entre un policía de tráfico y un operador de lanzaderas de Kassams, entre un escondite de armas y una clínica, entre el primer y el segundo piso de un bloque de apartamentos densamente poblado con decenas de niños dentro. Según los informes, aproximadamente la mitad de los muertos han sido civiles inocentes. No nos estamos quejando de la puntería de los pilotos, las cosas no pueden ser de otra manera cuando el arma es un avión y el objetivo una diminuta franja donde se hacinan multitudes. Nuestros excelentes pilotos son ahora, efectivamente, matones. Igual que en los vuelos de entrenamiento lanzan sus bombas sin la más mínima molestia, sin tener delante a una fuerza aérea enemiga ni un sistema defensivo.
Es difícil juzgar lo que piensan, cómo se sienten. De todos modos, es poco probable que eso importe. A los pilotos se los mide por sus acciones. En cualquier caso, desde una altura de miles de pies la imagen se ve tan borrosa como la mancha de tinta de un test Rorschach. Se fija el objetivo, se pulsa el botón y surge una columna de humo negro. Otro "blanco alcanzado". Ningún piloto ve el efecto de sus acciones sobre el terreno. Seguramente tienen la cabeza llena de historias de horror de Gaza –un lugar en el que ellos jamás han puesto los pies-, como si no hubiera allí un millón y medio de personas que sólo anhelan vivir con un mínimo de honor, algunos de ellos tan jóvenes como ellos, con sueños de estudiar, trabajar y criar una familia, pero que no tienen la oportunidad de cumplir sus sueños, con o sin bombardeos.
¿Pensarán los pilotos en ellos, en los hijos de los refugiados cuyos padres y abuelos ya han sido expulsados de sus propias vidas? ¿Pensarán en las miles de personas que han dejado reducidas a un estado de discapacidad permanente en un territorio sin un solo hospital digno de ese nombre y que no dispone de ningún centro de rehabilitación? ¿Pensarán en el odio lacerante que están sembrando no sólo en Gaza sino también en otros rincones del mundo en medio de las horribles imágenes difundidas por la televisión?
No fueron los pilotos quienes decidieron ir a la guerra, pero ellos son los subcontratistas. La verdadera responsabilidad recae sobre los encargados de tomar las decisiones, pero los pilotos son sus socios. Al regresar a casa se les acogerá con todo el respeto y el honor que solemos reservarles. Con toda seguridad, no solamente no habrá nadie que trate de inducirles a una reflexión moral sino que además son considerados como los verdaderos héroes de esta maldita guerra. En sus partes diarios el portavoz del ejército israelí ya se está desmelenando con elogios el "magnífico trabajo" que están haciendo. Evidentemente, también él ignora por completo las imágenes de Gaza. Después de todo, estos pilotos no son sádicos agentes de la Policía de Fronteras que apalean a los árabes en las callejuelas de Nablús y en el centro de Hebrón, o crueles soldados de incógnito que matan a sangre fría a sus objetivos disparando sobre ellos a bocajarro. Estos, como hemos dicho, son lo más granado de nuestra juventud.
Tal vez si tuvieran que confrontar los resultados de su "magnífico trabajo" es posible que lamentaran sus decisiones y reconsideraran los efectos de sus acciones. Si solamente visitaran una vez el Pabellón de Pediatría y Rehabilitación Juvenil del hospital Alyn de Jerusalén, donde Marya Aman, de siete años, lleva casi tres años hospitalizada -es una niña cuadriplégica que gobierna su silla de ruedas y su vida con su mentón-, tal vez experimentaran algún remordimiento. Esta adorable niña fue alcanzada en Gaza por un misil israelí que mató a casi toda su familia. Cortesía de nuestros pilotos.
Pero todo queda bien oculto de la mirada de los pilotos. Ellos sólo se limitan a hacer su trabajo, como se suele decir, solo obedecen órdenes, como si fueran máquinas de bombardear. En los últimos días se han superado a sí mismos en su labor y los resultados están a la vista de todo el mundo. Gaza se lame sus heridas, igual que antes lo hiciera el Líbano, y casi nadie se detiene un instante para preguntar si todo esto es necesario o inevitable y si favorece en algo a la seguridad y a la imagen moral de Israel. ¿Están regresando nuestros pilotos a sus bases sanos y salvos, o están regresando en realidad transformados en personas despiadadas, crueles y ciegas?
Fuente: http://www.haaretz.com/hasen/objects/pages/PrintArticleEn.jhtml?itemNo=
1051317

El amor que muchos cristianos evangélicos (sobre todo en los EEUU) tienen por Israel los vuelve ciegos a las injusticias que el gobierno de ese país comete. Es una especie de idolatría a la que sacrifican no sólo su sentido de equidad sino hasta el más elemental sentido común.

