martes, 30 de diciembre de 2008

"EL SENTIDO DE LA NAVIDAD"

Sería pretencioso querer explicar hasta agotar el tema, en el marco de un simple artículo de poco más de dos mil palabras, cuál es el sentido de la Navidad. Pero si no pretendo agotar el tema, sí puedo señalar algunos de sus aspectos más saltantes que no son siempre mencionados.

El primero es constatar cómo Dios supera siempre las expectativas del hombre, incluso respecto del cumplimiento de sus promesas, en este caso, de las profecías relativas a la venida del Mesías prometido y esperado de Israel. Después de haber gozado de casi 80 años de independencia, durante el período asmoneo, consecutivo al dominio sucesivo de los imperios babilónico, persa y griego, el pueblo judío fue conquistado por los romanos el año 63 AC. Esta conquista reavivó y exacerbó la esperanza del pueblo por la venida de un descendiente del rey David, que restableciera su trono y derrotara a todos sus enemigos.

Pues bien, llegado “el cumplimiento del tiempo”, como dice Pablo (Gal 4:4) –es decir, cuando las circunstancias históricas estaban maduras para el cumplimiento de los propósitos de Dios (Nota 1), Él envió no sólo a un rey que debía salvar a su pueblo del yugo extranjero, sino a uno que salvaría ya no a un pueblo, sino a toda la humanidad de la opresión del pecado y del dominio de Satanás.

Jesús, nació, en efecto, para expiar mediante su muerte en la cruz, los pecados de todos los hombres y para rescatarlos de la condenación eterna a la que estaban destinados. ¡Cuánto más importante es en verdad la salvación del género humano entero que la salvación de un solo pueblo! ¡Cuánto más trascendente es salvar a muchísimos pueblos de la condenación eterna, que salvar a un solo pueblo de una dominación militar opresiva pero temporal, como es temporal todo fenómeno humano!

Pero no sólo superó Dios infinitamente de esa manera las expectativas que tenía Israel respecto de la misión del Mesías, sino que sobrepasó inconmensurablemente también las expectativas que tenía el pueblo elegido acerca de la condición y calidad de la persona que Dios enviaría para salvarlos de sus enemigos.

Porque Israel esperaba a un hombre, pero Dios envió a Uno que era más que un hombre, envió a Uno que era a la vez hombre y Dios. Envió de hecho a su propio Hijo unigénito a la tierra.

Envió a Uno que no sólo había sido concebido sobrenaturalmente en el seno de una doncella nueve meses antes de nacer, sino que existía desde siempre en el seno del Padre; a Uno que estuvo siempre con Dios y que era Dios, como dice Juan en el Prólogo de su Evangelio (Jn 1:1).

Envió a Uno que unía en su persona dos naturalezas, la humana y la divina, y que, por tanto, podía hacer mucho más de lo que podía hacer un simple ser humano, por poderoso que fuera. Envió a Uno que era infinitamente superior a los ángeles (Hb 1:4) y en cuyo misterio ellos –los principados y las potestades celestes- no podían penetrar (Ef 3:10).

¿Cómo podían los judíos imaginar que Dios superaría de tan increíble manera sus expectativas? Lo que Dios hizo en cumplimiento de las profecías hechas al pueblo de Israel era inconcebible para ellos, tan imposible e inconcebible en verdad, que por ese motivo ellos, que eran su pueblo y los primeros beneficiarios de su venida, lo rechazaron (Jn 1:11), y lo siguen rechazando aún, negándose a creer que Jesús haya sido el Mesías que esperaban, porque –según piensan- ningún ser humano puede ser a la vez hombre y Dios.

Pero es precisamente esta doble condición de Dios y hombre lo que constituye la esencia y lo extraordinario del nacimiento ocurrido en Belén hace unos dos mil años. Dios hizo algo que es imposible de concebir para la mente humana, algo que sólo podía ocurrir de una manera sobrenatural: unir su naturaleza infinita a la finita naturaleza humana.

Pero no sólo eso. Al nacer en las precarias condiciones de una humilde cueva, Jesús se humilló para abrazar nuestra condición de esclavos (Flp 2:7,8) a fin de que nosotros pudiéramos elevarnos hasta su condición, como hijos de Dios y hermanos adoptivos suyos (Rm 8:15-17; Gal 4:5-7).

Pero hay mucho más que considerar en este nacimiento extraordinario, porque en ese día -cuya fecha exacta no conocemos- (2) nació en la tierra el Ser que la había creado; nació Aquel, como dice Colosenses, en quien fueron creadas todas las cosas que hay en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles y por quien todas las cosas subsisten (Col 1:16,17). Dios envió a nacer en la tierra, en verdad, a Aquel que era “el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder”. (Hb 1:3).

Eso fue lo que ocurrió en esa noche maravillosa cuyo aniversario estamos conmemorando. ¿Cómo no hemos de asombrarnos nosotros por lo que hizo Dios aquella noche? Algo que superó en mucho todo lo que Israel había esperado durante siglos y podía imaginar.

Bien dice su palabra que Él “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”. (Ef 3:20)

Pues bien, ese extraordinario nacimiento no se produjo en un palacio real, rodeado de todos los lujos y comodidades que podríamos pensar el Hijo de Dios se merecía, sino en una pequeña cueva en las alturas de Belén, que servía de refugio para los pastores de la comarca.

Su madre no contó para darlo a luz con la ayuda de una partera que la asistiera en ese trance, sino que ella misma fue su propia partera. Ella misma lavó a la criatura recién nacida y le cortó el cordón umbilical. Ella –una jovencita sin experiencia- había posiblemente aprendido cómo proceder cuando había asistido al parto de su pariente Isabel (Lc 1:39,56). Es como si Dios la hubiera enviado a visitar a su pariente a propósito para que aprendiera lo que ella, llegado su turno, tenía que hacer para atender a su hijo (3).

Jesús no nació entre los ricos, entre los poderosos, sino entre los humildes, entre los marginados, entre los pobres que, por falta de casa, se refugiaban en una cueva de los cerros.

Su nacimiento no fue anunciado por trompetas y heraldos que recorrieran las ciudades del país proclamando la noticia del nacimiento del heredero, sino fue anunciado a un grupo sencillo de pastores que cuidaban sus ovejas en la cercanía. Y no fueron hombres notables, sino simples pastores los únicos que esa noche vinieron a celebrar su nacimiento, hombres cuyo humilde oficio era despreciado por la gente, porque vivían rodeados de animales y olían mal como ellos. (4)

Su nacimiento no fue celebrado con fiestas y ceremonias públicas, como suelen ser festejados los nacimientos de los hijos de los reyes, sino todo lo contrario, su madre en cinta y a punto de dar a luz, fue rechazada en la posada del pueblo porque no había lugar para ella y su angustiado marido (Lc 2:7), prefigurando el rechazo que más tarde Jesús recibiría de los suyos.

Él no nació para ser engreído con todos los halagos y comodidades que el mundo dispensa a los favorecidos por la fortuna, sino nació para ganarse el pan algún día con el sudor de su frente desempeñando el oficio de carpintero.

Él, que era omnipotente, nació absolutamente impotente. No podía alimentarse solo, tenía que ser amamantado. No podía caminar, tenía que ser cargado. No podía hablar –Él cuya palabra creó el mundo-, sólo podía balbucear y llorar.

Compartió con nosotros todas las incomodidades que la criatura humana sufre al nacer: tuvo hambre, sed y frío. Él, de quien todo depende, dependía en todo de su madre, que lo limpiaba como se limpia a las criaturas, y lo alimentaba y consolaba cuando lloraba.

Bien pudo Él exclamar más tarde: “Bienaventurados los pobres” porque él había sido uno de ellos, habiendo nacido pobre para que con su pobreza nosotros fuéramos enriquecidos (2Cor 8:9).

Los reyes se visten de púrpura, que es el color de la realeza. Él fue vestido al nacer de miserables pañales, hechos quizá de girones de tela (Lc 2:7).

Podríamos preguntarnos ¿cuándo empezó el proyecto de la encarnación del Hijo de Dios? Comenzó cuando Dios llamó a Abraham y le dijo: “Sal de tu tierra y de tu parentela para ir a la tierra que yo te mostraré” Gn 12:1) “Y salió -dice Hebreos- sin saber a dónde iba.” (Hb 11:8).

Dios llamó a Abraham, cuya mujer era estéril, para suscitar ¡oh paradoja! a través de una descendencia que no tenia, un pueblo que sería su testigo en la tierra, y del cual algún día lejano nacería Aquel en quien se cumpliría la promesa del Génesis según la cual la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la simiente de la serpiente. (Gn 3:15).

Ese proyecto de Dios se cumplió en varias etapas sucesivas que culminaron en el alumbramiento del hijo que abriría la matriz de María (Lc 2:23).

La primera etapa fue el llamamiento y la promesa hecha a Abraham que de él –ya anciano y sin hijos- nacería un pueblo tan numeroso como las estrellas del cielo y las arenas del mar (Gn 15:5; 32:12).

La segunda fue la promesa hecha a David, un rey precario y mortal, de que su trono sería eterno (2Sam 7:16).

La tercera fue el anuncio hecho por un ángel a María de que ella, sin conocer varón, daría a luz a un hijo que sería el Salvador de Israel (Lc 1:26-35).

La cuarta fue el mensaje hecho a José en sueños de que no debía temer recibir a María como esposa porque lo que en ella había sido engendrado era obra del Espíritu Santo (Mt 1:20).

La quinta fue el viaje de José y María, de Nazaret, donde vivían, a Belén de Judá, en cumplimiento de la orden imperial de empadronarse en la ciudad de sus mayores, y donde estaba profetizado que nacería el Mesías de Israel, tal como había sido predicho por el profeta Miqueas: “Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá, porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel.” (Mt 2:6, citando libremente Mq 5:2). (5)

La sexta y última etapa fue el nacimiento del Verbo de Dios hecho carne para salvarnos (Jn 1:14).

Y así como el cumplimiento de la promesa de Dios de enviar un Salvador a Israel fue completamente diferente de lo que ellos esperaban y superó en mucho sus expectativas, la segunda venida del Hijo de Dios a la tierra, creo yo, será enteramente diferente de todo lo que los intérpretes y teólogos –e incluso novelistas- elucubran e imaginan acerca de ella, de la “parousía”, porque si hubiera hombre que pudiera adivinar lo que Dios va a hacer, Dios no sería Dios. Sin embargo, así como en Jerusalén había un anciano llamado Simeón a quien le había sido revelado “que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor” (Lc 2:25,26), y esa promesa fue cumplida, muchos son los que desean –y yo me cuento entre ellos- no ver la muerte antes del día en que el Señor venga por segunda vez y seamos todos arrebatados al cielo para recibirlo en los aires (2Ts 4:15-17).

Notas: 1. Algunos de los factores que contribuyeron a que las circunstancias fueran propicias para el cumplimiento de los planes de Dios fueron:
1) El hecho de que Israel estuviera bajo el dominio de los romanos que usaban la cruz como instrumento para ejecutar a los malhechores. De no haber sido por la ocupación romana Jesús, una vez condenado a muerte por el Sanedrín, hubiera sido ahorcado o apedreado, no crucificado como Dios quería.
2) Alejandro Magno, unos 300 años antes de Cristo, impuso la cultura y el idioma griego en vastas regiones del Oriente y del Mediterráneo. El griego, convertido en la “lingua franca” común de la región, fue el lenguaje de la evangelización. De no haber sido por ese factor crucial Pablo y los demás apóstoles hubieran tenido que valerse de intérpretes para predicar en los diversos países que visitaban que tenían cada uno su propia lengua.
3) Las legiones romanas aseguraban la paz en todas las regiones del imperio. De no haber sido por esa “pax romana” impuesta por la fuerza, hubiera sido muy difícil y arriesgado para los apóstoles viajar para evangelizar a toda criatura.
4) Las naves romanas habían limpiado de piratas el Mediterráneo. De no haber sido por ese hecho Pablo y sus compañeros no hubieran podido viajar por mar con tanta facilidad y seguridad.
5) Los romanos construyeron una vasta red de caminos para facilitar el traslado de sus ejércitos de un país a otro. Nadie sabe para quién trabaja: Esa red de caminos proporcionó la vía que los apóstoles y evangelistas utilizaron para ir de ciudad en ciudad difundiendo el Evangelio.
6) La dispersión de los judíos por todo el mundo conocido permitió el establecimiento de sinagogas en casi todas las ciudades importantes del Imperio Romano. En sus viajes apostólicos las sinagogas fueron el primer lugar al que Pablo se dirigía para comenzar la evangelización de una ciudad, y donde encontraba su primera audiencia, unas veces interesada, otras hostil, pero de donde salían los primeros entusiastas creyentes. Donde no había sinagoga, como en Atenas, Pablo se dirigió al Areópago, pero ahí encontró un público culto, pero menos favorablemente dispuesto, sino más bien escéptico y burlón, y apenas pudo reunir unos pocos convertidos (Hch 17:16-34).
Vemos pues cómo la Providencia divina usó las acciones e iniciativas humanas de esa época convulsa para crear las condiciones sociales y políticas favorables a la realización de sus designios.
2. La fecha del 25 de diciembre para celebrar el nacimiento de Cristo fue fijada a mediados del siglo IV por la iglesia latina para reemplazar la fiesta pagana del “Sol Invictus” que se celebraba ese día. Los ortodoxos celebran la Navidad el seis de enero.
3. Aunque el texto de Lucas no lo precisa, se deduce que María debe haberse quedado con Isabel hasta que ésta dio a luz, porque el ángel la visitó en Nazaret “al sexto mes”, del embarazo de su pariente (Lc 1:26), “y (María) se quedó… con ella como tres meses” (v. 56), seguramente hasta que dio a luz.
4. Según una tradición judía, que registra el Talmud, las ovejas que pastaban en las alturas de Belén eran destinadas a los sacrificios diarios que se celebraban en el templo de Jerusalén. ¡Qué significativo es el hecho de que en ese lugar naciera el cordero de Dios cuyo sacrificio, hecho una vez para siempre (Hb 9:26), iba a hacer nulos e innecesarios todos los sacrificios ofrecidos en el templo!
5. Nótese que el viaje a Belén fue muy oportuno, no sólo para que se cumpliera la profecía sobre el lugar donde debía nacer el Mesías, sino también para librar a la pareja de las habladurías que habría provocado en Nazaret el hecho de que María alumbrara a sólo seis meses de ser recibida como mujer por José.

Fe de erratas: Al escrito anterior (“Cuando el Señor Vuelva III”) se le asignó por error el número 555, cuando le correspondía en realidad el número 554.

#555 (28.12.08) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

"CUANDO EL SEÑOR VUELVA III"

Un Comentario a la Segunda Epístola de Pedro 3:15 al 18

15,16. “Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición.”
Por razones de conveniencia vamos a dividir estos dos versículos, que forman una unidad, en tres partes: La primera hasta la palabra “salvación”; la segunda, hasta la palabra “cosas”; y la tercera, a partir de “entre las cuales” hasta el final.

1) Al mencionar la paciencia de nuestro Señor, Pedro vuelve a la idea expuesta en el vers. 9: que el Señor demora el cumplimiento de su promesa de regresar por los suyos (promesa que ha sido expresada en varios lugares: Jn 14:3, 18,28; Hch 1:11) porque en su misericordia no desea que ninguno perezca, sino que el mayor número posible de seres humanos se arrepienta de sus pecados y se salve.

Naturalmente lo que Pedro plantea tiene sentido si se está hablando de las personas que vivían en ese tiempo. Jesús demora en retornar porque está esperando que muchos que todavía siguen endurecidos se arrepientan y se salven. Pero si cuando Pedro escribió estas líneas (entre los años 60 y 68, posiblemente) ya había muerto casi toda la generación de los que vivían cuando empezó la predicación del Evangelio (hacia el año 30 DC) ¿porqué sigue esperando y demora más? ¿O es que está pensando en los que vengan después, es decir, en las generaciones futuras? Sin embargo, cuanto más tiempo pase, mayor será el número de los escuchen y no obedezcan a la palabra, y de los que no tengan oportunidad de escucharla, esto es, en suma, mayor será el número de los que por una u otra razón se pierdan. Con el pasar de las generaciones su número aumentará y sólo una minoría se salvará mientras que la mayoría se condenará.

¿Hasta cuándo durará la paciencia del Señor con los contumaces? ¿Tiene Dios fijado el número de los que ha elegido para salvación y a causa de ellos, es decir, esperando que se complete su número, demora su retorno? He aquí uno de los grandes misterios del obrar de Dios. Naturalmente, debemos pensar que todo ocurre de acuerdo a sus sabios y misericordiosos planes y propósitos, en cuyo secreto nosotros no podemos penetrar. Por eso no podemos hacer otra cosa sino contemplar admirados la inescrutabilidad de sus designios (Rm 11:33-36), y alabarlo por el hecho de que nos haya incluido entre el número de sus escogidos. ¿Acaso hemos hecho algo para merecer ese privilegio?

2) Vamos a reformular estas frases para facilitar su comprensión: “Como también nuestro amado hermano Pablo os ha escrito, según la sabiduría que le ha sido dada, como hace también en todas sus otras epístolas, hablando de estas cosas.” En este pasaje Pedro hace alusión a las epístolas que Pablo ha escrito y dirigido a diversas congregaciones, y que, debemos pensar, eran leídas en todas las iglesias.

Hay varias cosas que destacar en esta frase. Primero, que Pedro menciona a Pablo llamándolo “nuestro amado hermano”. Estas palabras excluyen toda posibilidad de rivalidad, o de enojo, entre ambos apóstoles. Aunque en algún momento hubo una seria discrepancia entre ellos (véase Gal 2:11-14), Pedro quiere resaltar la unidad de espíritu que unía a ambos. (Nota 1)

Segundo, Pedro reconoce y resalta la sabiduría que Dios ha dado a su colega (“le ha sido dada”. El giro de la frase es el llamado “pasivo divino”). Esta frase reconoce implícitamente el carácter inspirado de los escritos de Pablo, porque la sabiduría que él exhibe no es propia sino proviene del Espíritu Santo.

Los tiempos verbales griegos que emplea Pedro da a entender que Pablo estaba vivo cuando Pedro escribió esta epístola, lo cual constituye un argumento más a favor de que fue escrita antes del año 70.

Es poco probable que los cristianos de ese tiempo tuvieran ya conciencia de la formación de un incipiente “canon” cristiano de la Escritura. Pero es evidente, de otro lado, que las iglesias ya poseían un grupo de escritos apostólicos, además de los evangelios (o de colecciones de dichos de Jesús), que atesoraban porque eran considerados auténticos y autoritativos.

Las palabras “os ha escrito” son intrigantes porque parece que Pedro se refiriera a una epístola paulina que no ha sido identificada. Sabemos que las epístolas de Pablo fueron dirigidas a destinatarios determinados, que no eran los mismos que los destinatarios de esta carta de Pedro. Esa frase refuerza la noción de que las epístolas de Pablo circulaban ampliamente y se consideraba que, más allá de los destinatarios originales, estaban dirigidas a toda la iglesia en general.

La frase que sigue puede leerse así: “hablando de estas cosas en todas sus epístolas”. ¿Qué son “estas cosas”? Los temas que Pedro ha tocado en su epístola, pero más particularmente, las cosas relativas al retorno de Jesús y al fin de los tiempo, los cielos y tierra nuevos de la profecía. La palabra “casi”, que no figura en el original, ha sido quizá añadida por Reina Valera porque, de hecho, Pablo no habla de este tema literalmente en todas sus epístolas, sino sólo en algunas de ellas.

El tema escatológico figura explícitamente en las siguientes epístolas de Pablo: 1ra a Corintios (1:7; 4:5; 1126; 15:22-58), Flp 3:20,21; Colosenses 3:4; 1ra a Tesalonisenses 1:10, 2:19; 3:13; 4:15-17; 5:1-5; 2da a Tesalonisenses 1:7-10; 1ra a Timoteo 6:14,15; 2da a Timoteo 4:1,8; Tito 2:13.

Como puede verse el tema del retorno glorioso de Jesús ocupa un lugar prominente en sus escritos. Sólo en Romanos, 2da a Corintios, Gálatas, Efesios y Filemón no aparece. Esto nos puede dar una idea de la importancia que asumía en los primeros tiempos de la iglesia el esperado retorno de Cristo.

3) Examinemos ahora lo que resta del v. 16: “entre las cuales hay algunas difíciles de entender”. Nos consuela pensar que desde los primeros tiempos los creyentes han encontrado que algunas frases de Pablo son intrigantes, o se prestan a interpretaciones contradictorias.

las cuales los indoctos e inconstantes tuercen”. Puesto que son susceptibles de diferentes interpretaciones, es fácil que algunos las malinterpreten, conciente o inconcientemente, para respaldar sus propias ideas equivocadas. ¿Cuáles serían éstas? Son dos las posibilidades más probables.

Una, la noción que usa el aparente incumplimiento del retorno del Señor, para negar absolutamente que su regreso sea algo inminente, o incluso, para ponerlo en duda del todo como una falsa esperanza. Esta es una posibilidad muy cercana dado lo que Pedro ha escrito en el vers. 3:4 acerca de los burladores que dicen: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento?

De hecho el aparente retraso del retorno del Señor era un motivo de preocupación que inquietaba a los cristianos, Pablo se vio obligado en dos de sus epístolas a tocar el tema para tranquilizarlos: En 1Ts 4:13-18, porque algunos temían que los que morían antes de que Jesús vuelva no participarían de la resurrección universal; y en 2Ts 2:1,2, para prevenir contra los anuncios precipitados de que el retorno de Jesús es inminente. Esta advertencia puede ser dirigida también a los que en nuestro tiempo pretenden fijar fechas específicas para su venida.

Era en efecto muy fácil entonces, faltando la fe, poner en duda la promesa del retorno de Cristo a la tierra. De hecho esa actitud escéptica es muy común hoy en día en amplios sectores de la iglesia, para los que la “parousia” es un mito, o debe ser interpretada en un sentido espiritual, alegórico.

La segunda posibilidad de malinterpretación de los escritos de Pablo consiste en tomar algunas frases aisladas suyas para deducir falsamente que la libertad de que goza el cristiano le permite llevar una vida sin restricciones morales. Es decir, confundir la libertad con libertinaje. Teniendo en cuenta lo que Pedro ha dicho en los vers. 18 y 19 del capítulo anterior, esta es también una posibilidad muy cercana. (2)

Citemos por ejemplo 2Cor 3:17: “Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.” Es fácil también usar Gal 5:1 en ese sentido (“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”) olvidando lo que Pablo escribió poco más abajo en la misma epístola: “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros.” (5:13). (Véase, por ejemplo, Rm 4:15; 8:1,2; 1Cor 6:12, etc.)

La frase final del vers. 16 es más significativa: “como también las otras Escrituras”. Ella nos indica que las epístolas de Pablo eran consideradas ya como “escritura”, es decir, como textos inspirados. ¿Cuáles pueden haber sido las “otras Escrituras”? Es muy probable que con esa frase Pedro se refiera no sólo a las escrituras hebreas, sino también a otros escritos de lo que hoy llamamos “Nuevo Testamento” y, en especial, a los evangelios que ya circulaban entre las iglesias y que posiblemente eran leídos durante el culto al lado de los escritos del Antiguo Testamento. (3)

Eso nos hace pensar en dos cosas:
1) Que contrariamente a lo que sostienen que la redacción de los evangelios fue precedida por una prolongada tradición oral, los dichos y hechos de Jesús fueron muy pronto fijados por escrito. Es decir, que por lo menos el evangelio de Mateo es muy antiguo. De hecho así lo sostiene una tradición que registra el historiador Eusebio (siglo IV) y que va desde Papías (discípulo de Juan, que era obispo a inicios del siglo II), a Irineo (obispo de Lyon que combatió contra los gnósticos, segunda mitad del siglo II), y que confirma Orígenes (primera mitad del siglo III). (4)

2) Que muy pronto también los dos libros de Lucas (el evangelio que lleva su nombre y los Hechos de los apóstoles) así como la epístola de Santiago, fueron aceptados en las iglesias como escritos inspirados.