Ellos creen que, por tratarse del pueblo elegido (elegido en el Antiguo Testamento, porque el pueblo elegido en el Nuevo Testamento somos nosotros los cristianos. Véase 1P 2:9; Gal 3:28,29; Rm 2:28,29) Dios aprueba todo lo que el estado moderno de Israel haga, sea bueno o malo según las normas morales que están en la Biblia, y con las que solemos calificar las acciones humanas.

Pero Dios no tiene dos conjuntos de normas y principios morales, uno aplicable a Israel y otro al resto de los mortales, esto es, a los gentiles, entre los que nos contamos nosotros los cristianos no judíos.

Las leyes de Dios se aplican a todos por igual, cristianos o judíos o paganos, porque Dios no hace acepción de personas. Y si hubiera una diferencia, las aplicables a los que por un motivo u otro están más cerca de Él, son más severas, porque al que mucho se le da mucho se le demanda. (Lc 12:48)

Los judíos no tienen patente de corso para hacer lo que quieran con su prójimo, aunque éstos sean árabes palestinos. Lo que es condenable en un no judío lo es igualmente en un judío. Los que creen que Dios no castigará a Israel por las injusticias que comete con sus hermanos árabes (hermanos porque unos y otros descienden de Abraham) deberían leer el AT. ¿Acaso no destruyó Dios a causa de sus pecados a las diez tribus del reino del Norte que fue conquistado por los asirios? ¿No usó Dios por el mismo motivo a Nabucodonosor para que destruyera el templo y la ciudad de Jerusalén y se llevara lo mejor del pueblo cautivo al exilio? El que quiera tener una idea de lo que piensa Dios acerca de los pecados de su pueblo que lea Jr 7:1-20.

Sería blasfemar de Dios pensar que Él aprueba lo que está haciendo la aviación y el ejército israelí en estos días en la sufrida Gaza, atacando a una población civil indefensa, derribando viviendas, bombardeando hospitales y atacando ambulancias, matando a centenares de personas inocentes, dejando niños huérfanos y a muchos hombres y mujeres lisiados de por vida.

Nosotros como cristianos tenemos en gran estima al pueblo y a la tierra de Israel, entre otros motivos, porque confiamos en que, después de muchos siglos de incredulidad, al final de los tiempos , como está profetizado, un remanente de ese pueblo que Dios suscitó para que de su seno naciera Jesús, lo reconocerá como Mesías y Salvador. Aunque la mayoría de ellos en nuestro tiempo no crean en Dios el pueblo judío es un testigo extraordinario de la presencia de Dios en la historia, y de la realidad de sus promesas, pues sin una intervención de lo alto hubiera sido imposible que un pueblo sin tierra, perseguido y expulsado de todas partes y despreciado durante siglos, se haya mantenido unido y no haya perdido su identidad.

Pero nosotros no podemos identificar al pueblo que es portador de las promesas de Dios con su gobierno de turno, porque éste es un fenómeno político transitorio, sujeto a los vaivenes de la lucha por el poder, como bien escribe el rabino Morris N. Ketzer en su libro “What is a Jew?” (libro que por lo demás recomiendo al que quiere tener en un volumen compacto lo esencial de las creencias y tradiciones de ese pueblo)-

Israel es ciertamente un país admirable desde muchos aspectos, como todos los que hemos estado ahí recientemente hemos podido ver. Es un país moderno que está a la vanguardia en muchos campos de la tecnología moderna. Es la única democracia verdadera de esa región, donde se respetan las libertades y se vive bajo el imperio de la constitución. Lo cual no quiere decir que sea una nación libre de injusticias y de discriminación, pues los judíos de origen oriental o norafricano (Mizrajis), de tez oscura, son desfavorecidos respecto de los judíos de origen europeo (Askenazim).

El Israel moderno es una sociedad atea, racionalista y sumamente etnocéntrica. La mayoría de su población está alejada de Dios. Sólo una pequeña minoría ortodoxa conserva la fe rabínica de sus mayores, si bien, debido al carácter fracturado de la política de ese país, ejerce gran influencia en la legislación. Por ello los judíos mesiánicos (cristianos) que emigran a Israel encuentran serios obstáculos burocráticos para obtener la ciudadanía que la constitución garantiza a toda persona nacida de una mujer judía.