Este es un tema muy controvertido y yo sólo puedo limitarme a señalar aquí las opiniones discrepantes que han surgido en torno a la fecha en que pudieron haber sido escritos los libros del Nuevo Testamento. La denominada “alta crítica” –que es mayormente escéptica- se inclina por una fecha tardía (de finales del primer siglo a fines del segundo). Personalmente, yo me inclino a pensar (siguiendo a John A.T. Robinson y a Claude Tresmontant) que todos fueron escritos antes de la destrucción del templo de Jerusalén, esto es, antes del año 70 DC.

El asunto no es sólo una mera cuestión académica, porque cuanto más cercana sea la redacción de los evangelios a los hechos que describen, tanto más confiables son como evidencia de la vida y palabras de Jesús, menos expuestos estuvieron sus textos al peligro de alteraciones. (5)

17. “Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza.”
¿Sabiendo de antemano qué cosa? “Que la paciencia de Nuestro Señor es para salvación” (v. 15). Sabiendo que el Señor Jesús retarda su promesa de retornar a fin de que pueda salvarse el mayor número posible de personas, debemos estar vigilantes para no caer de la gracia en que estamos porque, de lo contrario, podríamos ser seducidos por las artimañas del error con que tratan de atraer a los inconstantes a sus caminos tortuosos que llevan a la perdición.

Es un hecho que los ministros de Satanás acechan a los creyentes para apartarlos de la verdad y de una vida santa. Como escribió Pedro en su primera epístola, el enemigo “merodea como león rugiente” buscando ingenuos, o inadvertidos, a quienes pueda devorar (1P 5:8). No seamos nosotros de ese grupo, sino fortalezcámonos en la fe para permanecer firmes en el camino que lleva a la salvación.

Nótese que este versículo es una prueba de que la salvación puede perderse. Los lectores a los que Pedro dirige esta exhortación son creyentes “amados”, personas de cuya fe Pedro está seguro (es decir, que no son falsos creyentes), pero de quienes teme que puedan ser arrastrados al error. En verdad el propósito por el cual Pedro escribió esta epístola es precisamente el que indicó al comienzo: recordarles estas cosas para que sean confirmados en la verdad y no caigan de ella. No tendría Pedro esta preocupación si no temiera que los que han conocido la verdad en Cristo pueden apartase de ella.

Es obvio, de otro lado, que existe una relativa pero muy real “seguridad de salvación”. Dios, como dijo Jesús, no va a dejar que el enemigo arranque de su mano (Jn 10:28) a los que se esfuerzan por permanecer fieles y perseverar en el buen camino. Entre la seguridad absoluta de los que creen que por haber creído son salvos, hagan lo que hagan y vivan en pecado, y la inseguridad absoluta de los que temen que pueden condenarse pese a la vida santa que llevan (6), existe el justo medio de la fidelidad de Dios que guarda a los suyos y no los abandona.

18. “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.”
Pedro opone a la posibilidad de la apostasía una alternativa mejor que exhorta a sus lectores a abrazar: “Crecer en la gracia y en el conocimiento de Jesús”.
Son dos cosas distintas pero complementarias. Crecer en la gracia, esto es, en el favor de Dios. “Gracia” es un término que tiene muchos sentidos, pero que, en este caso, es el poder de Dios que permite al cristiano crecer en santidad, purificando sus impulsos y aumentando su amor por Dios y por el prójimo. La gracia nos vuelve pacíficos, misericordiosos, pacientes, tolerantes y perseverantes. Cuando el cristiano permite que la gracia trabaje en él, se vuelve agradable a los ojos de su Dios.

El conocimiento de Jesús, como ya se anotó anteriormente, no es un conocimiento intelectual, sino es la familiaridad que se consigue mediante el cultivo de la intimidad con Él a través de la oración frecuente. Este conocimiento experimental de Cristo se adquiere también por medio de la meditación en su pasión y muerte, la cual une al hombre con Jesús y lo hace poco a poco semejante a Él.

El versículo concluye con una “doxología”, esto es, con una frase dando gloria, en este caso no al Padre sino a Jesús, como Dios y Salvador. (7) De esta manera Pedro cierra el círculo de su carta con palabras casi idénticas que aparecen tanto al inicio (v. 1:1) como al final: “Nuestro Dios y Salvador Jesucristo”. Si hay alguna duda de que la iglesia desde el principio, adoró a Jesús como Dios, el comienzo y el final de esta epístola la descartan.

Pedro dice que a Él le corresponde la gloria “ahora”, en este tiempo y –he aquí lo singular, que subraya la perspectiva escatológica desde la cual ha sido escrita la epístola- “hasta el día de la eternidad”, esto es, hasta el día bendito en que Jesús vuelva a la tierra y inaugure su reino eterno.

Esta es la esperanza que sostiene al cristiano a través de las pruebas por las que debe pasar, y mediante las cuales su fe es ejercitada y fortalecida (1P 1:7). ¡Oh sí, ven Señor Jesús!

Notas: 1. La palabra “hermano” era usada por Pablo para señalar a sus colaboradores en el Evangelio. Se ve que este uso no era exclusivo de Pablo. Nótese que Pedro no dice: “mi amado hermano”, sino “nuestro” para indicar que Pablo era amado no sólo por él sino también por las iglesias a las que él escribe.

2. Algunos pasajes de Pablo fueron usados por los gnósticos del siglo II para propugnar la doctrina que más adelante, durante las polémicas de la Reforma, sería conocida como antinomianismo”, esto es, que el creyente no está sujeto a ninguna ley moral, y que era equivocadamente derivada de la doctrina paulina de la justificación por la fe.

3. Nótese que los términos de “Antiguo Testamento” y “Nuevo Testamento” eran desconocidos en ese tiempo, y fueron dados siglos después a las dos partes de la Biblia que hoy llamamos así.

4. La cita de Papías dice así: “Mateo compiló los oráculos en lengua hebrea, y cada cual los interpretó (en griego) lo mejor que pudo.” La cita de Irineo dice así: “Mateo publicó también un evangelio por escrito entre los hebreos en la lengua de ellos, mientras Pedro y Pablo predicaban el evangelio y fundaban la iglesia de Roma.”

5. Uno de los argumentos que Tresmontant aduce en apoyo de la redacción temprana de Mateo es que el griego de ese evangelio está lleno de hebraísmos que serían ininteligibles para un lector gentil de finales del primer siglo. Ese hecho demuestra que quien lo tradujo del hebreo al griego estaba pensando en lectores judíos de la diáspora que, teniendo algún conocimiento de la lengua y de las costumbres hebreas, podrían entender fácilmente esas expresiones.

6. Véase al respecto el drama “El Condenado por Desconfiado” del gran dramaturgo español del siglo de Oro, Tirso de Molina.

7. Nótese que la palabra “Señor” es usada en el NT como sinónimo de Dios.

#554 (21.12.08) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

miércoles, 17 de diciembre de 2008

"CUANDO EL SEÑOR VUELVA II"

Un Comentario a la Segunda Epístola de Pedro 3:10-14

10. “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.”
Pedro describe con pocas pero elocuentes palabras cómo será el final, lo que las Escrituras en varios pasajes llaman “el día del Señor”. Las palabras de Pedro evocan las que Isaías emplea describiendo este día: “Ya llega el día del Señor, día terrible, de ira y furor ardiente, que convertirá la tierra en desierto y acabará con los pecadores que hay en ella.” (Is 13:9 [versión “Dios Habla Hoy”] pero véase todo el pasaje hasta el vers. 13).
“Los cielos pasarán”. La palabra “cielos” designa la bóveda celeste, tal como entonces era concebida: una especie de gigantesca campana como de vidrio, en la que estaban suspendidas las estrellas y los demás cuerpos celestes. Esto es, lo que desde la tierra se puede ver del cielo en una noche despejada. Todo ello desaparecerá junto con la tierra y lo que ella contiene en un incendio de dimensiones cósmicas, como se dice en el vers. 12 más abajo. Isaías evoca ese día diciendo que los cielos “se enrollarán como un libro, y caerá todo su ejército como cae la hoja de la parra.” (Is 34:4).
“Los elementos ardiendo serán deshechos.” ¿Qué designa Pedro con la palabra “elementos”? (Nota 1). Primariamente podría referirse a los cuatro elementos de los que, según la filosofía antigua, estaba constituido el universo: tierra, agua, aire y fuego. Pero más probable es que designe con ella a los cuerpos celestes visibles desde la tierra.
Pedro añade “con gran estruendo”. Si hay alguna cosa que infunde miedo al hombre es un ruido muy fuerte. Cuando escuchamos un ruido terrible sin saber de dónde viene nos aterramos, temiendo que algo muy grave esté sucediendo. Si oímos un gran estruendo que viene de fuera de casa, acudimos a la ventana para ver cuál puede ser la causa. Pedro da a entender que la catástrofe que él anuncia será acompañado de un ruido aterrador que paralizará a todos los habitantes de la tierra. Es el estruendo de la ira de Dios de la que hablan numerosos salmos y varios profetas: Sal 18:13-15; 77:18; 104:7; “Jehová rugirá desde Sión y dará su voz desde Jerusalén” (Jl 3:16 y Am 1:2).
Por último dice que no sólo los cielos sino también la tierra misma con todas las “obras” que sobre ella están serán quemadas. En sentido primario debe entenderse por obras todo lo que constituye obra humana, esto es, todo lo que el hombre ha construido (ciudades, monumentos, puentes, etc.), a lo que habría que añadir en nuestro tiempo las redes de comunicación, así como toda la literatura y la investigación científica. Es decir, todo el quehacer humano y sus afanes diarios. Todo ello desaparecerá en un instante, según está anunciado.
Este versículo ha ejercido una enorme influencia en la concepción que los cristianos tienen del fin de los tiempos. Ya el Señor Jesús había asegurado que el último día vendría de manera inesperada y había usado la figura del ladrón que se introduce en casa cuando todos duermen y menos se le espera, aconsejando que había que estar preparados velando (Lc 21:34).
Esta advertencia está dirigida no sólo a la humanidad entera sino a cada individuo en particular. La muerte no siempre anuncia su venida a través de una enfermedad grave; puede llegar de improviso cuando menos se le espera y la persona está llena de salud y de vida. Compete a cada cual estar listo para presentarse delante de su Señor en cualquier momento para darle cuenta de su vida. Él es un juez que no puede ser sobornado y que juzga nuestros actos imparcialmente y de acuerdo a estándares mucho más exigentes que los del hombre, porque Él es tres veces Santo. De ahí que la Escritura pregunte: “¿Quién es el que podrá estar de pie delante de ti cuando se encienda tu ira?” (Sal 76:7)

11. “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir,”
Puesto que todo esto que vemos, y en función de lo cual vivimos, ha de desaparecer ¿cómo hemos de vivir nosotros? ¿Atados a las cosas que pronto no serán más? ¿Presos de los halagos de los sentidos? ¿O no deberíamos más bien vivir en función de aquellas cosas que esperamos y que aún no vemos, pero que sabemos que son eternas –es decir, que no desaparecerán nunca?
¡Qué necio sería el que, dejándosele elegir, escogiera vivir para lo que dura apenas unos días en vez de lo que dura años! Sin embargo, la mayoría de los hombres prefiere vivir para lo transitorio y no para lo que es eterno. ¿Por qué esa sinrazón? Porque están obnubilados por los atractivos de lo que tienen delante, por la seducción de los sentidos, y no creen, o dudan, de que exista un más allá diferente, eterno. Es por falta de fe, por incredulidad, por escepticismo.
No existe el más allá para ellos, y si lo hubiera, ¿cómo comprobarlo? Puesto que no se ve, ni se toca, ni se siente, es algo inseguro. En cambio, esto que tocamos y vemos y de lo cual disfrutamos, es algo real, tangible. ¡Necio es más bien –piensan- el que corre detrás de lo nebuloso, de lo distante prometido, y desprecia lo que tiene delante suyo, de lo que puede gozar ahora!
En ese dilema se mueve el hombre: En función de qué vive. Y muchos toman la decisión equivocada, porque son cortos de vista. ¡Oh, gracias, Señor, por habernos librado de esa miopía! ¡Por habernos dado los anteojos de la fe que nos permiten ver lo invisible y penetrar en su oscuridad!
Visto de otro modo podríamos decir que aquí hay un gran contraste. Si todo esto material ha de desaparecer ¿qué valor tiene frente a lo espiritual, que es lo que realmente perdura, y que está representado por la forma en que vivimos, por el ánimo que inspira nuestra conducta, por la actitud que tenemos frente a Dios y a nuestros semejantes?
He aquí lo que realmente cuenta: la vida que llevamos. ¿Vivimos para la carne, o vivimos para Dios? ¿Buscamos servirnos a nosotros mismos en todo, o tratamos de servir al prójimo en todo lo que hacemos? (Gal 5:13)
Jesús nos puso delante como alternativa dos caminos: uno ancho que lleva a la perdición, y otro estrecho que lleva a la vida (Mt 7:13,14). ¿Cuál de ellos hemos escogido? Cuando todas las cosas hayan sido destruidas solo las “obras” que no se ven permanecerán, mientras que las visibles habrán desaparecido. Lo que no se ve son las intenciones que nos animaban, los deseos que nos impulsaban, las apetencias que buscábamos satisfacer. Algunas de ellas forman parte del tesoro que estamos acumulando en el cielo, que ni el orín ni la polilla destruyen, y del que nadie nos podrá privar (Mt 6:19,20). Las demás serán quemadas por el fuego que alude Pablo en 1ª de Corintios 3:12-15. Unas serán la base de nuestra recompensa; las otras el fundamento de nuestro castigo. Escojamos a quién queremos servir; si a Dios o al diablo; escojamos para qué queremos vivir (Js 24:15).
Esta es una elección que todos hacemos a lo largo de la vida –a veces hasta diariamente de una manera inconciente o por hábito- y que decide nuestro destino eterno. Desgraciadamente muchos son los que toman la decisión equivocada y van a sufrir eternamente las consecuencias. ¡No seamos del número de esos necios!