Nuestra estima por Israel no debe llevarnos a aprobar todo lo que hace su gobierno actual, cuya torpe política lo llevó a convertirse en el gobierno más impopular que lo haya gobernado en sus 60 años de independencia. Se le ha echado en cara, creo yo con razón, que la ofensiva contra Gaza fue motivada por la necesidad que tenía la coalición gobernante de levantar sus bonos frente a las elecciones que se van a realizar en febrero. Y en efecto, han logrado su propósito pues su popularidad ha aumentado.

El hecho es, sin embargo, que al atacar Gaza, el gobierno de Israel ha caído en la trampa que le tendió el movimiento terrorista palestino Hamás. Este grupo extremista no busca defender a los palestinos. Lo que quieren es poder. Para ello necesitan víctimas para presentarse como defensores de la causa de su pueblo. Ahora están teniendo todas las víctimas que necesitan por cortesía del ejército israelí.

La dureza con que Israel ha respondido a las protestas palestinas y ha tratado a sus organizaciones en el pasado no le ha rendido buenos dividendos, sino lo contrario. Hamás surgió como consecuencia de la intransigencia de Israel con la OLP, que era relativamente moderada. Hizbulá, cuya potencia de fuego hizo fracasar la incursión israelí en el Líbano hace dos años, no existía cuando Sharon invadió el sur del Libano a inicios de la década del 80 causando centenares de víctimas. La actual ofensiva no ha aumentado el respaldo de la población palestina al presidente Abbas. Ha reforzado más bien la popularidad de Hamás.

La estrategia que sigue Israel –como nos explicaba el inteligente guía argentino-israelí que tuvo nuestro grupo en nuestra reciente gira a ese país- busca que sus vecinos les tengan no miedo, sino pánico, para que no se atrevan a meterse con ellos. Es una estrategia que puede ser eficaz a corto plazo, pero es trágicamente equivocada en el largo plazo porque, si bien es cierto que el temor paraliza, también engendra odio. Y el odio es una fuerza terriblemente destructora cuando estalla.

Al iniciarse la incursión en Gaza la mayoría de la población Israelí desaprobaba la acción de su gobierno. Hoy el 90% la aprueba. La población ha cerrado filas detrás de sus fuerzas armadas. El diario de oposición Haaretz ya no publica artículos como el de G. Levy que he reproducido arriba criticando al gobierno. Sin embargo, ha trascendido que de los tres miembros de la “troika” del Ejecutivo que tiene las decisiones en sus manos, el Ministro de Defensa, Ehud Barak, y la Ministra de Relaciones Exteriores, Zvi Livni, desean un alto al fuego, porque son concientes del enorme daño que estas acciones le están haciendo a la imagen de Israel en el exterior. Pero el Primer Ministro Ehud Olmert quiere continuar la ofensiva hasta las últimas consecuencias y evita convocar al Consejo de Ministros para ganar tiempo.

Último momento: Al terminar este escrito hoy sábado 17 a las 8 pm hace una hora que Israel ha declarado un cese de fuego unilateral en Gaza. Se trata de una cesación de hostilidades de parte israelí que no garantiza que Hamás no continúe disparando cohetes. Por es motivo es un cese de fuego sumamente frágil que puede ser roto en cualquier momento. Pero al menos traerá un poco de calma a la atribulada franja que abre la posibilidad de que los socorros humanitarios puedan llegar y ser distribuidos entre la población con más facilidad.

martes, 13 de enero de 2009

¿TÚ, QUIÉN ERES?

Un Comentario al Evangelio de Juan 1:19-24

“Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres? Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. Le dijeron: ¿Pues quién eres? Para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. Y los que habían sido enviados eran de los fariseos.”

Inmediatamente después del prólogo de su evangelio Juan nos presenta a Juan Bautista en plena actividad de su ministerio.

La forma que asume su narración implica que él da como supuesto que sus lectores sabían bien quién era este personaje, pues no da ninguna explicación acerca de él.
El evangelista Lucas, siendo un historiador acucioso, es quien hace la presentación más completa de Juan Bautista de que disponemos. Su narración empieza situándolo en el tiempo y en el contexto histórico inmediato. Él nos informa quién reinaba en Roma, y desde hacía cuánto tiempo; y cómo era gobernada Palestina por los romanos, y quiénes oficiaban en el templo como sumos sacerdotes (Lc 3:1-3).

Pero Lucas nos dice además en ese pasaje que “vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto…”, posiblemente cuando él llevaba una vida de anacoreta en la zona inhóspita al Este del Jordán, impulsándolo a iniciar lo que sería un corto pero efectivo ministerio, tal como había sido predicho por Isaías.

La obra que llevaba a cabo el Bautista de predicar y bautizar por su cuenta, y sin que ninguna autoridad reconocida de su tiempo se lo ordenara, inquietó a las autoridades religiosas de Jerusalén, quienes enviaron una pequeña delegación de los suyos para que investigara.

Ellos –así como por su lado, Herodes Antipas - estaban inquietos con muy buen motivo. Si no todo el pueblo, al menos una parte considerable del mismo, estaba muy descontenta de vivir bajo la férula romana, no sólo por tratarse de una dominación extranjera, sino también a causa de los altos impuestos con que los romanos los explotaban. En el distrito del Norte, en Galilea (Nota 1) había habido en el pasado reciente más de un conato de levantamiento, y el último había sido aplastado cruelmente por Poncio Pilato (Lc 13:1).

Cualquiera que fueran sus sentimientos patrióticos a las autoridades judías de Jerusalén les interesaba la paz y el orden público, así como el mantenimiento del “status quo” que pare ellos era favorable. Ellos eran concientes de que cualquier agitador que convocara a algunos cuantos seguidores podría provocar una represión violenta de los romanos y la pérdida de muchas vidas (Jn 11:47-50).

Así pues, la delegación de sacerdotes y levitas va donde Juan Bautista y le hace lo que podríamos considerar es una insólita pregunta: “¿Tú, quién eres?”, pues ellos sabían muy bien quién era Juan y quién era su padre, pues Zacarías había servido en el templo. Pero la pregunta tiene mucho sentido porque en ese tiempo había en el pueblo una enorme expectativa por la aparición del Salvador de su pueblo, que vendría a librarles del yugo extranjero, tanto es así, que más de un aventurero, o visionario, había pretendido falsamente serlo, arrastrando consigo a la muerte a muchos ilusos.

Antes de que se lo preguntaran directamente, y para calmar sus temores (pues ellos en realidad no esperaban al Mesías, ni deseaban su venida, sino lo contrario) Juan les contestó francamente “Yo no soy el Cristo.”, es decir, el Ungido, (que es lo que "mesías" quiere decir en hebreo) cuya venida temen.

Ante esta respuesta ellos no se dan por satisfechos ya que, según las Escrituras, los judíos esperaban la venida en los últimos tiempos de otros dos personajes, anunciada en los rollos sagrados. Ellos quieren saber si Juan es –o pretende ser- uno de ellos. Esto es, si Juan es Elías, o en su defecto, aquel a quien, sin darle un nombre preciso, el Deuteronomio llama simplemente “el Profeta” (18:15-19). (2)

Ahora bien, Elías, como bien sabemos, fue el gran vocero de Dios de la historia del reino de Israel; un varón grande en hechos, valentía y poder milagroso (aunque en términos de milagros fuera de hecho superado por su discípulo Eliseo). Él se enfrentó a la malvada Jezabel, mujer del vacilante rey Acab, e inflingió un durísimo golpe a la idolatría con la matanza de los 450 sacerdotes de Baal (1R 17,18).

Pero la aureola de su fama fue sobre todo marcada por el hecho de que él no muriera, como el común de los mortales, sino que fuera arrebatado al cielo, ante los ojos atónitos de Eliseo, por un carro de fuego, tal como se narra en 2R 2:11,12. Por ese motivo se pensó que él no había muerto y podía, por tanto, reaparecer en cualquier momento.

El profeta Malaquías había predicho que Dios enviaría a Elías antes del “día del Señor, grande y terrible,” y que él restablecería el amor y la unidad en las familias (Mal 4:5). El pueblo judío vivía en la expectativa de su retorno.

Pero Malaquías había hablado también de un mensajero que prepararía el camino de la venida del Señor. Marcos comienza su evangelio citando estas palabras de Malaquías, así como otra profecía pertinente de Isaías, antes de presentarnos a Juan bautizando en el desierto: “He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti. Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas” (Mr 1:2,3; Mal 3:1; Is 40:3).

Jesús mismo cita esas palabras de Malaquías al referirse al Bautista (Mt 11:10), y luego afirma (para los que quieran recibir su palabra) que Juan es Elías (vers. 14). Y añade, como dando a entender que pocos prestarían atención o fe a esas palabras suyas: “El que tenga oídos para oír, oiga.” (vers. 15) (3)

Jesús hizo en esa ocasión el más vivo elogio de su pariente, diciendo que no se había levantado hijo de mujer (es decir, hombre alguno) más grande que Juan (Mt 11:11).

Recordemos que poco antes de dirigirse a Jerusalén para enfrentar su destino, Jesús había llevado a tres de sus discípulos (Pedro, Santiago y Juan), a la cima del Monte Tabor, y se había transfigurado delante de ellos, de tal modo que su rostro y sus vestidos resplandecían. Junto a Él aparecieron Moisés y Elías, rodeados de gloria y hablando con Él (Mt 17:1-5; Lc 9:31).