12. “esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!”
Pedro recalca que la vida santa que debemos llevar está dirigida y gobernada por la espera ansiosa de ese día maravilloso y a la vez terrible en que el Señor retorne a la tierra. Todas nuestras energías espirituales, todos nuestros anhelos, están dominados por la espera del retorno de Cristo, y por lo que él llama “apresurar su venida”. En cierta medida, lo que nosotros hacemos, o la forma en que vivimos, retrasa o acerca la venida del Señor.
Si nuestras lámparas permanecen encendidas, Él está cerca; si apagadas, está lejos. ¿Cómo explicarlo si todos los acontecimientos han sido fijados por Él para el momento preciso? No podría explicarlo, pero lo que Él decide para nosotros lo hace en función de nuestra vida. Como para Él el tiempo no existe, y todo es presente, todo está previsto y ocurre cuando debe ocurrir.
Así como Él puede retrasar su venida para que el mayor número posible de pecadores se arrepienta y sea salvo, de manera semejante puede adelantarla porque son muchos ya los que lo esperan y viven santamente; tal como Pedro, predicando después de Pentecostés, exhortaba a sus oyentes a arrepentirse para ser perdonados y “vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio”, en que Él envíe a su Hijo, tal como fue anunciado (Hch 3:19). (2).
Si Jesús nos enseñó a pedir: “Venga a nosotros tu reino” (Mt 6:10), no es para que esa petición quede sin respuesta, sino porque Dios responde a ella adelantando la venida de su Reino. Jesús va a venir cuando el clamor de los suyos por su venida sea tan intenso que no pueda ser acallado.
Hay una tensión entre el ser colmada la medida de los pecados de la humanidad, que desatan la ira divina, y el brillo de las buenas obras de los escogidos, que suscitan su misericordia. Él vendrá para castigo de las primeras y premio de las segundas, en el día terrible cuyas características describe este versículo repitiendo lo que ya se ha dicho antes (v.10).
La imagen del último día que conjura Pedro ciertamente es aterrorizadora. El fuego abrasara todo lo que está sobre nuestras cabezas y todo lo que hay sobre la tierra se derritirá bajo el impacto de un terrible calor.

13. “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.”
Como contraste a la terrible hecatombe esperada y temida, Pedro recuerda la promesa profética hecha por el Señor a Israel de crear un nuevo cielo y una nueva tierra, contenida en Isaías (65:17; 66:22). En esa hecatombe universal el mundo conocido, es decir, lo que existe ahora sobre la tierra, y el aspecto del cielo que contemplamos, desaparecerán como desapareció el mundo antidiluviano sumergido por las aguas. E igual que entonces, de la destrucción surgirá un mundo nuevo en el cual morará la justicia (Is 65:25), es decir, en el cual no habrá pecado.
La naturaleza entera será transformada, dice Pablo al hablar de lo mismo, cuando aparezcan esos cielos y tierra nuevos (Rm 8:20,21). Pero es de notar que mientras que la esperanza anunciada a Israel tenía el carácter de una renovación ligada a la tierra, porque Dios habla de edificar casas y plantar viñas, de vidas largas libres de enfermedad, cuyo término no es frustrado por muertes prematuras (Is 65:20-23), en el Nuevo Testamento esa esperanza adquiere el carácter de un más allá diferente, ligado a la eternidad (Véase Ap 21:1 y vers. siguientes); una tierra en la que no habrá mar (Ap 21:1); un cuerpo redimido de la esclavitud de la corrupción (Rm 8:23).
De una concepción terrenal, material, se ha pasado a una concepción espiritual, celestial. El cristiano, en efecto, ya no tiene su esperanza puesta en este mundo visible, pasajero, sino en uno que para nuestros ojos físicos es invisible, pero que no por eso es menos real y eterno. (2 Cor 4:18).

14. “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por Él sin mancha e irreprensibles, en paz.” (3).
La consecuencia, o conclusión, a sacar de esta esperanza es que puesto que hemos de vivir algún día en un mundo en el que no habrá pecado, el cristiano debe empezar ya a llevar una vida sin mancha ni reproche, es decir, santa, como Él nos lo pide (1P1:16), para que cuando Él vuelva inesperadamente, según está predicho, nos encuentre listos para ir a su encuentro y ser admitidos en el banquete de bodas llevando puesto el vestido adecuado (Mt 22:1-14).
Al escribir o dictar estas líneas, Pedro puede haber tenido en mente no sólo esta parábola sino también la de las vírgenes sabias y las vírgenes necias que estaban a la espera del novio. Unas tenían sus lámparas encendidas; las otras, no. Las que las tenían encendidas fueron admitidas; las que no habían traído consigo suficiente aceite se encontraron con la puerta cerrada (Mt 25:1-13).
La lección es transparente. Si no estás listo, si no vives en santidad, cuando Él venga no serás admitido en su reino.
En este versículo Pedro recalca dos aspectos que conviene subrayar. El primero es que el cristiano vive en espera de las cosas anunciadas. Su mirada no está puesta en lo transitorio –salvo en lo indispensable. Su vida apunta al más allá.
Lo segundo es que se requiere diligencia, esfuerzo, vigilancia, para llevar una vida santa, porque el enemigo no dejará de ponernos constantemente tropiezos por delante para hacernos caer. Él se encarga de hacer que este mundo material sea atractivo para nosotros, que pongamos nuestra mirada arrobados en él y olvidemos las cosas del cielo, de tal manera que no estemos listos cuando Jesús venga a buscarnos.
Por eso es que Pedro más atrás decía a sus discípulos que él no dejaría de recordarles estas cosas, para que las tengan siempre presentes. Incluso asegura que se encargará de que, después de su partida, haya quienes lo hagan en lugar suyo (1:12-15).
Estas advertencias dirigidas a sus discípulos de entonces están también dirigidas a nosotros que vivimos veinte siglos después de que se escribieran, y no han perdido actualidad. Siguen teniendo vigencia. La lectura de esta epístola debe servir a todos para recordarnos en función de qué vivimos y para no bajar la guardia, pues vivimos en guerra sin cuartel contra el enemigo de nuestras almas.
Un aspecto de la admonición de Pedro que debe también ser mencionado es que mientras vivimos en la expectativa del retorno anunciado de Jesús, hemos vivir no sólo de una manera santa, sino también conservando la paz entre nosotros. No es posible vivir cristianamente si nos peleamos unos con otros. El enemigo lo sabe muy bien. Por eso busca constantemente sembrar discordia en las iglesias. Y muchas veces lo logra. Pero Dios es más poderoso y astuto que él, porque Él ha usado algunas veces las divisiones ocurridas para multiplicar las iglesias y promover el Evangelio.

Notas: 1. La palabra stoijeía (stoijeíon en singular) es traducida por Reina Valera 60 como “rudimentos” de la doctrina, o de la palabra de Dios, en Hb 5:12 y Hb 6:1; como “rudimentos” del mundo en Gal 4:3 y Col 2:8,20, referidos a las ordenanzas rituales de la ley mosaica.
2. Isaías había escrito: “Yo, el Señor, a su tiempo haré que esto se realice pronto.” (60:22b). Los talmudistas enseñan que Dios puede apurar su redención en respuesta al arrepentimiento del hombre. La misma idea está presente en varios textos apocalípticos que circulaban en tiempos de Jesús.
3. Nótese que “cosas” aquí ya no significan las ocho virtudes que se menciona en 1:5-7, ni las que se alude en 1:12, sino el anuncio escatológico contenido en 3:10,13.

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"CUANDO EL SEÑOR VUELVA I"

Un Comentario a la Segunda Epístola de Pedro 3:1-9

Los cuatro primeros versículos de este capítulo forman una frase ininterrumpida que tiene por fin preparar a los lectores para la descripción que enseguida se va a hacer del día del Señor, y reafirmar su fe en su venida, descartando las voces de los que la ponen en duda.

1. “Amados, ésta es la segunda carta que os escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento,”
El apóstol hace referencia para comenzar a su primera epístola y afirma que ésta que leemos es su segunda carta. Estas palabras del texto sagrado son muy importantes porque muchos autores han cuestionado la autenticidad de esta epístola, alegando que no puede haber sido escrita por Pedro debido a su estilo, a la vez recargado y elegante, ya que, según afirma el libro de los Hechos, él era un hombre “sin letras y del vulgo” (Hch 4:13). Los que eso alegan ignoran, sin embargo, tres factores: Uno, que Pedro había recibido una poderosa unción del Espíritu Santo que lo había transformado y le había dado una elocuencia extraordinaria que los propios miembros del Sanedrín reconocieron admirados. Segundo, que él pudo en el curso de sus viajes por el Oriente griego haber mejorado sensiblemente su dominio de ese idioma que, por lo demás, él, siendo galileo, hablaba posiblemente desde la cuna. Y tercero que era usual que los apóstoles se valieran de amanuenses para escribir sus cartas y que éstos pueden haber contribuido a mejorar el estilo del que les dictaba.
Si la afirmación del apóstol respecto de la autoría de la primera epístola que lleva su nombre no fuera cierta –es decir, si el que escribió la primera epístola no fue el mismo que escribió la segunda- ¿qué confianza podríamos tener en la verdad y autenticidad de los escritos del Nuevo Testamento como palabra de Dios? Lo que está pues en juego en esta polémica es más que una cuestión meramente técnica de eruditos, está en juego la veracidad de la palabra de Dios. (Nota 1)
Pedro enseguida explica qué es lo que él se propuso al escribir estas dos cartas, -que es también uno de los propósitos que persigue toda sagrada escritura, esto es, despertar el entendimiento de sus lectores. Esa es, en verdad, una de las finalidades de la palabra de Dios, hablada o escrita: avivar el entendimiento de los lectores para comprender el mensaje de Dios. Pedro dice “limpio entendimiento” porque si la mente del cristiano no ha sido renovada por el Espíritu Santo y limpiada por la sangre de Cristo (1Cor 6:11), difícilmente podrá captar las verdades que Dios revela.
Esta condición necesaria de tener un limpio entendimiento nos hace ver por qué muchos leen sin entender y oyen sin aprender. Su entendimiento está oscurecido, y es incapaz de captar las verdades celestiales. Cuando las personas llevan una vida desordenada y de pecado su mente está en verdad enceguecida para las cosas que están fuera del ámbito de sus torpezas. Es como si miraran y no vieran; escucharan pero no oyeran, como dijo alguna vez Jesús, citando en su apoyo a Isaías: “Por eso les hablo en parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden”. (Mt 13:13; Is 6:9,10).
A menos que el Espíritu Santo abra su mente, los pecadores son incapaces de comprender lo que para los que tienen la mente renovada es claro y evidente. Pero no se lo podemos reprochar, porque son como el miope que carece de anteojos. Sin lentes no ve más allá de sus narices.