Al bajar del monte, y a la pregunta de sus discípulos acerca del anuncio de que Elías vendría antes de que venga el Mesías, Jesús les confirmó que así estaba profetizado, en efecto, y añadió: “Mas os digo que Elías ya vino y no lo conocieron,(es decir, no reconocieron quién era en realidad) sino que hicieron con él todo lo que quisieron.” (Mt 17:12). Mateo termina el pasaje comentando: “Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan Bautista.” (vers. 13). (4)

El otro personaje mencionado por la delegación es el profeta anunciado en tersas palabras por Moisés en el Deuteronomio, y del que no se vuelve a hablar en todo el AT: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el Señor tu Dios; a él oiréis,” añadiendo, nótese bien, lo siguiente: y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.” (Dt 18:15,18).

¿Quién es este personaje misterioso del que tan poco se sabe? ¿Sería acaso David, el rey poeta, que al final de su vida cantó: “El espíritu del Señor ha hablado por mí y su palabra ha estado en mi lengua.”? (2S 23:2).

En verdad él cantó esas palabras, pero no las dijo sólo de sí mismo –aunque ciertamente, siendo profeta, Dios había hablado a través de él- sino que esas palabras aludían proféticamente, más allá de su persona, a otro que vendría después de él y de quien él era un tipo o figura.

En más de una ocasión Jesús se refirió indirectamente a las palabras de Moisés que hemos citado y que conjugan bien con las que cantó David. Por ejemplo, orando al Padre antes de salir con sus discípulos hacia Getsemaní, la víspera de su pasión, Jesús dijo: “Porque las palabras que me diste yo les he dado.” (Jn 17:8). (5)

Días antes, discutiendo con los judíos en Jerusalén, Jesús les dijo: “Porque no he hablado por mi cuenta; el Padre que me envió Él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.” (Jn 12:49; compárese con 8:28: “…según me enseñó el Padre, así hablo.”).

En su segundo discurso al pueblo, el apóstol Pedro, hablando de Jesucristo en el pórtico de Salomón, citó de la siguiente manera las palabras de Moisés que hemos visto: “El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable.” (Nótese que en el lenguaje bíblico “oir” es lo mismo que “obedecer”.) Pedro añadió, citando Dt 18:19: “y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo.” (Hch 3:22,23) (6)

Así pues, que no quede la menor duda, el Profeta anunciado por Moisés, acerca del cual le preguntaron también los sacerdotes y levitas a Juan Bautista, no es otro sino Jesús de Nazaret.

Para despejar toda duda de que él pudiera ser el Mesías Juan confesó decididamente primero: “Yo no soy el Cristo”. (Cristo, en griego, y Mesías, en hebreo, quieren decir lo mismo, esto es, Ungido). (7)

Entonces ellos, insatisfechos de que Juan negara ser tanto el Mesías, como Elías o el Profeta, vuelven a la carga: “Pues quién eres? ¿Qué dices de ti mismo?"

Y yo te pregunto a ti, lector: Tú ¿quién eres? ¿Qué dices de ti mismo?

No me contestes, como hace la mayoría cuando se le hace esa pregunta: “Yo me llamo Fulano de Tal”, porque eso no te define sino secundariamente. Nuestro nombre y apellido es algo exterior a nosotros, es decir, a nuestra realidad intrínseca. Puede ser que definan nuestras raíces y que signifiquen algo en términos del contexto social en que vivimos, en el lugar, (ciudad o país) que habitamos. Por eso es que algunos lo pronuncian con orgullo, levantando la frente. Pero si vamos a otro lugar, a otra ciudad, o a otro país, y pronunciamos nuestro nombre y apellido seguros de nosotros mismos, acentuando las palabras como para que se escuchen bien, dejaremos a nuestro interlocutor indiferente. Y si vamos a otro continente, ni siquiera podrán pronunciarlo correctamente.

Pero aun si tu nombre fuera famoso y conocido internacionalmente, ¿quién eres tú realmente? ¿Quién eres tú como ser humano? Si te despojaran de todo lo que tienes y de lo cual te jactas; si te desnudaran, por así decirlo, de todo lo que no está contenido entre tu cabeza y tus pies, ¿qué puedes decir de ti mismo? ¿Cuáles son tus pensamientos y sentimientos habituales? ¿Podrías exhibirlos, si fuera posible, en una pantalla pública para que todos los vieran? ¿Cuánto quisiera la gente de bien dar por ellos? ¿Y tus actos? ¿Podría escribirse un libro narrando lo que has hecho en la vida para que se lo arranque la gente ansiosa de leerlo? ¿O estarías dispuesto a pagar una gran suma, si fuera necesario, para que no se publique ese libro?

Pero lo más importante: ¿Quién eres tú para Dios? Pudiera ser que la aureola de tu prestigio, o de tu riqueza, sea para Él como trapos de inmundicia (Is 64:6).

¿Qué cosa eres tú delante de sus ojos? ¿Un alma perdida? ¿O alguien que huye de Él, negando que exista, porque su conciencia lo acusa? ¿Alguien que con su ejemplo arrastra a la gente por el mal camino? ¿Se agrada Dios de ti, o voltea Él su rostro para no verte? (Is 59:2)

Sea lo que fueres, para Dios eres alguien por quien Jesús derramó su sangre, y eso te hace importante, aunque en verdad no es mérito tuyo sino suyo. Eres un alma redimida, si te has arrepentido y crees en Él. De lo contrario eres alguien que desprecia a su dueño, que lo compró al precio de su sangre.

Lo mejor que podemos decir de nosotros mismos, en verdad, es que somos pecadores arrepentidos y que, si seguimos en vida, es por su gracia. Lo demás es secundario. Tus títulos, tus logros, tu fama, no se cotizan en el cielo.

Pero tampoco vales mucho por la función que desempeñas, así seas presidente, o ministro, o gran empresario. Tampoco cuenta si eres pastor, o líder, o maestro en la iglesia.

Lo que realmente cuenta es si sirves o no a tu prójimo, si cumples la voluntad de Dios para tu vida; cuenta cómo te desempeñas en el lugar donde Dios te puso. Eres alguien para Él si sirves, como Aquel que dijo que había venido a servir y no a ser servido (Mr 10:45). Más aun, vales algo si a tus ojos sinceramente eres un siervo inútil porque solamente hiciste lo que tenías que hacer (Lc 17:10).

Juan Bautista sólo pudo decir de sí mismo. “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto.” Él no se creía otra cosa. ¿Qué es lo que grita ese profeta que parece un loco, vestido con pieles de camello? “Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.” ¿Cómo se prepara el camino del Señor? ¿Cómo enderezar sus sendas para que su mensaje penetre en el corazón de los hombres? Mediante el arrepentimiento.

“Arrepentíos, arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”
(Mt 3:2).

¿Es eso mucho decir? Eso basta. Jesús empezó su predicación proclamando el mismo mensaje (Mr 1:15; Mt 4:17). Lo había aprendido de Juan. O quizá fue al revés: El espíritu que habitaba en Él le inspiró a Juan lo que debía proclamar.

Notas: 1. "Galil" quiere decir distrito.
2. Para que ellos pudieran pensar que Juan podía ser uno de esos tres grandes personajes, ellos debían reconocer que había en él algo muy especial que lo hacía destacarse por encima de los mejores. Sin quererlo ellos rinden a Juan con esas preguntas un tremendo homenaje.
3. El ángel que anunció a Zacarías el nacimiento de su hijo, le dijo que éste iría delante del Señor en el espíritu y poder de Elías (Lc 1:17).
4. Herodes Antipas había estado casado con la hija de Aretas IV, rey de los nabateos, a la que repudió para casarse con Herodías, mujer de su hermano Felipe. Juan Bautista denunció ásperamente este matrimonio como ilegal, lo que le valió que Antipas lo encarcelara, primero, y que luego lo hiciera decapitar a instancias de Herodías (Mt 14:1-12). Sin embargo, el escritor Josefo dice que Antipas decidió matar al Bautista porque temió que con su elocuencia pudiera provocar una revuelta, y pensó que era mejor eliminarlo antes de que fuera tarde. (Ambas motivaciones, sin embargo, pueden haberse dado simultáneamente). Él añade que la gente común pensaba que la derrota sufrida por Antipas ante Aretas, que lo atacó para vengar la afrenta sufrida por su hija, fue un justo castigo por haber hecho matar a Juan.
5. Es cierto que Jesús no es el único de quien se dice que Dios puso sus palabras en su boca. Lo mismo le dijo Dios a Jeremías (Jr 1:9), que en esto y en otros aspectos es también una figura de Cristo.
6. En su epístola a los Romanos Pablo habla de los miembros del pueblo elegido que por su incredulidad fueron desgajados del tronco del olivo, símbolo de Israel, para que en su lugar sean injertados los gentiles (Rm 11:17-21).
7. En la continuación de la escena que comentamos Juan se referirá misteriosamente al que había de venir después de él y de quien él, según dijo, no era digno ni de “desatar la correa del calzado” (Jn 1:26,27).