2. “para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles;”
Pero lo que persigue Pedro concretamente en esta ocasión al querer despertar el entendimiento de sus lectores, es que recuerden las palabras que fueron dichas tanto por Jesús como por los profetas y los apóstoles, acerca de los últimos tiempos. Aquí se está refiriendo Pedro a las constantes exhortaciones que los apóstoles dirigían a los cristianos para velar y orar esperando la venida del Señor y el cumplimiento de las cosas anunciadas por los profetas para los últimos días.
Nótese que en el pasaje paralelo de Judas (vers. 17) se menciona solo las palabras dichas por los apóstoles y no por los profetas. ¿A qué profetas se refiere Pedro? Podrían ser los profetas del Antiguo Testamento que anunciaron la venida del Salvador de Israel, o los profetas que había en la iglesia primitiva –como Agabo por ejemplo- que son mencionados en Hch 13:1, y que exhortaban a los creyentes a mantenerse fieles a las enseñanzas de Jesús. La función principal de esos profetas, de la iglesia primitiva era exhortar y animar a los creyentes para que conserven viva su fe y no se desanimen por las pruebas que tuvieran que afrontar. Aunque la expresión “santos profetas” que Pedro usó en otra ocasión (Hch 3:21; c.f. Lc 1:70) puede significar que él tiene en mente particularmente a los profetas del Antiguo Testamento y, en especial, a los que anunciaron los acontecimientos de los últimos tiempos.
¿Y a qué se refiere la frase “el mandamiento del Señor Jesús”? Pienso, en primer lugar en virtud del contexto, que a sus advertencias de “velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora” de su retorno, (Mt 25:13) y que fueron repetidas por Pedro y por Pablo en sus escritos (por ejemplo en 1Cor 15:34; 1Ts 5:6; 1P 4:7; 5:8) y que deben haber figurado con frecuencia en las prédicas de todos los apóstoles en sus viajes misioneros y que no han llegado a nosotros.
Pero también puede pensarse que Pedro se está refiriendo a los mandamientos de la ley de Cristo, contenida sobre todo en el Sermón del Monte (Mt 5-7) y en pasajes paralelos. Estos mandamientos fueron comunicados a las primeras iglesias de Anatolia, junto con los detalles de la vida de Jesús, por los apóstoles que las fundaron, y posiblemente formaban parte del núcleo esencial de su predicación. De ahí que Pedro pueda referirse a ellos como vuestros apóstoles”, porque hicieron entre los gentiles de esa zona obra de pioneros estableciendo comunidades.
Pero, de otro lado, la expresión “vuestros apóstoles” sugiere también que la audiencia a la que Pedro dirige su carta no estaba restringida a las iglesias que él había fundado, o que lo conocían personalmente, sino que era más amplia.

3,4. “sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación.”
Pedro quiere recordarles a sus lectores particularmente las profecías que anunciaban que en los últimos tiempos vendrían burladores haciendo mofa del anuncio del pronto retorno del Señor, en cuya esperanza la iglesia entonces vivía, y que traería consigo grandes cambios para el mundo entero. Al poner en duda esta esperanza los enemigos de Dios tocaban un punto muy sensible de la fe de los primeros cristianos. Por eso Pedro dedica el resto de su epístola a contrarrestar esta ofensiva y a fortalecer la esperanza de sus lectores sobre el retorno de Cristo.
Los burladores recalcaban que desde la época de los primeros padres, Abraham, Isaac y Jacob, que murieron hace mucho tiempo, el mundo permanece tal cual ha estado desde los inicios de la creación y, por tanto, cabe esperar que nada cambie en el futuro.
Aunque también es posible que con la palabra “padres” los burladores se estuvieran refiriendo a la generación de los primeros cristianos que escucharon el anuncio de que Jesús volvería pronto, pero que al escribirse esta epístola hacia el año 62, (2) ya habían muerto en su mayoría sin que el retorno esperado se produjera. Teniendo en cuenta que Jesús había dicho que esta generación no pasaría hasta que todas las cosas anunciadas por Él acontecieran (Mr 13:30; Lc 25:32), -es decir, que sucederían en vida de los que le escuchaban- se comprende que la fe de los creyentes pudiera verse conmovida con argumentos que pusieran en duda la verdad de su anuncio. Tanto más que Él había agregado: “Cielos y tierra pasarán pero mis palabras no pasarán.” (Mt 24:31)
Nótese, sin embargo, que si esta epístola hubiera sido escrita después del año 70, como algunos creen, Pedro no hubiera creído necesario desvirtuar con el elaborado argumento que sigue, las frases sarcásticas de los burladores, porque ese año la profecía de Jesús acerca de la gran tribulación que se abatiría sobre Jerusalén y la destrucción del templo –hasta no quedar piedra sobre piedra, Lc 21:5,6,20-24- tuvo un trágico y terrible cumplimiento. Sólo ha quedado pendiente la promesa de su retorno, que los creyentes aún seguimos aguardando esperanzados.

5-7. “Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua; pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.”
Estas palabras de Pedro son una referencia a la cosmogonía de los diez primeros versículos del Génesis –que era común a los demás pueblos de la antigüedad- y según la cual el mundo creado por la palabra surgió del agua sobre la cual flotaba el Espíritu de Dios (Gn 1:2). La tierra firme estaba rodeada por el agua que lamía sus orillas, por el agua que estaba encima del firmamento, y por el agua que estaba debajo de ella. Según esa concepción era perfectamente factible que las aguas que rodeaban la tierra por todos lados pudieran inundarla, destruyendo todo lo que existía sobre ella, como en efecto ocurrió en el diluvio.
Pero Pedro sugiere además una idea sumamente interesante: que el mundo actual está siendo preservado por la palabra de Dios, esto es, por la promesa solemne hecha a Noé de que las aguas no volverían a anegar el mundo, la cual fue sellada con la señal del arco iris que apareció entonces por primera vez (Gn 9:11-16). Esto no quita, sin embargo que el mundo pueda volver a ser destruido debido a la impiedad de los hombres, esta vez ya no por el agua, como ocurrió la primera vez, sino por el fuego del juicio final.
Entre una y otra destrucción existe un triple paralelo: la paciencia de Dios, el anuncio del juicio divino que no suscita arrepentimiento en la mayoría, y el castigo como consecuencia inevitable del endurecimiento de los corazones.
En efecto, tal como lo predijo Jesús, la impiedad llegará a su colmo en los últimos tiempos. Cada cual irá tras de sus propios devaneos, haciendo escarnio de todo lo que es santo y negando la misma existencia de Dios.
Eso es lo que estamos viendo en nuestros días. La religión (en sentido positivo) es decir, el culto a Dios y la fe, es objeto de burla, y la inmoralidad es elevada al rango de virtud. El aborto (ese crimen de crímenes) es promovido abiertamente y las prácticas más abominables, como la homosexualidad y la pederastia, son elogiadas y consideradas como dignas de respeto, inventándose toda clase de pretextos para justificarlas y condenando como intolerantes a quienes con toda razón las denuncian como aberraciones.

8,9. “Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.”
A las burlas de los que alegan que no se están cumpliendo los anuncios hechos por los profetas y por él mismo de que pronto sucederían las cosas que ha mencionado, Pedro contesta recordando que, según el salmo 90, para Dios “mil años son como un día” (vers. 4) y que los tiempos del Señor son muy diferentes a los nuestros.
El hombre es como la hierba y las flores del campo que hoy están lozanas y mañana desaparecen (Is 40:6,7). ¿Cómo puede el hombre comprender los propósitos de Dios que se desarrollan en el curso de siglos y eones? ¿Cómo puede comprender la forma cómo Dios dispone los acontecimientos para alcanzar los fines que Él se ha propuesto a fin de que el mayor número posible alcance los beneficios de su misericordia? Por eso añade enseguida para que lo tengamos bien en cuenta, que Dios no quiere que ninguno perezca (en las llamas del infierno, se entiende) sino que desea que el mayor número posible llegue a los pies de su Hijo, que derramó su sangre por ellos, y que se arrepientan de sus pecados para que sean salvos.
Aquí vemos pues cómo la justicia y la misericordia de Dios actúan estrechamente juntas, como los platillos de una balanza, la segunda atenuando los rigores de la primera. Nadie podrá decir en el día del juicio que no se le dio oportunidad para recapacitar, volver en sí y arrepentirse. Pero muchísimos son, lamentablemente, los que por propia decisión cierran sus oídos a los llamados de la voz de Dios o de su conciencia, y que al llegar el fin de sus días, se precipitan al infierno para estar para siempre en la compañía cruel de aquel a quien en su vida mortal sirvieron para mal propio y ajeno. ¡Oh triste fin de los insensatos que hacen del dinero, del poder, o de los placeres su dios! ¡Cuán terrible será su despertar cuando el velo de la carne que cubre sus ojos sea descorrido y contemplen lo que les espera en su cruda realidad! ¡Cuán terribles serán sus lamentos que Dios quiso evitarles, y que hubieran podido ser gritos de júbilo si lo hubieran deseado y hubieran escogido el camino recto!
Así como las distancias humanas son minúsculas comparadas con las del cosmos, los tiempos del hombre son minúsculos comparados con las perspectivas temporales en las que el Altísimo desarrolla sus planes. Por eso dice Isaías que los pensamientos de Dios no son como nuestros pensamientos, ni sus caminos como los nuestros (55:8,9).

Nota 1. No quiero dejar de mencionar, sin embargo, que hay por lo menos un erudito conservador que sostiene, con razones atendibles, que la carta a la que el autor se refiere implícitamente en este versículo no es la que conocemos como su primera epístola sino otra que puede haberse perdido.
2. Según A.T. Robinson y C. Tresmontant. Otros autores postulan que la carta fue escrita entre fines del primer siglo y mediados del segundo, lo que supone que no habría sido escrita por Pedro.

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FALSOS PROFETAS Y FALSOS MAESTROS III

Un Comentario a la Segunda Epístola de Pedro 2:17-22

17. “Estos son fuentes sin agua, y nubes empujadas por la tormenta; para los cuales la más densa oscuridad está reservada para siempre.”
Para describir a estos hipócritas el apóstol apela ahora a dos imágenes tomadas de la vida rural. ¿Qué cosa más frustrante y más inútil que una fuente que se ha quedado seca? (Jr 2:13; 14:3). El sediento del camino se acercará a ella inútilmente porque no podrá apagar en ella su sed.

Estos hombres son tan estériles como esas fuentes, no tienen nada bueno que ofrecer a quienes ingenuamente acudan a ellos. No hay doctrina ni palabra de sabiduría o de consuelo en sus bocas. Sólo saben decir vaguedades sin contenido, o palabras de adulación.

Son semejantes a las nubes que arrastra la tormenta, imagen rica de sugerencias (c.f. Jd 12). En los países donde la agricultura depende de la lluvia los labriegos ven la aparición de nubes en el horizonte como un anuncio de que sus plantas resecas serán restauradas por el agua que caiga del cielo. ¡Pero qué desilusión les produce ver cómo las nubes que prometían saciar la sed de sus campos pasan sobre sus cabezas empujadas por un viento tempestuoso!

De esa manera suelen portarse estos hombres inquietos con los que ponen vanamente su esperanza en su consejo. Aparecen de repente y se van prontamente empujados por el viento de sus pasiones, sin tener una palabra útil para los que confiaban en su visita.

¿Qué futuro espera a esos falsos maestros que asumen apariencia de piedad pero que la niegan con sus actos? (2Tm 3:5) Si no se arrepienten les espera el fuego eterno que arde pero no alumbra y la más densa oscuridad para siempre (c.f. Jd 13).

18. “Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error.”
A partir de este versículo y hasta el final del capítulo el apóstol aborda el tema de los que, habiendo conocido al Señor, se vuelven atrás seducidos por el ejemplo, o más exactamente, por la lengua de los impíos, que dice “hablan cosas infladas”. ¡Cuántas veces hemos escuchado personas que adoptan poses espirituales y que, desplegando una gran facilidad de palabra, hablan de verdades muy altas para su limitado entendimiento, o de cosas ocultas, o si no presentando con fingida autoridad interpretaciones novedosas de las Escrituras con las que atraen a los ingenuos!