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martes, 6 de enero de 2009

"EL SEMBRADOR"

Hay pocas parábolas tan conocidas como la del Sembrador. En ella Jesús nos propone el caso de un labriego que va a sembrar su semilla en el campo. Y a medida que avanza y esparce, una parte cae en el camino y vienen los pájaros y se la comen; otra parte cae entre piedras donde hay poca tierra y cuando sale el sol se seca la plantita que ha empezado a brotar; otro poco cae entre espinos, y aunque rápido germina, el brote es ahogado por los abrojos. Finalmente otro poco cae en tierra fértil y crece y rinde abundante fruto.

Los discípulos le preguntaron a Jesús qué quería significar con esta parábola y Él les dio la explicación que vamos a leer en las propias palabras de nuestro Salvador, tal como las consigna el Evangelio de San Mateo:

"Cuando alguno oye las palabras del reino y no la entiende. viene el maligno y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino."

"Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza."

"El que fue sembrado entre espinos, éste el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa."

"Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra,y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno." (Mt 13:19-23).

¡Qué bien y con qué exactitud describe Jesús las diferentes formas como los hombres reciben su palabra! Hay aquellos que tienen el corazón endurecido y no pueden entender las cosas celestiales. Y quizá algunos de nosotros hemos sido en una época como ellos, como aquellos que se ríen de todo lo que es sagrado y se consideran demasiado hombres para pensar en Dios; o que son demasiado inteligentes y cultos para creer en esas nociones irracionales y supersticiosas de un supuesto ser superior que vive en el cielo. A ellos se refiere la Escritura cuando dice que tienen ojos pero no ven, y tienen oídos pero no oyen (Jr 5:21). O como dice también San Pablo: El hombre natural no percibe las cosas del Espíritu; para él son locura y no puede entenderlas, porque tiene el entendimiento enceguecido por el dios de este mundo, por el espejismo de las cosas visibles (1Cor 2:14). ¿Cuántas personas conocemos que son así? ¿Personas inteligentes y muy seguras de sí, que no creen en Dios y no lo necesitan, que para todo tienen una explicación racional, y que miran a los creyentes con un aire de superioridad y de pena?

Hay también otros, y son un gran número, y quizá nos contamos también algunos de nosotros entre ellos. Esos son las buenas personas que se entusiasman rápidamente por las buenas ideas, por los ideales nobles, por tal o cual filosofía altruista, por tal o cual doctrina nueva, y que oyen también la palabra de Dios y se entusiasman con ella y quieren llevarla a la práctica. Pero son inconstantes, no tienen raíces profundas y cuando vienen las dificultades, cuando se burlan de ellos, rápidamente se descorazonan, olvidan sus buenos propósitos y abandonan el buen camino que habían iniciado.

Hay otros, y son la mayoría, que escuchan la palabra de Dios con interés, la comprenden y la aprecian y quisieran hacerla suya. Pero están tan cogidos por las preocupaciones y afanes de su posición en el mundo, por la vida social, o por los halagos de la fama, o por el dinero, o por su carrera, que la palabra de Dios no puede crecer en ellos; encuentra demasiados obstáculos, demasiadas cosas que la contradicen, como para poder desarrollarse y dar fruto como cristianos.

Hay un incidente en la vida del Salvador que ilustra claramente este caso: Un día se acercó a Jesús un joven y le preguntó: 'Maestro ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?' Y Jesús le contestó: 'Ya conoces los mandamientos: No matar, no robar, no mentir; honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo.' Y el joven le dijo: 'Todo eso lo he guardado desde niño.' Entonces Jesús añadió: 'Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, repártelo a los pobres, ven y sígueme.' Entonces el joven se puso triste, porque era muy rico, y, dando media vuelta, se fue. (Mt 19:16-22).

Dios nos ha dado todos los bienes de la tierra para que usemos de ellos sabiamente, como administradores de su abundancia. Si nosotros consideramos los bienes de la tierra de esa manera, el dinero puede ser una bendición para nosotros y nuestras familias, y para las personas a las que ayudamos. Pero las riquezas se convierten en un tropiezo para el hombre cuando se hace esclavo de ellas, cuando hace del dinero un ídolo al que persigue con todas sus fuerzas, sacrificando a él honestidad, honor, familia y todos sus principios morales.