“El avisado ve el mal y se aparta” dice Pr 22:3. Cuando escuchemos discursos altisonantes y pretenciosos, de boca de los que se alaban a sí mismos como sabios, a la vez que halagan la vanidad de sus oyentes, apartémonos cautamente o cerremos los oídos a su parloteo (c.f. Jd 16). Una de las tácticas que usan los engañadores para conquistar a sus oyentes, es adularlos. Por algo Proverbios advierte: “El hombre que alaba a su prójimo, red tiende delante de sus pies”. (Pr. 29:5).

Detrás del deslumbramiento que produce el discurso brillante puede esconderse la trampa no sólo del error sino, lo que es peor, de la seducción de la carne. Muchas desviaciones doctrinales astutamente disfrazadas, terminan en extravíos sexuales con los que atrapan a las almas inestables.

Es bueno recordar a este respecto lo que escribe Pablo a Timoteo en su segunda carta: “Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita. Porque de éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias.” (3:2-6).

Es cierto que algunos de ellos no son cristianos, ni pretenden serlo, sino traen doctrinas exóticas. Pero también hay entre ellos quienes pretenden ser cristianos y que con un discurso engañoso, sazonado de citas bíblicas, presentan un evangelio diferente. ¡Oh, huyamos de esos predicadores! Es oportuno que recordemos las palabras de Pablo “Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema”; (Gal 1:9) y que tengamos en cuenta la advertencia del apóstol Juan: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.” (1Jn 4:1).

¡Huid también del despliegue de propaganda! ¡Huid de los que halagan la vanidad de sus oyentes! Yo prefiero escuchar a los predicadores que reprenden mi conciencia y me confrontan con la palabra, que a los que prometen prosperidad a cambio de ofrendas.

19. “Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció.”
Este pasaje de Pedro, así como los pasajes semejantes de la epístola de Judas, y el párrafo que hemos citado de 2da de Timoteo, nos hacen ver que la iglesia estuvo desde temprano expuesta al ataque de impíos que trataban con argumentos falaces de desorientar a los creyentes, buscando hacerlos retroceder a la vida disoluta que habían dejado atrás al convertirse. No sabemos exactamente cuál era la doctrina que difundían y que preocupaba a Pedro, pero éste versículo nos da un indicio. Torciendo el sentido de algunos textos paulinos prometían libertad respecto de las normas de conducta contenidas en la ley de Cristo, a los que ingenuamente les escuchaban –como si eso fuera lo que Pablo propusiera- atrayéndolos sutilmente a la disolución de la que esos mismos maestros eran esclavos.

Es posible también que afirmaran –como también hacen algunos hoy día- que el cristiano “no puede pecar porque es nacido de Dios” no importa lo que haga, como si por el hecho de ser cristiano estuviera por encima del bien y del mal. Con esa malinterpretación maliciosa de 1Jn 3:9 han engañado a muchos y los han llevado a la perdición.

Para prevenir ese peligro Pedro afirma una verdad que tanto Jesús como Pablo proclamaron: que el que peca –esto es, el que cede a la tentación- es esclavo del pecado que lo ha vencido. Como una trasgresión suele llevar a otra, con la primera caída suele crearse una cadena de pecado que, como todo mal hábito, es difícil de romper, y que, de no mediar una intervención de la gracia, termina en el infierno. (Léase al respecto Jn 8:34,36; Rm 6:16).

20, 21. “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero.
Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado.”

Esto no puede ser más claro. Si alguno escapa de las contaminaciones que lo tenían atado y vuelve a caer en ellas por falta de firmeza, su estado final viene a ser peor que aquel en que primero se encontraba. El reincidente suele ser más inicuo que el novato. Tratando de escapar del pantano de la corrupción que lo tenía atrapado, se hunde cada vez más en él.

Mejor le hubiera sido, en efecto, no haber conocido a Cristo y no haber sido libertado por Él que, habiéndole conocido, apostatar de la fe para recaer en las prácticas que había abandonado.

Hebreos nos advierte severamente: “Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.” (10:26,27).

El camino de Cristo exige constancia para llegar a la meta. El enemigo acecha con mil imposturas para impedirnos seguir adelante, pues no desea que alcancemos la victoria que Cristo promete a los que le son fieles y perseveran. Huyamos pues de las tentaciones y no nos creamos más fuertes de lo que en realidad somos, porque muchos por presunción han recaído.

“El que piensa estar firme, mire que no caiga”, nos advierte Pablo (1 Cor 10:12). Sólo los cadáveres no son tentados. Mientras haya un aliento de vida en tu cuerpo, la concupiscencia te atraerá. Hay algunos que han experimentado las peores tentaciones estando al borde de la muerte. El enemigo difícilmente abandona a su presa. Él sabe mejor que nadie lo que está en juego: la eternidad. Una eternidad de tormento, como la que él padece, o una eternidad de gloria, como la que gozan los santos.

Pero nosotros, debido al espeso velo de carne que nubla nuestros ojos, no comprendemos bien el tremendo dilema de la encrucijada: Ser apartado de Dios para siempre o gozar de su compañía eternamente.

22. “Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno.”
Pedro cierra su argumentación citando un proverbio basado en la observación de la conducta de los animales, un proverbio, en verdad, asqueroso (Pr 26:11a). Pero la conducta de los que después de haber conocido el camino de la justicia se vuelven atrás, no lo es menos.

“La puerca lavada” evoca la imagen del bautismo en cuyas aguas (la sangre de Cristo) el creyente lava sus pecados (Nota 1). Como le dijo Ananías a Pablo: “Levántate, bautízate, y lava tus pecados invocando su nombre” (Hch 22:16)

El creyente que ha lavado sus pecados en la sangre de Cristo y que vuelve a los vicios y pecados que había abandonado, es como una puerca que, habiendo sido limpiada de su inmundicia, retorna al chiquero para revolcarse en la basura que era su delicia y de donde fue sacada. ¿De qué le sirve al cristiano haber sido liberado del pecado si después retorna a la antigua esclavitud? Es muy frecuente el caso de los inconstantes que se vuelven peores de lo que antes eran, porque su enviciamiento se torna más refinado, y con más celo tratan de atraer a otros a la misma perdición en la que ellos han recaído.

Nótese que los dos animales citados como ejemplo eran animales impuros según la ley de Moisés. Podría por analogía alegarse que la naturaleza de los apóstatas que retornan a sus viejos caminos nunca fue cambiada. Siguieron siendo por dentro perros y puercos pese a la apariencia de una vida renovada y, por ese motivo, no podían perseverar. Pudiera ser cierto en algunos casos, pero no siempre. Sea como fuera, su caída nos hace ver muy claro cuánto necesita el hombre viejo dejar su antigua naturaleza carnal para revestirse de la nueva según Dios, en justicia y santidad (Ef 4:22-24). Incumbe a cada uno llevar a cabo esa paciente labor, ayudado por la gracia. Nadie puede hacerla por uno.

Nota 1: Este dicho no se encuentra en la Escritura, sino en la Historia de Ahicar, libro sapiencial oriental que fue muy popular entre los antiguos y con el cual podemos pensar el apóstol estaba familiarizado.

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"FALSOS PROFETAS Y FALSOS MAESTROS II"

Un Comentario a la Segunda Epístola de Pedro 2:12-16

12. “Pero éstos, hablando mal de cosas que no entienden, como animales irracionales, nacidos para presa y destrucción, perecerán en su propia perdición,”(c.f. Jd 10)
Pedro señala una de las características de los hombres ignorantes, extraviados a causa del pecado: hablan con osadía de cosas que ignoran y no entienden, de cosas de las que sólo tienen un conocimiento vaguísimo y superficial. Sin embargo, creen que su ignorancia les autoriza a criticar y a emitir opiniones sentenciosas. ¡Cuánta gente conocemos que es así! Los vemos con frecuencia en los medios, en la TV y en los periódicos, y hasta en el Congreso y en el Gobierno pontificando de cosas que ignoran. Pero ¿no habremos nosotros mismos algunas veces actuado de esa manera cual ignorantes atrevidos, dando nuestra opinión sobre asuntos de los que no tenemos la menor idea? Como bien dice Santiago, pecamos constantemente con la lengua por hablar como no debemos o sin ton ni son.(St 3:2).

“Como animales irracionales…”
Los que viven entregados a vicios vergonzosos son en efecto como animales que carecen de razón, o peor que animales, porque éstos, al menos, siguiendo los instintos que gobiernan su vida, actúan de una manera lógica y razonable de acuerdo a su naturaleza.

Los pecadores, en cambio, son como animales de caza que algún día caerán en manos del cazador que los herirá mortalmente y se los llevará cargados al hombro para vender su carne, piel y huesos, y repartirse sus bienes como botín de guerra.

13. “recibiendo el galardón de su injusticia, ya que tienen por delicia el gozar de deleites cada día. Estos son inmundicias y manchas, quienes aun mientras comen con vosotros, se recrean en sus errores.” (C.f. Jd 12ª)

La frase completa que comienza en el versículo anterior dice así: “perecerán en su propia perdición recibiendo el galardón de su injusticia.”
Los que viven en pecado reciben en su propio cuerpo el pago de sus extravíos (Rm 1:27). “Por donde el hombre peca, ahí es atormentado” dice el Eclesiástico, también llamado Sirácida.

Esta frase contiene una gran verdad. Lo que ha sido instrumento de deleite se convierte en instrumento de tortura. Si pecas con la lengua, tu lengua se enfermará. Si con el estómago por la gula, tu estómago será causa de males; si con tus partes íntimas, ellas serán ocasión de tortura, contrayendo alguna dolencia. En cada parte del cuerpo que usamos con osadía para ofender a Dios, recibiremos el justo salario del pecado: enfermedad y muerte (Rm 6:23).

“ya que tienen por delicia gozar de deleites cada día” (o durante el día).
Ya no les basta la noche para emborracharse y divertirse sino que dedican también las horas del día a sus placeres y pecados (Ecl 10:16; Is 5:11). Por lo general los vividores escogen la noche para sus orgías para que no se vea lo que hacen (“Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” Jn 3:20); o como dice Pablo: “los que se embriagan, de noche se embriagan” (1Ts 5:7). Pero éstos a quienes Pedro dirige sus invectivas han perdido todo sentido de vergüenza y en su atrevimiento no tienen reparos en exhibir sus extravíos a plena luz.

Esto es algo que vemos frecuentemente en nuestros días, en que se organizan desfiles de homosexuales y lesbianas en pleno día, en los que se muestran con descaro tal cual son, con el aplauso de cierto sector de la prensa. “A lo malo llaman bueno, y a lo bueno, malo.”, tal como dijo Isaías agregando: “¡Ay de los que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz!” (Is 5:20)

“Estos son inmundicias y manchas, quienes aun mientras comen con vosotros, se recrean en sus errores.”
¿Qué cosa es una mancha? Es una adherencia sucia en un tejido o en un objeto que lo afea y desnaturaliza y le quita todo atractivo. Los que actúan como denuncia el apóstol son verdaderas manchas en los lugares donde exhiben su desvergüenza. Por contraste Pedro al hablar del Señor lo llamó “Cordero sin mancha” (1P 1:19), para indicar que en Él no había ni sombra de pecado. Él es el ideal que todos deberíamos imitar.

En el libro del Levítico repetidas veces se ordena que ningún animal con defecto o manchado, sea becerro o cordero, pueda ser ofrecido en sacrificio al Señor en el templo. Más adelante por boca de Malaquías Dios reprocha al pueblo que le ofrezca como sacrificio animales dañados o enfermos (Mal 1:13,14). El cristiano debe ser hallado sin mancha ni defecto alguno, como más adelante en esta misma epístola Pedro exhorta a sus lectores (3:14), ya que su cuerpo y su misma vida son un sacrificio vivo y santo que deben ser presentados al Señor (Rm 12:1).

La presencia pues de estos hombres en las reuniones cristianas era una mancha vergonzosa (c.f. Jd 12). En los primeros tiempos los cristianos se reunían en las casas para comer juntos y gozar de comunión unos con otros. A esas reuniones de confraternidad se les llamaba “ágapes” (palabra griega que quiere decir “amor”), y se siguen llamando así en nuestros tiempos, como rezago de una tradición antigua, a las reuniones de amigos en torno a una mesa.

Se distinguían esas fiestas de las reuniones comunes porque terminaban compartiendo el pan y el vino, según el Señor había mandado: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22:19). Que estas reuniones, sin embargo, podían fácilmente derivar en abusos lo atestigua el mismo Pablo cuando reprocha a los corintios los desórdenes que se producían en torno a la mesa del Señor (1Cor 11:20-22).

Pero el hecho de que esos falsos creyentes participaran en reuniones eucarísticas muestra también con qué facilidad los hipócritas engañan a los de corazón puro. Ellos saben ocultar muy bien sus verdaderos propósitos. Si no se les detecta y desenmascara a tiempo pueden hacer mucho daño en las congregaciones pues tratarán de seducir a algunos o algunas para arrastrarlos por el camino errado.

14. “Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia, y son hijos de maldición.”
En este versículo se mencionan cinco características malignas de la personalidad de estos engañadores. Veámoslas.

“Tienen los ojos llenos de adulterio”. Sus miradas están ansiosas por encontrar personas que se puedan prestar a sus deseos pecaminosos y miran a las mujeres sólo como objeto de lascivia. Jesús dijo: “cualquiera que mire a una mujer para codiciarla ya ha adulterado con ella en su corazón”. (Mt 5:28). ¡Con qué frecuencia las mujeres, creyéndose halagadas, se dejan seducir por hombres que las desprecian y reducen su condición a la de meros objetos de placer!

“No se sacian de pecar”. Como no piensan en otra cosa sino en satisfacer sus bajos instintos, la medida de sus deseos no se colma nunca, como dice Proverbios: “La sanguijuela tiene dos hijas que dicen: ¡Dame! ¡dame!” (30:15ª).

“Seducen a las almas inconstantes”. Encuentran sus víctimas entre las personas de carácter poco firme, no perseverantes, proclives al pecado, a las que seducen fácilmente.

“Tienen el corazón habituado a la codicia”. (Nota 1). Junto a su sensualidad, que tratan de satisfacer constantemente a como dé lugar, son ávidos de dinero, al revés de lo que exhorta Pablo a los ancianos: que no sean “codiciosos de ganancias deshonestas” (1Tm 3:3; Tt 1:7) (2)

“Y son hijos de maldición”. Esta es una expresión hebrea que se encuentra con frecuencia en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, y que significa que las personas a las que se les aplica tienen una afinidad estrecha con aquello con que se les relaciona, sea bueno o malo. En este caso esas personas merecen ser objeto de la maldición divina. (3)

En efecto, sobre pocas personas recae la ira de Dios con tan justo motivo que sobre los hipócritas que fingen sentimientos de piedad para perseguir fines inconfesables.

¿Ha cambiado la astucia de los pecadores, o la vulnerabilidad de las iglesias a los manejos de los hipócritas desde los tiempos en que se escribió esta epístola? No creo que mucho. Desgraciadamente en todo tiempo y lugar el diablo encuentra colaboradores que se infiltran en las congregaciones para engañar con su malicia a fieles y pastores por igual, hasta que son desenmascarados. A veces se encumbran hasta ocupar posiciones altas en las que pueden hacer mucho daño y acarrear desprestigio a la iglesia de Dios cuando son descubiertos y denunciados. La historia de la iglesia está por desgracia llena de personajes que la han avergonzado y que han manchado de diversas maneras el cuerpo de Cristo. La fuerte denuncia de abusos en la iglesia contenida en este versículo debería servirnos para mantenernos alertas y vigilantes y no dejarnos engañar.

15, 16. “Han dejado el camino recto, y se han extraviado siguiendo el camino de Balaam hijo de Beor, el cual amó el premio de la maldad, y fue reprendido por su iniquidad; pues una muda bestia de carga, hablando con voz de hombre, refrenó la locura del profeta.”
Pedro compara a los falsos hermanos con el profeta Balaam, cuya historia se encuentra en los capítulos 22 al 24 del libro de Números. Ahí se narra cómo Balaam, siendo advertido por Dios de que no debía ir con los mensajeros de Balac, rey de Moab, para maldecir a Israel, se empeñó en que Dios le permitiera acompañarlos porque deseaba recibir la recompensa que Balac le había prometido. Estaba dispuesto a pervertir, por una recompensa material, el ministerio que Dios le había dado. Amaba el soborno más que la verdad.

En ese intento mientras cabalgaba sobre su asna para ir donde Balac, el ángel de Jehová le salió al encuentro e impidió al asna seguir adelante. Como Balaam se enfureció y se puso a golpearla, el asna le habló y le echó en cara que le maltratara, cuando no era capricho de ella sino voluntad de Dios que él no prosiga su camino.

La epístola compara a esos hombres con Balaam porque aman más el dinero que hacer la voluntad de Dios. Su codicia les ha hecho apartarse del camino recto. Ellos merecerían ser reprendidos por una bestia irracional porque más se parecen a ella que a seres humanos. Pero con una diferencia agravante: Balaam aceptó la reprensión que Dios le hizo a través de la burra, pero ellos en su orgullo no aceptan que nadie les llame la atención por su mala conducta. ¿Cuál será la suerte que Dios les tiene reservada?

Notas: 1. Esta frase podría también traducirse como “ejercitados en la codicia”. Es decir, que son hábiles en este campo porque lo practican sin cesar.
2. Es un hecho que hay iglesias donde algunos explotan la generosidad de los creyentes y se valen de versículos bíblicos como pretexto para vaciar en beneficio propio los bolsillos ajenos, tal como Jesús dijo que hacían los fariseos con las viudas (Mt 23:14).
3. Son numerosos los ejemplos. Antiguo Testamento: Is 57:3, “hijos de la hechicera”. Is 57:4, (en la Septuaginta) “hijos de destrucción” (e.d. destinados a ser destruidos). Os 10:9, (Septuaginta) “hijos de iniquidad” (e.d. inicuos)
Nuevo Testamento: Ef 2:2, “hijos de desobediencia” (e.d. hijos desobedientes). Ef 2:3, “hijos de ira” (e.d. destinados a ser castigados). Ef 5:8, “hijos de luz” (e.d. que han sido iluminados por el Espíritu Santo). 1P 1:14, “hijos de la obediencia” (e.d. hijos obedientes). Rm 9:8 y Gal 4:28, “hijos de la promesa” (e.d. herederos de la promesa).

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martes, 16 de diciembre de 2008

FALSOS PROFETAS Y FALSOS MAESTROS I

Un comentario a la Segunda Epístola de Pedro 2:1-11

1. “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.”
Jesús advirtió una vez que entre el trigo puede crecer la cizaña (Mt 13:26,30). Ese dicho puede aplicarse a los tiempos pasados en los que, junto a los profetas verdaderos enviados por Dios, surgieron también profetas falsos, enviados por ya sabemos quién, para sembrar confusión en el pueblo de Dios. De manera semejante, anuncia Pedro, en los tiempos de la iglesia vendrán falsos maestros que tratarán de sorprender a las congregaciones enseñando doctrinas heréticas aun más peligrosas que las proclamadas por los falsos profetas de antaño, porque, dice, "negarán al Señor". ¿Qué quiere decir con esa frase? Posiblemente él se está refiriendo a los falsos maestros que negaban la humanidad de Cristo, o a los que negaban su divinidad.
Entre ambos extremos oscilaban las doctrinas equivocadas con que el diablo en los inicios buscaba confundir a los creyentes. Jesús era hombre sólo en apariencia, proclamaban los docetas. Jesús era un ser muy elevado, más que un ángel -aseguraban los arrianos- pero no era Dios, porque Dios no puede morir. Unos y otros negaban de alguna manera la verdad del Evangelio, negando que Jesús fuera "el camino, la verdad y la vida", como Él había dicho de sí mismo (Jn 14:6); negaban en última instancia que su muerte nos hubiera salvado pues para ello era necesario que Él fuera a la vez hombre y Dios.
Los que tal hicieron en el pasado, y hacen en el presente, deben saber, advierte Pedro, que ellos atraen sobre sí una destrucción calamitosa que les sobrevendrá cuando menos lo esperan. O más bien, cuando esperan cosechar en metálico el fruto de su impiedad. Así ha ocurrido, en efecto, con la mayoría de los hombres que, desde el interior de la iglesia, han tratado de corromper el Evangelio.

2. “Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado,”
Por desgracia serán muchos los extraviados que los sigan, hombres cuya fe no es firme pero que, atraídos por su concupiscencia, convertirán la fe en Jesús en libertinaje, trayendo, como dice Judas 4, descrédito al Evangelio. (Nota 1)

3. “y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme.”
Es sorprendente la astucia que despliega el diablo para distorsionar el camino sencillo de la verdad y engañar a los incautos que, sin sospecharlo, se convierten en mercadería para los falsos maestros que los exprimirán hasta sacarles todo su dinero con falsas promesas de prosperidad. Contra éstos advirtió también Pablo en 2Tm 3:1-7.
¡Pero qué triste es ver cómo con frecuencia, las ideas falsas encuentran más audiencia y seguidores que las verdaderas! La gente suele ser atraída por la novedad, por lo sorprendente, por aquello que halaga su curiosidad, pero sobre todo, por las enseñanzas que fomentan la satisfacción de los sentidos y se burlan de la necesidad de negarse a sí mismo en ocasiones..

4. “Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio”
En este versículo Pedro empieza un argumento en forma de cadena lógica de cuatro oraciones condicionales (2), que termina con una conclusión en los vers. 9 y 10a. Él quiere mostrar cómo, si bien Dios guarda a los suyos de tentación, es decir, a los que le son fieles, Él condena a los que se vuelven atrás para satisfacer libremente sus pasiones. Como ilustración Pedro menciona en primer lugar el ejemplo de los ángeles que –según Génesis 6:1,2- en los albores de la humanidad, se dejaron seducir por la belleza de las “hijas de los hombres”, y renunciaron a su dignidad (Véase Jd 6). A ellos, dice 1P 3:19,20, fue Jesús después de muerto pero antes de resucitar, a predicar cuando esos ángeles caídos estaban recluidos en prisiones de oscuridad, esperando el juicio de condenación definitivo. Este es un episodio misterioso que he tratado con cierto detalle en “Una Buena Conciencia IV” (#501, del 16.12.07).

5. “y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos;” (3)
En segundo lugar trae a colación el recuerdo de los gigantes que nacieron de la unión de esos ángeles con las hijas de los hombres, los cuales, en tiempo de Noe, se pervirtieron al punto de que Dios, arrepentido de haber creado a la humanidad, decidió destruirlos a todos mediante el diluvio, salvo a Noe y a su familia (Gn 6:4-8).
Pedro llama a Noe “pregonero de justicia”, no sólo por su rectitud de vida, sino porque al ponerse a construir el arca en la que él y los suyos se salvaron de las aguas, él, mediante su obediencia al mandato divino, dio testimonio de su fidelidad al Creador de todos ante los hombres que le habían sido infieles y le habían dado la espalda.

6. “si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente,”
Enseguida menciona a las ciudades de la llanura, a Sodoma y Gomorra que, en tiempos de Abraham, fueron destruidas por la lluvia de fuego que Dios hizo caer sobre ellas en castigo de sus perversiones. El episodio en que los habitantes de Sodoma -donde Lot se había instalado después de separarse de Abraham- trataron de que el sobrino de Abraham les entregara a los varones que él había alojado en su casa, para “conocerlos”, (4) pone de manifiesto en qué consistía el pecado de los sodomitas y por qué esta palabra ha quedado ligada en el lenguaje común a esa forma de perversión sexual que en nuestros días está tratando de obtener la aprobación de las mayorías. Judas añade que los habitantes de esas ciudades sufren ahora el castigo del fuego eterno.
Este versículo nos hace ver cuánto detesta Dios esta perversión abominable que en nuestros días alza su cabeza soberbia buscando aparecer, con el apoyo de los medios de comunicación, como una “opción sexual” válida. ¡Qué bien nos muestran estos desvaríos que nos estamos acercando a los últimos tiempos anunciados por la palabra profética de Jesús en Mt 24!