¿No vemos a cada rato en los diarios tantos casos de personas que han caído porque abusaron de la posición y del poder que tenían para enriquecerse y que terminan enjuiciados y en desgracia ante la sociedad para vergüenza de los suyos y que finalmente lo han perdido todo? ¿Cuántos de esos oyeron quizá la palabra de Dios alguna vez, la acogieron y quisieron seguirla, pero entró en conflicto con sus ambiciones de riqueza, o de posición social, y le dieron la espalda? ¿Cómo puede crecer la buena semilla de la palabra de Dios cuando el alma está ocupada por el ansia de poder, de figuración, de éxito o de lujo? ¿O cuando sólo se piensa en fiestas, o en ropa nueva, o en espectáculos y en cosas frívolas?

Pero felizmente hay algunos también que reciben la palabra de Dios, la atesoran en sus almas, y cuyo corazón es como tierra fértil, en la cual germina la semilla y crece la planta, y da abundante fruto.

¿A cuál de estas categorías de personas pertenecemos nosotros? Cada cual juzgue por sí mismo. ¿Eres tú como el primer tipo que no entiende y rechaza toda palabra que hable de Dios?

¿O eres como los del segundo grupo, pronto a correr detrás de cada novedad pero también el primero en descorazonarse? ¿Que quieres estar bien con Dios, pero no estás dispuesto a pagar el precio de perseverancia y de esfuerzo que se requiere?

¿O estás tan envuelto en las cosas del mundo que no hay lugar en tu corazón para las cosas del cielo? Mira, no sea que, sin saberlo, los cuidados de este mundo estén echando de tu vida no sólo la salvación que ya conoces, sino que estés sacrificando tu propia felicidad y la de tu familia, la comunicación y el diálogo con tus hijos, la intimidad con tu mujer, por perseguir una ficción. ¿Cuánto tiempo dedicas a tu profesión o a tu trabajo? ¿Cuánto tiempo a tus esfuerzos por ganar dinero? ¿A tus ambiciones sociales o políticas? ¿Cuanto tiempo pasas en la cantina o en el club con tus amigos? ¿Qué te queda para ti y para los tuyos? ¿No los estás defraudando del tiempo que les debes?

Y tú, mujer ¿cuánto tiempo pierdes en charlar, o en chismear, con tus amigas en reuniones y en tés, o en la calle? ¿Cuántas horas al día quemas tus pestañas delante de la pantalla de TV, alimentándote de sueños y pasiones ficticias, por no decir de basura? Y si vas a trabajar ¿lo haces por necesidad real, o sólo para ganarte unos soles más y poder gastártelos en ropa, o en el cuidado de tu belleza, y por eso dejas a tus hijos al cuidado de una extraña, privándolos de tu cariño?

Y tú, muchacho, muchacha, ¿cuánto tiempo pasas con amigos perdiendo el tiempo o hablando de cosas incorrectas? ¿Cuántas malas noches en las discotecas drogándote o profanando tu cuerpo? ¡Quiera Dios que no seas de esos que corren atolondrados a su perdición!

Ojalá pertenezcas a los del cuarto grupo que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra en su vida. Si eres uno de esos, al final del camino recogerás una rica y abundante cosecha.
Si no es el caso, mira, Dios te ha hablado en el pasado y te habla ahora. No dejes pasar la oportunidad. ¿Quién sabe si será la última? Dice el Señor: Hoy es el día de salvación. Hoy es el día. Hoy es el día en que puedes comenzar una nueva vida. Hoy es el día para creer; hoy es el día para arrepentirse, hoy es el día para volverse por entero a Dios.

Dios nos dice por boca del profeta Isaías: "Buscad al Señor mientras pueda ser hallado; llamadle mientras esté cerca." (Is 55:6). Pero también dijo una vez Jesús: "Me buscaréis y no me hallaréis". (Jn 7:34). Sí, lo buscaremos y no lo hallaremos, porque no le escuchamos cuando estuvo cerca y dejamos pasar la ocasión. Él te está hablando en este momento por mi boca y te dice: 'Llámame ahora que estoy cerca; búscame ahora que estoy a la mano.'

Hoy es el día de tu salvación. Inclina tu oído y oye la voz del Señor que te llama. No desoigas su llamado, que pudiera ser que no te acuerdes de Él cuando lo necesites, o que te pongas a buscarlo y no lo encuentres, porque ya pasó tu oportunidad.

Dice Jesús en su palabra: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo." (Ap 3:20).
¿Qué mayor privilegio que Dios venga a ti y cene contigo, y tú con Él, y haga en ti su morada? Ábrele la puerta y hazlo pasar y Él te dirá palabras que nunca has escuchado, que te limpiarán, te confortarán y que transformarán tu vida.

(Esta charla fue transmitida el 19.12.98 por Radio Miraflores. Luego fue objeto de una impresión limitada, y fue reimpresa en una edición más numerosa el 8.2.03).

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