7,8. “y libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados (porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos)”
Por último Pedro menciona a Lot que, como ya sabemos, se había establecido en Sodoma (Gn 19). Pedro nos dice que este justo afligía su alma cada día “viendo y oyendo” lo que los habitantes de esa ciudad perversa hacían. Es interesante que el texto diga que oía y veía lo que ocurría a su alrededor porque significa que las costumbres de esa gente eran públicas y notorias en esa ciudad, y que sus habitantes no se avergonzaban ni se escandalizaban de ellas. Al contrario, las practicaban a la vista de todos y, posiblemente, hasta las comentaban favorablemente, alabando a los que las cometían de una manera más osada, un poco como en las secciones de espectáculos de nuestros diarios se habla elogiosamente, como si se tratara de una hazaña, de la vida desordenada que llevan algunas “estrellas” del mundo de la farándula.
Pero uno no puede menos que preguntarse: Si él estaba tan disgustado y afligido por lo que ocurría en torno suyo ¿por qué permanecía en la ciudad perversa y no se alejaba más bien de ella? Podemos especular que se quedaba allí por una de dos razones, o por una combinación de ambas: 1) Porque le convenía a sus intereses, ya que, posiblemente había anudado relaciones comerciales con algunos habitantes de esa ciudad y de las ciudades vecinas, y el lugar le era propicio para sus negocios; o 2) simplemente, por comodidad o inercia. Mudarse le habría significado molestias, trastornos y quizá podría acarrearle pérdidas económicas. ¡Cuántas veces las consideraciones materiales y económicas pesan más en nuestras decisiones que las consideraciones morales! Decimos estar escandalizados de la conducta de ciertas personas, pero mantenemos relaciones cordiales con ellas porque nos conviene, en vez de separarnos y romper todo vínculo de amistad, tal como deberíamos: “Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor” (2Cor 6:17; Is 52:11). Cuando no lo hacemos estamos implícitamente declarando ante el mundo que aprobamos su modo de vida o que, por lo menos, no nos disgusta.
No obstante lo antedicho, por consideración a su amigo Abraham, Dios libró por medio de los dos ángeles a su sobrino Lot, que no merecía ese benévolo trato, primero de las manos de esos hombres malvados que querían hacerle daño; y segundo, de la destrucción que Él iba a enviar sobre la ciudad perversa y sus habitantes (Gn 19:1-25).

9. “sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio;”
En los versículos precedentes (que constituyen la “prótesis” de su razonamiento) Pedro ha mostrado varios ejemplos de cómo la justicia de Dios procede dando el castigo apropiado a los pecadores, a la vez que preserva a los inocentes de las consecuencias de su ira. Su propósito es recalcar (como “apódosis”) de qué manera Dios libra de tentación –es decir de caer en ella- a los que le son fieles, al mismo tiempo que reserva para el castigo final a los impíos.
Dos ideas resaltan aquí: 1) Dios libra de la tentación a los suyos. Esta frase, que nos proporciona una gran seguridad, nos recuerda la petición del Padre Nuestro que literalmente dice: “No nos conduzcas a la tentación” (Mt 6:13). Esto es, no permitas que seamos tentados, o probados, más allá de nuestras fuerzas (1Cor 10:13); y 2) el castigo de los impíos se ejecuta al final de los tiempos, (o al final de su carrera) lo que significa que entre tanto ellos gozan de gran bonanza. Esta constatación frecuente pero paradójica atormentaba al piadoso autor del salmo 73.
En cuanto a lo primero, a veces nos es difícil aceptar que Dios sea responsable de las dificultades por las que atravesamos. El prólogo del libro de Job nos muestra, sin embargo, que si bien no es Dios el que obra esas pruebas sino el diablo, es Dios quien deja en libertad al enemigo para que nos atormente. Las dificultades y las pruebas por las que pasamos forman parte –aunque nos pese- del plan de Dios para nuestras vidas.
Si no fueran parte de su plan, no ocurrirían. Porque nada sucede sin que Dios lo permita; y si lo permite, por algún buen motivo será. Jesús lo dijo muy claro: “No cae un solo pajarillo a tierra sin vuestro Padre. Y hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados.” (Mt 10:29)
Si las cosas son así ¿cómo debemos nosotros afrontar nuestras dificultades? ¿Quejándonos y acusando a Dios? Al contrario, agradeciéndole por todo lo que nos ocurre, sea bueno o malo, porque todo forma parte de su buen propósito para nosotros.
Pablo lo dijo: “Dad gracias a Dios en todo”. (1Ts 5:18) No sólo en lo que nos agrade, también en lo que nos sea contrario, ya que eso que experimentamos como malo, es en realidad bueno para nosotros, como dice Pablo: “Todas las cosas colaboran para el bien de los que aman a Dios” (Rm 8:28).
Esta conformidad agradecida a la voluntad de Dios es nuestra mejor garantía de felicidad en la tierra: saber que estamos enteramente en sus manos y que Él está constantemente obrando nuestro bien. Y es también la mayor prueba de fe que podemos dar.
¡Qué distinta es la actitud del que atribuye todo al diablo! Rechaza todo lo que le sea doloroso como malo, ignorando que el que no ha pasado por pruebas no ha madurado.
Es cierto que el diablo siempre trata de hacernos daño y puede hacerlo. Por eso debemos estar siempre en guardia. Lo hace engañándonos y tentándonos, llevándonos por caminos inconvenientes que tienen la apariencia de buenos. Él tiende celadas delante de nuestros pies, pero él no es responsable de que caigamos en ellas, sino nosotros.
Dios nos ha dado armas poderosas para defendernos contra las artimañas satánicas y debemos usarlas. Pero si todos nuestros esfuerzos fallaran, entonces debemos admitir la posibilidad de que la mano de Dios esté detrás de nuestras dificultades, o que ellas sean simplemente la consecuencia natural de nuestros propios errores.

10a. “y mayormente a aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío.”
Con estas palabras Pedro precisa quiénes son aquellos a quienes Dios reserva para ser castigados en el juicio futuro: a los que se dedican a satisfacer sin freno sus pasiones sensuales y a fomentar en sí mismos y en otros las peores perversiones.
El mal uso de la sexualidad es un pecado que Dios abomina y que ha suscitado el castigo de Dios a lo largo de la historia; no sólo a los hombres contemporáneos de Noe, que atrajeron sobre sí el diluvio; y a los habitantes de Sodoma y Gomorra, que fueron destruidos por el fuego, sino que, como Pablo dice en Gal 5:9-21, Dios excluye de su reino a los que practican tales cosas. Notemos que al enumerar en detalle los pecados a los que esa sanción se aplica, Pablo menciona en primer lugar al adulterio, a la fornicación, a la inmundicia y a la lascivia.
He aquí cuatro cosas que la prensa moderna no sólo tolera sino promueve y exalta, animando a la gente a practicarlas y justificando cualquier desvarío.
Sin embargo, dado que, inevitablemente, el elogio del vicio es incompatible con la creencia en un Dios justo, las “autoridades” mediáticas, filosóficas, culturales del mundo contemporáneo, niegan enfáticamente que exista un Ser Supremo que juzga nuestros actos; o lo ponen en duda, y se burlan de los que creen en esos mitos religiosos trasnochados. Algún día se despertarán trágicamente a la realidad y constatarán aterrorizados que esas cosas que neciamente negaron son terriblemente reales. Al ver que les está reservado un castigo eterno, ¡cómo lamentarán entonces su extravío y cómo se arrepentirán demasiado tarde de su ciega soberbia!
La rebelión del hombre contra Dios no sólo tiene un costo altísimo, incalculable, para el ser humano en el más allá, sino tiene también tristes consecuencias en el presente por el desorden que trae a la vida de los individuos y sus relaciones familiares y a la sociedad en general. tal como podemos verificar día a día, simplemente abriendo los periódicos o sintonizando la TV..

10b, 11. “Atrevidos y contumaces, no temen decir mal de las potestades superiores, mientras que los ángeles, que son mayores en fuerza y en potencia, no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante del Señor.”
Estas frases acerca de las potestades superiores han intrigado a muchos intérpretes que no saben bien qué hacer con ellas, y son, en efecto, misteriosas. (5) ¿Quiénes son esas potestades superiores pero inferiores en fuerza a Miguel y a sus ángeles? No están del lado de Dios puesto que se oponen a Miguel. Pero Miguel no se atreve tampoco a maldecirlas, sino que les guarda cierto respeto. Pero si no son buenas ¿por qué tiene esa actitud? (6).
El pasaje paralelo de la epístola de Judas, nos aclara en cierta medida el punto, porque dice que el evento al cual el pasaje se refiere es el episodio en que el diablo le disputa a Miguel el cadáver de Moisés (Jd 9). Este episodio no figura en el libro del Deuteronomio, en el que se narra la muerte y sepultura de Moisés (Dt 34:1-6), ni en ningún otro libro de la Biblia, pero sí figura –si hemos de creer a los autores cristianos del 2do. siglo- en el libro apocalíptico llamado “La Asunción de Moisés”, escrito por un judío piadoso a inicios del primer siglo, y que nos ha llegado incompleto, pero que fue muy leído por los primeros cristianos aunque no fue admitido en el canon.
También el libro de Daniel puede ayudarnos a entender quiénes son estas potestades. Allí se dice que cuando el pueblo escogido debía retornar del exilio, el príncipe de Persia –una potestad angélica- se oponía a su retorno. Pero el ángel Miguel, “uno de los principales príncipes”, los ayudó en esa lucha (Dn. 10:12,13).
Ese texto nos da a entender que la vida de los pueblos está regida por potestades superiores a quienes Dios ha dado cierto dominio sobre los acontecimientos. Algunos los llaman “príncipes territoriales”. No están del lado de la luz, porque se oponen al plan de Dios, pero Dios les ha asignado un papel en el desarrollo de su proyecto providencial para el hombre. Por eso Miguel no se atreve a pronunciar él mismo una maldición contra el diablo, sino deja que el Señor lo haga.
Esas potestades forman parte de la guerra entre el bien y el mal que se desarrolla en nuestro planeta, aunque no nos ha sido revelado cuál sea exactamente su papel. Se recordará que a Josué se le permitió hablar con el príncipe de los ejércitos del Señor, posiblemente para que en la lucha decisiva que tenía que emprender contra los ocupantes de la tierra de Canaán para poseerla, de acuerdo a la promesa hecha a Abraham, tuviera confianza de que Dios y sus ángeles combatían a favor suyo en esa empresa. (Jo 5:13-15).
¿Quién sería ese príncipe? No es posible saberlo, porque el personaje no se identifica, pero es probable que fuera el propio Verbo de Dios antes de su encarnación, porque permite que Josué le adore.
Una cosa es clara, sin embargo: Si bien las huestes demoníacas han conservado parte de sus antiguos poderes, éstos son muy inferiores a los de los ángeles buenos. De otro lado, sabemos que el resultado de nuestra lucha contra las huestes espirituales de maldad depende en gran parte del recurso que nosotros hagamos de la oración (Ex 17:8-16).

Notas: 1. Entre esos se encuentran no sólo los que distorsionan maliciosamente las palabras de Jesús, sino también los que apelan a palabras apócrifas suyas contenidas en supuestos evangelios olvidados que la iglesia nunca reconoció como canónicos.
2. Una “protásis” prolongada que antecede a la “apódosis”.
3. El original dice “Noé el octavo”. “El octavo” es un modismo griego que quiere decir “junto con otros siete”. Pero conviene destacar el valor simbólico del número ocho, que significa “un nuevo comienzo”, ya que el día octavo es, en efecto, un nuevo primer día de la semana, o nuevo domingo, día en que el Señor resucitó (así como la “octava” es el inicio de una nueve serie de siete notas).
4. El uso de este verbo, que en el lenguaje bíblico es un eufemismo de tener relaciones sexuales, unido a la mención que hace Judas 7 en el pasaje paralelo, de “vicios contra naturaleza” refuerza nuestra interpretación acerca de las intenciones de esos hombres.
5. El texto original los llama “glorias” (doxias en griego) Podría traducirse también como “seres gloriosos”.
6. Notemos que en Judas 9 los “gloriosos” de Pedro son identificados con el diablo, lo cual nos hace recordar la belleza y el poder de que gozaba Lucifer antes de su caída (Is 14:12-15)

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